Las grandes ciudades Dentro de las grandes sociedades unió puede encontrarse y desencontrarse tan fácilmente como un niño en una dulcería prueba tan diversos sabores y colores de dulces, hasta perder la capacidad de distinguir entre un sabor y otro. Tan basto es el universo que encierra cada ciudad, como infinito es el pensamiento humano, pero de la misma manera se puede este aislar en sí mismo, tal vez hasta más que la grandeza de las ciudades. Siendo cada uno parte de un todo llamado ciudad, se debería tener por sentado que hay interacción entre todos esos individuos que lo conforman, pero ¿realmente nos lo permite la ciudad? Es que estamos tan habituados al ritmo caótico de las metrópolis, que sencillamente está por demás dedicar algunos segundos al otro, ese otro que nos construye y deconstruye y más importante aún, que sin el nosotros no seríamos ni la sombra de lo que somos ahora, porque simplemente no tendríamos noción de nuestra propia existencia. Siendo tantos la comunicación debería fluir de mejor manera, pero esto no sucede dado que se tiene que vivir más aprisa, ya no hay tiempo para escuchar al otro, porque el otro ya no sólo es la otredad, sino también nuestro enemigo, pues tenemos implantada la idea de es el o yo, es decir, estamos en constante lucha por tener lo que el otro tiene, viéndonos constantemente como enemigos, ideal del sistema capitalista para poder controlarnos de manera mucho más eficaz, pues como dijo Tzun Zu en su libro “el arte de la guerra” divide y vencerás. Pero ¿por qué se da esta competencia tan desleal entre congéneres? la respuesta se muestra sencilla y de fácil explicación; los protectores de la política económica actual, es decir el capitalismo son los que marcan las reglas del juego (y que quede clero, sólo porque se los permitimos) los llamados burgueses por Marx, son los que hacen pensar al trabajador, a la mal llamada masa, que necesita competir con el otro por la sencilla razón, de que el otro puede quitarle lo que posee así sin más, simplemente tomarlo si se descuida. Pero también es porque esta implantada en la mente la idea de lo superfluo, de lo efímero, pues lo que tiene hoy por seguro (trabajo, salario, casa etc.) mañana es probable que ya no lo sea pues sabe que no depende de su voluntad que eso siga como hasta ahora, pues algún error que cometa, puede ser suficiente excusa para votarlo a la selva asfáltica de la cual, muy bondadosamente ha sido rescatado por la burguesía y ala cual teme bastante pues sabe que una vez ahí, será muy difícil salir airoso de nueva cuenta. La casa, la habitación; el traspatio del éxito En postales y documentales, siempre es grato ver lo más representativo de cada ciudad, lo que la hace magnificente ante el mundo y sus congéneres, dándonos una razón más para estar ahí y no perdernos esa grandiosa oportunidad de conocer algo que nuestros sentidos nunca han experimentado, pero lo cierto es, que desvergonzadamente se esconde el origen de esa gran grandeza, de todo ese esplendor; todo ellos apareció y tubo su razón de ser a partir del pequeño traspatio escondido, como sabemos, a la vista de los demás incluso de nuestras visitas. En el traspatio colocamos todo aquello que no queremos que los demás vean, todo lo que pensamos poner en el desván si somos ingleses y si somos latinoamericanos pues en el cuarto de chacharas, lo que creemos que puede sernos útil en algún momento muy remoto, única y exclusiva razón para darles una oportunidad de coexistir con nuestras demás cosas. Es un espacio que no podemos negar que existe, pero no por ello presumimos que lo tenemos. Tal cual son los barrios pobres de todas y cada una de las ciudades del mundo, cada uno escondido del ojo curioso del turista, nacional o extranjero. Como si de una peste se tratase, se les ubica en lugares específicos donde se sabe que el visitante no llegará, amenos que se lo permitamos y claro está eso no pasará. Cómo son el origen de todo, pululan los problemas que, al paso se fueron evitando en las grandes urbes, para terminar sucumbiendo ante sus hermanas que, a diferencia de ellas, ya no cuentan con todos los problemas que como conejillos de indias ellas tuvieron primero, todo para favorecer el adecuado crecimiento de las nuevas generaciones en las urbes. Tal cual lo menciona Elías Canetti, el acto de defecar es algo muy privado, muy nuestro que no estamos dispuestos a compartir con nadie, dado que son los restos de todo aquello que con anterioridad incorporamos a nosotros, son los vestigios de que en algún momento en el pasado, existió un algo que se interpuso en nuestro camino y que tal cual mosca, lo aplastamos de manera insignificante, para demostrar que nada nos significó y que sólo de esa manera tubo entonces una existencia, hasta el momento en que se contrasta su existencia con la nuestra. Del mismo modo son tratadas las pequeñas ciudades en las urbes, como algo que se quiere esconder, que no se quiere que se sepa que de ahí, parte toda la fuerza económica que sostiene a la nación, de la mano de obra barata que vive en condiciones deplorables y que han sido asimiladas por la mancha humana, de tal manera que sólo queda el triste despojo del recuerdo de lo que en verdad fueron, pero que ahora se encuentran ocultas de cualquier mirada que pueda por un leve momento cuestionarse ¿de dónde salió tanta riqueza y creatividad de estas urbes?