¿Premios por el Patrimonio? ¿Quién está detrás? M. Estela Esparza V. Dpto. de Investigaciones Históricas “La recompensa de una buena acción, es el haberla hecho”. L.A. Séneca. Recientemente, fuimos testigos del otorgamiento de un “nuevo premio” denominado “Manuel Pastrana”, concedido a restauradores y/o defensores del patrimonio histórico. Los galardonados, fueron los restauradores del templo parroquial de Nuestra Señora de la Purificación, en Fresnillo; la Capilla del Rosario de Tayahua en Nochistlán y la Capilla de Nápoles en Guadalupe, Zac. Esta Capilla, asombro de religiosos, arquitectos, artistas, historiadores y fieles; al mismo tiempo producto de todos ellos; fue parcialmente restaurada, pues falta aún su domo interior, paredes, pintura, dorado, ventanas y limpieza de toda su herrería. Sus restauraciones más recientes, consistieron primero hace dos años (por los que no ganaron el premio), de un arreglo exterior de la cúpula, parte de su balaustrada, la linternilla, la colocación de un sistema de drenes y sellado que la liberó de humedad. Esta segunda y más reciente aún, trató de la restauración de sus maravillosos pisos. Primero el de su presbiterio, de mosaico de talavera, formando extrañas figuras geométricas, con su distintivo escalón de “mármol poblano”. Y después, el trabajo de “elegante marquetería” que recolocó la reproducción estelar de un limitado y casi perfecto número de figuras, que se dividen además de su tamaño; por los colores naturales de las maderas con las que fueron elaboradas: mezquite, cedro rojo, cedro blanco y caoba. Se colocó igualmente un sistema de drenes, sellado, barniz, zoclo, instalación eléctrica y se ultimaron detalles en la linternilla y techos de los cruceros. La capilla requiere de un gran capital para terminar toda su restauración o para continuar avanzando en la misma; pero al mismo tiempo si del convento de Guadalupe se trata y porque especialmente este y el próximo año de los festejos por los 300 de su fundación como Colegio Apostólico debe tratarse, debemos considerar el que falta un mundo de reparaciones en el. Si sólo restauran la Capilla de Nápoles y el atrio como se hace actualmente, se descuidaría la posible ruina de algunas partes del templo, de su frontispicio, con sus torres y de su sacristía, espacios que presentan ya demasiada humedad, erosión, cuarteadoras y desprendimiento de material. Y recapacitando, en el templo hay mas asistencia pública y por tanto más riesgos. Hasta las pobres puertas, merecen ya algo más que un parche. No hablaremos más por esta vez de los maravillosos árboles del atrio, que amenazados con desaparecer casi totalmente, sin quien les haga justicia, como no la han tenido tantos ríos, lagos, bosques y otros espacios útiles, que al desaparecer modifican mucho “nuestras comodidades”. Hablaremos mejor de quien está y ha estado atrás de esta lucha por la conservación artística de nuestro cada vez más escaso patrimonio. Primero, el Padre fray Javier Benítez Parra, franciscano originario de la tierra de su propio convento, que emulando un gesto de la labor del fundador y de algunos de sus antecesores, se ha dedicado a procurar todos los medios posibles para hacer lo que desde 1937 no se hacía, superando críticas, reclamos de autoridades, falta de capital, problemas con obreros y la consiguiente sentencia cristiana de que “nadie es profeta en su tierra”; ahí está, haciendo y dejando sus talentos fotográficos, pictóricos y musicales a un lado, mientras termina su obra. Ahí está Guillermina Esparza Elías, ex Directora del Instituto Municipal de Cultura, que durante su gestión organizó rifas y conciertos, además de donaciones voluntarias para recabar fondos en pro de la restauración de la misma Capilla y cuya recabación, inició una parte de los trabajos. Ahí están todos los artistas y colaboradores del mismo Instituto, que trabajaron para el mismo fin, en los dos trienios anteriores al actual. Está Judith Saucedo Segovia, rescatando una parte de la Compañía Industrial de Zacatecas y pugnando porque se rescate toda ella, al igual que otros espacios patrimoniales. Está Gabriela Romero Durán, residente de la restauración del piso de la Capilla e Isabel Padilla y sus compañeros. Elizardo Villegas Salas y Martín Venegas Guerrero, luchando por el patrimonio natural. El licenciado Rafael Flores Mendoza, Diputado Federal del Municipio, buscando y consiguiendo medios (en millones de pesos), para la restauración de la Capilla de Nápoles, para el atrio del convento para la remodelación de todo el centro histórico y hasta para el mismo premio. Arturo Herrera, residente y supervisor de la restauración anterior al piso; José Luis Contreras Castro y sus cantereros, restaurando el atrio; Víctor Hugo Ramírez, luchando por los pisos y el resto de los árboles del atrio y tantos otros que ni siquiera se nombran en estos eventos, que deberían extenderse a premiar también el Patrimonio Natural o todo logro ecológico. ¡Cuan maravillosa sería, la restauración de un bosque, de un pantano, hasta de un arroyo o una población animal! y mejor aún, todo logro humano; por ejemplo, la más justa, práctica y real incorporación de los discapacitados en la sociedad no discapacitada o la más justa, práctica y real defensa de los derechos de las mujeres, o de la eliminación de la violencia intrafamiliar. Faltan muchos actos y muchos seres que premiar. Muchos, que como los excluidos y los mencionados anteriormente no han recibido un premio y ni siquiera se nombraron durante la entrega… recuerdo aquella introducción del libro de Historia de Juan Brown: “… que Julio César conquistó medio mundo y ganó muchas batallas… ¿solo? ¿Qué no llevaba tan siquiera un cocinero?