El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es ENSAYO SOBRE EL SENTIDO DE LA VIDA. HACIA UN SENTIDO TRASCENDENTAL E INMANENTE DE LA VIDA Manuel Calvo Jiménez mcalvoj@hotmail.com Resumen La historia de la Filosofía ha sido una continua búsqueda del sentido del ser y de la vida. Se han buscado sentidos en la inmanencia del mundo y en un más allá extra-mundano (trascendencia). A través del método fenomenológico, nosotros vamos a intentar encontrar un sentido inmanente pero, a la vez, trascendental del ser y de la vida de modo que podamos sintetizar muchas de las posiciones históricas aparentemente contradictorias. Palabras clave: sentido, inmanencia, trascendencia, trascendental, ego trascendental, aparición, conciencia, epojé, mundo de la vida. Abstract The history of philosophy has been a continuous search for the meaning of being and life. Many ways have been searched both in the immanence of the world as an extra-worldly beyond (transcendence). Through the phenomenological method, we will try to find an immanent but, at the same time, transcendental meaning of being and life, so that we can synthesize many of the apparently contradictory historical positions. Keywords: meaning, immanence, transcendence, transcendental, transcendental ego, the appearing, conscience, epojé, lifeworld. 1. INTRODUCCIÓN Con este ensayo nos proponemos dilucidar si la existencia, el ser en general y la existencia humana en particular, tiene algún sentido. Parece evidente que el sentido de algo va siempre relacionado con un “alguien” para el cual ese algo tiene sentido. Esto es, el concepto “sentido” nos remite como a un vector que pone en relación a un objeto analizado con un sujeto para el cual ese objeto tiene o no tiene sentido. De modo que, desde una perspectiva fenomenológica, preguntarse por el sentido del ser o de la vida humana equivale a preguntarse por la relación intencional entre el sujeto que busca sentido y la propia vida de dicho sujeto que debe ser la que posea sentido. 56 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es Desde esta perspectiva podría parecer que, a priori, el sentido de la vida es algo meramente subjetivo pues para cada sujeto la vida o el ser se le presentarían con o sin sentido indistintamente. Tendríamos que conformarnos con hablar meramente de un “sentido para mí” o un “sentido para ti” sin poder hablar del sentido de la vida en general para un ser humano. En tal caso, parecería que caemos en un relativismo que anularía desde sus comienzos las pretensiones de universalidad de la reflexión filosófica que ahora pretendemos comenzar. Sin embargo, es conocido que la fenomenología, estando inevitablemente unida a una perspectiva subjetiva (el yo que ineludiblemente se sitúa como polo noético en la relación de conocimiento con el objeto), no ceja en el empeño de demostrar que lo subjetivo no tiene por qué ser relativo. Un verdadero conocimiento de las cosas mismas parece que puede alcanzarse desde una subjetividad concreta. Pues bien, sabiendo que el sentido de la vida no puede ser sino el sentido que “para mí” (sujeto cognoscente) tiene la vida, intentaremos mostrar cómo dicho sentido puede ser compartido intersubjetivamente y establecido como verdad objetiva para cualquier sujeto que adopte una actitud racional de búsqueda con nosotros al tiempo que lee nuestro razonamiento. No tema el lector un artículo estrictamente fenomenológico. Intentaremos hacer un recorrido por las respuestas que los filósofos han dado a la cuestión del sentido de la vida y reservaremos la perspectiva fenomenológica para las conclusiones, tratando de aunar muchos de los grandes aciertos que los grandes pensadores han tenido al enfrentarse con esta importantísima cuestión: ¿Tiene algún sentido nuestra vida? ¿O es todo un mero e inmenso sinsentido? Debemos comenzar por establecer qué significa el término “sentido”. Como en el tráfico, el sentido de una calle es doble. Por un lado, significa de dónde viene y, por otro, a dónde va. Esto es, podemos recorrer una calle en un sentido o en el contrario. De modo que preguntarse por el sentido de una calle no tendría “sentido”, sino que habría que preguntarse por el sentido en el que nos desplazamos por esa calle. Si vamos calle arriba o calle abajo, por ejemplo. Pero en el caso de la vida, esta no tiene (como sí tienen las calles) una dirección única, sino que la vida nos abre un abanico de posibles direcciones todas ellas con sus dos sentidos (o más de dos, claro). De modo que tomaremos la dirección temporal como la dirección ontológica que vamos a seguir. Esto es, considerando el tiempo como dirección (Origen del ser – Fin del ser), estableceremos que en un sentido hacia “atrás” el sentido de la vida estaría preguntándose por el porqué del ser. ¿Por qué hay ser en vez de nada?, que se interrogara Heidegger. Pero si indagamos en el otro sentido, hacia el otro polo de la línea temporal, nos encontraríamos con la otra acepción de “sentido”: no el porqué del ser, sino la finalidad del ser (y, por ende, del ser humano). Esta, a su vez, se bifurca en dos cuestiones: ¿Hacia dónde va el ser (voy)? y ¿Para qué va (voy)? O sea, ¿qué sentido lleva el mundo, mi vida? Y ¿qué sentido tiene que lleve dicho sentido? Podría dar la sensación de que estas cuestiones se enrocan entre sí formando un bucle irresoluble que apunta siempre, en última instancia, al sujeto y que hace que toda respuesta remita a una relatividad subjetiva que nos impide encontrar una respuesta convincente 57 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es intersubjetivamente. Podría ser. Pero nosotros intentaremos desenredar el asunto y mostrarle al lector una perspectiva desde la que estos interrogantes encuentren, al menos, una respuesta plausible. 2. EL SENTIDO CLÁSICO DE LA VIDA Siguiendo la terminología dialéctica de Hegel, podríamos decir que los clásicos estaban ya en lo cierto con respecto al sentido de la vida, atinaban con la finalidad, y el para qué de la existencia, pero de forma tética, esto es, ingenua (tesis). Deberemos superar ciertas antítesis para volver a ese sentido, ya endurecido por la lucha, de forma más consciente y plena. Pues bien, el sentido de la vida clásico era fundamentalmente físico. Es en el mundo, en la naturaleza (phýsis) donde se encuentra objetivamente el sentido del ser y del ser humano. Incluso Platón, pese a su idealismo, consideraba que la meta, el modelo a seguir, esto es, las ideas eran entidades reales, existentes, dadas a la inteligencia humana que fuese capaz de trascender el mundo aparente de nuestros sentidos. No entraremos a discutir si tales idealidades son o no parte de la phýsis (no creo que ningún griego concibiera un mundo sobrenatural o sobre-físico, sino que lo material y lo ideal, incluso los dioses, estarían circunscritos en la omniabarcante madre naturaleza o phýsis). Pero sí que diremos que los valores, los modelos de comportamiento y, por tanto, las claves para comprender nuestro lugar en el mundo estaban “escritas” en la realidad, con independencia de nuestra voluntad o de nuestros deseos, de modo que eran objetivas, eternas e independientes incluso de los dioses (y aun del Demiurgo). El sentido en cuanto finalidad de todo ente, por un lado, sería tender a la idea de la que participa. Por otro lado, el Bien sería el sentido en cuanto origen de todo ente (el Bien es lo que hace posible el mismo existir y la posibilidad de la existencia de las propias esencias). El sentido de la vida humana sería más complicado por cuanto nuestra esencia contiene la posibilidad de conocer las ideas. Por tanto, es el conocimiento de las ideas y, en último término, el conocimiento del Bien mismo lo que posibilita el ejercicio del bien ético (intelectualismo moral), así como del bien político (justicia) y lo único que nos puede otorgar la felicidad plena. “Lo mismo puedes decir que los seres inteligibles no sólo reciben del bien su inteligibilidad, sino también su ser y su esencia, aunque el bien mismo no sea esencia; sino una cosa muy por encima de la esencia en razón de dignidad y de poder”1 Ciertamente, Platón situó esos modelos explicativos del sentido de nuestras vidas en una especie de otro mundo, de reino extramundano independiente de la materia de la que están hechas las cosas que nos rodean. Por ello tuvo Aristóteles que corregir la teoría de su maestro haciéndole ver que la razón de nuestra existencia, el porqué y el para qué de los seres naturales está contenido en el propio ente físico que somos cada uno de nosotros. Todo ente, según la teoría hilemórfica, está compuesto de materia y forma. La materia entendida como los materiales que configuran el ente (madera, hierro o cal) es la denominada materia segunda. Sin embargo, todo ente es, ante todo, un ser, un existente. Esa composición primaria de ser, sería, a nuestro entender, la materia primera. Así un ente es y es de hierro, por 1 Platón, República, Libro VI, pg 268. Ed. Edaf. Madrid. 1987. 