Casos difíciles y Derecho como integración.

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Antonio José Muñoz González
CASOS DIFÍCILES Y DERECHO COMO INTEGRACIÓN. (ESTUDIO
SOBRE LA TEORÍA JURÍDICO FILOSÓFICA DE RONALD DWORKIN)
por Antonio José Muñoz González
*
Introducción
Ronald Myles Dworkin nacido en Worcester, Massachusetts
(EEUU) en 1931, es un filósofo del derecho estadounidense, y uno de
los mayores pensadores contemporáneos en el ámbito de la filosofía
jurídica y política.
A finales de los años sesenta, Ronald Dworkin, sucedió a Hart en
la Universidad de Oxford, y actualmente es catedrático en la
Universidad de New York, donde es considerado uno de los principales
representantes de la filosofía jurídica anglosajona. Criticó la posición de
su antecesor en la cátedra, el modelo del positivismo jurídico del siglo
XX de Hart. La base de la crítica es la afirmación de que el criterio de la
regla de reconocimiento deja por fuera de la interpretación jurídica los
principios y los valores, los cuales son elementos importantes del
derecho. Esto significa que los casos difíciles no serán resueltos de
manera consistente empleando el esquema de reconocimiento de Hart.
En sus últimas obras Dworkin contempla la interpretación del
derecho exclusivamente desde la perspectiva del caso concreto. Se
centra en plantear qué tipo de cuestiones tienen que afrontar los jueces
como aplicadores del derecho. Dichos elementos son: las pruebas, la
filosofía del derecho, la moral, el hecho de si las normas están bien
diseñadas o no y cual es el derecho que debe aplicarse en cada caso.
Este tercer tipo es el que interesa en particular a Dworkin pues es
el aspecto que asume la perspectiva judicial de la interpretación, la de
los jueces. Se interesa de manera central en cómo se puede justificar
adecuadamente cada decisión judicial ante la doctrina y no ante otros
auditorios.
Las proposiciones, en el lenguaje de Dworkin, del derecho se
basan en determinados fundamentos, los cuales dan lugar a
desacuerdos teóricos.
Para dar cuenta de estos desacuerdos hay dos teorías, la
concepción semántica y la interpretativa. Dworkin expresa que si se
trata de indagar por qué los juristas están en desacuerdo, con respecto
a un caso, se puede dar cuenta de ese fenómeno no desde una
perspectiva semántica sino desde una interpretativa.
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Abogado. Webmaster de la Web Jurídica Iuris Tantum (España).
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Como decíamos, Dworkin ha criticado de forma abierta las
escuelas positivistas y utilitaristas, aunque "no sólo rechaza el
positivismo, sino cualquier corriente teórica que cuestione la posibilidad
de alcanzar una solución correcta para cada caso". De esta manera,
construye una teoría general del derecho que no excluye ni el
razonamiento moral ni el razonamiento filosófico, no separando la
ciencia descriptiva del derecho de la política jurídica, obteniendo como
resultado una teoría basada en derechos individuales, de forma que, sin
derechos individuales, no existe derecho. Sus tesis han tenido más
detractores que seguidores, aunque son un punto de partida válido
para una interesante crítica del positivismo jurídico y de la filosofía
utilitarista.
Este trabajo se va a centrar en estudiar dos de los aspectos más
relevantes de Dworkin y aquellos por los que, al mismo tiempo, más ha
sido aplaudido y criticado: el juez Hércules y la novela en serie, que yo
llamaré "las parábolas de Dworkin", relacionado con las soluciones a los
casos difíciles, y en la forma en que se ha de llegar a las soluciones.
Analizaremos como entiende Dworkin han de tomarse las decisiones por
parte de los jueces en los casos difíciles. También nos detendremos en
el análisis de la teoría de este autor que defiende la existencia de una
única solución posible para cada caso jurídico, y en la base de su
teoría, la concepción del derecho como integridad.
