desafíos actuales de las ciencias a la teología moral

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EDUARDO LÓPEZ AZPITARTE
DESAFÍOS ACTUALES DE LAS CIENCIAS A LA
TEOLOGÍA MORAL
¿Se puede llamar "científica" a la teología moral? Las ciencias tienden a negarlo. Se
basan en que aquélla contiene principios que surgen de la experiencia religiosa, que no
son demostrables "científicamente" y que no son válidos universalmente. Esta crítica de
las ciencias obliga a los moralistas a profundizar en el origen y el desarrollo de la
teología moral. Es un auténtico desafío que no se puede pasar por alto.
Los desafíos actuales de las ciencias a la teología moral, Proyección, 34 (1987) 25-38
Introducción
La moral clásica de los manuales
El mundo de la moral gozaba de una armonía perfecta, todos sus elementos pertenecían
a una cuerpo doctrinal exacto y sin rupturas. La ley eterna se manifestaba en la ley
natural, enseñando al hombre las normas de su comportamiento.
El recurso a la justa defensa, al principio de totalidad, a la distinción entre cooperación
material y formal, al doble efecto y a la virtud de la epiqueya, venían a solucionar las
aparentes contradicciones. En los casos dudosos , se podía aplicar el probabilismo.
Para el cristiano existía otro punto de apoyo para asegurar la firmeza y objetividad de
sus juicios: la fe encontraba en la revelación una enseñanza ética más perfecta. Cie rtos
contenidos éticos se consideraban exclusivos de la moral cristiana.
También a este nivel religioso, el cristiano encontraba en el magisterio de la iglesia una
salida para la interpretación y aplicaciones concretas de la doctrina revelada, con un
grado de obligatoriedad que dependía del tipo de enseñanza que podía llegar a la
declaración solemne. Aun en el caso más corriente del magisterio ordinario, la
obediencia y el sometimiento de juicio era una obligación con exigencias más o menos
graves según las épocas y los autores.
De ahí la división tradicional entre moral y ética. Esta se basa en la razón humana,
mientras que aquélla busca en la palabra de Dios, interpretada por la iglesia, la fuente
principal de reflexión, contando sólo la razón como ayuda complementaria para el
análisis posterior.
I. Hacia una nueva presentacion
Las críticas que desde los diversos ángulos de las ciencias se han ido levantando contra
esta configuración de la moral que hemos esquematizado sin ánimo alguno de ironía o
desprecio, han tenido una fuerte influencia en la renovación de esta disciplina, patente
en los nuevos manuales, monografías y artículos.
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Al margen de posibles diferencias en las soluciones de ciertos problemas, no sería
difícil encontrar algunos denominadores comunes, que podrían resumirse en los
siguientes rasgos:
Abandono del casuismo
Ha desaparecido la presentación orientada hacia la práctica propia del confesionario. La
finalidad primaria de los "Libros penitenciales" y de la "Suma de confesores" estaban
presentes en nuestros manuales clásicos que pretendían la preparación del confesor para
el sacramento de la penitencia. De ahí su insistencia en torno al pecado y su falta de
contenido evangélico porque lo que importaba era calibrar la gravedad. Lo demás, se
reservaba para los tratados de espiritualidad.
Sin negar su valor pedagógico, el estudio de la moral no puede quedar reducido al
método casuístico. Esto la privaría de todo el dinamismo, riqueza y densidad que debe
estar presente en la vida humana. La moral tiene que ser la ciencia que busca con
plenitud la realización del hombre, aunque comprenda y analice sus fallos.
Superación de una moral infantil: autonomía y racionalidad
Un segundo rasgo es el esfuerzo por dotar a la moral de una fundamentación racional
que la haga más aceptable al mundo secular y autónomo de hoy. La ética de la iglesia se
ha valido excesivamente del recurso al argumento de autoridad (bíblica o eclesiástica).
La moral no pertenece al ámbito de la fe, que exige la aceptación de unos misterios
incomprensibles a la razón humana, sino que forma parte de las realidades humanas,
que encuentran en la propia racionalidad una explicación adecuada. Cuando la autoridad
se haga necesaria, tiene que hacerse creíble dando argumentos suficientes para el
individuo que quiera vivir con un convencimiento personal. Si no, se corre peligro de
caer en el nominalismo moral según el cual la bondad o malicia de una conducta
depende de que esté mandada o prohibida por la autoridad. Eso, condenado por Sto.
