Psicoanálisis y aprendizaje. Aportes de la teoría psicoanalítica a la comprensión del proceso de aprendizaje. Lic. Ana María Laguzzi Psicóloga Los aprendizajes se logran cuando las estructuras cognitivas se articulan con las desiderativas, que son las que estructuran el aparato psíquico (1). Esto significa que cualquier irregularidad en la estructuración psíquica impacta en el proceso de aprendizaje ocasionando modalidades atípicas en el aprender. A modo de ejemplo podemos mencionar que si el grado de cohesión yoica no es el óptimo y se producen desintegraciones del yo, el sujeto tendrá dificultades en lo cognitivo, para lograr la noción de conservación del objeto; lo que dificultaría el desarrollo del pensamiento lógico. En este mismo sentido un sujeto que no ha establecido claramente la diferencia Yo no-Yo, presentará dificultades cognitivas en los procesos de clasificación y seriación, perturbando también el pensamiento lógico. Los ejemplos mencionados pueden generar una pregunta: ¿Es posible pensar que pueden establecer relaciones conceptuales entre estructura desiderativa; la noción de Yo y no-Yo (propias del psicoanálisis) y conservación de objeto, seriación, clasificación y pensamiento lógico (propias de la epistemología genética? Podemos acercarnos a una respuesta analizando los modos de funcionamiento del aparato psíquico. Freud describe dos modos de funcionamiento, a los que llamó proceso primario y proceso secundario. El proceso primario, en la actividad onírica (sueños) los elementos que componen el psiquismo (representaciones) se encuentran en un mismo nivel sin que unos se destaquen sobre otros; la energía se desplaza libremente de una representación a otra dando origen a formaciones caóticas y, aparentemente, carentes de sentido. Es el proceso que predomina en los sueños, actos fallidos, lapsus y síntomas. Las características son la aparente falta de lógica, el sin sentido, lo caótico. El proceso secundario incorpora a su funcionamiento las variables de espacio y de tiempo. Esto permite una jerarquización de las representaciones de forma tal que algunas se destacan mientras otras quedan relegadas a un plano secundario. En este proceso el Yo se maneja con atención, memoria, juicio crítico, razonamiento para lograr el despliegue del pensamiento lógico. El proceso secundario se afianza y estructura cuando el ser humano atraviesa el complejo de Edipo; momento estructurante del psiquismo que permite la salida de la simbiosis endogámica madre-hijo (propia del momento narcisista) accediendo a la terceridad. Éste es el momento en que el niño empieza a comprender que él no es lo único importante para su madre. Comprueba que a ella también le interesan otros cosas (otro hijo, el padre, su trabajo…). El establecimiento de jerarquías estructura el psiquismo y permite la inserción en el grupo social ocupando el lugar que a cada uno le corresponde. De esto inferimos que para lograr el despliegue de la actividad intelectual descripta por Piaget, es condición necesaria que el sujeto tenga afianzado el proceso secundario. Si el acceso a lo edípico queda interferido o el complejo tiene una resolución atípica, entonces surgirán las distintas estructuras psicopatológicas que presentan una actividad intelectual específica con características propias. El estudio de la estructura de cada cuadro psicopatológico, en el campo de las psicosis, las neurosis y los cuadros de borde, nos permiten analizar el impacto de estas estructuras atípicas en el desarrollo del proceso cognitivo. Y como consecuencia, analizar la intervención psicopedagógica más adecuada a cada situación para permitir el mejor aprendizaje posible para cada sujeto. Entendemos el aprendizaje como “La capacidad del sujeto de apropiarse de conocimientos necesarios para el proyecto de vida propio”. Comenzaremos por explicitar los términos de esta definición. El psicoanálisis utiliza el término “sujeto” para referirse al ser humano que no es más un individuo sino