El concepto de Dworkin sobre interpretación
El concepto de interpretación jurídica de Federico Puig Peña se
basa en concebirla como "la actividad intelectual encaminada a
desentrañar el alcance de una norma jurídica", el de Castán entiende
que "la interpretación de las normas es la indagación del verdadero
sentido y por ende del contenido y alcance de las normas jurídicas", y el
de Lacruz supone que "interpretar una ley consiste en explicar su
sentido frente a un caso concreto; declarar cual es, puesta en contacto
con la realidad el resultado práctico del mensaje que contiene",
Para Dworkin, se interpreta en el campo científico y en una
conversación. El autor anglosajón emplea la categoría de interpretación
reconstructiva. En el arte y en las prácticas sociales se lleva cabo una
interpretación constructiva. Esta categoría supone mucho más que
indagar acerca de la intención del autor, de los propósitos empíricos de
la obra de arte. El buen intérprete es el que muestra desde la mejor
perspectiva la artisticidad de la obra. En cuanto al modelo general de
interpretación Dworkin aboga por un modelo de tipo constructivo. Esto
implica el esfuerzo que debe hacer el intérprete para mostrar de la
mejor manera posible el caso en cuestión. Esta idea se asemeja a la de
la hermenéutica en el sentido que el sujeto posee con anterioridad su
punto de vista interno, simpatético, una persepctiva particular desde la
cual aborda la tarea de la interpretación. El derecho es escrito en
cadena, es una obra colectiva. El margen de maniobra para
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interpretación es amplia, pero al desarrollar el derecho se debe procurar
mantener cierta coherencia con lo existente en la ley y con el futuro de
la misma, en el sentido de representar de manera correcta los valores
que persigue una legislación para una sociedad justa. En las prácticas
sociales se asume una actitud interpretativa que reconoce las normas y
su vigencia y que les atribuye un sentido, un valor. En la evolución de
las normas debe observarse de qué manera se mantiene el sentido de la
ley. La interpretación en las prácticas sociales se caracteriza también en
tres etapas: a) Preinterpretativa, instancia en la se examinan los
materiales. Es una fase descriptiva pero que implica algo de
interpretación. Ocurre un evento similar al de la preconcepción, del
preconocimiento, dentro de la concepción hermenéutica. Aquí se trata
de identificar los materiales jurídicos. La teoría de Hart, por ejemplo, se
centra en este aspecto. b) La etapa interpretativa. El interprete debe
poseer una teoría, que le garantice la mejor manera de abordar el
material jurídico. Lo fundamental aquí es la noción de coherencia e
integridad. c) La Postinterpretativa o reformadora consiste en que una
vez identificado el valor, mostrar su objeto, de la mejor manera posible.
Esto en los casos difíciles implica la modificación de la práctica.
