Democracia Deliberativa y Formación Ciudadana

Anuncio
Democracia Deliberativa y Formación Ciudadana
Una aproximación a Jürgen Habermas 1
Carolina Pallas
Como es harto sabido la educación y la democracia son prácticas que se
retroalimentan; por ello para determinar qué educación, es previa la pregunta sobre
qué democracia. A su vez, toda teoría de la democracia requiere una concepción de
ciudadano, y es esta la que opera como un puente con la educación que se aspira.
Desde diferentes contiendas ideológicas se reclama como tarea imprescindible e
imperiosa de la educación la formación ciudadana. Pero ¿estamos refiriéndonos
todos al mismo tipo de democracia? ¿Tenemos todos la misma concepción de
ciudadano? Creemos que no, por lo que se hace necesario, antes de delinear a cuál
formación ciudadana apelamos, determinar a qué democracia nos referimos.
En este artículo pretendemos presentar qué formación ciudadana requiere la teoría
de la democracia deliberativa, y para ello comenzaremos presentando los dos
modelos de democracia dominantes hasta el momento: liberal y republicana. En un
análisis de las ventajas y las insuficiencias de ellas es que aparece la teoría
habermasiana de democracia deliberativa. La teoría de la democracia deliberativa
del alemán Jürgen Habermas además de ser una de las más discutidas en la
actualidad, se nos presenta muy atractiva y sugestiva por las perspectivas que
despliega.
El artículo está dividido en tres partes: en primer lugar se expondrán la perspectiva
de la democracia liberal y republicana, con sus correspondientes concepciones de
ciudadanía (I). En segundo lugar presentaremos la teoría de la democracia
deliberativa habermasiana (II). Y finalmente, a la luz de esta propuesta,
interpretaremos la noción de ciudadanía y los requisitos de su formación (III).
(I) Teorías de la Democracia.
El núcleo de toda teoría democrática está en quién está autorizado a tomar
decisiones colectivas y bajo qué procedimientos. La democracia se legitima si la
autorización para ejercer el poder estatal surge “de las decisiones colectivas de los
miembros iguales de un sociedad, quienes son gobernados por ese poder”.1
Las teorías de la democracia, en tanto se determinarán por “lo que requiere una
decisión para ser colectiva,
autorizada por los ciudadanos como cuerpo”2,
demandarán una concepción de ciudadano.
Quién decide, sobre qué asuntos y cómo se decide nos lleva a las diferentes teorías
de la democracia. ¿Cómo se llega a decisiones colectivas? ¿Cómo traducir muchas
voluntades en una? ¿Cómo tratar por iguales a los miembros de una sociedad para
conseguir la voluntad colectiva? Nos encontramos con dos respuestas a estas
preguntas:
- o acumulando preferencias y tomando por igual consideración a los intereses
de cada persona
1
Publicado en Revista Conversación. Revista Interdisciplinaria de Reflexión y Experiencia Educativa. Nº8,
Montevideo; Setiembre 2004.
o por un proceso de transformación de las preferencias de los miembros de la
sociedad.
Para el primer caso la democracia se agota con la agregación de preferencias, ya
que los intereses de los individuos se toman como dados e irreductibles; para el
segundo pueden modificarse, a través de un proceso de convencimiento, y la
democracia tiene que ver sobre todo, con la formación de la voluntad colectiva a
través de discusiones públicas.
Felix Ovejero, denomina al primer grupo “democracia como instrumento”: “los
votantes, como sucede con los consumidores, se enfrentarían a diversas opciones y
elegirían según su parecer, según sus preferencias, de modo que, al fin, el estado
social (la voluntad general) obtenido será aquel que satisface al máximo número de
individuos. (...) La democracia no sería otra cosa que un instrumento imparcial, un
conjunto de reglas que permite traducir muchas voluntades en pocas, una función
matemática que tiene como dominio las preferencias de los individuos y como rango
una voluntad general. (....) Aquello que se evalúa, justifica y da sentido a ese
conjunto de reglas que es la democracia es su potencialidad para acceder a cierto
estado final, sus consecuencias, y es –la deseabilidad de- el estado final lo que lleva
a construir el instrumento democracia.” 3 La democracia se justifica mientras obtenga
ciertos resultados, sino habría que buscar otro instrumento para el resultado
deseable.
Para la segunda respuesta, en la que la democracia tiene valor en sí misma, las
decisiones son colectivas si surgen del razonamiento libre y público. “Los
ciudadanos se tratan recíprocamente como iguales, no al otorgar una consideración
equivalente a los intereses –quizás algunos intereses deban ser descartados por las
disposiciones de elección colectiva vinculantesino al ofrecer mutuamente
justificaciones para el ejercicio del poder colectivo enmarcado en consideraciones
que pueden, de un modo general, ser reconocidas por todos como razones.”4
-
La necesidad de fomentar el sentido de pertenencia a la comunidad y la necesaria
cohesión social, propias de toda democracia, no puede lograrse sólo por la voluntad
de la ley, sino que exige de los ciudadanos su decisión libre de adhesión y también
de participación: la llamada “civilidad”. Estas concepciones de democracia
discutirán sobre la necesidad y el cómo de la participación en el proceso de
construcción de la comunidad política.
La naturaleza de la ciudadanía es primeramente ser una relación política entre el
individuo y la comunidad, es el reconocimiento oficial de la integración del individuo
a la comunidad política.
Este concepto tiene dos raíces: la griega y la romana.
Para Pericles todos los atenienses son capaces de participar en la
comunidad, y todos tienen que atender a la vez sus asuntos privados y públicos. La
discusión racional no es considerada inútil, o un estorbo para la acción; sino
indispensable y preliminar a cualquier decisión: “es perjudicial no examinar las cosas
a fondo con los debates, antes de pasar a la acción”.5 Desde esta perspectiva el
ciudadano se ocupa de las cuestiones públicas y no se contenta con dedicarse a lo
privado, el hombre es tal si actúa en política. Sabe también que la mejor manera de
tratar los asuntos públicos es la deliberación.
El ciudadano romano, en cambio, ya no es el que participa sino aquel
individuo que tiene garantizado los derechos. El acto político por excelencia es votar
representantes, elegir candidatos; y estos se juzgan al final de su mandato en la
media que son o no reelectos.
Para Habermas el modelo liberal presenta la política como una mediación entre lo
público y lo privado, y por esta escisión la función del Estado es proteger los
derechos privados. Por ello el papel del ciudadano se reduce a ser mero portador
de derechos que debe asegurar sus intereses privados tanto del Estado como del
resto de los individuos. La ciudadanía es una especie de caparazón que protege al
individuo del resto.
Los republicanos no entienden la política como una mediación, sino como la
actividad constitutiva de la socialización, por lo que no alcanza la esfera de
protección de los derechos privados, sino que son necesarias las libertades positivas
de participación y comunicación. El ciudadano debe ser un sujeto responsable que
detenta el poder, deciden sus metas comunes y cómo perseguirlas, por lo que exige
un rol activo al ciudadano (tal como lo afirmaba Pericles). 6
Para la concepción liberal, en la que la política es el medio para realizar en la
vida privada los ideales de felicidad, el ciudadano es receptor-pasivo-votante,
y esencialmente portador de derechos.
Para la concepción republicana, la política es el ámbito en el que los hombres
buscan conjuntamente su bien, persiguen el bien común, el ciudadano es
constructor-activo-participante, y es el soberano.
