LOCURA por DECRETO

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LOCURA
por DECRETO
Pedro Aponte Vázquez
Locura p or decreto
Edición ampliada y modificada
© 2005 Pedro Aponte Vázquez
1ra edición septiembre 1994
ISBN 1-9 31702-04 -7
pachinmarin@centennialpr.net
CONTENIDO
Nota del autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
el decreto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
el estado de Derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
persecución policial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Apéndice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
A Newsman’s Account of a Pardon . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Opinión disidente del Juez Asociado
Señor Blanco Lugo en la cual concurre
el Juez Asociado Señor Hernández Matos
en el ca so de R eynold s vs. Jefe Penite nciaría . . . . . . . 99
Decla racion es del a boga do Ju an He rnánd ez Vallé . . . 105
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
“...qué amargura no ha de sentir el
revolucionario que se ve diariamente
avasa llado por la mentir a;
y una mentira que, en manos de
especialistas, imita perfectam ente el
estilo de la ver dad.”
Mario Benedetti
Locura por decreto
NOTA DEL AUTOR
En septiembre de 1953, en su afán por socavar y destruir la
credibilidad del prócer Pedro Albizu Campos y así desmentir sus
denuncias de que era objeto de torturas por radiación atómica,
la Administración del gobernador Luis Muñoz Marín decretó que
el líder Nacionalista sufría graves trastornos mentales y lo
expulsó de Ia cárcel de La Princesa sobre la base de un indulto
condicional que el ilustre preso rechazó. Cinco meses después,
el propio Gobernador ordenó su arresto y encarcelamiento por
medio de una maniobra en la cual el llamado Tribunal Supremo
de Puerto Rico servilmente se involucró. (La Justicia y la Historia
claman por un estudio jurídico concienzudo de cada uno de los
procesos judiciales contra Pedro Albizu Campos).
El decreto de locura, pese a sus obvias deficiencias y a las
circunstancias en las cuales surgió, propias del oscurantismo, se
arraigó de inmediato en la sociedad puertorriqueña y durante
décadas ha permanecido en su memoria colectiva. Estos
hechos, por demás irrefutables, permitieron que prevaleciera
entre los incautos Ia posición del gobierno de Estados Unidos y
de su gobierno títere en Puerto Rico de que Albizu no había sido
objeto de torturas de índole alguna que le causaran Ia muerte a
largo plazo. Por consiguiente, cuando en agosto de 1984 llevé
personalmente las denuncias del prócer ante el Comité de
5
Pedro Aponte Vázquez
Descolonización de la Organización de las Naciones Unidas, los
medios de información aquí (y, por supuesto, allá) pasaron por
alto el hecho. Hube de recurrir entonces a desarrollar, con muy
escasa experiencia, una amplia campaña de divulgación que
afortunadamente resultó efectiva.
Entre las nuevas generaciones, los que vieron los abusos
terroristas del gobierno de Estados Unidos durante la época de
la agresión contra los pueblos del sureste de Asia y contra Libia,
Cuba y otras naciones latinoamericanas; los que dudaron las
versiones oficiales sobre el golpe de estado al presidente John
F. Kennedy; los que supieron de día a día sobre el escándalo de
Watergate y vieron al presidente Nixon mentir con Ia mayor
desfachatez; los que vieron las luchas de los negros y los
nativos americanos en Estados Unidos por sus derechos civiles
y humanos; los que se enteraron del entrampamiento y los
asesinatos en Maravilla y el subsiguiente encubrimiento; los que
aprendieron a poner en duda la palabra de los políticos, esos
rechazaron de plano el cuento de la locura o, cuando menos, lo
pusieron en duda.
