LA MISION AD GENTES FORO DE LA REVISTA MISIONES

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LA MISION AD GENTES
FORO DE LA REVISTA MISIONES EXTRANJERAS
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(Abril 2010)
1. LA MISIÓN AD GENTES DESDE UNA ÓPTICA TEOLÓGICA
A lo largo de los siglos la misión ad gentes va adoptando modos y figuras diversas. Lo decisivo es que bajo
esas modalidades (siempre ambiguas e insuficientes) se realiza el servicio de mediación (y protagonismo) a
la lógica de fondo vista en el marco teológico [cf. «Misiones Extranjeras» 189]. Ese servicio ha sido el motivo
de entrega de muchos cristianos.
A cada época histórica le corresponde conservar y responder a esa lógica, discerniendo el núcleo
fundamental y las circunstancias y condiciones, siempre cambiantes en la que debe realizarlo y vivirlo. En la
base se encuentra la experiencia de discipulado, tanto del modo de actuar de Jesús en su ministerio
prepascual, como de la vida en el Resucitado por la acción del Espíritu. El grupo de discípulos, como nuevo
pueblo de Dios, asume la misión de ofrecer a todos los hombres una nueva manera de vivir. En este
dinamismo brota la misión ad gentes como fruto espontáneo.
1.1. Actualmente, tanto la praxis misionera, como la reflexión misionológica y los documentos
magisteriales, dejan claro que existe una misión única y global, que se va modulando de modos cambiantes
en función de las circunstancias (tanto respecto al entorno y a los destinatarios, como respecto a la estructura
de la Iglesia y su capacidad para hacerse presente).
La evolución de la reflexión misionológica y de la sensibilidad de la praxis misionera ha ido relegando algunas
metáforas ampliamente usadas (conquista, crecimiento cuantitativo, extensión...) para privilegiar otras:
reconciliación, encuentro, integridad, solidaridad, acompañamiento... (lo cual, evidentemente, no excluye ni la
invitación a la conversión ni la pertenencia a la Iglesia).
1.2. La evangelización hoy se ha de entender como el conjunto global de todo el quehacer de la
única misión de la Iglesia. Sin embargo, dada la complejidad y evolución de las circunstancias actuales, RMi
33 ofrece criterios de notable claridad:
La atención pastoral engloba las actividades realizadas por "comunidades eclesiales adecuadas y sólidas;
tienen un gran fervor de fe y vida; irradian el testimonio del evangelio en su ambiente y sienten el compromiso de la misión universal"
La nueva evangelización designa las actividades realizadas "donde grupos enteros de bautizados han
perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una
existencia alejada de Cristo y su evangelio"
La misión ad gentes se dirige propiamente hacia "pueblos, grupos humanos, contextos socio-culturales
donde Cristo y su evangelio no son conocidos suficientemente o donde faltan comunidades cristianas
suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos"
Es importante observar que es esta última la que conserva la fuerza profética o interpeladora de la
universalidad ya señalada, y que, por ello, es la que imprime un dinamismo propio a las otras actividades de
cara a la instauración del Reino y a la reconciliación de toda la creación. Las tres actividades deben ser
vistas en su dinamismo unitario. Pero no pueden ser confundidas; es decir, deben ser distinguidas aunque no
separadas. La misión ad gentes es la que recoge de modo más explícito la idea de universalidad, y por ello
la experiencia de salida y éxodo, de cruzar orillas, de rebasar fronteras v de llegar a confines cada vez más
lejanos, sin ningún tipo de limitaciones.
Si esto queda claro, la terminología ocupa un puesto secundario (sea que se hable de misión o de
evangelización, de misión ad gentes o de actividad misionera, o que se conserve el término heredado
"misiones").
1.3. La misión ad gentes, por estar tan hondamente radicada en la identidad de la Iglesia, ha de ser
considerada como realidad compleja (pues incluye elementos diversos: anuncio de Jesucristo, diálogo,
inculturación, liberación, sacramentos ...) y dinámica (porque es un proceso que nunca alcanza su
consumación en esta historia, ya que apunta a la reconciliación o restauración; es decir, a la universalidad en
la extensión y en la intensidad ya comentada).
