Las memorias que don Pedro no escribió <www.lulu.com/spotlight/albizu> Con Las memorias de don Pedro Albizu Campos: O las memorias que don Pedro no escribió, Pedro Aponte Vázquez añade a la bibliografía albizuista una aportación fuera de lo ordinario, como lo es proveer algo que no existe a la fecha y, mientras tanto, mantener la fidelidad histórica, la exactitud del pensamiento del hombre que fue Albizu, en esta organización creativa de algunos de los escritos significativos de Pedro Albizu Campos. Ingenioso es, por demás, escudriñar infinidad de documentos, discursos, materiales inéditos, materiales provenientes de los archivos del Buró Federal de Investigación y del Hospital Presbiteriano, escritos de diverso origen para de ellos espigar una línea de ideario vital, de un hombre fuera de lo común, como fue Pedro Albizu Campos. Esa labor, de por sí tediosa y fastidiosa para a quien no lo mueva el amor a la investigación y a la memoria del personaje biografiado, es ya, de por sí, un acto heroico; pero reconocemos en Aponte Vázquez a uno de los más consagrados al tema de Albizu y especialmente al Albizu menos conocido: el victimado por las atrocidades científicas (Yo acuso. Tortura y asesinato de Pedro Albizu Campos, 1985); el perseguido por J. Edgar Hoover y su siniestro aparato de esculcar los insatisfechos (Albizu: su persecución por el FBI, 1991 y 2000, 2da. ed. ampliada); el Albizu de Locura por decreto, (1994) y el de Crónica de un encubrimiento, Albizu Campos y el caso Rhoads, (1992.) Mejor resumen de calificaciones no podría tener Aponte Vázquez, quien se ha dedicado responsablemente a esclarecer aspectos de la vida del apóstol Nacionalista, para apartar el mito desmontable de aquel verdaderamente real y el saldo para la historia es: un hombre fuera de proporciones, un puertorriqueño que supo ser esclarecido en su conciencia y en su humanidad, para representar la valentía de asumir el martirologio, al enfrentarse al imperio más poderoso de la tierra y, a su vez, generar un pensamiento político y sociológico de nacionalismo auténticamente puertorriqueño, dentro de las vertientes del mismo que circulaban desde el siglo XIX hasta principios del XX en toda Hispanoamérica y en Europa. Políticamente, Albizu, el revolucionario, es figura consagrada; pero el hombre Albizu, posiblemente inseparable de su imagen pública, es una contraparte del hombre mitificado, ya sea de forma sublime por los admiradores y partidarios, de una parte, y envilecido por los detractores y opositores de otra. En ambos casos, emerge un individuo fascinante, que logró asombrar y generar el respeto de adherentes y contrarios. Ese hombre, patriota, apóstol, mártir, intelectual y místico, sacrificó vida y hacienda (como rezaba el juramento de los Nacionalistas); ese varón padeció destierro y cárcel más el sacrificio de una vida familiar y social, sólo por el fin, último y noble, de ver una idea hacerse realidad, la independencia de Puerto Rico; y es ese mismo hombre, el que a todos provoca el anhelo de un biógrafo. Pero más que un biógrafo – que los habrá – el subyacente anhelo, me parece, el que la certidumbre constata, ya que jamás se podrá conseguir, tras su martirio y muerte, es el del autobiógrafo. Sí, ¿quién no querría poder leer las memorias de Albizu? De haberlas escrito, ¿qué habría dicho el hombre? Si don Pedro, en la imposible situación de una vejez reposada, de un retiro tal vez a medias, en calidad de ideólogo, y esperando una muerte menos injusta, hubiera escrito esas memorias, ¿qué habría podido decir? Saberlo es imposible; aunque es probable tener la certeza de qué, sin duda alguna, no habría dicho. Podría argüirse, con sobrada razón, que de eso nadie puede opinar, a ciencia cierta. Y se está en lo correcto. Pero no se precisan mayores deducciones: Pedro