Tomás al afirmar que "aquel que evita el mal no por ser un mal, sino por estar mandado,
no es libre" In Ep. II ad Cor., cap. IR), llevaría a una conducta infantil propia del que
sabe qué hay que hacer pero no porqué. La moral debe, por el contrario, fomentar la
libertad, adultez y autonomía.
Superación de una moral parenética
Todos sabemos que no basta "saber" para ser coherentes en nuestra vida práctica. Por
eso es tan importante la parenesis que dirigiéndose a la sensibilidad se vale de todos los
recursos posibles para despertar el entusiasmo y la ilusión por hacer el bien y evitar el
mal previamente reconocidos y aceptados. Pero un discurso puramente parenético no
prueba ninguna afirmación y resulta totalmente artificial y aun contraproducente cuando
da por supuesto un convencimiento anterior que aún no se ha conseguido o que es
insuficiente. Hay que evitar la confusión, latente en más de un tratado, entre lo
normativo y lo parenético.
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II. Los dos retos fundamentales
Algunas de las críticas, dificultades y desafíos lanzados contra la moral han quedado, en
parte superados con estas nuevas orientaciones, Una metodología más científica y un
diálogo con los datos aportados por todas las ciencias han hecho posible la recuperación
de la moral, que había alcanzado unos niveles de desprestigio llamativos en los
ambientes universitarios. Pero el optimismo no debe eliminar la conciencia de otros
desafíos que siguen pesando sobre el fenómeno de la moralidad. Las dificultades van
contra la posibilidad científica de la misma moral, o, por lo menos, contra la existencia
de una valoración normativa que pueda ser válida para todos los tiempos y culturas. Un
doble reto, desde la perspectiva científica, que elimina la moral del campo de las
ciencias (problema metaético), o le niega su carácter absoluto y vinculante (problema de
la normatividad). En una u otra hipótesis, la imposibilidad de comprobar con la
experiencia el hecho moral o de verificar sus conclusiones con criterios universales,
despojarían a la moral de la adjetivación "científica".
Muchos filósofos, para explicar la diferencia entre ética y moral, recurren a una división
que no deja de ser significativa: la ética, verdadera ciencia, estudia los diferentes
sistemas morales a lo largo de la historia; analiza el pensamiento de los autores y su
interpretación más lógica; busca fuentes, influencias, aspectos comunes...; todo para
alcanzar un conocimiento objetivo de lo que se ha dicho o pensado sobre la conducta
humana, mediante los métodos del análisis histórico. En cambio, la moral, como
conjunto de valores que orientan la vida del hombre concreto, pertenece al ámbito de la
pura subjetividad sin base objetiva. Por ello, la misma ciencia debe rechazar cualquier
intento de darle un estatuto científico, cosa que violaría sus propios criterios
epistemológicos.
En adelante, la reflexión se centrará sobre estos desafíos fundamentales, intentando
darles una respuesta. El diálogo posterior entre científicos y moralistas aportará diversos
complementos y enriquecerá ambas perspectivas.
El problema metaético: la verificación de los juicios morales
Hoy sólo se cree y admite como científico lo que es verificable a través de
observaciones, análisis, experimentos, o resulta como conclusión racional, por
inducción o deducción, de las verdades empíricas. Como los juicios éticos de valor se
resisten a esta verificación no pueden considerarse como científicos. Todas las teorías
no cognoscitivas tienen este denominador común: la imposibilidad de un juicio ético
objetivo. El paso de un hecho empírico -Pedro da limosnas a un pobre-, a una
conclusión ética -Pedro es bueno-, escapa a toda comprobación. Es la famosa "falacia
naturalista". Sería el salto del ser al deber ser, que carece de lógica científica y viene
motivado por la emoción, los sentimientos o las decisiones personales.
Con esto no se niega la existencia de la moral. Cabe admitirla y hasta defender su
utilidad. Es comprensible que el hombre busque un sentido al misterio de la vida y opte
por una solución que le ayude a encontrarlo. La decisión es respetable porque afecta al
mundo más íntimo de la persona, pero no puede imponerse a nadie porque carece de
base real. La moral sería un intento de lograr la adhesión de otros al proyecto que cada
uno se ha forjado. Pero faltos de experimentación científica sería injusto condenar a
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quienes piensan y se comportan de otra manera. Todas las valoraciones gozan del
mismo grado de "racionalidad" subjetiva y merecen el mismo respeto. Si los valores son
fruto de un proceso emotivo o el resultado de una decisión, nadie podrá calificar
objetivamente de buena o mala la conducta de los demás. Lo que es ilícito para una
subjetividad puede ser perfectamente moral para otra. El relativismo es la única postura
sensata.
