Sintesis

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Filosofía II
Aristóteles : Síntesis
1. El realismo aristotélico: conocimiento y ciencia.
a. Experiencia sensible y abstracción intelectual
Con Aristóteles la filosofía griega llega a su culminación, sentando las bases del realismo filosófico. Para
Aristóteles, la ciencia es el conocimiento de la causa de una cosa y la filosofía es la ciencia de las primeras
causas y principios. Recoge de Platón su idea acerca de la filosofía como el conocimiento de las esencias de
las cosas, de lo que es inmutable, universal y eterno pero, a diferencia de su maestro, considera que las
esencias no pueden estar separadas de las cosas, sino que deben estar en las cosas mismas. Así, el Estagirita
hace descender la esencia trascendente de Platón y la coloca como forma inmanente de los entes singulares.
La filosofía aristotélica es una ciencia, un saber empírico-racional acerca de la realidad circundante. Se
apoya en la experiencia y en la razón como instrumento óptimo para investigar la verdad filosófica. La
búsqueda de la verdad marca la finalidad del hombre, que se hace feliz con su contemplación, a imitación de
Dios, que se contempla a sí mismo.
Frente a Platón, Aristóteles puso los fundamentos gnoseológicos del realismo al revalorizar la experiencia
sensible como punto de partida del conocer y de la ciencia, combinándola con una firme confianza en el
poder universalizador de la razón. Aristóteles llega a los conceptos, ideas o "universales" por medio de la
observación del mundo real y la función abstractiva de la mente humana. Los conceptos o ideas universales
no existen fuera de las cosas singulares, sino en ellas y con ellas. La unidad del universal proviene de la
inteligencia gracias a la actividad abstractiva. Manifestó la imposibilidad de construir una ciencia con
independencia de la realidad sensible y, para pasar del ámbito particular al ámbito universal, expuso su
teoría de la abstracción intelectual.
Una afirmación fundamental de la teoría aristotélica del conocimiento es la de que éste consiste en una
asimilación. Por esta asimilación el alma, al conocer, va conformándose al objeto conocido: el alma humana
es en cierto sentido todas las cosas ya que, juntamente con el modo de ser que le es propio, puede adoptar las
modalidades de ser de los objetos conocidos. De ahí que conocer sea convertirse de algún modo en la cosa
conocida. Se asimila un objeto cuando se hace propia su forma. La asimilación puede ser de dos maneras:
física e intencional. La asimilación en que consiste el conocimiento no es física, como sería la asimilación de
un alimento, sino intencional; por ella nos apropiamos de la forma de un objeto, pero en cuanto es forma del
objeto.
Por consiguiente, en el aspecto gnoseológico, Aristóteles rechaza tanto el idealismo de Platón como el
empirismo. Para el estagirita, el conocimiento intelectual es esencialmente superior al sensible, pero no
consiste en la intuición de las ideas inteligibles platónicas, sino que se realiza mediante la abstracción
intelectual a partir de la experiencia de los sentidos, la cual no es sólo ocasión sino el fundamento para el
conocimiento intelectual. La ciencia es sólo de lo universal y necesario, pero los universales no están fuera
de las cosas singulares, sino en ellas y por ellas, aunque no en la forma abstracta con que los concibe nuestra
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inteligencia. El universal abstracto es obra de la inteligencia, pero tiene su fundamento en la esencia común
que poseen las cosas de la misma especie. La labor de la inteligencia consiste en abstraer de los objetos
singulares que nos presentan los sentidos, las notas o cualidades individuales hasta llegar al elemento común
que es precisamente la esencia o naturaleza de cada ente. Éste es el fundamento gnoseológico del realismo
filosófico.
Por consiguiente, con respecto al conocimiento, Aristóteles no admite la reminiscencia de Platón, ni tampoco
el innatismo. El conocimiento o proceso de asimilación de las formas tiene su punto de partida en los
sentidos, tal y como nos demuestra la experiencia: para Aristóteles, los sentidos y la experiencia sensible son
la única fuente de conocimiento, pues "nada hay en la mente que no se dé antes en los sentidos". No
obstante, a pesar del origen empírico de los contenidos mentales, las sensaciones y los conceptos son dos
modos de conocimiento totalmente distintos. En la sensación se perciben objetos que, para ser sensibles,
tienen que ser materiales; pero la materia no es cognoscible intelectualmente. Por tanto, para que el objeto
conocido previamente en la sensación se haga permeable al entendimiento, es necesario liberar la forma de
las condiciones de la materia. Esta tarea la realiza una función llamada por Aristóteles "abstracción". La
sensación conoce las formas sensibles, en tanto que presentes en la materia; la inteligencia conoce las formas
inteligibles abstraídas de la materia. La inteligencia es, de por sí, capacidad y potencia de aprehender las
formas inteligibles, las cuales están contenidas en potencia en las sensaciones y en las imágenes. Pero se
necesita un principio activo que traduzca en acto esa potencialidad, de modo que la forma contenida en las
imágenes se haga inteligible para poder ser entendida, y así se actualice, captando en acto esas formas. Por
consiguiente, mediante la abstracción (palabra latina que significa "separación") el entendimiento en su
función activa o agente separa la materia y destaca la forma. De este modo el objeto pasa de ser meramente
sensible a ser inteligible. Puede entonces intervenir una segunda función del entendimiento, a la que
Aristóteles llama "pasiva" o "paciente", para captar esa forma, asimilándose a ella. El entendimiento agente
abstrae las formas contenidas en las imágenes sensibles, las cuales, una vez recibidas en el entendimiento
pasivo, son conceptos en acto. De esta manera surge la distinción aristotélica entre el entendimiento agente y
el paciente. Dicha distinción de las funciones del entendimiento fue fuente de innumerables interpretaciones
y polémicas, tanto en la antigüedad como en el medioevo.
En definitiva, Aristóteles dio un gran paso en la valoración de la realidad física y marcó un gran progreso en
la teoría del conocimiento al concebir armónicamente las relaciones entre el conocimiento y las cosas: el
realismo como adecuación del entendimiento a la realidad.
b. Los modos del saber
Según Aristóteles hay diferentes tipos de conocimiento que constituyen diversos modos de saber. Hay un
conocimiento puramente sensitivo que, cuando es organizado por la memoria (sentido interno que reconoce
lo aprehendido o percibido con anterioridad), constituye lo que Aristóteles denomina "experiencia". La
experiencia es común al hombre y a los animales. Pero el hombre tiene, además, otros modos de saber:
técnica, prudencia, ciencia, inteligencia y sabiduría. La técnica es un modo de saber superior a la
experiencia, porque la técnica no sólo sabe qué son las cosas, sino el por qué de éstas. Además, mientras el
saber de la experiencia es particular, el de la técnica es universal. Finalmente, mientras la experiencia se
adquiere, pero no se enseña, la técnica es susceptible de enseñarse. La prudencia es el saber que se refiere a
las acciones con las que el hombre desarrolla su propia vida. Este saber es también universal. Técnica y
prudencia tienen una limitación: que tratan de algo que debe ser de una manera, pero puede ser de otra.