La soberanía del pueblo y los derechos del hombre se presentan como los dos
aspectos fundamentales de la democracia. Sin embargo, la historia de la democracia
es la historia de la progresiva separación de estos dos principios.
La idea de soberanía popular tendió a deformarse en la selección de elites y el
resguardo de los derechos del hombre, con demasiada frecuencia, quedó reducido a
la defensa de la propiedad.
Si bien liberales y republicanos comparten los dos principios, se diferencian en el
acento: los Liberales están principalmente preocupados por los derechos y
defenderlos de los abusos de la soberanía, el problema que les desvela es la tiranía
de la mayoría; y los Republicanos centran su teoría en la soberanía popular
compartida, y los derechos son producto de la soberanía.
Es necesario, pues, que la democracia combine esta integración, es decir, la
ciudadanía, que supone en primer lugar la libertad de las elecciones políticas, con el
respeto de las identidades, las necesidades y los derechos.
(II) La Democracia Deliberativa de Habermas.
El núcleo de la propuesta de Habermas se “apoya en las condiciones comunicativas
bajo las cuales el proceso político tiene para sí la presunción de producir resultados
racionales porque se lleva a cabo en toda su extensión de modo deliberativo”7;
aunque contará con elementos de ambas perspectivas.
Habermas, siguiendo al republicanismo, tomará la necesidad de vinculación
entre los miembros de una comunidad para ejercer el poder, como también la
posibilidad de llegar a acuerdos. El problema está en que, en el marco del creciente
pluralismo de culturas y de formas de vida de las sociedades actuales8, no puede
haber acuerdo total sobre todo y es posible superar las divergencias sólo en los
aspectos básicos de la convivencia, en un nivel de consenso ético, pero sobre
cuestiones políticas opera la negociación y el compromiso. Los republicanos no
diferencian entre estos niveles y la política queda inmersa en la ética.
Habermas sostiene que la ventaja del modelo republicano es la “autoorganización de
la sociedad mediante ciudadanos unidos de manera comunicativa”, aunque tiene el
inconveniente de ser “demasiado idealista y hace depender el proceso democrático
de las virtudes de los ciudadanos orientados hacia el bien común. La política no
consiste sólo en la autocomprensión ética, el error radica en el estrechamiento ético
al que son sometidos los discursos políticos.”9
Este nivel donde es imposible el consenso debido a las sociedades plurales
actuales, lo acerca a la propuesta liberal en la medida que el modelo republicano
idealiza la política, ya que desde esta perspectiva todo puede resolverse en términos
de consenso comunicativo. Este acento en el consenso implica, para Habermas,
demasiada confianza en la comunicación.
Pero se distancia del liberalismo – donde la ética no juega ningún papel político- en
la medida que entiende que la ética es fundante, es la condición de legitimidad del
proceso político.
Si en el modelo liberal tiene prioridad la autonomía privada sobre la dimensión
pública, lo contrario ocurre en el republicanismo. Habermas se ubica en un punto
medio: ambas dimensiones serían complementarias, igual de importantes y
asentadas en un origen común, son “co-originales”. El ciudadano no podría hacer un
uso de su autonomía pública si no poseyera la independencia necesaria garantizada
por la autonomía privada; y, a la inversa, no podría asegurarse esta última si no
puede hacer un uso adecuado de su autonomía pública. El objetivo es que se
restrinjan simétricamente, de forma que se encuentren en una situación de equilibrio
mutuo. No hay escisión entre autonomía privada y pública; ambas se posibilitan y
condicionan mutuamente.10
Estos dos momentos “tienen que conciliarse de manera que una autonomía no
perjudique a la otra.(...) la autonomía política de los ciudadanos debe tomar cuerpo
en la autoorganización de una comunidad que se de a sí misma sus leyes a través
de la soberanía popular. Por su parte, la autonomía privada de los ciudadanos debe
tomar cuerpo en derechos fundamentales que garantizan el imperio anónimo de la
ley.” 11
No habiendo primacía ni de los derechos humanos ni de la soberanía popular,
siendo su relación de reciprocidad, se requiere que se aseguren los derechos
privados de forma homogénea y , a la vez, exige que los ciudadanos se
comprendan como autores mismos del derecho.
De esta forma resuelve la tensión entre los dos principios democráticos, los que no
han de presentarse como dos extremos opuestos: su propuesta implicará la
complementariedad entre derechos del hombre y soberanía popular.
¿Cómo complementar estos dos pilares de la democracia?
Los derechos son aquellos que los ciudadanos han de reconocerse mutuamente si
quieren regular legítimamente su convivencia, y para lograr esto “del único sitio de
donde ese proceso puede obtener su fuerza legitimadora es del proceso de un
entendimiento de los ciudadanos acerca de las reglas que han de regir su
convivencia.” 12
“La teoría del discurso cuenta con la intersubjetividad de orden superior que
representan los procesos de entendimiento que se efectúan a través de los
procedimientos democráticos o en la red de comunicación de los espacios públicos
políticos.” Entendida la soberanía popular como intersubjetividad a partir de
determinados procedimientos, estos funcionan como “esclusa para la racionalización
discursiva de las decisiones de una administración y un gobierno ligado al derecho y
la ley. Racionalización significa más que mera legitimación, pero menos que
constitución del poder.”13
Este sistema de esclusas es, desde nuestro punto de vista, central para
entender cuál es el papel del ciudadano para Habermas.
Habermas entiende que los sujetos modernos actuales de las sociedades complejas
ya no se pueden basar para vivir en común en mitos, religiones o en cosmovisiones
metafísicas -no hay solución o acuerdo en estas discrepancias- pero pueden
encontrar formas comunes de convivencia, porque la necesidad de vínculos sociales
se mantiene.
Únicamente puede haber democracia si los ciudadanos, más allá de sus ideas y sus
intereses particulares, pueden entenderse sobre proposiciones aceptadas por todos.
Se trata de consolidar la coexistencia y la comunicación entre posiciones, opiniones
o gustos que se presentan primero como puramente subjetivos, y por lo tanto,
reacios a toda integración. Para Habermas, esto es posible, pero, ¿cómo vincular lo
universal con lo particular? ¿Qué forma de gobierno en el marco del pluralismo
razonable en las sociedades actuales complejas? Mediante la comunicación y más
concretamente, a través de la discusión y la argumentación.14
Como aspira Habermas “una teoría democrática que pretenda garantizar la
necesaria cohesión social debe presentarse de tal modo que pueda ser compartida
por todos los ciudadanos, cualesquiera que sean las creencias que profesen y los
modos de vida que sigan. Eso no significa, empero, que los asuntos éticos – las
cuestiones referentes a la identidad personal y las concepciones de bien- y, sobre
todo, los morales –relativos a las cuestiones de justicia social- no deban ser objeto
de discusión pública, sino tan sólo que las condiciones y los presupuestos de los
procedimientos de deliberación y toma de decisiones sobre tales cuestiones deben
ser estrictamente neutrales de las visiones particulares del mundo”.15
Para ello presentará un modelo normativo de democracia deliberativa, la que tendrá
en cuenta “el derecho a mantener la propia forma de vida cultural y la obligación de
aceptar el marco político de convivencia definido por los principios constitucionales y
los derechos humanos.”16
Desde esta perspectiva, la pregunta que nos hacíamos inicialmente sobre la
formación de la voluntad colectiva, se responde de la siguiente manera: no se tiene
igual consideración a todas las preferencias, se podría descartar alguna por no
poder ser presentados en el lenguaje comunicativo. Solo toma en cuenta
preferencias procesadas en la opinión pública y descarta lo que no puede pasar por
el proceso de deliberación.