Un punto de partida diferente e irreconciliable
Es imposible que llegue a ningún tipo de acuerdo el diálogo con los defensores de esta
teoría no cognoscitiva, tanto en el campo de la filosofía del lenguaje como en el de las
ciencias experimentales.
Aceptando la existencia y la objetividad de los valores éticos, podemos intentar una
fundamentación de la moral, como un exigencia que brota de las propias estructuras
antropológicas del hombre, incapaz de regirse por sus meras pulsiones; como una
necesidad psicológica para encontrar un criterio último que oriente las múltiples
decisiones de la vida y posibilite la integración e identidad personal. La fenomenología
del valor descubriría, por otra parte, que su llamada silenciosa y constante es como el
eco de un grito interior que le invita, respetando su autonomía y libertad, a comportarse
de una forma concreta cuando la descubre como el mejor camino para la convivencia, la
justicia, la dignidad personal, etc. A pesar de su pluralismo, la misma historia confirma
que todas las épocas y culturas han exigido una moral determinada y que en ciertos
criterios, los más evidentes y universales, se llega a un acuerdo común, que se amplía y
enriquece paulatinamente.
En este recorrido, ampliable con otras consideraciones, no habría ninguna discrepancia,
por tratarse de realidades objetivas y verificables, constituyentes del objeto científico de
la ética; pero al final, la explicación última seguirá siendo diferente. Para unos la moral
responde a una verdad objetiva, mientras que para otros es consecuencia de un contagio
afectivo, de vivencias y decisiones personales, que los hombres comparten pero que no
se pueden demostrar.
El valor de la experiencia: una doble interpretación
El problema está en ver si la única racionalidad posible es la científica y verificable.
Nosotros aceptamos otras formas de realidad, además de la empírica, que no siempre
son demostrables con instrumentos de laboratorio o con la metodología de las llamadas
ciencias empíricas. Todo depende del valor que demos al término "experiencia". Si lo
reducimo s tan drásticamente como en ciertos ambientes "científicos", corremos el
riesgo de desposeer de valor objetivo a aquellas experiencias que son precisamente las
que encierran un mayor contenido y riqueza humana.
El conocimiento de un valor ético es más comp lejo que el de otras realidades empíricas.
El sentimiento y la sensibilidad forman parte de él como estímulo para una reflexión
posterior que permita comprender el "valor" de una conducta en orden a una
dignificación de la persona o en perjuicio de ella y conlleva una decisión para
comprometerse en un determinado sentido. Cuando en una conducta percibimos ese
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contenido humano que lo dignifica, el paso del "ser" al "deber ser" no es ilógico porque
en la realidad que observamos descubrimos un "plus" de humanismo -la solidaridad es
mejor que el egoísmo-, que en el ejemplo de Pedro nos lleva a deducir que es bueno.
Sin querer hace ahora una fenomenología del valor, cabe decir que mientras para la
ciencia meramente empírica todo lo que trasciende la realidad no encuentra justificación
científica, para nosotros es posible también otro tipo de racionalidad objetiva. Estamos
ante un problema metaético. Hay que reconocer la importancia de los propios
sentimientos para optar por cualquiera de las dos alternativas: para unos, estos son la
única explicación; para otros, no son más que un estímulo o condición previa.
La valoración ética: los riesgos de una dimensión absoluta
Los desafíos contra la moral no sólo se presentan en el ámbito metafísico. Surgen
también en el campo de la normatividad. El valor que orienta la conducta del hombre
hacia su realización, debería ser vinculante y obligatorio para todas las personas. Lo
recto tendría que poseer una validez permanente. De ahí se deducía la inmutabilidad de
la ley natural en lo fundamental. Aunque en muchos autores actuales esta presentación
clásica aparece con otros matices, subsiste siempre la idea difusa y latente de que la
moral es una ciencia a priori que juzga la realidad desde principios previamente
configurados. Es por ello una ciencia demasiado estática ante el progreso de la ciencia.
No ha de extrañar que una moral así provoque toda una serie de dificultades para
muchos científicos y les lleve a considerar cualquier exigencia ética como una ideología
alienante o como un obstáculo para la investigación. Optan por la neutralidad de la
ciencia y consideran que su única obligación es la de avanzar hacia adelante y conocer
mejor los misterios del universo.