Albizu Campos no habría escrito unas memorias para autocompadecerse. No las habría escrito para justificarse, y mucho menos para engrandecerse. De haberlas escrito, habría hecho algo muy cercano al orden político moral y humano con que Pedro Aponte Vázquez lo ha dotado en su trabajo. Unas memorias de Albizu acaso nos habrían dado unos detalles que Pedro Aponte Vázquez pudo, con todas las de ley, haber imaginado; y de filón nos habrían creado un retrato del Albizu niño recordando el río de su infancia, o evocando a su maestra, o haciendo memoria de cuándo fue que sintió la pasión del conocimiento o el ardor de reaccionar ante lo injusto. El Albizu ficticio quizás habría dado detalles a pinceladas de los recuerdos de su madre en la estrechez de Tenerías y aun los juegos de niños o quizás la penosa adolescencia (pues toda adolescencia lo es) de aquel joven mestizo. Y, acaso, en el registro, tal vez habría incluido un Albizu Campos trayendo a su recuerdo una música de época o tal vez la primera trompada que diera a algún muchacho (o recibiera de él); quién sabe si el nerviosismo que pudo tener al recibir la beca de la Logia Masónica para estudios fuera de la Isla. En fin, muy capaz Pedro Aponte Vázquez de haber hecho todo esto. Es escritor y tiene imaginación. Pero hizo una renuncia sabia. No quiso hacer una novela disfrazada con el título de Memorias; quiso, dentro de lo manejable y posible, ofrecer unas con los materiales existentes. Unas que el Maestro no escribió, pero que sí escribió, aunque no con estos fines. De manera que, dentro de este trabajo, hay un por ciento de ficción, sin lugar a dudas, pues de otro modo se llamaría, si así no fuera. La ficción es un acuerdo entre el autor del trabajo y el lector: el autor presenta unas memorias y el lector se sumergirá, a no dudar, en unos escritos de Albizu, muy ligeramente retocados, muy hábilmente editados (en el respeto del pensamiento del autor original) y en otras fuentes históricas para crearnos la ilusión de estar leyendo esas “memorias”. Y esa prestidigitación excelente es lo admirable en esta obra, pues es su respeto de lo histórico lo que hace reducir al mínimo la expresión ficticia, a que tenía legítimo derecho; aunque entonces, habría generado el argumento de hacer a muchos preguntarse dónde empezaba Albizu y dónde terminaba Aponte Vázquez, o viceversa. Todo lo cual no habría sido problema: la palabra ficción a grandes rasgos lo hubiera protegido de todo mal. Pero el autor de este trabajo admirable ha dicho no a toda ficción que no se supedite a exponer el pensamiento, junto a unas circunstancias, con ciertas anécdotas y momentos con las palabras que el propio personaje histórico legó a la posteridad procedentes de variadas fuentes y, que ahora, por primera vez, son editadas en esta forma prendidas de la palabra original hasta donde lo permite la necesidad práctica, con un sentido organizativo casi como si hubiera sido el mismo Albizu quien las redactara. Incluye un escrito del Lcdo. Juan Mari Bras que recuenta los momentos inmediatos a la muerte Albizu Campos, los problemas y el mismo sepelio del Apóstol del nacionalismo, que es una verdadera crónica histórica de valor indudable. También añade una suerte de memorial donde se exponen hechos y asuntos tratados en el trabajo, esta vez desde la ver- tiente del historiador e investigador. Además, incluye hallazgos históricos provenientes de sus propias investigaciones, algunos hasta ahora inéditos Todo el conjunto es una aportación de amena lectura, sabia reflexión, pues la voz de Albizu nos educa en política, historia, sociología y otros temas, con el añadido de otros detalles de interés social, humano y por supuesto político, espigados del acervo de la figura máxima del nacionalismo puertorriqueño del siglo XX. Reynaldo Marcos Padua, Ph. D.