Subir, Señor, hasta Tu cielo, ahora que lo puedo a voluntad; entrar sin que me llames, sin decreto de muerte penetrar hasta lo más secreto... Sentir, oler, mirar lo que ningún humano pudo salvo el apóstol de los pueblos. Señor, ¡Te siento! con desearlo se hacen realidades mis anhelos: hay paz, hay calma, refulge el alba entre azures y blancos y me siento nervioso, me late el alma, tiemblo; no sé explicarlo: no he ido al Cielo y estoy allí. ¿Qué sería, Señor, si yo pudiera hacerlo?, si consiguiera lo que es solamente quimera de un loco que Te ama aunque Tú no lo creas; que muere de dolor porque Te ofende; que llora sus pecados, y sabe que todo esto es insensatez que no merezco ni soñar, que si me atrevo es porque en mi pecho has colocado este deseo de imposibles: consciente de mi iniquidad me atrevo porque eres Tú El que me impulsas a quererlo por ver si así despego limpio mis alas y me disparo al Cielo.