Sobre el alcance de la epojé escéptica y las distintas interpretaciones de la zétesis. Una interpretación alternativa a la discusión Villoro - de Olaso María Soledad Pérez Gamboa * Resumen A partir del análisis del Libro I de las Hipotiposis Pirrónicas (Empírico, 1996, p. 1989) se establece que el alcance de la epojé escéptica se circunscribe al plano de las discusiones filosóficas. A raíz de un análisis cítrico de la noción dogmática de criterio lógico-veritativo se intenta -en este trabajo- mostrar en qué medida la epojé alcanza los postulados realistas metafísicos supuestos en las denominadas filosofías dogmáticas. Luego, se presentan dos posibles interpretaciones respecto de la naturaleza de la zétesis. Una de ellas es la que se desprende de la tesis de Luis Villoro (1993) en la que sostiene que el escepticismo pirrónico acepta de manera implícita la misma concepción del conocimiento que sus rivales. La otra es la de Ezequiel de Olaso (1994) que argumenta en su contra y propone ver a la zétesis como un tipo de investigación que ni explícita ni implícitamente busca llegar a un conocimiento verdadero; de esta manera, entiende que el escepticismo no busca la verdad, si la verdad es entendida tal como la entienden los dogmáticos, sino que es más bien una actividad tendiente a diferenciar el ámbito de lo investigable (juicios acerca de la verdadera naturaleza de las cosas) y el ámbito de lo no investigable (azétetos). Se entiende también que es posible, desde la tesis interpretativa de Olaso, llegar a la conclusión de que el escepticismo pirrónico no acepta la misma concepción del conocimiento que sostienen las filosofías dogmáticas. Luego se expone un interrogante que surge a partir de esta concepción: si aquello que escapa a la epojé por presentarse de manera autoevidente a la percepción no tiene por ello valor cognoscitivo alguno en el marco filosófico antiguo, ¿en qué medida sería posible interpretar la posibilidad de conocimiento en el escepticismo pirrónico? La tesis alternativa de Porchat Pereira (1996) postula la posibilidad de ver en el escepticismo una nueva forma de entender la correspondencia entre los signos y las cosas, despojada de su carácter de necesidad. No existe ya compromiso implícito con un realismo metafísico, por lo que se torna innecesario atribuir al escéptico un presupuesto como el que plantea Villoro. Palabras clave: Filosofía – Antigüedad – Grecia – escépticos – epojé. Sobre el alcance de la epojé escéptica y las distintas interpretaciones de la zetesis. Una interpretación alternativa a la discusión Villoro - de Olaso Dice Brochard en el marco de la conclusión de su obra sobre la escuela escéptica, que el escepticismo es una relación (1945, p. 501); esto es, que a pesar de todos los esfuerzos teóricos que podamos dedicar al estudio de sus argumentos, hay algo que permanece: la sensación de que no puede concebírselos independientemente de los argumentos de sus adversarios. Llevando esta expresión al límite, puede decirse que no es posible hacer referencia a aquella teoría o sistema al que corresponde la palabra “escepticismo”. La escuela Escéptica reconoce como su fundador a Pirrón de Elis, pero desde el tiempo en que éste vivió y profesó con su ejemplo la adiaforía o total indiferencia, hasta el momento en que Sexto Empírico emprende la tarea de recopilar los argumentos escépticos en sus Hipotiposis Pirrónicas (Empírico, 1996) la escuela atravesó diferentes momentos y fue desarrollándose, aunque siempre fiel a sus tesis originarias. Pero, a pesar de todos sus progresos, es una doctrina esencialmente negativa. Incluso a pesar de que en el último período el escepticismo haya presentado también ciertos elementos constructivos, en ningún momento parece haber abandonado su principal actitud: la de mantenerse siempre en discusión respecto de las llamadas filosofías dogmáticas. Representa este último período el mismo Sexto, que se encuentra respecto de sus antecesores en una etapa madura del escepticismo dada en llamar Escepticismo empírico vinculado a la secta médica, abiertamente fenomenista y enemigo declarado de la dialéctica, aunque se sirva y hasta abuse de ella para debilitar las tesis de sus rivales (Brochard, 1945, p. 49-67). Desde sus orígenes, esta escuela marcó una diferencia respecto de las filosofías de la época, promoviendo la suspensión del juicio, actitud innovadora para su tiempo- que le valió muchas críticas; especialmente porque parecía hacer caso omiso de la principal preocupación de la filosofía de la época: definir el soberano Bien en el plano teórico y, en lo que concierne a la vida práctica, delinear las reglas del buen vivir para alcanzar la felicidad1. Para esto era indispensable una teoría de la acción que proporcionara criterios para diferenciar las buenas acciones de aquellas nocivas para el hombre y para el bien común. ¿Y qué implicaba esto sino sostener juicios acerca de la naturaleza de las cosas, tener por ciertos estos juicios y a partir de ellos actuar pretendiendo así alcanzar la felicidad? En semejante contexto, la suspensión del juicio era interpretada como equivalente a la inacción total, y esto no era aceptable ya que encerraba una inevitable contradicción. Pero ¿era éste el verdadero significado de la sentencia escéptica? Para entender mejor la cuestión es preciso recurrir a esta obra de Sexto, especialmente al Libro I, en el cual se dedica a definir al escepticismo. A partir de este análisis se delineará el problema a tratar en este trabajo. 