De cómo Catalina la Grande salvó a la Compañía Sobre la

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De cómo Catalina la Grande salvó a la Compañía
Sobre la importancia de la emperatriz de Rusia para los Jesuitas.
José María Cabezudo
Coordinador de la Red Ignaciana
20-03-2014 – La celebración del bicentenario de la restauración de la Compañía
de Jesús es ocasión para recordar algunos episodios de lo sucedido entre los
años 1773, de su disolución por mandato papal, y 1814, de su restauración
también por orden papal. Si bien este período es poco conocido en general, aún lo
es menos que la supresión de la Compañía de Jesús no conllevó su extinción total
merced a la protección recibida de Catalina la Grande, emperatriz de Rusia.
El empeño de las monarquías borbónicas en hacer desaparecer del mapa a los
Jesuitas, abiertos opositores a su absolutismo fundamentado en las doctrinas
regalistas en oposición a las doctrinas populistas del padre Suárez predicadas por
éstos, había comenzado por su expulsión de Portugal en 1759, de Francia en
1764, de España y del Reino de las Dos Sicilias en 1767, y de Parma y de Malta
en 1768. No satisfechos con tan injustas como brutales decisiones regias, los
Borbones, en especial el monarca español Carlos III, presionaron al Papa
Clemente XIII para suprimir para siempre la Compañía de Jesús mediante su
disolución, a lo que el Papa se resistió hasta su fallecimiento, acaecido en 1769.
Ante esta situación y con el ánimo de influir en la elección de un nuevo Papa en el
correspondiente cónclave, Carlos III envió como embajador a Roma a su ministro
Moñino con la misión de manipular a los cardenales para que optasen por un
candidato que colaborase con su causa. El nuevo Papa, Clemente XIV, acosado
tanto en su persona como en su entorno por los intereses de nuestro monarca,
cedió a éstos firmando el 21 de julio de 1773 el breve Dominus ac Redemptor por
el que se suprimía la Compañía de Jesús.
Sin embargo, esta supresión no llegó a ser universal porque tanto la ortodoxa
emperatriz Catalina II de Rusia como el protestante rey Federico II de Prusia, que
no reconocían a la autoridad papal, pero que sí tenían en gran estima la labor
educativa que los Jesuitas desarrollaban en sus territorios, impidieron que los
obispos católicos de sus territorios publicasen el documento supresor. Sin su
promulgación la disposición no tenía efectos, ya que para que así fuese hubiera
debido ser notificada a los interesados.
En 1776 Federico II de Prusia cedió a las presiones borbónicas, mientras que
Catalina II hizo caso omiso a las reclamaciones de Carlos III, por lo que los
Jesuitas subsistieron en la Rusia Blanca, región de población católica del Imperio
ruso, logrando así que la Compañía de Jesús no se extinguiese en su totalidad. A
consecuencia de la firme decisión de la emperatriz rusa de no ejecutar el breve
papal de supresión, los Jesuitas continuaron su misión enseñando y trabajando
pastoralmente entre la población local. El ser conocedores de la orden papal que
no podían cumplir por no haberles sido notificada generó graves problemas de
conciencia a los Jesuitas allí destinados, al tener dudas de si con este proceder
cumplían con su especial voto de obediencia al Papa, lo que hizo que su superior
acudiese al conde Tchernichef, general gobernador de la Rusia Blanca, y a las
autoridades eclesiásticas católicas de aquel país para que la emperatriz autorizase
la publicación del breve pontificio, es decir, para poder ellos obedecer al Papa a
costa de desaparecer como orden religiosa. El nuevo Papa Pío VI, elegido en
1774 al fallecer Clemente XIV, entre las presiones, por una parte, de los monarcas
católicos Borbones y de los ortodoxos rusos y protestantes prusianos, por otra, se
inclinó por dejar las cosas como estaban, transigiendo inicialmente con la anómala
situación y aprobándola verbalmente en el año 1783.
El Papa Pío VII, que sucedió a Pío VI en 1799, reconoció oficialmente a los
Jesuitas que sobrevivían en el Imperio ruso mediante el breve Catholicae fidei del
7 de marzo de 1801 y, posteriormente, estableció el mismo reconocimiento al
Reino de las Dos Sicilias con el breve Per alias del 30 de julio de 1804. A partir de
1800, secretamente y con autorización del Papa, algunos ex jesuitas agregados a
los de Rusia se fueron extendiendo en comunidades por Italia, Francia, Suiza,
Bélgica y Holanda, así como por otros países donde tampoco se había publicado
el breve de extinción, como Inglaterra y Estados Unidos.
Pero aún hubo que esperar al 7 de agosto de 1814 para que Pío VII promulgase la
bula Sollicitudo omnium ecclesiarum, que derogaba lo decidido cuarenta y un años
antes por Clemente XIV al suprimir la Compañía, que nunca se extinguió en su
totalidad por el singular apoyo recibido de Catalina la Grande, emperatriz de
Rusia.
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Fuente: http://www.lne.es/oviedo/2014/03/20/catalina-grande-salvocompania/1559344.html
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