EL TEXTO COMO UNIDAD COMUNICATIVA. SU ADECUACIÓN AL CONTEXTO. EL DISCURSO. Tanto la Gramática Tradicional como las distintas corrientes lingüísticas modernas consideraban la oración como la máxima unidad de descripción lingüística. Pero, a mediados de los años 60, van surgiendo una serie de trabajos, entre ellos la Lingüística del Texto, que generan un enfoque distinto del estudio del lenguaje ya que, de una parte, superan las gramáticas basadas en la oración y, de otra, consideran el lenguaje como una actividad humana encaminada a hacer, a conseguir algo, introduciendo de esta forma, en el análisis de la lengua, el componente pragmático. Dentro de las nuevas corrientes también se reparó en que la facultad del lenguaje no se ejerce mediante enunciados de habla aislados y cerrados, sino mediante un discurso o texto en el que enunciados sucesivos se articulan en un todo con una significación global que condiciona su estructura. Por tanto, un análisis que no rebase el marco de la oración no puede dar cuenta de toda una serie de fenómenos lingüísticos interoracionales. Un texto no es una suma de oraciones, sino la gran unidad del lenguaje, entendido comunicativamente, que tiene sus reglas de formación y cumple una finalidad determinada. Esta consideración no es un planteamiento nuevo, ya que sus orígenes se remontan a la retórica clásica, la cual se ocupaba de la descripción normativa del “arte de hablar”, orientado al hablar “bien” o “eficaz” (ars bene dicendi) en oposición al hablar “correcto” (ars recte dicendi) que era objeto de la gramática. Pero este carácter pragmático de la retórica se abandonó a principios del siglo XX y hoy puede considerarse como un precedente histórico de la Lingüística del Texto. Así pues, la Lingüística del Texto surge por la necesidad de aclarar una serie de fenómenos sintácticos que no podían ser explicados si no se tenía en cuenta el contexto verbal. Si bien en sus comienzos se ocupó del análisis de ciertos aspectos lingüísticos que operan en la producción de un texto, pronto surgieron cuestiones como la existencia de un plan textual subyacente (Van Dijk), los mecanismos de cohesión (Dressler y Halliday), los mecanismos de coherencia (Coseriu) y la coincidencia de emisión-recepción (Schmidt). Y así, se llega a la Gramática del Texto que es la disciplina que estudia cómo se forman textos mediante la articulación de distintos enunciados, de una manera similar a como la gramática oracional o Sintaxis estudia cómo se forman oraciones a partir de palabras y sintagmas. A estos primeros esbozos se incorporó el lingüista holandés Teun Van Dijk, cuya primera obra significativa en este sentido fue “Texto y Contexto” donde aparece un estudio bien sistematizado y útil de la lingüística del texto desde presupuestos semánticos, lógicos, pragmáticos y desde la teoría general de la acción. Siguiendo el pensamiento textual de Van Dijk el texto es un lugar de encuentro entre macroestructura, microestructuras y superestructuras. Las macroestructuras son estructuras textuales globales de naturaleza semántica. La macroestructura de un texto es una representación abstracta de la estructura global de su significado. Mientras que la secuencia de oraciones debe cumplir la condición de coherencia lineal, el texto debe también cumplir la condición de la coherencia global. Cada macroestructura debe cumplir las condiciones de conexión y coherencia semánticas en los niveles microestructurales para que un macronivel pueda ser, a su vez, micronivel en otro texto. La macroestructura, también llamada Plan Global del Texto, tien un decisivo papel cognitivo en la elaboración y en la comprensión del texto. Sin macroestructura, al oír una serie de enunciados, nos sería imposible comprenderlos. La existencia de las macroestructuras es lo que nos permite resumir el contenido de un texto: producir otro que guarde relaciones macroestructurales con el original. Mientras que las macroestructuras semánticas explican el significado global de un texto, las superestructuras son estructuras textuales globales que caracterizan el tipo de texto: una estructura narrativa es una superestructura, independientemente del contenido de la narración. Así, si la macroestructura es el contenido del texto, la superestructura es su forma. Las superestructuras son necesarias para adecuar el contenido del texto al contexto comunicativo. Muchos de los postulados de Van Dijk son recogidos y aun superados (gracias a las aportaciones de la Pragmática) por Enrique Bernárdez en su “Introducción a la Lingüística del Texto”. Tanto este estudio como el realizado por Graciela Reyes en “El abecé de la pragmática”, han guiado la elaboración de este tema. La palabra texto ha sido ampliamente utilizada, aunque con un sentido distinto al que se tiene en la Lingüística del texto. Antes de esto se refería, normalmente, a una muestra de buena literatura para ser analizada. En cambio, en la acepción moderna, texto significa cualquier manifestación verbal que se produce en un intercambio comunicativo. No existe ninguna expresión prefijada para que un conjunto de palabras pueda constituir un texto. Los límites dependen de la intención comunicativa del hablante, de lo que él quiera comunicar. Un texto puede estar formado por una sola palabra: “Socorro” o por cientos de miles, como “El Quijote”. Lo realmente significativo, aquello que define que un grupo de palabras sea texto es el hecho de tener un tema. Así, para Bernárdez, texto es la unidad lingüística comunicativa fundamental, producto de la actividad verbal humana, que posee carácter social. Se caracteriza por su cierre semántico y comunicativo y por su coherencia, debida a la intención comunicativa del hablante de crear un texto íntegro y a su estructuración mediante dos conjuntos de reglas: las de nivel textual y las del sistema de la lengua. En este sentido es posible entender el texto como un conjunto estructurado de enunciados que está construido a partir de varios niveles de organización: 1º.