1 Cabe destacar que la felicidad en la Filosofía Antigua era concebida como estrechamente vinculada al bien común de la polis. Es más preciso hablar entonces de eudaimonia, concepto lejano respecto de las concepciones utilitaristas de la felicidad que surgieron posteriormente. En este libro se presenta una exposición general de la escuela. Se definen sus rasgos principales, su método, los términos de los cuales se sirve -y el sentido en que hay que entenderlos-. Incluye también una exposición del criterio y del fin que regula sus investigaciones (Empírico, 1996, L I, p. 5-6). Allí, Sexto sostiene que existen tres posibles actitudes entre quienes se abocan a la investigación de un asunto: están aquellos que concluyen en su descubrimiento; los hay quienes lo niegan y afirman su incognoscibilidad; o aquellos que ven la necesidad de proseguir la investigación. Aplicando esta tesis general a la cuestión específica de la investigación filosófica afirmará que “respecto del objeto de las investigaciones filosóficas, unos dijeron haber encontrado la verdad; otros que no es posible aprehenderla; otros, en fin, continúan investigando” (Empírico, 1989, p. 5; De Olaso, s/a, p. 45-46) Los primeros son los llamados dogmáticos, a los segundos Sexto los identifica como los Académicos, mientras que los últimos son los escépticos. Seguidamente se guarda de aclarar que ninguna de sus afirmaciones implicará aseveración sobre la verdadera naturaleza de las cosas enunciadas sino que todas las fórmulas usadas deben ser entendidas más bien como una descripción de cómo en cada momento lo referente a esos asuntos se les manifiesta (Empírico, 1996, L. I, IV). Pero es a partir del Capítulo IV donde Sexto define al escepticismo como la capacidad de oponer de todos los modos posibles fenómenos e intelecciones. Con esto, hace referencia al principio metodológico que los guía en su investigación: entendiendo por fenómenos a los objetos de la percepción sensible, proceden a oponerlos en todo momento a los objetos de intelección -reflejados básicamente en los juicios-. En resumidas cuentas, el método consiste en contraponer persistentemente las apariencias dadas en el plano fenoménico a los juicios que se formulan acerca de ellas en el plano teórico, de manera tal que se abarquen todas las posibles combinaciones entre los términos de esta contraposición. Pero además de un principio metodológico, existe también un fin o principio eficiente en el escepticismo: alcanzar la imperturbabilidad del alma (ataraxia) (Empírico, 1989, L. IV, p. 27-30). Revisemos a continuación ambos principios para elucidar las consecuencias de su aplicación. Por un lado, como consecuencia de la aplicación del principio metodológico, el escéptico encuentra que, frente a las mismas cuestiones existen razonamientos filosóficos opuestos; se encuentra con ellos como con un factum, seguido del cual sobreviene un estado mental de reposo en el que no afirman ni niegan nada; es decir que, a la equipolencia de razones contrapuestas (isosthéneia) le corresponde un estado mental, un estado puramente subjetivo que no implica reflexión alguna: la suspensión del juicio (epojé) (De Olaso, 1975, p. 28). Si nos detenemos en el segundo principio mencionado, la ataraxia aparece como el fin perseguido por el escéptico; pero sus principales adversarios - los dogmáticospersiguen el mismo fin. Este núcleo común nos lleva, casi inevitablemente, a formular una pregunta problemática: ¿en qué se diferencian entonces ambos tipos de investigación? Esta pregunta es una pregunta límite ya que, de no encontrar una respuesta, el planteo escéptico se acercaría peligrosamente al de sus rivales. En el Capítulo XII, Sexto (1996) expone las características de la conexión entre la epojé y la ataraxia, y es a partir del análisis de esta caracterización que se nos hará manifiesto si existe una diferencia entre ambas empresas. El dogmático, creyendo poder encontrar la verdad respecto de lo enunciado en los discursos filosóficos, asume ciertas creencias respecto de la naturaleza intrínseca de las cosas. Perseguirá consecuentemente aquello que considere un bien, al tiempo que intentará huir de los pretendidos males, en un esfuerzo por alcanzar la ataraxia. En cambio el escéptico, a mitad de camino de su investigación, se ha encontrado con discursos equipolentes acerca de la naturaleza de las cosas2 y, frente a esto, se ha abandonado a la suspensión (De Olaso, 1975, p. 28-29). Ahora bien, es preciso entender que la conexión entre la suspensión del juicio y la imperturbabilidad es una conexión fortuita. De este modo, en el escepticismo la ataraxia sería una consecuencia natural -no buscada sino simplemente hallada- de la epojé respecto de aquello que está sujeto a opinión (Empírico, 1996, L. VI). Con esta caracterización de la ataraxia, Sexto aporta un elemento más para diferenciar a la escuela escéptica de las demás y muy especialmente de las consideradas dogmáticas ya que, de hecho, por lo menos desde Platón hasta Epicuro, la ataraxia fue concebida siempre dentro del marco de las teorías de la felicidad o eudaimonicas, y