Entre las generaciones anteriores, los que acostumbraban
aceptar pasivamente los dictámenes gubernamentales y no
dejaban cabida a Ia duda siquiera con el fin de “conducir bien Ia
razón”, a lo Descartes, han tropezado de repente con la
admisión pública del propio gobierno de Estados Unidos en el
sentido de que sí, en efecto, la Comisión de Energía Atómica
habla estado utilizando a escondidas a mujeres embarazadas,
niños y niñas retardados, militares y presidiarios desde la
década del 40 para hacer averiguaciones sobre los efectos
dañinos de la radiación atómica en los seres humanos. Aunque
Ia secretaria de energía Hazel O*Leary hizo la admisión a! cierre
del año de 1993, se sabe que los hechos ya habían comenzado
6
Locura por decreto
a surgir en los medios noticiosos desde el año de 1971. Por
desidia o, con más probabilidad, por razones politicas, la Prensa
optó por no profundizar en el asunto y no dedicarle tiempo y
espacio para el seguimiento. Peor aún, el New York Times, tan
utilizado por los investigadores, se ocupó de restarle importancia
a un informe de octubre de 1986 del Subcomité de Energía de
la Cámara de Representantes de Estados Unidos el cual
contenía las revelaciones que habrían de repercutir en el año de
1994 cual si se tratara de una noticia “acabada de recibir”.
Según informa la Revista de Periodismo de la Universidad de
Columbia (Columbia Journalism Review) en su edición de
marzo-abril de 1994, el New York Times soslayó el contenido de
más de 90 páginas del informe que aludían a lo inético de los
experimentos y llevó a sus lectores la idea de que las personas
objeto de la experimentación atómica se hablan sometido a Ia
misma voluntariamente. “Voluntarios en E. U. sometidos a
radiación,” fue el título del breve artículo sin firma que el Times
de Nueva York publicó tímidamente en su página A-20.
La retrasada admisión del gobierno de Estados Unidos en
torno a estos abusos contra sus propios ciudadanos ha
causado, como por arte de magia, que en Puerto Rico hasta los
intelectuales de butaca reclinable hayan descartado la posición
oficial sobre las denuncias de tortura de don Pedro Albizu
Campos.
Este escrito alude al diagnóstico de locura que se le fabricó
a Albizu, a las espantosas deficiencias y contradicciones del
mismo, al contexto político del cual surgió y a las decisiones
contradictorias que le siguieron, con énfasis en el papel que
desempeñaron el gobernador Luis Muñoz Marín y su leal
secretario de justicia, José Trías Monge, así como los médicos
7
Pedro Aponte Vázquez
y médicos siquiatras que de un modo o el otro tuvieron
injerencia en el asunto.
No me es posible mencionar a todas las personas que
directa e indirectamente me ayudaron en este esfuerzo. De
hecho, algunas quieren que no las mencione, como, por
ejemplo, la persona que en Paris diseñó la portada y me la
obsequió (sin siquiera comparlir mi ideología), y a las que me
han dado auxilio económico. Muchas otras han contribuido sin
saberlo: las que han patrocinado mis publicaciones anteriores y
las que con evidente entusiasmo me han exhortado a seguir en
esta labor.
Agradezco, además, la gentileza de los estudiantes y
empleados de Ia Colección Puertorriqueña de la Biblioteca José
M. Lázaro de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río
Piedras, de la señorita Hilda Chicón y sus compañeras y
compañeros de la Sala de Referencia del Archivo Nacional de
Puerto Rico (mal llamado Archivo General) y del joven archivero
Julio Quirós Alcalá, de la Biblioteca de la Fundación Luis Muñoz
Marín. Al fotógrafo independiente José Luis León le agradezco
sus servicios profesionales sin costo alguno aun en sus
momentos de mayor necesidad. Además, recibí los servicios del
Proyecto de Digitilización de Fotos del Periódico El Mundo,
adscrito a la Biblioteca Lázaro. Las fotos aquí identificadas con
las siglas en paréntesis de La Universidad de Puerto Rico (UPR)
son propiedad de ese Proyecto.