Dada la prioridad y la radicalidad de la misión ad gentes no sólo no puede ser considerada como algo añadido o
posterior en la vida de la Iglesia, sino que debe interpelar a las comunidades eclesiales para que todas estén
en estado de misión.
1.4. El Espíritu - ya presente, de modo misterioso, en cada persona, cultura y contexto en las
1
"semillas del Verbo" - (AG. 11) impulsa a la Iglesia a realizar permanentemente un discernimiento
comunitario para establecer cuáles deben ser las orillas, fronteras, confines que deben ser superados o
alcanzados, e igualmente cuáles son las vías de salida o éxodo más urgentes y significativas.
En la actualidad la concepción teológica y el ejercicio de la praxis misionera no puede realizarse de modo
acorde con las exigencias de nuestro tiempo sin tener en cuenta estos elementos: ha de realizarse en y como
comunión de iglesias a nivel mundial; ha de potenciar la inculturación; no puede hacerse al margen del contexto
y de sus exigencias; debe hacerse desde las divisiones creadas entre los pueblos y sectores sociales de
nuestro mundo y por ello desde la experiencia de los pobres y excluidos; el anuncio debe hacerse desde el
diálogo y el encuentro, y buscando la colaboración entre las religiones como servicio al plan de Dios.
1.5. En el momento actual se ha producido un más intenso trastrocamiento de la situación lo que
exige algunos desplazamientos: la globalización y la constitución de nuevos areópagos y nuevas autopistas de
comunicación; el proceso de descristianización (o paganización) en los países de vieja cristiandad; las olas de
emigrantes de otras religiones presentes en el entorno de las comunidades eclesiales; la constatación de los
"fracasos" y "heridas" de la misión; la estabilización de las fronteras de las grandes religiones (lo que resitúa la
idea de conversiones o de extensión de la Iglesia), etc. Todo ello obliga a matizar o modular las vías de éxodo
o de salida, por lo que exige un proceso de reflexión y compromiso en las diversas comunidades eclesiales,
pero ello no invalida ni la clasificación comentada ni el carácter prioritario y dinamizador de la misión ad
gentes.
1.6. Estas nuevas circunstancias obligan a reajustar en ocasiones la idea de salida (pues debe ser
vista también de cara a lo social o culturalmente no cristiano o no inspirado en los valores evangélicos) y
también al contraste con las necesidades del momento (por ello en la actualidad se hace más urgente la
salida a Asia o a los barrios de las grandes metrópolis). La conjugación de la universalidad y de las
circunstancias obliga a reconocer que lo misionero es un término analógico (en cuanto que tiene diversos
grados de realización), pero por ello establece una realización paradigmática o ejemplar (el analogado
principal): rebasar los confines de lo desconocido y asurar esa tarea como compromiso para toda la vida.
2. LA MISIÓN AD GENTES DESDE UNA ÓPTICA ESPIRITUAL
La dimensión espiritual forma parte de la estructura antropológica del ser humano. "El Espíritu está en el
origen de la pregunta existencial y religiosa del hombre, la cual surge no sólo de situaciones contingentes,
sino de la estructura misma de su ser" (RMi 28). Esta sed espiritual se expresa a través de los distintos
caminos desde los que hombres y mujeres han emprendido la búsqueda de respuesta a los interrogantes
más profundos que les plantea la vida y la realidad en la que están insertos. De esta manera, la
espiritualidad se constituye en un horizonte que abarca e integra todas las dimensiones de la existencia
humana. Todos los aspectos de la vida de las personas y todo lo que acontece en la historia forman parte de
la trama de la espiritualidad.
2.1. En el corazón de nuestra misión está siempre la experiencia de fe y de encuentro con Cristo
que nos invita a su seguimiento. Desde la escucha a su llamada y la acogida de su envío misionero damos
una respuesta confiada que nos hace ponernos en camino, asumiendo las exigencias que conlleva el
dedicar nuestra vida al servicio de la misión: "Sal de tu tierra y de tu parentela ..." (Gen 12,1); "aquí estoy,
envíame ..." (Is 6,1-8); "venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres ..." (Mc1, 17); "id y curad ..."