es alguien que ha sido dividido en un sistema inconsciente y uno preconsciente-consciente por haber atravesado el Edipo. Ello permite que cada ser humano, al ubicarse en una estructura social, comparta los códigos y el lenguaje de su grupo de pertenecía quedando “sujetado” a las leyes de la cultura que lo atraviesa (orden simbólico). Por lo tanto “sujeto” es un concepto que remite: Al ser humano constituido como tal a partir de la interrelación con los semejantes; Alguien que ha logrado identidad y que por lo tanto se diferencia de los otros, Que comparte con los otros los códigos sociales que le permiten ingresar en el registro simbólico. El sujeto así constituido tiene una adecuada valoración de su yo, ha salido de la omnipotencia narcisista y conoce sus limitaciones. Como se reconoce incompleto busca objetos que le permiten satisfacer sus necesidades, no solo las básicas para la supervivencia, sino también la necesidad de crear nuevamente la ilusión de completud de la que gozó antes del acceso a lo simbólico. Esta búsqueda de objetos lo impulsa al conocimiento del mundo que lo rodea. Desde una posición activa intenta comprender el mundo y busca respuesta a sus interrogantes: ¿quién soy?¿qué soy? ¿Quién es el otro? ¿Qué desea el otro de mí? ¿Cómo nací? ….Por eso tiene que aprender, para poder comprender la realidad y desplegar su creatividad. El aprendizaje se transforma en una necesidad para fortalecer al sujeto. Es en este sentido que podemos pensar los procesos cognitivos de acomodación y asimilación al servicio de la equilibración mayorante, como procesos articulados en la construcción del sujeto. Podemos relacionar la expresión “apropiación de conocimientos” con esta incesante articulación entre la construcción del sujeto (estructura desiderativa) y la comprensión del entorno (estructura cognitiva). “En función del proyecto de vida propio” lo entendemos como la posibilidad que los saberes estén al servicio del proyecto de vida que cada uno tenga. Este proyecto surge de reflexionar ante los interrogantes: “¿qué soy?” y ¿”cómo desearía ser?”. La segunda pregunta nos plantea el ideal del yo. Y de esta manera nos vemos en la obligación de interrogar al psicoanálisis para dar cuenta de algunas respuestas a estas preguntas. Identidad-Castración-Ideal del Yo. Intentaremos dar cuenta del proceso de estructuración del sujeto. Cuando un niño está por nacer ya tiene asignado un “lugar” en la estructura familiar y una historia que lo antecede. Así podrá ser motivo de alegría para sus padres, abuelos, tíos... y ocupar un lugar privilegiado convirtiéndose en “su majestad el bebé”. Pero también podrá ser un estorbo, una desgracia, un deshonor. Una boca más para alimentar. Y junto con ese lugar también recibirá un nombre y un apellido. El nombre obedecerá a lo imaginario de los padres que lo llamarán Nahuel por ser nombre de tigre, o Luis por ser el nombre del abuelo... y así muchos motivos más. El apellido lo ubicará en un linaje: ser “hijo de” significa que estará inserto en una estructura familiar y que hay otro que lo reconoce como hijo. Es a partir de ese lugar familiar, de ese nombre y apellido, que ese bebé comenzará a transitar el camino de su singularidad. Sin nombre todos somos N.N. Con nuestro nombre cada uno de nosotros es único e irrepetible. Es en este sentido que podemos comprender que es la mirada de ese otro, la que empieza a delimitar los contornos del Yo. El tener un nombre y un lugar asignado permite que cada uno comience a estructurar su identidad. Esta estructuración se realiza en torno a dos ejes: Cada sujeto comenzará un trabajo de reconocimiento de su propio YO, comenzando a diferenciar lo que es YO de lo que no lo es. Por otra parte aparece ese mismo reconocimiento en el otro, en el semejante que mediante su palabra, designa al sujeto como a alguien distinto de sí, reforzando el proceso intrínseco. Así es como estos dos ejes se influyen mutuamente conformándose al mismo tiempo, no pudiendo estructurarse