no como un fin en sí mismo (Striker, 2009, p. 1). Revisemos brevemente con Gisela Striker (2009) cómo la conciben las dos grandes escuelas contra las que se alza el escepticismo: El Epicureísmo y el Estoicismo. (i) Para Epicuro la ataraxia consiste en encontrase uno libre de perturbaciones, las cuales son, en resumidas cuentas, de dos tipos: las que provienen de deseos insatisfechos; y aquellas que tienen su origen en la remembranza de dolores pasados o temores acerca de posibles dolores futuros. Por medio de una toma de conciencia de que existe un número limitado de deseos cuya satisfacción es necesaria para llevar una vida feliz, Epicuro plantea posible alcanzar la imperturbabilidad. (ii) Para los Estoicos, la imperturbabilidad radica en la apatheia o ausencia total de emoción. Este estado se alcanza por medio del reconocimiento de que las emociones tienen su fundamento en juicios erróneos acerca del valor de las cosas. De modo tal que aquel que la alcance lo hará porque en principio a comprendido, por medio de un esfuerzo reflexivo, que todas las cosas externas son indiferentes3. Estas dos posiciones comparten dos supuestos básicos. En primer lugar, que la ataraxia es un estado de tranquilidad interno cuya condición de posibilidad es la adquisición de cierto conocimiento. Este no está constituido sino por una serie de juicios acerca de la naturaleza de las cosas del mundo. La ataraxia queda delineada en ambos casos como un estado alcanzable por medio de cierto esfuerzo racional a partir de la 2 Cabe destacar aquí que los discursos sobre la verdadera naturaleza de las cosas que resultan equipolentes para el escéptico han de ser siempre discursos dogmáticos; de otro modo no podrían resultar opuestos hasta el punto de la auto-anulación. Este es un elemento más a favor de una de las ideas principales de este trabajo, la idea de que la suspensión del juicio del escepticismo pirrónico se aplica al ámbito teórico de las discusiones filosóficas de la época. Véase De Olaso (s/a, p. 60). 3 El artículo original es en inglés, el análisis y la paráfrasis están hechos sobre una traducción propia. asunción de ciertos principios meta - físicos. A la vez, este estado interno parece ser la condición para la felicidad, mas no se identifica con ella. En el caso del estoicismo, la ataraxia se identifica con el estado al cual llega sólo aquel que adopta una serie de juicios correctos acerca de la naturaleza de las cosas, y se diferencia así del vulgo . Dado lo anterior, la cuestión que nos ocupa requiere que tengamos en cuenta un dato fundamental: los escépticos no formularon teoría alguna, mucho menos una acerca del Bien; más bien parecen haber identificado la ataraxia a la felicidad misma (Striker, 2009, p. 3-6; Ledbetter, 1993). Se sobreentiende aquí, que al no sostener teoría alguna, lo hicieron de modo indirecto, manteniéndose así fieles a su estilo. En primer lugar lo hicieron de modo simbólico, apelando al ejemplo de Pirrón como aquel que llevó una vida perfectamente feliz – especialmente presente en Timón de Filunte - dada su ausencia total de opinión acerca de la naturaleza de las cosas. Por otro lado, Sexto plantea que para el escéptico son aquellos que se pronuncian acerca de la naturaleza de las cosas los que parecen permanecer intranquilos, ya sea porque se esfuerzan por alcanzar lo que consideran un bien en sí mismo; porque una vez alcanzado se esfuerzan por retenerlo, y esto sumado al esfuerzo que parece llevarles rehuir de los pretendidos males (Brochard, 1945, p. 82-84). En resumen, para nuestros expositores, la ataraxia es un estado interno que se caracteriza por la ausencia total de opinión, ya que no es nada más que algo que sigue a la suspensión del juicio “como una sombra al cuerpo” (Empírico, 1966, p. 53; Boeri, 2004, p. 117-219). De este modo, el escéptico presenta una razón más para tomar a los discursos dogmáticos como una de las tantas posiciones opuestas acerca de la mejor manera de alcanzar la ataraxia. El proceder escéptico, en este caso como en otros tantos, puede ser entendido como una suerte de argumentación ad hominem contra las concepciones metafísicas implicadas en las teorías eudaimonicas, propias de sus rivales. Ad hominem porque, con todo, tanto en la recurrencia al ejemplo de Pirrón, como en su descripción acerca de cómo se le aparecen turbados justamente aquellos que buscan la imperturbabilidad dogmatizando, no se ha visto él mismo enunciando nada de manera asertórica. Develada, la estructura de este argumento sería la siguiente: sólo mediante la adopción de ciertas creencias -premisa dogmática: el sumo bien es la virtud- se alcanza la tranquilidad. Pero el hecho es que a aquel que suspende el juicio le sobreviene naturalmente la imperturbabilidad, y Pirrón es el vivo ejemplo de ello. Por tanto, no necesariamente la adopción de opiniones acerca de la naturaleza de las cosas lleva a la ataraxia y, dado el ejemplo de Pirrón, más bien parece ser la ausencia de ellas la que conduce mejor a una vida feliz. Los escépticos parecen haber adoptado una concepción negativa de la ataraxia, ya que ésta se identifica con la ausencia total de opinión, mostrando así de manera indirecta, que no hay necesidad de sostener creencia alguna para alcanzar la felicidad. Ahora bien, dado el modo en que