Si el poder político debe justificarse por razones públicas, el problema está en el
pasaje de la deliberación individual a la colectiva.
En la democracia liberal no hay deliberación ya que no puedo demostrar la verdad
de unos fines sobre otros, cuales deben ser preferibles. Entre fines no puede haber
transacciones: se debe votar. Este escepticismo - no es posible acuerdos sobre
fines- concluye en la agregación de fines.
Desde la perspectiva analizada, si bien se admite la pluralidad se confía en la
posibilidad de discutir sobre fines, estos no son irreductibles. En la medida que se
considera posible el acuerdo racional se separa de la propuesta lockeana –
únicamente es posible la transacción y negociación-.
Tomando su teoría de la acción comunicativa17, Habermas entiende, que en política
hay distintos niveles de toma de decisiones.
En política se discute y se resuelve en común sobre cosas que no tienen por qué
tener un consenso último. No tiene por qué haber unanimidad, y serán necesarias
también las transacciones y la negociación. La acción política es comunicativa, y
tiene también fines estratégicos18. Para ser "racionales", los discursos propios de la
política no exigen sin embargo la "unanimidad", aquí impera el principio de la
mayoría, aunque las decisiones mayoritarias puedan ser siempre revocables.
“Según la clase de cuestión que se trate, los tipos de discursos y las negociaciones
desempeñan, en lo que a la lógica de la argumentación se refiere, papeles distintos
en lo tocante a una formación racional de la voluntad política.”19
El multiculturalismo actual nos plantea el problema de la neutralidad ética de la
acción política, aunque sea necesaria la interacción y el auto reconocimiento que
implican metas colectivas. ¿Cómo lograr y expresar la aceptabilidad de los
ciudadanos en las decisiones políticas?
Sin caer, como pretende el republicanismo, en una autocomprensión total ético
política de los miembros de una sociedad, es necesario incluir acuerdos éticos
básicos, por ejemplo la capacidad de convivir en términos de igualdad las distintas
formas de vida. Tendrá cada “ciudadano una oportunidad asegurada de crecer de
una manera sana en el mundo de una cultura heredada y de dejar crecer a sus hijos
en ella, esto es, la oportunidad de confrontarse con esa cultura -como con todas las
demás-, de proseguirlas de manera convencional o de transformarla, así como la
oportunidad de separase con indiferencia de sus imperativos o de renegar de modo
autocrítico...”20
Pero sólo serán toleradas aquellas “formas de vida que se articulan en el contexto
de tradiciones no fundamentalistas, porque la coexistencia en igualdad de derechos
de estas formas de vida requiere el reconocimiento recíproco de los diferentes tipos
de pertenencia cultural: toda persona debe ser también reconocida como miembro
de comunidades integradas cada una entorno a distintas concepciones del bien. La
integración ética de grupos y subculturas con sus propias identidades colectivas
debe encontrarse, pues, desvinculada del nivel de integración política, de carácter
abstracto, que abarca a todos los ciudadanos en igual medida.”21
Es decisivo en la propuesta de Habermas conservar la distinción entre estos dos
tipos de integración. Si bien no es posible lograr un consenso sustantivo sobre
valores, es posible consensuar “el procedimiento legislativo legítimo y sobre el
ejercicio del poder. Los ciudadanos integrados políticamente participan de la convicción motivada racionalmente de que, con el desencadenamiento de las libertades
comunicativas en la esfera pública política, el procedimiento democrático de
resolución de conflictos y la canalización del poder con medios propios del Estado
de derecho fundamentan una visión sobre la domesticación del poder ilegítimo y
sobre el empleo del poder administrativo en igual interés de todos. El universalismo
de los principios jurídicos se refleja en un consenso procedimental que, por cierto,
debe insertarse en el contexto de una cultura política, determinada siempre
históricamente, a la que podría denominarse patriotismo constitucional.”22
Habermas concibe la constitución democrática a dos niveles. Un primer nivel básico,
en el cual es necesario superar las divergencias a través de un consenso, que nos
permita asegurar los valores fundamentales de convivencia: derechos
constitucionales. Y un segundo nivel de toma de decisiones donde opera la
negociación y el compromiso. Tomando como posible la capacidad de llegar a un
acuerdo, aunque no necesariamente ético, pero si el modo en que se llega lo es;
Habermas entiende así que la ética es la posibilidad de legitimación de la política, en
la medida que deben salvaguardarse los derechos fundamentales.
En su búsqueda de legitimar el estado democrático de derecho, Habermas se adhiere
al derecho natural de corte racionalista: "partiendo de los planteamientos del derecho
natural racional trato de mostrar cómo, en la situación de las sociedades complejas
como son las nuestras, cabe entender de modo distinto y nuevo la vieja promesa de
una autoorganización jurídica de ciudadanos libres e iguales". Para Habermas esta
razón inspiradora del orden jurídico es la razón comunicativa, que se descifra, como su
nombre lo indica, en el lenguaje: “como un medio universal de plasmación de la razón".
23
Otra distinción esclarecedora en la teoría habermasiana, es la que realiza en el
interior del sistema político: ámbito de poder administrativo y el de poder
comunicativo.
El poder político deriva del poder comunicativo emanado de los ciudadanos. “Los
resultados de la política deliberativa pueden entenderse como poder
comunicativamente generado que, por un lado, entra en competencia con el
potencial de poder de actores capaces de hace valer su amenaza de forma electiva
y, por otro, con el poder administrativamente de quienes ocupan cargos”.24
El poder comunicativo tiene que ver con la posibilidad de producir discursivamente
motivaciones y convicciones compartidas, que se concretan en una voluntad común;
y el poder político concierne a la pretensión de dominio sobre el sistema político y el
empleo del poder político.
El poder comunicativo se transforma en poder
administrativo en la medida que puede promover la creación de leyes (Derecho):
“ Por eso propongo considerar el derecho como el medio a través del cual el poder
comunicativo se transforma en administrativo. Pues la transformación de poder
comunicativo en poder administrativo tiene el sentido de un facultamiento
autorización, es decir, de un otorgar poder en el marco del sistema o jerarquía de
cargos establecidos por las leyes. La idea de Estado de derecho puede interpretarse
entonces en general como la exigencia de ligar el poder administrativo, regido por el
código «poder», al poder comunicativo creador de derecho, y mantenerlo libre de las
interferencias del poder social, es decir, de la fáctica capacidad de imponerse que
tienen los intereses privilegiados”.25
Los procedimientos democráticos estatuidos en términos de Estado de derecho
permiten que los resultados de la formación de la voluntad colectiva se realicen en
dos instancias: una formal o parlamentaria y otra informal: la esfera pública.
El Parlamento -dejando de lado aspectos fundamentales como su composición, su
trabajo, su status y el modo de decisión-, es donde se toman las decisiones, el que
elaborará las normas, los programas, etc; a través de la articulación comunicativa:
“el parlamento que representa la voluntad popular en los sistemas constitucionales,
es desde su punto de vista la caja de resonancia más reputada de lo que acontece
en la esfera pública.”26
El poder comunicativo encarna, de esta manera, la búsqueda habermasiana de la
relación entre facticidad y validez: en tanto poder es fáctico; en tanto comunicativo
es válido. Por ejemplo, si el parlamento es elegido legítimamente y existiendo
instancias adecuadas de deliberación pública; sus resoluciones serán aceptadas
como válidas.