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Hay otros tipos de saber que son superiores, pues recaen sobre lo que no puede ser de otra manera; es decir,
sobre algo que tiene un modo de ser absolutamente necesario. Estos modos de saber son tres: ciencia,
inteligencia y sabiduría. La ciencia es un modo de saber por demostración. La ciencia demuestra la interna
necesidad de lo que no puede ser de otra manera. Pero si se asciende demostrativamente a través de las
proposiciones, se llegará forzosamente a unos principios, que, por ser primeros, no son demostrables. Es
decir, no pueden mostrarse a partir de otras proposiciones, porque ellos son, justamente, las primeras
proposiciones. Para captar esos primeros principios es necesario otro modo de saber distinto de la ciencia,
que Aristóteles denomina nous, "inteligencia". Se trata de un saber por evidencia; es el saber evidencial de
los primeros principios. Finalmente, el saber que integra la intuición de los principios y la necesidad racional
de las conclusiones es la sabiduría.
Filósofo e investigador, el método científico aristotélico procede, al revés que en Platón, de abajo a arriba:
partiendo de la realidad de los individuos sustanciales, múltiples, móviles y contingentes del mundo físico
terrestre, construye sobre ellos las ciencias en el orden lógico hasta llegar a Dios, la única realidad
trascendente en el orden ontológico. Según Aristóteles, nuestros conocimientos provienen de los objetos
sensibles. No obstante, el conocimiento cierto de las cosas sensibles en cuanto tales, no es el que
inmediatamente constituye la ciencia propiamente dicha, ya que ésta debe ser enunciada en conceptos
universales.
La ciencia se divide en especulativa, práctica y poiética. El fin de la ciencia especulativa es la verdad; el de
la práctica, la acción; el de la poiética, la producción. Si la poiética mira a la perfección de las obras
formadas por el hombre, la práctica mira a la bondad o perfección del hombre mismo. La ciencia, en un
sentido pleno, es la ciencia especulativa y se divide en Física, Matemática y Metafísica. La Física estudia
aquellos seres que tienen en sí mismos el principio de su movimiento; la Matemática estudia los seres que,
aunque inmóviles, no están separados de toda materia; la Metafísica es la ciencia del ser separado e inmóvil.
2. La lógica: instrumento de la ciencia
a. La lógica como propedéutica
Aristóteles estableció la primera doctrina lógica sistemática, y durante siglos sus escritos de lógica
dominaron la escolástica y terminaron modelando buena parte de la mente del hombre renacentista. Aunque
Aristóteles excluye la lógica de su consideración como ciencia, y ni siquiera usa el término para designar el
método de raciocinio o de conocimiento, sin embargo, recibe de él tal impulso y perfeccionamiento que
permanecerá casi inalterada durante cerca de dos milenios. Sólo con Bacon y Descartes sufrirá refutaciones
de importancia.
Para Aristóteles, la lógica establece el modo de proceder del pensamiento humano en la actividad científica.
En este sentido, concibió la "lógica" como la disciplina propedéutica o de preparación para el mejor
desenvolvimiento del resto de las ciencias. Así pues, más que como una ciencia, Aristóteles entendió la
lógica como un estudio previo o propedéutica a todas las ciencias, en cuanto provee de los instrumentos
mentales necesarios para afrontar cualquier investigación. En sus escritos lógicos se propone mostrar cómo
procede el pensamiento humano, cuál es la estructura del razonamiento, cómo son posibles las
demostraciones y sobre qué objetos pueden versar. En definitiva, con la lógica, el Estagirita se propone
ensamblar todo su sistema para tratar de hallar la verdad universal inscrita en los entes particulares.
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La concepción de la lógica aristotélica arranca del lenguaje. En un principio, Aristóteles admite que el
lenguaje es un símbolo, no del ser, sino de los pensamientos. Algunos pensamientos corresponden al ser real
y otros no; sin embargo, existe una correspondencia entre lo lógico y lo real de tal manera que un ser real no
puede asumir cualquier estructura lógica, sino una determinada. Así, por ejemplo, Sócrates está determinado
a desempeñar la estructura lógica de sujeto. Por consiguiente, la estructura lógica está basada en algo real y
es necesario tener en cuenta la significación a la hora de construir la lógica. Esta actitud metafísica y realista
de Aristóteles le llevó a construir una lógica formal de las estructuras mentales en consonancia con una
lógica material de los contenidos, en lugar de una lógica puramente formalizada (al estilo de las lógicas
modernas) en la que se puede prescindir de los significados de los conceptos para atender sólo a las
estructuras que con ellos forma el hombre.
b. El Organon
El buen sentido del recopilador de las obras de Aristóteles dedicadas a la lógica (término posterior de origen
estoico) le llevó a agruparlos bajo el nombre de Organon (que en griego significa "herramienta",
"instrumento"). Este término manifiesta el propósito aristotélico que ya hemos comentado: exponer los
instrumentos y medios de cualquier quehacer científico. También debemos tener en cuenta que Aristóteles
distinguió tres operaciones fundamentales en el conocimiento humano: la simple aprehensión, en la que
captamos la naturaleza o esencia de las cosas y formulamos los conceptos; el juicio, que relaciona los
conceptos entre sí; y el raciocinio, que nos permite avanzar o progresar en el conocimiento ya que a partir de
una serie de juicios o verdades conocidas inferimos otras hasta entonces ignoradas. Estas tres operaciones
mentales marcan el contenido de los diversos tratados de la lógica aristotélica. Así, los seis libros o tratados
del Organon abordan estas cuestiones y otros aspectos con ellas relacionados.
. El tratado primero, las Categorías, tiene un carácter introductorio y se ocupa de las palabras o términos en
cuanto son expresión de los actos intelectivos más simples: los conceptos. Ya hemos comentado que, para
Aristóteles, el lenguaje es expresión adecuada del pensamiento, y éste lo es de la realidad. Por tanto, en
última instancia, las palabras expresan los distintos modos de ser (las categorías o predicamentos o géneros
supremos) a los que se reduce toda la realidad. Debemos tener en cuenta que Aristóteles distingue entre los
predicamentos y los predicables. La sustancia y los nueve accidentes constituyen las categorías o
predicamentos, es decir, los géneros supremos o distintos modos de ser de la realidad. En cambio, los
predicables (género, especie, diferencia específica, propiedad y accidente) son las distintas maneras de
atribuir o predicar lo entendido (un concepto) a la realidad.