- posee una estructura semántica, pues consta de una serie organizada de ideas que el emisor pretende transmitir al receptor; 2º.- posee una estructura sintáctica, en tanto que los enunciados que lo constituyen mantienen entre sí relaciones formales y funcionales de distinto tipo y, 3º.- tiene también una estructura pragmática, en el sentido de que en él están implícitas las relaciones entre los elementos que intervienen en el acto de la comunicación. De orientación claramente pragmática es también el estudio de Beaugrande (1981) sobre el texto. Para este autor, son siete las características básicas de la textualidad. Dos de ellas: coherencia y cohesión, son nociones centradas en el texto propiamente dicho, mientras que las otras cinco: intencionalidad, aceptabilidad, informatividad, situacionalidad e intertextualidad, son nociones centradas en los usuarios de la lengua y en la situación comunicativa. En último término, el rasgo determinante del texto es que constituye un producto lingüístico unitario en el que los distintos elementos se interrelacionan en función del todo o, en palabras de Umberto Eco, el texto es un artificio sintáctico-semántico-pragmático cuya interpretación está prevista en su propio proyecto generativo, el cual viene a denominarse Plan Global del Texto. Pero no toda secuencia de elementos lingüísticos forma necesariamente un texto. Hay una serie de principios que es necesario tener en cuenta para que los discursos que emitimos permitan que la comunicación tenga éxito. Estos principios son también propiedades de los textos y se denominan: adecuación, coherencia y cohesión. Cada una de estas propiedades está relacionada con uno de los diferentes niveles de estructuración del texto. Así, la adecuación es la característica de los textos que están bien construidos desde el punto de vista comunicativo o pragmático; la coherencia es la propiedad semántica, inherente a todo texto, que hace que éste sea percibido como una unidad de sentido y, la cohesión, por fin, es la manifestación sintáctica de la coherencia, esto es, que un texto está bien cohesionado si hay mecanismos lingüísticos que revelan al receptor la relación coherente de sus partes. La adecuación es el resultado de una serie de elecciones que el emisor ha de llevar a cabo teniendo en cuenta las características concretas de los diferentes elementos que intervienen en esa comunicación: quién es el emisor, cuál es su intención comunicativa, quién es el receptor, qué relación hay entre ambos, cuál es el canal que se va a utilizar, qué aspectos de la situación o el contexto condicionan la comunicación, etc. Atendiendo a todo ello, el emisor toma una serie de decisiones sobre las características del texto que va a crear. Entre otras, están las siguientes: 1) función del lenguaje que va a predominar en el texto; 2) elección del canal comunicativo adecuado; 3) variedad idiomática o registro de la lengua que se va a utilizar (según la intención y la situación) y 4) género concreto o tipo de texto. La adecuación implica el conocimiento y el dominio de la diversidad lingüística. La lengua no es uniforme ni homogénea, sino que presenta variaciones según diversos factores como la geografía, el grupo social, la situación comunicativa, etc. Ser adecuado significa saber escoger, de entre las soluciones que ofrece la lengua, la más apropiada para cada situación. En definitiva, la adecuación es la propiedad por la que el texto resulta apropiado para un contexto determinado. Sería inadecuado que un profesor le dijera a un alumno: “Castigado sin postre por no haber contestado bien a esta pregunta”. Es un texto correctamente formulado desde el punto de vista morfosintáctico y semántico, pero no desde el pragmático, ya que no es adecuado al contexto. El contexto es, según Graciela Reyes, el conjunto de conocimientos y creencias compartidas por los interlocutores de un intercambio verbal y que son pertinentes para producir e interpretar sus enunciados.Partiendo de esta idea, los diversos estudios pragmáticos han puesto de manifiesto que no basta con conocer el significado de las palabras u oraciones que forman un mensaje para poder interpretarlo adecuadamente, sino que lo fundamental es entender qué es lo que un emisor quiere decir con tal mensaje. Distinguen así entre: - significado convencional de los elementos lingüísticos, que es el que está descrito en el código, y- significado contextual: que es el que adquieren estos elementos cuando son usados en un determinado acto de comunicación. Este significado es más complejo y depende de la intención del emisor y de las circunstancias en las que se produce la comunicación. Así pues, la interpretación, entendida como operación que lleva a cabo el receptor para reconstruir el significado contextual de un mensaje, se basa en los siguientes principios: 1.