Se puede esperar resultados racionales en la medida en que la formación de la
opinión dentro de las instancias parlamentarias permanezca sensible a los
resultados de una formación informal de la opinión, formación que no puede brotar
sino de espacios públicos autónomos.
La esfera pública no es una organización institucional, con normas y competencias
establecidas y reguladas y delimitadas; sino que por el contrario se caracteriza por
ser un horizonte abierto, poroso y desplazable hacia el exterior. “El espacio de la
opinión pública, como mejor puede describirse es como una red para la
comunicación de contenidos y tomas de postura, es decir, de opiniones, y en él los
flujos de comunicación quedan filtrados y sintetizados de tal suerte que se
condensan en opiniones públicas agavilladas en torno a temas específicos.”27
De lo que se trata es que el poder administrativo no se vuelva independiente de los
espacios comunicativos democráticos provenientes de los contextos informales de
comunicación del espacio público ciudadano, de la red de asociaciones y de la
esfera privada. Es necesario la existencia de circuitos de comunicación, foros
deliberativos, que si bien no mandan dirigen el poder administrativo en determinada
dirección.
Esto constituye lo que denominara “sistema de esclusas”: el centro, formado por la
política institucional -el Gobierno y la Administración, los tribunales de justicia y el
sistema representativo y electoral (cámaras parlamentarias, elecciones políticas,
competencia partidista, etc.), y la periferia constituida por la acción de una "esfera
pública" integrada por todo tipo de grupos y organizaciones sociales, capaces de
conformar, alterar o impulsar la opinión del público y que a su vez ejerce influencia y
condiciona decisivamente las operaciones del "centro".
¿Cómo entiende Habermas el espació de formación de la opinión pública?
Consiste en una red abierta e inclusiva de espacios públicos subculturales pluralistas- que se solapan unos con otros, con límites temporales, sociales y
objetivos fluidos. Estos espacios se forman de manera más o menos espontánea
dentro de un marco garantizado en términos de derechos fundamentales. El total de
estos espacios públicos no se dejan organizar en conjunto, constituyen un “complejo
salvaje”, y a causa de su estructura anárquica está expuesto, a diferencia del
parlamentario, a los efectos de represión y exclusión provenientes de la desigual
distribución del poder social y la comunicación distorsionada. Tiene la ventaja de ser
un medio de comunicación menos restringida, más sensible a novedades, al
autoentedimiento con mayor articulación de necesidades.28 Es en esa red de redes
donde se formulan las necesidades, se elaboran las propuestas políticas concretas y
donde se controla la realización efectiva de los principios y reglas constitucionales
Estos espacios, que escapan a la regulación político administrativa, son tales
por la forma en cómo se producen (espontaneidad, autonomía, etc.) y por el
amplio asentimiento por el que vienen sustentados (deben estar compuestos
de los contextos de comunicación de los potencialmente afectados, es un
público que se recluta de la totalidad de ciudadanos). Esta sociedad civil está
deslindada de los demás subsitemas: como el Estado, la economía.
En la medida que el núcleo de la democracia deliberativa está en que las decisiones
colectivas son las que se logran por un proceso público de discusión y razonamiento
entre seres libres e iguales, resulta necesario establecer las condiciones de este
proceso:
¿Qué es lo que posibilita la comunicación y la argumentación que legitime el
poder político?
¿Cómo es posible la discusión crítica y abierta de asuntos de interés general?
En primer lugar, como ya vimos, la existencia de un espacio público -lugar donde las
preferencias pueden modificarse-. Es necesario un contexto social que permita la
libertad de expresión del pensamiento, de participación, y de organización. Estos
procesos de formación de la voluntad política no institucionalizados, que se
encuentran en las diferentes redes que conforman la sociedad civil requiere entre
otras cosas de asociaciones como partidos políticos, sindicatos, foros de discusión,
asociaciones de vecinos, organizaciones no gubernamentales, etc; y medios de
comunicación.
En segundo lugar, sujetos libres, iguales y racionales, que acepten que las
decisiones que se toman tiene valor colectivo. El mutuo compromiso de ciudadanos
de aceptar y orientarse por el poder colectivo.
En tercer lugar, el poder colectivo, que conlleva la deliberación. Supone la
presentación de razones que sean aceptables y el estar dispuesto a aceptar razones
-razones públicas, de intereses universales no de fracciones ni de personas-. El
proceso deliberativo no sólo incluye la apelación a la razón, sino que supone que se
sea imparcial: desinteresado y desapasionado.
Estas tres nociones nos remiten a las condiciones que debe tener el ciudadano en la
teoría de la democracia de Habermas.
(III) El ciudadano habermasiano y su formación
En esta parte intentaremos precisar cuales son los requisitos que caracterizan al
“buen ciudadano” habermasiano.
El principio democrático “todo poder del estado proviene del pueblo” significa para
Habermas que no puede haber soberano alguno y lo fundamental será la circulación
de deliberaciones y decisiones estructuradas racionalmente. Lo que se realiza a
través de los presupuestos y las condiciones de la comunicación; y por los
procedimientos de formación de la opinión y la voluntad pública, implicando como
consecuencia un determinado tipo de ciudadano: autónomos incorporados al
Estado, con determinadas praxis de discusión y debate, de participación política en
elecciones, etc.
Entendiendo la democracia como el proceso de discusión y argumentación de
formación de una voluntad común por parte de todos los afectados por la decisión
colectiva, y estos son los ciudadanos, Habermas tomará como punto de partida a
Rousseau: el ciudadano democrático se distingue por poder entenderse no sólo
como destinatario de las leyes, sino también como su autor.
Rousseau distingue entre el mero sometimiento de individuos a un amo y la
asociación de éstos a un pacto. El primero, consiste en un acto de sumisión, donde
reina la voluntad de quien ejerce el poder, en cambio, en el acto de asociación existe
una manifestación de la voluntad de los individuos para reunirse y que es previo a la
elección de la persona que ostentará el poder.
El concepto de ciudadano reemplaza el pacto de sumisión de los hombres, por el
contrato social que Rousseau propone y lo resume en los siguientes términos: "Cada
uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema
dirección de la voluntad general; y nosotros recibimos corporativamente a cada
miembro como parte indivisible del todo".29
Este hombre que se convierte en ciudadano reconoce que más allá de los intereses
particulares de cada uno, existen intereses comunes como producto del vínculo
social, y sobre la base de ese bien común es que la sociedad debe ser gobernada.
Cada hombre cede su libertad natural a ese cuerpo político, a cambio de recibir una
libertad civil, asegurada y protegida mediante reglas y procedimientos iguales para
todos. Este ciudadano, tiene como consecuencia, que es igual ante todos los demás
y correspondientemente compensado en derechos, bienes y deberes.
Para Habermas la aparición del concepto rousseauniano de ciudadanía “significa la
transformación de la dominación política o poder político en autolegislación, (...)
pero en el lenguaje jurista «ciudadanía» sólo ha tenido durante mucho tiempo el
sentido de «pertenencia a un Estado» o «nacionalidad»; sólo recientemente ha sido
ampliado el concepto en el sentido de un status de ciudadano circunscrito por los
derechos civiles (...)”.30
En 1990, en “Ciudadanía e Identidad Nacional”, tras la presentación de las dos
interpretaciones contrarias de la ciudadanía, liberal y democrática, Habermas realiza
el análisis de sus ventajas e inconvenientes buscando constituir un concepto
normativo de ciudadano: toma del modelo liberal la defensa irrenunciable de los
derechos subjetivos y del modelo republicano, la importancia del poder
comunicativo, único capaz de legitimar la vida pública.
