4 de febrero del 2012 "Se debe apuntar a resolver los problemas estructurales" Por: Andrés Asiain Cátedra Jauretche CEMOP-Madres Plaza de Mayo. Así como los mayas predecían el fin del ciclo de la humanidad para 2012, algunos economistas del establishment predicen que el nuevo año constituirá el fin de la prosperidad económica kirchnerista que, según esta nueva profecía, naufragará bajos las olas de la inflación y el coletazo de la crisis internacional. Para los analistas ortodoxos, el modelo K sería un efecto secundario del favorable viento de cola externo. Bajo esta mirada, la amenazante situación de crisis económica que vive el "primer" mundo se llevará puesta la economía nacional. Si en la Argentina, uno de cada cuatro dólares que entran al país corresponden a ventas de soja y sus derivados, la caída de su precio internacional significaría el derrumbe del modelo. Pero si bien es innegable la relevancia de la soja para el frente externo, la política económica en curso no se ha limitado en los últimos ocho años a prender una vela al yuyo verde para que traiga billetes del mismo color. La coyuntura externa favorable fue aprovechada para desendeudarnos y acumular reservas internacionales, lo que nos brinda importantes márgenes frente a una coyuntura externa adversa. La relación entre la deuda externa y las exportaciones (que son la fuente de los dólares para pagarla) pasó de 5,6 veces en 2001 a 1,5 estimado para el cierre del 2011; mientras las reservas internacionales pasaron 10.500 millones de dólares en marzo de 2003 a los 46.200 millones del presente. Es decir, se han implementado políticas contracíclicas propias de una economía dependiente como la de la Argentina, que no se basa en hacer ajustes fiscales en épocas de bonanza (como piensan algunos ortodoxos colonizados), sino en acumular dólares y reducir pasivos externos para potenciar la capacidad de implementar medidas contracíclicas ante un cambio en las condiciones externas. Desde otra mirada, también pesimista, el modelo llegaría a su fin a causa de la inflación interna que resta competitividad a nuestra producción nacional. Para un importante número de economistas -muchos de los cuales se autotitulan heterodoxos- el modelo K se reduce a una política de tipo de cambio alto (en oposición al modelo de tipo de cambio bajo de los tiempos de la Convertibilidad). De esa manera, si los precios internos crecen más rápido que el dólar, el tipo de cambio se retrasa y el modelo desaparece. Esta mirada tecnocrática confunde lo que fue una política puntual de precios para proteger a la industria en una determinada coyuntura con la esencia de un proyecto económico. Con semejante reduccionismo se pierden de vista otras múltiples políticas que hacen a la base del modelo en curso como el desendeudamiento externo con acumulación de reservas ya mencionado, o la inversión pública para garantizar el aprovisionamiento energético a precios subsidiados, la ampliación del mercado interno por la vía de la mejora de los salarios, la ampliación de las jubilaciones y asignaciones familiares, entre otras. Además, pierden de vista que la política de precios favorable a la industria puede implementarse incrementando los aranceles (también a escala regional como acaba de anunciarse), con trabas administrativas a las importaciones o bien a través de un comercio internacional planificado (como el caso automotriz). ¿Significa esto que no hay que preocuparse de la inflación, el retraso cambiario o el precio de la soja? No, para nada, pero sí que hay que tener en cuenta que ellos son manifestaciones de tensiones que deben solucionarse sin sacrificar los objetivos del proyecto que son el crecimiento económico con autonomía política y justicia social. Para ello deben resolverse problemas estructurales que hacen al desarrollo, como son la producción local de muchos bienes que aún importamos del exterior (y que filtran hacia el dólar gran parte del ciclo virtuoso de gasto-producción e inversión interno) o la extranjerización económica que pesa cada vez más en el balance externo con sus exportaciones de utilidades y dividendos. Avanzando por ese camino se podrá consolidar nuestra independencia, base indispensable para asegurar la mejora de la calidad de vida de todos los argentinos.