Los casos difíciles
Dworkin entiende que estamos ante un caso difícil "cuando un
determinado litigio no se puede subsumir claramente en una norma
jurídica, establecida previamente por alguna institución; el juez -de
acuerdo con esta teoría- tiene discreción para decidir el caso en uno u
otro sentido." De esta manera, cuando ninguna norma previa resuelva
un caso, Dworkin entiende que es muy posible que, a pesar de ello, una
de las partes tenga derecho a ganarlo, y que, independientemente de la
existencia de la laguna legislativa, será el juez quien deba descubrir que
derechos tiene las partes en ese momento, sin necesidad de inventar
retroactivamente derechos nuevos. Ante esta tesitura, Dworkin pone de
manifiesto que con frecuencia jueces, abogados, y juristas en general
estarán en desacuerdo sobre los derechos de las partes en los casos
difíciles, y que su razonamiento será un razonamiento sobre derechos
políticos y no jurídicos: "Lo único que quiero es sugerir como se puede
defender la afirmación general de que los cálculos que hacen los jueces,
referentes a las intenciones de la ley, son cálculos sobre derechos
políticos"
Mediante los casos difíciles, Dworkin pone el dedo en la llaga de la
falta de certeza del derecho en determinadas circunstancias y, desde
esta posición deshace el modelo de función judicial positivista y el mito
de la certeza, poniendo de manifiesto que la existencia de sentencias
diferentes sobre casos difíciles iguales se debe bien a la existencia de
normas contradictorias, bien a la inexistencia de norma aplicable. Para
dar una solución Dworkin relaciona los casos difíciles con los derechos,
y plantea así una cuestión de teoría política, más que de teoría jurídica,
y que por tanto, demandarán una solución acorde con la doctrina de la
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responsabilidad política, es decir, "no se pueden tomar otras decisiones
políticas que las que puedan justificarse dentro del marco de una teoría
política general que justifique también las decisiones relacionadas con
el caso sobre el que se discute o ha de resolverse"
La posición de Dworkin en relación a los casos difíciles no es sino
una aplicación tópica de su crítica del positivismo jurídico que ya
conocemos; una denuncia sobre que el positivismo jurídico no es sino
una aplicación mecánica del derecho que no sirve en situaciones en las
que el sistema no tiene prevista una solución y en los casos en que la
aplicación de acuerdo con el sistema establecido, exista o no norma
predeterminada, sea flagrantemente injusta. Esto supone que la certeza
de las tesis positivistas es insuficiente, ya que el hecho de que exista un
margen de discrecionalidad en la aplicación del derecho impide alcanzar
el ideal de una única solución correcta para cada caso. La solución que
plantea Dworkin pasaría por construir un modelo de razonamiento
adecuado que permita establecer cual es la solución correcta para cada
caso, a través de la teoría de los derechos, que antes esbozábamos. Esto
supone el rechazo a la existencia de un margen de discrecionalidad en
la interpretación jurídica, lo que Hart denominada la textura abierta del
derecho. Dworkin defiende que el juez no solo esta posibilitado, sino que
además esta obligado a descubrir los derechos de la partes en litigio con
absoluta precisión y certeza, ya que estos derechos existirían con
antelación y plena autonomía respecto al procedimiento que se sigue
para su descubrimiento. Con este planteamiento, critica el argumento
de Hart de que los casos difíciles sólo se deben a la textura abierta de
las reglas jurídicas, poniendo de manifiesto que "es frecuente que los
jueces estén en desacuerdo no simplemente respecto de la forma en que
se ha de interpretar una norma o un principio, sino incluso sobre si la
norma o principio que cita un juez ha de ser siquiera reconocido como
tal" . Para Dworkin, la solución del caso difícil pasa por un proceso de
razonamiento en el que se "debe organizar una teoría de la constitución,
configurada como un conjunto complejo de principios y directrices
políticas que justifique ese esquema de gobierno, lo mismo que el
árbitro de ajedrez se ve llevado a elaborar una teoría del carácter de su
juego. Debe enriquecer esa teoría refiriéndose alternativamente a la
filosofía política y a los detalles institucionales. Debe generar teorías
posibles que justifiquen los diferentes aspectos del esquema y poner a
prueba las teorías en función de la institución global". Luego, como se
puede deducir, el modelo de decisión jurídica de Dworkin, es bastante
complejo. Coloca junto a las normas jurídicas propiamente dichas, unas
pautas o índices intelectuales de la decisión jurídica que harán posible
dar una única solución correcta a cada caso. Pero esta decisión jurídica
correcta no ha de ser una mera probabilidad sino que "el órgano judicial
esta obligado a actuar conforme a esas pautas o índices precitados,
cuya ponderación razonable ofrecerá además una única solución
correcta". Esto supone entender que en determinadas circunstancias,
ante los casos que venimos denominando como difíciles, la decisión
jurídica además ha de tener en cuenta una visión particular de
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moralidad política, lo que hace que no se puedan separar estos dos
aspectos -moral política y derecho- a la hora de tomar una decisión.