En su modelo de democracia, lo decisivo es saber como se expresa la voluntad de
los ciudadanos, qué procedimientos se siguen para obtenerla. Y tras el intento de
conciliar la autonomía pública y la privada es necesario “ensanchar el marco formal
de la democracia representativa: se trataría tanto de profundizar en los elementos de
participación ciudadana ya existentes mediante el fomento de una cultura política
activa como de asegurar los contenidos materiales de carácter distributivo
establecidos por el estado de bienestar con el fin de neutralizar las indeseadas
consecuencias no igualitarias de la economía de mercado.”31
Habermas tomará de forma “suave” el carácter constitutivo que tiene la actividad
política en el hombre para los republicanos: “la autonomía política es un fin en sí que
nadie puede realizar por sí solo, es decir, persiguiendo privadamente sus propios
intereses, sino que sólo puede realizarse por todos en común por la vía de una
praxis intersubjetivamente compartida.”
Si bien entiende que el ciudadano “se constituye mediante una red de relaciones
igualitarias de reconocimiento recíproco... [que] exige de cada uno el adoptar
perspectivas de participante en primera persona del plural, y no sólo la de un
observador o actor que orienta en cada caso su propio éxito.”, el problema con el
que se encuentra es que este reconocimiento implica esfuerzos cooperativos de una
práctica que no se puede imponer. Dicho de otra manera, nadie puede ser obligado
a ser ciudadano, a participar políticamente, porque el sistema sería autoritario y
totalitario.“Por eso el status de ciudadano jurídicamente constituido depende para su
desarrollo y ejercicio de la facilitación que le presente un trasfondo consonante de
motivos e intenciones de un ciudadano orientado al bien común, que no pueden
forzarse ni urgirse por la vía del derecho.”32
Frente a la concepción liberal "pasiva", dado su énfasis en los derechos puramente
privados y en la ausencia de toda obligación de participar en la vida pública,
Habermas entiende que hay que revertir el papel pasivo y marginal que tiene el
ciudadano liberal, que sólo toma en cuenta el interés individual, sin auto
comprenderse en una práctica política común. Pero su acercamiento a la concepción
republicana de ciudadano tiene su límite, en tanto no toma en cuenta cómo
efectivamente se puede hacer uso del rol de ciudadano, cómo se vehiculiza el
ejercicio real de los libertades políticas. La vida privada también necesita ser
protegida.
“La idea básica republicana de la integración políticamente autoconsciente de una
comunidad de libres e iguales es, a todas luces, demasiado concreta y simple para
las condiciones modernas, y en todo caso lo es cuando, como base de ella, se
piensa en una nación, o incluso, en una comunidad de destino étnicamente
homogénea e integrada por tradiciones comunes. Hoy necesitamos un modelo
distinto de democracia.”33
Por otro lado, la participación directa ya no es una posición realista, y Habermas
busca siempre la tensión entre lo real y lo normativo: “hoy la soberanía ciudadana
del pueblo no tiene otra materialización posible que los procedimientos jurídicamente
institucionalizados y los procesos informales de una formación más o menos
discursiva de la opinión y voluntad políticas. (...) Hoy la masa de la población sólo
puede ejercer ya sus derechos de participación política por vía de integrarse en, y
ejercer influencia sobre, la circulación informal de la opinión pública, circulación no
organizable en conjunto (...)” y dejaría de ser más que una agregación de intereses
particulares prepolíticos y el goce pasivo de derechos paternalistamente otorgados.32
Por eso es central el papel de los espacios públicos, anónimos, espontáneos,
influyentes en los organismos de decisión publica.
En Tres modelos normativos de democracia (1992), deslinda el concepto de
ciudadanía tanto: “como un actor colectivo en el que todo se refleja y actúa por sí
(...) [ni como] actores individuales que actúan como variables dependientes en los
procesos de poder que transcurren de manera ciega, ya que más allá del actor
individual de votar no puede darse ninguna decisión colectiva plenamente
conciente”.34
Como lo hemos repetido reiteradas veces, se basará en la “intersubjetividad” que
representan los procesos de la formación de la voluntad colectiva, ya sea de manera
informal como la red de comunicaciones de la opinión pública (poder no oficial) que
desemboca en el poder oficial (o forma institucionalizada –parlamento-), convirtiendo
el poder producido comunicativamente en poder utilizable administrativamente.
Los espacios públicos, como contexto de justificación de la autoridad política, están
formados por los ciudadanos y es el medio propio de la interacción comunicativa.
Este intercambio comunicativo produce argumentos, influencias y opiniones.
“El desarrollo y la consolidación de una política deliberativa, la teoría del discurso los
hace depender, no de una ciudadanía colectivamente capaz de acción, sino de la
institucionalización de los correspondientes procedimientos y presupuestos
comunicativos, así como de la interacción de deliberaciones institucionalizadas con
opiniones públicas desarrolladas informalmente.”36
Antes de caracterizar las deliberaciones, debemos detenernos en una de las ideas
centrales de la democracia deliberativa habermasiana: la discusión es entre
ciudadanos libres, iguales y racionales. Si bien estas se explicarán mejor en el
análisis que realizaremos inmediatamente, creemos necesario realizar algunas
precisiones: Por un lado: las ideas de igualdad y libertad, significan que los
ciudadanos son tratados como libres e iguales en el debate. Esto dependerá de las
condiciones de la deliberación. Pero además, el ser racionales, es lo que también
posibilita la discusión: porque por ello, somos capaces de «ponerse en el lugar de
cualquier otro» es lo que se denomina el punto de vista moral, que evita la
parcialidad y atendiendo la ética del discurso: la necesidad de asumir el carácter de
interlocutor válido del que goza cualquier ser dotado de competencia comunicativa.
La idea de juicio imparcial consiste en tomar en cuenta no lo que deseamos o nos
conviene, sino lo que cualquiera podría querer desde la perspectiva de la igualdad y
la universalidad.
Esto nos emprende en la tarea de caracterizar la deliberación, requisito
fundamental del ciudadano habermasiano. En Facticidad y Validez (1992) toma en
cuenta la caracterización que realiza Josua Cohen del procedimiento ideal de
deliberación y toma de decisiones:
Las deliberaciones se realizan en forma argumentativa, es decir, mediante el
intercambio regulado de informaciones y razones entre partes que hacen propuestas
y las someten a crítica.
Las deliberaciones son «inclusivas» y públicas. En principio no puede excluirse a
nadie; todos los que pueden verse afectados por las resoluciones han de tener las
mismas oportunidades de acceso y participación.
Las deliberación están exentas de coerciones externas. Los participantes son
soberanos en la medida en que sólo están ligados a los presupuestos comunicativos
y reglas procedimentales de la argumentación.
Las deliberaciones están exentas de coerciones internas que puedan mermar la
igual posición de los participantes. Todos tienen la misma oportunidad de ser
escuchados, de introducir temas, de hacer contribuciones, de hacer propuestas, y de
criticarlas. Las posturas de afirmación o negación vienen sólo motivadas por la
coerción sin coerciones del mejor argumento.”37
¿Qué nos reclama esta caracterización de la deliberación? Las capacidades
que necesitan los ciudadanos parecen ser rigurosas y exigentes: reflexionar y
hacerlo adecuadamente, saber escuchar, saber deliberar, no excluir y tolerar a
los “otros”.38
Tres elementos nos resultan básicos: la argumentación, la información y la cultura
política -formación y práctica ciudadana-.
