SANTA CLARA Calle Santa Clara, s/n 15703, Santiago de Compostela »» El edificio En torno al año 1260 se establece en Galicia la orden de santa Clara, materializándose la primera fundación en Compostela. Dicha fundación se atribuye tradicionalmente a la reina Violante de Castilla y la dotación básica a Alfonso X, aún cuando Pedro Vidal, influyente banquero y burgués de la ciudad, se convierte en el promotor del convento al ceder terrenos de su propiedad para su construcción. Actualmente sólo se conserva de la fábrica medieval, concretamente a los pies de la iglesia, tres arcos apuntados pertenecientes al antiguo refectorio; asimismo, en la zona correspondiente al actual coro bajo y cementerio de la comunidad, perviven unos arcos carpaneles fruto de las reformas llevadas a cabo en el siglo XV. El resto fue destruido con la renovación llevada a cabo a lo largo de la Edad Moderna y, principalmente, a partir de finales del siglo XVII. De hecho, poco antes de 1680, merced al gran esplendor económico que vivía en ese momento la comunidad, debió de gestarse el proyecto de reedificación que afectará a todo el conjunto conventual y tras el cual muy posiblemente se encuentre DOMINGO DE ANDRADE. Este, entre 1680 y 1708, trabajará para el convento en distintas ocasiones, ocupándose personalmente de las obras en algunos casos y recomendando en otros a maestros de su confianza como fray Gabriel de Casas y Pedro de Arén. La reedificación comienza, pues, por el ángulo suroeste del recinto conventual, donde se encuentra la cocina y escalera principal, de la mano de Andrade, quien en 1687 da principio a esta obra. Unos años más tarde, en 1692, FRAY GABRIEL DE CASAS se encarga de realizar el tramo comprendido entre el actual coro y la portería, es decir, la parte situada a los pies de la iglesia, que concluirá al año siguiente Andrade al construir el pequeño pórtico que acoge la puerta de entrada a la clausura y que se abre al jardín donde también se encuentra el acceso a la iglesia. Seguirá, después, la propia obra de la iglesia, de la que se ocupa PEDRO DE ARÉN desde 1695 hasta su muerte en 1701, quien, además, realiza el ala del claustro pegada a la misma y parte del lienzo norte. En cuanto a la iglesia, esta presenta planta de cruz latina con nave única de seis tramos, tres de los cuales están reservados para la comunidad, crucero de un tramo y capilla mayor rectangular; desde aquel se accede a la sacristía. La articulación de su alzado es de gran sobriedad: pilastras concebidas como simples resaltos refuerzan los machones del crucero, mientras que en el cuerpo de la nave sólo destacan los arcos de medio punto, que enmarcan los retablos, y la cornisa, de pronunciado vuelo en la zona correspondiente a las ménsulas que soportan los arcos fajones de la bóveda de cañón. Además, de acuerdo a la tipología de iglesia conventual de monjas, presenta el comulgatorio y los confesionarios encajados en el muro oeste. Respecto a su entrada, www.josegambino.com esta no se encuentra a los pies de la nave, sino en un lateral; acoge la puerta de acceso un pórtico de triple arcada en el que destaca la fuerza plástica de las claves de los arcos. No se contempló, pues, la construcción de una fachada dado que la iglesia se encuentra alejada de la calle y, tal vez, porque ya en este momento estaba prevista la adquisición de nuevos terrenos que permitiesen, precisamente, levantar una fachada hacia la vía, hecho que lleva a cabo SIMÓN RODRÍGUEZ entre 1719 y 1730. Concretamente, esta se alza en el ángulo suroeste del terreno conventual, constituyendo, como queda referido, un claro ejemplo de fachada cortina: anuncia la existencia de una iglesia que no se encuentra inmediatamente detrás, sino que para llegar a ella hay que cruzar, primero, la portería y, luego, un pequeño jardín. Se trata de la obra más expresiva de Simón Rodríguez y ejemplo singular de la arquitectura barroca española. El maestro la estructura, como si de un retablo se tratase, en tres cuerpos divididos en otras tantas calles. También como en las «máquinas barrocas» que proyecta –los retablos-, rompe con los planteamientos clásicos al privilegiar la calle central sobre sus respectivas laterales. Esta destaca tanto por su mayor decoración: la ornamentación va creciendo hacia el centro y hacia arriba en series de continuas proyecciones, como por su clara tensión verticalista fruto del juego que se produce en la imbricación de los elementos del segundo y tercer cuerpo: así, el desarrollo del frontón del segundo cuerpo se extiende al tercero, lo que, a su vez, hace sobresalir su remate frente al de las calles laterales. De esta forma, como decimos, se privilegia el ímpetu ascensional característico del barroco, al tiempo que, como también nota característica de este lenguaje y del propio Simón Rodríguez, se