Cierto es, como señala el profesor Calvo que "lo mas acertado de
la crítica de Dworkin es denunciar un modelo de aplicación del derecho
artificialmente simplificado, un modelo que no se corresponde con la
complejidad de las tareas que llevan a cabo los operadores jurídicos que
realizan esa función". El problema es que resulta cuanto menos
inquietante el hacer depender en última instancia la solución a los
casos difíciles de cierto tipo de fuentes ajenas, estrictamente hablando,
al derecho. Es lo que ocurre cuando Dworkin habla de que "la
Constitución norteamericana consiste en la mejor interpretación
disponible del texto y la práctica constitucionales (sic) norteamericanas
en su totalidad, y su juicio acerca de cual interpretación es la mejor es
sensible a la gran complejidad de virtudes políticas correspondientes a
la misma cuestión"
Pero estos planteamientos de Dworkin, si bien no exentos de
razón en lo que respecta a la solución de los casos difíciles, colocan al
jurista educado en el método jurídico tradicional en una posición en la
que ve tambalearse sus más íntimas convicciones jurídicas. No cabe
entender que criterios de moral política sean a su vez criterios de
interpretación jurídica al mismo nivel que los tradicionales sin que se
vean afectados principios garantistas básicos, que -por cierto- exigieron
en su momento el tributo de la sangre de muchos revolucionarios.
Además, como sostiene con acierto el profesor Calvo "la persistencia de
Dworkin en interpretar que los fundamentos de moralidad política de la
decisión son derecho puede ser ideológicamente más peligrosa que la
tesis positivista sobre la separación entre derecho y moral y, en
consecuencia, la consideración de los criterios morales, políticos
económicos, etc., que suplen la falta de criterios jurídicos cuando existe
un margen de discrecionalidad como no derecho. En un mundo plagado
de fundamentalismos e intolerancia la subordinación del derecho a la
moral, aunque sea una moral liberal o se produzca en el marco de una
democracia, puede resultar una apuesta peligrosa". Personalmente
añadiría, como ya he dado a entender antes, que resulta más
sorprendente aún que esta subordinación a la moral política provenga
de un autor norteamericano, al que entiendo perfectamente capaz de
captar las peligrosas sutilezas con las que la moral política
norteamericana nos ha sorprendido y nos sorprende aún hoy a los no
norteamericanos.
De esta manera, podemos deducir y no sólo en el caso de
Dworkin, que la asunción de una determinada concepción sobre la
relación entre la autoridad y el derecho, produce distintas teorías sobre
su identificación; ejemplo de ello podrían ser la tesis de la
"incorporación" de Hart y la de la "coherencia" del propio Dworkin.
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Las parábolas de Dworkin
Para explicar sus tesis, Dworkin se ha hecho famoso por intentar
hacerlas entender mediante recursos pedagógicos. Cabe destacar
especialmente dos, el de la novela en cadena, que analizaremos ahora, y
sobre todo el juez Hércules, que ha hecho correr ríos de tinta, y que
abordaremos en el siguiente punto. Este tipo de paralelismos con la
actividad del intérprete no es desconocido para nosotros, y ya ha sido
usado en otras ocasiones, como recientemente hemos podido
comprobar en relación a la tarea del historiador, y del detective.
