La Tercera - Opinión - Columna de Opinión, 29 de abril de 2011 Crecimiento y pobreza por Rolf Lüders, economista EN LA COYUNTURA, Chile está creciendo económicamente a una tasa elevada, la creación de empleos ha sido espectacular y el gobierno está impulsando una serie de programas sociales largamente anhelados. Sin embargo, eso no se refleja en los índices de satisfacción de la población con su gobierno. Esto último se podría deber al embate de la prosperidad aparente, que -reforzada por el estilo del Presidente-está generando un abismo entre las expectativas de progreso de todo orden, en todos los sectores y en todos los estratos sociales, y lo que la economía es capaz de entregar en el corto y mediano plazo. Por un lado, un gran número de los empresarios y trabajadores de los sub-sectores agrícolas, mineros no cobre e industriales, además de algunos servicios como el turismo, no están compartiendo el auge económico, porque el nivel del tipo de cambio ha disminuido su competitividad. La fuerte valoración del peso está relacionada, entre otras cosas, con las políticas económicas de los EE.UU., con el precio del cobre y también, con el nivel del gasto interno, incluyendo por cierto aquél del gobierno. Este ha recortado en algo su gasto presupuestado, pero -limitado por la significativa expansión de los gastos de tipo redistributivo- insuficientemente para evitar la notoria apreciación cambiaria. Por el otro lado, ha resurgido la discusión en torno al tema de la distribución del ingreso. Muchos se preguntan cómo es posible que en un país tan próspero todavía haya tanta pobreza y exigen un mayor sacrificio de los más pudientes. Se olvidan que -como lo demuestran los estudios que al respecto se han hecho- la pobreza disminuye en gran medida con el crecimiento económico y que las políticas meramente redistributivas afectan, general y negativamente, a este último. Es más, no solamente es necesario crecer económicamente para derrotar a la pobreza en un plazo razonable, sino que también para poder financiar aquellos programas como los educacionales, de salud e incluso de vivienda, que pueden generar oportunidades similares para todos, hijos de ricos y pobres. Son este tipo de programas los que no solamente son eminentemente justos, sino que, además, permiten ir reduciendo paulatinamente la brecha de ingresos. En efecto, recientes estudios sugieren que esto ya ha estado sucediendo -dicha brecha es menor en las nuevas generaciones chilenas que en las más viejas- y el proceso se está acelerando debido al fuerte aumento de la educación superior en los últimos años. Puestas las cosas en estos términos, pareciera ser conveniente dar un giro significativo en lo que ha sido la política de la última década, incluyendo aquella del actual gobierno. El foco debe ponerse nuevamente en el crecimiento económico, para reducir la pobreza y generar los recursos necesarios para acercarnos a lo que el Presidente llama una sociedad de oportunidades. Medidas meramente redistributivas, más allá de aquellas necesarias para financiar una razonable red de protección social, son bien intencionadas, pero absolutamente contraproducentes. Al respecto, jamás debemos olvidar que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.