TEOTIHUACÁN Su nombre significa "Ciudad de los dioses": Teotihuacán lo es, y con creces. Es la ciudad más grande e imponente del México precolombino, y está situada a 2.285 m sobre el nivel del mar en la altiplanicie mexicana, casi exactamente a la misma altura de la otra gran metrópoli del Nuevo Mundo, Machu Picchu, en Perú. Pero su semejanza se agota ahí, pues mientras ésta se apiña en escarpadas cañadas, la espaciosa llanura elegida como emplazamiento de Teotihuacán les dio a sus constructores gran libertad de acción. La ciudad comprende 23 km2 y su mayor edificio, la Pirámide del Sol, es más grande que el Coliseo de Roma, erigido en la misma época. Una antigua capital religiosa de México prosperó 1.000 años antes del auge del Imperio Azteca. A pesar de más de un siglo de esmerada investigación arqueológica, se ignora quiénes la construyeron, cuándo y por qué, e incluso su decadencia está envuelta en el misterio. Poco se sabe de Teotihuacán. Se creía que había sido levantada por los aztecas, pero fue abandonada 700 años antes de que éstos la descubrieran y rebautizaran en el siglo XV. Se ignora incluso la identidad de sus constructores, pero por conveniencia se alude a ellos como "teotihuacanos". No se dispone tampoco de testimonio histórico alguno sobre la ciudad; lo poco que se sabe de ella es producto únicamente de la investigación arqueológica. Hay pruebas de que la zona fue ocupada desde 400 a.C., pero el esplendor de Teotihuacán floreció del siglo II al VII d.C. Es probable que las ruinas actuales sean las de la ciudad construida hacia la época del nacimiento de Cristo por una fuerza de trabajo procedente de una población de cerca de 200.000 habitantes, lo que haría de ella la sexta ciudad del mundo en su tiempo. En su apogeo, Teotihuacán dominó culturalmente el centro de América. Sus alfareros producían jarrones y vasijas cilíndricas con tres patas gruesas y decoración estucada y pintada. Sus tallas más notables son austeras máscaras de jade y basalto, con ojos de obsidiana o conchas marinas. La obsidiana fue quizá la base de la riqueza de la ciudad; mineral oscuro y vítreo, procedente de volcanes cercanos, era muy apreciado, pues podía cortarse en afiladas hojas para elaborar armas y herramientas. El pueblo teotihuacano comerciaba a todo lo largo de las tierras altas del centro de México y quizá también en América Central. Jarras procedentes de su ciudad han sido encontradas en tumbas de todo el país. Se ignora, sin embargo, si estableció un imperio político más allá de sus fronteras. En los murales excavados aparecen escasas escenas militares, lo que da indicios de su pacifismo. La habilidad de los artesanos sólo es superada por el incomparable genio arquitectónico de los creadores de la ciudad. Esta se organiza en una inmensa cuadrícula, cava línea de referencia es la vía principal, de 3,2 Km. de longitud, conocida como Calzada de los Muertos (llamada así por los aztecas, quienes confundieron con tumbas las plataformas a los lados de la avenida). En su extremo sur se halla la Ciudadela, enorme plaza cerrada que aloja el Templo de Quetzlcoatl, la serpiente emplumada. La sobresaliente Pirámide del Sol fue edificada sobre las ruinas de una estructura anterior. A 6 m bajo su base se abre una caverna natural de 100 m de longitud, lugar sagrado antes y después de colocar sobre él 2,5 millones de t de bloques de adobe. La Pirámide de la Luna es de mayor complejidad arquitectónica: la sección baja de su cara principal se compone de varias plataformas que se entrelazan, y no de una sola pendiente continua. A diferencia de las pirámides de Egipto, éstas no fueron usadas como tumbas, sino como basamentos para templos. Pero el mérito arquitectónico de Teotihuacán no se limita a los edificios religiosos. Excavaciones modernas de los palacios han revelado que todos fueron construidos respetando los mismos principios geométricos, con los muchos aposentos dispuestos en torno de un patio central. Aunque ya sin techo, las paredes de los recintos están decoradas con frescos de vigoroso diseño que presentan colores rojos, castaños, azules y amarillos aún firmes. Se desconoce el motivo de la caída de esta gran ciudad y de su civilización. Restos de vigas carbonizadas de los techos dan base a la hipótesis de que la urbe fue saqueada en 740 d.C., quizá por los toltecas, que dominaron la región entre los siglos X y XII. Tal vez algunos de sus habitantes sobrevivieron a la devastación, pero la prosperidad de la metrópoli concluyó. Al visitar hoy las ruinas, sin más vista en él horizonte que cielo y montañas, es difícil creer que la Ciudad de México se halla a sólo 48 km al suroeste.