Capacidad Argumentativa
Reiteremos que la democracia habermasiana gira en torno a la transformación de
preferencias y no a la mera acumulación de ellas, esto implica que la deliberación
exige no sólo el diálogo sincero y el explicitar razones; sino que “nos compromete
con la disposición a cambiar el propio juicio. Sostener que mi juicio es correcto
supone admitir que es defendible por razones, al invocar razones reconozco que mis
preferencias están subordinadas a un tribunal que muy bien puede mostrar- a mí,
que soy el que lo invoca- que estoy equivocado: mi compromiso no es con las
preferencias, sino con la argumentación que la fundamenta. En ese sentido,
rectificar mi juicio es, en rigor, confirmar la corrección de mi sistema de
fundamentación.”39
Que todas las ideas (menos el fundamentalismo, que no dan cabida a otras
interpretaciones, ver cita 21) tienen presumiblemente el mismo valor, es lo que
constituye el sentido del respeto y la tolerancia democrática. Se quiere decir que,
todas las valoraciones, preferencias e intereses pueden ser sometidas al foro, a la
discusión pública, pero no todas tendrán igual valor. Esto también consiste en que
es posible demostrar que no todo es lo mismo, no todas las ideas valen per se: La
democracia se justifica como un procedimiento para determinar las mejores ideas, y
el procedimiento requiere que todas las ideas se puedan expresar.40
El diálogo hace posible que en la relación con el “otro” y el “diferente” pueda
desarrollarse un intercambio. Ese intercambio de opiniones posibilita la comprensión
recíproca, que tiene como consecuencia, por un lado, no usar la violencia en contra
del otro -en contra de quien profesa ideas distintasy por otro lado, el
reconocimiento del otro como igual en dignidad y conocimientos, es decir, reconocer
a todos los participantes la distribución simétrica de oportunidades de hablar y sacar
temas, la libertad para iniciar y mantener una discusión crítica y evaluar
argumentativamente todas las posturas.
El reconocimiento de toda persona como interlocutor válido, con derecho a
expresarse y defender sus argumentos, comprende que las personas no se crean
portadores de la verdad y que es posible llegar a entenderse, aunque no signifique
llegar a acuerdos totales. Estar predispuesto no sólo a aceptar la resolución final
sino a entender que la decisión correcta es la que atiende
a intereses
universalizables y no grupales o individuales.
Supone la empatía con los otros y sus problemas, tomar la autonomía de los demás
y la nuestra en serio, atender igualmente los derechos e intereses de todos, respetar
al interlocutor desde la solidaridad: pensar poniéndose en su lugar.
Información
La discusión racional debe estar enmarcada no sólo en los derechos de libre
pensamiento y participación; sino que – y en este caso creemos que es decisivo- en
la información que tengan los ciudadanos.
Uno de los problemas a los que se tiene que enfrentar Habermas consiste en que la
aparición de los nuevos medios de comunicación, en especial las grandes agencias
de noticias bajo la influencia de los Estados, han convertido al ciudadano en
consumidor de entretenimientos y de noticias presentadas en forma “manipulativa” y
controladora. Tomando las ideas de Parsons sobre la influencia constata que el
espacio público no sólo forma influencia sino que en él se lucha por ejercerla.41
La capacidad de interacción entre los agentes sociales es posible en la medida que
se permita la sinceridad de las expresiones y las críticas abiertas: “Las opiniones
públicas pueden manipularse, pero ni pueden comprarse públicamente, ni tampoco
arrancárselas al público mediante un evidente ejercicio de presión pública. Esta
circunstancia se explica porque un espacio de opinión pública no puede «fabricarse»
a voluntad”.42
Sólo una publicidad crítica permitirá la expresión de los conflictos reales y la
superación de los mismos por la generación de la voluntad común. La publicidad
crítica ejercida por la sociedad civil respecto de los aparatos del Estado, sus formas
de organización y ejecución, constituyen elementos fundamentales de la vida política
democrática.43
Es importante notar que Habermas dotará a este elemento de la "publicidad"
de un valor normativo, aunque sea necesario saber qué hacer para revitalizar ese
tejido comunicativo: “los medios de comunicación de masas han de entenderse
como mandatarios de un público ilustrado, cuya disponibilidad de aprendizaje y
capacidad de crítica presuponen, invocan y a la vez refuerzan, (...) han de preservar
su independencia respecto de los actores políticos y sociales, han de hacer suyos de
forma imparcial las preocupaciones, intereses y temas del público, y a la luz de esos
temas y contribuciones, exponer el proceso político a una crítica reforzada y a una
coerción que lo empuje a legitimarse. Así quedaría neutralizado el poder de los
medios y quedaría bloqueada la transformación del poder administrativo o del poder
social en influencia político-publicística”.44
Más adelante presentamos los inconvenientes que tiene esta presentación que
realiza Habermas.
Formación y Práctica ciudadana
El ciudadano habermasiano exige conciencia no sólo de derechos, sino también de
responsabilidades; es decir, de una participación responsable en el desarrollo del
proyecto comunitario.
Parece necesario que la comunidad política se responsabilice de la formación
ciudadana, sino carecería de sentido involucrarlos en la formación de la opinión
pública.
Para que los ciudadanos, teniendo los canales necesarios, participen de manera
más sistemática, se debe promover e impulsar la importancia que tiene el incidir en
las decisiones públicas, y además, que esto suceda –que realmente incidan- y que
no sea puro fiasco.
Por lo tanto, la propuesta habermasiana exige una nueva cultura y práctica política
ciudadana, la que podemos caracterizar como una actitud propositiva y responsable
en la participación pública por parte de los ciudadanos.
Será necesario quebrar la concepción dominante acerca de la participación, romper
con la desconfianza en la capacidad de los ciudadanos como sujetos políticamente
capaces para ejercer su facultad de decisión y juicio. Esto implica:
o el ciudadano no puede ejercer su tarea y responsabilidad total como
constructor de lo público si el Estado no le reconoce esta posibilidad
como parte de su ciudadanía.
o cambiar la relación ciudadano-político: los representantes emanados
de los procesos electores deben abrirse a una real participación de los
ciudadanos en el ámbito público, promoviendo e integrando a los
ciudadanos al mismo. Esto no significa sustituir las funciones de las
autoridades públicas sino que debe convertirse la autorización de
ejercer el poder político de manera corresponsable: uno influyendo en
las decisiones y el otro escuchando y acatando el mandato que la
ciudadanía le otorgó.
Los ciudadanos deben estar más informados y preparados en cuanto al
funcionamiento de las estructuras e instituciones de gobierno; por lo tanto resulta
necesario que los ciudadanos conozcan las reglas y los procedimientos formales de
la democracia.
La necesidad por parte de los ciudadanos de un conocimiento de sus derechos
ciudadanos y un ejercicio responsable de los mismos, nos plantea que el sistema
educativo esté acorde, teniendo que contribuir a la construcción de espacios
democráticos de donde emerjan ciudadanos participativos. La educación debe
proveer de información, dotar de elementos argumentativos, críticos, de evaluación;
y promover actitudes específicas; rompiendo con la idea de que el gobierno y la
sociedad deben estar separados. Esto quiere decir que nuestro papel de educadores
es facilitar la discusión reflexiva ciudadana. Y como mínimo nos exige que los
estudiantes:
-
-
Conozcan los derechos y obligaciones que como ciudadanos les asignamos a
nuestros gobernantes, y los que nosotros mismos tenemos como ciudadanos.
