1 CHARLES TILLY Y EL ANÁLISIS DE LA DINÁMICA HISTÓRICA DE LA CONFRONTACIÓN POLÍTICA Eduardo González Calleja Universidad Carlos III de Madrid Charles Tilly (Lombard, Illinois, 1929-Bronx, New York, 2008) ha sido el más sólido e influyente especialista del último medio siglo en el análisis sociohistórico de la confrontación política en su relación con los grandes procesos de cambio económico, urbano o demográfico. A lo largo de su prolífica carrera, plasmada en más de 600 artículos y 51 libros y monografías1, mostró su curiosidad por asuntos tan diversos como la urbanización, la industrialización, la acción colectiva o la construcción del Estado, y en sus más recientes libros llegó a explorar la relación entre identidad y cultura. Fue un influyente analista de los movimientos sociales, un pionero en la sociología histórica del Estado, un importante teórico de la desigualdad social y un destacado formulador de hipótesis sobre epistemología, análisis de procesos, uso de la narrativa como método para la explicación histórica, análisis contextuales, etnografía política y métodos cuantitativos en el análisis histórico2. Su estilo “empresarial” de investigación (algunas semblanzas le pintaban como un Henry Ford dirigiendo el “ensamblaje” de ingentes series de datos sobre huelgas, tumultos del hambre y rebeliones fiscales), su permanente atención a los procedimientos de investigación, su esfuerzo por sistematizar una ingente colección de datos históricos y la importancia que siempre otorgó a la crítica, el comentario y la síntesis distinguieron la labor de Tilly de la de otros sociólogos interesados en el pasado3. Su audiencia mixta de historiadores interesados por sus métodos de análisis innovadores y de sociólogos que buscan modelos alternativos de acción colectiva y estrategias de investigación histórica que den respuesta a las cuestiones sociológicas que se plantean se explica en buena parte porque empleó un lenguaje ambivalente pero razonablemente comprensible, y una metodología que siempre aspiró a situarse en el cruce —cuyo intenso tráfico puede generar desorientación— entre la Historia y la Sociología4. Tilly formó parte de la segunda generación de sociólogos norteamericanos de posguerra, que bajo la influencia de maestros como Barrington Moore Jr. o Reinhard Bendix, rechazaron el presentismo y el conformismo campantes en el paradigma funcionalista y trataron durante los años 60 y 70 de responder a las grandes cuestiones 1 Sus publicaciones más representativas, en su CV de marzo 2008 (http://www.ssrc.org/essays/tilly/wpcontent/uploads/2008/05/bibliography-tilly-cv.pdf). 2 Una recopilación representativa de sus escritos metodológicos está disponible en : http://professormurmann.info/index.php/weblog/tilly 3 HUNT, 1984: 244-245, 255 y 257. Su estilo de trabajo seguía las siguientes etapas: 1) basándose en sugerencias realizadas en la literatura especializada y en sus propias intuiciones, formular varias hipótesis que deben explicar manifestaciones duraderas y transformaciones a largo plazo de la acción colectiva; 2) especificar las implicaciones de estas hipótesis; 3) elaborar grandes series de datos referentes a las modalidades y transformaciones de la acción colectiva a largo plazo; 4) comprobar la adecuación entre los datos empíricos y las implicaciones específicas de las hipótesis; 5) en función de los resultados obtenidos, rechazar o reformular las hipótesis centrales que explican por qué los cambios en la acción colectiva tienen lugar en el modo en que lo hacen y sus específicas consecuencias históricas, y 6) si las hipótesis se dirigen a una misma dirección, elaborar un modelo más universalmente aplicable. Una divertida exposición de este método de trabajo, en el texto “How I Work” (www.kellogg.nwu.edu/evolution/how_I_work/tilly.htm). 4 HUNT, 1984: 266. 2 sobre el cambio social conflictivo planteadas por el materialismo histórico. A su vez, Tilly también actuó en los años 80 y 90 como el puente necesario para que una tercera generación de científicos sociales superaran el mecanicismo marxista y pusieran el énfasis en la cultura, la conciencia y la interpretación, recuperando al Max Weber que describió al Estado como un actor básico que lucha por sus propios intereses y derechos 5. Al igual que Weber, Tilly consideraba que las creencias, las costumbres, las visiones del mundo, los derechos y las obligaciones afectan indirectamente a la acción colectiva a través de su influencia en los intereses, la organización, la movilización y la represión 6. Sin embargo, se mostró muy duro con Durkheim, a quien criticó su noción de anomia y el modo en que la hacía derivar de resultados sociales no deseados. Sus invectivas se dirigieron, sobre todo, contra herederos de la teoría durkheimiana de la patología y la desintegración social como Samuel P. Huntington, Chalmers Johnson o Ted R. Gurr, a los que censuró la falta de adecuación que existía en sus trabajos entre la evidencia histórica y las hipótesis derivadas de sus investigaciones. En contrapartida, Tilly insistía en la racionalidad e intencionalidad de la acción colectiva, y destacaba la importancia de la creatividad y de la solidaridad —léase organización—, antes que la ansiedad, la furia, la desintegración o la ruptura del control social, a la hora de buscar los promotores de la acción colectiva7. Como apuntó Richard Hogan, su carrera puede ser contada como una larga y difícil escapada desde el reduccionismo estructuralista hacia lo que él mismo llamó “realismo relacional”; una nueva perspectiva de observación donde las transacciones, los vínculos sociales y las conversaciones se convertían en el tejido constitutivo de la vida social, en contraste con el “individualismo metodológico”, el “individualismo fenomenológico” y el “holismo”8. Tilly siempre rechazó la formulación de leyes generales de desarrollo o la construcción de modelos generales acrónicos. Su objetivo, más modesto, era vincular transformaciones sociales específicas en tiempos y lugares particulares con los procesos generales de cambio, y por ello, su programa de investigación abandonó las definiciones y las interpretaciones genéricas e inalterables, para situar en su lugar los mecanismos y las dinámicas relacionales: “En lugar de estudiar conductas imperecederas de las multitudes, estudiamos las formas particulares de acción que utiliza la gente en sus reivindicaciones. En vez de estudiar las leyes del movimiento social, estudiamos la emergencia del movimiento social como fenómeno político. En vez de estudiar el poder en general, estudiamos las modalidades del poder dentro de un cierto modo de producción”9. Tras graduarse en la York Community High School de Elmhurst (Illinois), Tilly estudió en la Universidad de Harvard, donde obtuvo su Bachelor of Arts en 1950, y tras cursar breves estancias en el Balliol College de Oxford y la Université Catholique de Angers (Francia), obtuvo en 1958 un doctorado en Sociología en Harvard de la mano de Barrington Moore Jr. y bajo la influencia de Marx, Durkheim y Braudel. Su formación en tradiciones históricas y sociológicas tan diversas le permitió seguir una línea ecléctica. La 5 TILLY, 2006b. TILLY, 1978: 48. 7 TILLY, TILLY y TILLY, 1997: 14-22. 8 TILLY, 2008b: 6-7. El tránsito ontológico, en HOGAN, 2004. 9 TILLY, 1981: 46. 6 3 influencia de Stuart Mill se percibe en su modelo de movilización, donde hace hincapié en la importancia de los intereses y de la oportunidad para que la gente actúe colectivamente con el fin de maximizar sus ganancias. La influencia marxiana resulta también perceptible en tanto que, a diferencia de Weber o Durkheim, Marx propuso un análisis de la acción colectiva en la que tenían protagonismo las reivindicaciones de los grupos solidarios organizados alrededor de intereses articulados10: Tilly siempre enfatizó el conflicto sobre el consenso, y destacó la dimensión política de la acción colectiva, así como la dinámica del capitalismo para entender el desarrollo de las situaciones revolucionarias. En sus trabajos, el Estado nacional aparece como un protagonista social destacado, que representa los intereses de los grupos sociales dominantes, y cuya legitimación resulta siempre problemática. Sin embargo, la posición relativa de los contendientes no la extrae mecánicamente de su posición en las relaciones de producción, y advirtió que la organización económica no precedía necesariamente en su análisis a factores como la formación del Estado o el crecimiento urbano, que, con todo, mantienen más proximidad a los conceptos básicos del marxismo que el ambiguo término de “modernización”. Como él mismo recuerda, sus referentes en el marxismo y la escuela de los Annales (que le transmitió una inclinación duradera por el estudio de las grandes estructuras y de los procesos históricos multiseculares) le alejaron inevitablemente de la sistematicidad parsoniana que dominaba la sociología norteamericana durante los años 50: “Mi fuerte implicación con la academia francesa me permitió tomar gran distancia con el establishment académico norteamericano. Me situé como miembro izquierdista de la escuela de los Annales, cosa menos fácil en los años 60 y 70 de lo que sería más tarde”11. Tilly decidió, pues, estudiar el conflicto en un campo científico hegemonizado por el funcionalismo parsoniano, que relegaba a la marginalidad académica incluso a figuras tan señeras como Barrington Moore, quien le sugirió que acudiera a los archivos para ver cómo la gente ordinaria interactuaba en procesos políticos concretos, como la extracción de recursos, la movilización, la represión o la polarización. Con ese bagaje crítico, impregnado de estructuralismo braudeliano, abordó la investigación que desembocó en 1958 en su tesis doctoral sobre La Vendée, publicada en 1964, donde describe el levantamiento contrarrevolucionario del oeste francés desde un punto de vista no ideológico o militar, sino centrándose en las tensiones suscitadas entre los estratos provinciales por los cambios administrativos y sociales ligados al proceso de urbanización, y convirtiendo la concentración de población en una metrópoli como París (con tantos paralelismos con los cambios sufridos por las ciudades del tercer mundo en la segunda mitad del siglo XX) en el paradigma de esa situación de inestabilidad12. 