(Lc 10,8-9); "id y anunciad el Reino de Dios..." (Mt 10,7); "id por todo el mundo y haced discípulos ..." (Mt
28,19). En ese encuentro contemplativo va creciendo una experiencia gozosa que no se puede ocultar ni
guardar para uno mismo: "Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos ..." (1 Jn 1,1-4); "id y contad lo
que habéis visto y oído ..." (Lc 7,22); "vuelve a tu casa y cuenta lo que el Señor ha hecho contigo" (Lc 8,39).
2.2. Igual que en Pentecostés, la acción del Espíritu suscita en nosotros el deseo de salir al
encuentro del otro, diferente en cultura y religión. Quien nos anima es el mismo Espíritu que guió a Jesús a
lo largo de su itinerario histórico y le empujó a anunciar la Buena Noticia a los pobres (Lc 4,16 ss). Ese
Espíritu que en Pascua-Pentecostés nos revela el alcance universal del proyecto de Dios, alienta y fortalece
a la comunidad eclesial para que sea continuadora de la misión de Jesús que vino a servir y anunciar el
Proyecto del Padre como un Proyecto de Vida en plenitud: "He venido para que tengan vida y la tengan en
abundancia" (Jn 10,10). Acogemos el envío desde la convicción de que esta misión es una tarea que atañe
a toda la Iglesia. Es toda ella la que se siente enviada a anunciar Evangelio a todas las gentes. Animados
por esta mística de servicio y de entrega a la causa del Evangelio, entendemos la misión como colaboración
humilde y confiada con la obra de Dios desde la comunidad eclesial y desde una actitud de apertura y
docilidad al Espíritu. Él abre nuestro corazón y nuestra mirada para descubrir su presencia y su acción en
todo tiempo y lugar; nos da lucidez para interpretar la realidad con sentido crítico y ojos de fe y para discernir
los signos de los tiempos; nos impulsa a quitar fronteras para ir cada vez más lejos, no sólo en sentido
geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, testimoniando así una misión
verdaderamente universal.
2.3. Porque nuestra misión ha de ser continuación actualizada de la misma misión que vivió y enseñó
Jesús, volvemos una y otra vez a contemplar su rostro y a anhelar su Espíritu para adentrarnos en su secreto
y aprender a tener sus mismas actitudes, sus mismos sentimientos y hacer nuestra su misma opción de servir
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al Reino desde la pobreza y el anonadamiento (Fil 2,5-11). La forma en que Jesús vive la misión recibida del
Padre, nos invita a asumir la dimensión de kénosis como parte de nuestra espiritualidad misionera que nos
lleva a despojarnos de todo aquello que pueda obstaculizar el vivir con radicalidad nuestra vocación. La
contemplación del estilo misionero de Jesús ilumina nuestra vida misionera llevándonos a descubrir el rostro
del pobre como el lugar donde Dios se hace presente de una manera especial y donde se verifica la
autenticidad de nuestra opción misionera.
El encuentro y la amistad profunda con Cristo fueron siempre el secreto de todo misionero y los hombres y
mujeres de hoy exigen que éste sea más transparente y auténtico que nunca (Cfr. NMI 16 y 29). En esa
relación íntima con el Señor vamos descubriendo el contenido de su misión, su estilo, sus prioridades y sus
acentos inconfundibles. Ante todo, captamos su pasión por el Reino de Dios, un Reino orientado a hacer
presente el amor universal del Padre y que se concreta en anunciar la buena noticia a los pobres, sanar a
los enfermos, salvar lo que estaba perdido y ofrecer vida y felicidad a todos los que abren su corazón y
acogen su propuesta. Esta práctica misionera de Jesús nos interpela constantemente y se constituye en un
dinamismo que nos hace ir al encuentro de todo lo que está más allá de las fronteras y periferias. Al
contemplar la actuación misionera de Jesús vamos descubriendo su actitud de amor compasivo, gratuito,
liberador, orientado a hacer palpable la cercanía misericordiosa de un Dios amor, que quiere recrear a los
hombres y mujeres desde su interior respetando su libertad, enfrentándose a la raíz del mal, ayudando a
todos a liberarse del pecado y a reconciliarse con Dios, a vencer todo lo que deshumaniza, toda marginación
y discriminación, toda enfermedad y dolencia, invitando a todos los excluidos a sentarse a la mesa del
banquete del Reino.
