Apuntes de la Escuela de Comunidad con Julián Carrón Milán, 20 marzo 2013 Texto de referencia: «La declaración explícita», en Los orígenes de la pretensión cristiana, Encuentro, Madrid 1991, pp. 87-98. Negra sombra Noi non sappiamo chi era Gloria Habíamos propuesto para trabajar en la Escuela de Comunidad el comienzo del capítulo séptimo de Los orígenes de la pretensión cristiana, a la luz de cuanto ha sucedido en este mes, que nos ha permitido ver en acto algunas de las cosas de las que habla el capítulo. Empiezo leyendo una pregunta que me ha llegado: «Últimamente oigo hablar de mil formas de la palabra “contragolpe” en todas las intervenciones: para indicar asombro, reacción, juicio sobre la realidad. Hemos hablado de ello también en el grupo de Escuela de Comunidad, pero no me parece que quedara muy claro el significado. ¿Qué quieres decir exactamente con esta palabra?». La última vez habíamos usado este término para introducir lo que don Giussani llama «problematicidad», es decir, que la vida, al desafiarnos, despierta problemas en nosotros. Me gustaría que nos contaran un episodio que creo nos puede ayudar a responder a esta pregunta. Me provocó mucho la última Escuela de Comunidad cuando tú, anticipando el tema de la problematicidad de la realidad, nos habías desafiado con estas palabras: «todo se juega en el primer impacto con la realidad, respecto a las elecciones, respecto al Papa, respecto a la persona que tienes delante, respecto al trabajo, respecto a la espera, es decir, respecto a la vida. Si cada uno de nosotros no se toma en serio el dato de la realidad y si esto no se convierte en el punto de partida, somos “modernos”, somos ideológicos». Y concluías diciendo: es necesario «pasar del contragolpe inicial al compromiso que este implica». El hecho es el siguiente. Me llama un universitario del movimiento y me pregunta si podemos conocer a un chaval al que él acaba de conocer. Me encuentro con ellos y me quedo impresionada porque ese chico es un rumano de veintitrés años. Entonces le pregunto al universitario: «Pero, ¿dónde le has conocido?». Y él: «En el metro. Tenía un cartel en el que ponía: “busco trabajo”. Cuando le vi, pasé de largo. Pero, a medida que caminaba, crecía en mí el malestar, crecía una urgencia dentro de mí. Después de dar diez pasos, me detuve y di media vuelta». ¿Qué he visto yo en este hecho? Que en verdad todo se juega en este impacto inicial, en este contragolpe de la realidad. Está claro que este contragolpe te desafía (¡no quiere decir que haya que pararse con todo el mundo!), porque no sabes a dónde te lleva. Y he comprendido que esta es la dinámica de toda la realidad, como nos habías recordado en el cuadernillo de los Ejercicios del CLU. ¿Qué hace el Misterio a través de la realidad? Vuelve a despertar todo nuestro deseo. Y al hacerlo nos pone cada vez más en condiciones de verificar Quién lo cumple verdaderamente. Creo que lo que nos acaban de contar es útil para captar los factores de la realidad. En muchas ocasiones no podemos dejar de sentirnos provocados por la realidad. Uno ve algo que le provoca; puede dejarlo pasar, como si no existiera: pero uno percibe un 1 malestar, sorprende en su interior una urgencia a la que se puede responder o no, pero que no es igual a cero. Significa que el contragolpe no es solamente una cuestión sentimental, sino que es el inicio (¡el inicio!) que introduce en la vida lo que don Giussani nos decía – lo hemos citado en la última Escuela de Comunidad – cuando explicaba qué es la vida: «La vida es una trama de acontecimientos y de encuentros que provocan a la conciencia produciendo en ella problemas de distinto tipo. El problema es la expresión dinámica de una reacción frente a esos encuentros. Y el significado de la vida – o de las cosas más pertinentes e importantes de ella […] – es una meta posible solo para quien esté comprometido con la problemática global de la vida misma». ¿Lo veis? Giussani no dice que