Disciplina en el trabajo La disciplina tiene mal marketing. Su mención en la empresa suele ser “políticamente incorrecta” y la imaginería teórica del liderazgo generalmente la ubica al fondo, detrás de tolerancia, flexibilidad y complacencia. Cuando el tema se maneja inadecuadamente, por exceso o por defecto, se enredan las situaciones más simples. Veamos. ¿Para qué sirve la disciplina? Para organizar cualquier conducta humana eficiente, desde crear una obra de arte, practicar un deporte, aprender matemáticas, preparar una comida, pintar un muro o convivir con hijos adolescentes. El origen del término se encuentra en el latín “discere” que significa aprender y se relaciona con el autocontrol y el dominio de sí mismo necesarios para organizar cualquier experiencia cognitiva de resultados duraderos. También la disciplina apunta a la definición de límites, los que pueden ser entendidos como barreras arbitrarias pero también como continentes que permiten la organización de un contenido. Es decir, una frontera es un límite que separa, pero a la vez une. La clara definición de lo que se puede y no se puede hacer o no es tolerable en cualquier contexto, define el “rayado de cancha” sin el cual no se puede jugar ningún partido. En inglés existen dos definiciones para juego: “Play” que supone un juego libre e improvisado, pero también “Game” que alude a un juego con reglas. Cuando se juega con otros es imprescindible contar con la definición de las reglas de juego. Los equipos de trabajo dependen de sus reglas, formales e informales, para lograr la coordinación y la sincronía que les asegure sumar esfuerzos complementarios a fin de conseguir un objetivo común con eficiencia (Mayores resultados con menores esfuerzos). En un conjunto de danza, un grupo de trapecistas, un equipo de fútbol o una sucursal bancaria, la calidad del desempeño conjunto se encuentra en los links, en los enlaces que permiten compensar debilidades individuales y compartir fortalezas especiales, bajo secuencias organizadas por una lógica sistémica. Esa lógica grupal supone ciertas reglas. Lo satírico de Homero Simpson está, justamente, en su incapacidad para cumplir casi cualquier regla, en su habilidad para alejarse de la ética del esfuerzo y la constancia, junto a las consecuencias que padece en su interés por la inmediatez. 1 La disciplina tiránica La disciplina impuesta con el peso de la autoridad formal generalmente indica que los resortes de la conducción no están funcionando con la agilidad esperable. No es una situación simple. Es cierto que los límites deben ser claros, pero cuando un líder se ve forzado a insistir en la puesta de límites con un equipo que no es nuevo, algo de su capacidad de influencia está mostrando señales de fragilidad. No es raro observar en la calle a una madre complicada con un niño encaprichado que no para de patalear. Si el escándalo se intenta resolver aceptando las demandas del niño, se compra un problema mayor para el futuro. Pero si el escándalo se intenta resolver con mayor violencia por parte de la madre, resulta impresentable a la mirada pública, genera resentimiento en el niño y también complica la relación para el futuro. ¿Dónde está el problema? ¿En la madre o en el niño? En la relación entre ambos. Con frecuencia la madre se muestra insegura o ambigua al principio, lo que termina aumentando la ansiedad del niño en lugar de aliviarla. ¿Las madres no pueden dudar? Claro que pueden. Pero no cuando sus niños tienen un ataque de ansiedad y necesitan ser contenidos, direccionados con cariño firme. No es muy diferente en la dinámica de los equipos de trabajo. Cuando los grupos laborales muestran reacciones infantiles suelen estar indicando que algunos factores del contexto les provocan una ansiedad desmedida. En esos casos los líderes inexpertos, inseguros o inestables, tienden a aumentar la presión para imponer la disciplina, provocando una reacción de sometimiento y dependencia en su equipo, que pasará la cuenta cuando el mismo jefe les pida iniciativa, creatividad y autonomía. El estilo de liderazgo “Ritalín” es funcional a la necesidad de evitar molestias, mantiene a los equipos ordenados, silencia los ruidos en los pasillos, pero el costo de la tranquilidad es una pérdida de productividad muy importante. La disciplina es funcional a las necesidades del equipo cuando se organiza desde adentro hacia afuera, cuando es centrífuga, cuando el propio equipo la valida como necesaria. La disciplina impuesta de afuera hacia adentro, la centrípeta, suele acompañarse con baja participación en las decisiones, bajo acceso a información de gestión, tendencia a disimular errores por temor al castigo, censura de las propias iniciativas de mejora. La disciplina impuesta le quita pasión al equipo, lo anestesia, lo vuelve pesado y monótono. 2 La disciplina ausente Algunos líderes buscan conducir con la técnica de la cercanía. Son los jefes siempre amigables, cómplices, hermanados, que intentan agradar y tratan por todos los medios de silenciar cualquier diferencia para no exponer conflictos. En muchos casos son ex compañeros de equipo ascendidos a su cargo de supervisión, que siguen administrando el team con buena voluntad y paciencia. En situaciones normales los equipos pueden autorregularse con cierta autonomía del líder. Pero cuando la ansiedad aumenta, la función de liderazgo es necesaria para estabilizar al equipo, se la requiere para nivelar las tensiones. El líder -diferenciado del resto- ocupa una función necesaria, es un papel que debe actuarse para beneficio del equipo, sobre todo en los momentos de confusión, tensión, incertidumbre o temor. Si el líder está demasiado cerca del grupo, se vuelve uno más, pierde distancia y sufre todas las angustias que afectan al equipo. Esa cercanía le hace más difícil asumir una posición operacional en momentos especiales, ya sea para motivar, contener organizar o alinear al equipo. Cuando el líder no asume su rol organizador, el equipo pierde flexibilidad para tolerar tensiones y ajustes, extraviando el rumbo con mucha frecuencia. Un equipo con liderazgo ausente o débil puede expresar su desconcierto quebrando la disciplina, aumentando los roces entre los integrantes, disparando quejas y lamentos por cuestiones menores, rompiendo acuerdos, buscando ventajas poco transparentes, perdiendo el foco de los esfuerzos conjuntos. Un grupo sin disciplina trabaja el doble y rinde la mitad. La gente se dispersa, los esfuerzos no se complementan, las metas no se logran o se logran provisoriamente. La falta de disciplina es el síntoma. El liderazgo débil es la enfermedad. Cada cambio importante en la estructura, las funciones, las políticas o los sistemas, exige una actualización de las reglas que involucran al equipo tanto como al líder. En este como en todos los temas de management nadie está libre de equivocarse. Lo importante es darse cuenta rápidamente y corregir el desvío alejándose de los extremos. Esa es una buena regla. © 3