- se parte del hecho de que el hablante y el oyente comparten una misma situación comunicativa, esto es, ambos tienen una serie de ideas sobre los elementos que forman parte de la situación. En Pragmática, estas ideas se denominansupuestos. El conjunto de aquellos supuestos que tienen relación con la situación comunicativa constituye la llamadainformación pragmática. Cuando nos comunicamos, lo que pretendemos es transmitir a nuestro interlocutor una idea y modificar con ella su información pragmática. 2.- La inferencia es el proceso de relacionar los enunciados con ideas previas sobre el contexto y, a partir de esa relación, deducir otras ideas diferentes que no se han hecho explícitas en el discurso. El emisor muestra un hecho al receptor para que él mismo deduzca a partir de ese hecho, una determinada idea (inferencia) que es lo que el emisor trataba de transmitir. 3.- La relevancia es el concepto que explica cómo realiza el receptor esas inferencias. Una información es tanto más relevante cuanto mayores sean sus efectos contextuales para el receptor, es decir, cuanto más enriquezca su conocimiento del entorno. 4.- La comunicación es siempre una actividad cooperativa esa actitud cooperativa se da por descontada, de modo que el receptor supone siempre que el emisor quiere comunicarse con él, que además pretende que el contenido de su comunicación sea relevante y que ha construido su mensaje para que el pueda interpretarlo. En resumen, además de descodificar los signos de los mensajes y establecer así su significado convencional, el receptor interpreta el significado contextual y realiza inferencias mediante la aplicación del principio de la relevancia. El contexto se forma con todos los medios lingüísticos y no lingüísticos de una expresión más toda la situación que rodea a las palabras y determina el sentido. Con frecuencia los textos incluyen términos polisémicos que han de distinguirse a través del contexto. También el contexto precisa cuál es la fuerza ilocutiva, la intención de un mensaje. Por tanto, es el contexto el que indica si un enunciado como “Siéntate” puede tomarse como una invitación, un ruego o una orden. El contexto puede clasificarse en dos categorías: verbal y situacional. El contexto verbal está formado por las unidades lingüísticas que preceden y siguen a un enunciado. Algunos lingüistas proponen llamarlo co-texto, para evitar la polisemia. El contexto situacional lo constituyen elementos del entorno físico que son importantes para establecer el significado de un texto. En un enunciado como: “Abre la puerta”, para que éste tenga sentido, es preciso que la puerta esté cerrada y que el hablante lo sepa. El texto y el contexto se relacionan en una situación comunicativa a través de los deícticos, unidades lingüísticas que indican los referentes reales del discurso. Estos deícticos pueden ser de tres tipos: personal, espacial y temporal. El sentido de estas unidades sólo se determina por el contexto situacional. Relacionados con este contexto se sitúan el contexto psicológico, es decir, el conocimiento que sobre cada uno de los interlocutores tiene el hablante y el contexto paralingüístico o conjunto de signos no verbales que intervienen en la comunicación. El contexto sociocultural también podría incluirse en el contexto situacional aunque Graciela Reyes lo considera como un tipo de contexto distinto del verbal y el situacional y en el mismo nivel de importancia. Este contexto está constituido por los condicionamientos sociales y culturales que poseemos los hablantes y que influyen de manera muy clara en nuestro comportamiento comunicativo. Así, no se nos ocurrirá decir que algo no nos gusta si estamos invitados a comer en casa de una persona con la que no tenemos suficiente confianza. En cada momento diremos lo que queremos decir, pero también lo que se espera que digamos, pues nuestra vida está fuertemente condicionada por lo social. A la unión del texto y el contexto se le suele denominar discurso. Ahora bien, así como no existe una única definición de texto, tampoco hay acuerdo sobre el alcance del concepto de discurso. Discurso es un término prácticamente idéntico a texto, y en las escuelas francesas y anglosajonas es el término generalizado. En el uso coloquial, discurso se aplica a una exposición oral, más o menos formal, por ejemplo el discurso político. En una acepción más técnica (en la que se basa otra disciplina pragmática, el Análisis del discurso), discurso es una muestra lingüística, generalmente oral, para analizar, cuyos componentes son los denominados actos de habla. Los actos de habla, en tanto que estructuras del discurso, se conciben como acciones dinámicas del proceso interaccional y son fruto de todos los elementos que participan en el marco de la comunicación. Austin fue quien acuñó la terminología de la teoría de