8. Purificación del alma para el encuentro con Cristo glorioso Conoce tu fe / El Juicio Final y la Resurrección. Escatología Por: Comisión Teológica Internacional | Fuente: Comisión Teológica Internacional 8.1. Cuando el magisterio de la Iglesia afirma que las almas de los santos inmediatamente después de la muerte gozan de la visión beatífica de Dios y de la comunión perfecta con Cristo, presupone siempre que se trata de las almas que se encuentren purificadas(578). Por ello, aunque se refieran al santuario terreno, las palabras del Salmo 15, 1-2 tienen también mucho sentido para la vida posmortal: «Yahveh, ¿quién morará en tu tienda? ¿quién habitará en tu santo monte? - El que anda sin tacha»(579). Nada manchado puede entrar en la presencia del Señor. Con estas palabras se expresa la conciencia de una realidad tan fundamental, que en muchísimas grandes religiones históricas, de una forma o de otra, se tiene un cierto vislumbre de la necesidad de una purificación después de la muerte. También la Iglesia confiesa que cualquier mancha es impedimento para el encuentro íntimo con Dios y con Cristo. Este principio ha de entenderse no sólo de las manchas que rompen y destruyen la amistad con Dios, y que, por tanto, si permanecen en la muerte, hacen el encuentro con Dios definitivamente imposible (pecados mortales), sino también de las que oscurecen esa amistad y tienen que ser previamente purificadas para que ese encuentro sea posible. A ellas pertenecen los llamados «pecados cotidianos» o veniales(580) y las reliquias de los pecados, las cuales pueden también permanecer en el hombre justificado después de la remisión de la culpa, por la que se excluye la pena eterna(581). El sacramento de la unción de los enfermos se ordena a expiar las reliquias de los pecados antes de la muerte(582). Sólo si nos hacemos conformes a Cristo, podemos tener comunión con Dios (cf. Rom 8, 29). Por esto, se nos invita a la purificación. Incluso el que se ha lavado, debe liberar del polvo sus pies (cf. Jn 13, 10). Para los que no lo hayan hecho suficientemente por la penitencia en la tierra, la Iglesia cree que existe un estado posmortal de purificación(583), o sea, una «purificación previa a la visión de Dios»(584). Como esta purificación tiene lugar después de la muerte y antes de la resurrección final, este estado pertenece al estadio escatológico intermedio; más aún, la existencia de este estado muestra la existencia de una escatología intermedia. La fe de la Iglesia sobre este estado ya se expresaba implícitamente en las oraciones por los difuntos, de las que existen muchísimos testimonios muy antiguos en las catacumbas(585) y que, en último término, se fundan en el testimonio de 2 Mac 12, 46(586). En estas oraciones se presupone que pueden ser ayudados para obtener su purificación por las oraciones de los fieles. La teología sobre ese estado comenzó a desarrollarse en el siglo III con ocasión de los que habían recibido la paz con la Iglesia sin haber realizado la penitencia completa antes de su muerte(587). Es absolutamente necesario conservar la práctica de orar por los difuntos. En ella se contiene una profesión de fe en la existencia de este estado de purificación. Éste es el sentido de la liturgia exequial que no debe oscurecerse: el hombre justificado puede necesitar una ulterior purificación. En la liturgia bizantina se presenta bellamente al alma misma del difunto que clama al Señor: «Permanezco imagen de tu Gloria inefable, aunque vulnerado por el pecado»(588). 8.2. La Iglesia cree que existe un estado de condenación definitiva para los que mueren cargados con pecado grave(589). Se debe evitar completamente entender el estado de purificación para el encuentro con Dios, de modo demasiado semejante con el de condenación, como si la diferencia entre ambos consistiera solamente en que uno sería eterno y el otro temporal; la purificación posmortal es «del todo diversa del castigo de los condenados»(590). Realmente un estado cuyo centro es el amor, y otro cuyo centro sería el odio, no pueden compararse. El justificado vive en el amor de Cristo. Su amor se hace más consciente por la muerte. El amor que se ve retardado en poseer a la persona amada, padece dolor y por el dolor se purifica(591). San Juan de la Cruz explica que el Espíritu Santo, como «llama de amor viva», purifica el alma para que llegue al amor perfecto de Dios, tanto aquí en la tierra como después de la muerte si fuera necesario; en este sentido, establece un cierto paralelismo entre la purificación que se da en las llamadas «noches» y la purificación pasiva del purgatorio(592). En la historia de este dogma, una falta de cuidado en mostrar esta profunda diferencia entre el estado de purificación y el estado de condenación ha creado graves dificultades en la conducción del diálogo con los cristianos orientales(593).