En realidad, cuando se han conseguido avances extraordinarios y se trabaja con ilusión
por alcanzar nuevos objetivos, ¿cómo se puede juzgar esas posibilidades sin conocer
aún sus consecuencias y sin un tiempo suficiente para la experimentación? Ante las
perspectivas de la inseminación artificial o "in vitro" y de la ingeniería genética, p. Ej.,
repetir simplemente los criterios éticos de Pío XII sería una postura demasiado cómoda
y poco científica, porque se elimina el esfuerzo de un replanteamiento y la posibilidad
de un progreso humano. Hay que reconocer, desgraciadamente, que la moral cristiana
nunca ha recibido bien los cambios ideológicos o técnicos que pudieran poner en
peligro los esquemas tradicionales. De ahí la impresión frecuente de que la vida sigue
adelante por un camino paralelo y lejano al de una ética que al final acaba aceptando
normas condenadas con anterioridad ¿Qué valor tiene, entonces, la moral en el mundo
de las ciencias?
Los peligros de una valoración histórica y evolutiva
Pero si para superar esa esclerosis la moral evoluciona continuamente modificando sus
conclusiones en función del progreso, ¿cómo darle un carácter absoluto a lo que es
histórico y provisional?, ¿cómo condenar ahora una conducta, con la fuerza obligatoria
que contiene, cuando quizás dentro de poco será admitida? Hablamos, no de aquellas
exigencias básicas que constituyen como el patrimonio ético de la humanidad, sino de
su apliciación a los múltiples problemas concretos de hoy. Esta pluralidad de
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interpretaciones y la necesidad de una recreación constante hacen que la ética pierda su
credibilidad; hay que basarla, como la ciencia, en una serie de hipótesis que no pueden
aceptarse sin posterior verificación.
Las dificultades para una normativa ética aumentan al descubrirnos las ciencias
antropológicas el influjo extraordinario de la cultura en la valoración moral. Como cada
uno se acerca a la realidad y la conoce condicionado por su mundo cultural, lo que es
recto queda matizado por esta nueva dimensión que va a valorar las conductas con
criterios diversos. Y esto no sólo sucede entre períodos históricos diferentes o entre
razas y países sino que se da dentro de cada generación, en cualquier grupo humano. La
cultura del matemático, p. Ej., no es la misma que la del político. Así, la educación y la
experiencia condicionan más o menos positivamente la valoración de los hechos y
conductas. Esto se agrava cuando uno vive en un contexto cultural que acepta como
normales y lógicas formas de proceder que resultan inadmisibles en otro diferente. Las
ideas, sentimientos, normas y costumbres propias del grupo se interiorizan de tal
manera que es casi imposible interrogarse sobre su justificación y validez. Si la
diversidad de culturas explica los pluralismos éticos, ¿cómo será posible una exigencia
absoluta? Pero sin este carácter absoluto, la moral deja de ser una ciencia normativa. No
pasaría de tener un valor orientativo para llamar la atención sobre posibles peligros.
III. Pistas para una posible solucion
Las pistas para la solución de los problemas expuestos, podrían entreverse teniendo en
cuenta los siguientes elementos:
El diálogo con las ciencias: exigencias y límites
Si la morales la ciencia que busca la plena realización del hombre, cuando adjetivamos
como indigna una conducta es porque la reflexión sobre la experiencia nos hace ver que
por ese camino no es posible la humanización. El mismo Sto. Tomás sin perjuicio de su
dimensión religiosa y trascendental, afirma que "Dios no es ofendido por nosotros sino
en la medida que actuamos contra nuestro propio bien" (Summa contra gentes, III, 122).
Pero para saber cuándo una conducta destruye al hombre, no podemos prescindir de los
datos aportados por la ciencia. Una valoración ética no puede hacerse a priori, sin tener
en cuenta los estudios científicos y sin analizar las consecuencias derivadas de una
conducta determinada. Todo valor ético debe radicar en eso mucho más que en un
intento por deducir de una naturaleza abstracta y metafísica lo que es bueno para el
hombre.
Esto no significa dejar la moral en manos del científico o reducirla a simple técnica. Las
ciencias están también condicionadas por la moral. No cabe la "neutralidad científica"
porque toda investigación se realiza con unos fines específicos, uno medios concretos y
produciendo determinadas consecuencias, que necesariamente van a condicionar su
dimensión ética. No tenerla en cuenta llevaría a la irracionalidad de las ciencias,
denunciada por los mismos científicos. De ahí el nacimiento de ciertos "Comités de
ética" para evitar, en algunos casos, posibles riesgos y peligros.