. El segundo tratado, Sobre la interpretación, está dedicado al juicio. El juicio, cuya expresión lógica es la
proposición, es el acto con el que afirmamos o negamos un concepto de otro concepto. En un juicio o
proposición una determinación predicada se atribuye (positiva o negativamente, universal o particularmente)
a un sujeto. Los conceptos, en sí mismos, no pueden ser verdaderos o falso. En cambio, la proposición o
juicio sí que es susceptible de verdad o falsedad en función de si lo unido o separado por la inteligencia está
unido o separado en la realidad.
. Los Primeros Analíticos constituyen el tercer tratado, en el que se estudia la vinculación de proposiciones o
estructura del razonamiento: el silogismo. Analiza la estructura silogística común a todos los razonamientos
coherentes, formalmente válidos. El resultado más importante de la lógica aristotélica es esta doctrina del
silogismo que constituye una verdadera lógica formal en cuanto expresa el esquema de toda inferencia
válida.
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. Aristóteles también examina los requisitos para que un razonamiento, además de formalmente correcto, sea
verdadero. Este análisis lo realiza, fundamentalmente, en los Segundos Analíticos, donde se ocupa de la
demostración y sus tipos, así como de la inducción como método de llegar a los primeros principios de la
ciencia: Un silogismo correcto sólo llega a la verdad si las premisas son verdaderas. Para demostrar la
verdad de las premisas se puede recurrir a otro silogismo, pero dado que este proceso no puede continuarse
hasta el infinito, es necesario que existan algunos principios supremos evidentes por sí mismos, que no
necesitan demostración. Estos principios son: principio de identidad, principio de no contradicción y
principio del tercero excluido.
. En los Tópicos, el quinto de los tratados, Aristóteles se ocupa del examen del silogismo dialéctico, cuyas
premisas son sólo probables. Si bien su análisis se orienta básicamente al contenido, y no a los aspectos
formales y dialécticos, ofrece una enumeración de todos los procedimientos que permiten convencer sin
preocuparse del valor de verdad del discurso. También realiza un detallado estudio de los predicables.
. Finalmente, las Refutaciones sofísticas es un tratado dirigido contra los sofistas, en el que se ocupa de los
pseudosilogismos o razonamientos viciosos.
Los tratados lógicos de Aristóteles fueron largamente comentados durante la Edad Media y utilizados hasta
el advenimiento de la lógica moderna.
3. Física: la naturaleza y su movimiento
a. La física aristotélica
La física aristotélica parte de una serie de presupuestos básicos que adopta de la tradición filosófica anterior:
Acepta el postulado fundamental de la física milesia que afirma la imposibilidad de que algo proceda de la
nada o no-ser. En oposición a las tesis de la escuela eléata y amparándose en la propia evidencia sensible,
Aristóteles afirma la realidad del movimiento y la existencia de una pluralidad de entes físicos o materiales.
En cierto sentido, asimila la teoría heraclítea de los opuestos para explicar el movimiento. Por otra parte, en
la línea de los pluralistas, se inclina por la existencia de un número finito de primeros principios elementales.
Ya hemos comentado que reúne en una única realidad (la substancia) el mundo material y el mundo de las
formas (o ideas) postulados por Platón. Como consecuencia de su crítica a las Ideas platónicas, para el
Estagirita el mundo material no es "puro devenir" sino que tiene consistencia propia gracias a la naturaleza
de las cosas, que es inmutable a pesar de que cambien los individuos. Sólo puede existir ciencia sobre
aquello que es inmutable y necesario pero, como en el mundo físico las especies son inmutables y necesarias
y, por consiguiente, inteligibles, sí que es posible una ciencia de los entes naturales. Finalmente, eleva a la
categoría de "Primer Motor Inmóvil" la inteligencia ordenadora de Anaxágoras y, al igual que Platón,
concibe la naturaleza en términos teleológicos o finalísticos.
Debemos tener en cuenta que en Aristóteles la física significaba tanto una ciencia empírica (semejante a las
ciencias naturales: biología, química, etc.) como lo que propiamente se denomina filosofía de la naturaleza.
De hecho, se trata de dos planos de estudio del mundo natural que permanecerán unidos durante muchos
siglos antes de separarse en disciplinas independientes. Respecto a lo que hoy llamamos física, Aristóteles
sostuvo ciertas doctrinas (de acuerdo con las ideas y ciencia de su tiempo) que más tarde fueron superadas.
Sin embargo, sus desarrollos en el plano de la filosofía de la naturaleza no sólo tuvieron gran importancia
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sino una vigencia real. En síntesis, Aristóteles concibe la física como ciencia cuyo objeto son los seres cuya
naturaleza no es inmutable sino que, por el contrario, implica el hecho de poseer un principio intrínseco e
inmanente de movimiento:
Aristóteles afirmaba que el objeto propio de la Filosofía de la Naturaleza (que él llamaba Física) era el ente
móvil. Los términos "sensible", "corpóreo", "material", "natural" y "móvil" están evidentemente
relacionados, aunque Aristóteles sólo dice que el físico trata de entes que tienen materia y movimiento sin
marcar explícitamente la distinción entre dichos términos. El ente físico tiene una característica fundamental,
que se sigue del hecho de poseer materia: su movilidad o mutabilidad, es decir, la capacidad de sufrir
alteraciones y transformaciones, dejando de ser lo que es, para devenir otra cosa, adquiriendo un nuevo
modo de ser. Esta mutabilidad define a los cuerpos como entes materiales, es decir, señala su modo peculiar
y exclusivo de tener el ser: poseer el esse, pudiendo perderlo, y perdiéndolo de hecho. Así, la Física
aristotélica es una ciencia que trata del ente capaz de moverse. Este ente capaz de moverse es aquél que está
inmerso en la materia sensible y su estudio implica referirse a estas sustancias sin separarlas de dicha
materia, puesto que el principio de su movimiento, lo que le hace móvil por naturaleza, es su inmersión en la
materia sensible. Así, la movilidad no es sólo un hecho en la naturaleza, ni siquiera una "cualidad" del ente
sensible, sino el modo de ser esencial de cada ente natural y que tiene su arraigo ontológico en la estructura
material del ente. En definitiva, la Física considera la "movilidad" como verdadera expresión del ser natural,
en tanto que el movimiento es "el acto del ente en potencia en cuanto tal", esto es, el acto propio del ente
natural. Por todo ello, una comprensión adecuada de la física aristotélica, atendiendo a su objeto material y
formal, implica que no pueda ser simplemente definida como el estudio del cuerpo o substancia sensible sino
como estudio del ente móvil en cuanto móvil.
