diciendo “el día en que desees a Dios con las mismas ansias que

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diciendo “el día en que desees
a Dios con las mismas ansias que
respirar, ese día lo encontrarás sin
lugar a dudas”. Algo que me marcó
significativamente. Esta vez no me
tocaba vivir los ejercicios espirituales
recibiendo, sino que tenía que dar un
taller. Al principio la experiencia se
tornó un poco difícil, ya que no podía
dedicar todo el tiempo a las oraciones
propuestas para el día. Hasta que me
di cuenta que esta vez Dios me ofrecía
una vivencia diferente.
La propuesta era buscar a Dios en
todas las cosas, en todas las personas,
en todos los gestos, buscarlo en los
elementos de la naturaleza como nos
proponían los talleres de expresión
corporal: la tierra, es nuestra vida,
tierra sagrada en la cual debemos
descalzarnos para entrar. El aire, a
través de su dulzura y suavidad, nos
llevó a percibir la sutileza del Espíritu
Santo que se comunica
cotidianamente con nosotros. El agua,
nos invitaba a navegar dentro de
nuestra interioridad y el fuego del
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Espíritu que transforma y hace
nueva todas las cosas.
Este momento lo viví como una
de las etapas más importantes para
mí. Dar un taller de expresión
artística me significaba mucha
responsabilidad pero, lo más
importante, fue abandonarme en las
manos de Dios y pedirle que cada
quien viviera la experiencia que él
quería que viviera y no lo que a mí me
parecía que tenían que vivir.
Fue una riqueza dar un taller con las
hermanas, tanto en la expresión
corporal como artística. Poner en
común los dones se hizo vida.
Mientras estábamos en Ejercicios,
seguimos por televisión las misas de
inauguración de la JMJ y la que se
realizó en Aparecida. En el momento
de la comunión, recibimos de manos
de nuestros compañeros/as de camino,
el cuerpo de Jesús sacramentado, ese
fue un día de gran emoción para
todos.
Otro de los momentos significativos
de esta etapa fue reflexionar como
jóvenes sobre la Iglesia, así nos
preparamos para vivir los tres últimos
días de la Jornada Mundial de la
Juventud, uniéndonos a todos los
peregrinos que asistieron.
Tercera etapa: “Una gran lección de
amor”
De amor, sí; ya que siendo la
segunda JMJ que vivo, vuelvo más
sorprendida aún de lo que volví de
Madrid. Me sorprende, y me llena de
felicidad, la cantidad de jóvenes y no
tan jóvenes de todas partes del
mundo, que tiramos para el mismo
lado, que vamos contracorriente, que
somos capaces de dormir pocas horas
o de hasta incluso no dormir o dormir
en la arena mojada, de pasar mucho
frio o muchísimo calor, de
“amucharnos” sin empujarnos, de
pasar horas bajo la lluvia, gritando,
cantando y saltando. Solo me surge
decir que la única razón era
experimentar a Jesús de cerca, que su
amor nos invitaba a estar ahí
presentes, diciendo que los jóvenes
también somos Iglesia.
Pudimos estar muy cerca de nuestro
Santo Padre en el Vía Crucis y en la
misa de clausura. El Papa Francisco
llegaba con mucha sencillez y
profundidad a los corazones jóvenes
que estábamos escuchándolo allí en
Río y en el resto del mundo, desde
cada hogar. Él nos brindó
herramientas puntuales, sin vueltas,
para aplicar y seguir creciendo en la fe
y como discípulos; “la oración, los
sacramentos y el servicio”. Volvimos
llenos de fuerza espiritual y mental
para “vivir en este mundo, sin ser de
este mundo”, y con algunas consignas
que nos quedaron dando vueltas en la
cabeza: “ser campo fértil para que
Dios pueda plantar su semilla…
Volver siempre a Él para que pueda
germinar y crecer”, “la fe no se licúa”.
Seguramente, estas y otras enseñanzas
ya empiezan a revolucionar muchos
lugares del mundo.
Para concluir solo me queda decir
¡Gracias!, Obrigada!, Thank you!,
Aguye!, a cada uno de los jóvenes que
participaron del encuentro, a los
voluntarios, a las hermanas y a
nuestras familias por acompañarnos
en esta experiencia, pero
especialmente a Dios y a Santa Juana
de Lestonnac por permitirnos
alimentar y mantener la llama
encendida de la fe. ◆
Cinthya Gómez
Mendoza, Argentina
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