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Pero no ha de extrañar que los progresos técnicos y los cambios culturales pongan en
crisis valoraciones éticas que se concretizaron bajo esquemas anteriores. El diálogo se
impone entonces con mayor urgencia. Lo que tal vez, desde otros presupuestos, no era
admisible - quizás porque resultaba inédito y desconocido-, ahora exija matizaciones
diversas. No basta repetir enunciados tradicionales y condenar de inmediato las nuevas
posibilidades. La moral, como dinamismo que busca lo que es mejor para el hombre,
podría quedar ahogada por una normativa concreta y circunstancial dotada de un
carácter absoluto que no siempre tiene. Conviene recordar que igual que la mentira
pervierte la verdad conocida, cabe un cierto "espíritu mentiroso" que imposibilita el
descubrimiento de nuevas verdades. Una ética limitada a guardar lo ya conocido, pronto
se convertirá en objeto de museo y hasta en una auténtica inmoralidad.
Firmeza y relatividad de la norma ética
Cuando se trata de reflexionar sobre situaciones inéditas, sobre todo, habría que
defender una cierta moral de lo provisorio. Habrá que recordar los valores
fundamentales, porque un pretendido avance técnico que suponga un "coste" auténtico
de humanidad no tendría justificación si se busca, como proyecto definitivo, la
autorealización de la persona; pero antes de lanzar una condena será necesario, quizás,
un tiempo de reflexión y experiencia que permita descubrir, con los datos recogidos, el
valor ético de la nueva posibilidad. La normativa vigente debería invitar a la prudenc ia
para evitar los peligros de una aventura precipitada. Así, la moral mantiene su función
porque alzará su voz de protesta para denunciar aquello que constituye un atentado
contra la dignidad del hombre, pero procura también concretizar estos valores teniendo
en cuenta los factores científicos y culturales de cada momento. Algunas de estas
normas y criterios éticos se irán absolutizando y pasando al que llamábamos
"patrimonio ético de la humanidad", mientras que otras tendrán un carácter histórico y
evolutivo.
La moral debería ser una ciencia humilde y abierta a todos los datos y opiniones para
ofrecer, después de una seria reflexión y experiencia, lo que ahora parece mejor para el
hombre. Más que elaborar una ética para el año 2000, debería pretender justificar lo
que, de acuerdo con los conocimientos actuales, se juzga como un valor moral. Cuando
avancen dichos conocimientos, habrá que replantearse la exactitud de los juicios
anteriores. Una moral sin esta dimensión histórica en algunos puntos, perderá su
credibilidad para el hombre moderno.
La dimensión política de la moral
Hay otro desafío, de especiales circunstancias, que hay que tener en cuenta por la
dimensión macrosocial que están tomando todos los mayores problemas que afectan a la
humanidad.
El hombre se siente dominado por la fuerza de las estructuras e ideologías dominantes,
por los grandes intereses políticos y económicos, por unas leyes y mecanismos
supraindividuales y complejos, y experimenta una sensación de incapacidad e
impotencia absoluta. Dentro de este macrosistema, el hombre es como una simple pieza
que puede ser sustituida si no sirve para el buen funcionamiento; desempeña un papel
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programado por otros; su única obligación es cumplir un contrato que lo vincula a la
realización de unos objetivos que no dependen ya de su decisión personal. En estas
circunstancias, ¿es posible sentirse con las manos limpias, cuando se participa en un
mundo perverso y manchado?
Esta impotencia para cambiar unas estructuras sociales que fomentan y condicionan, a
su vez, los fallos individuales, no debería sólo provocar una moral retórica de la
denuncia y del lamento. Sería una imagen demasiado fatalista que se conformaría con
un carácter testimonial para la moral en tales circunstancias. La fe da al cristiano una
visión mucho más comprometida contra ese "misterio de iniquidad" para llevar a
término la victoria de Cristo que "quita el pecado del mundo". Pero, aun desde una
perspectiva humana, lo único sensato sería acentuar más que nunca la dimensión
política de cualquier ética moderna. Un desafío al que, tal vez, no hayamos respondido
todavía con la suficiente rapidez o insistencia.
Condensaron: MIQUEL CORTÉS I JOSEP MESSA
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