En el primer libro de la Física Aristóteles señala el camino que debe seguirse para el estudio de la realidad
natural y que tiene como punto de partida la aceptación del hecho o dato de experiencia de que existe una
multiplicidad de seres singulares y que están en movimiento. Distinguirá dos tipos de cambio o movimiento:
el sustancial y el accidental. A partir de la experiencia del cambio sustancial inferirá la distinción entre la
materia prima y la forma substancial (es lo que se conoce con el nombre de hilemorfismo o doctrina
hilemórfica); mientras que el análisis de la experiencia del cambio accidental le llevará a distinguir entre la
sustancia y sus accidentes. La aplicación de los conceptos de potencia y acto le permitirá resolver el
problema acerca de la naturaleza del movimiento o devenir. Su posterior profundización acerca de los
principios y leyes del movimiento se expresará en su doctrina acerca de la causalidad. Vamos a analizar
estas cuestiones con mayor detalle.
b. La doctrina hilemórfica
La observación empírica de la naturaleza nos presenta la existencia de las sustancias corpóreas o materiales,
así como la experiencia universal del cambio o devenir. Estos cambios o transformaciones tienen un punto
de partida y un punto de llegada. Los cambios se especifican y reciben su nombre del término final. Según
esto, los cambios se clasifican en: sustanciales (la generación y la corrupción) y accidentales: cualitativo (o
alteración), cuantitativo (aumento o disminución de la cantidad) y local (cambio de lugar).
Lo que define el cambio sustancial es el punto de llegada, llamado por Aristóteles forma, y que es concebida
no en un sentido geométrico, sino como aquello que determina esencial o específicamente a una sustancia y,
por consiguiente, como la realidad o perfección surgida del cambio sustancial. Por otra parte, el cambio
sustancial supone la transformación" o "mutación" (no "substitución") de una sustancia en otra; y tampoco
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debe ser confundido con la "creación" y "aniquilación" (ya que ello implicaría el paso del no-ser al ser o
viceversa, lo cual es imposible ya que nada aparece de la nada o se resuelve en ella). Por consiguiente, para
que el proceso del cambio sustancial sea posible debe existir un substrato que permanezca a lo largo del
mismo y que Aristóteles denomina "materia prima".
Esta tesis aristotélica que afirma la composición esencial del ente corpóreo suele se conoce como doctrina
hilemórfica o hilemorfismo (del griego: hile, materia; morfé, forma). Materia prima y forma substancial son
dos principios (o co-principios) esenciales que determinan el ser del ente corpóreo. Son complementarios e
inseparables, ya que cada uno ejerce su función en unión con el otro. No han de entenderse como "cosas" o
"entes" completos: no son realidades sino principios quo (principios "por los cuales" algo es, pero ellos
mismos no son "algo" en el sentido de entidades substanciales). La materia prima no es alguna cosa
determinada, sino un principio constitutivo de los cuerpos. Por esto no puede existir independientemente de
la forma, ni tampoco puede generarse o destruirse. La materia prima para Aristóteles es eterna. Así mismo,
esta materia no es una cualidad, o una cantidad, ni ninguna determinación de las cosas; por el contrario, es el
principio más radicalmente indeterminado de los seres corporales y el que recibe de la forma la
determinación para ser una sustancia u otra. Por la misma razón, la materia prima no se conoce por sí misma,
sino por la forma, que es el principio de las determinaciones del compuesto. La forma, pues, es el principio
esencial que determina al compuesto para ser una cosa u otra; por consiguiente, conocer la forma es conocer
la esencia de cualquier realidad determinada. La forma sustancial tampoco es ella sola una cosa, sino un
principio que, junto con la materia, constituye la sustancia completa. Es el principio de las determinaciones
sustanciales de los seres y de la cognoscibilidad de los mismos.
La materia y la forma se unen como la potencia y el acto. Su mutua unión no es una simple yuxtaposición
por contacto o por virtud de una tercera fuerza que los mantuviera juntos, pues ese tipo de unidad cabe sólo
entre entes completos, o entre las partes cuantitativas de una substancia. La unidad existente entre la forma y
la materia se entiende a la luz de la doctrina del acto y la potencia: la materia es potencia de la forma, sujeto
receptivo del acto formal, y a su vez, la forma es acto de la materia, perfeccionamiento o determinación
esencial de la materia. Se unen inmediatamente y por sí mismos, en cuanto cada uno de ellos es en el otro.
Con una comparación analógica, no cabe preguntarse cómo se une la forma de una estatua al mármol del que
está hecha, pues simplemente la forma está en el mármol como su acto (acto accidental en este caso), y el
mármol está en la forma de la estatua como su materia potencial. La realidad completa y subsistente es la
síntesis de estos coprincipios,: la substancia es el compuesto (en griego, sinolon) de materia y forma, que en
la comparación anterior corresponde a la estatua entera.
En síntesis, la esencia de las substancias compuestas o materiales está constituida por dos principios
intrínsecos que son la materia y la forma: La materia, se caracteriza por ser lo indeterminado, lo común a
todas las substancias, lo que permanece en los cambios substanciales, potencia pura, sujeto de la forma,
totalmente imperfecta, lo menos inteligible, aquello de lo que se abstraen las formas y principio de
individuación. La forma, por el contrario, es lo determinante, lo propio de cada especie, lo que cambia en el
movimiento substancial, acto, sustentada y recibida por la materia, lo que da todas las propiedades del ente,
es inteligible, lo que se abstrae y el principio de especificación.
c. Substancia y accidentes
Además del cambio sustancial, Aristóteles constata que los seres de la naturaleza son susceptibles de
cambios accidentales, como los cambios cualitativos o de alteración, cuantitativos o de aumento y
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disminución, y locales. Esta clase de cambios suponen una sustancia permanente capaz de modificarse
accidentalmente. El hilemorfismo explica también estas clases de cambios por la materia y la forma. Pero
ahora no se trata de la materia prima y forma sustancial, sino de las llamadas "materia segunda" y "forma
accidental". La materia segunda ya es un ente, es decir, es una sustancia con todas las determinaciones
provenientes de la forma sustancial, pero que aún es capaz de sufrir múltiples modificaciones accidentales.
Por tanto, si bien la substancia es un ente en acto también está en potencia de recibir formas accidentales. En
este sentido Aristóteles denomina a la sustancia como "materia segunda", pues supone ya la "actualización"
de la materia primera.
Así pues, la observación de los cambios en las cosas manifiesta la distinción de substancia y accidentes.