2.4. Esta misión que el Señor nos ha confiado la vivimos en medio de los desafíos concretos, de los
sufrimientos y esperanzas de las gentes a las que somos enviados, desde los continuos y nuevos signos de
los tiempos, que r exigen y nos impulsan a encarnar mejor la misión concreta que el Espíritu de Jesús nos
está pidiendo, en respuesta al "clamor del pueblo de Dios en Egipto” (Ex 3,7), como Él y a su estilo. Para
que nuestras actitudes espirituales no queden en fórmulas abstractas o especulativas, para que invadan de
hecho nuestra vida y muevan nuestros pasos, hemos de confrontarlas con las voces que nos llegan de los
nuevos escenarios y los nuevos desafíos que nos presenta la realidad y hemos de articularlas en función del
hoy que nos toca vivir. La contemplación del rostro de Cristo nos lleva a descubrirle en el rostro de los
hermanos más pequeños y a escuchar a la luz de su Palabra lo que Él nos dice en las personas y
acontecimientos de la vida. De este modo nos adentramos en el corazón del Padre que quiere abrazar a
todos sus hijos e hijas. Siguiéndole a él en su pasión por el Reino quedamos contagiados por las actitudes
que él vivió y que cobran insistencias nuevas ante las situaciones desde las que hoy clama su pueblo.
2.5. En esa encarnación en la realidad, el misionero escucha los gritos y susurros del Espíritu en los
"gozos y esperanzas, tristezas y angustias" (GS 1) de los hombres y mujeres y trata de dar una respuesta
evangélica que ilumine esas realidades y ayude a transformarlas. Esos gritos tienen distintos acentos según
épocas y lugares, pero hay algunos que nos desafían más fuertemente y resuenan en nuestros oídos con
mayor intensidad y a los que hemos de dar prioridad en nuestra tarea misionera. En esos gritos es el mismo
Espíritu de Dios que nos llama y nos señala los caminos que ha de seguir nuestra misión en fidelidad al
Evangelio y a las exigencias de nuestro tiempo. Nuestra espiritualidad se va configurando desde esa
escucha atenta a las insinuaciones del Espíritu y desde la acogida a los nuevos pasos que Él nos invita a
dar. Son rasgos de la espiritualidad del misionero que la vienen exigidos por el contexto y la situación en que
encuentra a sus hermanos cuando intenta mirarlos con los ojos de Cristo y desde su Espíritu. He aquí
algunos rasgos de esta espiritualidad: Pasión por el Reino de Dios como fraternidad entre hijos e hijas de un
Dios Padre revelado en Jesús, frente a los falsos ídolos y los fundamentalismos. Con hambre y sed de la
justicia del Reino, en lucha por un mundo más justo y fraterno, a favor de los pobres. Llamados no sólo a
vivir y a trabajar con los pobres, sino también a ser pobres y a denunciar la injusticia. En un mundo en el que
hay tantas fracturas y conflictos, somos conscientes de que es una misión que se encontrará con la
adversidad y que demanda siempre libertad, audacia humilde y valiente, perdón, cruz y en algunos casos,
hasta el martirio.
Arraigados en lo esencial que es el amor de Dios y el discipulado en el seguimiento de Cristo, siendo
testigos suyos y proclamando su Buena Nueva, oferta de salvación, amor y esperanza para cada persona y
para los pueblos donde somos enviados. Puestos los ojos en Cristo, podemos vivir nuestro itinerario
misionero con libertad en el espíritu de las Bienaventuranzas, viviendo de una manera nueva el sentido de
lo provisional, la marcha por el desierto y la incertidumbre propia de la salida a lo desconocido.