58 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es ejemplo. Pero también tiene todo ente una forma. La forma exterior o figura sería la forma accidental. Existe una forma, no obstante, que subyace a las características externas del ente, que es su esencia, esto es, lo que el ente es: forma sustancial. Por tanto tendríamos que todo ente es (materia primera), y es, por ejemplo, un ser humano (forma sustancial), compuesto de carne y huesos (materia segunda), que accidentalmente está gordo y es alto (forma accidental). Es, como puede comprobarse, en la inmanencia del propio ente físico y no en ningún mundo ideal trascendente donde se encuentra nuestro propio ideal, nuestra esencia (forma sustancial) y la propia razón de ser (materia primera). Y también es ahí donde Aristóteles centra su análisis para encontrar el sentido de la vida. La Naturaleza lleva desde sus comienzos en el Primer Motor o Motor Inmóvil el impulso que la lanza a ser, y a ser más cada vez. Esa energía (enérgeia) se conserva en el interior de cada ente en forma de potencia que espera a ser realizada. Por tanto, los entes no sólo persiguen como meta el mantenerse en el ser sin caer en la “nada” (no ser), sino que llevan en su interior la semilla (potencia) de todo lo que pueden llegar a ser. Dicha potencialidad está escrita en su propia esencia. De modo que todo ente, según Aristóteles, iría en pos del desarrollo máximo de la esencia que le es propia. Al conseguir dicha meta se produciría un estado de realización plena también denominado “felicidad”. Por tanto, podemos concluir que el sentido de todo ente y, por ende, del ser humano no sería otro que alcanzar su plenitud ontológica (en nuestro caso, la plena humanidad) y, con ella, la plena felicidad. Según Aristóteles, aparte del mundo inerte, la vida se compondría de tres esferas esenciales: la esfera vegetativa (animada únicamente por el alma vegetativa, propia de las plantas), la sensitiva (alma sensitiva, propia del animal) y la racional (ser humano). La felicidad vegetativa se alcanzaría con la simple satisfacción de la alimentación, la respiración, y la reproducción. Una planta con dichas necesidades vitales resueltas sería todo lo feliz que le es posible y no tendría sentido para su vida ninguna otra meta. Un animal, sin embargo, además de todo ello, necesitaría satisfacer su parte sensitiva mediante los sentidos: olfato, tacto, gusto… Por último, un ser humano, además de sentir caricias, beber, reproducirse y degustar ricos manjares, necesita, para desarrollar su esencia plenamente, realizar las virtudes éticas y dianoéticas, esto es, alcanzar un comportamiento virtuoso y un conocimiento del mundo. ¿Cuál sería, pues, el sentido de la vida del ser humano? Llegar a ser humanamente feliz, lo cual supone poseer sabiduría (conocimiento del mundo) y prudencia (comportamiento ético). Véase cómo todo el sentido de la vida humana y del ser en general se basa en hechos propios de la Naturaleza, inmanentes al mundo que nos rodea, sin recurrir a elementos sobrenaturales. 3. EL SENTIDO CRISTIANO DE LA VIDA Desde la perspectiva cristiana el sentido del ser y de la vida humana está fuera del mundo, procede de la trascendencia. Existen unos valores morales objetivos, existe una finalidad para la existencia humana y también hay un porqué del ser nítidamente establecido. Pero todos estos elementos no pertenecen a la naturaleza, sino que la trascienden otorgándole al mundo su sentido desde un más allá. 59 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es Recibiendo la influencia platónica de la existencia de un mundo ideal, separado del mundo material en que se desenvuelve nuestra existencia corporal, el mundo cristiano dio por sentada la existencia de un ámbito sobrenatural en el que habitaría Dios. También como en Platón, la mayor dicha humana posible se dará cuando, una vez abandonado el cuerpo y la vida terrenal, el alma pueda contemplar directamente ese mundo verdadero y eterno. La diferencia con Platón es que este consideraba que el mundo ideal es accesible completamente a la razón humana, mientras que en el cristianismo la sola razón es incapaz de conocer la totalidad de la verdad. Se hace imprescindible la “gracia”, por un lado y, por otro, la fe, elementos que nos abren a una supuesta realidad sobrenatural cuyo conocimiento es imposible sin la intervención de Dios. Los valores morales serían realidades eternas, objetivamente establecidas con independencia de los sujetos humanos que marcarían de una forma rígida cuál es el bien y la justicia. Eso sí, tales valores no serían independientes de Dios, sino fruto de su voluntad. Pues bien, esos valores marcan una dirección muy clara a aquel que desee vivir la vida rectamente. La vida terrena no es sino un valle de lágrimas, un lugar en el que se da el sufrimiento y el pecado. De modo que el ser humano tiene como meta última la salvación de su alma tras la muerte a través de la penitencia y de la supresión de sus impulsos terrenales. Otra vez como en Platón, se presenta la vida como una especie de condena que nos ha tocado vivir y de la que sólo podremos librarnos mediante el intento de parecernos lo más posible a las verdaderas realidades del otro mundo. La diferencia con Platón estriba, otra vez, en que el filósofo griego no considera que el alma sea únicamente racional, sino que tiene partes (la irascible y la concupiscible) que le otorgan capacidad de disfrute de los placeres mundanos. Además de aceptar que dichos placeres, si son ordenados conforme a la razón, son buenos y necesarios para vivir una buena vida. Por el contrario, para el cristianismo los placeres mundanos son causa del mal y deben ser evitados en lo posible. La contención de los impulsos, la abstinencia y el sacrificio son las vías para acceder en lo posible a una vida santa en la tierra. Así, el sentido de la vida para el cristiano no sería alcanzar la felicidad entendida como placer, por supuesto. Pero tampoco lo sería alcanzar la sabiduría (como sucedería en Platón), puesto que la verdad no nos es dada a través de la razón exclusiva ni principalmente. La verdad nos es ofrecida a través de la revelación, esto es, de la fe y de la gracia concedida por Dios. De modo que no tendría sentido dirigir la vida hacia la propia vida, esto es, no tendría sentido intentar una vida más placentera o intelectualmente rica. El verdadero sentido de la vida cristiana sería alcanzar una virtud cristiana en vida (mediante el cumplimiento de los mandamientos, la evitación de los pecados y, en general, sacrificio y ascetismo), lo cual supone en realidad una renuncia a la vida corporal en pos de una vida espiritual futura (en el más allá). Por tanto, el sentido en tanto que porqué de la vida, sería Dios, causa eficiente de todo; el sentido en tanto que hacia dónde se dirige la vida sería hacia la virtud cristiana, caracterizada por una vida de contención, sacrificio y fe; y el sentido de la vida en tanto que para qué sería para alcanzar la felicidad en el más allá. De ahí que podamos concluir diciendo que el sentido de la vida para el cristianismo es trascendente, procede causalmente de algo separado del mundo (Dios) y va dirigido a negar el mundo (deseos y pasiones) para alcanzar un más allá sobrenatural (el Cielo) donde se halle la plenitud de la existencia. 4. INTENTO CONCILIADOR HEGELIANO 60 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es Para Hegel, tanto la época clásica griega como el pensamiento cristiano habían sido momentos necesarios pero insuficientes de comprensión del Espíritu absoluto. Es conocida la filosofía de la historia de Hegel donde nos explica los tres estadios de desarrollo del Espíritu (Antiguo Oriente, Grecia, Mundo Moderno) donde se va realizando la libertad. En la Grecia clásica se consideró que el espíritu era algo particular, un espíritu singular (el espíritu de cada cual) frente al mundo. Teníamos el mundo físico y, en él, se daba el hombre, con su espíritu particular y los grados de libertad que iba consiguiendo según sus costumbres y sabiduría. No había lo que podríamos llamar trascendencia (excepto, quizá, en Platón), todo sentido de la vida se daba en la inmanencia. Lo espiritual se circunscribía, en todo caso, a cada alma en particular (sea alma de humano o alma de dioses). El cristianismo consiguió alcanzar cierto conocimiento del Espíritu absoluto mediante la idea de Dios. Para Hegel, toda religión es la “relación del sujeto, de la conciencia subjetiva con Dios, que es espíritu”2. Aquí vemos que en la religión se comienza a captar el espíritu, no como subjetividad concreta de uno u otro individuo, sino como algo superior, absoluto. Sin embargo, no todas las religiones son iguales. En la historia de las religiones, han ido apareciendo una serie de religiones denominadas por Hegel “religiones determinadas” cuyo carácter finito hace que, siendo necesarias, hayan ido sucediéndose unas a otras hasta llegar a la religión definitiva que sería el cristianismo. De ahí que Hegel afirme en su obra El concepto de religión que el cristianismo es la religión absoluta. “La religión consumada es aquella en la que el concepto de religión ha retornado a sí –donde la idea absoluta, Dios en cuanto espíritu según su verdad y su carácter manifiesto, constituye el objeto de la conciencia. Las religiones anteriores en las que la determinabilidad del concepto es más pequeña, más abstracta y defectuosa son religiones determinadas, que constituyen etapas de transición del concepto de religión hacia su acabamiento. (…) La religión cristiana se nos mostrará como la religión absoluta; (…)”3. Sin embargo, pese a lo anterior, Hegel considera que el cristianismo, pese a ser la religión absoluta, no es la meta a donde podemos llegar en el conocimiento del Espíritu absoluto. En la misma obra que estamos analizando nos ofrece la distinción de una aprehensión de dicho Espíritu al nivel de la representación (propia de las religiones, incluido el cristianismo) y una aprehensión al nivel del concepto (propia de la Filosofía). Esto quiere decir que las religiones, por muy absolutas que sean, son un escalón en el proceso de realización del Espíritu absoluto, pero no el último escalón. Las religiones son el modo como cualquier ser humano puede acceder a la verdad sin necesidad de una comprensión conceptual de la misma, mediante una “simple” representación (ver a Dios como figura o imagen). La Filosofía, sin embargo, sería la comprensión conceptual de lo que es Dios. 2 3 Hegel, El concepto de religión, pg. 119. F.C.E., Madrid, 1981. Hegel, op.cit. p. 126. 