Verá usted que este trabajo de investigación no habría sido
posible sin el peritaje que me proveyó, también sin costo alguno,
el siquiatra forense Víctor J. Lladó y los servicios que obtuve del
licenciado Alejandro Torres Rivera, del Instituto de Derechos
Humanos de Puerto Rico. El licenciado Torres Rivera me
representó en la demanda que incoé en contra del
8
Locura por decreto
Departamento de Justicia de Puerto Rico y de la Administración
de Corrección para obtener copias de documentos públicos
pertinentes a don Pedro Albizu Campos. Por orden del juez
superior Arnaldo López Rodríguez esas entidades depositaron
conjuntamente una gran cantidad de documentos, pero no
todos, en nuestro Archivo Nacional. En la demanda participó,
además, el Instituto Puertorriqueño de Derechos Civiles. Ambas
entidades y el licenciado Torres Rivera rindieron sus servicios
libre de costo.
Desde que inicié mis tareas de investigación de la vida y Ia
muerte de don Pedro Albizu Campos tuve el privilegio de contar
con los testimonios y total respaldo de los siguientes discípulos
suyos que participaron en los trabajos del Comité pro defensa
de don Pedro Albizu Campos: Isabel Rosado Morales, José
Rivera Sotomayor, Rosa Collazo, Lydia Collazo, Paulino Castro,
Juanita Ojeda, José Antonio “Ñin” Negrón, Antonio Moya Vélez
y Ruth M. Reynolds, quien, aunque no era Nacionalista, sufrió
cárcel por parecerlo.
El Comité, a su vez, recibió el respaldo de varias y diversas
entidades profesionales, sindicales, políticas, masónicas y
estudiantiles. Coordinó los trabajos del Comité, con patriótico
empeño, mi compañera y esposa Judith Ortiz Roldán.
Extrañamente, los descendientes de Albizu por la línea de los
Meneses apoyaron mi labor al inicio, pero sus palabras de
aliento luego se convirtieron en insultos. De igual modo se
condujo el Colegio de Abogados de Puerto Rico.
Como siempre, quedo como único responsable de lo que
aquí expongo.
San Juan de Puerto Rico
junio de 2005
9
Locura por decreto
1
el decreto
El 23 de septiembre de 1953,
cuando en Puerto Rico se
conmemora el Grito de Lares de
1868, el siquiatra Luis M. Morales
visitó a don Pedro Albizu Campos en
su celda de la cárcel de La Princesa
con el alegado propósito de hacerle
una evaluación siquiátrica por
encomienda del entonces gobernador
Luis Muñoz Marín y su secretario de
justicia, José Trías Monge. 1
Acompañaban al doctor Morales los
doctores Ramón M. Suárez y
Federico Velázquez. Sólo Morales era
José Trías Monge (UPR)
siquiatra.
La encomienda tuvo su origen en el hecho de que Albizu
venía quejándose, desde principios del año de 1951, de que lo
estaban irradiando con el propósito de darle muerte lentamente
y sin que fuera posible fijar responsabilidad.2 Dos días después,
el doctor Morales le rindió a Trías un detallado informe en el cual
expresó que Albizu, quien no había consentido a ser examinado
13
Pedro Aponte Vázquez
ni física ni psiquiátricamente, estaba mentalmente trastornado.
Dijo Morales:
OPINION: El Sr. (sic.) Pedro Albizu Campos está
sufriendo en la actualidad un grave trastorno mental.
Todo el cuadro clínico que presenta es el de una
reacción psicótica, es decir, una forma de >locura’ que
cae de lleno entre las ‘Enfermedades Paranoicas’. Mi
diagnóstico de presunción en este caso es ‘Estado
Paranoide’.
Antes de expresar esta opinión, Morales había señalado
que: “Su orientación en cuanto a tiempo, fechas, lugar y
personas es normal. También es normal su memoria, que
incluso es excelente para hechos recientes y remotos.” Agregó
el siquiatra que Albizu mostraba “fluidez normal e ilación
coherente y pertinente” en el curso de su pensamiento, el cual
describió como “ininfluenciable (sic) cuando fluye por las rutas
morbosas de su delirio.”
