KARL MARX (1818-1883): Exposición sistemática El marxismo aúna una teoría económica y sociológica, un modelo de praxis política revolucionaria y una filosofía que reacciona ante dos concepciones anteriores del conocimiento (el idealismo de Hegel y el materialismo mecanicista de Feuerbach) y que pretende transformar el mundo en lugar de mantenerse en su mera interpretación. Sus ideas están contenidas principalmente en El Capital, La ideología alemana y el Manifiesto Comunista que suscribió junto con su amigo y colaborador Federico Engels. La teoría del conocimiento de Marx está influenciada por la dialéctica hegeliana, que sostenía que todo lo real es racional, siendo lo real el desarrollo o la alienación de un Espíritu Absoluto. Esto suponía que lo material no era más que un despliegue del pensamiento. Marx superó este idealismo considerando que el objeto no depende enteramente del sujeto y que la materia es la realidad primera, eterna y única, y no la idea, como aseguraba Hegel. A pesar de todo, recogió de éste la idea de que todo tiene una estructura dinámica, de que todo cambio es dialéctico. Por otra parte, Feuerbach con su materialismo mecanicista (que suponía el encadenamiento de causas y consecuencias) negaba el cambio dialéctico y, por ende, la aparición de nuevas formas de la materia. Este mecanicismo conllevaba también que el hombre y todos sus actos no eran otra cosa que reacciones mecánicas y no resultados de una praxis, con lo que no estaban sujetos al desarrollo histórico. Pero Marx sí que hizo entrar el concepto de historia en sus análisis, tomando de Feuerbach el concepto de esencia humana, que concibió como histórica, alegando que lo que el hombre es depende del momento histórico en el que vive. El materialismo histórico plantea que la base de la ideología, de la superestructura y del conjunto de creencias de una sociedad es puramente económica: los modos de producción son los que generan una ideología de cara al mantenimiento del sistema productivo y el criterio de verdad de las proposiciones está determinado por el momento histórico en el que se dan, siendo verdaderas si son funcionales en el sistema productivo en el que suceden. Esto implica que el conocimiento es parte de la ideología, que no es un fin en sí mismo, que es parte práctica necesaria del trabajo del hombre activo en relación con la Naturaleza, encajando perfectamente con su concepción de la filosofía como transformación política revolucionaria de la sociedad. Así pues, el ser humano es para Marx enteramente trabajo: un ser activo, cuya dimensión práctica es más importante que la teórica y cuya capacidad de pensamiento no domina sobre la capacidad de acción. A través del trabajo el hombre domina la naturaleza y ocupa un puesto determinado en la sociedad. Pero en la medida en que el trabajo no humanice al ser humano será un trabajo alienante, ya que en este proceso de exteriorización en aras de desarrollarse, el hombre pierde algo, se desposee de su fuerza productiva, que deja de pertenecer a él y pasa a ser propiedad de otro. La alienación (Entfrendung), que puede ser económica, social, política, religiosa o filosófica, no sólo implica la que el productor pierda su producto cuando éste le es arrebatado, sino que el productor llega a considerarse como mercancía. Esta deshumanización del trabajador (fundamento del capitalismo) es la que Marx quiere cambiar. La religión es, para Marx, “el opio del pueblo”, un fenómeno nacido del dolor de la opresión que expresa la protesta contra esa situación. Su origen ha de buscarse en las raíces del sistema económico en que se da, pues parte de las diversas relaciones sociales y, bajo ciertas condiciones históricas, puede jugar un importante rol en la vida de una sociedad. Hallamos también en el marxismo, en contra de lo que dicen algunos autores, un contenido moral. Si bien Marx renegó explícitamente de la moral, implícitamente valoró moralmente el capitalismo de su época, criticando la moral burguesa y considerando deplorable la situación de miseria en que se hallaba el proletariado de su época, con lo que las leyes morales son también relativas a su momento histórico. La superación de este problema sólo llegaría mediante un sistema comunista sin clases, sin Estado y sin propiedad privada. El proletariado (formado por hombres activamente políticos) sería el protagonista del gran cambio en el que el hombre recuperaría su humanidad, y se alejaría de la división de clases esencial para el sostenimiento del Estado. El verdadero modo democrático de vivir, es, por tanto, el de la sociedad comunista. Sin embargo, la puesta en práctica de las teorías políticas marxistas, a efectos reales, no ha conseguido el equilibrio y la paz por el pueblo trabajador que constituyen el fin último de la revolución.