se expresa Sexto (1996) acerca de los rasgos generales del escepticismo en el Libo I, puede decirse que se maneja en un plano metalingüístico, ya que el principio metodológico se aplica a aquello que afirman los dogmáticos (Empírico, 1966, L I, Cap. 28; De Olaso, s/a, p. 45). Queda sentado entonces que la epojé se circunscribe al ámbito teórico, mientras que en la vida, el escéptico no sólo no duda de los fenómenos sino que se atiene a seguir el impulso de sus afecciones inmediatas, recomendando, sin embargo, cierta mesura sin que esto signifique que sus acciones obedezcan a principio moral alguno; y, en lo referente a la vida común, se atiene a las leyes y costumbres de su país, sin que esto implique sostener opinión acerca de si son adecuadas o no; en fin, sin pronunciarse acerca de su verdad o falsedad (Empírico, 1996, L. I, p. 24). Seguidamente Sexto presenta un criterio práctico, y al hacerlo hace una salvedad importante de destacar (1996, p. 22-23): aclara que los escépticos utilizan la palabra criterio no en el sentido lógico en que lo emplean sus rivales -como una cierta marca que acredita la realidad o irrealidad; verdad o falsedad- sino como aquél que guía el obrar. Este criterio sería el fenómeno, aquello que se presenta a la percepción dando lugar al asentimiento involuntario, y por eso se encuentra fuera de la esfera de lo investigable, ya que lo que forma parte de las interminables discusiones filosóficas no es ya si el objeto se muestra, sino si su verdadera naturaleza es tal como éste se muestra (Porchat Pereira, 1996, p. 104). Recordemos que el criterio escéptico era interpretado por las filosofías de la época como sinónimo de inacción dado que era consecuencia de la suspensión del juicio. Tengamos en cuenta esto para introducir la siguiente cuestión: ¿Cuál es el alcance de la epojé escéptica? La aclaración de Sexto, introduce uno de los puntos cruciales de la crítica escéptica al dogmatismo: el cuestionamiento del criterio de verdad (De Olaso, s/a, p. 54). Habíamos dicho que comenzaban a investigar con el mismo fin que los dogmáticos y, parte de esta empresa implicaba llegar a decidir entre las diversas percepciones para determinar cuál de ellas era verdadera y cuáles falsas (Empírico, 1996, L. I); concedamos que, en principio, esto implicaba también cierta confianza en la posibilidad de fundar un conocimiento de la realidad ya sea racionalmente o por medio de la sensibilidad. No pudiendo decidir al respecto, dada la diversidad de maneras en que un mismo objeto puede presentarse a la percepción dependiendo además del estado del sujeto que las percibe, el escéptico, hasta entonces confiado, suspendió el juicio. De esto se desprende que lo que el escéptico está declarando es que no acepta el sentido en que el dogmático entiende el criterio: como una prueba confiable que permite reconocer, de entre todas nuestras percepciones, aquella que refiere efectivamente a un objeto real, y es por ello verdadera (Porchat Pereira, 1996, p. 103- 104)4. 4 El blanco principal de esta crítica al criterio de verdad dogmático es la representación comprensiva de los Estoicos. Este tipo de representación opera en la lógica Estoica como el único criterio de verdad fundante de todo conocimiento de la realidad, por ser de entre todas las representaciones la que provoca una impresión clara y precisa en el alma. Y esto es porque al tiempo que se da a conocer a sí misma, presenta el testimonio de la verdad de su objeto. O a la inversa, no podría ser tan precisa si no fuese un objeto realmente existente el que la provoca. Se las considera verdaderas porque contienen en sí mismas el criterio para diferenciarse de las representaciones falsas. Entiéndase entonces que lo que subyace a esta concepción del criterio de verdad es una concepción de verdad como una relación de correspondencia entre la realidad y nuestras representaciones a nivel discursivo; ya que este primer grado de conocimiento para los estoicos encontraba inmediata expresión en el lenguaje a través de expresiones llamadas “enunciados simples”, cuya condición de posibilidad eran las huellas contenidas en la fantasía kataléptica. Véase Boeri (2004, p. 219 ss). Ahora se entiende entonces, porqué el escéptico se ha abandonado a la suspensión mientras el dogmático declara haber llegado a la verdad. Él no ha encontrado manera de diferenciar cuáles de sus representaciones se corresponden con la realidad; aunque lo haya investigado exhaustivamente, no ha logrado representarse la pretendida verdad de las cosas subyacente a su mera apariencia. En el plano teórico se le presentan entonces, discursos contradictorios respecto del criterio de verdad, y en la medida en que los juicios que en ellos se formulan son equipolentes (isosthéneia), se llega también respecto de su validez o invalidez, a la suspensión (epojé). Dejemos sentado entonces que, en primera instancia el alcance de la epojé se circunscribe al plano teórico, y esto se debe a que los escépticos no aceptan como válida ni la noción de criterio dogmática, ni los distintos ejemplos de esta noción de criterio –por ejemplo la fantasía kataléptica estoica-. Para ellos en la práctica sólo subsiste el aparecer, al que se abocan a describir. Para ellos lo fenoménico, aquello que es anterior a juici o alguno, operará