Morales tenía la certeza de que Albizu no tenía remedio. En
el referido informe afirma que sería “muy poco” lo que se podría
hacer en materia de tratamiento y que no era “esencial para la
salud mental del paciente” su traslado a un hospital para
enfermos mentales. Veamos sus palabras:
En lo que respecta al tratamiento del estado mental, me
temo que sea muy poco lo que podría hacerse. Después
de pesar muy cuidadosamente las ventajas y desventajas
que para la salud del enfermo significaría su traslado a
una clínica u hospital, he llegado a la conclusión de que
tal medida no es esencial para la salud mental del
14
Locura por decreto
paciente. No conozco ningún régimen psiquiátrico para
aliviar o curar esta condición que no pudiese ser puesto
en práctica sin necesidad de trasladar al enfermo. De
todos modos, antes de siquiera intentar cualquier forma
de terapia – y estoy pensando en las formas físicas de
terapia que son las únicas que podrían utilizarse en un
caso como este – sería indispensable conseguir lo que
me parece imposible: obtener el consentimiento del
enfermo y someterlo antes que nada a una minuciosa
exploración médica.
Unos dos años antes de esta visita, el 16 de mayo de 1951,
el siquiatra del presidio insular, doctor Rafael Troyano de Los
Ríos, entrevistó a Albizu en La Princesa y concluyó que padecía
de “delirio de perjuicio de tipo presenil.”3 Es decir, que por
motivo de su edad, había desarrollado la manía de que se le
quería hacer daño; de que el enemigo quería hacerle daño.
Señaló, además, que presentaba Aun cuadro de un delirio con
ideas interpretativas y únicamente podrían interpretarse como
verdaderas alucinaciones las percepciones de olor que él alega.@
El problema residía entonces en la interpretación que Albizu
hacía de los hechos; de lo que en su cuerpo sentía.
Insistió el doctor Troyano en que “El resto de las
manifestaciones, como dije anteriormente, son puramente
interpretativas y no alucinatorias.” Surge de su informe, fechado
el 24 de mayo de 1951, que Albizu se encontraba incomunicado.
El subsiguiente 21 de mayo (subsiguiente a la fecha de la
visita de Troyano), los doctores Ramón M. Suárez y Manuel
Pavía Fernández examinaron a Albizu por instrucciones del
Procurador General Víctor Gutiérrez Franqui.4 Luego de
exámenes que incluyeron pruebas de laboratorio, ambos
concluyeron que Albizu padecía de hipertensión no maligna
15
Pedro Aponte Vázquez
Ramón M. S uárez (UPR)
Luis M. Morales (UPR)
debida “al endurecimiento y por consiguiente a la falta de
elasticidad de los grandes vasos, signos inequívocos de
arterioesclerosis.”5 En tomo a las denuncias de Albizu de que lo
estaban quemando con radiación, los doctores Suárez y Pavía
señalaron que se inclinaban “a creer que se está desarrollando
en el Sr. (sic) Albizu una manía de persecución de tipo
paranoideo” (sic) y agregaron que sobre este aspecto le dejaban
al siquiatra el diagnóstico final.6 En efecto, ese mismo día visitó
a Albizu el siquiatra Mario C. Fernández, quien presumiblemente
acompañaba a Suárez y a Pavía. Dijo el doctor Fernández sobre
Albizu en su informe que “Sus concepciones delirantes son
esencialmente ideas de persecución, ideas de influencias
extrañas puestas en acción con el único objeto de ‘matar su
organismo célula por célula y convertirlo en un cáncer total’.”7
Obsérvese que Albizu había especulado que su exposición a la
radiación podría causarle cáncer.