61 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es “La religión es para la conciencia general del espíritu y así sólo en esta conciencia el espíritu es objeto de la conciencia sensible, representativa; tan sólo en la filosofía se encuentra como concepto, sólo ella se mueve bajo la forma del pensamiento.”4 De modo que nos encontramos con que, mediante el propio proceso dialéctico, la filosofía griega en su captación finita del espíritu, cuando consigue superar el nivel puramente representacional de la religión, podría alcanzar un concepto absoluto del Espíritu (un conocimiento de Dios, de lo Absoluto) ya de forma no finita. Por tanto, se trataría de conseguir un conocimiento al nivel del concepto (como los griegos), pero del objeto infinito que la religión sólo alcanza a vislumbrar representacionalmente. Para ello Hegel propone elevarnos por encima de nosotros mismos, fuera de nuestras relaciones finitas con los entes particulares. Si fuésemos capaces de contemplar el mundo más allá de la mera finitud de los entes e, incluso, de nuestra propia finitud alcanzaríamos una perspectiva trascendental que nos pondría ante un objeto de conocimiento absoluto. Mientras que en la religión Dios es algo exterior al sujeto de conocimiento, en el idealismo hegeliano el espíritu finito, al adoptar una actitud por encima de los entes finitos, adquiriría una visión de lo Absoluto como algo ya no exterior (aunque tampoco interior), algo, en definitiva, absoluto (como indica el propio término). Recojamos algunos fragmentos en los que Hegel intenta exponer esto: “el yo es al mismo tiempo aquello que permanece en su finitud y debería ciertamente renunciar a la finitud que está puesta, no obstante, como algo firme y absoluto, para poder alcanzar lo infinito”5 “En el recogimiento Dios es para mí; es el pensamiento de mi propia sustancia y, por consiguiente, una forma de conciencia; este pensamiento de lo universal es un modo, según el que soy lo que soy: yo soy como pensante.”6 “Dios es, asimismo, también lo finito y yo soy también lo infinito. Dios retorna a sí en el yo como en el que se supera en cuanto finito y sólo es Dios en cuanto este retorno. Sin mundo, Dios no es Dios.”7 Podríamos interpretar estas palabras como que Dios, el Espíritu absoluto se realiza plenamente cuando el espíritu finito del ser humano alcanza a contemplarlo como tal. No es que el yo finito humano sea absoluto, Dios; sino que lo absoluto se torna tal cuando un espíritu finito lo contempla en su infinitud. ¿Cuál sería, pues, el sentido de la vida según Hegel? 4 Íbid, p. 127. Ibid, pág 169 6 Ibid, pág 188,189 7 Ibid, pág, 191 5 62 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es Aun a riesgo de sobrepasarnos en la interpretación de Hegel, podríamos decir que el verdadero sentido de la vida para Hegel sería el dar a Dios su plena existencia. Cierto que Dios es causa de todo lo existente, pero en los orígenes del mundo Dios sería pura materialidad inconsciente de sí. Con el desarrollo dialéctico de la naturaleza, surge el espíritu finito (primero la vida vegetal, luego la vida animal y, por último, la vida humana). Pero este espíritu finito humano no es el colofón de Dios. En ese estadio estaría el mundo griego, y, en cierto modo, la religión que representa a Dios como algo radicalmente distinto del yo finito. Sin embargo, en un momento posterior, cuando este espíritu finito es capaz de comprender que la finitud propia es sólo un modo de ser que puede ser trascendido, se alcanza una perspectiva filosófica que da luz a un concepto nuevo de Absoluto. Es como si el mundo ciego y sordo de sí mismo, comenzara a vivir y a conocerse a través de nuestra conciencia finita. Cuando nos percatamos de que nosotros somos el mundo autoconociéndose, nos damos cuenta de nuestra absolutez, que es una con el mundo. Y eso es Dios. El sentido de la vida humana no sería otro que dar sentido y plenitud de ser a Dios. “La idea absoluta es el único objeto y contenido de la filosofía. Por cuanto contiene en sí toda determinación y su esencia consiste en volver a sí a través de su autodeterminación o particularización, tiene diferentes configuraciones, y la tarea de la filosofía es reconocerla en éstas. La naturaleza y el espíritu son, en general, diferentes maneras de representar su existencia; el arte y la religión son sus diferentes maneras de comprenderse y darse una existencia apropiada; la filosofía tiene el mismo contenido y el mismo fin que el arte y la religión; pero es la manera más elevada de comprender la idea absoluta, pues su manera es la más elevada de todas, el concepto.”8 Por tanto, en un proceso dialéctico, la oposición entre Naturaleza (no-yo) y espíritu (yo) queda superada cuando se alcanza el concepto del Espíritu Absoluto. Como bien dice el texto, tanto naturaleza como espíritu son diferentes maneras de representar la existencia de la idea absoluta, por lo que ambas pueden ser contempladas como la mostración de una misma cosa: Dios (en el sentido filosófico-conceptual). De modo que volvemos a estar frente a la actividad máxima del espíritu humano, su sentido último, que es la superación de las contradicciones y la realización plena de la idea absoluta. “… acaba en la ciencia del espíritu su liberación por sí mismo, y halla el supremo concepto de sí mismo en la ciencia lógica, como el puro concepto que se comprende a sí mismo”.9 5. LA MUERTE DE DIOS Y LA PÉRDIDA DE SENTIDO Con el escepticismo empirista radicalizado en Hume, la filosofía comenzó un descenso desde las alturas idealistas de Hegel y el optimismo dogmático del cristianismo hasta la más pura y dura materialidad. Nada puede saberse más allá de la propia información que nos está disponible para nuestros sentidos. Y así debe ser. Ir más allá de lo que se nos da, ir más allá de lo que el mundo nos muestra es más parecido al sueño de la razón kantiano que al conocimiento. Podemos soñar con sentidos maravillosos de la vida y del ser, pero no podemos 8 9 Hegel, Ciencia de la Lógica II, pg. 559,560. Ediciones Solar. Buenos Aires. 1982. Op. Cit. P. 583. 63 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es conocerlos (si es que los tienen). Este pesimismo ontológico (que bien podría alguien considerarlo como un realismo) cristalizó formidablemente en la filosofía de los denominados autores de la sospecha: Nietzsche y Marx. Nos centraremos ahora en el primero de ellos. Para Nietzsche, la exacerbación del sentido de la vista es lo que ha provocado que, al tomar distancia de las realidades contempladas, los filósofos atribuyan esencias inmutables a los objetos más allá de su carnal apariencia. La idealización de lo material ha sido un proceso de acartonamiento de las metáforas que ha ido haciendo creer al sujeto pensante que, como le ocurriera a Hegel, los conceptos son más reales que las cosas sensibles. Desde Platón, los filósofos han creído en las ideas (a las que nunca han visto) y han rehusado de las cosas que nos rodean (todo lo que cotidianamente percibimos con evidencia sensible). Hemos idolatrado conceptos vacíos y nos hemos olvidado del mundo y de la vida. Con el cristianismo llegamos al culmen de este despropósito adjudicando todo el valor de la realidad a un ser extramundano (Dios) y vaciando de toda dignidad y poder a la materia del mundo sensible. Aparece entonces el sentido antivital de la vida, el deseo de despojarse del cuerpo, de huir de la tierra y de acceder a una supuesta realidad verdadera más allá de la vida y del propio cuerpo. Los filósofos han puesto lo menos real, el producto de su imaginación, como lo más real y, por el contrario, la verdadera realidad la han desechado como irreal y falsa. El producto de nuestra mente ha sido venerado como lo máximamente real mientras los datos del mundo verdadero han sido rechazados como falsos. “Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. Mas como no pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. (..) Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. (…) ¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero!”10 “La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero. Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final -¡por desgracia!, ¡pues no debería siquiera venir!- los ‘conceptos supremos’, es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. (…) Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto ‘Dios’… Lo último, lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum… ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas!”11 Pues bien, para poder recuperar el sentido vital de nuestra existencia debemos recuperar antes el valor de los otros sentidos que acompañan a la vista, como sería el oído, el tacto y, sobre todo, el olfato. Estos sentidos nos ponen en contacto directo con la materia, con la vida. A través de ellos nos olvidamos de los conceptos y nos fundimos en la sensación misma de las cosas en nosotros. El éxtasis sensorial nos invade y provoca en nosotros exclamaciones que serán, en el poeta y en el verdadero filósofo, metáforas del mundo. Al huir de las vanas y vacías ideas, nos percatamos de que no hay más que mundo, vida, materia. Y, también, de que 10 Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, cap. “La ‘razón’ en la filosofía”, apartado, 1. Madrid, Alianza, p. 51. 11 Op. Cit. Apartado 4, p. 53-54. 64 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es no existe el mundo suprasensible, celestial en el que nos han enredado Platón, Hegel y el cristianismo, entre otros. Nietzsche nos dejó solos en el universo. Si nada hay más allá, y todo lo de más acá es temporal y caduco, nos hemos quedado solos, abocados a la nada (nihilismo). Sí, nada hay sobre lo natural y empíricamente dado. Pero eso no debería implicar un pensamiento negativo, triste. El filósofo debe ser capaz de mirar con alegría su propia soledad y convertir el nihilismo en algo positivo. Nada hay por encima de mí y, por ello, yo soy la realidad más alta desde la que se legisla y desde donde se impone el ser del mundo. No está escrito en ningún mundo ideal, ni en un absoluto trascendente que espera ser descubierto, cuál sea el sentido del ser y de mi vida. En ningún lugar está esperando la verdad para ser descubierta. No hay un Dios, a cuya diestra esté sentado hijo alguno, que contenga el sentido de la realidad en su omnisciencia infinita. Dios ha muerto. Pero el hombre, en lugar de llorar la muerte del padre, ha de ocupar su lugar en el mundo y crear él los valores dando así sentido a su vida. No hay que sacrificar los sentidos, ni renunciar a lo sensual, como dogmatizaba el cristianismo. No hemos de anhelar un mundo ulterior de verdadera realidad después de la muerte. Muy al contrario, el hombre finito, antes camello que soportaba el peso de la carga vital que le habían colocado heterónomamente y, posteriormente, león que ha roto con las cadenas y ha destruido toda fe en lo sobrenatural, este nuevo hombre debe ser niño de mirada limpia y sin prejuicios que con su deseo cree valores nuevos, propios, y los imponga como el nuevo sentido de la vida y del ser. El hombre que sea capaz de establecer sus propias metas libremente y de otorgar un sentido autónomo al mundo y a su vida, ese será el ultrahombre (superhombre). Habrá, pues, sobrepasado su propia finitud y se habrá erigido en el nuevo dios laico de su propia existencia. Amará su vida y renegará de la muerte. No será dócil sino que impondrá su criterio allá donde le sea posible. No se arrepentirá de sus deseos y placeres, sino que los adorará como se adora al dios de la vida. No hay un porqué, ni un hacia dónde, ni un para qué fuera de la voluntad del ultrahombre. De él, del señor, debe manar todo sentido. Aquel que encuentra el sentido fuera de su propia voluntad, ese es un esclavo. 