Siendo hombres y mujeres de comunión en la Iglesia como espacio de discernimiento de los signos del Reino
que anhela ser "una casa y escuela de comunión" (NMI 43). Enfocar la misión cristiana como una tarea a
favor de la reconciliación y de la paz en medio de un mundo marcado por violencias, conflictos y divisiones
que se oponen al Reino y a la vida digna que Dios nos ofrece. Acoger este compromiso por la justicia, la
reconciliación y la paz como exigencia del Evangelio y construirla a partir del respeto, el diálogo y la
colaboración, animando a que todos pongamos en común los distintos dones que el Espíritu nos ha
otorgado. Siendo personas que realizan la misión desde la escucha y la acogida de todo lo bueno que el
Espíritu inspira y siembra en los otros, descubriendo las "semillas del Verbo" y uniéndonos con otros
buscadores de Dios de otras tradiciones religiosas en la tarea de transformar la realidad. Esto exige cultivar
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una actitud de apertura y respeto a la pluralidad cultural y religiosa.
Vivir en una actitud de discernimiento constante para auscultar la vas señales y las nuevas formas de
misión, sobre todo las nuevas situaciones de pobreza que reclaman nuestra presencia misionera pan
moniar la esperanza y el amor compasivo de Dios en situaciones desgarradas y de fragilidad.
2.6. La misión que nace de la fe y el encuentro con el Señor renueva nuestra fe y nuestra
espiritualidad en el encuentro con aquellos a los que somos enviados. La espiritualidad cristiana es una
experiencia personal y comunitaria de encuentro que llena de energía y motivación al ser humano. En la
espiritualidad misionera se da una experiencia de reciprocidad en la que cuentan no sólo nuestras vivencias,
sino también las vivencias ya existentes en aquellos a los que somos enviados. En ellos descubrimos con el
gozo de Jesús que Dios revela los secretos del Reino a los pobres y sencillos (Lc 10,21). Nuestro camino
misionero se manifiesta como un camino lleno de novedades y de retos que tiene una doble dimensión
integrada en la unidad de vida de la existencia de la persona.
La experiencia de encuentro con el Señor
La experiencia de la propia existencia que queda transformada por el encuentro con las vivencias de
aquellos a los que somos enviados.
2.7. La misión exige y a la vez suscita una dinámica de conversión permanente, adentrándonos en
un proceso espiritual de transformación de nuestra vida y sanación interior. La misión demanda de nosotros
ser testigos de lo que anunciamos, nos llama a vivir la santidad en medio del mundo y como camino en el
que, a medida que vamos entregándonos, se van purificando nuestras posturas y actitudes y el Reino va
creciendo en nosotros. A partir de esta entrega gozosa en favor de los más necesitados, nuestra misión
manifiesta su fecundidad y su capacidad de prolongar hoy entre nuestros hermanos y como discípulos de
Jesús la acción liberadora de su Espíritu.
2.8. Con la certeza de la presencia del Resucitado en nuestra vida, realizamos nuestra misión con
un espíritu comunitario, celebrativo y de esperanza. En medio de una realidad afectada por el individualismo
y múltiples formas de divisiones, buscamos ser testigos vivos de unidad y de la dimensión comunitaria de la
fe cristiana. La celebración eucarística constituye la máxima expresión de esta unidad y de este sentido
comunitario. La Eucaristía es al mismo tiempo fuente y culmen del envío misionero (SC 11-13; I Cor 11, 26).
En medio de un mundo roto, marcado por distintas formas de carencias y precariedades, descubrimos
signos de vida y gestos de bondad que traspasan nuestros límites y nos hacen vivir abiertos a las sorpresas
del Espíritu que sopla donde quiere (Jn 3,8). Con gozo celebramos esas señales de la presencia de Dios
que reafirma nuestra espiritualidad como una espiritualidad de resistencia ante las fuerzas del mal y de
esperanza en que vamos caminando desde la fe hacia ese cielo nuevo y esa tierra nueva en donde habite la
justicia (II Pe 3,1).