A) La novela en cadena
La novela en cadena sirve a Dworkin para hacernos en tender la
complejidad con la que el intérprete se encuentra a la hora de aplicar
una norma jurídica de la que no es autor, máxime cuando se plantean
problemas y dudas, lo que ocurre en los casos difíciles. Según el autor
anglosajón, la novela en cadena se trata de un proyecto en el que "un
grupo de novelistas escribe una novela en serie; cada novelista de la
cadena interpreta los capítulos que ha recibido para poder escribir uno
nuevo, que luego agrega a lo que recibe el siguiente novelista y así
sucesivamente. Cada uno tiene la tarea de escribir su capítulo para
construir la novela de la mejor manera posible" . Para Dworkin, esta
tarea resulta compleja cuando se intenta hacer bien, cuando lo que se
pretende es escribir la mejor novela posible, y aquí es donde encuentra
el paralelismo con la decisión jurídica de un caso difícil. En su afán
didáctico, Dworkin nos plantea la tarea de completar, sin conocer el
final, por supuesto, el famoso relato de la tradición anglosajona Un
Cuento de Navidad . El reto, tal y como lo expone Dworkin, resulta sin
duda complejo, ya que en función de cómo interpretemos el texto que
nos han presentado, el final de la novela puede variar radicalmente.
Dworkin somete el proyecto novelístico a dos condicionantes: por una
parte, hay que atenerse a la dimensión de la concordancia o mantener la
fidelidad al texto del proyecto que se nos ha entregado, así como a su
finalidad última, y por otra, hay que respetar la dimensión interpretativa
que nos será útil cuando ninguna de las interpretaciones posibles se
acomode al texto recibido y a la finalidad del mismo.
Este planteamiento lo traspone Dworkin al caso difícil que tiene
que resolver el juez. Ante esta compleja tarea se pregunta: El juicio
acerca de la mejor manera de interpretar y continuar el texto entregado
¿es libre o forzado? ¿puede ayudarse de las suposiciones propias y
actitudes acerca de cómo deberían de ser las cosas? ¿o debe ignorarlas
por sentirse esclavizado por un texto que no puede alterar? Para
Dworkin, ambas posibilidades se conjugan y se limitan a un tiempo. Por
una parte, el intérprete sentirá la libertad creativa de la propia tarea de
interpretar, pero por otra, sentirá aprensión ante la posibilidad de
apartarse del texto recibido.
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La conclusión a la que llega el autor anglosajón es que estamos
ante varias decisiones difíciles que pueden llevar a resultados diversos,
como aquellos a los que llegaría un novelista en cadena tras interpretar
el texto recibido de una manera o de otra. Pero sobre lo que no cabe
duda es que, si a estas soluciones diferentes se ha llegado mediante
soluciones técnico-jurídicas o literarias correctas, el desacuerdo entre
los diferentes resultados no va a ser el método empleado, que habrá
sido impecablemente seguido y aplicado al caso por cada uno de los
intérpretes, sino que la discrepancia se va a encontrar en el significado
y alcance que para cada uno de los intérpretes ha tenido el texto
original
B) El juez Hércules
Dworkin es el padre de uno de los jueces más criticados de la
filosofía del derecho. Este juez, al que el autor anglosajón bautiza con el
nombre de Hércules, se nos presenta como "un juez imaginario de un
poder intelectual y una paciencia sobrehumanos, que acepta el derecho
como integridad." Dworkin enfrenta a Hércules a una serie de casos
difíciles reales extraídos de la jurisprudencia norteamericana, desde
una responsabilidad por daños en un accidente de automóvil, pasando
por históricos casos con componentes de racismo, discriminación,
objeción de conciencia, desobediencia civil y aborto. Hércules tiene un
papel protagonista tanto en Los derechos en serio, como en El imperio de
la ley, dedicando en esta última obra un apartado específico a contestar
a las numerosas críticas que este superjuez provocó. Lo de contestar a
directamente a las críticas es algo que Dworkin se toma especialmente
en serio, ya que dedica en Los derechos en serio nada menos que
ochenta y cuatro páginas a contestar a diez críticos a la anterior edición
de su obra.