los actos de habla que, posteriormente, ha sido aceptada e incluso ampliada por el resto de los pragmatistas. Según esta teoría, el lenguaje es un instrumento de comunicación que sirve para hacer algo, para obtener un determinado fin. Por consiguiente, el proceso comunicativo es una interacción entre hablantes y también una acción, ya que al hablar pretendemos hacer cosas con las palabras: pedir, mandar, convencer, etc. Searle recoge la teoría de Austin y afirma que existe una correlación en el discurso entre la forma lingüística y el acto de habla, de ahí que las afirmaciones se hagan en modalidad declarativa, las preguntas en modalidad interrogativa, etc. Sin embargo, no siempre se utiliza el lenguaje de forma literal, es decir, conforme a las reglas gramaticales, y la correcta comprensión del mensaje exige interpretar intenciones, puesto que hay indicios de divergencia entre el sentido literal y el que adquiere el enunciado en el contexto. Cuando se da una discrepancia entre lo que se dice y lo que realmente se quiere decir, estamos ante un acto de habla indirecto. Así pues, los actos de habla indirectos son aquellos en los que la intención comunicativa del emisor es distinta de la que en principio se correspondería según la modalidad oracional. La interpretación de estos enunciados, es decir, el reconocimiento de la intención del emisor, se realiza aplicando el principio de relevancia en relación con el contexto. La interpretación más relevante es la que aporta mayores efectos cognoscitivos. En consecuencia, el discurso (al igual que el texto) no sólo es aceptable porque todas las oraciones que lo componen sean correctas desde el punto de vista gramatical, sino también porque es aceptable desde punto de vista semántico y pragmático. Por último, conviene señalar que los textos no son productos espontáneos, sino que se elaboran con los materiales de la tradición en la que se insertan. Rescatando el concepto de superestructura de Van Dijk, al que ya hemos aludido, como la forma en que un texto determinado presenta la información, diremos que a esa forma también se le denomina tipología textual o simplemente, género. Para Van Dijk, las superestructuras fundamentales son la narración y la argumentación. En referencia a las tipologías textuales, la diversidad de los textos queda reducida a dos clases: las tipologías de base conceptual y las de base lingüística. Si tenemos en cuenta criterios contextuales, los textos se clasifican según los ámbitos de uso o espacios sociales en los que se produce el proceso comunicativo: ámbito académico, laboral, personal, etc. Por otro lado, los textos se organizan internamente según determinados esquemas convencionales (narrativos, descriptivos, etc.) Muchos de ellos aparecen combinados ya que, en general, los textos presentan estructuras mixtas, de ahí que más que de textos narrativos o descriptivos haya que hablar de secuencias narrativas, descriptivas, etc. Así pues, un texto es un conjunto de secuencias textuales, aunque siempre existe un tipo dominante que representa el esquema principal. Tal vez sea más sencillo clasificar los textos partiendo del concepto de género, forma discursiva convencional conformada históricamente en una cultura determinada. Desde la Retórica clásica existe un gran número de tipos discursivos estereotipados con una serie de rasgos lingüísticos propios que permiten distinguir un cuento, una carta o un anuncio, entre otros. Cada género está, además, relacionado con el ámbito de uso en el que el texto aparece y representa una acción comunicativa regida por una intención (informar, divertir, persuadir). Sin embargo, no siempre resulta posible establecer a qué género pertenecen algunos textos porque las clasificaciones no son perfectas y existen fronteras imprecisas entre los diversos géneros. Entre las distintas tipologías textuales que se han elaborado, las más difundidas son las de Werlich, Adam y Bronckart. Werlich distingue cinco tipos de textos, caracterizados tanto por factores contextuales como textuales: descriptivos, narrativos, expositivos, argumentativos e instructivos. Adam, basándose en lo anterior, vincula los tipos de textos con grandes tipos de actos de habla como enunciar, convencer, contar y regular la conducta. Al mismo tiempo, indica que los textos no pertenecen a uno u otro tipo, sino que pueden ser mixtos. Bronckart, por último, relaciona los tipos de texto con la situación comunicativa en que se producen y así distingue cuatro tipos: el discurso en situación, el discurso teórico, el relato conversacional y la narración. Para concluir con este tema, conviene que rescatemos la noción de texto que hemos ido perfilando a lo largo del mismo como lugar de encuentro entre un emisor que construye un mensaje con una intención determinada y un receptor que interpreta las elecciones de ese emisor y acepta el mensaje. Visto así, el texto es un mecanismo perezoso que precisa de la cooperación interpretativa del receptor. En definitiva, saber actuar en situación es dominar la competencia comunicativa de tipo pragmático: la capacidad de decir lo apropiado en el momento preciso y de manera correcta. El desarrollo de esa competencia requiere la práctica avezada y continua.