rompe con la correspondencia clásica entre los tres cuerpos de la calle central y los otros tres de las laterales. Además, al incrementar la riqueza decorativa hacia la parte alta del edificio, así como su fuerza plástica por medio de placas y atrevidas cornisas, Simón Rodríguez introduce en la fachada de las claras el mismo juego anticlásico masa-vacío que define sus retablos, mientras que fruto de su distribución -la masa arriba y el vacío abajo- es el carácter atectónico de la misma, que se traduce en la inestabilidad como otro presupuesto arquitectónico, también de cariz anticlásico, de Simón Rodríguez. Dicha inestabilidad, aparte de por el juego masa-vacío, la consigue el maestro a partir del empleo de recursos concretos en puntos específicos de la fachada, de entre los cuales cabe destacar su remate a partir de tres enormes cilindros sobre pedestales cúbicos, todo un desafío tectónico que carece de precedentes tan audaces. Para la concepción de este remate, Rodríguez debió de inspirarse en algún grabado nórdico de Vredeman o Dieetterlin, aunque también guarda relación con la obra de Serlio; concretamente, dos de los proyectos para puertas de su Libro Extraordinario presentan como coronamiento tres cilindros, los cuales coinciden, como en la fachada de Simón, con cada una de las tres calles de la portada. Por otra parte, la decoración de la parte central, a partir de la referida superposición de placas y cornisas, pero también del profundo nicho que alberga la imagen de santa Clara o del vano inferior –a día de hoy tapiado-, dota la fachada de un www.josegambino.com sentido plenamente pictórico –resultado de una búsqueda constante de los efectos lumínicos- como también corresponde al lenguaje barroco bajo el cual ha sido proyectada. Finalmente, cabe señalar que la fachada de las claras constituye un claro exponente del «estilo de placas» del que Simón Rodríguez se erige como máximo exponente. Su decoración es casi exclusivamente geométrica; incluso, en ella el arquitecto renuncia a los clásicos elementos sustentantes –columnas o pilastras- a favor de placados geométricos que avanzan y se sostienen por su propia fuerza ascensional. Sólo en torno al escudo franciscano, concretamente en los pilastrones que sostienen el frontón bajo el cual se cobija, introduce como nota de decoración naturalista unas sartas de fruta, solución que toma de su maestro Domingo de Andrade. Será, pues, en los retablos donde Simón Rodríguez dé cabida al ornato figurativo, combinándolo, eso sí, con el característico geométrico. La construcción de esta fachada se acompañó de la reedificación de la vivienda de los padres vicarios hacia la zona del poniente. Aún, tras estas obras, el convento conocería dos etapas constructivas más: la primera, entre 1739 y 1745, en la que se concluye la crujía oeste del claustro y se da comienzo la oriental; se trata, por lo tanto, de una obra puramente funcional, de ahí que Simón Rodríguez delegase la dirección de la misma en un religioso franciscano, posiblemente FRAY IGNACIO FONTECOBA. La segunda, entre 1754 y 1770, momento en que la dirección corre a cargo de JULIÁN DE LA DEHESA Y ESPAÑA, puesto que ya hacía dos años que Rodríguez había muerto. A él se debe la conclusión del espacio claustral y la fuente, en la cual encajó el tímpano de la portada gótica en medio de un marco de placados, lo cual constituye un claro indicador de que está siguiendo un diseño de Rodríguez, si bien este ha perdido fuerza en su interpretación. En 1767 muere Julián de la Dehesa, lo que supone la paralización de las obras, las cuales, como consecuencia, primero, de la invasión francesa y, luego, de la exclaustración, ya no se volverán a retomar. Bibliografía. FOLGAR DE LA CALLE, M.ª C.: “Convento de Santa Clara”, Santiago de Compostela. A Coruña, 1993, pp. 336-349 »» El mobiliario Paralelamente a la reedificación del edificio conventual e iglesia, las monjas de Santa Clara inician la renovación del mobiliario litúrgico de esta última. Así, en torno al año 1700, contratan con JOSÉ DOMÍNGUEZ BUGARÍN el retablo mayor según planta hecha por DOMINGO DE ANDRADE. Desde el punto de vista de la estructura, Andrade propone aquí un retablo unitario; concretamente, la estructura unitaria más frecuente de los retablos con soporte salomónico como este: cuerpo principal levantado sobre un banco destacado y rematado, a modo de frontón, por un ático semicircular. Hasta hace unos años se pensaba que este retablo suponía, precisamente, la introducción en Compostela de esta nueva tipología con el consiguiente abandono de la solución www.josegambino.com anterior consistente en la superposición de cuerpos; sin embargo, a raíz de los estudios de Folgar de la Calle y López Vázquez, ha quedado demostrado que dicho cambio y codificación de la nueva estructura se