1. El estudio de los fundamentos y el proceso de la acción colectiva Tras obtener su doctorado, Tilly desempeñó tareas docentes en la Universidad de Delaware (1956-62), fue profesor visitante en el MIT-Harvard Joint Center for Urban 10 Como se reconoce explícitamente en TILLY, TILLY y TILLY, 1975: 274 y 1997: 315. ALONSO y ARAUJO GUIMARÃES, 2004. 12 TILLY, 1964. 11 4 Studies (1963-66) y profesor de Sociología en la Universidad Toronto (1965-69). Por esas fechas, una serie de nuevos programas de investigación fueron precipitando el declive del paradigma funcionalista del comportamiento colectivo violento como algo anormal, desorganizado o contagioso. Algunos especialistas, como James C. Davies con su teoría de la “curva en J” o Ted R. Gurr con su teoría de la “privación relativa”, reactualizaron las viejas teorías de la revolución de Marx y Tocqueville, que podríamos denominar de “privación absoluta”, y erigieron el incremento del nivel general de las aspiraciones y la frustración de expectativas en factores clave del cambio sociopolítico radical; es decir, presentaban la miseria y la explotación como causas y móviles del descontento, pero situaban en primer plano la doctrina psicológica de la frustración=agresión, menos “subversiva” que una explicación preponderantemente socioeconómica como la marxista13. Naturalmente, estas teorías pecaban de psicologismo e individualismo. La conducta colectiva no podía deducirse de la suma de las conductas individuales, sino que debía incorporar los efectos de la dinámica grupal. Ello se demostró en las luchas que se libraron en los Estados Unidos durante los años 60 en pro de los derechos civiles y en contra de la guerra de Vietnam, que comenzaron a ser consideradas desde otra perspectiva: como intentos racionales y justificados de obligar al gobierno a responder a las necesidades e intereses legítimos de los ciudadanos. Se abrió entonces paso el análisis de la acción concertada como un comportamiento deliberado y racional, dirigido hacia el cambio social. Cuando los investigadores comenzaron a aplicar la perspectiva de la elección racional, sistematizada en 1965 por el economista Mancur Olson, las viejas teorías psicologistas fundamentadas en la ira, la emoción o la frustración comenzaron a caer en el descrédito. Como señaló Tilly, al proyectar la claridad de la lógica deductiva de la economía sobre los análisis inductivos de los sociólogos, Olson hizo que el análisis de la forma en que los movimientos sociales obtienen sus medios de actuación se convirtiera en una cuestión relevante14. Pero a diferencia de él, pensaba que las personas estaban motivadas directamente por el interés colectivo, no por cálculos racionales de utilidad puramente personal. La teoría de la elección racional asegura que los contendientes están continuamente evaluando los costes y los beneficios de su acción, pero ambas magnitudes resultan inciertas, porque los rivales en un conflicto sólo disponen de una información parcial sobre la situación política, y todas las partes se implican en una interacción estratégica que aumenta la fluidez de la situación. No es creíble que cada actor colectivo evalúe completa, cabal y continuamente cada una de sus acciones según un escrupuloso cálculo de costes y beneficios. La gente no actúa, pues, movida por una racionalidad absoluta y objetiva, sino por lo que percibe como razonable y factible en cada momento. Tilly advirtió que “para utilizar modelos de acción racional no es preciso suponer que toda acción colectiva esté básicamente calculada, elegida, deseada, y que sea factible y eficaz. Únicamente es preciso suponer, provisionalmente, una serie coherente de relaciones entre los intereses, la organización, las creencias compartidas y las acciones de los actores”15. En los años 70, Tilly se trasladó de la narrativa teorizada de The Vendée a los análisis estadísticos sistemáticos de grandes series de acontecimientos, enlazando su 13 DAVIES, 1962 y GURR, 1971. Para una valoración de estas teorías, GONZÁLEZ CALLEJA, 2002: 113-140. 14 TILLY, 1978: 85. 15 TILLY, 1991a: 47-48. 5 énfasis original en la urbanización con los efectos que podían tener amplios procesos históricos como el capitalismo y la formación del Estado sobre la política de confrontación. En 1969 fue solicitado por el Committee on Comparative Politics, organismo dirigido por Gabriel Almond especializado en la investigación comparativa sobre los estados recientemente independientes (que ayudó a elaborar, entre otras, la teoría del nation building), para introducir a los historiadores en los debates liderando un grupo especializado en la historia europea que elaboró el libro The Formation of National States in Western Europe (1975). En contra del optimismo desarrollista campante a escala internacional y el modelo doméstico de nation-building, este equipo advirtió que muchos estados europeos nacieron o desaparecieron en una feroz lucha global por la supervivencia, donde la constancia de los conflictos y los desafíos bélicos tuvo un carácter central. Luego vinieron los análisis macrohistóricos de los Estados y las guerras, y los procesos de conflicto basado en monumentales series de eventos de protesta. Como hemos dicho, Tilly procedía de una tradición estructuralista, pero en el curso de sus trabajos descubrió la necesidad de tener en cuenta la interacción estratégica. En el estudio de las huelgas en Francia de 1830 a 1868 que culminó en la obra realizada con Edward Shorter en 197416 y en el análisis de la violencia colectiva en Francia, Italia y Alemania de 1830 a 1930 que acabó desembocando en el peculiar libro familiar The Rebellious Century (1975) volvió situar las luchas por el control del Estado como el factor desencadenante de la violencia colectiva que a su vez conducía a grandes cambios estructurales. Este fue el origen del “modelo político” que desarrolló en From Mobilization to Revolution (1978), donde la elaboración deliberada de las reclamaciones colectivas aparece como alternativa a los “modelos de dificultad” (hardship model) propios de la escuela psicologista de la frustración-agresión. Tilly presenta un sistema o “modelo político” compuesto de cuatro elementos básicos: el gobierno como órgano dotado de los medios de coerción sobre la población, los contendientes (tanto los grupos que tienen acceso al poder como los adversarios) que pueden en ambos casos coordinar la acción colectiva (política) a través de coaliciones. Pero el principal objetivo del libro es el estudio de la acción colectiva, sistematizada en un “modelo de movilización” secuencial, articulado en torno a cinco grandes componentes: desde la percepción de los intereses compartidos (ganancias y pérdidas resultantes de la interacción) y la organización (aspectos de la estructura del grupo que afectan a la capacidad de acción o a los intereses) a la movilización (proceso en el que un grupo adquiere control colectivo sobre los recursos utilitarios y normativos necesarios para la acción), y de allí a la acción colectiva (actuación conjunta en busca de intereses comunes) cuando surgen oportunidades concretas (relación entre el grupo y el mundo que le rodea) para actuar eficazmente17. La acción colectiva no es un fenómeno espontáneo, sino un proceso de evaluación de costes y beneficios que surge del desarrollo lógico y de la interacción de los cuatro factores anteriormente descritos. Es también un hecho histórico, y por lo tanto dinámico, vinculado al desarrollo del capitalismo y del Estado modernos, y que se va redefiniendo en el curso de la propia actividad reivindicativa. El “modelo de movilización” se refiere a cantidades de acción colectiva, recursos y bienes colectivos antes que a cualidades. Además, la ausencia del factor tiempo escamotea las maniobras y dudas propias de una interacción estratégica El tránsito desde 16 17 SHORTER y TILLY, 1974. TILLY, 1978: 7-10 y 52-55. 6 la capacidad de actuar a los incentivos u oportunidades para la acción lo brinda la otra parte de su modelo de acción colectiva: el “modelo político”, que da cuenta de las relaciones externas de los contendientes con otros actores integrados o no en el orden político; en suma, de las coaliciones y luchas que se establecen por la conquista o la conservación del poder. Esta contienda por el poder, que consiste en la obtención y aplicación de recursos para influir en otros grupos, es el vínculo necesario entre el “modelo de movilización” y el “modelo político”, y se desarrolla bajo dos premisas básicas: que la acción colectiva generalmente implica la interacción con otros grupos, incluidos los gobiernos, y que adopta formas bien definidas y familiares para los participantes, llamados repertorios de acción colectiva, de los que hablaremos a continuación. Entre las aseveraciones más rotundas e influyentes de esta obra clave de Tilly está el destacar que, en la mayor parte de los casos, la violencia brota de acciones colectivas que no son intrínsecamente violentas, y que muestra una implicación determinante de los agentes represivos del Estado, como policías y soldados. Su evolución depende en buena parte de las estrategias de acción colectiva que implementan los principales contendientes por el poder a nivel local o nacional. En From Mobilization to Revolution, Tilly destacó los componentes organizativos y estratégicos de una acción de protesta (intereses, estructura y movilización del grupo, oportunidad de la acción) donde Gurr o Davies destacan los componentes “volcánicos”; para uno, la revolución es algo que se organiza; para los otros, es algo que explota18. Su obra se convirtió en la referencia para las nuevas corrientes de análisis de la protesta social conocidas como “escuela de movilización de recursos” (John D. McCarthy y Mayer N. Zald) y “escuela del proceso político” (Charles Tilly y Sidney Tarrow). Pero el modelo de movilización propuesto en 1978 tenía el defecto de ser enteramente estático, como reconoció el propio Tilly en sus últimos años, cuando apuntó hacia una renovación metodológica más atenta a las “secuencias y combinaciones de mecanismos causales”19. 