3. LA MISIÓN AD GENTES DESDE UNA ÓPTICA PASTORAL
La teología pastoral debe tener como punto focal la misión encomendada por Cristo y el Espíritu a sus
discípulos, por lo tanto la prioridad de esta acción ad gentes sobre el resto de las acciones eclesiales debe
modelar todo el trabajo pastoral de la Iglesia local: modelos pastorales, objetivos, prioridades y acciones de
las comunidades parroquiales, movimientos y otras instituciones eclesiales. Así mismo esta prioridad debe
impregnar todas las dimensiones de la pastoral: profética, litúrgica, caritativa y de comunión. Todo esto nos
debería llevar a realizar un profundo discernimiento de la realidad en la que estamos inmersos y de las
respuestas pastorales que estamos dando para comprobar nuestra fidelidad al mandato de llevar el
evangelio a todas las gentes.
Hay que tener en cuenta que la renovación de las comunidades exige sentir "por los que están lejos una
preocupación similar a la que sienten por sus propios miembros" (AG 37), que la "misión renueva la Iglesia,
refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece
dándola!" (RMi 2). Al mismo tiempo, el horizonte de la misión ad gentes, da fuerza y vitalidad al proceso de
discipulado como seguimiento de Jesús que conforma al nuevo Pueblo de Dios: somos discípulos del
Enviado Padre para realizar el proyecto del Reino.
Sin embargo, la repatriación de la misión ad gentes en esta misión única, tal y como queda expresada en los
últimos documentos del magisterio, aparece, hoy por hoy, insuficiente dentro de la pastoral y de los planes
pastorales diferentes instancias eclesiales. Una prueba de ello es el desequilibrio en la asignación de recursos
humanos y materiales que se están dedicando a cada una de las actividades evangelizadoras (misión ad
gentes, pastoral y nueva evangelización).
En consecuencia se haría necesario provocar en las comunidades cristianas procesos de reflexión y
encuentros de diálogo con otras realidades. Tendríamos que preguntarnos: ¿la pastoral que estamos
realizando cumple con todas las exigencias de la misión de la Iglesia?, ¿qué vacíos descubrimos?, ¿hay que
crear algo nuevo?, ¿a qué nuevas "orillas" hemos de salir hoy?, ¿cómo alentar el anuncio y el servicio a los
excluidos? ¿qué retos nos están planteando estas situaciones en el contexto actual y en nuestro ser Iglesia
hoy?, ¿Cómo modela todo esto mi seguimiento a Jesucristo?
En concreto, como ya indicábamos en la reflexión teológica n° 1.5, urge descubrir qué desafíos nos llegan
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desde la misión ad gentes de la Iglesia. Tanto los tradicionales: territorios inmensos por evangelizar, millones
de seres humanos que no conocen a Jesucristo ("la misión se halla todavía en sus comienzos" RMi 1). Como
los actuales: globalización y fenómenos sociales nuevos (urbanización masiva, jóvenes, migraciones,
situaciones de nuevas pobrezas), áreas culturales, espacios de creación de cultura y opinión, y modernos
areópagos (mundo de la comunicación, compromiso por la paz, desarrollo y liberación de los pueblos, los
derechos de las personas y de los pueblos, promoción de la mujer y del menor, salvaguarda de la creación,
investigación científica, relaciones internacionales) y situaciones personales de insatisfacción y vació
existencial.
Las exigencias de la misión ad gentes deberían interpelar la vida y el obrar de todo el pueblo de Dios, en el
seno de la Iglesia local, como responsable directo de la misma (RMi 2): buscando una mayor coherencia
entre nuestro ser y actuar:
• A nivel de sus miembros:
a.
Los laicos y laicas, ejerciendo su derecho y deber, en virtud del bautismo, para que el
mensaje de salvación sea conocido y recibido por los hombres de todo el mundo" (cfr. RM
71-72)
b.
Los obispos, responsables, con el Papa, de la evangelización del mundo, llamados a
suscitar, promover y dirigir la obra misionera procurando destinar personas y recursos para
tal fin (AG 38, RMi 63-64).
c.
Los presbíteros, cuyo ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la
misión confiada por Cristo a los apóstoles, deberán promover el espíritu misionero universal
en su actividad pastoral y estarán dispuestos a "ser enviados más allá de los confines del
propio país" (PO10, RMi 67).
d.