Pero volviendo al juez Hércules, Dworkin nos explica su método
de trabajo. Sigue el método de la novela en cadena concienciándose de
que sus decisiones no son sino un eslabón en una larga cadena previa
que ha de interpretar y luego continuar según su buen entender y
siempre de acuerdo con los criterios de moralidad política vigentes
incorporados a la integridad. Cuando nos presentamos ante la
jurisdicción de Hércules, este examina nuestros derechos y los de
nuestros oponentes entendiéndolos existentes previamente al
surgimiento del conflicto . Es decir, "Hércules no busca primero los
límites del derecho para después completar con sus propias
convicciones políticas lo que este requiere. Se vale de su propio juicio
para determinar que derechos tienen las partes que se presentan ante
él, y una vez hecho ese juicio, no queda nada que pueda ser sometido a
convicciones, sean las suyas, o las del público" . Es decir, al fijar los
derechos de las partes, Hércules ya ha tomado en cuenta desde su
concepto de integridad, los valores de moral política que le han ayudado
a identificar los derechos de las partes, y no al contrario, no se vuelve
hacía estos valores cuando ya ha fijado los derechos. Se deja guiar por
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un sentido de la integridad constitucional que supone que aplica la
mejor interpretación posible del texto legal en relación con su juicio
acerca de cual es la mejor interpretación acorde con la gran complejidad
de cuestiones políticas inherentes a la misma, fundamentalmente
relacionadas con los principios de justicia e imparcialidad. El problema
de Hércules es el que sigue anteponiendo su concepto de integridad del
derecho aún cuando perjudique a la más estricta justicia o al mejor
resultado desde un punto de vista lógico, pero no acorde con la
integridad, incluso aunque sea la apreciación del propio Hércules. Es
decir, el método de Hércules pretende llegar a ser un modelo de
equilibrio, que renuncia a alcanzar soluciones ideales que se basen en
principios abstractos y se deja guiar por su sentido de la integridad
para llegar a la solución más acorde a esa misma integridad.
El derecho como integridad
En relación con lo que antes analizábamos en relación a las
parábolas de Dworkin y en concreto en lo respectivo a la referencia de la
novela en cadena, surge en la tesis de Dworkin el concepto del derecho
como integridad. Para este autor, "el principio adjudicativo de
integridad instruye a los jueces a que identifiquen los derechos y
deberes legales, hasta donde sea posible, sobre la suposición de que
todos fueron creados por un mismo autor que expresa una correcta
concepción de justicia y de equidad.". Este concepto de derecho, ha de
ser asumido como punto de partida por todo aquel que vaya a asumir
las funciones de intérprete del mismo, sin que sea posible que existan
múltiples concepciones de derecho, es lo que el profesor Calvo
denomina "una especie de lugar común" del que van a partir después
todas aquellas concepciones del derecho, que si podrán ser varias y
diferentes, y que tenderán a mejorar la inicial e indiscutible
interpretación. Es decir, el juez que acepta este ideal interpretativo de
integridad del derecho, deciden casos difíciles tratando de hallar, en un
grupo de principios coherentes sobre los derechos y deberes de la
persona, la mejor interpretación posible que integre la estructura política
y la doctrina legal de su comunidad. Cuando se acepta el derecho como
integridad, es necesario asumir también que los elementos políticos que
van a influir en la interpretación no van a ser siempre los del intérprete
y siempre van a ser los de la comunidad, ya que "si no lo hace, si su
prueba inicial de concordancia deriva por completo o es ajustable a sus
convicciones sobre justicia, de modo que la última proporcione de
manera automática una interpretación legible, no puede reclamar de
buena fe estar interpretando su práctica legal." A renglón seguido,
Dworkin sostiene, y aquí si estoy con él, que el juez experto, con
muchas decisiones judiciales en su carrera, adopta una concepción del
derecho propia sobre la que se apoya para tomar decisiones y formar
juicios, pero Dworkin defiende, y aquí de nuevo entra para mí en
terreno peligroso, que "la mayoría de los jueces será como las demás