2. Los repertorios de acción colectiva como construcción estructural, histórica y cultural En la siguiente década, Tilly estudió las relaciones entre los diversos niveles de confrontación y cómo formaban patrones de comportamiento que marcaban particulares períodos de cambio a través de la historia. Tras haber creado y dirigido el Departamento de Sociología Histórica y el Center for Research on Social Organization (CRSO) de la Universidad de Ann Arbor (Michigan) entre 1969 y 1984, pasó a trabajar en la New School for Social Research de Nueva York entre 1984 y 1990, donde organizó un seminario sobre “Contentious Politics”, que en 1996 transfirió a Columbia. A medida que su trabajo maduraba, fue sustituyendo los modelos correlacionales entre dos variables por mecanismos “relacionales” y procesos más complejos. Lo que importaba no eran tanto los individuos o las estructuras como las transacciones e interacciones sociales, en especial las contenciosas. Cuando dirigió su atención a estos procesos, se interesó cada vez más por cuestiones de cultura e identidad. De hecho, en los años 80 y 90 una de sus mayores preocupaciones fue determinar el papel de la cultura en la acción 18 19 JULIÁ, 1990: 158. TILLY, 2002. 7 colectiva y el cambio social. El concepto clave que acuñó y desarrolló fue el de repertorio de confrontación, que hizo operativo sobre todo a partir de su obra Popular Contention in Great Britain (1995). Tilly propuso un esquema evolutivo del desarrollo de la acción colectiva contenciosa en tres tipos sucesivos: primitiva (la desplegada por las comunidades y asociaciones rivales antes de desarrollo del Estado centralizado, como las riñas gremiales o escolares, las disputas entre ciudades, los pogromos o la violencia bandoleril y milenarista…), reaccionaria (la resistencia de grupos comunales autónomos y débilmente organizados que se levantan contra una presunta conculcación de sus derechos adquiridos frente a la penetración del Estado nacional y de la economía capitalista, como es el caso de las revueltas campesinas, la ocupación de tierras y bosques, los motines antifiscales o contra la conscripción, los tumultos del hambre o el luddismo) y moderna, que es desplegada por asociaciones especializadas y organizadas a escala nacional para la desplegar reivindicaciones políticas o económicas, como las huelgas, las manifestaciones, las campañas electorales, las acciones revolucionarias, etc. Sus objetivos, relativamente bien definidos, consisten, antes que en la resistencia, en el deseo de controlar una mayor gama de objetivos, programas y demandas20. Más adelante, Tilly realizó ligeros retoques a esta clasificación tripartita, diferenciado la acción colectiva competitiva u horizontal (ejecutada sobre los recursos reclamados por los contrincantes en el curso de la protesta), la acción reactiva (prácticas de autodefensa frente a presiones exteriores, cuando los derechos reclamados fueron establecidos o disfrutados, pero luego revocados o usurpados), y la acción proactiva, en torno a reclamaciones que han sido anunciadas, pero que aun no han sido disfrutadas. La protesta proactiva suele ser una forma de acción colectiva más organizada y extensa, que sustituye la base comunitaria por otra asociativa (huelgas, manifestaciones, pronunciamientos, etc.), y es la que más ha proliferado en la época contemporánea21. Esta clasificación convencional que Tilly realiza de los modos de protesta nos pone en relación con los repertorios de acción colectiva, es decir, con las modalidades alternativas de actuación en común urdidas sobre la base de intereses compartidos, que incorporan un sentido de regularidad, orden y opción deliberada, que se van redefiniendo y cambiando en el transcurso de la acción en respuesta a nuevos intereses y oportunidades, y que son interiorizadas por los grupos sociales tras un largo proceso de aprendizaje22. Tilly advierte que el concepto de repertorio es puramente explicativo, y que en su versión más “débil” es una metáfora usada para recordar que determinadas acciones colectivas son recurrentes, reconocibles por los participantes o por los observadores y depositarias de una historia autónoma. En su versión más “fuerte”, el concepto de repertorio equivale a una hipótesis de elección deliberada entre modos de actuación alternativos y bien definidos, donde tanto las opciones disponibles como la elección que realizan los que luchan cambian continuamente en función de los resultados de las acciones precedentes. En su versión “intermedia”, la noción de repertorio explica un 20 TILLY, 1969a: 89-100 y 1974: 271-302 y TILLY, TILLY y TILLY, 1975: 44-54. Hay que advertir que, a la hora de ensayar estas tipologías, Tilly ha utilizado indiscriminadamente los términos “contestación”, “acción colectiva violenta” y “repertorios de acción colectiva”. 21 TILLY, 1978: 143-149 y TILLY, TILLY y TILLY, 1997: 290. En TILLY, 1986a: 542-547, se simplifica esta división en dos únicos repertorios: de 1650 a 1850, un marco limitado de acción, en que la gente actúa asumiendo temporalmente las prerrogativas en nombre de la comunidad local. Desde 1850 se daría un tipo de protesta de carácter nacional, coordinado y autónomo. 22 TILLY, 1983a: 463; 1986a: 541 y 1986c: 176. 8 modelo en el que la experiencia acumulada de forma directa e indirecta interacciona con las estrategias de la autoridad, formando un número limitado de formas de acción más practicables y frecuentes de lo que pueden serlo otras formas que, en teoría, sirven para los mismos fines23. Estos repertorios son sólo modos o estrategias de enfrentamiento, sino creaciones culturales aprendidas a lo largo de la historia de la lucha, que dependen de una red existente de relaciones sociales y de los significados compartidos entre las partes de la interacción. Se vinculan, entre otros factores, a las costumbres y rutinas diarias de la gente, a la organización interna de la población, a su concepción del derecho y de la justicia, a la experiencia previa acumulada en anteriores acciones colectivas y a las prácticas de represión más habituales24. En suma, los repertorios de acción colectiva no son fruto de las acciones individuales, sino el resultado de las interacciones entre grupos de actores, que no implican necesariamente conflicto a no ser que las reclamaciones afecten los intereses de otros actores. Una de las grandes aportaciones de Tilly es haber destacado la continuidad y la pluralidad de los repertorios de protesta: las acciones colectivas son diferentes en función de los grupos, lugares y épocas, pero dentro de este marco referencial las pautas de comportamiento de las multitudes cuentan con un alto grado de permanencia y son bastante precisas, de modo que, dentro de ese repertorio, sólo están permitidas contadas variaciones. Un repertorio de acción es, pues, un concepto a la vez estructural, cultural e histórico. Las razones que aduce Tilly para los cambios de repertorio son eminentemente históricas, y están vinculadas a la fluctuación de intereses, oportunidades y organización en relación con los cambios en las funciones y estructura del Estado moderno y el desarrollo del capitalismo a escala mundial. Las rutinas de conflicto y de acción colectiva experimentaron en Occidente una profunda mutación en el tránsito del siglo XVIII al XIX, como resultado de la gran concentración de capital, el aumento sustancial del poder de los estados nacionales y las luchas que se plantearon como respuesta a estos cambios25. Hasta el siglo XVIII prevalecieron formas defensivas de desacuerdo, apoyadas en las redes de la comunidad rural y en las organizaciones de artesanos, y que se basaban en teorías sobre derechos corporativos heredados y las responsabilidades de su justificación. Este repertorio tradicional, caracterizado por su carácter reactivo y violento, era desplegado por personas y organizaciones que habían perdido sus posiciones colectivas dentro del sistema de poder, y trataban de poner en cuestión las premisas básicas de un Estado y de un mercado nacionales. Tal repertorio era, a la vez, rígido, parroquial (los intereses y la interacción se concentraban en una comunidad simple), localista (la acción se orientaba hacia objetivos y salidas locales antes que a preocupaciones nacionales), particular (las rutinas de acción variaban enormemente de formato en función de cada grupo, situación y lugar), patronizado (sus demandas se dirigían a un líder o autoridad local que podría representar sus intereses, reconducir sus agravios, cumplir sus propias obligaciones, o autorizar a actuar), bifurcado (con una amplia separación entre la acción dirigida a objetivos locales y las peticiones para la intervención de las autoridades establecidas cuando se tratan cuestiones nacionales) y directo en la interacción entre el grupo desafiante y el grupo desafiado, que por lo general era un enemigo local26. 