LA VILLA PRIMAVESI, REVISITADA A escasa distancia del palacio imperial de Shonbrunn, residencia histórica de la monarquía austro­húngara, en el barrio de Hietzing donde la burguesía vienesa levantó sus mansiones en los albores del siglo XX, el pasado mes de agosto se encontraba en avanzadas obras de rehabilitación la villa Primavesi, una pieza fundamental en la trayectoria del arquitecto y diseñador Josef Hoffmann, levantada con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Brillante alumno de Otto Wagner, Hoffmann aprendió el oficio de la arquitectura junto a autores de la talla de Olbrich o Pletnik en el contexto de una Viena de “fin du siècle” marcada por el final de una compleja y refinada estación cultural que abría las puertas al nacimiento de la arquitectura moderna, un periodo decisivo en la historia del arte. Así, como es sabido, el compromiso de la vanguardia artística por llevar a cabo una distinción inequívoca entre lo antiguo y lo moderno se materializa mediante dos corrientes arquitectónicas principales La rupturista, ejemplificada en la labor de Adolf Loos se aplicó en la creación de un nuevo código carente de un ornamento considerado un residuo de costumbres bárbaras, en la total eliminación de cualquier elemento no estructural y en una desprejuiciada aceptación de las necesidades funcionales que, en suma, hicieron de esta tendencia el primer documento del racionalismo a ojos de los historiadores. Pero la desnuda arquitectura de Loos tuvo su complemento en la obra de otros arquitectos extraordinarios, caso de Pletnik o Hoffmann, que desarrollaron su labor pionera “con la voluntad de contradecir definitivamente el clasicismo académico usando todavía un lenguaje de formas reconocibles”(1), es decir, bajo el lenguaje de la tradición clásica ligado a la cultura local. Una línea de trabajo cuyos excelentes frutos han sido puestos de relieve por la crítica historiográfica a lo largo de las últimas décadas, permitiendo la recuperación de la arquitectura de Hoffmann como valioso legado de un periodo de la arquitectura moderna donde el mundo clásico es subvertido y transformado desde su interior mediante las herramientas que le pertenecieron, puesto en tela de juicio por sus teóricos herederos, traicionado en su código formal, como la misma aristocracia vienesa, por su propio espíritu decadente (2). Miembro fundador de la Sezession, Hoffmann gozaba de un enorme prestigio entre los arquitectos europeos cuando, por razones de notoriedad social, el patricio Robert Primavesi le encargó el diseño integral de su propia vivienda en la Gloriettengasse vienesa. 1913 es, por tanto, un año clave en la trayectoria profesional del arquitecto que, tras deslumbrar con el palacio Stoclet en Bruselas, acaba de declarase abiertamente dispuesto a experimentar las posibilidades del lenguaje clasicista, subvirtiendo sus reglas en un juego extremo, al concluir la casa Ast en una colina del extrarradio vienés. Así, el diseño de la casa Primavesi consolidará el paso dado anteriormente, ahondará en la voluntad de usar el lenguaje propio de la alta tradición a modo de referencia, sin caer en las interpretaciones neoclásicas que identificarán a las nuevas clases gobernantes pocas décadas después. En efecto, una rápida ojeada al exterior de villa nos habla de un edificio compuesto de semi­sótano, planta noble y ático que, lejos de enfatizar la planta baja a la manera palacial italiana, monumentaliza la planta primera donde se disponen las principales estancias y se hace reserva para invitados y servicio doméstico del espacio habilitado bajo la cubierta de pronunciadas pendientes a cuatro aguas que ligan el inmueble a la tradición rural austriaca. Situada en paralelo y a escasa distancia de la Gloriettengasse, la fachada principal se orienta al sur sin permitir la visión frontal y conjunta característica de los cánones clásicos, lo que obliga a una percepción en escorzo que destaca la espectacularidad de su concepción. Dos cuerpos laterales con tímpanos que exhiben alegorías del escultor Hanak flanquean una secuencia de pilastras fuertemente estriadas cuyos fustes se entregan directamente contra pavimento y cornisa sin elemento de transición alguno, desplegando un juego de concavidades y convexidades de alto valor expresivo. Traspasado el pórtico lateral que antecede al vestíbulo, la composición de la fachada norte abierta al jardín parece recuperar los criterios de axialidad, centralidad y simetría propios del mundo antiguo. No es así. Bajo el manto de la cubierta pautada por cuatro ventanas en mansarda, la regularidad del cuerpo principal es alterada por la adición de una galería interior extendida desde la planta noble hacia el jardín mientras que, al tiempo, otra galería en el extremo opuesto para el acceso al jardín compensa la rotura volumétrica anterior y recompone magistralmente la armonía perdida. Hoffmann se mostró menos audaz en el tratamiento del espacio libre disponible en un terreno donde sobrevive un pequeño pabellón en madera lacada en blanco, con paredes espejadas y una fuentecilla escultórica y son perceptibles los restos de una bolera habilitada bajo una terraza antaño cubierta por un invernáculo hoy demolido. Pero es de esperar que las notables obras de rehabilitación sufragadas por los nuevos propietarios de la villa permitan apreciar las partes más esenciales de su interior en un futuro no lejano y donde el salón central a doble altura organiza la planta noble en dos áreas funcionalmente diferenciadas. Hoffmann reservó el sur para la iluminación de las dependencias más íntimas, mientras comedor, despacho, sala de música, librería y jardín de invierno se abrieron al interior de la parcela, ligándose al jardín. En definitiva, la villa Primavesi constituye, en palabras de Federico Correa, “un valioso ejemplo de reinstauración de la figuración clasicisante tras periodos triunfantes de total rechazo al academicismo” (3) y una singular muestra del universo arquitectónico surgido de la imaginación de Josef Hoffmann, ya definitivamente rescatado de su olvido reciente. Por que si es cierto que las personas pasan mientras sus obras permanecen, no ha de sorprender que el reconocimiento a la contribución de este arquitecto en el mundo de la cultura artística contemporánea alcance mayor intensidad cuando se cumple el medio siglo de su fallecimiento. Suya fue aquella frase que cita Sekler: “Lo que es artificioso pasa, sólo la belleza queda” (4). Joan­Enric Vilardell i Santacana. (1) Gresleri, Giuliano:” Josef Hoffmann” Ed. G.Gili S.A. México DF.1983 (2) Ídem (3) Correa Ruiz, Federico: “Juegos post­sezessionistas. Un paseo por la Villa Primavesi de Hoffmann” en Arquitecturas Bis, nº50. Ed: Rosa Regás. Barcelona Junio 1985. (4) Sekler, Eduard F.:”Sezession, clasicismo, austeridad. El tiempo de Hoffmann”.en Monografías de Arquitectura y Vivienda, nº15. Ed: Avisa. Madrid, 1988.