Entiendan la necesidad de buscar el equilibrio entre los intereses de los
ciudadanos particulares con los otros grupos de ciudadanos como para
alcanzar el interés general.
Entiendan que ningún gobierno puede hacer bien sus funciones si no cuenta
con el apoyo razonado y decidido de la ciudadanía.
También es insoslayable formar en ámbitos de tolerancia (respeto mutuo) y
de pluralismo (diversidad cultural y étnica). Estos dos valores son
prerrequisito para que las condiciones básicas del diálogo se den realmente,
esto implica que se deben admitir y reconocer en principio a todos los actores.
Esta ciudadanía activa, y no de mero observador que evalúa – aunque “débil” en
relación a las exigencias del republicanismo-, es contraria a lo que ha prevalecido
históricamente en amplios sectores de la sociedad: el desinterés en la participación
en los asuntos de interés público.
Habermas insiste en poner el acento en la esfera pública, asentada sobre la
sociedad civil, que son aquellos espacios libres de interferencia estatal y dejados a
la espontaneidad social no regulada por el mercado ni por los poderosos medios de
comunicación. El problema sigue siendo la dificultad de compatibilizar los
presupuestos normativos del modelo al funcionamiento efectivo de las "democracias
reales". Habermas es plenamente consciente de estas dificultades y las tiene bien
en cuenta.
El propio Habermas se presenta escéptico ante la posibilidad de que existan
espacios públicos no manipulados y con influencia real sobre el poder político
administrativo, porque en muchos casos representan intereses de grupos con poder
económico o social, pero es necesario regularlos y corregirlos. Pero la realidad
puede contradecir este aspecto normativo que el pretende:
“... uno tiende a valorar con muchas reservas las oportunidades que la sociedad civil
pueda tener de ejercer influencia sobre el sistema político. Sin embargo, esta
estimación sólo se refiere a un espacio público en estado de reposo. En los instantes
de movilización empiezan a vibrar las estructuras en las que propiamente se apoya
la autoridad de un público que se decide a tomar posición. Pues entonces cambian
las relaciones de fuerza entre la sociedad civil y el sistema político.”45
“Esta llamada a la necesidad de movilización marca la tendencia de los
planteamientos habermasianos: una perspectiva pragmático-discursiva y utópica,
que ofrece conceptos críticos de la situación presente y permite establecer objetivos
futuros realizables (o no) en función del desarrollo concreto de las capacidades
discursivas (personales y colectivas) y cooperativas compartidas por los
ciudadanos”.46
Esta pobre atención hacia lo público de los ciudadanos nos hacen reafirmar la
urgencia no sólo de garantizar la participación, sino las condiciones para que la
participación sea significativa.
La dificultad se encuentra en el compromiso de los ciudadanos con la cosa pública,
conseguir que los ciudadanos preocupados por satisfacer sus deseos individuales, o
privados, cooperen también en la construcción de la comunidad toda, y la apertura
de los gobernantes a la sociedad civil.
Los tres elementos básicos que requiere de los ciudadanos la democracia
deliberativa propuesta por Jürgen Habermas: la argumentación, la información y la
cultura política -formación y práctica ciudadana-; demandan una educación pensada
y practicada de una manera diferente a lo existente .
El siglo XX nos ha legado una sociedad de masas y la constante renovación
tecnológica, produciendo cambios sociales y culturales significativos. Las nuevas
formas de “comunicación” a través de máquinas -correo electrónico, computarización
de servicios-, hace que cada vez nos veamos menos las caras, los gestos;
sustituyendo las relaciones directas por el enfrentamiento a las pantallas. Pero
además, el problema de la igualdad real, la igualdad de oportunidades incluso para
algo tan fundamental como la libertad de expresión y la formación de una opinión
pública verdaderamente significativa, se mantienen.
En definitiva, resulta esencial para la sociedad, y en particular para los educadores,
la discusión de cómo contribuir a la construcción de una nueva cultura política
ciudadana, la cual se pretende que sea participativa y democrática, y cuya finalidad
es que los ciudadanos tengan una mayor presencia y corresponsabilidad en las
decisiones públicas. Una educación para la vida democrática es condición necesaria
para ello.
Notas.
0.
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
J. Cohen. Democracia y Libertad, p. 235.
J. Cohen. Democracia y Libertad, p. 236.
F. Ovejero. Teorías de la democracia, pp. 314-316.
J. Cohen. Democracia y Libertad, p. 236.
Pericles, Oración Fúnebre; reconstruida por Tucídides II. 37-40.
Cfr. J. Habermas. Tres modelos normativos de Democracia en La inclusión del otro, pp. 231-246.
J. Habermas. Tres modelos normativos de Democracia en La inclusión del otro, p. 239.
Habermas parte de la existencia de personas y comunidades que tienen diferentes estilos y
filosofías de vida: multiplicidad inconmensurable de doctrinas religiosas, morales y filosóficas,
concepciones del mundo, del bien, de valores; que incluso son irreconciliables. Lo que permite a
Habermas hablar de una época posmetafísica (no hay accesos a mundos ideales por fuera de lo
social) y afirmar que los sujetos están relacionados en el lenguaje con los colectivos; que pertenecen
a una comunidad (rechazando la filosofía de la conciencia: que afirmaba que todo lo presente en el
sujeto le es enteramente particular y subjetivo).
J. Habermas. Tres modelos normativos de Democracia en La inclusión del otro, p. 238.
Es necesario explicitar que la metodología que usa el autor estudiado, tiene como base la
democracia liberal existente y el creciente pluralismo de culturas y formas de vida. En primer
lugar, toma en cuenta la realidad política, en particular las constituciones vigentes – estado de
derecho, división de poderes, elecciones, etc-. “Su estrategia no consiste en fundamentar la
democracia desde la mera razón, sino en redescribir sus prácticas y sus metas tal como se
expresan teóricamente en los textos fundacionales de las comunidades políticas democráticas”.
En segundo lugar, cuestiona el funcionamiento real de las democracias liberales: esta concepción
elitista de la democracia donde “el reparto de la capacidad de juicio político de los ciudadanos no
es igualitario, consideran que una cierta apatía política, una cierta abstención, resulta incluso
conveniente en términos funcionales”. Habermas buscará que se potencie el nivel discursivo del
debate. La acción política presupone la posibilidad de decidir a través de la palabra sobre el bien
común. “No se trata de supuestos inventados en laboratorio de ingeniería social, sino de los
elementos fundamentales del modo en que las sociedades democráticas existentes se
comprenden normativamente a sí mismas.” J.C. Velasco. Orientar la acción..., p. 16.
J. Habermas. El vínculo interno entre Estado de Derecho y Democracia en La inclusión del otro,
p. 252.
