EUGENIO LUCAS VELÁZQUEZ (1817-1870): EL AZAR CON INTENCIÓN “Observando las manchas sobre una pared, o las raras vetas de algunas piedras, pueden descubrirse paisajes, batallas, nubes, posturas poco corrientes, divertidas caras, ropajes, etc... A partir de esta confusa masa de objetos, la mente puede proveerse de abundantes dibujos y temáticas completamente nuevas”.De estas palabras de Leonardo da Vinci admite Alexander Cozens (paisajista inglés, 1717-1786) haber tomado los principios que expone en su “A new method of assisting the invention in drawing original compositions of landscape”. En esta obra propone que sea el artista quien cree manchas que estimulen su imaginación, aplicando tinta mediante el pincel o simplemente frotándola dejándose llevar por el azar. Aun cuando este "nuevo" método de ejecución tuvo una limitada difusión en su época, no por ello faltan casos en los que, bien por conocimiento directo, bien por la “coincidencia de la intuición” se materializó en extraordinarios ejemplos: Víctor Hugo (1802-1885), Goya (1746-1828) y cómo no Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870), cuya colección de “manchas” evocadoras, en su mayor parte, de misteriosos y románticos paisajes, constituyen un inconsciente ejercicio de la más pura abstracción. La presente exposición se centra en una pequeña muestra de estas “manchas” en la que la técnica del gouache conjugada con el azar y la intuición, guiaron al artista hacia el descubrimiento de inquietantes figuras en las que lo popular, e incluso lo mágico, se entremezclan en una atmósfera muy cercana a la de las pinturas negras de Goya o sus Caprichos. Esta comparación, justificada en parte por la admiración e influencia que ejerció la figura del aragonés sobre Lucas Velázquez, ha llevado en multitud de ocasiones al solapamiento de ambas personalidades, e incluso al desprecio de este último tachándolo de simple copista o incluso falsificador de Goya. Nada más lejos de la realidad, y sirva esta pequeña muestra para revelar, una vez más, a un más que digno representante de la figuración española del XIX tanto tiempo olvidada, pero que gracias a estudiosos como José Manuel Arnaiz y demás exposiciones monográficas va recuperando el lugar que se merece. SOBRE EL ARTISTA Nacido en Madrid en 1817. Una infancia y juventud prácticamente desconocidas hacen pensar en una formación básicamente autodidacta. No es hasta 1841-42 que comienzan a aparecer sus primeras obras, habiendo ejercido hasta ese momento el oficio de ebanista. En 1844 se casa con Martina Hernández Muñoz. Desde el inicio de su carrera pictórica, su talento y prestigio no hacen sino aumentar llegando a recibir importantes encargos como el de la decoración al temple del Teatro Real de Madrid en 1850. En 1851 se le concedieron los honores de pintor de Cámara como paisajista. Su carrera palaciega, un contrapunto a la personalidad del liberal que participa activamente en la Milicia Nacional, continúa a lo largo de la década de los cincuenta. Dicha década significó su reconocimiento público y proyección internacional (Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos III en 1853; nombramiento como tasador de las Pinturas Negras de Goya en 1855; participación en el mismo año en la Exposición Universal de París muy bien acogida por la crítica francesa). En estos mismos años se separa de su mujer y se relaciona con Francisca Villamil, con la que tuvo cuatro hijos, el primero de los cuales (Eugenio Lucas hijo) devino pintor. Sus mejores obras se sitúan pues entre 1855-1868. A partir de 1868, año de la renuncia de Isabel II al trono, se inicia su declive de forma paralela al de la Monarquía. En los años sesenta realiza varios viajes al extranjero, además, se relaciona con uno de los máximos exponentes del impresionismo francés: Manet. Muere en 1870, dejando como legado una importante y variada obra en la que se vislumbra a un hombre de originalidad indiscutible y al que ningún campo le fue ajeno, si bien, una parte importante de su obra lo representan las típicas imágenes taurinas y de majos, temas costumbristas tan en boga en la época Romántica. OBRA A pesar de haber sido considerado un autor muy prolífico, esto es algo que su corta vida no le permitió, por lo menos en lo que a la pintura se refiere. Algo distinto ocurre con su legado de dibujos que conforman una serie innumerable, en la que destacan por su calidad los gouache y las acuarelas, así como sus “manchas”, categoría en la que podemos encuadrar la obra aquí expuesta. A juzgar por José Manuel Arnaiz [Eugenio Lucas: Su vida y su obra, 1981] éstas tendrían su origen bien en las obras de Cozens, bien en el parecidísimo sistema de Goya o incluso en los más que probables contactos con el escritor e inquietante dibujante Víctor Hugo. La personalidad y obra de Lucas Velázquez ha resultado, en numerosas ocasiones, eclipsada por la figura de Goya, a quien admiró profundamente y a quien se le han atribuido la autoría de algunas de sus mejores obras. A pesar de la innegable influencia del aragonés sobre el pintor madrileño, el limitar el estudio de éste bajo el prisma que ofrecen sus versiones, y variaciones sobre originales tanto de Goya, como de Diego de Velázquez, no dejaría de ser un análisis superficial del artista. Además esta superficialidad obviaría la finalidad didáctica que el ejercicio de la copia representa en el proceso de aprendizaje de todo pintor. BIBLIOGRAFÍA Arnaiz, J.M. 2002. Texto para el catálogo de la exposición Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870). Dibujos y pinturas de un visionario. Gómez Molina, J.J.; Cabezas, L.; et Bordes Caballero, J. 2001. El manual de dibujo. Estrategias de su enseñanza en el siglo XX. Editorial Cátedra. Arnaiz, J.M. 1981. Eugenio Lucas: su vida y su obra. Editorial Montal.