el uno sin el otro. Por lo tanto, en la relación del sujeto con el semejante, empieza a instalarse una primera distancia que marca la diferencia entre Yo y no-Yo. Este concepto de distancia que aparece aquí esbozado, lo rescatamos cuando pensamos en los problemas de aprendizaje escolar y lo articulamos con los conceptos de ritmo, discriminación y análisis más familiares en el ámbito pedagógico. También rescatamos el concepto de identidad mencionado. Y quizá este “rescate” nos permita re-pensar el sentido de algunas ejercitaciones realizadas por los maestros en las aulas. Una de ellas es la enseñanza del nombre de cada niño. Esta intervención del docente (más allá de responder a una propuesta pedagógica determinada) apunta a fortalecer la identidad de cada niño y mediante el cual se constituye en su singularidad. Continuando con este proceso de estructuración, podemos avanzar un poco más. Si observamos la relación del niño con sus semejantes más cercanos (padres, hermanos, abuelos...) podemos comprobar que no solo recibe de ellos la confirmación de su identidad, sino también recibe de ellos el “no”, a través de múltiples prohibiciones que empiezan a conformar una aproximación a las nociones de “bien” y “mal”. Esta valoración agrega algo más a la primera distancia mencionada. No solo la refuerza sino que le dice al niño algo más. No solo ratifica la identidad, sino que agrega el perfil del “buen niño” algo parecido a un ideal, al que el niño debe aspirar. Del lado del niño esta valoración le permite conectarse con un ideal, y empezar a apartarse del soporte que le brinda ese otro, el semejante, para empezar a soportarse en el Otro, como lugar de la Ley que rige el comportamiento humano. Esto es posible porque el niño advierte que las leyes que rigen el intercambio entre las personas están por encima de ellas. Así descubre que su mamá y su papá, antes omnipotentes soportes de su vida infantil, también se someten a esas reglas que regulan la vida de su familia y grupo que lo rodea. Esta cuestión de la Ley también permite formar la noción de límite. Así el niño advierte los límites propios y los de sus semejantes. Este proceso lento y re-actualizado durante toda la vida permite la salida de esa posición infantil de omnipotencia para pasar a una más adulta, con un ideal para alcanzar y un proyecto para lograrlo (esto en términos psicoanalíticos se denomina atravesamiento por la castración) (2). La castración, heredera del Complejo de Edipo, es la operación que permite la salida del narcisismo, dominado por la vida pulsional, especialmente las pulsiones oral y anal. Las pulsiones son la representación psíquica del instinto, destacándose, en el término “pulsión” la fuerza y el empuje de la misma. Al comienzo de la vida humana se destaca la pulsión oral ligada a la necesidad básica de alimentación, como representante de la auto conservación. Para la pulsión oral lo primordial es incorporar el objeto que satisfaga el hambre. En la medida que el bebé crece y madura neurológicamente, se afianza la pulsión anal, ligada al control de esfínteres. En esta etapa el niño empieza a aceptar el límite que el semejante le impone. Esto se traduce en el esfuerzo para controlar los objetos corporales internos (orina-heces) para retenerlos o expulsarlos en función de la demanda que el otro le formule y con la finalidad de lograr la aprobación del semejante. La lógica de la oralidad es “lo bueno lo incorporo, lo malo lo escupo”, lo que nos permite inferir que las propiedades atributivas de los objetos están presentes desde el comienzo de la vida, ligadas, no a la valoración ética de “bueno o malo”, sino a la valoración egocéntrica del “me gusta-no me gusta”. La lógica de la analidad es la del apoderamiento y control del objeto, es el “lo quiero, lo toco, lo manipulo” (3). Estas pulsiones puestas en acto le permiten al niño explorar el mundo y despertar su curiosidad. El pequeño explorador aún cuando no logre caminar, mira, balbucea, estira