SAN AGUSTÍN: “CREO PARA ENTENDER Y ENTIENDO PARA CREER” San Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de noviembre del año 354. Era hijo de Patricio, un pagano que después fue catecúmeno, y de Mónica, cristiana fervorosa. Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una enorme influencia y lo educó en la fe cristiana. San Agustín había recibido también la sal, como signo de la acogida en el catecumenado. Y siempre quedó fascinado por la figura de Jesucristo; más aún, dice que siempre amó a Jesús, pero que se alejó cada vez más de la fe eclesial, de la práctica eclesial, como sucede también hoy a muchos jóvenes1. Después de una juventud llena de búsquedas, de grandes éxitos profesionales como profesor de gramática y retórica, y no sin desaciertos, y gracias a las explicaciones de la fe hechas por san Ambrosio de Milán se dio la conversión al cristianismo, con el bautismo, el 24 de abril del año 387, durante la Vigilia pascual, en la catedral de Milán. Desde este momento, quiso Dios llamarlo para ser servidor en la Iglesia; en el 391 es ordenado presbítero y cuatro años después (395) fue consagrado Obispo. Después de una intensa actividad pastoral falleció el 28 de agosto del año 430, sin haber cumplido los 76 años. ¿Qué nos enseña Agustín en la vivencia de nuestra fe? En los inicios de su camino cristiano rogaba a Dios con esta palabras: «Si con la fe llegan a ti los que te buscan, no me niegues la fe; si con la virtud, dame la virtud; si con la ciencia, dame la ciencia» (sol. I, 1, 5). Esta súplica dio una orientación a su vida, y poco a poco llegó a comprender que razón y fe son dos fuerzas destinadas a colaborar para conducir al hombre al conocimiento de la verdad2. Además intuyó que la fe, para estar segura, requiere una autoridad divina, que esta autoridad no es más que la de Cristo, sumo Maestro y que la autoridad de Cristo se encuentra en las Sagradas Escrituras, garantizadas por la autoridad de la Iglesia católica3. Para nosotros siguen siendo iluminadoras aquellas palabras donde expresa la relación entre fe y razón: «cree para comprender» («crede ut intelligas ») y «comprende para creer» («intellige ut credas»). Esto significa que la fe abre el camino para llegar a la puerta de la verdad; pero también hay que escudriñar la verdad para poder encontrar a Dios y creer. Con estas fórmulas, Agustín quiso expresar, ante todo, que la fe es precisamente la cercanía de Dios, que está presente en nosotros, en nuestra razón, en nuestros sentimientos, en nuestro vivir y actuar. Dicha presencia de Dios en el hombre es profunda y al mismo tiempo misteriosa, pero puede reconocerse y descubrirse en la propia intimidad. Y solo la fe nos permite encontrarlo y decirle: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en BENEDICTO XVI: «Fe y razón en san Agustín de Hipona». Intervención en la audiencia general, Roma 30 de enero 2008. 2 AGUSTÍN DE HIPONA, Contra Academicos, III, 20, 43: «Las fuerzas que nos llevan a conocer». 3 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Augustinum Hipponensem I, Roma 28 de agosto 1986. 1 ti» (I, 1, 1). Así la fe, presencia de Dios en nosotros, es medicina que cura nuestra interioridad, fortaleza que nos defiende, especialmente de los débiles, contra el error, camino corto que permite conocer pronto, con seguridad y sin errores, las verdades que conducen al hombre a la sabiduría4. Por la fe se confiesa que «nadie ha sido liberado nunca, nadie es liberado, nadie será liberado» (De civitate Dei, X, 32, 2) sino por Cristo. Él es el «camino universal de la libertad y de la salvación»5, el único mediador de la salvación. Al unirnos a sí, Él y nosotros «somos sus miembros, el hombre total es él y nosotros» (In Iohannis evangelium tractatus, 21, 8). Por esta razón, la Iglesia, según san Agustín, está ligada íntimamente al concepto de Cuerpo de Cristo, fundamentada en la relectura cristológica del Antiguo Testamento y en la vida sacramental centrada en la Eucaristía, en la que el Señor nos da su Cuerpo y nos transforma en su Cuerpo; así, Él «reza por nosotros, reza en nosotros, es rezado por nosotros como nuestro Dios: reconocemos por tanto en él nuestra voz y nosotros en él la suya» (Enarrationes in Psalmos, 85, 1). Estas fórmulas también nos enseñan que la fe no está nunca sin la razón, porque es la razón quien demuestra «a quién hay que creer» (De vera relig., 24, 45); la razón nos permite asentir la fe, hasta tal punto, que «la fe que no sea pensada no es fe» (De praed. sanctorum, 2, 5). Esta relación entre razón y fe, llevó a Agustín a promover la cultura cristiana; y, lo hace exponiendo «tres argumentos importantes: la fiel exposición de la doctrina cristiana; la atenta recuperación de la cultura pagana en todo aquello que tenía de recuperable, y que bajo el punto de vista filosófico no era poco; y la demostración insistente de la presencia en la enseñanza cristiana de todo aquello que había en aquella cultura de verdadero y perennemente útil, con la ventaja de que se encontraba perfeccionado y sublimado»6. En síntesis, por la fe, tenemos la experiencia de encuentro con esa verdad que es Cristo, Dios verdadero, a quien se dirige una de las oraciones más hermosas y famosas de las Confesiones (X, 27, 38): ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Me paralizaban lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro 4 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Augustinum Hipponensem, II, 1. BENEDICTO XVI: «Fe y razón en san Agustín de Hipona». Intervención en la audiencia general. 6 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Augustinum Hipponensem, II, 1. 5 por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y me abrasé en tu paz. Dr. Leonel Miranda Miranda, presbítero