Podríamos decir que el fenómeno del cambio es uno de los caminos más claros para diferenciar estos dos
aspectos de las cosas sensibles. Los entes materiales sufren ciertas modificaciones, como el traslado de
lugar, la mutación de color, el aumento de peso, etc.; sin embargo, no por esto la cosa se convierte en otra
realidad distinta, sino que la cosa se conserva en su substancia, pero cambia en cuanto a ciertas
determinaciones, que son sus accidentes. Además, se advierte fácilmente que la substancia no es
simplemente una "suma" o colección de accidentes, sino una realidad profunda que los mantiene
armónicamente unidos, constituyendo con ellos un único ente individual.. Como entes, tanto la substancia
como el accidente, están constituidos por los principios entitativos de la esencia y el ser. La diferencia
estriba en que, mientras que la substancia posee un ser propio, el accidente, por su parte, no posee un ser
propio, sino que su ser es el de la substancia a la que pertenece. Por tener un ser propio, la substancia
"subsiste": existe "por sí misma y en sí misma", es decir, de un modo autónomo e independiente. En cambio,
el accidente no goza de subsistencia, sino que debe existir en otro y por otro; es decir, es "inherente" a otra
realidad (la substancia) que es la que posee propiamente el ser.
d. El cambio o movimiento
Aristóteles se enfrentó de nuevo con el viejo problema presocrático del movimiento, y consideró que
cambiar era pasar de un estado o modo de ser a otro. Resolvió el problema del movimiento al definirlo como
paso del ente en potencia al ente en acto, contradiciendo así el planteamiento parmenídeo que lo consideraba
como el paso contradictorio del no-ser al ser (o viceversa). Entre el ser actualmente y la pura nada,
Aristóteles descubre el ser en potencia. Ser en potencia no es el ser ya perfectamente realizado, pero es algo
distinto de la pura nada. Una semilla no es todavía un árbol en acto, pero lo es en potencia, pues puede llegar
a serlo. Sin embargo, la pura nada, el no ente, nunca llegará a ser un árbol. La materia que está en potencia
para ser algo, lo llega a ser actualmente cuando recibe la forma, que, por ser el elemento actualizante del
ente, se denomina acto. Así, pues, para Aristóteles todo lo que cambia lo hace en virtud de estar constituido
de acto y potencia.
El ente en potencia es anterior al movimiento, y el ente en acto, posterior. Por consiguiente, el movimiento
es exactamente el tránsito de uno al otro; por eso Aristóteles lo define como el acto del ente en potencia en
cuanto está en potencia. Esta definición se refiere exclusivamente al movimiento en sentido estricto, es decir,
al cambio sucesivo y continuo (y no a los tránsitos instantáneos de un término a otro); y expresa de forma
muy precisa la realidad del movimiento en función del binomio acto-potencia:
Ordinariamente llamamos acto a las acciones u operaciones que ejecuta un agente (acto de enseñar, acto de
correr). Pero, en filosofía, también se designa como "acto" cualquier perfección de un sujeto (como el color
de una hoja, la forma de una estatua, la esencia del hombre, o el ser de los entes). Cuando esa perfección no
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está presente, decimos que el sujeto está privado de ella. Acto, por tanto, no es una entidad subsistente, sino
una determinación o modo de ser que afecta a un ente: en lo creado no hay propiamente actos, sino "entes en
acto", o "entes que tienen actos".
En el lenguaje corriente, la potencia (en griego, dinamis) indica poder, capacidad de actuar o de realizar
operaciones. En filosofía, en cambio, se entiende por potencia la capacidad real de recibir un acto. La
potencia, por tanto, incide siempre en un sujeto (no es tampoco una entidad subsistente), sujeto al que
precisamente llamamos potencial. La potencia supone que el sujeto carece de un acto (privación), y que a la
vez puede adquirirlo: su situación es, pues, completamente diferente de la simple privación o ausencia de
acto. Así, un niño es potencialmente un hombre maduro, y en cambio un gato no lo es. Como es obvio, un
sujeto en potencia respecto a un acto determinado, es en acto respecto a muchas otras perfecciones que ya
tiene (un estudiante puede saber Historia actualmente, y sólo potencialmente saber Geometría). Además, la
potencia siempre se concibe con relación a algún acto. La potencia también es un modo de ser, pero derivado
o deficiente: ser arquitecto en potencia indudablemente es un modo real de ser, completamente distinto de la
carencia de esa potencialidad; sin embargo, es arquitecto plenamente sólo el arquitecto actual.
La definición del movimiento como "acto del ente en potencia en cuanto está en potencia", señala que el
movimiento es un tipo de "acto" peculiar, intermedio entre la potencia y el acto propiamente dicho. En el
mundo hay cosas que están en acto (una casa construida), y otras que están en potencia (el conjunto de
ladrillos que son una casa en potencia), pero existe un tipo de realidad intermedia, que "procede" de la
potencia al acto, sin ser ninguna de las dos (la casa en construcción): ésta es la realidad fluyente del
movimiento. El móvil está a la vez en acto respecto a la potencia parcialmente actualizada, y todavía en
potencia respecto del término final o punto de llegada al que se ordena, que es el acto perfecto. El
movimiento es como una mezcla de potencia y acto, o acto en flujo.
En síntesis, se mueve lo que se encuentra en un estado intermedio entre la pura potencia y el acto, o lo que
está parcialmente en potencia y parcialmente en acto. El movimiento no se opone al ser de modo absoluto: el
movimiento es un modo de ser, un "ser" disminuido que se ordena al ser estable. En la realidad podemos
descubrir un determinado número de categorías o modos genéricos de ser: substancia, cantidad, cualidad,
relación, tiempo, lugar, etc. Estas realidades admiten dos modalidades fundamentales: ser en potencia o ser
en acto (una substancia o una cualidad pueden ser potenciales o actuales). Y además, para algunas cabe un
tercer modo, intermedio entre la potencia y el acto: ser en devenir, movimiento. En definitiva, la solución
aristotélica reconcilia el ser con el devenir, al hacer intervenir la noción de potencia, desconocida para los
filósofos del puro flujo o del ser estático. El mundo físico está siempre cambiando debido a sus múltiples
potencialidades, pero al mismo tiempo es consistente y tiene la estabilidad del ser, lo cual hace posible
conocerlo en sus aspectos universales y necesarios.
e. La causalidad
Aristóteles completará su análisis de la naturaleza del movimiento con el estudio de sus principios y leyes.
En este sentido, no debemos olvidar sus aportaciones relativas a la causalidad. La doctrina aristotélica de las
causas se encuentra dispersa en sus diversos tratados: Aparece la noción de "causa" en los Segundos
Analíticos, al definir la ciencia como conocimiento por causas; pero es en el libro segundo de la Física y en
la Metafísica donde encontramos sus análisis más completos y profundos.