como criterio. El principio de la isosthéneia permite dar lugar a una distinción entre el aparecer (lo fenoménico) y los juicios que se emiten acerca de su verdadera naturaleza (el plano judicativo o discursivo). En este sentido la epojé alcanzaría también, aquello que está presupuesto en los discursos dogmáticos y que sin embargo opera como su condición de posibilidad: la existencia de una realidad que trasciende la experiencia. El escéptico se encuentra cara a cara con un discurso realista metafísico. Hasta ahora hemos hecho una exposición acrítica de las tesis principales del escepticismo presentadas en el Libro I de las Hipotiposis Pirrónicas. Pasemos ahora a examinar un breve pasaje que parece aproblemático sólo a primera vista; pero si se examina con más detenimiento, sus consecuencias necesariamente abren interrogantes acerca de la naturaleza de la investigación (zetesis) escéptica. El mencionado pasaje en el cual Sexto define a los escépticos como aquellos que, respecto del objeto de las investigaciones filosóficas, continúan investigando; y se diferencian, mediante esta caracterización, de los académicos y de los dogmáticos. En el caso de los primeros, porque afirman su incognoscibilidad, y niegan así la posibilidad del conocimiento. En el caso de los últimos, porque afirman haber encontrado la verdad, de lo cual se desprende que afirman la posibilidad del conocimiento. Ahora bien, si analizamos este breve pasaje a la luz del sentido y el alcance de la epojé presentado más arriba, surge una nueva dificultad de interpretación; a saber: si el escéptico suspende el juicio respecto al objeto de las investigaciones filosóficas ¿en qué sentido se entiende que continúe investigando? Analicemos primero a qué se refiere Sexto cuando habla de “los objetos que investiga a filosofía” (De Olaso, s/a, p. 45) para luego presentar dos tesis interpretativas como posibles salidas a este problema. Por objeto de las investigaciones filosóficas Sexto parece entender la verdad respecto de lo expuesto en los diferentes discursos filosóficos. Ahora bien, habíamos establecido que éstos pretendían reflejar la verdadera naturaleza de las cosas más allá de su apariencia. Pero aquello que se encuentre más allá de la apariencia – sea que existiera o no- es algo que para los escépticos permanece oculto a toda evidencia, ya que no parece haber criterio válido para decidir cuál de las pruebas presentadas por los dogmáticos en favor de su cognoscibilidad es más fiable. Entendemos que el escéptico ha despojado al fenómeno de su valor como prueba-de o vía de acceso-a algo trascendente que lo determina en su naturaleza (Porchat Pereira, 1996, p. 103-111); lo que cabe preguntarnos ahora es si ha dado por tierra entonces con la posibilidad de conocimiento. El hilo conductor será a partir de ahora, delinear cómo se presentan las distintas interpretaciones frente a este interrogante a partir de su forma de entender la naturaleza de la zétesis. La tesis de Luis Villoro Tomaré en lo sucesivo la tesis de Luis Villoro (1993) aplicada al escepticismo pirrónico, entendiendo este último como diferente del escepticismo académico. En primer lugar, porque Sexto marca esta diferencia en la obra claramente; en segundo lugar, porque el análisis expuesto por este autor está dirigido a la caracterización que hace Ezequiel de Olaso del escepticismo pirrónico, quien sostiene la diferencia entre ambas orientaciones escépticas5, y asume que la única diferencia que puede trazarse entre ellas es de acuerdo a la manera en que practican la epojé. Así, mientras los llamados pirrónicos la practican de modo radical respecto de las cuestiones especulativas, los académicos la practican de modo intermitente, porque admiten un criterio de preferibilidad entre percepciones. Los Académicos admiten grados de probabilidad, la suspensión se convierte entonces en una especie de gradación de los juicios de acuerdo a un criterio probabilístico (De Olaso, s/a, p. 48-49). Villoro en su artículo presenta una interpretación de la empresa escéptica, a la cual caracteriza principalmente con tesis: “El Escepticismo Pirrónico da por supuesta una concepción del conocimiento que acepta sin discusión. La misma concepción es compartida por el dogmático, aunque uno y otro ofrezcan salidas teóricas opuestas” (Villoro, 1993, p. 303). Con esto último se refiere a que el primero concluye que no hay conocimiento, mientras que los últimos concluyen lo contrario. Pero el hecho es que no existe pasaje alguno de la obra de Sexto Empírico en que se afirme explícitamente esta concepción; de manera que el supuesto es implícito -según Villoro-. A continuación propone una alternativa al escepticismo, consistente en oponer a esa concepción del conocimiento, otra: una concepción que implica una estrecha relación entre conocimiento y práctica, que por otro lado, el escepticismo mismo habría vislumbrado sin llegar a desarrollar. Las razones que aduce Villoro para atribuir al escepticismo un supuesto implícito que lo acercaría hacia una autorrefutación son las siguientes: a partir de la 5 En palabras de Ezequiel de Olaso (s/a, p. 48) que nos dice es por lo menos “oscuro llamar por el mismo nombre a dos actitudes que son lógicamente independientes y que el propio Sexto ha distinguido por su diferente actitud