J. Habermas. Facticidad y Validez, p. 149.
J. Habermas. Facticidad y Validez, pp. 375-376.
Josua Cohen, en el marco del llamado pluralismo razonable – aceptado tanto por los pensadores
liberales como por Habermas-, afirma que “la gente es razonable, políticamente hablando, sólo si
está dispuesta a vivir con otros en términos que esos otros, como libres e iguales, también
encuentran aceptables”. Los ciudadanos son libres si no hay perspectiva religiosa o moral que
fundamente el poder político, los ciudadanos pueden rechazar o aceptar distintas opiniones sin
condicionamientos. Pero además, esta perspectiva requiere igualdad: todos los ciudadanos
tienen la capacidad de discusión que autorice el ejercicio del poder. Frente a la pluralidad de
cosmovisiones la única fuerza integradora es la razón pública, lo que significa que podemos
aceptar que los otros pueden tener buenas razones para seguir sus formas de vida. No significa
que estas deban converger, sino que pueden coexistir políticamente. Para ello deben tener
puntos comunes, se requiere algún acuerdo, por ejemplo la injusticia de ciertas prácticas, como
es la esclavitud. (Democracia y Libertad, p. 238 y ss). La perspectiva de que la justificación de
las decisiones colectivas deberá ser pública, ha recibido críticas desde diferentes contiendas:
Hayeck, Lyotard, Foucault.
J.C. Velasco. Orientar la acción..., p. 21.
J. C. Velasco. Orientar la acción...., p..21.
Cfr. J. Habermas. Teoría de la acción comunicativa, I, Racionalidad de la acción y racionalización
social. Ed. Taurus: Madrid, 1999, pp. 122-146. Habermas distingue básicamente tres tipos de
acciones: - acción comunicativa: orientada a la comprensión o al entendimiento y no a la
búsqueda del éxito; la acción teleológica: se orienta a una meta, elige medios y calcula las
consecuencias, el éxito es conseguir lo deseado, que se distingue entre:- acción instrumental:
cuando tiene reglas técnicas de acción que se refieren al saber empírico, observable, y la –acción
estratégica: son en sí mismas sociales, implican interacción, reglas de elección racional y se
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26.
27.
28.
29.
30.
31.
32.
33.
34.
35.
36.
37.
38.
39.
40.
41.
42.
43.
44.
45.
busca influir en otros. Los sujetos se instrumentalizan mutuamente. Es posible un pacto
estratégico, donde cada uno logra su éxito personal.
Se diferencia de las Decisiones Morales, que implican un consenso, pero provisorio -porque
puede aparecer información nueva-, es un diálogo ilimitado –porque todos como seres humanos
somos afectados por la normas-; en cambio las Discusiones Políticas, deben ser decisivas –se
debe tomar resoluciones “provisoriamente” finales, no puede ser una discusión ilimitada en el
tiempo-. No puede existir la apertura de la ética ya que debe haber puntos finales decisorios, que
a la vez son vinculantes y obligatorios.
J. Habermas. Facticidad y Validez, p. 245. Sobre distintos tipos de discursos: regulados por
procedimientos, negociación o cooperación y regla de la mayoría, véase: ídem, pp. 245 y ss.
J. Habermas. La lucha por el reconocimiento en el Estado en La inclusión del otro, p. 211.
J. Habermas. La lucha por el reconocimiento en el Estado en La inclusión del otro, p. 213.
J. Habermas. La lucha por el reconocimiento en el Estado en La inclusión del otro, pp. 214-215.
J. Habermas. Facticidad y Validez, p. 69-70.
J. Habermas. Facticidad y Validez, p. 421.
J. Habermas. Facticidad y Validez, pp. 217-218.
J.C. Velasco. Orientar la acción..., p. 17.
J. Habermas. Facticidad y Validez, p. 440.
Cfr: J. Habermas. Facticidad y Validez, p. 385.
J.J. Rousseau. El contrato Social. Libro I. Cap. VI: Del pacto social.
J. Habermas. Ciudadanía e Identidad Nacional en Facticidad y Validez, pp. 623-624.
J. C. Velasco. Orientar la acción..., pp. 17-18.
J. Habermas. Ciudadanía e Identidad Nacional en Facticidad y Validez, p. 627.
J. Habermas. Ciudadanía e Identidad Nacional en Facticidad y Validez, p. 633.
J. Habermas. Ciudadanía e Identidad Nacional en Facticidad y Validez, p. 634.
J. Habermas. Tres modelos normativos de Democracia en La inclusión del otro, p. 242.
J. Habermas. Facticidad y Validez, p. 374.
J. Habermas. Facticidad y Validez, p. 382.
En “La inclusión del otro” reiteradamente, rechaza cualquier intento de exclusión de los
diferentes, y afirma que la democracia debe permitir el acceso de todos con independencia de la
procedencia cultural de cada uno. “Habermas aboga por un patriotismo constitucional por el que
los ciudadanos se identifiquen con los principios de la propia constitución como una conquista en
el contexto histórico de su país, y al mismo tiempo, conciban la libertad de la nación de manera
universalista. Se trataría, por tanto, de una comprensión cosmopolita y abierta de la comunidad
política como una nación de ciudadanos”. Velasco. Orientar la acción..., p. 22
F. Ovejero. Teorías de la Democracia, pp. 339- 340.
Cfr. F. Ovejero. Teorías de la Democracia, pp. 350-351.
Cfr. J. Habermas. Facticidad y validez, p. 443.
J. Habermas. Facticidad y validez, pp. 444-445.
Cfr. M. Boladeras. La opinión pública en Jürgen Habermas, p. 61 y ss.
J. Habermas. Facticidad y Validez, pp. 459-460.
J. Habermas. Facticidad y validez, p. 460.
M. Boladeras. La opinión pública en Jürgen Habermas, p. 69.
Bibliografía
Boladeras Cucurella, M.,
“La opinión pública en Jürgen Habermas”, Revista Anàlisi 26,
2001, pp. 51-70.
Cohen, J.,
“Democracia y libertad”, en Elster, J., comp., La democracia
deliberativa, Gedisa, Barcelona, 2001.
Elster, J. comp.,
“La democracia deliberativa”, Gedisa, Barcelona, 2001.
Habermas, J.,
“La soberanía popular como procedimiento” (1988) en
Facticidad y validez. Trotta, Madrid, 1998.
“Ciudadanía e Identidad Nacional” (1990) en Facticidad y
validez. Trotta, Madrid, 1998.
“Facticidad y validez. Sobre el derecho y el estado
democrático de derecho en términos de teoría del discurso”,
Trotta, Madrid, 1998. orig. 1992.
“Tres modelos normativos de Democracia” (1992) en La
inclusión del otro. Paidós, Barcelona, 1999.
“La lucha por el reconocimiento en el Estado” (1993) en La
inclusión del otro. Paidós, Barcelona, 1999.
“El vínculo interno entre Estado de Derecho y Democracia”
(1994) en La inclusión del otro. Paidós, Barcelona, 1999.
“La inclusión del otro. Estudios de Teoría Política.”, (1996)
Paidós, Barcelona, 1999.
Jiménez Redondo, M.,
“Introducción”, en Habermas,J: Facticidad y validez. Sobre el
derecho y el estado democrático de derecho en términos de
teoría del discurso,Trotta, Madrid, 1998.
Nino, C.S.,
“La constitución de la democracia deliberativa”, Gedisa,
Barcelona, 1997.
Ovejero Luna, F.,
“Teorías de la democracia y fundamentaciones de la
democracia”, Revista Doxa, 19 (1996); pp. 309-355.
Velasco Arroyo, J.C.,
“Orientar la acción. La significación política de la obra de
Habermas”. Introducción en Habermas, J; La inclusión del
otro. Paidós, Barcelona, 1999.
Descargar