sus brazos, intenta alcanzar lo que le atrae, aunque no pueda evaluar si hay o no peligro en el motivo de su interés. El pequeño siente enorme placer cuando puede desplazarse por sí mismo y tocar todo a su alrededor. Es el límite que marca el adulto cuidador lo que empieza a encauzar el desborde pulsional. Toda esta curiosidad y placer por dominar y explorar son las bases del aprendizaje. Así como exploraba el entorno, cuando aprende también siente placer en conocer y comprender. El placer por curiosear (pulsión escópica) por tocar y dominar (pulsión de dominio) son las bases que están presentes en el aprendizaje creativo (pulsión de saber o epistemofílica) (4). Implicancias pedagógicas: En el punto anterior mencionamos dos procesos nodales al referirnos a la estructuración del sujeto: identidad y atravesamiento por la castración. Intentaremos analizar cómo se articulan estos conceptos con lo que ocurre cotidianamente en el aula. Mencionamos la enseñanza del nombre propio como actividad que afianza la identidad. Colaboran en este sentido todas aquellas tareas áulicas que responden a la pregunta ¿Quién soy?. Así serán resignificadas las actividades relacionadas con: El conocimiento del propio cuerpo, Las diferencias sexuales, Los roles familiares, El reconocimiento del barrio en donde viven: aprendizaje de su domicilio, grupos familiares, Los nombres de las personas que trabajan en la escuela... Es decir, son pertinentes todas aquellas actividades que favorezcan el conocimiento de sí mismo y de su entorno. Junto a éste conocimiento también es necesario afianzar los procesos de pensamiento que favorezcan la reflexión y el juicio crítico ya que en toda actividad reflexiva, se juega una postura personal ante lo reflexionado y esto también está en relación con el yo y la identidad. Analizando este marco teórico advertimos que la actividad de un docente no debiera agotarse en lograr que sus alumnos adquieran determinados conocimientos sino que debiera ser consiente que los está acompañando en el proceso de su estructuración como sujetos, en la adquisición de su singularidad y el armado de su proyecto de vida. Otro punto importante a rescatar es la noción de encuadre muy trabajada en la clínica. Se refiere al ”contrato” entre paciente y terapeuta, donde se explicitan las obligaciones que cada uno se compromete a cumplir y los derechos que cada uno tiene. Este encuadre ubica entre dos personas, una tercera instancia: la ley que las rige. Esto mismo se debiera trasladarse a la escuela. Entre alumnos y docentes también debiera darse un contrato que implique las obligaciones y derechos de cada parte. Los alumnos deben saber los objetivos a alcanzar; las normas de convivencia del grupo; los derechos que podrán ejercer, las obligaciones a cumplir, a qué se compromete el docente... Es decir, deberán quedar claras las “reglas de juego”. Éste contrato será consensuado por el grupo y a él se remitirán cada vez que sea necesario resolver alguna situación en especial. Esta forma de conceptualizar la realidad áulica remite al atravesamiento por la castración, es decir, a ese salir de la omnipotencia, para tomar conciencia de los límites y de las leyes que a todos nos rigen y forman nuestro sentido de la ética. Cuando la legalidad rige el intercambio entre las personas aparecen los modelos ideales a los cuales cada uno aspira. Allí surge el proyecto de vida de cada uno en el que el aprendizaje toma parte. Estas conceptualizaciones nos remiten a pensar en el papel de guía del docente. En la salida de su tradicional rol de autoridad suprema y saber indiscutido; para ubicarse en el lugar de acompañante de sus alumnos. (1) Ver: de Lajonquière, Leandro. De Piaget a Freud. Ed. Nueva Visión. 1996. (2) Ver: Lacan, Jaques. Función y campo de la palabra y del lenguaje. Escritos 1. Siglo XXI. 1971. (3) Ver: Freud, Sigmund. Introducción al Psicoanálisis. Obras Completas. (4) Ver: Cordiè, Anny. Los retrasados no existen. Nueva Visión. 1994.