6. MARX Y EL SENTIDO MATERIAL DE LA VIDA (sin trascendencia) Marx se incorpora a esa filosofía de la sospecha que rechaza toda trascendencia y remite cualquier contenido ideológico a las condiciones materiales de las que procede. Como Nietzsche, Marx podría suscribir la afirmación que dice que toda ideología procede de las condiciones vitales (materiales) del sujeto que la construye. No hay, pues, una trascendencia objetiva a la que remitirse para encontrar un sentido a la vida. También como Nietzsche, Marx piensa que el ser humano está esclavizado y que su tarea vital e histórica es salir de dicha sumisión. Igual que Nietzsche consideraba que eran los débiles quienes habían ideado la ideología cristiana para someter a los mejor cualificados a la voluntad de los sacerdotes, Marx considera que unos pocos (los capitalistas) han ideado un sistema que 65 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es esclaviza a la mayoría, la cual, por otra parte, es quien tiene el poder de producir los bienes materiales. El dueño del capital, incapaz de producir por sí mismo la riqueza que anhela, se ha adueñado de los medios de producción y ha sometido al proletariado a la tiranía del sistema capitalista. De acuerdo con que la moral del pueblo es una moral de esclavos y que debe producirse una liberación. Pero la moral es un ámbito perteneciente a la superestructura que no puede transformarse directamente, sino a través de un cambio en las condiciones materiales de producción (estructura económica). Sólo cuando se produzca un cambio en las condiciones materiales de vida del proletariado, nacerá una nueva conciencia que liberará al pueblo de la opresión y de su propia conciencia de esclavo. Sin Dios, diría Marx, ahora obedecemos los dictámenes del capital y cumplimos los mandamientos de los dueños de los medios de producción cual si de sacerdotes se tratara. El capitalista obtiene todo el rendimiento material del trabajo del proletariado de modo que este se ve alienado. La tarea transformadora del mundo mediante el trabajo humano es disfrutada precisamente por quienes no son capaces de realizarla mientras que los verdaderos artífices de la riqueza se ven desposeídos de ellas (alienados). La finalidad de la vida, el único sentido posible que tiene la vida desde una concepción materialista de la historia, es transformar el mundo con el propio trabajo y disfrutar del fruto del mismo. El sentido de la vida es, pues, pura y exclusivamente material. Y para lograr dicho fin, habría que empezar por destruir el sistema capitalista que es antinatural pues priva al individuo del disfrute del producto de su trabajo. Sólo resolviendo la situación alienante que supone el sistema capitalista, podrá el ser humano recuperar la verdadera libertad y vivir la vida dignamente. 7. SUPERACIÓN DEL EMPIRISMO PSICOLOGISTA Y DEL IDEALISMO Desde nuestra perspectiva es fundamental que el ser y la vida (nuestra propia vida) tengan un sentido que trascienda la pura y tosca materialidad, de modo que consista en algo más que en la simple realización de las funciones vitales. Sin embargo, no nos parece lícito abandonar el mundo que nos rodea para idear o soñar trascendencias de las que no tenemos la más mínima noticia, ni hayamos experimentado en modo alguno a no ser en forma de deseos o ensoñaciones. El sentido de nuestras vidas y del propio ser del mundo ha de encontrarse dentro del mundo que nos es dado vivir, dentro de las experiencias que podemos tener del mismo pero, al mismo tiempo, debemos ser capaces de encontrarle una importancia que trascienda la percepción sensorial inmediata. ¿Es esto posible? Creemos que si lo fuera, lo sería a través del método fenomenológico, el cual pone de manifiesto los prejuicios tanto del empirismo y el materialismo como del idealismo, situándonos en una actitud desde la cual puede contemplarse el mundo desde una perspectiva nueva. El empirismo, radicalizado en el pensamiento humeano, considera que el conocimiento del mundo objetivo sólo es posible cuando este se basa en los datos que nos ofrece la experiencia sensible. Pero, claro, todo conocimiento de datos empíricos se da siempre desde una subjetividad particular. Es siempre un sujeto el “recipiente” en el que caen los datos ofrecidos por la experiencia. Por tanto, el empirismo, en su intento por no aceptar como 66 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es verdadero nada que no provenga directamente de la realidad objetiva, cae en un relativismo de corte psicologista. Y es que los mismos datos ofrecidos por la experiencia son “recolectados”, aprehendidos con las herramientas sensoriales de un sujeto concreto, lo cual nos imposibilita para afirmar que tales datos son realmente fieles a la realidad exterior, que no han sido manipulados o distorsionados por nuestras propias estructuras sensoriales. El psicologismo, fundamentado como decimos en el empirismo, considera que todo conocimiento de la realidad objetiva se realiza desde una posición psicológica particular que siempre distorsiona o ve a su manera el mundo. Tanto lo vio así Kant, tras despertar de su sueño dogmático gracias a Hume, que dejó patente la imposibilidad de nuestro entendimiento para acceder a los noúmenos o cosas en sí. Los datos empíricos siempre son modelados a imagen de los elementos a priori de nuestra sensibilidad y nuestro entendimiento de modo que lo que percibimos de la realidad no es ya la realidad en sí, sino los fenómenos12 que nosotros hemos formado a partir de la información que esta nos brinda. La pureza del dato empírico se ve, antes de poder ser degustada por el sujeto, desfigurada (o, digamos, configurada) por nuestras capacidades y, sólo entonces, podemos captar la realidad (ya no en sí, sino para mí). El sentido que podamos encontrar a la vida desde una posición empirista, al habernos sido vedada la capacidad de conocer el mundo en sí, nunca será un sentido objetivo sino, como le ocurriera al propio Hume en su ética, un sentido “sentimental” o emotivo. A partir de estas posiciones se gesta el materialismo el cual, una vez negada la posibilidad de existencia de nada fuera de la materialidad sensible, circunscribe todo su pensamiento a lo empíricamente dado, la materia de nuestras percepciones. De ahí que Marx únicamente pueda establecer un sentido “laboral” de la vida, que se realiza a través del trabajo y de la transformación de la materia por parte del ser humano. Y, también desde ahí, cayó Nietzsche en el nihilismo que consideraba que nada había más allá de la información de los sentidos. Y no es que deba haber algo más allá del mundo sensible. No es nuestra intención sobrepasar el ámbito de lo dado a nuestra percepción, pues hacerlo sería entrar en el ámbito de las creencias y salirnos del ámbito de lo racional. Pero lo que sí querríamos es reinterpretar ese empirismo (materialismo) que termina en un pesimismo escéptico (cuando no en un nihilismo). Tampoco queremos aceptar sin más el optimismo confiado del idealismo que afirma la existencia de un mundo ideal objetivamente existente con independencia de nuestras percepciones empíricas. Sin embargo, sí que es cierto que la fenomenología nos abre a una nueva actitud (la actitud trascendental) desde la que, sin abandonar los datos de nuestra experiencia (fenómenos), estos se presentan, no como la apariencia de una realidad en sí inalcanzable por 12 Nótese el muy distinto significado que tiene el término “fenómeno” en Kant y en Husserl. Mientras que para Kant el fenómeno es el resultado de la síntesis entre los datos provenientes de una realidad en sí y los elementos a priori de la sensibilidad (espacio y tiempo), para Husserl el fenómeno es la realidad misma dándose intencionalmente a una conciencia. En Kant, el fenómeno no es la realidad tal cual es; en Husserl, sí. 67 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es definición, sino como la realidad misma dándose a una conciencia. Así intentaremos superar los inconvenientes del empirismo escéptico y del idealismo confiado, alcanzando una perspectiva fenomenológica que nos abra, a su vez, un nuevo sentido del ser y de la vida humana. 8. LAS REDUCCIONES FENOMENOLÓGICAS Husserl pretendía configurar un método filosófico exhaustivo que nos pusiera en disposición de alcanzar conocimientos apodícticos de la realidad. Al modo que hiciera Descartes con su método racional de la duda, Husserl pretende retrotraerse desde sus conocimientos actuales hasta las evidencias indubitables que pudieran alcanzarse. Mediante la epojé, la fenomenología irá poniendo entre paréntesis (suspendiendo el juicio) todo aquello que no sea apodícticamente evidente. Tras cada epojé quedarán unos residuos que, lejos de ser algo negativo, serán aquellos conocimientos restantes que hayan sido capaces de superar la epojé en cuestión. Nosotros consideramos que, si seguimos a Husserl en su recorrido fenomenológico y alcanzamos con él la actitud correcta (trascendental) frente al mundo, estaremos en disposición de vislumbrar con una cierta claridad un sentido del ser y de la vida. No será tanto descubrir sentidos nuevos de la vida como redescubrirlos desde una perspectiva más clarificadora: la perspectiva fenomenológica. Permítasenos, pues, hacer un excurso a través del método fenomenológico para, al final, recoger los frutos y contemplar un paisaje mundano pleno de sentido. 