23 TILLY, 1983b: 69. TILLY, 1978: 156 y 1986a: 57-58. 25 TILLY, 1995: 16. 26 TILLY, 2006a: 51-52. 24 9 En las décadas finales del siglo XVIII, la emergencia del capitalismo industrialista transformó las identidades e intereses de los principales contendientes por el poder, al igual que la fisonomía de su acción colectiva. Esta dinámica condujo a la radicalización de las formas tradicionales de protesta que subyacen a los estallidos revolucionarios del período 1776-1848, y a la aparición de nuevos tipos de acción colectiva, especialmente las huelgas y la actividad electoral, basadas respectivamente en organizaciones sociales renovadoras, como el sindicato y el partido político. Los factores determinantes de esa metamorfosis hacia un repertorio moderno de acción colectiva fueron las ya aludidas fluctuaciones en la formación del moderno Estado nacional y el desarrollo del capitalismo industrial, junto a cambios no menos trascendentes, como el despliegue de organizaciones de gran escala, el auge del comercio, la urbanización, la mejora de las comunicaciones, el crecimiento del proletariado, etc.27 En este complejo proceso, asociaciones especialmente cualificadas, como los partidos y los sindicatos, se transformaron en los más importantes instrumentos de lucha por el poder, ya fuera por medios violentos como no violentos28. A lo largo de los dos últimos siglos, estos fenómenos, junto a otros no menos relevantes como el crecimiento de los medios de comunicación de masas, la centralización del poder político o la institucionalización de la democracia liberal, han reducido los costes de la movilización y de la acción colectiva, haciendo a las estructuras burocráticas más vulnerables frente a los movimientos que pudieran concitar un amplio volumen de apoyos y estuvieran dispuestos a actuar en el escenario político nacional para contender por el control y la organización del Estado y de la economía29. El moderno repertorio de acción de los movimientos sociales que fueron surgiendo desde fines del siglo XVIII era general en vez de específico, flexible y modular (las mismas rutinas clave de acción podían ser esgrimidas por una gran variedad de actores sobre un amplio abanico de casos y en muy diversas circunstancias), cosmopolita (cubría un amplio elenco de objetivos y procedimientos de orden nacional, no local), de ámbito nacional, autónomo respecto de los poderosos (los participantes desarrollaban los objetos de su protesta en su propio nombre por vía de interlocutores surgidos de sus propias filas, y no por la intercesión de patronos), homogéneo e indirecto. Este nuevo repertorio constaba de tres elementos característicos: un esfuerzo público sostenido y organizado para dirigir las quejas colectivas a las autoridades (o lo que es lo mismo, una campaña que debía incluir un grupo autodesignado de reclamantes, un objeto de sus quejas y un público de algún tipo), el empleo de formas combinadas de acción política (el repertorio del movimiento social) y representaciones concertadas de prestigio, unidad, número y compromiso (lo que Tilly resumió con el acróstico WUNC: worthiness, unity, numbers and commitment). Ningún grupo de protesta ha empleado todos los medios de acción de cada uno de los repertorios, ni pasó abruptamente de uno a otro, sino que el cambio se hizo progresivamente a través de un proceso continuado de innovación y modulación. El tránsito se debió a fenómenos como la proletarización, la urbanización, la migración, el rápido crecimiento poblacional que transformó las bases de la protesta, la mayor intensidad de los esfuerzos militares que incrementó la fiscalidad y la burocracia y el peso creciente de los parlamentos nacionales, que agudizó el conflicto entre dos diferentes concepciones y organizaciones de la política nacional: la que concebía el 27 TILLY, 1986a: 19. TILLY, 1969a: 107. 29 TILLY, “Collective Violence in European Perspective”, 1972: 350. 28 10 poder como un compacto del régimen y el parlamento, y la que trataba a ambos como instrumentos de la soberanía nacional30. La tipificación de repertorios antiguos o modernos no presupone una mayor o menor eficacia de los mismos en su peculiar contexto histórico. Las herramientas de uso de la protesta sirven para más de un objetivo, y la eficacia relativa depende de la coordinación entre utensilios, tareas y usuarios. En todo caso, un nuevo repertorio fue apareciendo en el siglo XIX porque nuevos usuarios abordaron nuevas tareas y encontraron obsoletas las herramientas disponibles para resolver sus problemas e incrementar sus capacidades en ese momento histórico dado. Pero ambos repertorios coexistieron durante largo tiempo. Los especialistas en acción colectiva aún tienen problemas a la hora de especificar las conexiones entre las grandes transformaciones estructurales, como la industrialización y la urbanización, y las alteraciones en el carácter de las luchas populares. Se ha planteado un denso debate entre los partidarios de las percepciones y las identidades, que insisten en el modelado cultural de la acción colectiva, y los analistas de las oportunidades políticas, que destacan el cálculo racional. Tilly, que se reconoce como historiador estructuralista, critica al postmodernismo que reivindica el individualismo del conocimiento histórico, y reconoce la enorme importancia de las transacciones, las interacciones y las relaciones interpersonales en los procesos sociales31. A al vez contempla la cultura, entendida como las creencias compartidas y sus objetivizaciones, no como un residuo, sino como un marco en el que tiene lugar la acción, y al discurso como un importante medio de acción, pero niega que la cultura y el discurso sin agentes agoten la realidad social existente. Señala que las intenciones de los actores no suelen ser unitarias ni claras, ni son siempre previas a la acción, de modo que prefiere estudiar el cambio producido en la conciencia de los actores que deriva en relaciones y en interpretaciones compartidas. En opinión de Tilly, la cultura se inserta de lleno en la realidad social y ayuda a transformarla. Su análisis se centra en la construcción de la acción social, conectando las condiciones materiales, las identidades comunes, las relaciones sociales, las creencias compartidas y las memorias con las experiencias, la interacción colectiva y la reordenación del poder. Considera que las relaciones sociales (más que las mentalidades sociales) son las realidades fundamentales, y asume que los individuos y los grupos articulan sus intereses antes de la acción. La actividad social rutinaria (producción, intercambio y consumo) afecta a la distribución de los recursos, a las redes de relación social entre los diferentes segmentos de población y a su capacidad para actuar conjuntamente. La población actúa dentro de los límites impuestos por las creencias y las convenciones que han establecido en el curso de las interacciones previas, y las acciones individuales y colectivas crean o transforman esos residuos culturales (información, creencias, convenciones, adhesiones, lazos sociales, etc.), que a su vez impulsan la acción a través de la acumulación de conocimientos y experiencias compartidas y relaciones sociales. De modo que los significados compartidos, las interacciones y los lazos sociales encierran una lógica acumulativa en los procesos de confrontación 32. Los repertorios de confrontación y las identidades políticamente disponibles se influyen y cambian mutuamente33. 30 TILLY, 2006a: 56. MEES, 1996: 156. 32 TILLY, 1995: 38-41. 33 TILLY, 1995: 369. 31 11 3. La reconsideración del acontecimiento y la relación entre historia y sociología También en la década de los 80, Tilly retornó a la narrativa histórica con The Contentious French (1986a), una obra que aportaba una ingente masa de material de archivo archivístico para el análisis de 400 años de confrontación en varias regiones de Francia. Su escaso eco entre los especialistas galos se debió en buena parte al desprecio que los historiadores franceses de entonces (ayudados por los antropólogos y los críticos postmodernistas) sentían por la historia évenementielle. Más que como un sistemático tratamiento de la confrontación en Francia, el libro fue influyente como formulador y depurador de conceptos como el de repertorio. Como acabamos de ver, los procesos de larga duración que están en la base de la acción colectiva son eminentemente históricos: urbanización, industrialización, construcción del Estado, aparición de asociaciones u organizaciones políticas a gran escala y desarrollo del capitalismo. En todas sus obras, Tilly trató de establecer hipótesis sobre el modo en que se producían los cambios históricos y sus consecuencias, y diseñar modelos generales de esa acción colectiva34. Abogó por la historia cuantitativa, criticó el narrativismo, y como Anthony Gidens o Michael Mann, postuló el acercamiento de sociólogos e historiadores en espacios de trabajo común como el sistema mundial, la macrohistoria o la microhistoria35. En su opinión, la sociología se movía hacia la historia por la insatisfacción generada por la débil capacidad heurística de los grandes modelos desarrollistas del cambio social a gran escala. La separación de la sociología y la historia operaba a través de los procesos epistemológicos de la abstracción y la concreción: abstrayendo procesos desde las construcciones