frente a la investigación”. Se está refiriendo a la declaración académica del tipo “no hay certeza”, y a la recomendación a - dogmática “hay que suspender el juicio”. equipolencia entre opiniones (isosténeia) el escepticismo entiende que no hay razón que pretenda justificar una creencia que no admita otra contraria. Se sigue entonces de esto, que no hay modo de preferir entre una razón y su contraria (problema del criterio). Luego, parece que la posibilidad de preferir una a otra se basa únicamente en razones, no en motivos. Por lo tanto está suponiendo implícitamente que aquello que sea conocimiento lo será sólo en la medida en que esté justificado por razones infalsables, razones últimas sean éstas lógicas o empíricas. Al no encontrar éstas, se abstiene el pirrónico de asentir, con lo cual se abstiene de asentir a cualquier pretendido conocimiento. Según Villoro lo que diferencia a los escépticos de sus rivales dogmáticos, es que ofrecen salidas teóricas diferentes respecto un mismo supuesto de carácter fundamentalista (Di Gregori, 1996, p. 13-16). A raíz de esta tesis de Villoro, la diferencia entre la investigación (zétesis) de los dogmáticos y la de los escépticos radicaría en que aquellos aducen haber encontrado las razones infalsables para sostener la verdad de su objeto; mientras que estos no las aceptan como válidas, por lo tanto continúan investigando. Esto implica que el escéptico investiga con cierta esperanza de encontrar la verdad en esos asuntos, y dado su supuesto implícito acerca de la naturaleza del conocimiento, de llegar a encontrar el conocimiento verdadero, aunque por el momento no lo encuentre. La interpretación de Ezequiel de Olaso Este gran filósofo argentino propone una interpretación diferente de la naturaleza de la investigación (zétesis) escéptica. En función de lo que se desprende del pasaje de Sexto que nos ocupa, no habría manera de negar que evita aserción alguna respecto de que la búsqueda de su investigación sea la verdad. Esto es justamente lo que opera como factor de diferenciación ya que al evitar aseveración alguna, Sexto está diferenciándose de aquellos que, ya sea por medio de la afirmación o la negación 6 del término de su investigación, se pronuncian dogmáticamente. Pero lo cierto es que aquí “no se menciona para nada la verdad”, el hecho de que la investigación la persiga es algo que puede interpretarse sólo por contexto (De Olaso, s/a, p. 52). Recordemos que Sexto introduce el pasaje haciendo una caracterización general de las diferentes actitudes que suelen tomarse respecto del objeto de toda investigación, y luego la aplica a un tipo de investigación particular. En el caso de la filosofía se entiende, por analogía con el concepto general, que su objeto es la verdad. Según el autor, lo que Sexto pretende, además de liberarse de un hipotético cargo de autorrefutación, es dejar sentado que lo primordial y genérico es la actividad misma de investigar; luego, podrá ser la investigación determinada por un objeto particular según cómo se lo considere (De Olaso, s/a, p. 52-53). 6 Es decir que decir para los escépticos pirrónicos los juicios afirmativos o negativos igualmente son aseveraciones. De manera ilustrativa, tanto la afirmación dogmática “hemos encontrado la verdad” como el juicio académico “no se puede alcanzar la verdad “serían igualmente dogmatizantes”. Ahora bien, según de Olaso, interpretar por contexto este pasaje implicaría perder de vista las consecuencias del problema del criterio antes expuesto. Y, según nuestra línea de interpretación de la discusión entre estos dos autores, es este elemento el que pierde de vista Villoro. Al diferenciarse de los académicos y de los dogmáticos, el escéptico está diferenciándose de aquellos que creen estar, no sólo en posesión la verdad, sino más que nada de un criterio válido de acceso a ella7, de una marca certera para preferir unas razones como verdaderas y descartar otras como falsas. Pero el problema del criterio de verdad rebasa el plano discursivo. Habíamos dicho que el alcance de la epojé era más amplio, alcanzaría también el supuesto metafísico de una realidad independiente que opera como condición de posibilidad del discurso, y por tanto, como su legitimación. Ahora volvamos al problema de la verdad. La verdad, en el contexto de las discusiones filosóficas de la época, es concebida como una relación de correspondencia directa entre la realidad y el sujeto no tiene injerencia en esta relación, sino que ésta tiene lugar independientemente de sus representaciones. Se entiende entonces que para un pirrónico la imposibilidad de distinguir representaciones verdaderas y falsas es concomitante con la imposibilidad de distinguir, en el plano discursivo, entre opiniones acerca de la naturaleza de lo fenoménico. Entendemos entonces, que lo que está rechazando al rechazar la validez del criterio lógico dogmático – implícitamente, por supuesto-, es esta concepción correspondencial de la verdad. De acuerdo con esta interpretación, se entiende que el escéptico no aspira a la verdad, si se entiende por verdad una relación directa entre la evidencia fenoménica y su naturaleza intrínseca. (De Olaso, 1977, p. 135). Resumamos entonces; el pirrónico se distancia de la concepción dogmática del conocimiento al rechazar la noción de