Los consagrados, llamados a contribuir de modo especial a la tarea misional según el modo
de su propio carisma (cf. RMi 69)
• A nivel de sus instituciones:
e.
Los consejos, delegaciones y secretariados diocesanos: deben asumir como eje
vertebrador de toda su acción el dinamismo misionero.
f.
Las comunidades parroquiales: la misión ad gentes debe impregnar todas sus tareas
g.
Los movimientos, grupos y asociaciones eclesiales: deben potenciar la dimensión misionera
dentro de su carisma específico.
Para que cada bautizado descubra y realice su responsabilidad en la misión ad gentes, es necesario:
Una formación básica y específica adaptada a las diferentes realidades y momentos en el proceso formativo
de los cristianos, desde los programas de formación de los diferentes grupos y comunidades (ofreciendo
cursos de formación permanente sobre teología de la misión e incorporando dentro de su formación
específica la preocupación por la Iglesia Universal), hasta los seminarios y universidades católicas
(introduciendo en los planes de estudio la asignatura de Misionología).
Hacer presente la preocupación por la misión en las celebraciones de la comunidad: Que nuestra plegaria
sea verdaderamente universal.
Concienciar las comunidades acerca de las situaciones de carencia y de injusticia existentes en el mundo,
para avanzar por caminos de solidaridad universal: abismo norte-sur, deuda externa, globalización, comercio
desigual....
Potenciar el anhelo de fraternidad universal como horizonte del Proyecto del Reino, al que la misión ad
gentes viene contribuyendo desde el inicio de la Iglesia de manera paradigmática.
Para que este espíritu universal, que debe presidir toda iglesia local, tome cuerpo, es preciso
insertar y mantener esta dimensión misionera en los proyectos de pastoral. Instrumentos
privilegiados para esta tarea son:
La Comisión Episcopal, las Delegaciones Diocesanas de Misiones y las Obras Misionales Pontificias,
instituciones de la Iglesia para promover el espíritu misionero universal en el Pueblo de Dios.
Los grupos misioneros, incorporando a su ser y quehacer las funciones de la animación misionera
(información, formación, cooperación y promoción de las vocaciones misioneras) han de mantener vivo el
espíritu misionero dentro de su comunidad, apoyar el trabajo de los misioneros y servir de vínculo entre la
comunidad cristiana y las iglesias jóvenes de los países de misión.
Los misioneros, que enviados por la propia iglesia local, la enriquecen con su testimonio y experiencia, tanto
desde sus lugares de misión como a su regreso a sus comunidades de origen.
Los servicios de animación y formación misionera promovidos por religiosos, laicos y sacerdotes asociados
insertando su colaboración dentro de los planes diocesanos de pastoral y asegurando la continuidad de esa
animación del espíritu misionero.
Esta recuperación de la dimensión misionera universal dentro de nuestras iglesias locales y comunidades
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cristianas, orientada toda ella a la necesidad urgente del anuncio del evangelio, repercutirá en una
dinamización de nuestra pastoral y de nuestra vida cristiana, al tiempo que nos ayudará a dar cumplimento
al mandato misionero del Señor.
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* El Foro "Misiones Extranjeras" ha venido reflexionando durante casi cuatro años (2004-2007) en torno al concepto de
"misión ad gentes". Nos pareció que para poder avanzar en la reflexión misionera teníamos antes que hacer un esfuerzo
de precisión en la formulación de algunos de los términos más importantes en el campo misionero para llegar a una
cierta unidad de criterios, de tal forma que al hablar de ellos, todos pudiéramos entender más o menos lo mismo. Es así
como iniciamos la reflexión en tomo al concepto de "misión ad gentes", trabajo que hemos realizado a partir de un
análisis de sus dimensiones fundamentales: la teológica, la espiritual y la pastoral. El documento que presentamos es el
fruto y el resultado del trabajo de varias comisiones y del aporte y diálogo tenido en las diferentes sesiones de estos
últimos años.
Ref.: Missiones Extranjeras, pp. 759-769.
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