es posible para quien recibe el contragolpe, porque ese lo recibimos todos, el contragolpe no nos pide permiso, sino que sucede; lo que decidimos nosotros es si nos comprometemos con ese contragolpe, con ese inicio, con ese atractivo, con ese asombro (por ejemplo, el encuentro con alguien que busca trabajo, como hemos escuchado), un compromiso que nos permite descubrir el significado de la realidad, de la vida. «Comprometido» y «total»: son dos adjetivos decisivos. «Comprometido con la problemática total de la misma vida». Pero atención, porque muchas veces reducimos este compromiso a una especie de esfuerzo, a una especie de voluntarismo; evidentemente, dentro de este compromiso hay una implicación nuestra. Pero don Giussani nos ayuda a comprender cuál es la naturaleza de esta implicación, que no es un compromiso moralista: «La aparición del problema implica, pues, el nacimiento de un interés, que despierte una curiosidad intelectual». Nosotros, en cambio, reducimos la reacción ante la realidad a un problema moralista (comprometerme o no comprometerme). En realidad, se trata de seguir una curiosidad intelectual. No se trata de un problema moralista, sino de un problema de conocimiento. Pensad en vuestros hijos, cuando tratan de comprender cómo funciona un artefacto: están entusiasmados y con ganas de saber. No es que no tengan que hacer esfuerzo alguno, pero este esfuerzo no prevalece; lo que domina es la curiosidad, toda la curiosidad (que sostiene incluso el esfuerzo que tienen que hacer, de modo que ni siquiera se dan cuenta de que se tienen que esforzar); si no es así, es como si todo se volviera un peso. Lo sabemos perfectamente: cuando la curiosidad nos envuelve en el trabajo o en el estudio, no es que no tengamos que implicarnos, ¡nos implicamos más! La curiosidad y el deseo de saber, de descubrir el significado, de resolver el enigma, de comprender cómo funciona el juguete, prevalece sobre la pesadez del esfuerzo. Pero se trata de una decisión que depende de nosotros: seguir esta curiosidad o dejarla pasar. Por eso el inicio – el inicio – de la desarticulación, es decir, del dualismo, tomar un camino u otro, está precisamente aquí: «El origen del debilitamiento de una mentalidad orgánica en lo que respecta al problema religioso radica en una posibilidad permanente del alma humana, en la triste posibilidad de faltar al compromiso auténtico, al interés y la curiosidad hacia lo real en su totalidad». El contragolpe es ese inicio que despierta nuestro interés, que despierta nuestra curiosidad; podemos secundarlo o no. Por eso no se puede oponer el impacto inicial al trabajo. Lo hemos visto estos días de forma evidente ante un hecho que hemos vivido todos. Basta con que cada uno se pare a pensar qué ha suscitado en él la noticia de la fumata blanca y lo que ha sucedido de las siete a las ocho del miércoles, con qué actitud estábamos: llenos de esta curiosidad. ¿Alguien se ha marchado porque el nuevo pontífice tardaba en asomarse? No. Estábamos todos sostenidos en nuestra implicación por la curiosidad que teníamos. Objeción: pero esta implicación, ¿es un añadido al impacto inicial? ¡No! No es un añadido al contragolpe, sino la consecuencia normal del contragolpe. Uno habría tenido que hacer un trabajo mayor para separarse de la espera que había suscitado la fumata 2 blanca que para permanecer delante de la televisión esperando. Todavía no conocíamos la identidad del nuevo Papa, pero esto no era lo decisivo, porque ya estaba todo ahí, en el Habemus Papam. Teníamos curiosidad porque todo estaba ya en el inicio, en el hecho, sólo había que esperar el desarrollo. Y ha sido suficiente para dejarnos provocar, ha sido suficiente ser leales con el impacto. Nadie ha pensado en el esfuerzo, todos nos hemos visto implicados. ¿Habéis escuchado a alguien quejarse por todo el tiempo que estaba pasando? Sólo con mirar lo que sucedía en la plaza teníamos un ejemplo evidente de qué quiere decir el