Drago. Lo sublime y lo afectado. Drago es una pequeña joya del cómic sindicado distribuido por N. Y. Post Syndicate entre 4 de noviembre de 1945 y 10 de diciembre de 1946 en formato página dominical. Obra ajena a presiones de las distribuidoras, en donde su autor, Burne Hogarth, pleno y necesitado de libertad, da rienda suelta a su bella pero artificiosa estética formal y al concepto cinético que tiene de la historieta. Es además un interludio artístico y experimental que el autor realiza entre las dos fases que dedica a la obra sindicada Tarzan (de 1937 a 1945 y de 1947 a 1950) distribuida por el United Features Syndicate. Pero además de ser una pequeña joya y un interludio experimental, Drago es una historia de aventuras trepidantes ambientadas en una Argentina de opereta, repleta de gauchos, mansiones, mujeres fatales, hermosas damiselas, escondrijos imposibles en un paisaje ilusorio, nazis evadidos de la Alemania derrotada de la IIGM, Hogarth experimenta con el movimiento desmesurado y excesivo, sustituyendo las elipsis-argumentalmente necesarias con el uso de las viñetas secuencias que caracterizan su primera fase de Tarzan (1937-1945), por series de paneles que descomponen el movimiento, imprimiendo al relato un ritmo visual, de aire cinematográfico. Una narrativa ágil a la que recurre en la segunda fase de Tarzan (1947-1950), aquella que le ha suministrado los réditos de gran autor. Texto: Eduardo Martínez-Pinna temibles matones y los caballos más veloces jamás plasmados en un cómic. Ingredientes que pertrechan una aventura tópica protagonizada por el joven y quijotesco gaucho Drago. Un galán icónico con una fisionomía que recuerda a la de Tyrone Power en los tiempos en que protagoniza la magistral película The Mark of Zorro realizada en 1940 y dirigida por Rouben Maomoulian. Como cualquier galán al uso se acompaña de un amigo fiel, un contrapunto cómico que alude al nombre de Tabasco. Argumentalmente la trama se vertebra en dos relatos. El primero y más complicado se compone de una intriga bien montada que lleva al lector al conocimiento de infames megalómanos que pueden dominar el mundo a base de manipular misiles nucleares. En este relato, el autor presenta a sus personajes, arquetipos monolíticos prisioneros de su propia figuración, que aportan a la trama ligereza y funcionalidad, pero que, obviamente, no sorprenden al lector. El único que escapa (relativamente) del estereotipo, es el ingeniero O ‘Day, yanqui provinciano pleno de recursos con un rostro que recuerda al del actor James Cagney. El autor lo retrata como el paradigma de ciudadano estadounidense de espíritu indomable, descendiente de los peregrinos del Mayflower, y vencedor de la IIGM. Entre los arquetipos mejor caracterizados, Hogarth se esmera en la apariencia del malvado Barón Zodiac anacrónica figura de un junker sombrío, tocado con monóculo, boquilla para fumar, sombrero y trinchera que le confieren aspecto feminoide y sádico. Justifica, con evidente estrechez de miras, el por qué los estadounidenses ganaron la guerra a los europeos. La sencillez del pueblo, contra la decadencia de una aristocracia caduca. Pero Hogarth no se priva de modelar otros interesantes personajes ricos en sutilidad psicológica. Destaca Don Rodrigo, el padre de Drago, una suerte de aristócrata de carácter débil y esclavo de sus pasiones. Le acompaña en este periplo narrativo su matón, Stiletto, un navajero chusco con rostro de boxeador y nariz partida. Entre las virtudes de esta primera trama se destaca un ritmo rápido, con ágiles cambios de escenario, en donde los personajes entran y salen con naturalidad y sin lastres bajo la dirección escénica y brillante de un Hogarth magistral que monta viñetas de composición brillante, casi musical, de fuerte peso melodramático y sensual como la apasionada escena del baile en la mansión familiar del protagonista. La femme fatale, Tosca, resulta, como siempre, mejor construida que la damisela hija del ingeniero O’ Day, la insípida Darby, en la que subyacen los caracteres matriarcales del pueblo estadounidense, bonita, hacendosa, potencialmente multípara y probablemente dominante. La segunda historia, más corta, más fácil, bien planteada y mejor vertebrada es un prodigio narrativo que relata un argumento de capa y revólver en un escenario delirante que evoca el ambiente descrito en las novelas de El Zorro escritas por Johnston McCulley. La chica, Flamingo, despliega grandes recursos creativos y dota a la historia de una coartada ajustada para el desarrollo pasional. El recurso del incendio en la mansión paterna de Drago, los tonos rojizos, la retorcida y apasionada personalidad del malvado, la motivación del héroe para asumir una doble identidad (de señorito afectado y de viril justiciero enmascarado) y los aires imposibles de la montura del protagonista, se encajan perfectamente en un relato caliente y sudoroso, que pese a lo tópico, es impecable. Si la compleja y estrecha relación entre Tarzan y Burne Hogarth no hubiese sido una realidad, sería Drago el cómic que detentara la excelencia de su autor. El despliegue gráfico de Tarzan, en esa segunda fase, debe mucho a una Argentina de opereta tan irreal como cuajada de tópicos, descrita en todo su contenido en tan solo 54 páginas. La obra finaliza con la bien acabada segunda trama. Bien porque Hogarth quiere reiniciar su versión de Tarzan al mejorarse las condiciones con la agencia distribuidora, o bien por el tibio reconocimiento de la serie, necesitada de un éxito que permita mantenerla en rotativos. Reconocimiento mayormente negado en su presente, (no en Francia, que se publica íntegra en el semanario infantil Coq Hardi entre 1947-48), que sin embargo se le otorga en el futuro. Un reconocimiento postrero que convierte la obra en clásica y que editores franceses como Serg (1971) y españoles como Pala (1973) editan en toda su prestancia. Burne Hogarth aporta a la industria del cómic un tapiz de excelentes obras centradas en el mito selvático creado por Edgar Rice Burroughs. Drago es tan solo una gema ligera, afectada, evanescente y genial. La estética formal de la obra resulta vanguardista. La composición es arriesgada, en cuanto que las viñetas se funden, se paralizan en expresivos primeros planos enmarcados en paneles circulares y se presta una gran atención al detallismo del escenario acompañado de una ardiente y bien escogida paleta de colores. 29