debe a Peña de Toro en proyectos que acomete para la ciudad durante los años sesenta y setenta del siglo XVII. Lo que sí constituye una novedad de Andrade, marcando la pauta a seguir en los sucesivos retablos barrocos, es que suprime en la calle central el entablamento que divide el cuerpo principal del ático; de esta forma, comienza a dar primacía a esta última respecto a las laterales, al tiempo que potencia su verticalidad, características estas que encontrarán su desarrollo en los retablos barrocos posteriores. Por lo demás, Andrade proyecta el retablo a partir de las recetas vigentes en el cambio de siglo: en primer lugar, no presenta mucho movimiento en planta y su calle central, en vez de salir al encuentro del espectador, se retrotrae, siendo los extremos los que sobresalen; en segundo, la cornisa que cierra el ático no se rompe, por el contrario, mantiene la regularidad del semicírculo que lo ajusta a la bóveda de la capilla que lo alberga; y, en tercero, sus calles laterales se resuelven a partir de la superposición de dos hornacinas. En cuanto al tipo de soportes, Andrade se vale de la columna salomónica para articular tanto el cuerpo principal como el ático. Se trata de un elemento que hace su aparición en Compostela de la mano de Bernardo Cabrera en el retablo de las Reliquias de la catedral compostelana (1625), popularizándose a lo largo del último tercio del siglo XVII y primera mitad del XVIII. Dentro de este soporte es posible distinguir distintas manos y, por consiguiente, cronologías en función del número de vueltas que presenta el fuste; así, la forma canónica de Andrade, conforme se observa en este retablo de Santa Clara, es la de resolver la columna a partir de tres vueltas y dos medias. Finalmente, el retablo ofrece una profusa decoración consistente en florones a lo largo del banco, racimos de uvas, hojas de vid y sarmientos dispuestos en las propias columnas salomónicas y pequeñas tarjetillas que recorren las hornacinas del cuerpo principal y del ático, mediante las cuales, además, se delinean sus acodamientos. La abundante decoración aún vincula el retablo a soluciones del último tercio del siglo XVII, sin embargo ello se combina con otras recetas propias ya de principios del XVIII: primero, se comienza a limpiar de decoración el entablamento; y, segundo, los florones del banco presentan un desarrollo vertical frente al característico horizontal de la centuria anterior. Por lo demás, el repertorio citado y su tratamiento naturalista y plástico es el característico de la producción de Domingo de Andrade. Los retablos del crucero, dedicados respectivamente a san Antonio de Padua y la Virgen de la Piedad, se levantan en el año 1704, según recoge el Libro de Cuentas. A juzgar por su estilo, coincidente con el del retablo mayor en el tipo de columna salomónica de tres vueltas y dos medias, pedestales acantiformes y decoración naturalista y plástica, resulta probable que hayan sido realizados por DOMÍNGUEZ BUGARÍN, siguiendo de nuevo trazas de DOMINGO DE ANDRADE. Bibliografía. FOLGAR DE LA CALLE, M.ª C.: “Convento de Santa Clara”, Santiago de Compostela. A Coruña, 1993, pp. 336-349 www.josegambino.com LÓPEZ VÁZQUEZ, J. M.: “Inventariado e catalogación do patrimonio moble: metodoloxía e problemática”, Os profesionais da historia ante o patrimonio cultural. Santiago de Compostela, 1996, pp. 53-65. »» La obra de Gambino En la sacristía de la iglesia se custodia una imagen de Cristo Crucificado que, aunque indocumentada, es posible atribuir a José Gambino y catalogarla como una obra inicial del mismo, posiblemente de ca. 1749. Dicha paternidad se fundamenta, en primer lugar, en las innovaciones tipológicas que presenta la pieza, las cuales se constatan en otras obras del maestro. Entre las mismas cabe destacar: la cruz verdeante con zonas descascadas, la cual, luego, resultará muy típica de los Crucifijos compostelanos de finales del siglo XVIII; el titulus orientado vertical en vez de horizontalmente como hasta la fecha; y el paño de pureza, anudado y volante en el lado derecho y con el cabo izquierdo cayendo doblado en diagonal desde casi el centro del vientre y por encima de la zona púbica, solución idéntica a la que por esos mismos años Gambino emplea para el Crucificado del convento compostelano de El Carmen. Estas características iconográficas se acompañan de otras anatómicas que, asimismo, confirman la autoría de Gambino desde el punto y hora que las repite constantemente en su producción convirtiéndose en señas de identidad del mismo. Cabe destacar: el engarce del pectoral izquierdo con la axila formando una “c” muy acusada, el arco del costillaje muy marcado, el vientre ligeramente abultado, el aplanamiento de los músculos del muslo a la altura de su unión con la rodilla, el pie griego con un pequeño