criterio lógico de verdad / falsedad, y con ello rechaza implícitamente la noción misma de verdad como una relación con algo que trasciende el mero aparecer Hemos llegado así, siguiendo la tesis de Olaso (1994), a una conclusión opuesta a la que propone Luis Villoro (1993) en un principio. Los escépticos pirrónicos no aceptan la misma concepción del conocimiento que los dogmáticos. Si de hecho, en varios de sus argumentos parecen sostenerla, no lo hacen ingenuamente sino en función de una estrategia argumentativa tendiente a tomar como propias premisas dogmáticas para demostrar que, según la lógica dogmática, tienen consecuencias inaceptables. El pirrónico procede ad hominem. La zétesis entonces, no busca un término cognoscitivo, sino que es una actividad ejercida para diferenciar aquello que es investigable (zetetos) de aquello que no lo es (azétetos) Según de Olaso (s/a, p. 59-60), esto es lo que reemplaza al criterio de verdad/ falsedad en el escepticismo, ubicándolos dentro de su contexto histórico, como una posición enteramente original que buscaba con su actividad preservarse de asentir frente a aquello que no se presenta de manera autoevidente, como sucede con los fenómenos. 7 Téngase en cuenta que los académicos, cuyo representante más es Carneades, presentan, a su vez, un criterio de preferibilidad o probabilístico. Véase Di Gregori (1996). Se examinará a continuación, un interrogante que surge de este reemplazo del criterio propuesto por De Olaso, para proponer una línea interpretativa del escepticismo que permita conciliar la suspensión del juicio con la posibilidad de conocimiento sin la necesidad de atribuirle ningún presupuesto autorefutatorio. (i) Si el pirrónico jamás duda del fenómeno es porque éste se le presenta d e manera tal que no puede negarle asentimiento. Pero al ser éste asentimiento de carácter involuntario no tiene valor cognoscitivo, sino que es adoptado sólo como un criterio práctico. Como no tiene un criterio de verdad, se limita a describir el aparecer. Mediante la epojé delimita aquello que es mero aparecer de aquello que es un discurso sobre lo oculto; un postulado realista metafísico. La evidencia fenoménica se entiende como criterio de sí misma y no como prueba de algo que trasciende a su presentació n. A pesar de no tener manera de atribuir al fenómeno realidad o irrealidad, la evidencia fenoménica se le presenta al escéptico en el marco de la vida cotidiana, dentro de una comunidad en la que tiene lugar la comunicación mediante un lenguaje común. Ahora bien, las palabras en tanto signos de las cosas, guardan con ellas una relación de significación, pero ésta debe entenderse como una convención; y es esto lo novedoso del planteo escéptico. El escéptico acepta que existe una relación entre los fenómenos y aquellos signos que se refieren a ellos, pero despoja a esta relación de su carácter necesario. Se puede entonces interpretar que el escepticismo pirrónico abrió las puertas para una reformulación del concepto de verdad, en la medida en que circunscribió la correspondencia entre el discurso y la experiencia a un ámbito meramente fenoménico (Porchat Pereira, 1996, p. 123-125). Dentro de él pueden describirse las apariencias y pueden constatarse ciertas regularidades entre fenómenos, sin que esto implique la postulación de principios lógicos u ontológicos. En el libro II de las Hipotiposis Pirrónicas, Sexto (1996) presenta uno de los elementos cruciales en la crítica a las filosofías dogmáticas. Resalta aquí el hecho de que los dogmáticos reconocen que existen algunas cosas que son evidentes por sí mismas, mientras que otras son ocultas. Estas últimas son aquellas que no se presentan a la razón sino por medio de signos o pruebas. Presenta entonces distintos tipos de signos, los signos rememorativos son aquellos que remiten a cosas que son ocultas por encontrarse actualmente fuera de nuestra percepción. Los signos indicativos son aquellos que remiten a cosas ocultas por naturaleza, y que sólo pueden ser conocidas mediante la razón a partir de la presentación del signo. De ambos tipos de signos, los pirrónicos rechazan el signo indicativo y aceptan únicamente la existencia de signos rememorativos (Empírico, 1996, p. 102-103; Porchat Pereira, p. 111-114). Y esto porque consideran que es este tipo de signo el único que puede constatarse en el uso del lenguaje en el marco de la vida ordinaria. En el uso común, los signos operan como señales de las cosas, y sin son cosas ocultas a las que hacen referencia, es sólo a aquellas que están ocultas por encontrarse actualmente fuera del alcance de nuestra percepción. Con esto declara el escéptico su intención de no apartarse del sentido común, que no da crédito sino a aquello que tiene lugar en la experiencia y presenta también la particularidad de presentarse de manera comú n a aquellos que la comparten. Esto es lo que de alguna manera encierra el cuarto sentido en que entienden al fenómeno como criterio práctico. Allí recomiendan ejercer ciertas artes, y con esto se refieren a una especie de rutina empírica, regida por una observación de la experiencia exenta de principios generales que deban someterse a demostración. Desde este punto de vista es posible ver en el escepticismo pirrónico una concepción de conocimiento empírico en las