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El principio de causalidad es un punto firme del pensamiento aristotélico: todo lo que sucede tiene una causa
que explica su origen, su fin y modo peculiar o particular de producirse. La noción de causa es la respuesta a
la pregunta del "¿Por qué?". Esta pregunta acerca del "¿por qué?" es la más natural al hombre, surge
necesariamente de la naturaleza especulativa humana. Además, tal y como ya hemos comentado
anteriormente, la ciencia en sentido estricto es conocimiento por causas. A nivel ontológico, no ya
epistemológico, podemos definir la causa como aquello que es determinante del ser de una cosa, es decir,
como aquello real de lo que depende algo en su ser o en su hacerse. Así, después del estudio de la estructura
del ente móvil o corpóreo, es preciso afrontar la causalidad: una visión de las cosas, no ya en cuanto son en
sí mismas, sino en cuanto influyen en el ser de otras. En el seno de la Naturaleza existen múltiples relaciones
entre los entes, y las relaciones de causalidad constituyen buena parte de ellas.
Aristóteles distinguió cuatro tipos de causas: material (aquello de lo que y en lo que algo se hace), formal
(aquello que determina que una cosa sea lo que es, es decir, lo que determina su modo de ser), eficiente
(aquello que produce el cambio en una cosa), final (aquello en virtud de lo cual algo se hace). Brevemente
podemos señalar que la causa eficiente es la única que propiamente actúa, y lo hace determinando la causa
material por la causa formal. Las causas material y formal no actúan: se causan recíprocamente. Es la causa
eficiente la que actúa, y lo hace determinando la causa material con una determinada causa formal. La causa
material es ejercitada sobre la formal recibiendo a ésta última, y la causalidad formal se ejerce sobre la causa
material determinando a ésta. Pero esta causalidad recíproca sólo tiene lugar cuando la causa eficiente actúa
sobre ambas. Y la causa eficiente actúa en función de la causa final. La causa final motiva a la causa
eficiente para actuar. Ésta es la causa de todas las causas. Es llamada "final" o última en el sentido de que es
la última que es alcanzada. Pero, por otro lado, es la primera, porque pone en movimiento todo el proceso de
la causalidad: es primera en intención. Del papel preponderante del fin y de la dependencia de las demás
causas con respecto a él, se comprueba que existe una relación íntima entre las cuatro causas: el fin mueve al
agente, el agente educe la forma, y la forma organiza la materia. Por consiguiente, las cuatro causas no
deben concebirse como yuxtapuestas, sino produciendo su causalidad según un orden determinado.
El estudio de la causalidad en sus cuatro aspectos -causa material, formal, eficiente y final- aporta una visión
del orden de la Naturaleza y de su unidad interna, que se completará con el conocimiento metafísico de la
Causa última del universo y de su relación con las causas segundas.
f. El Universo
Por último, abordaremos la concepción aristotélica del universo: Para Aristóteles el universo constituye un
mundo ordenado (cosmos), eterno en el tiempo (no ha tenido un principio temporal), finito, simétrico y
esférico. Está constituido por dos mundos distintos: el sublunar o de los cuatro elementos y el supralunar o
de las esferas celestes. El movimiento es común a todas las sustancias del universo, aunque de modo diverso:
las sustancias de este mundo sublunar tienen movimiento local y de generación y corrupción; las celestes,
increadas, tienen movimiento circular, continuo y eterno.
El mundo sublunar (de la luna a la tierra): está formado por la tierra, de forma esférica y que se halla en
reposo en el centro (geocentrismo). A su alrededor se superponen la esfera del agua, del aire y del fuego.
Estos cuatro elementos (tomados de la física de su tiempo y ya señalados por Empédocles) constituyen la
base material de los cuerpos sujetos a nacimiento y corrupción. Los elementos tierra y agua tienden por
naturaleza hacia el centro; en cambio, el aire y el fuego tienden a apartarse de él.
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El mundo supralunar contiene los astros, cuya naturaleza es incorruptible y tienen un movimiento circular.
Están compuestos de un quinto elemento, distinto y superior, denominado "éter" que, al contacto con el aire,
produce cierta incandescencia. El mundo celeste o supralunar está formado por esferas concéntricas en
continuo movimiento, en un orden armonioso. En el centro está la Tierra que se halla circundada por 56
esferas concéntricas que giran uniformemente alrededor del propio eje. Este número fue calculado con
arreglo a las concepciones astronómicas de su tiempo: de Platón, Eudoxo y, sobre todo, de Calipo. La
primera de todas las esferas, la más externa, es la denominada "esfera de las estrellas fijas" que es animada
directamente por el Primer Motor que mueve a modo de causa final.
Ciertamente, se ha recriminado a Aristóteles su concepción geocéntrica e ingenua del universo, que también
fue la del medievo y constituyó un obstáculo en la moderna visión del cosmos. No obstante, sería injusto
olvidar que su interés por la ciencia experimental (y en concreto por la biología) le llevó a realizar
investigaciones directas y metódicas cuyos datos recogió y clasificó. Dichos estudios e investigaciones
(referidos a la zoología, botánica, anatomía...), al margen de su importancia científica para la ciencia
posterior, ponen de manifiesto su asombrosa capacidad de sistematización.
4. Metafísica: la analogía del ente
a. El objeto de la metafísica
Aristóteles concibe la metafísica como la más elevada de las ciencias especulativas. Sin embargo, debemos
aclarar que el término "metafísica", con el que se designan los catorce libros de Aristóteles que versan sobre
esta ciencia, no es propiamente aristotélico sino que el Estagirita utilizaba, en la mayoría de las ocasiones, la
expresión "filosofía primera" (en oposición a las "filosofías segundas" o ciencias particulares). Parece ser
que el término fue acuñado por Andrónico de Rodas (s. I a.C) con motivo de la edición de las obras de
Aristóteles. No obstante, el nombre de Metafísica responde muy adecuadamente al contenido de esta
disciplina cuyo objeto son las realidades que están "más allá" de las cosas físicas o sensibles, es decir, las
realidades inmateriales o al menos no captables por los sentidos (sólo inteligibles), y que en sí mismas no
dependen de nada sensible. Así, bajo el título de Metafísica se conservan hoy catorce pequeños libros. Estos
constituyen la primera obra en la que de un modo profundo, aunque no muy ordenado, se exponen los
problemas que tradicionalmente han venido constituyendo la ciencia metafísica.