personas de su comunidad y por lo tanto, la equidad y la justicia no
rivalizarán a menudo para ellos". Esta afirmación tranquilizadora de
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Dworkin, provoca en mí el efecto contrario, o mejor dicho, lo provocaría
de estar sometido a una jurisdicción norteamericana, en una de las
comunidades de la llamada América profunda, capaz de las mas
surrealistas decisiones judiciales basadas en los principios de moral
política, ya sean propios del juez o propios de esas comunidades. Pero
lo que a Dworkin le preocupa es las decisiones de los jueces cuyas
opiniones políticas sean "más excéntricas o radicales (sic)" y que cuando
se encuentren en plena tarea de interpretación, se enfrenten a la
colisión de dos ideales, debiendo de optar entre el registro propio de la
comunidad, o aquel de una minoría; aunque Dworkin, conciliador,
admite que este requisito de seguir la cuerda de la moral política de la
comunidad, se torna menos severo cuando están en juego derechos
constitucionales, lo que particularmente no me resulta en absoluto
tranquilizador. Cabe preguntarse que es lo que ocurre cuando la moral
política de una comunidad vacía de contenido los derechos
constitucionales de ciertas minorías, por ejemplo. En relación a esto, el
profesor Calvo tacha a Dworkin de político aficionado y de liberal
ingenuo, y a mi entender se queda corto.
Una vez ya sabemos que es lo que quiere decir Dworkin con el
derecho como integridad, pasa a formular su teoría de la interpretación
jurídica que como es lógico, va a partir de este concepto. La integridad
va a ser la base de la aplicación del derecho e impone que toda decisión
judicial ha de respetar los derechos políticos y morales, de manera que
la respuesta judicial a los problemas de una comunidad sea coherente,
justa e imparcial. El juez ha de respetar la integridad del Ordenamiento
Jurídico, tanto desde su aspecto formal como material.
Lógicamente, el propio Dworkin entiende que las prácticas
políticas no siempre van a dar como resultado un contenido de la
integridad que resulte coherente, y admite que este defecto existe,
aunque no hay otra solución que no sea luchar por remediar las
inconsistencias de principio que se vayan presentando, lo que a mi
entender no resulta muy esperanzador.
Luego si hemos entendido bien, el derecho como integridad va a
suponer una estructura que pone por encima de todo lo demás, incluso
sobre el derecho positivo en vigor, los valores básicos que se desprenden
de esta concepción de integridad, que incluirán justicia, imparcialidad,
equidad, en un peligroso equilibrio con las normas del Ordenamiento
Jurídico. Pero claro, como bien dice el profesor Calvo, "para cualquier
jurista español, estas tesis chocan con las exigencias de los principios
de la división de poderes y legalidad. Sin embargo, sintonizan
perfectamente con el concepto liberal que Dworkin defiende" . Esta
subordinación del derecho a la integridad que defiende Dworkin supone
sencillamente que a la hora de decidir por una interpretación, o en la
línea que el defiende, a la hora de escoger la única interpretación
correcta, debemos siempre volvernos sobre los principios morales y
políticos de la comunidad que conforman, como un todo estrechamente
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unido, la integridad del derecho y que se colocan en la mano de los
miembros de la comunidad para ejercerlos ante un supuesto poder
coercitivo del estado, contando la comunidad como fuertes aliados, a los
jueces de la integridad, a los que coloca casi en una atalaya de
omnipotencia como poseedores de la máxima, única e infalible
capacidad interpretativa; cientos de jueces Hércules, "campeones del
liberalismo", que no rinden cuentas ante nada y ante nadie, y que son
los más perfectos y mejores instrumentos de la aplicación de la norma,
recordándonos un poco a como aquella sacralidad del texto jurídico se
proyectaba en su interprete, revistiéndole de una autoridad especial.
Sólo los jueces de la integración pueden encontrar la interpretación
correcta, lo que ha dado como resultado que el modelo de Dworkin sea
calificado como trasnochado, elitista y antidemocrático.
Bibliografía
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