Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana de México. 25 de marzo de 2005, Viernes Santo. Esta tarde y el Domingo de Ramos son las dos ocasiones en que se proclama en la Iglesia la Pasión del Señor. Hoy es el único día del año en que se suprime la celebración de la Eucaristía para dar paso, en la Liturgia de la Palabra, a la contemplación del acontecimiento en donde tienen origen todos los sacramentos, ya que del costado de Cristo en la cruz nacen todos ellos y nace la misma Iglesia. Este es un momento litúrgico particularmente intenso y conmovedor en donde se debe privilegiar la contemplación y el silencio ante el misterio. Detengámonos un momento y dejemos que entren en lo más profundo de nosotros algunos de los momentos más significativos de la Pasión. Escuchemos a Cristo que nos dice desde lo alto de la cruz: "Ustedes que van por la calle, levanten la mirada y vean si hay un dolor tan grande como el mío". San Pablo nos ha dejado un resumen magistral, como sólo él lo sabe hacer, del misterio pascual que contemplamos:"Hermanos... yo les he transmitido lo que yo mismo recibí, que Cristo murió por nuestros pecados, que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las escrituras". En otro texto. "Cristo Jesús fue entregado a la muerte por nuestros pecados; y resucitó para nuestra justificación". En el 1 anuncio de Pablo podemos percibir claramente dos niveles distintos y complementarios. En primer lugar anuncia lo que es el acontecimiento, lo que es historia: Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado. En segundo lugar nos descubre el significado del acontecimiento: Por nuestros pecados, para nuestra justificación. Dios, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, se ha revelado en la historia y por la historia. De hecho al plan de salvación nosotros lo llamamos "Historia de Salvación". La Historia es esencial en nuestra fe o como dice San Pablo: Sin la realidad de los acontecimientos, nuestra fe es vana y vana nuestra predicación [Cfr. I Cor.15,14]. De esta convicción nacieron los Evangelios, y los demás escritos del Nuevo Testamento, que fueron recogiendo lo acontecido a Jesús de Nazareth "desde su bautismo hasta su ascensión". Por esto el misterio pascual que estamos celebrando, antes de ser un misterio, es una realidad histórica. Este viernes santo detengámonos un poco a contemplar algunos de los pasajes de la pasión y dejémonos, como San Francisco, sumergir y hundir en la meditación para "impresionarnos" por los estigmas del Salvador. Sólo a manera de ejemplo quisiera presentar unas breves reflexiones sobre la agonía en Getsemaní y sobre la flagelación ya que me parece nos ayudan a ver el dolor y el sufrimiento espiritual y corporal de Jesús. Todo aquel que haya vivido algún momento de angustia, de miedo, de abandono, de desprecio; todo aquel que haya vivido momentos de oscuridad, en donde se pierde el sentido de la vida, en donde se siente el vacío de la existencia y lo absurdo de todo lo que 2 nos rodea, quizá pueda alcanzar a comprender algo de la angustia de Getsemaní ya que ahí está Jesús, como dice el profeta Isaías: "Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores... como uno del cual se aparta la mirada... herido por Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes". Para comprender plenamente la angustia y el sufrimiento espiritual de Jesús necesitaríamos comprender lo que es el pecado, ya que por nosotros "Dios lo hizo pecado". La miseria del mundo entero la aceptó como suya desde el momento en que aceptó ser el cordero que quita el pecado del mundo. Las penas y sufrimientos espirituales siempre serán más desgarradores y profundos que los dolores físicos. Para valorar lo que Jesús sufrió en su cuerpo debemos ver el conjunto de la pasión. La flagelación sólo fue uno de los momentos de sufrimiento, terrible ciertamente ya que sabemos estaba reglamentada por treinta y nueve azotes entre los judíos y muchos más entre los romanos, pero con frecuencia los sentenciados no los soportaban ya que caían por tierra o morían. Jesús recibe este tormento cuando su organismo todavía estaba intacto, con toda la capacidad de sentir el dolor en su carne desnuda y los nervios descubiertos. La coronación de espinas, el cargar la cruz, el ser crucificado, no quiere decir que sean tormentos menos crueles o que deban conmovernos menos, pero en todo caso lo que quiere Jesús no es nuestra compasión por él: "No lloren por mí, lloren más bien por ustedes mismas", les dice Jesús a las mujeres en el camino al Calvario. 3 ¿Porqué debemos llorar por nosotros mismos? Esta pregunta nos debe llevar a dejar de lado la narración histórica y nos debe conducir a la realidad del misterio de la Pasión:"Ha muerto por nuestros pecados", "ha resucitado para nuestra justificación". Así la Pasión y la Muerte de Jesús se convierten en anuncio de salvación para mí. Ya no puedo seguir acusando o culpando, de lo sucedido a Jesús, a los Romanos o a los Judíos, a los Sumos Sacerdotes o a Herodes o Pilatos. La Pasión la tenemos que leer y meditar a la luz de lo que Isaías nos ha dicho: "Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Él soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados. Todos andábamos errantes como ovejas y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes". Pero del plural debemos pasar al singular como lo hace San Pablo:"Me amó y se entregó por mí". Y ciertamente yo soy más culpable que Pablo, ya que él persiguió a Jesús por ignorancia. Que esta tarde sea para nosotros, tarde de silencio contemplando al crucificado, tarde de oración y de plegaria ante nuestro sumo sacerdote suspendido entre el cielo y la tierra, tarde de adoración y agradecimiento a Jesús que por su cruz nos ha librado de la muerte, tarde de silencio y acompañamiento junto a María que nos dio tal redentor, tarde de esperanza porque nuestra semana santa no termina en viernes de sepultura sino en Domingo de Resurrección. 4