tékhnai (Porchat Pereira, 1996, p. 127). Según este autor, y dado lo anterior, no es forzoso interpretar que el escéptico tenga que recurrir, explícita o implícitamente, al vocabulario de la verdad dogmático, sino que justamente porque suspenden el juicio respecto de esas verdades filosóficas, pueden permitirse reformular el concepto mismo de la verdad aunque ellos no hayan sido plenamente concientes del paso que daban. Podría hablarse entonces de una verdad fenoménica sin la necesidad de caer en el problema de tener que otorgarle un estatus gnoseológico al fenómeno en tanto fue aceptado por el escepticismo como lo único que se presenta de manera indudable. La posibilidad de hablar de conocimiento en el escepticismo pirrónico debe entenderse a partir del sentido en que entiende Sexto a las tékhnai; mientras que la posibilidad de hablar de una Verdad escéptica estaría signada – según este autor- por la nueva forma que le otorga a la correspondencia entre el discurso y las cosas. Estas son dos posibilidades que no entran en contradicción con el alcance de la epojé escéptica, sino que coinciden con ella. No sería necesario, desde este punto de vista, atribuir al pirrónico supuestos dogmáticos que den sentido al tipo de investigación que plantean. Bastaría con entender que la epojé se aplica siempre y persistentemente a aquello que se dice acerca de la realidad de las cosas en el plano de las controversias filosóficas. Una vez màs, ahora acompañados por Pereira, nos alejamos completamente de la tesis de Luis Villoro. La verdad para el dogmático no es sólo una propiedad enunciable, sino que si lo es, es porque ella misma tiene una existencia real, subsistente por sí misma, que se corresponde con el discurso (Empírico, 1996, p. 80-81). Subyace en la concepción dogmática de la verdad una concepción correspondencial respecto de una realidad meta- física. Esa verdad invariable, absoluta, es el objeto de sus investigaciones. El escéptico pone de manifiesto que, en lo que concierne a esas investigaciones no hay acuerdo, por tanto allí, en el plano teórico no hay certeza respecto de la existencia de una verdad absoluta. Ha comprendido que los signos son sólo de carácter convencional, que no existe entre ellos y las cosas que designan un vínculo necesario. Esto es lo que viven en el marco de la vida común y usan el lenguaje de este modo; de igual modo se atiene a las leyes y costumbres de su patria: sin otorgarles valor de criterio para legitimar un discurso sobre la realidad objetiva. Finalmente, Porchat Pereira sostiene que puede hablarse de una cierta correspondencia entre las palabras y las cosas en el escepticismo: una correspondencia nacida como convención en el interior del mundo fenoménico común (1996, p. 121-122). Es este tipo de correspondencia la que posibilita la inteligibilidad del lenguaje entre hombres que comparten una comunidad. Aquí no es posible hablar ya de un discurso legitimado por su correspondencia con una verdad absoluta. Aquí el sujeto participa activamente en el proceso de legitimación del lenguaje. El escéptico no tiene porqué recurrir al concepto correspondencial de verdad de sus opositores y nosotros no necesitamos interpretar que lo acepta. Llegado este punto es interesante revisar una de las conclusiones a las que llega Villoro: el escepticismo asume la inexistencia de razones infalsables, de allí concluye que no hay conocimiento. Ahora bien, de acuerdo con la postura de Porchat Pereira, antes de aseverar esto y concluir el problema de la posibilidad de conocimiento en el escepticismo; hay un paso distinto para dar: que no existan razones indudables entre las presentadas en los discursos dogmáticos puede mejor llevarnos a decir que el escéptico no se compromete con una verdad absoluta independiente del sujeto, sino que se maneja con una novedosa noción de verdad fenoménica, de la cual se desprende una concepción de conocimiento diferente. Es preciso reconocer que la posición de Pereira es muy osada. Pero sigue la misma línea de interpretación que guardan autores como Leo Groarke, Michael Frede y Ezequiel de Olaso, el primero de los cuales no va tan lejos como Pereira pero reconoce que el planteo escéptico presenta por lo menos una tendencia anti – realista (De Olaso, 1977). Son éstas, interpretaciones que buscan reconstruir el verdadero sentido de las sentencias del escepticismo pirrónico, analizando cuidadosamente los intentos teóricos que a lo largo de la historia lo han equiparado sin más al dogmatismo. En definitiva y a raíz de los alcances de la epojé, lo que el escéptico rechaza es, en definitiva, la teoría filosófica “realista” de la Verdad y la concepción de conocimiento que se corresponde con ella. Referencias bibliográficas BROCHARD, Víctor (1945) Los Escépticos griegos. Buenos Aires: Losada. BOERI, D. Marcelo (2004) Los Estoicos Antiguos. Santiago de Chile: Editorial Universitaria. DI GREGORI, María Cristina (1996) “Reflexiones sobre escepticismo y relativismo”, en Revista de Filosofía y Teoría Política, N° 31/32. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP, Depto. de Filosofía. DE OLASO, Ezequiel (1975) “El significado de la duda escéptica”, en Revista Latinoamericana de Filosofía, Vol. I, Nº 1, Mayo. Buenos Aires. 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