En los textos aristotélicos encontramos diversas caracterizaciones o definiciones de dicha ciencia. Así, la
metafísica aparece como la ciencia que busca las primeras causas y los principios supremos de la realidad;
como "ciencia del ente en cuanto ente"; de la sustancia; o como ciencia que versa sobre Dios y las sustancias
suprasensibles. Estos cuatro objetos distintos que Aristóteles asigna a su metafísica han suscitado no pocos
problemas y numerosas interpretaciones. Sin embargo, se puede percibir la unidad en la complementariedad
de los mismos:
Aristóteles concibe la metafísica como una ciencia que no investiga ya regiones particulares del ser, sino que
va al mismo ser en general o ser que se encuentra en todas las cosas; es decir, como una ciencia cuyo objeto
es el ser como tal, en cuanto ser. ("Hay una ciencia que considera al ser en cuanto tal y todo lo que
esencialmente le conviene" , Metafísica, 1003a 21). Por consiguiente, su "filosofía primera" o metafísica, en
cuanto considera al ser en cuanto ser, es una ontología o ciencia del ser; y, en cuanto el ser está presente en
toda realidad como su principio, es al mismo tiempo una ciencia que pretende alcanzar el conocimiento de
"los principios y las causas primeras". Por ocuparse de las primeras y verdaderas causas, puede ser
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considerada igualmente ciencia de lo divino, ciencia teológica. La teología y la ontología no están separadas,
ni constituyen en Aristóteles dos ciencias independientes, sino que la teología es el complemento y
coronación de la ontología en el sentido de que responde a la cuestión sobre el fundamento último y
suficiente del ser.
b. La analogía del ser y sus relaciones
Ya se ha comentado que Aristóteles rechaza la teoría platónica de las Ideas separadas de los entes de este
mundo. Lo verdaderamente existente no son los "reflejos" de las Ideas, sino los entes individuales, captados
por la inteligencia y en los que reside el aspecto universal. El ser es lo opuesto a la nada, uno y múltiple al
mismo tiempo. Ahora bien, según Aristóteles, "el ente (o ser) se dice de muchas maneras". Es decir, frente a
la concepción unívoca del ser postulada por Parménides, Aristóteles introduce la noción del ente como
"análogo". Así, distingue tres maneras de expresar el ser: de forma unívoca (cuando nos referimos a una sola
significación: como, por ejemplo, "hombre"), de forma equívoca (cuando con un único término expresamos
conceptos distintos: "banco"), y de forma análoga (como cuando decimos, por ejemplo, "sano"). Término
"análogo" es aquel que aplicamos a distintos objetos en un sentido que, si bien no es unívoco, tampoco es
equívoco ya que existe entre las significaciones una cierta relación o proporcionalidad. En este sentido,
estamos aplicando análogamente el término "sano" al referirlo a un hombre, a un clima, a un alimento. Del
mismo modo, el concepto de ser es análogo. El término "ente" se dice comúnmente de todas las cosas, no en
un mismo sentido (univocidad) pero tampoco en sentidos completamente diversos (equivocidad), sino en un
cierto sentido o posición intermedia entre la univocidad y la equivocidad, que supone "algo en común" y que
es lo que corresponde a la "analogía". Concretamente, Aristóteles distingue diez modos de ser que denomina
"categorías" o "predicamentos". Estos diez géneros supremos o modos de clasificar la realidad son la
sustancia y los nueve accidentes (cantidad, cualidad, relación, acción, pasión, tiempo, lugar, hábito o
posesión, situación o estado). Sólo la sustancia es en sí misma, mientras que los accidentes son "afecciones"
de la sustancia en cuanto que sólo subsisten o son en la substancia.
Otro modo fundamental de ser es para Aristóteles el ser en acto y ser en potencia, que puede afectar a
cualquiera de las categorías o predicamentos. Así, por ejemplo, se puede ser "blanco" en acto o en potencia.
No obstante, recordemos que Aristóteles también introduce un nuevo modo de ser como paso o transición
entre la potencia y el acto: el ser "en movimiento" o "en devenir". Ahora bien, con estas dos nociones
(potencia-acto) sabemos cómo suceden los cambios o movimientos, pero no sabemos por qué. Esto lo
conocemos mediante las razones o causas del cambio, que Aristóteles concreta en cuatro: causa material,
causa formal, causa eficiente y causa final (o teleológica). Esta última es de gran importancia para el
Estagirita, ya que está convencido de que todo existe para cumplir un fin, pues todo, por su propia
inmanencia, busca su intrínseca perfección.
Su doctrina acerca de la causalidad y el hilemorfismo, si bien son cuestiones que también son abordadas en
sus tratados físicos, constituyen pilares sobre los que se fundamenta su metafísica. A continuación vamos a
tratar de ofrecer una visión sintética de las interrelaciones propias de su metafísica:
En la formación de las substancias corpóreas o materiales (un hombre, un caballo, una planta, etc.) la causa
material es la materia prima, porque antes de ser algo (hombre, caballo, planta, etc.) esa materia no tiene
actualidad alguna, es pura potencia de ser. En cambio, si partimos de algo que ya es, la causa material es
materia segunda, es decir, un sujeto que ya es. Por ejemplo, la causa material de la fabricación de un zapato
no es la materia prima, sino esa materia segunda, concreta, que es la piel. La causa formal es la forma, acto o
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perfección por lo que algo es lo que es (hombre, caballo, planta) o se hace. En cualquier sujeto existe una
forma (o acto) substancial, por la que es lo que es, y formas accidentales que le hacen ser alto, bueno,
habilidoso en esto o en aquello, etc. La forma substancial hace sencillamente ser; la accidental hace ser de
esa o de otra manera. El binomio de principios metafísicos (potencia y acto) vuelve a aparecer aquí. Si
materia y forma se corresponden y se relacionan como potencia y acto, en esa misma relación están la causa
material y la causa formal. Y como la potencia depende del acto, también la causa material está subordinada
a la forma (a la causa formal).
Por otra parte, la causalidad intrínseca de las criaturas corpóreas exige la intervención de un agente exterior.