16
Locura por decreto
El doctor Fernández, seguramente para sorpresa de Trías,
se abstuvo de hacer el diagnóstico final que los doctores Suárez
y Pavía habían dado por sentado que haría. Dijo el doctor
Fernández: “Nos encontramos, sin duda alguna, frente a un
episodio psicósico interpretativo de perjuicio y daño, con tinte
megalómano (paranoide) y una marcada ausencia de
repercusión emotiva. Una suficiente observación del mismo
sentaría las bases para un diagnóstico final.”8
Albizu, como abogado al fin y como revolucionario, conocía
los mecanismos legales con los que contaba el gobierno para,
a través de la siquiatría, reprimir a los disidentes y a los
enemigos. En carta del 30 de mayo de 1953 dirigida al joven
Nacionalista Gabriel Parrilla Fontánez, encarcelado luego de
batirse a tiros con agentes de la Policía y del FBI, Albizu le
explica cómo un tribunal puede “condenarte a perpetua sin
haberte condenado a perpetua.” Veamos a continuación el
asesoramiento legal que le dio Albizu:
Gabriel:
La vista que hubo en la Corte para examinar tu
estado mental indica que hay un deseo de
declararte mentalmente incapacitado y persona
irresponsable. En esa forma destruir la
significación de tus actos. El arrebato de cólera se
usa como prueba de incapacidad mental. Por
tanto, su repetición a corto plazo sería
concluyente. Las consecuencias de esto son
sumamente graves. Durante tu prisión se prestará
a la máxima custodia. También pueden valerse de
17
Pedro Aponte Vázquez
El joven Nacionalista Gabriel Parrilla Fontánez es conducido bajo arresto
por agentes federales luego de sostener un intenso tiroteo en s u res iden cia
con agentes del FBI y de la Policía que fueron a arrestarlo por negarse a
inscribirse para servir en las fuerzas armadas de Estados Unidos. (UPR).
esa situación para condenarte a perpetua sin
haberte condenado a perpetua, en la siguiente
forma: Declarado mentalmente incapacitado, el
tribunal competente ordenará tu reclusión en un
manicomio, del cual no podrás salir sin el fallo
favorable a tu capacidad y responsabilidad por
una Junta de Psiquiatras que nombrará el tribunal
competente. Como hay la intención de tenerte
preso, puedes imaginar fácilmente quiénes
compondrán esa Junta de Psiquiatras y cuál habrá
de ser su fallo en [t]u caso, contra tu capacidad
mental y tu responsabilidad.
Albizu procede entonces a darle consejos sobre cómo
enfrentar la situación y termina diciéndole: “Te habla quien
siente por ti respeto y admirac ión.” 9
18
Locura por decreto
Copia de una transcripción a maquinilla
de esta carta llegó a manos de Muñoz Marín,
a quien se la envió el jefe de la Policía,
Salvador T. Roig. La misma iba acompañada
de una carta de trámite fechada el 22 de
junio de 1953 en la que Roig explica que: “El
original [...] fue entregado a uno de nuestros
agentes por el Alcaide Interino de la cárcel
de [distrito] de San Juan.”10 Hacia la esquina
superior derecha del papel aparece escrito a mano lo siguiente:
-Trías
-Troyano
-Estado salud Albizu
junio 24.
El 5 de junio de 1951, el doctor Troyano visitó nuevamente
a Albizu y le informó a Gutiérrez Franqui que se encontraba
“bastante repuesto físicamente” y que su alegado “trastorno
psíquico” seguía su curso, pero dormía con normalidad y “las
fases de excitación” habían cesado.11 El subsiguiente 17 de
junio, Troyano tenía “pleno convencimiento” de que Albizu no
estaba loco. Le dijo Troyano a Gutiérrez Franqui en carta del l7
de junio de 1951: “Después de haber entrevistado en varias
ocasiones al confinado Don Pedro Albizu Campos, he llegado al
pleno convencimiento de que este recluso se encuentra en
condiciones de comparecer ante una corte, así como asesorar
a sus abogados por el juicio que contra él tiene pendiente el
Pueblo de Puerto Rico.”12 Esta oración constituye el primer
párrafo de su carta, por lo que es razonable suponer que el
19
Pedro Aponte Vázquez
llamado Departamento de Justicia
deseaba la opinión pericial de Troyano
sobre ese extremo.