impacto y de por qué secundar este impacto no es algo añadido para los más moralistas, no es un añadido para la gente más capaz que tiene capacidades y energías heroicas. No, nadie se ha sentido un héroe esa noche por haber permanecido esperando una hora: sencillamente era lo más normal que se podía hacer ante lo imponente del hecho. Pues bien, cuando nos damos cuenta de esto, empezamos a entender qué quiere decir don Giussani cuando habla de compromiso con la realidad: si abandonamos, entonces no se nos desvela el significado de lo que ha sucedido. Por eso oponer el contragolpe a la curiosidad y al compromiso con la curiosidad es sólo un artificio, porque todos hemos vivido la experiencia inolvidable de ese momento. Uno de vosotros me ha escrito: «Me he quedado impresionado de la inmediatez con la que se ha presentado el papa Francisco. Este acontecimiento ha abierto de nuevo en mí una pregunta para la que te pido tu ayuda: ¿cómo se conjugan la sencillez de la fe testimoniada por el nuevo Pontífice y el trabajo y el camino que continuamente nos invitas a hacer?». Lo acabamos de ver: sólo por la sencillez de lo que sucede necesitamos ceder y secundar la curiosidad inicial, como dice la Escuela de Comunidad. Cuanto más comparte uno la vida, los gestos, tanto más alcanza una certeza en el conocimiento del otro, de la persona que tiene delante. Todos estábamos ansiosos por saber, por conocer las noticias que llegaban. ¿Por qué? Por la curiosidad incontenible que teníamos. Si uno se hubiese marchado y no hubiese escuchado hablar por primera vez al papa Francisco, si no hubiese visto sus gestos, si no hubiese empezado ese compartir del que habla la Escuela de Comunidad, no habría podido alcanzar una certeza de conocimiento como la que ahora tenemos. Es lo que dice la Escuela de hoy: «Cuanto más comparte uno la vida de otra persona [y para esto se necesita tiempo] más capaz es de tener certeza moral acerca de ella, ya que el cúmulo de indicios se multiplica». Por tanto, no se puede ver o introducir una contraposición entre el primer comienzo y la continuación, que es simplemente una coherencia con la posición inicial. La cuestión es que, muchas veces, un instante después decaemos, y entonces no mantenemos la posición original por distintos motivos. La cuestión es que una posición es verdadera si mantiene la actitud original. Por ello prosigue el texto: «Cristo finalmente se presenta como Dios […] sólo cuando las conciencias que le rodeaban habían asumido ya posiciones decididas con respecto a él». A propósito de esto, me escribe otra persona: «Cuando leí en el capítulo esta frase: “Dios tiende a ponderar la situación en la que nuestra libertad se ha metido de antemano. El modo con que Dios nos trata secunda una decisión tomada previamente por nuestra libertad”, me quedé bloqueado durante dos días. Me parece una frase injusta y malvada porque no da tregua. Y me acordaba del joven rico, que había ido a Jesús con una idea de lo que era la conversión, y Jesús le había propuesto otra distinta que él no aceptó, y por eso se marchó a casa triste. Tuvo su oportunidad y la perdió. Yo lo había entendido así: uno se equivoca y está acabado. Después pensé en mi experiencia, en donde no es así, y que el verbo “trata” está en presente y continúa, no de una vez para siempre. Nuestra libertad está en relación con lo que sucede en ese momento, no con lo que sucedió hace cincuenta años. Un ejemplo: me organicé para poder asistir a la última audiencia de 3 Benedicto XVI en Roma. Para mí la cuestión había terminado ahí, como si hubiese ido y vuelto, como si no esperara nada. Esta partida, en cambio, se juega continuamente frente a las cosas que el Señor suscita. Cada instante se juega esa relación entre Dios, que hace suceder las cosas, y tú, que debes responder. Y pensar que nuestra compañía debería ser la condición donde nuestra libertad es educada para abrirse y no para cerrarse, porque nos desafía continuamente». Es