8.1. EL MUNDO DE LA VIDA Y LA EPOJÉ DEL PREJUICIO OBJETIVISTA DE LA CIENCIA El punto de partida no puede ser otro que el mundo tal y como se nos muestra en la actitud ingenuo-natural en la que nos hallamos cotidianamente. En la actitud natural en la que estamos habitualmente el mundo que se nos da ingenuamente es denominado por Husserl el mundo de la vida. Desde esta actitud el individuo se ve a sí mismo como un sujeto (yo) situado frente al mundo (no-yo) de modo que, si queremos conocer la realidad, debemos salir de nosotros mismos para acceder a lo otro (objeto). El mundo está más allá de nuestra conciencia y deseamos atraparlo para conocerlo. Es evidente para un sujeto en actitud ingenuo-natural que hay quienes consiguen acceder a un conocimiento objetivo del mundo y quienes no. Son las ciencias quienes aprehenden la realidad objetivamente, mientras que las opiniones personales (no científicas) son subjetivo-relativas. Pues bien, para la fenomenología husserliana, afirmar que unos individuos (sujetos de conocimiento como los demás) puedan tener un acceso objetivo a la realidad externa mientras que otros sujetos no pueden, es un prejuicio en absoluto evidente. Es el denominado “prejuicio objetivista de la ciencia”. Este prejuicio debe ser el primero en ser eliminado para poder ir acercándonos a esos residuos evidentes que buscamos. Así aplica Husserl su primera epojé: la epojé de la ciencia objetiva. Mediante esta epojé se pone entre paréntesis ese prejuicio que afirma sin evidencia que la ciencia tiene un acceso privilegiado a la objetividad y que los demás individuos sólo tienen un acceso subjetivo al 68 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es mundo. Muy al contrario, tanto la ciencia como todo otro saber del mundo son subjetivorelativos. “Si cesamos de estar sumergidos en nuestro pensar científico, si nos percatamos de que nosotros los científicos somos, en efecto, hombres y de que somos en tanto que cointegrantes del mundo de vida, el mundo que siempre es para nosotros, que siempre está dado previamente, entonces, junto a nosotros, toda la ciencia vuelve al –meramente “subjetivo-relativo”- mundo de vida.”13 Llegamos así al primer residuo fenomenológico: el mundo de vida pre- y extra-científico. Es el mundo de vida donde vivimos cada uno de nosotros, pero ya pensando que no hay quienes tengan la capacidad de acceder de forma más objetiva que otros al conocimiento del mundo exterior. Sigue, sin embargo, existiendo en nosotros la creencia en que cada fenómeno aprehendido es la apariencia de una realidad oculta a nuestra percepción (cosa en sí). Precisamente aquí es donde se quedó Kant. Un sujeto replegado sobre sí mismo que sigue creyendo que sus conocimientos fenoménicos son siempre deficitarios pues le está vedado el acceso a la realidad exterior a su conciencia. Desde esta perspectiva, por supuesto, no pueden alcanzarse verdades apodícticas, sino siempre y sólo subjetivas. Esta actitud sería la propia del psicologismo que sucumbe al relativismo escéptico tan denostado por Husserl. 8.2. SEGUNDA EPOJÉ: LA EPOJÉ TOTAL O TRASCENDENTAL Es una epojé que, en palabras del propio Husserl, posibilita la reducción trascendental en la que se descubre la “correlación trascendental entre mundo y consciencia de mundo”. Qué quiere decir con esto es algo que se dilucidará en lo que sigue. Se trata de hacer una abstención total del juicio que afirma la separación entre sujeto y objeto, entre yo y fenómeno. No es evidente en modo alguno la existencia de entidades ultrafenoménicas (de entidades en sí). No es evidente la división entre un afuera y un adentro de la conciencia. Todo lo que hipotéticamente estuviese fuera de la conciencia sería, por definición, inaprehensible. De modo que la simple presunción de la existencia de un ser en sí exterior a la conciencia es un mero prejuicio infundado. Una vez aceptamos dicho prejuicio, adoptamos una actitud muy especial, una actitud trascendental. Mediante esta epojé vamos a alcanzar una actitud "por encima" de la pluralidad de los onta espacio-temporales que cambian como en torrente, "por encima" de la consciencia subjetiva particular e, incluso, intersubjetiva14. Sin embargo esto no implica eliminar las valideces particulares, no implica acabar con todos los contenidos particulares de la conciencia. Lo que estamos haciendo mediante esta epojé total es cambiar de actitud, o sea, no tener esas valideces en cuenta.15 13 Husserl, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Ed. Crítica, Barcelona, 1990. §34, p. 137. 14 Husserl, op. cit. §40, p. 158. 15 Nótese la similitud con Hegel cuando este afirma que “el saber del yo acerca de lo absolutamente universal en cuanto su esencia [se alcanza] sólo mediante la superación de sí como finito. (…) este pensamiento de lo universal es un modo, según el que soy lo que soy: yo soy como pensante. Por lo 69 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es Antes, en la epojé de la ciencia objetiva, no habíamos abandonado el conocimiento científico objetivo, sino que lo habíamos mirado con otros ojos (lo habíamos visto como un conocimiento subjetivo-relativo, como cualquier otro conocimiento mundano-vital); y ahora, en este nuevo paso, tampoco abandonamos el conocimiento particular de entes particulares (espacio-temporales), sino que abandonamos la actitud ingenuo-natural y adoptamos una nueva actitud. Desde esta nueva actitud sólo queda el lado subjetivo (la conciencia de la cosa) de aquel par antes mencionado, cuyo lado opuesto era la cosa en sí. Igual que a Descartes tras la aplicación radical de su método de la duda le quedó tan sólo el Ego cogito preñado de cogitata, del mismo modo a Husserl, tras la aplicación de la epojé total, le ha quedado lo que él denomina una “esfera egológica” en actitud trascendental: en definitiva, el EGO TRASCENDENTAL. La principal diferencia entre el Ego cogito cartesiano y el Ego trascendental husserliano es la interpretación que cada autor hace del mismo. Veamos en qué consiste ese Ego trascendental y qué evidencias emanan del mismo. Husserl nos describe el “paisaje” que él ha observado desde la nueva actitud trascendental tras las sucesivas epojés. Al apartar tanto el prejuicio de la objetividad como el de la existencia de realidades exteriores a la conciencia, se abre a la mirada del sujeto (mirada que ya es trascendental) la denominada “correlación trascendental entre mundo y consciencia de mundo”; esto es, se ha eliminado aquella separación que la actitud anterior (más ingenua) establecía entre cosa y consciencia de la cosa. Por tanto, se ha reducido el mundo (cosa) a consciencia del mundo (consciencia de la cosa), se ha identificado el mundo con la aparición del mismo en nuestra conciencia. No es un mundo existente por sí el que se aparece a nuestra conciencia, sino que el mundo es aquello que exclusivamente consiste en aparecer en nuestra conciencia. Por tanto, si rechazamos como prejuicio no evidente que haya realidades extraconcienciales, o sea, si nos abstenemos de emitir juicio alguno sobre las “cosas-ahí” o el “mundo-ahí”, entonces nos queda el residuo fenomenológico trascendental: el ego trascendental para el que el mundo es un correlato trascendental de la conciencia. “Una vez que se ha llegado al ego se percatará uno de que se está en una esfera de evidencia y de que querer preguntar por detrás de ella es un sinsentido.”16 La mirada del ego ya no apunta a nada exterior al propio yo, sino que se queda en sí mismo, observándose a sí mismo como pensamiento (cogitatio) de “cosas” (cogitata), sin en ningún momento considerar la posible existencia en sí de dichas cosas. Las cosas, desde la actitud trascendental, sólo existen como correlato de mi propia cogitación. Husserl establece como el primero de los problemas que hay que esclarecer el que subyace al título “EGO COGITO COGITATUM”17. Y fue precisamente en este punto donde erró Descartes ya que, inmediatamente después de enunciar el “cogito, ergo sum”, por tanto, el ego trascendental, abandonó la actitud trascendental comenzando un camino para recuperar aquellas realidades en sí que había dejado a un lado en el camino. De esta forma, Descartes demás, hay que señalar que en este pensamiento en relación con lo Absoluto he vuelto sobre mí, me comporto de un modo puramente pensante, me diferencio de este objeto y el objeto de mí. Pues yo tengo que renunciar a mí; pero en eso consiste la conciencia de mí…” (Cfr. Hegel, Op. Cit. p. 189) 16 Husserl, op. cit. §55, p. 199. 