inscritas en el tiempo y el espacio, y concretando la investigación social llevándola a una observación de la conducta visible.36. En consecuencia, dividía a los historiadores en humanistas o científicos sociales, que, según trabajasen a pequeña o gran escala, destilaban interpretaciones puramente individualistas, priorizaban el estudio de las mentalidades y la cultura, o percibían las variaciones entre las acciones colectivas o analizaban los grandes procesos sociales. Los grandes retos filosóficos que debían afrontar los historiadores eran: determinar si los fenómenos más importantes que tenían que estudiar eran los grandes procesos sociales o las experiencias individuales; si su investigación debía centrarse en la observación sistemática de la acción humana o en la interpretación de los motivos y significados individuales, si la historia y las ciencias sociales abarcaban campos de investigación iguales o distintos, y si los textos históricos debían anteponer la explicación a la narrativa37. No cabe duda de que la labor de los historiadores que escogían las primeras opciones, y que él identificaba con la auténtica historia social, era la más provechosa para reforzar la tarea del sociólogo interesado en los procesos históricos. Para Tilly, existían tres tipos de investigadores en el campo de la historia social: los que vinculan o linkers (que tratan de comparar procesos y mecanismos), los que profundizan o diggers (que contemplan la historia como la base para encontrar información sobre la política nacional) y los que glosan o glossers (que usan de la perspectiva antropológica para recrear las acciones pasadas en términos del 34 HUNT, 1984: 244-275. 35 TILLY, 1988. TILLY, 1980: 55-56. 37 TILLY, 1991b: 97-98. 36 12 significado que ésta tenía para los actores38). En su opinión, “la Sociología sin la Historia se parece a un decorado de Hollywood: grandes escenas, a veces brillantemente decoradas, pero sin nada ni nadie tras de ellas”39. Tilly reconoció que sus objetos de atención prioritarios eran la sociología, la historia y el análisis político al mismo tiempo, pero que “sus esfuerzos por armonizar los tres siempre han fracasado de una u otra manera, aunque felizmente los fracasos son, habitualmente del tipo de los que puedes aprender algo útil”40. Sus vínculos con la Historia fueron siempre muy estrechos: en Columbia ejerció como profesor de Ciencia Social en los Departamentos de Sociología y Ciencia Política, pero figuraba como afiliado al Departamento de Historia de la Universidad. Mantuvo durante más de un década el Workshop on Contentious Politics en la Universidad, y formó parte del Columbia’s Institute for Social and Economic Research and Policy. Aunque siempre tuvo una especial inclinación por los grandes procesos transeculares, también estudió los acontecimientos vinculados a las pequeñas estructuras y los procesos microsociológicos. A inicios de los 90, William Sewell estaba reaccionando contra la longue durée braudeliana, y reclamaba el papel de los grandes eventos como sujeto central del análisis histórico41. Frente a esto, sociólogos como McAdam, que trabajaba en la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, y Tarrow, que analizó el ciclo de protesta italiano de los años 60 y 7042, reivindicaron el valor de los pequeños acontecimientos, que convenientemente agregados y sometidos a análisis mediante procesos informáticos podían revelar tendencias sociales más amplias. El propio Tilly consideraba que los acontecimientos contenciosos (ocasiones de reclamación discontinua, pública y colectiva, en la que la gente rompe la rutina para concentrar sus energías en demandas públicas, quejas, ataques o expresiones de apoyo antes de volver a su vida privada) podían ser desmenuzados en incidentes que eran parte de un más amplio episodio de contención (corrientes de contienda que incluyen oleadas de movilización y desmovilización donde evolucionan las identidades y se adoptan o rechazan nuevas formas de acción), y éstos a su vez de más amplias luchas o confrontaciones43. En esos años, a la vez que reflexionaba sobre los problemas ontológicos y metodológicos vinculados a la confrontación política, amplió su campo de estudio al ámbito anglosajón y al resto del mundo en un análisis del contexto histórico de una amplitud casi milenaria44. Su obra Popular Contention in Great Britain (1995), elaborada sobre la base de unas 8.000 reuniones conflictivas producidas en algunos territorios escogidos de las islas británicas desde mediados del siglo XVIII al primer tercio del siglo XIX, y recopiladas desde sus años de trabajo en la Universidad de Michigan, resulta muy representativa de esta etapa de atención a los microprocesos de movilización y confrontación políticas. Sin embargo, a decir de Tarrow, Tilly hizo poco 38 TILLY, 1986b. TILLY, 1994: 57. 40 Douglas MARTIN, “Charles Tilly, 78, Writer and a Social Scientist, Is Dead”, The New York Times, 2V-2008 (http://www.nytimes.com/2008/05/02/nyregion/02tilly.html?_r=1) 41 SEWELL, 1996a y b y 2005. 42 McADAM, 1982 y TARROW, 1985. 43 McADAM, TARROW y TILLY, 2001: 94. 44 TILLY, 1992. 39 13 por vincular estas manifestaciones de acción colectiva con los procesos básicos del desarrollo del capitalismo y la construcción del Estado45. 4. El papel de la violencia en las teorías de la acción colectiva Una de las formas más comunes de acción colectiva en el mundo contemporáneo es el enfrentamiento (contention), que Tilly define como la acción colectiva disruptiva dirigida contra instituciones, élites, autoridades u otros grupos, en nombre de los objetivos colectivos de los actores o de aquéllos a quienes dicen representar. Este tipo de acciones rechazan la mediación institucional, provocan desorganización, interrupción de los procesos económicos y políticos y de la rutina diaria; son expresivas, porque las demandas son presentadas con cargas simbólicas fuertemente emocionales y en términos no negociables; y son estratégicas en su elección de recursos, objetivos y momento de aplicación. Tilly advierte que términos como “violencia”, “desorden” o “terrorismo” no sirven para indicar realidades sociales coherentes, sino la actitud de ciertos observadores hacia gestos sociales que desaprueban. Por el contrario, la acción colectiva es un fenómeno histórico coherente, de modo que no hay que estudiar directamente la violencia, sino los repertorios de acción donde esa violencia adquiere centralidad 46. Por ello, su punto de vista resulta de alto valor para el historiador de la violencia: “la organización de una población y su situación política —observa Tilly— condicionan fuertemente su modo de acción colectiva y ésta limita estrechamente las posibilidades de violencia. Así, cada tipo de grupo participa en modalidades de violencia colectiva significativamente diferentes”47. El moderno repertorio ofrece tres estrategias básicas de acción colectiva: violencia (coacción a los rivales), la disrupción o protesta (acción contra instituciones, élites o autoridades que rechazan la mediación institucional y tratan de crear desorganización e incertidumbre, rompiendo la rutina y abriendo el círculo de conflicto) y la convención (construcción o reforzamiento de solidaridades internas a través de la acción en un espacio público). La violencia colectiva, definida como un tipo de confrontación en la cual hay uso de la fuerza contra bienes o personas, ha sido siempre un buen indicador de la existencia de acciones colectivas de protesta, si bien únicamente una pequeña parte de éstas lleva dentro el germen de la violencia48. A fines de los 60, Tilly percibía que la violencia colectiva, a la que definía como “un caso de coacción mutua y colectiva dentro de un sistema político autónomo que incluye violencia a personas o a la propiedad y amenaza el control existente sobre los medios organizados de coerción dentro del sistema”, era una conducta extraordinaria, devastadora y mal delimitada, con rastros fragmentarios, selectivos y sujetos a considerable distorsión. También constataba la fragmentación en múltiples disciplinas del estudio de la violencia, aunque las tendencias principales podían ser divididas en estudios “clínicos” (que comparaban las estructuras internas y secuencias de las distintas clases de violencia colectiva, haciendo hincapié en el acontecimiento o en el movimiento antes que en la violencia en si misma, como los trabajos de Crane Brinton o Georges Rudé) o “epidemiológicos”, que examinaban la incidencia de los diferentes 45 TARROW, 2008: 231. TILLY, 1983: 51-52. 47 TILLY, “Collective Violence in European Perspective”, 1979: 38-39. 48 TILLY, 1978: 92; 1986a: 529 y TILLY, TILLY y TILLY, 1975: 248. 