ix EL LATIFUNDIO En esta época, y como natural corolario de las ideas de roturación y parcelación de toda clase de terrenos, surge, una vez agotada ya la propiedad pública y abandonada en su mayor parte por su escasa o nula producción, la idea de dividir y roturar las grandes extensiones de propiedad particular que aun quedaban en poder de un solo propietario, sobre todo en Andalucia, La Mancha, Extrernadura y Salamanca. Por toda España corre veloz y se generaliza la idea de apoderarse de los latifundios y entregarlos a quien pueda trabajarlos. Hasta días muy recientes, los políticos recogen en sus programas esa idea tan simple y de efectos sociales tan inmedíatos, y por su misma simplicidad la adaptan como verdad incontrovertible y de fócil realización, lo mismo el hombre de pueblo que el propagandista de ideas políticas o sociales. Se habla en todas las propagandas, del absentismo de los terren,os incultos, y hasta pocos dias antes del Glorioso Movimiento, oí tronar a un ilustre político, en una conferencia pública, contra el latifundio, los terrenos dedicados a la crta de reses bravas y otras frases y lugares comunes, que se vlenen oyendo hace años. Analicemos. EI latifundio, si como tal se entiende un terreno inculto de gran extensión, existe en España y en proporción m6s que suficiente dentro del territorio, para que nos preocupe su existencia. Pero hay, a mi modo de ver, dos clases muy diferentes de latifundio; uno es el terreno agricola cultivado, integrado en gran número de casos por pueblos y barriadas que abarcan una gran extensión y pertenece a un propietario que no se ocu- 109 -- pa de otra cosa que de cobrar sus rentas, y otro, el monte extenso, ímpropio para el cultivo, convertido generafinente en matorral, en cazadero, en dehesa, en monte carbonero, con enclaves de terreno agrícola que sustenta generalmente rebaños estantes o trashumantes y que tiene un suelo de una pobreza y frialdad proverbiales. Este segundo tipo de latifundio es el que más Ilama la atención, por su estado inculto y que, en la mayor parte de los casos, no debe parcelarse. En estas extensiones, que desde Ciudad Real y Sierra Morena se pro(ongan por Badajoz, Cóceres y Salamanca, y qup son las más características de los grandes latifundios, aparte de los páramos y terrenos esteparios del resto de fa nación, no tienen otra so(ución agraria que la de dedicarfas a la repoblación forestal, y la ordenación de montes exige en estos casos grandes extensiones para su aprovechamiento más económico. Hoy ya se ha dado cuenta de efio mucha gente y hasta ta interesada en contra, simplementé por fines políticos o sociales, sabe que debe obrarse asi. En una publicacíón del más exaltado corifeo rojo, Ingeniero agrónomo comunista, que ocupó la Subsecretarfa de la Agricultura duranta la revolución, se dice: "Hemos logrado Ilevar al convencimiento de la mayor parte de las ciudadanos interesados en ef vitai problema iagrariol, que no es solución la puesta en cultivo de los llamados latifúndios de tierra de mala calidad y mal emplazada; asimismo, tampoco se resuelve restóndole a la ganadería y al bosque terrenos que tienen en la explotación pe^uaria y forestal su mejor aprovechamiento. EI problema tiene que resólverse utilizando las buenas tierras de secano y regadío. Hay qua operar con el secano laborable o adehesado. Pero, adem6s, puede darse el caso, y se dará seguramente en gran proporción, de que muchos tórminos municipales carezcax^ de (atifundios tal como deben entenderse. Este caso es más corriente de lo que vutgarmente se cree, pues cuando flegue el momento de concretar se verá que muchas grandes fincas calificadas de latifundios tienen su principal produccibn en la leña y en la caza de pelo y no son aptas para otra transformacíón en el sentido de roturación de tíerras, como inconscientemente se preconiza." - ^to - Claro es que estas ideas vulgares, que encierran un gran fondo de verdad, no fueron obstáculos para que el propio autor lanzara a las masas obreras del campo al reparto y a la tala de las dehesas extremeñas y toledanas, con disposiciones como las de los asentamientos, la de yunteros y otras. EI latifundio de tipo forestal es bien sabido por quien haya recorrido nuestros montes, que si tiene algún enclave susceptible de cultivo agrario, ya lo ha cultivado su dueño o ha hecho que lo cultiven. fs bien frecuente y conocido, no. ya ef caso del cultivo en terreno apto para él, sino la roturación improcedente precedida de roza y carboneo, abandonada después y vuelto el suelo a estado de matorral, lo mismo en montes públicos que en los particulares, seguir, cultivándose con rotaciones de siete, ocho y diez años. La generalización indocumentada de estas ideas se refleja bien en las siguientes eifras, que es el más triste comentario que cabe de esa política roturadora antiforestal, seguida en nuestro pa(s durante la última mitad del siglo XIX y primer tercio del XX. Comparando las cifras del catálogo de montes públicos del año 1862, con la última estadística publicada por la Dirección Ge• neral de Montes, Caza y Pesca, del año 1928, se ve que han desaparecido en aquel lapso de tiempo 962.627 hectáreas de pinar, 1.246.067 de robledal y 170.244 de hayedos, que aparecen en dicha estadística f nal convertidos en montes bajos, por lo que afecta al robledal, que brota de cepa y de matorral y pastos los pinare ^ destrufdos. - ttt -•