17 Husserl. Op. cit. §50, p. 179 70 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es sustancializó la subjetividad convirtiéndola de nuevo en un yo frente a otras cosas (no-yo) exteriores y, por tanto, convirtiéndola en una subjetividad psicológica. Por ello, para no caer en el mismo error y no interpretar psicológicamente a la subjetividad trascendental, hemos de completar ese ego-cogito-cogitata con un añadido especificativo: ego-cogito-cogitata qua cogitata (yo pienso las cosas pensadas en cuanto cosas pensadas). Con este añadido estamos cerrando la conciencia sobre sí de tal modo que aquellas cosas que son pensadas por ella no pueden referirse a realidades exteriores, sino que su ser está constreñido al pensamiento. De esta forma Husserl construye un nuevo concepto de “fenómeno”: ya el fenómeno no es la apariencia de una cosa cuya existencia extraconciencial se presupone, sino que ahora “fenómeno” ha adoptado un sentido especial. “Precisamente de este suelo me he separado por medio de la epojé, estoy por encima del mundo, el cual se ha convertido para mí, en un sentido sumamente peculiar, en fenómeno.”18 ¿En qué sentido especial el fenómeno es ahora “fenómeno”? El concepto “fenómeno” adquiere un sentido especial en cuanto correlato de la subjetividad; en cuanto no es la capa exterior de un “algo” en sí que lo trasciende, en cuanto no es la apariencia de las cosas extraconcienciales, el fenómeno deja de poseer aquel sentido ingenuo de la actitud anterior. Ahora el fenómeno es APARICIÓN. La conciencia en actitud trascendental se encuentra con un mundo entero apareciéndosele (fenómeno) y del cual no puede decir con evidencia sino “que se aparece”. Más allá de la aparición que el mundo hace en nuestra conciencia no podemos pretender ir, puesto que es imposible (a menos que se abandone el rigor de estas explicaciones) hablar de lo que no se aparece en modo alguno a la conciencia. “(...) en suma, el mundo concreto entero es para mí, en vez de existente, sólo fenómeno de ser.”19 Husserl pretende mantenerse en esta perspectiva trascendental desde la que el sujeto “se torna plenamente libre por vez primera y, sobre todo, libre..., de aquella ligazón de la dación previa del mundo”20. Aquel mundo que era mera apariencia de algo nunca dado a la subjetividad que lo contemplaba, ahora ha desaparecido ante nuestros ojos y se ha convertido en un mundo absolutamente dependiente de nuestra conciencia, de tal forma que su ser y su sentido se dan plenamente en ella. Que haya una “correlación absoluta” entre lo ente de cualquier tipo y la subjetividad (ahora trascendental) no puede significar otra cosa que se ha hecho evidente a través del método fenomenológico: que todo lo real es lo que es para mí y nada más. Nos hemos quedado, pues, tan sólo con nuestra conciencia y todo un mundo que se aparece en ella sólo en tanto que aparición, no en tanto que apariencia de un hipotético y nada evidente mundo existente en sí y por sí más allá de dicha conciencia. 18 Ibid. §41, p. 160. Husserl, Las conferencias de París, UNAM, México D.F., 1988. Lección I, p. 9. 20 Husserl, La crisis…, §41, p. 159. 19 71 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es A pesar de la aparente pérdida, tras la epojé total, de todas nuestras anteriores convicciones y de todo el contenido de nuestros conocimientos pasados, sin embargo, en esta nueva actitud se conservan todos los contenidos cognoscitivos de la actitud previa a las reducciones fenomenológicas; nada de la actitud ingenuo-natural se ha perdido excepto la actitud ingenuo-natural misma. Husserl ha conservado en el ego trascendental todos los contenidos (científico-objetivos, subjetivo-relativos, etc.) de nuestros conocimientos sobre el mundo con la peculiaridad de haber eliminado el prejuicio infundado de la existencia de tales realidades con independencia de la conciencia. Sólo hemos adoptado una actitud desde la que los mismos contenidos de antes se contemplan sin prejuicios, esto es, no como apariencia de un mundo en sí existente, sino como aparición del mundo mismo en la conciencia. El mundo ha pasado a ser “fenómeno trascendental mundo”, el fenómeno (apariencia) ha pasado a ser “fenómeno” (aparición), la “cosa” se identifica con la “consciencia de la cosa”. Por tanto, el ser del mundo, el ser de la cosa consiste precisamente en aparecer en una conciencia. Husserl afirma que la epojé fenomenológica trascendental es aquel “medio metódico mediante el cual me aprehendo puramente como aquel yo y aquella vida de conciencia en los cuales y mediante los cuales el mundo objetivo en su totalidad es para mí y es como precisamente es para mí. Todo lo mundano, todo ser espacio-temporal es para mí gracias a que yo lo experimento, lo percibo, lo recuerdo, pienso de cualquier modo en él , lo juzgo, lo valoro, lo deseo, etc.”21. Y continúa más abajo en la misma página: “EXCLUSIVAMENTE POR TALES COGITATIONES TIENE EL MUNDO TODO SU SENTIDO Y SU VALIDEZ DE SER.” 8.3. LOS TRES RESIDUOS FENOMENOLÓGICOS TRASCENDENTALES: POLO SUBJETIVO – POLO OBJETIVO – INTENCIONALIDAD Los elementos que constituyen el Ego, analizados desde una actitud trascendental, están unidos de tal forma que su existencia por separado es imposible. Husserl establece dos componentes esenciales del Ego: el Polo-subjetivo, que es la fuente activa del conocer (noesis), y el Polo-objetivo, que es el contenido de ese acto noético (noema). Estos elementos son las partes imprescindibles del Ego sólo discernibles de forma puramente teorética. La aparición de la “cosa” (y, por tanto, la cosa misma, ya que su ser consiste precisa y únicamente en aparecer) y el acto de aprehender esa aparición son lo mismo. No es posible aprehender algo que no aparece (ni siquiera es posible mencionar ese algo) así como no puede haber aparición sin “alguien” a quien aparecerse. La complejidad del Ego se hace una cuando nos percatamos de la imposibilidad de desligar ambos Polos uno de otro. El Polo-subjetivo y el Polo-objetivo son dos aspectos distintos pero inseparables de una misma realidad: el Ego trascendental. A esa fuerza “nuclear” que fusiona a ambos elementos es a lo que Husserl denomina Intencionalidad. La conciencia, el Ego tiende necesariamente a los “fenómenos”, así como los “fenómenos” no son sino en una conciencia. La interdependencia mutua es indestructible. 21 Husserl, Las conferencias de París, Lección I, p. 10. 72 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es “(...) si se ha llegado lo suficientemente lejos con la reorientación de la epojé, ver lo puramente subjetivo en su propio contexto puro y encerrado en sí como intencionalidad y, entonces, reconocerlo como función formadora de sentido de ser, ...”22 Así el Ego cogito cogitata qua cogitata adquiere todo su sentido. Sin cogitata qua cogitata no sería posible ego cogito alguno y, viceversa, sin ego cogito no habría posibilidad de cogitata algunas. La intencionalidad une de forma irreversible el ego cogito con los cogitata qua cogitata. O, dicho más llanamente, la única evidencia de la que podemos estar seguros es que hay un mundo que se aparece consciencialmente o una conciencia que aprehende el mundo mismo. No es posible hacer distinción evidente alguna entre lo que se da y a quien se da, a menos que sea como polos de una misma y única realidad: el Ego trascendental. “Si tras este recordatorio regresamos de nuevo a la actitud transcendental, entonces, en nuestro contexto filosófico-transcendental, el mundo de vida se transforma en el mero “fenómeno” transcendental. El mundo de vida permanece aquí en su propia esencia siendo aquello que era, pero, por así decirlo, se manifiesta como mero “componente” en el marco de la subjetividad transcendental concreta...”23 Esta relación ineludible e inviolable entre el mundo (cogitata) y la conciencia (cogito) es una co-rrelación que constituye el marco universal en el que se da toda dación (o todo aparecer) posible. Es en este sentido en el que Husserl habla de apriori universal de correlación; el mundo se da en la conciencia de forma múltiple y cambiante cada vez, pero permaneciendo como horizonte universal que sustenta todo aparecer. “De este modo el mundo es constantemente consciente en la consciencia en vela, de este modo está en vigencia en tanto que horizonte universal.”24 9. INTERPRETACIÓN DEL EGO TRASCENDENTAL (FRENTE AL YO PSICOLÓGICO) Cuando un Yo-hombre realiza la epojé se queda sumido en una “soledad filosófica única”25 para el que todo otro Yo-hombre (aun cuando él también haya realizado la epojé total) así como todo polo-objeto están englobados en el “fenómeno mundo”, en el mundo que es y es así en mí. Al percatarnos de que no hay más evidencia que la que nos presenta a todo un mundo con sus sujetos, incluidos mi propio cuerpo y mis actos anímicos, como apareciendo, como estando presente en y para mí, entonces hemos alcanzado la actitud trascendental. Esta actitud la denominamos Yo por cuanto soy yo, el sujeto que vive y respira, quien realiza la epojé y adopta esta actitud trascendental. Sin embargo, para Husserl “sólo en virtud de un equívoco se denomina Yo”26 a ese “Yo” para el que el mundo entero es “fenómeno”. 22 Husserl, La crisis…, §49, p. 178. [Las negritas son nuestras] Op. cit. §51, p. 183. 24 Op. cit. §46, p. 168. 25 Op. cit. §54, b, p. 188. 26 Idem. 23 73 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es Quizá, la complejidad de estas ideas podría reducirse si las aclaramos de forma más intuitiva. Claro que, con ello, corremos el riesgo de caer en un cierto reduccionismo, pero creemos que vale la pena intentarlo por la importancia del tema mismo. Imaginémonos al mundo, a la realidad en su más amplia totalidad como un organismo. Por otra parte, mi propio ser, en cuanto el sujeto particular que soy yo, no consiste en estas piernas que poseo, ni en mi corazón, ni siquiera en mi cerebro ni en ninguna de las otras partes de mi cuerpo tomadas aisladamente, sino todas ellas en conjunto. De esta forma, aunque sean mis ojos los que vean este papel sobre el que escribo, mi mano es capaz de escribir en línea recta ayudada por aquellos e inspirada por las ideas que surgen en mi cerebro. Así, del mismo modo, cuando me percato de que yo existo y afirmo “yo existo”, ¿qué parte de mí mismo se está percatando de su existencia? ¿Acaso al yo decir “yo existo” me refiero a que mi cerebro existe, o a que mi boca y sus cuerdas vocales que pronuncian esa frase existen, o a que mis ideas existen o a que mi corazón existe? Por supuesto que no me refiero a ninguna de esas partes concretas. ¿Acaso mi cerebro sabe que existe y mis manos no? ¿Acaso son mis ojos los que ven y mis manos las que tocan y mi cerebro no? La realidad es que, gracias a mis ojos, mis manos “ven”, gracias a mis manos, mi cerebro “toca” y gracias a mi cerebro, mis manos y mis ojos “saben” que existen. Algo parecido sucedería en la realidad como totalidad. El error siempre ha consistido en que el hombre se ha sentido como un extraño en el mundo pensando que el mundo era el no-yo, lo que se le oponía como lo diferente. Sin embargo, ¿no es el hombre un elemento más tan natural