46 14 tipos de violencia colectiva en términos de tiempo, lugar y gente implicada, como las obras de Pitrim Sorokin o Rudolph J. Rummel 49. Por aquel entonces se debatían con ardor cuatro tipos de orígenes de la violencia colectiva, basadas en las teorías de la privación (frustración por realidades injustas), el control social (alejamiento respecto de las constricciones tradicionales de la agresión o la protesta mediante la movilidad, los cambios en la estructura de la comunidad, etc.), el poder (estrategia en la lucha por intereses) y la aspiración (camino hacia nuevos fines e insatisfacciones) 50. Esto conducía a tres modos de observar la violencia: los partidarios de las ideas resaltaban el papel de la conciencia (y su derivación en reglas, creencias, valores, etc.) como base de la acción humana (funcionalismo); los partidarios de la conducta aseguraban que las motivaciones, impulsos y oportunidades propias de la naturaleza humana estaban en el origen de la violencia (behaviorismo y privación relativa), y los partidarios de la interacción consideraban como centrales las relaciones entre personas y grupos51. Una de las grandes aportaciones científicas de Tilly a las teorías del conflicto es la normalización del factor violento. Al contrario de los irracionalistas de fines del siglo XIX, que concebían la violencia como síntoma de la mentalidad enfermiza de la multitud, o los funcionalistas del segundo tercio del siglo XX, que la interpretaban como un hecho anómico, Tilly la percibía como una manifestación de la búsqueda del normal interés colectivo, por parte de grupos a los que se les negaba una participación más formal y rutinaria en la toma de decisiones políticas. En sus obras trató de demostrar que los conflictos violentos se producían rutinariamente en la lucha por el poder, y surgían directamente de los procesos políticos centrales de una población, en vez de expresar corrientes difusas de descontento52. En lugar de constituir una ruptura radical de la vida política “normal”, las protestas violentas tienden a acompañar, complementar y organizar las tentativas pacíficas ensayadas por la misma gente para alcanzar sus objetivos. La violencia no es, pues, un fenómeno sui generis, sino una salida contingente de procesos sociales que no son intrínsecamente violentos 53. Siguiendo la estela de la teoría comunicativa, Tilly asevera que la violencia es “un tipo de conversación, por muy brutal o parcial que ésta pueda ser”54. Una de las afirmaciones más relevantes que podemos encontrar en Tilly es que la violencia no es sino una forma entre varias de acción colectiva 55, de modo que su conceptualización debe extraerse de las teorías más generales de la acción concertada que desemboca en una dinámica conflictiva. En los años 80 se reprochaba a Tilly que en su modelo de movilización no estaba suficientemente especificado el nexo causal entre la acción colectiva y la violencia colectiva: ¿es ésta un último recurso de actuación pública o una reacción a la represión intensa de los agentes del orden? 56 En su obra The Politics of Collective Violence (2003) trata de dar una respuesta plausible a estas cuestiones. Sin duda alguna, la acción colectiva resulta conflictiva, pero no implica necesariamente desorden, violencia o lucha abierta. ¿Cómo surge, pues, la violencia en la acción colectiva? Tilly piensa que la violencia es una de las formas más comunes de 49 TILLY, TILLY y TILLY, 1997: 25. TILLY, 1969b: 28. 51 TILLY, 2007a: 5. 52 TILLY, TILLY y TILLY, 1975: 280 y TILLY, 1978: 25. 53 TILLY, 1969a: 87 y 113. 54 TILLY, 2007a: 6. 55 FIRESTONE, 1974: 125-127. 56 ZIMMERMANN, 1983: 379. 50 15 participación política; una especie de liberación de la tensión que genera la lucha política cotidiana, aunque, de todos modos, buena parte de las acciones reivindicativas tienen un componente inicial de protesta no violenta. Es más, opina que ninguna forma de acción colectiva es intrínsecamente violenta, sino que la agresión suele ser precipitada por la presencia de agentes externos, como la represión ordenada por las autoridades57. Dentro de estudio de los movimientos sociales, la violencia política puede ser explicada como producto de la interacción táctica entre los movimientos sociales y sus oponentes, sea el Estado o un movimiento rival. Entre las circunstancias más comunes que provocan violencia, además de las respuestas desproporcionadas del gobierno, figuran el control del movimiento por grupos radicales, las situaciones de vacío de poder o de soberanía múltiple, la existencia de conflictos previos o el liderazgo maximalista de las organizaciones políticas contendientes. También observó que las formas de acción colectiva ilegales tienen una mayor probabilidad de violencia ante el riesgo de verse sometidas a represalia; que a corto plazo las formas de acción colectiva con baja probabilidad de violencia tienden a ser más eficaces; que la violencia depende de las posiciones de poder que ocupen los grupos en litigio (un grupo poderoso no necesita emplear formas violentas de acción colectiva para conseguir sus objetivos); que la violencia varía en función de los tipos de acción colectiva (competitiva, preactiva y reactiva), y que la represión disminuye la intensidad y frecuencia de las acciones colectivas, de modo que el uso de métodos violentos es mucho más eficaz para los gobiernos que para sus contrincantes58. En los trabajos que fue elaborando en la última década de su vida, Tilly abordó el estudio de la dinámica de confrontación como concepto que engloba distintas manifestaciones de violencia que antes eran consideradas como sui generis, y ha prestado atención particular a mecanismos como la presencia de agentes mediadores que instrumentalizan y dirigen la protesta antes que a mecanismos cognitivos y del entorno. A diferencia de sus obras de los años 70, en The Politics of Collective Violence opinaba que existía un número bastante reducido de mecanismos y procesos causales de la violencia colectiva (a la que define como episodios de interacción social que implican al menos a dos actores colectivos, donde se inflige un daño físico inmediato a personas y/u objetos, que resultan el menos en parte de la coordinación dos personas que realizan esos actos lesivos, y que ocurren al menos dos días seguidos en espacios accesibles al público59), así como que la evolución en las condiciones produce variaciones en el carácter, intensidad e incidencia de los choques violentos60. Se entiende por contienda política “la interacción episódica, pública y colectiva entre las personas que hacen reclamaciones y sus objetos cuando al menos un gobierno es uno de los reivindicadores, de los objetos de las reivindicaciones o es parte de las reivindicaciones, y cuando las reivindicaciones, caso de ser satisfechas, afectarían a los intereses de al menos uno de los reivindicadores”61. Se trataría de ver cómo interactúan las alteraciones en la contienda política y las transformaciones de los regímenes políticos, identificando los mecanismos causales y las condiciones precedentes y existentes que afectan a la concatenación y secuencia de los mismos. Tilly identifica 57 TILLY, TILLY y TILLY, 1975: 282. TILLY, TILLY y TILLY, 1997: 326-329. 59 TILLY, 2007a: 3. 60 TILLY, 2007a: XV. 61 McADAM, TARROW y TILLY, 2001: 5 y TILLY, 2007a: 9 58 16 cuatro mecanismos causales de la contienda política, cada uno de ellos correspondiente a los ámbitos de los actores, las identidades y las acciones, más uno relativo a la interacción62: la correduría o vinculación de dos o más enclaves sociales desconectados gracias a un agente que media las relaciones de éstos entre sí o con otro enclave distinto63; la formación de categorías que crean identidades diferenciadas; el cambio de objeto, o alteración de las relaciones entre los reivindicadores y los objetos de sus reivindicaciones producida durante la interacción estratégica de la contienda, y la certificación, o validación de los actores, de sus actuaciones y sus reivindicaciones por parte de las autoridades. Los regímenes son sistemas políticos vistos desde la perspectiva de las relaciones entre los agentes del gobierno y los demás actores políticos. Existen tres variables que inciden en su organización: la coerción (medios concertados de acción que provocan pérdidas o daños a las personas o a las propiedades de los actores sociales, medibles por su acumulación y concentración o control por un solo agente), el capital (recursos tangibles y transferibles que, combinados con cierto esfuerzo, son capaces de generar un aumento de su valor de uso, así como la imposición de determinadas pretensiones a la titularidad de tales recursos) y el compromiso, o relaciones entre enclaves sociales que propician el hecho de que se tengan mutua consideración, y que influyen en la fragmentación política en función de solidaridades. Los regímenes varían en relación con la violencia en dos dimensiones: la capacidad de gobierno (el grado en que los agentes del gobierno controlan los recursos, actividades y poblaciones dentro de un territorio) y la democracia, o grado en que los miembros de la población mantienen relaciones generalizadas e igualitarias con los agentes del gobierno, los controlan a ellos y a los recursos y gozan de protección contra sus arbitrariedades 64. Los factores organizativos condicionan la relación de un régimen con su entorno: unos niveles intermedios y relativamente equivalentes de coerción, capital y compromiso facilitan la capacidad gubernamental, y los bajos niveles de estos factores producen baja capacidad. En los lugares donde el capital y el compromiso superaban a la coerción, la capacidad gubernamental se ve negativamente afectada. La capacidad y la democracia se influyen mutuamente: un incremento de la capacidad conduce normalmente a una ampliación de derechos cuando los recursos esenciales del gobierno proceden de la población. En general, la violencia colectiva de los agentes del gobierno aumenta cuanto mayor es la capacidad del mismo, al tener que supervisar más acciones reivindicativas. La violencia se reduce con la democracia, con dos excepciones: durante el mismo período de democratización y cuando se usa la violencia contra los enemigos externos. Los gobiernos reaccionan de manera diferente ante la protesta. Hay acciones prescritas (que buscan la adhesión a través de ceremonias de lealtad, reclutamiento, etc.), toleradas (cuando no afectan de forma directa a los gobernantes y los recursos del gobierno) y prohibidas (cuando suponen amenazas los gobernantes y los recursos del gobierno), que afectan a la probabilidad de aparición de formas de violencia. En función de las variables indicadas se puede hablar de cuatro tipos de régimen: un régimen no democrático de capacidad alta alienta una gran cantidad de acciones prescritas, pero deja un estrecho margen a las toleradas y prohíbe la mayoría de actuaciones técnicamente posibles, dando como resultado un amplio control represivo que se manifiesta en niveles medios de violencia política; en un régimen no 62 McADAM, TARROW y TILLY, 2001: 151-161. McADAM, TARROW y TILLY, 2001: 157. 