Tratándose de dos principios distintos y separables, la materia y la forma no pueden dar lugar por sí solas a
la constitución de un ente, sino que requieren una causa que los componga. Por otra parte, es de experiencia
que los entes corpóreos se mueven hacia la posesión de nuevas formas, específicas o accidentales, sólo en
virtud de un principio extrínseco en acto, cuya función precisa es la de conducir la materia a la adquisición
de una nueva forma. Bajo este punto de vista, hay que señalar una prioridad de naturaleza de la causa
eficiente con respecto a la materia y a la forma: éstas no podrían ejercer su influjo causal sin el previo
ejercicio de la causa eficiente. El estudio de la materia y la forma, pues, no se agota en sí mismo, sino que
remite de modo natural a la consideración de la causa eficiente. La causa eficiente o agente es el principio
del que fluye primariamente cualquier acción que hace que algo sea, o que sea de algún modo. En el caso de
los entes corpóreos, la causa eficiente siempre obra transmutando una materia, de la que educe una nueva
forma. Por eso se le puede llamar también causa motriz, causa movens. La causa eficiente es siempre causa
ejemplar, ya que nadie puede dar a otro la perfección que él no tiene; comunicar actualidad al efecto, por
tanto, sólo conviene al ente en acto y en la medida en que está en acto (todo agente obra en cuanto está en
acto). En este sentido, el principio por el que un ente actúa, produciendo un efecto, es su forma, no su
materia, ya que es por la forma por lo que es en acto
Ahora bien, la causa eficiente actúa en función de la causa final. La causa final motiva a la causa eficiente
para actuar: la causa final es aquello en vista de lo cual algo se hace, es decir, aquello por lo que el agente se
determina a obrar, la meta a la que tiende con sus operaciones. La causa final tiene razón de bien y causa por
modo de atracción. Nada ocurre, nada cambia ni se mueve en la naturaleza sin un fin, sin una dirección.
Todo actúa conforme a su naturaleza, una naturaleza que es determinada por un fin, como lo es por ejemplo,
la conservación de la especie. Esto es obvio en el caso de los entes inteligentes, que siempre actúan movidos
por un propósito. Este "actuar por un propósito" es precisamente la marca de la inteligencia. Los entes que
no son inteligentes también actúan por un propósito, pero no son conscientes de él. Así, mientras que los
agentes inteligentes se dirigen a un fin con libertad, los no inteligentes carecen de libertad y se dirigen a su
fin por necesidad. Pero, en ambos casos, hay dirección hacia un fin. Los agentes carentes de inteligencia son
dirigidos por la naturaleza; los inteligentes, en cambio, se dirigen a sí mismos porque conocen y reconocen
el fin como tal, y escogen así los medios apropiados. Este hecho de que todas las cosas tiendan a un fin es lo
que nos proporciona la impresión de que el universo está en orden. De ahí que se denomine cosmos (y no
caos) a este universo ordenado.
c. La teología
Finalmente, la ciencia metafísica de Aristóteles culmina en la teología, la cual se ocupa del ser que existe per
se, o sea, el ente en su sentido más pleno, la forma pura sin materia. Ya hemos comentado que, por ocuparse
del ente en cuanto ente e intentar ofrecer una explicación última de la realidad, resulta comprensible que la
metafísica aristotélica incluya entre sus objetos a Dios, principio causal de los entes. Como no es posible
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admitir una cadena infinita de seres que se mueven moviendo a otros, es preciso llegar a un Primer Motor
Inmóvil que mueve como causa final. Si en la Física Aristóteles concluye la existencia de un Primer Motor
inmóvil y eterno a partir del hecho del movimiento; en la Metafísica parte de la sustancia y demuestra que
los entes en potencia requieren como fundamento un Acto Puro, al que llama Dios. Dios es la suprema
realidad, forma sin materia, acto puro. El acto es metafísicamente anterior a la potencia y, en último término,
el movimiento exige un motor que no tenga nada en potencia y que sea, por lo tanto, Acto puro. Además,
para Aristóteles, la vida de Dios es la más perfecta y consiste en la contemplación o vida intelectual. Su
objeto es lo mejor, o sea, El mismo. Por consiguiente, la inteligencia divina se entiende a sí misma como su
objeto y, en ese sentido, el Dios aristotélico es concebido esencialmente como "pensamiento que se piensa a
sí mismo". En síntesis, todo ser se siente atraído por la causalidad final última del Primer motor inmóvil,
plena actualidad, puro ser inmaterial y Pensamiento autosubsistente. Recordemos que Aristóteles concibe el
universo como eterno y, en ese sentido, no interpreta que Dios sea Creador. De hecho, la concepción de Dios
como creador no aparecerá hasta el cristianismo.
5. La psicología aristotélica: el alma humana
a. El principio vital
El pensamiento último y maduro de Aristóteles sobre el alma se encuentra en su tratado Acerca del alma.
Parte del hecho de que en la naturaleza todos los seres son compuestos, es decir, siempre podemos distinguir
una multiplicidad de elementos materiales integrados en una composición, y la forma o estructura que
unifica e integra estos elementos en la unidad de un organismo vivo o de un objeto fabricado por el hombre.
La diferencia consiste en que en el caso de los seres naturales el principio de información es intrínseco,
mientras que en el caso de los objetos fabricados por los hombres, el principio de información es extrínseco.
Todos los entes naturales son móviles y los diferentes tipos de movimiento darán lugar, según Aristóteles, a
la distinción de dos grandes órdenes de seres: los seres inanimados y los seres vivos. Estos últimos, los seres
vivos, no se mueven como los primeros por impulsos externos, sino que se mueven a sí mismos en orden a
su propio bien natural. Esta distinción aristotélica entre seres vivos e inanimados, caracterizada por el
carácter intrínseco o extrínseco de su movimiento, responde a su concepción de la vida. Para Aristóteles, la
vida es, fundamentalmente, automovimiento; es decir, capacidad de moverse y obrar, en diversos grados, por
sí mismo. Todos los seres vivos se presentan a Aristóteles como poseedores de alma (psyché), con lo cual se
distinguen de los seres inanimados o inorgánicos.
El alma es, por tanto, principio de vida, y la vida no es otra cosa que el modo de existir propio de los seres
que tienen dentro de sí el principio de su movimiento. Para explicar qué es el alma, Aristóteles recurre a su
concepción hilemórfica de la realidad: todos los seres están compuestos de materia y forma; la materia es
potencia, mientras que la forma es acto. Los seres vivos, lo mismo que los inertes, se componen de materia y
forma. Esta forma en virtud de la cual el viviente se mueve, se llama alma. El alma es el principio de la vida;
por consiguiente todos los seres vivientes tienen alma. Los seres vivos tienen vida no en tanto que cuerpos,
ya que su corporalidad es como el sustrato material y potencial del que el alma es la forma y acto. Para
Aristóteles, el alma es algo intrínsecamente unido al cuerpo, siendo su principio formal: no se trata de una
sustancia, sino de una forma o acto del cuerpo. El alma es el acto de un cuerpo potencialmente vivo e
inseparable de él. Alma y cuerpo no son dos realidades distintas, sino que unidas forman una sola sustancia:
la del ser vivo, que posee un carácter unitario.
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De ahí que en Acerca del alma, defina el alma como "la entelequia primera de un cuerpo naturalmente
organizado" (442 b 5-6). "Entelequia" significa para Aristóteles tanto como lo acabado, lo completo, lo que
ha alcanzado su meta y fin. Y esto ocurre cuando se da una realidad
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