Nos queda la incógnita sobre cuál
habría sido la reacción del
Departamento si la opinión hubiese sido
lo contrario, pues Albizu tenía pendiente
el juicio por doce cargos de violación de
la ley de la mordaza. Por esos cargos
fue en efecto enjuiciado y sentenciado a
cumplir 54 años de cárcel el 29 de
Juan B. Fernández
agosto de 1951.13 Anteriormente, entre
Bad illo
el 20 de febrero y el 16 de marzo del
(UPR)
mismo año, había sido sentenciado a 20
años y tres meses por tres cargos de posesión ilegal de armas,
dos de violación de la ley de explosivos y uno de ataque para
cometer asesinato.14 Dicho sea de paso, esta sentencia de 54
años por 12 cargos de conspirar para derrocar el gobierno de
Puerto Rico por la fuerza y la violencia, era inconstitucional a la
luz de la opinión del Tribunal Supremo de Estados Unidos en el
caso de Braverman vs. Estados Unidos de Norteamérica del 9
de noviembre de 1942. En este caso, el Tribunal Supremo
estableció por voz del juez presidente Stone que: “Ya sea que
el objeto de un solo acuerdo sea el de cometer uno o muchos
crímenes, comoquiera que sea, es el acuerdo lo que constituye
la conspiración que el estatuto castiga. El solo acuerdo no
puede verse corno que constituye varios acuerdos y por
consiguiente varias conspiraciones porque contemple la
violación de vanos estatutos y no de uno.”15
Cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos resolvió
este caso, el llamado Departamento de Justicia federal llegó a
20
Locura por decreto
1. Carta-informe del doctor Luis M. Morales a J. Trías Monge, secretario de justicia
del E. L. A. de Puerto Rico, 25 septiembre 1953, seis páginas, espacio sencillo.
Archivo Nacional de Puerto Rico (ANPR), Fondo: Depto. Justicia; Serie: Documentos
Nacionalistas, Caja 15, Item 35. En adelante, las siglas ANPR indicarán que el
documento aludido se encuentra en el mismo Fondo y en la misma Serie en el
Archivo Nacional de Puerto Rico, conocido oficialmente como Archivo General de
Puerto Rico.
2. Véase: Pedro I. Aponte Vázquez. ¡Yo acuso!: Tortura y asesinato de don Pedro
Albizu Campos. San Juan: Publicaciones RENÉ, 1992 (3ra. Ed.).
3. Informe sin título del doctor Rafael Troyano de Los Ríos, presumiblemente
sometido al Secret ario de Justicia, 24mayo 1951, tres páginas, doble espacio. ANPR,
lugar indicado.
4. Carta de trámite del informe de los doctores Ramón M. Suárez y Manuel Pavía
Fernández sometido al procurador general, Víctor Gutiérrez Franqui, 24 mayo 1951.
ANPR.
5. Informe médico de los doctores Suárez y Pavía a Gutié rrez Franqui, 24 mayo
1951. ANPR.
6. Ibid
7. Informe del doctor Mario C. Fernández, sin título, presumiblemente al Procurador
General, 25 mayo 1951, dos páginas, es pacio senc illo. ANPR.
8. Ibid
9. ANPR.
10. Ibid
11. Informe de Troyano de Los Ríos a Gutiérrez Franqui, 6 junio 1951, dos páginas,
doble espac io. ANPR.
12. ANPR
13. Declaración jurada de Gerardo Delgado ante el fiscal Francisco Agraít Oliveras
sobre Habeas Corpus, 16 septie mbre 1961. ANPR.
14. Ibid
15. Braverman vs. U.s., 317 U.S. 49.
21
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