64 McADAM, TARROW y TILLY, 2001: 295 y TILLY, 2006a: 21. 63 17 democrático de capacidad baja que tolera una amplia gama de actuaciones debido a su baja capacidad de control, la contienda política se produce fuera de las escasas actuaciones prescritas, pero se extiende a un espectro amplio de acciones toleradas y prohibidas y existe un alto nivel de violencia en las interacciones contenciosas; una democracia de capacidad alta impone un número relativamente reducido de actuaciones prescritas (como la conscripción o el pago de impuestos), pero vigila rigurosamente su cumplimiento, canalizando enérgicamente los actos reivindicativos a través de un conjunto modesto de acciones toleradas y prohibiendo una amplia gama de acciones reivindicativas, lo que desemboca en bajos niveles de violencia en las interacciones contenciosas; por último, una democracia de capacidad baja impone un reducido número de actuaciones prescritas, tolera una variedad mayor de actuaciones y prohíbe relativamente pocas, produciendo niveles medios de violencia en las interacciones contenciosas65. En resumen, las actuaciones toleradas aumentan con la democracia y disminuyen con la capacidad de gobierno. La violencia es elevada en regímenes no democráticos de capacidad baja, alcanza cotas moderadas en regímenes no democráticos de capacidad alta y democráticos de capacidad baja, y es reducida en regimenes democráticos de capacidad alta. Tilly muestra que las formas características y la intensidad de la violencia colectiva difieren dramáticamente de un tipo de régimen a otro, y que estas variaciones resultan del hecho de que el control de los medios de violencia colectiva varía grandemente a través de los distintos regímenes. La desigualdad patrocinada por los gobiernos y fuera de ellos a través de la explotación o el acaparamiento de oportunidades incide profundamente sobre la violencia. El carácter e intensidad de la misma depende esencialmente de las relaciones entre especialistas de la violencia y gobierno, en una escala que va desde su virtual independencia ante la supervisión del gobierno al estrecho control estatal de los agentes. Son las transiciones de un régimen a otro las que traen como corolario un aumento de la violencia: las innovaciones en las actuaciones contenciosas se aceleran durante las espirales de confrontación que aparecen vinculadas a este proceso de cambio, pero se ralentizan en los períodos de pequeñas transformaciones políticas o de desmovilización. Durante las aceleraciones en el ritmo del cambio, las actuaciones de los poderosos se hacen más rápidas, mientras que las de los desafiantes se hacen más flexibles. Los diversos tipos de confrontación política (revoluciones, huelgas, guerras civiles, movimientos sociales, golpes de Estado, etc.) interactúan con los cambios de un tipo a otro de régimen. En general, los regímenes democráticos sufren niveles mucho menores de violencia en su política doméstica que los regímenes no democráticos, aunque los niveles de conflicto crecen en los procesos de transición a la democracia66. La violencia colectiva depende de la mayor o menor coordinación entre los actores violentos (desde la acción individualizada y escasamente coordinada con planes colectivos, hasta la activación de una estructura organizativa bien diferenciada vinculada a planes extensos de actuación) y la mayor o menor relevancia o proyección de la violencia dentro de la interacción. Entre las condiciones y procesos que promueven la centralidad o relevancia de la violencia colectiva se encuentran la tolerancia del régimen, la participación frecuente de especialistas de la violencia, el aumento de la incertidumbre y los obstáculos respecto del resultado de las reclamaciones y la 65 66 TILLY, 2006a: 81. TILLY, 2005a: 33. 18 activación o supresión de las identidades políticas 67. Entre las condiciones y procesos que promueven la coordinación de la violencia colectiva se encuentran la apertura de oportunidades políticas, el control de las autoridades sobre los obstáculos para los resultados de las reclamaciones, las conexiones entre individuos o grupos establecidas por los emprendedores políticos o la existencia de identidades que dividen grandes bloques de participantes políticos68. Aunque advirtió que se trataban de modelos generales y no exhaustivos, Tilly definió seis localizaciones de violencia colectiva en función esos dos factores clave que son la coordinación y la relevancia de los actos violentos: los rituales violentos (que se producen cuando dos o más grupos relativamente bien definidos y coordinados siguen un programa de interacción conocida mediante la aplicación de daños contra los grupos rivales que compiten por la primacía, el prestigio o el privilegio sociales en un espacio colectivo reconocido por las partes, como ceremonias de escarnio, linchamientos, ejecuciones públicas, rivalidades de bandas o algunas batallas electorales); la destrucción coordinada (que surge cuando personas u organizaciones especializadas en el despliegue de medios violentos emprenden un programa de daños a personas u objetos, como los que se incluyen en la guerra, la autoinmolación colectiva, el terrorismo, el genocidio o el politicidio); el oportunismo (que ocurre cuando, para defenderse de la violencia y de la represión rutinarias desplegadas por el Estado, algunos individuos o grupos de individuos usan medios lesivos para obtener fines prohibidos, como saqueos, violación en grupo, piratería, asesinatos por venganza y pillaje militar); reyertas (cuando en una reunión no violenta, dos o más personas empiezan a atacarse o a atacar las respectivas propiedades); ataques dispersos (que se producen cuando, en el curso de una interacción a pequeña escala y generalmente no violenta, un número de participantes responde a los obstáculos, desafíos o restricciones impuestos por los poderosos por medio de actos lesivos segmentados, clandestinos y de baja intensidad sobre personas, objetos o lugares simbólicos) y negociaciones rotas, que se producen cuando las diversas formas de acción colectiva coordinada y no necesariamente violenta generan resistencias o rivalidad en las cuales uno de los contendientes trata de dirigir, contener o reprimir las acciones de protesta cuya salida divide y polariza a los actores, que responden por medio de la amenaza de la violencia, pero produciendo en ocasiones daños físico (represión, golpes militares, etc.)69 En un principio, Tilly pensó que la violencia colectiva surgía de interacciones sociales no intrínsecamente violentas, aunque luego señaló que la violencia a gran escala y a corto plazo parece proceder en su mayor parte del mundo de los especialistas en la violencia (soldados, paramilitares, mercenarios, policía, delincuentes mafiosos, etc.), y tiende a diferenciarse de las formas no violentas de conflicto. A pesar de todo, advierte que este tipo de violencia acostumbra a surgir de las luchas por el poder, y que procesos políticos con causas similares generan, bajo condiciones específicas, diferentes violencias en gran escala. Pero en todas sus formas, la violencia pública interactúa con las acciones políticas no violentas. Como hemos podido comprobar, la violencia no es para Tilly el producto de la frustración, la desesperación o la debilidad, sino un acto instrumental, destinado a impulsar los propósitos del grupo que la usa, cuando éste percibe que hay alguna razón 67 68 TILLY, 2007a: 50. TILLY, 2006a: 127. 69 La tipología de la violencia interpersonal, en TILLY, 2005b. 19 para pensar que podría ayudar a su causa70. La violencia colectiva no es un epifenómeno, un elemento superestructural o simples ondas en la superficie de los acontecimientos históricos, sino que es un eficaz indicador de la acción colectiva. Tilly ha propuesto una visión de la violencia política como un producto regular de la estructura social, demostrado la relación entre cambio estructural y ciertos standards de acción colectiva, y vinculado la vida de las instituciones políticas centrales de una sociedad con la movilización de los grupos periféricos, en una interacción que da lugar a nuevas instituciones y a nuevos acuerdos sociales71. Quizás la violencia sea un síntoma de grandes cambios, pero no es la causa primaria de los mismos. Como dice el propio Tilly, la presencia o la ausencia de violencia marca pequeñas diferencias en los resultados históricos, pero la acción colectiva que gobierna a la violencia es la verdadera materia de la Historia72. 