o mundano como una estrella o un pedazo de tierra? ¿No consiste el mundo en ser tanto inerte como vivo, tanto inconsciente como consciente, ya que posee elementos de uno y otro tipo? Por tanto, en cuanto el sujeto humano es una pieza del mundo como otra cualquiera, al igual que mi cerebro ve a través de mis ojos, o mis manos saben que existen gracias a mi cerebro, el mundo como unidad, a través de sus elementos autoconscientes, se ve y se sabe a sí mismo. No es que la realidad sea un ser aparte con su propia conciencia diferente de la mía o de la de cualquier otro sujeto, como una divinidad omniabarcante, sino que la realidad posee mi conciencia y la de los demás como multitud de puntos de vista de las cosas, todos ellos válidos y reales. Cuando un sujeto particular, que no deja de ser un objeto más en el mundo, se percata de que su visión de las cosas, su conciencia aprehende la totalidad de la realidad (aunque sólo sea desde un punto de vista concreto) y de que no hay más realidad que la aprehendida por él (eso sí, sí que puede haber más puntos de vista sobre esa misma realidad), en ese momento, alcanza la actitud trascendental. Mi subjetividad particular y psicológica es la base imprescindible que me permite adoptar una actitud desde la que yo perciba todo (incluida mi propia subjetividad psicológica) como “fenómeno” en cuanto aparición desde un punto de vista particular de una realidad única. No hay, pues, otra cosa que realidad en aparición, o sea, “fenómeno”, captada esta aparición desde multitud de perspectivas. Cada una de estas perspectivas es aprehendida por un sujeto psicológico particular para el que los demás sujetos no son sino objetos insertos en esa perspectiva. Ahora bien, alcanzar una actitud desde la que sea posible afirmar que no hay otra cosa que “realidad en aparición” eso es la actitud trascendental, sólo posible gracias a la existencia de sujetos particulares. 74 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es “(...) puede también alcanzarse una última comprensión del hecho de que todo Yo transcendental de la intersubjetividad (en tanto que Yo co-constituidor del mundo por el camino aducido) tiene que estar constituido necesariamente como hombre en el mundo,...”27 Es por esto por lo que creemos que Husserl afirma aquello de que sólo en virtud de un equívoco (equívoco que es esencial, por otra parte) denominamos Yo a lo que obtenemos tras la epojé total. No es un Yo propiamente lo que se obtiene tras la epojé, sino aquello que el yo particular y psicológico que soy yo, desde la actitud que ha superado todo prejuicio objetivista, contempla: la totalidad íntegra de la realidad como aparición (siempre contemplada desde un único e insustituible punto de vista). Yo adopto una actitud trascendental cuando alcanzo a contemplar la realidad como una unidad en la que se integran de forma indivisible los polos-Yo y los polos-objeto relacionados de forma intencional, tal que no hay otra realidad (aunque sí otros puntos de vista sobre esa misma realidad) que la contemplada por mí28. Así, afirma Husserl, todo hombre, todo sujeto psicológico concreto “porta en sí un Yo trascendental”29, esto es, todo sujeto psicológico puede adoptar aquella actitud trascendental tras realizar las oportunas epojés. “(...) todo hombre ‘porta en sí un Yo transcendental’; pero no como parte real o como estrato de su alma (lo cual sería un sinsentido), sino en la medida en que él es la autoobjetivación del Yo transcendental concernido, autoobjetivación mostrable mediante la autorreflexión fenomenológica.”30 10. EL VALOR NATURAL / INMANENTE DEL MUNDO DE LA VIDA La primera de las conclusiones que podemos sacar del previo estudio fenomenológico es que la actitud trascendental, fruto de la epojé total, nada tiene que ver con la “trascendencia” entendida esta como un más allá del mundo de la vida (lo vulgarmente denominado “sobrenatural”). Precisamente por cuanto no podemos salirnos de la esfera egológica que se obtiene con las reducciones trascendentales como residuo apodícticamente evidente, podemos concluir que hablar de lo trascendente, de lo que está más allá del fenómeno es un prejuicio infundado y, por tanto, nos está vedado a nuestra ciencia filosófica. Por tanto, cualquier valor que encontremos en el mundo ha de pertenecer al propio mundo. Todos los valores del mundo de la vida y del yo que lo posibilita son inmanentes al mismo, esto es, se deben a la propia valía del mundo y no a alguna supuesta entidad extramundana. 27 Husserl, op.cit., p. 196. Nótese que cuando hablamos de “puntos de vista”, concepto que sirve para aclarar al lector que nuestro pensamiento no consiste en un dogmatismo solipsista, realmente estamos retrocediendo hacia una actitud más ingenua saliéndonos en cierto modo de la actitud trascendental. 29 Husserl. op. cit. §54, p. 196. 30 Idem. 28 75 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es Por otra parte, todo valor del mundo lo será también del yo al que va intencional e inexorablemente unido. De modo que el valor del mundo pertenecerá también al sujeto gracias al que este aparece. Los valores del ser, de la vida, etc. no tendrán un sentido con independencia del sujeto que los aprehende, pero no por ser estos subjetivos, sino porque, como ocurre con cualesquiera fenómenos, sin el sujeto en el que los valores se dan no habría tales valores (o no podríamos hablar de ellos sin caer en un auto-contradictorio prejuicio). Si ahora miramos al mundo como correlato trascendental de nuestra conciencia, podemos describirlo fenomenológicamente. Lo primero que vemos es que la esencia del mundo, lo que el mundo es, está inexorablemente unido a la esencia del yo, a mi propia esencia. La esencia del objeto mundano se realiza con plenitud (y no hay otro modo de hacerlo que en plenitud) en el preciso instante en que se da a una conciencia y sólo en tanto que se da a ella. Pero, por otro lado, la conciencia, el polo-subjetivo de la relación intencional, no tiene otra esencia que la de ser el espejo en el que se refleja la objetividad (polo-objetivo). Polo-subjetivo y polo-objetivo son interdependientes y sus respectivas esencias también lo son. Pero, en una contemplación más profunda, vemos que, más allá de los onta espaciotemporales, se nos muestra la propia relación intencional, se nos da la propia dación, se nos aparece la aparición misma. Es una perspectiva más general y abstracta donde, al darnos cuenta de que el mundo se da a una conciencia (en este caso la mía) y que su ser consiste en darse a ella, vemos también que hay ser, que hay mundo y consciencia de mundo. Ese hecho de haber mundo en vez de no haberlo, hecho del que soy consciente al contemplar la propia dación del mundo a mi conciencia, se muestra también dependiente de la existencia de la conciencia en la que dicho “Ser” se da. Es la propia existencia de los entes en general ahora el polo-objetivo de la dación trascendental y el Ego trascendental sigue siendo el polo-subjetivo de dicha dación. Siguen siendo interdependientes en la misma medida y, con ello, vemos que no hay Ser (existencia en general) sin conciencia ni, por supuesto, viceversa. Con todo esto presente, estamos en disposición de aventurar un sentido del ser y de la vida humana extraído de esta perspectiva fenomenológica trascendental. 11. UN SENTIDO TRASCENDENTAL E INMANENTE DE LA VIDA En primer lugar, ya puede entreverse el significado del título de este ensayo: “Hacia un sentido trascendental e inmanente de la vida”. Pues este no es otro que, desde una perspectiva trascendental, que trasciende el puro dato dado a la subjetividad en actitud ingenuo-natural, el sujeto es capaz de encontrar un sentido profundo e inmanente del propio mundo y de la propia vida sin recurrir a trascendencias ultra-fenoménicas. Ahora bien, ¿cuál es ese sentido? 11.1. EL SENTIDO COMO FINALIDAD: ¿PARA QUÉ LA VIDA? 76 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es En el propio transcurso de las sucesivas reducciones fenomenológicas se ha ido poniendo de manifiesto la función imprescindible de la conciencia para la propia existencia del mundo. De hecho, no hay una posible diferenciación entre ambos. El mundo es tal en la medida en que se aparece en o a una conciencia. Del mismo modo, una conciencia existe sólo en la medida en que es el sujeto donde se aparece el mundo. Son dos polos, como ya dijimos, de una misma y única realidad: el Ego Trascendental. Por tanto, en la medida en que yo mismo, quien escribe estas líneas, es un individuo psicológico que ha adoptado esta actitud trascendental en el transcurso de este pensamiento, yo mismo, digo, me aprehendo fenomenológicamente como un ser cuyo sentido es “dar luz” al mundo, en el sentido de aportar consciencia al poloobjetivo en que consiste el resto del ser (onta espacio-temporales). Con esta perspectiva creemos que se supera todo materialismo (pesimista y escéptico) y todo idealismo a un tiempo. Ya no seremos más un puro cúmulo de materia entre otros trozos materiales de modo que nuestra existencia se circunscriba a estar arrojados a un mundo gris que, a la postre, nos aniquilará. Desde esta perspectiva la existencia humana, la consciencia de la propia vida, no tiene más que un sentido negativo, el del existencialismo: existimos conscientemente para saber de nuestra propia finitud y de nuestra aniquilación final. La angustia sería, en tal caso, la única conclusión factible. Ahora sabemos que somos más que un sujeto particular psicológico y material; ahora sabemos que somos sujetos trascendentales imprescindibles para la propia existencia del mundo. Pero, por otro lado, no caemos en el idealismo de decir “el mundo soy yo”. No. Podemos aceptar la hipótesis de la existencia de un mundo previo a nuestra propia existencia, y a toda existencia humana. El mundo es material (signifique esto lo que signifique) y, en su desenvolvimiento, ha ido conquistando esferas de ser más amplias cada vez. De lo inerte, pasó a la vida. Y de esta, a la vida sensible. Y, más tarde, a la vida inteligente que somos