juanete, el empeine tallado casi plano y la disposición de los dedos del pie con el gordo muy separado y el meñique curvado e introducido bajo su compañero. Finalmente, además de estos elementos tipológicos y anatómicos, el naturalismo enfático, pero todavía de detalle y fórmula más que confrontado con la realidad, remite a una obra temprana de Gambino, como también a él nos lleva la preocupación que se constata en la pieza por la expresión de los afectos, en este caso de dolor, a partir del ritmo sinuoso de las cejas y la disposición de la boca entreabierta, dejando percibir dientes y lengua. Aparte de esta escultura de la sacristía, el convento de Santa Clara guarda en su clausura otras dos imágenes, ambas dedicadas a san Francisco de Asís, que responden de nuevo al estilo inicial de Gambino. La iconografía elegida para las mismas es la de san Francisco asceta, si bien tipológicamente difieren. Así, una sigue el tipo que fragua en el taller de Miguel de Romay consistente en figurar al franciscano sosteniendo con la mano izquierda el Crucifijo, mientras abre la derecha, extiendo el brazo lateralmente y hacia delante en claro gesto declamatorio; la otra remite, en cambio, al tipo que introduce Mateo de Prado en la plástica compostelana a partir del coro de San Martín Pinario (1639-1647): el Santo aparece meditando sobre la pasión de Jesús y, consecuentemente, mostrando su desprecio por las vanidades del mundo, simbolizado lo uno y lo otro por el Crucifijo y la calavera respectivamente. La imagen es denotativa del www.josegambino.com intento del escultor por hacerse con un lugar destacado dentro de la escultura compostelana recurriendo para ello a la originalidad, de ahí que rechace el tipo vigente en el taller de Romay y vuelva su inspiración, como hace en otras ocasiones, a la producción de Prado. Asimismo, prueba de su invención es el tratamiento que da a los paños de esta pieza: el escultor potencia al máximo el naturalismo que define las telas de sus primeros años, fruto de su formación en el lenguaje barroco compostelano, hasta plantear una solución que, al margen de la obra de Gambino, no volveremos a encontrar repetida hasta el eclecticismo barroco del último tercio del siglo XIX; concretamente, el escultor se vuelve a valer de ella por esos mismos años para el san Antonio de Padua de la capilla del Pazo de Oca. La otra imagen que custodia el convento de san Francisco revela, en cambio, de forma mucho más evidente el punto de partida de Gambino en las fórmulas de la imaginería compostelana de los años cuarenta e, incluso, su conocimiento de la obra de Miguel de Romay: de este último toma la estructura en cinco zonas con que resuelve la túnica del franciscano, así como su textura metálica y su vocabulario de quebraduras bastante profundas; de los primeros el aspecto volumétrico de las telas, su mayor número de pliegues y, sobre todo, su carácter artificioso, esto es, carente de orden, de manera que nos deja confusos, obligándonos al raciocinio y a utilizar tiempo para poder entender la obra. Gambino muy pronto se alejará de esta concepción de la escultura a favor de otra en la que la pieza resulte un todo orgánico; es decir, en que todas las partes refuercen el conjunto, de manera que los paños pasarán a desempeñar un papel compositivo. De todas formas, esta imagen sí anuncia la que será otra de las principales aportaciones de Gambino a la plástica compostelana y que halla su clímax en el clasicismo: la de concebir la figura como un elemento autónomo e independiente del espacio que se cierra perfectamente en él; a este fin responde la intención que se observa ya en la pieza de individualizar sus dos pliegues laterales. Por último, ambas esculturas se caracterizan, en la misma línea que la del Crucificado, por su naturalismo enfático, pero aún de detalle y fórmula más que confrontado con la realidad, que define la primera producción de Gambino y que es fruto tanto de su formación en el lenguaje barroco compostelano –lenguaje naturalistacomo de su todavía falta de oficio. También a él nos lleva la preocupación que se constata en ambas piezas por la expresión de los afectos, en este caso de dolor como corresponde al decoro del tema representado; preocupación que Gambino mantendrá a lo largo de toda su producción de acuerdo todavía a búsquedas de la estética alto barroca. www.josegambino.com »» Horario y enlaces Horario de visitas: Iglesia: de lunes a sábado, de 15:30 a 19:00 La oficina de Turismo de Santiago lleva a cabo visitas guiadas a los conventos de clausura. Información en: www.santiagoturismo.com/VisitarSantiago/QueVer/VisitasGuiadas/ficha Visita.asp?id=55&cab=Visita guiada aos conventos de clausura Enlaces de interés: »» www.santiagoturismo.com www.santiagoturismo.com/Monumentos/ficha.asp?id=87&tipo=MNT www.josegambino.com