5. La reivindicación del carácter dinámico de la contienda política En una serie de trabajos elaborados en el cambio de siglo, Tilly examinó el advenimiento de la democracia en Europa (2004b), la democracia en general (2007c) y las relaciones entre regímenes políticos y repertorios contestatarios (2006a), cuyo contenido fue dejado al margen del libro Dynamics of Contention (2006), elaborado junto con Tarrow y McAdam y repleto de revisiones conceptuales. Estos autores reconocían que la teoría clásica de la movilización de recursos había exagerado la importancia de las decisiones estratégicas deliberadas, e infravalorado la contingencia, la emotividad, la plasticidad y el carácter interactivo de la política de los movimientos, pero llamó la atención sobre los procesos organizativos en la política popular73. El enfoque del proceso político siempre había insistido en el dinamismo de la interacción estratégica y la respuesta al entorno político, dando lugar a investigaciones sobre los repertorios de la confrontación como formas culturalmente codificadas de interactuar en la contienda política. La agenda clásica de los movimientos sociales se centraba en relaciones estáticas, y funcionaba mejor cuando se abordaban movimientos sociales de forma aislada, pero resultaba poco eficiente en el análisis de episodios contenciosos más amplios. Resaltaba más las oportunidades que las amenazas, y más la expansión que el déficit de los recursos organizativos. Además, estaba excesivamente focalizada en los orígenes de la contienda, dejando de lado sus evoluciones posteriores. Tilly, Tarrow y McAdam trataban ahora de superar la agenda clásica de la teoría de los movimientos sociales atendiendo, por ejemplo, a los procesos interpretativos de la interacción social, y señalando el carácter contingente, construido y colectivo de los actores, acciones e identidades en la contienda política. Los ingredientes clásicos de la teoría de la movilización fueron reinterpretados desde esta perspectiva dinámica: respecto de los mecanismos dinámicos de la movilización, más que ver el origen de un episodio de movilización, había que centrarse en el proceso de movilización en general; se considera que las oportunidades y amenazas no son categorías objetivas, sino algo sujeto a atribución, que los participantes perciben o reconocen de forma diferente en 70 GAMSON, 1990: 81. RULE, 1988: 199. 72 TILLY, TILLY y TILLY, 1975: 287-288. 73 McADAM, TARROW y TILLY, 2001: 17. 71 20 cada momento; los enclaves para la movilización pueden ser preexistentes o crearse en el transcurso de la contienda, y ser apropiados de forma activa; el enmarcamiento incluye la construcción interactiva de las disputas entre los desafiadores, sus oponentes, los elementos del Estado, las terceras partes y los medios de comunicación; los repertorios de acción colectiva no son rutinas repetitivas, sino que evolucionan como resultados de la improvisación y la lucha, y están siempre sujetos a innovación, al residir en las relaciones sociales, y no en los actores o en las identidades individuales74. En la formación de actores e identidades políticas, los participantes en la contienda política manipulan y crean estrategias, modificando y reinterpretando las identidades de las partes implicadas. La movilización de estas identidades es una parte importante de la reivindicación, y afecta poderosamente a la acción colectiva y sus resultados. Los actores ya no son entidades con límites precisos, sino que sufren modificaciones en sus límites y en sus atributos según interactúan. En Dynamics of Contention, la política de confrontación y la construcción del Estado seguían siendo fenómenos estudiados de forma casi independiente. Esa carencia fue solventada precisamente en la obra Regimes and Repertoires (2006a) (donde Tilly estudia cómo el cambio y la variación de la capacidad y democracia de los regímenes afecta a las formas y contenidos de la contienda política y viceversa) y sobre todo en su libro póstumo Contentious Performances (2008), donde abordó un estudio dinámico de la manera en que los repertorios evolucionaron y se transformaron en la Gran Bretaña de los albores de la contemporaneidad, en relación con las alteraciones en la estructura de oportunidades políticas, los modelos de acción colectiva y la conexión entre los grupos contestatarios. Este ensayo, concebido como el punto final a cuarenta años de trabajo sobre la materia, constituía, a decir de su autor, “un amplio esfuerzo para explicar, verificar y refinar los conceptos asociados de actuación (performance) y repertorio75, afirmando de forma definitiva la interacción entre la construcción del Estado y la política de la confrontación. Tilly borró la distinción artificial entre las aproximaciones cualitativas y cuantitativas, y superó el análisis descriptivo de los acontecimientos de Sewell mostrando de qué modo los informes sobre los actos de confrontación podían conducir a descripciones y análisis sistemáticos. A través de la narrativa reconstruyó episodios como secuencias de interacciones, sin renunciar a las secuencias analíticas para trascender un episodio particular, e identificando acciones y relaciones recurrentes76. Contentious Performances constituyó la etapa fina de la evolución de Tilly desde los estudios del impacto de la estructura social sobre la acción colectiva al estudio de los procesos de lucha política. En sus últimos años amplió el arco de sus preocupaciones a la construcción de las fronteras sociales, las relaciones interpersonales y las redes de confianza. Declaró que la lucha tenía su historia parcialmente autónoma, que no se reducía a ser un mero reflejo de los cambios en la organización de la producción o de los cambios en la estructura del poder estatal, y que la experiencia de esta protesta también tenía un impacto decisivo sobre estos cambios y sobre las salidas, actores, evolución y alternativas de la lucha popular77. Las críticas más agudas que se pueden formular a este conjunto de hipótesis sobre la contienda política y la violencia procedieron del campo de análisis funcionalista: 74 McADAM, TARROW y TILLY, 2001: 161. TILLY, 2008a: XII. 76 TILLY, 2008a: 206. 77 TILLY, 1995: 37. 75 21 autores como Piven y Cloward pusieron en duda que la protesta y la violencia fueran actividades políticas tan “normales” como las campañas o las reuniones electorales. En su opinión, eran acciones que ocurrían en diferentes contextos institucionales y a las que debían aplicarse diferentes normas de actuación78. Lynn Hunt reprochó a Tilly que sus hipótesis a veces no se derivasen correctamente de la literatura teórica, y que las implicaciones de sus investigaciones empíricas a veces no se especificasen correctamente, como por ejemplo la relación entre la capacidad de coerción y el tamaño de una organización. De hecho, Tilly siempre pareció minusvalorar la acción procedente de los ámbitos local e internacional sobre el nacional, que aparece como el entorno casi exclusivo del nacimiento, el desarrollo y el declive de las protestas multitudinarias. Hunt concluía que las hipótesis nuevas o reformuladas por nuestro autor a veces no eran mejores que las que pretendía reemplazar79. Theda Skocpol criticó a Tilly que convirtiera las teorías socioestructurales en sociopsicológicas, al centrarse en analizar a los actores, frente a su propia propuesta de investigar las condiciones estructurales que permitían que esa acción fuera posible, y que consideraba al Estado como un actor más, no como el factor determinante por su fortaleza o debilidad80. En Tilly, el Estado aparece exclusivamente como un instrumento de coerción controlado por los grupos afines, y parece obviar que hay tipos muy diversos de formaciones estatales que pueden influir de forma muy diferente sobre la acción colectiva. A la altura de 1984, Tilly creía que ninguna teoría de la solidaridad-movilización poseía el apoyo empírico necesario para resultar decisiva, y llegó a afirmar que “aún es posible que un sofisticado argumento sobre la contingencia que implique a unos actores conocedores de sus derechos e intereses, pero acosados por unas circunstancias extraordinarias, sea capaz de ofrecer una explicación de la violencia colectiva y de otras formas de conflicto mejor que cualquier argumento que considere la violencia y el conflicto como subproductos rutinarios de la vida política”81. Al final de su vida, seguía haciendo un balance muy autocrítico de su trabajo personal: “En verdad, nunca desarrollé una ‘teoría’ de las movilizaciones colectivas, pero he trabajado en su explicación a lo largo de toda mi carrera. No describiría mis ideas recientes como resultantes de la incorporación de dimensiones culturales. Diría más bien que he prestado más atención a las dinámicas relacionales en sus múltiples escalas”82. Con todo, los trabajos de Tilly han tenido y tienen un enorme influjo entre los científicos sociales preocupados por el cambio no pautado, al ofrecer la síntesis interpretativa más completa de las estructuras y los procesos sociales que desembocan en una acción colectiva de protesta, integrando con fortuna la agencia humana dentro de un marco de análisis preferentemente estructural. Su propuesta de análisis del conflicto político resulta de gran interés por la atención que dispensa al proceso dinámico (interacciones entre grupos), y por su explicación lógica de la violencia colectiva como un 78 PIVEN y CLOWARD, 1991: 435-458. HUNT, 1984: 257-258. 80 SKOCPOL, 1984: 31-33. 81 TILLY, 1991: 73. 82 ALONSO y ARAUJO GUIMARÃES, 2004. 79 22 fenómeno condicionado por la movilización de recursos, la organización y los fines políticos que persiguen los grupos y las organizaciones sociales. Tilly acostumbraba a asaetear a los investigadores que acudían a él con preguntas de este tenor: “Además de este caso particular, ¿de qué trata su estudio?”, “¿Qué pueden aprender de esta investigación aquéllos a los que no les interesa?”83. Son éstas las buenas cuestiones que los científicos sociales nos tenemos que seguir planteando y tratando de responder, aprovechando la ingente cantidad de hipótesis, herramientas conceptuales, métodos de análisis y recursos de investigación que Tilly fue elaborando a lo largo de su vida para ayudarnos a mejorar nuestra comprensión de los procesos sociales complejos. 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