nosotros. Pero, una vez alcanzado este nivel, la propia existencia se auto-conoció. El mundo se mostró a sí mismo, esto es, a una de sus creaciones, al ser humano. Con la aparición del ser humano, el mundo se iluminó y se hizo más presente aún. Quizá sólo entonces se hizo presente, verdaderamente real. Y esa es nuestra función, dar realidad, realidad plena al mundo. Sabernos mundo autoconsciente. ¿Para qué existimos, pues? Para aportar a un hipotético mundo oscuro e inconsciente de sí, la luz que le permite aparecer plenamente en la esfera del ser. 11.2. EL SENTIDO COMO DIRECCIÓN: ¿HACIA DÓNDE VAMOS? Desde esta perspectiva, el ser humano es la esfera ontológica última en aparecer en el desenvolvimiento del mundo. La realidad ha ido, en sentido aristotélico, actualizando sus potencialidades de modo que, en último término, ha aparecido en su seno la conciencia humana. Con ella, tal como hemos visto, la realidad adquiere “todo su contenido y su validez de ser”, esto es, realiza su esencia en el más alto grado posible: la aparición en una conciencia. Pues bien, hemos de suponer que este despliegue ontológico desde el ser-inerte hasta el ser-consciente no tiene por qué haber finalizado. De modo que las conciencias, mi conciencia, tiene un horizonte, siempre más y más lejano, de fenómenos que abarcar. Cada una de las conciencias que somos los sujetos psicológicos particulares podemos alcanzar la actitud 77 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es trascendental arrojando más luz al mundo y, al mismo tiempo, podemos indagar más y más allá del horizonte de dación actual ampliándolo y, con ello, otorgando más actualidad y más sentido de ser al mundo (al yo-mundo que somos ahora). Es en este sentido en el que Husserl habla de apriori universal de correlación; el mundo se da en la conciencia de forma múltiple y cambiante cada vez, pero permaneciendo como horizonte universal que sustenta todo aparecer. “De este modo el mundo es constantemente consciente en la consciencia en vela, de este modo está en vigencia en tanto que horizonte universal.”31 Por tanto, la dirección que debemos llevar en nuestras vidas es la de abarcar más y más universo, la de agrandar más y más nuestro horizonte de conocimiento para dar más luz y actualizar las potencialidades aún latentes del mundo. 11.3. EL SENTIDO COMO EXPLICACIÓN ÚLTIMA: ¿POR QUÉ EL SER? Volvamos a la pregunta de Heidegger: “¿Por qué hay ente y no más bien la nada?”32 Ya Parménides afirmaba que el Ser (el ente en general) no puede tener una causa externa a sí mismo pues nada puede ser antes del ser. “Pues, ¿Qué génesis le podrías buscar? ¿Cómo y de dónde ha crecido? No te permitiré decir ni pensar: “de lo que no es”, pues no es decible ni pensable que no es. ¿Qué necesidad lo habría impulsado a nacer, después más bien que antes, a partir de lo que no es nada? De este modo, es necesario que sea del todo o que no sea.”33 Por tanto, no podemos salirnos del ser, de la Naturaleza, pues ella es todo lo que es y, en tanto que abarca todo el ser, no hay ser extra-natural que cause su propio ser. Ya, pues, desde los padres de la filosofía se consideraba que el sentido del ser está dentro del propio ser, dentro de la Naturaleza. Decíamos en el apartado referente a la filosofía clásica que ella contenía toda la verdad pero desde una posición ingenua. Al modo hegeliano, dicha posición debía superar sus contradicciones y adquirir una perspectiva más consciente y madura. Pues bien, es verdad que el sentido del ser está dentro del ser mismo, pero esta afirmación debe ser aclarada para que adquiera todo su significado. Vamos a utilizar el residuo fenomenológico trascendental como criterio con el que interpretar las filosofías del pasado y así podremos ver dónde se encontraban los aciertos de 31 Husserl, op. cit. §46, p. 168. Heidegger, ¿Qué es metafísica?, Ed. Siglo XX, Buenos Aires, 1974. p. 56. 33 Parménides, Sobre la Naturaleza, Frag. 8. Trad. Alfonso Gómez Lobo (Web: http://historiantigua. cl/ wp-content/uploads/2011/08/parmenides-poemadelanaturaleza.pdf) 32 78 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es dichas filosofías (según nuestro criterio fenomenológico, claro). El resultado de las reducciones fenomenológicas ha sido el Ego Trascendental entendido como la unión indisoluble de yomundo. Además, hemos advertido que nada puede afirmarse sobre lo que hipotéticamente está más allá de dicha esfera egológica noético-noemática. Por tanto, también la fenomenología admitiría con Parménides que el sentido del ser está en el ser mismo ya que todo ser se encuentra abarcado por ese Ego Trascendental, de modo que nada puede haber fuera de él (afirmar que hubiese un ser fuera de dicha esfera no sería más que un prejuicio infundado y gratuito). Estarían así satisfechos los requisitos del naturalismo clásico y del materialismo (el empirismo, el existencialismo, etc.), por cuanto no hay sentido más allá de lo dado a nuestra percepción, de lo experimentado en el mundo de la vida que nos rodea. No hay sentido trascendente al mundo de la vida. Sin embargo, la fenomenología también aceptaría la crítica del cristianismo y del idealismo hegeliano: que el sentido del ser se circunscriba al mundo de vida dado cotidianamente no implica que tenga un sentido puramente material al modo del empirismo. La realidad, el mundo (fenoménicamente dado, no hay otro) no es nada sin el espíritu, esto es, sin la subjetividad en la que ese mundo realiza plenamente su ser. Por tanto, sin caer en el idealismo radical, la fenomenología acepta un papel fundamental del sujeto en la constitución de sentido del mundo. También podemos aceptar las tesis nietzscheanas del sentido del ser. Ciertamente no puede hablarse de un Dios trascendente al mundo de vida que imponga un sentido extranatural de forma heterónoma. Ciertamente es el sujeto humano quien se erige como fuente de todo sentido y de toda moral en el mundo. Y es que, desde la fenomenología, hemos determinado con apodíctica evidencia que no hay más que mundo de vida dado intencionalmente a un sujeto, de tal modo que la relación sujeto-objeto es inseparable. No puede haber un sentido del mundo más que para un sujeto y no puede haber sujeto más que siendo el soporte del sentido de un mundo. Tenemos así que el sentido del mundo, el sentido del ser, está circunscrito estrictamente al ser sin hacer referencia a ninguna realidad extra-mundana, pero con íntima dependencia de la subjetividad que en cada caso realiza o plenifica la propia existencia del ser (que no es sino ser-para una conciencia). Y esa subjetividad concreta (aunque en actitud trascendental) en su habérselas con el mundo (que perfectamente podría ser mediante las relaciones materiales de producción, entre otras) es la que, en palabras de Husserl, la vemos como algo “puramente subjetivo en su propio contexto puro y encerrado en sí como intencionalidad y, entonces, [la reconocemos] como función formadora de sentido de ser.”34 Al percibir el ser autoconsciente en el interior de dicha esfera egológica (nuestra propia subjetividad en actitud trascendental) es cuando nos admiramos de la propia existencia del ser-yo, del yo-mundo. Y volvemos a oír resonar aquella pregunta: ¿Por qué es el ser y no la nada? Ahora esa pregunta ya no tiene carácter interrogatorio porque sabemos que no hay un porqué externo al propio ser (ser-yo). Nada hay fuera del ser. Por tanto, la pregunta por el sentido del ser supone ahora una afirmación: que hay ser, que el ente es y la nada no es, y que dicho ser no debe su existencia más que a sí mismo. Por tanto, la grandeza atribuida en otras 34 Husserl, La crisis…, §49. p. 178. 79 El Búho Nº 12 Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es épocas y/o en otros círculos a un Dios extramundano, la posee ahora el propio mundo de vida (que también soy yo). No el yo empírico y psicológico, sino el yo que se mira a sí mismo como yo-mundo trascendentalmente. Quizá Dios no ha muerto. Quizá sólo muriera aquella versión ingenua de Dios que establecía un ser más allá del mundo como causa del mismo. Si Dios es la causa del mundo, si Dios es el sentido del mundo, si Dios es la grandeza de que haya ser en vez de nada, si Dios es consciencia omniabarcante del mundo… entonces Dios no ha muerto. Dios siempre ha estado ahí, desde el nacimiento del mundo, desplegándose con el mundo. Y el sentido de la vida del yo psicológico no sería otro que, al desarrollar su actitud trascendental, contemplar el todo, ser consciencia del mundo, ser autor del sentido del mundo, comprobar que tiene en sí toda la grandeza del ser… El sentido de la vida humana es dar sentido al ser y, por tanto, contribuir al nacimiento de Dios y a su desarrollo. Primero el hombre imaginó a Dios y lo temió. Luego, lo mató quedándose sumido en la desesperación nihilista. Ahora el hombre contribuye al nacimiento de Dios. Ese es nuestro sentido vital. Ahora podríamos volver a leer aquellas palabras del Hegel y disfrutar más a fondo de su sentido: “En el recogimiento Dios es para mí; es el pensamiento de mi propia sustancia y, por consiguiente, una forma de conciencia; este pensamiento de lo universal es un modo, según el que soy lo que soy: yo soy como pensante.”35 “Dios es, asimismo, también lo finito y yo soy también lo infinito. Dios retorna a sí en el yo como en el que se supera en cuanto finito y sólo es Dios en cuanto este retorno. Sin mundo, Dios no es Dios.”36 ¿Estaba ya, pues, el sentido de la vida en Hegel completamente? ¿Para qué, entonces, la fenomenología husserliana? Ciertamente que el sentido trascendental de la vida ya estaba en Hegel. De hecho nosotros lo hemos tomado de él. Lo que ocurre es que Husserl nos ha dotado de un método racional estricto desde el que podemos alcanzar aquella perspectiva que Hegel, a su modo, ya había alcanzado, pero que no supo sistematizar de modo que nosotros pudiésemos también acceder a ella. Husserl nos ha abierto la puerta para ver el mundo desde una nueva perspectiva, la perspectiva trascendental. 35 36 Ibid, pp. 188,189 Ibid, p. 191 80