justamente así. Muchas veces pensamos que es una condena el hecho de que Dios secunde una decisión tomada previamente por nuestra libertad: has tenido tu oportunidad y la has perdido. No. Porque aunque la hayas perdido, mañana por la mañana, delante de una mañana espléndida puedes decir nuevamente «sí» o «no», ante la lluvia puedes decir «sí» o «no»; ante la belleza de un gesto gratuito o ante la mirada llena de ternura de una persona amiga puedes decir «sí» o «no». Ninguna cerrazón nuestra puede impedirnos esto, ninguna posición nuestra puede impedir que sucedan ciertas cosas y que nosotros lo experimentemos. Aunque estuviéramos distraídos cuando escuchamos anunciar: «¡Fumata blanca!», nadie pudo evitar, cualquiera que fuese la situación en la que se encontraba, levantar la cabeza por un instante. Nadie puede impedirlo, porque no está en nuestras manos decidir lo que sucede; por eso se abre de nuevo la partida constantemente. Por tanto, no es que ya estemos condenados por el hecho de habernos equivocado; no, siempre se abre de nuevo la cuestión, pues en caso contrario se interrumpiría el diálogo del Misterio con nosotros. Nunca se interrumpe porque constantemente, como hemos dicho antes, la vida es esta trama de acontecimientos que nos provocan, la vida es este diálogo constante del Misterio que, a través de las cosas que suceden, nos provoca, nos llama; todas existen, como hemos dicho, para nuestra maduración. Por tanto Él sigue llamando, sigue tocando a nuestra puerta, y toda la cerrazón de antes no produce necesariamente que yo esté cerrado también ahora. Tengo que volver a decidir. ¿A quién no le ha pasado que, estando enfadado de verdad con la vida, ve de repente un día espléndido y se siente provocado de nuevo? Tenemos que decidir de nuevo. O ante un gesto gratuito: uno podrá estar todo lo enfadado que queráis, pero no puede evitar el impacto de su belleza. Cada uno de nosotros lo sabe perfectamente, debe volver a decidir cada vez, porque esta es la afirmación sustancial de la concepción del “yo” que estamos defendiendo cada vez que hablamos: en caso contrario estaríamos bloqueados, definidos únicamente por los factores precedentes, fuesen los que fuesen, censurando que hay un “yo” que es constantemente desafiado. Por eso cada vez – he aquí el carácter dramático – debemos decidir si secundar o negar y rechazar. Y por eso, dice la carta a los Romanos, somos culpables no una sola vez, porque debemos volver a decidir continuamente rechazar una iniciativa tras otra del Misterio. Por eso la partida está siempre abierta hasta el último instante, como vemos en el episodio del buen ladrón: puede haber rechazado durante siglos y abrirse en el último instante. Es la libertad, es el “yo”. Forma parte de la concepción del “yo” esta posibilidad constante de abrirse. Por eso dice el capítulo séptimo: «Cuando la libertad se pone en actitud de cerrarse sobre sí misma [¡porque lo decide la libertad!], todo lo que ocurra la lleva a cerrarse aún más». Es impresionante verlo suceder de forma dramática en la vida. Por eso Cristo dice que a quien tiene se le dará, porque se encuentra en disposición de recibir constantemente, mientras que a quien se cierra se le quitará hasta lo que creía tener. Y no porque el Misterio no esté disponible o esté enfadado con nosotros, o quiera hacérnoslo pagar… No, sino porque constantemente debemos volver a decidir, la cuestión está siempre abierta. 4 La pregunta que quería hacerte es sobre el tema de la libertad, porque he trabajado mucho sobre la afirmación de que la libertad es algo muy discreto. Esto me ha hecho enfadarme, porque había tenido una discusión en el trabajo con un colega: sucedían distintas cosas y yo iba a decírselas a mi colega. Al final nuestras posiciones se volvieron rígidas, y él llegó a dar este juicio: «Tú aplastas mi libertad, no respetas mi libertad». Dentro de mí seguía pensando en esta frase que dice que la libertad es discreta: probablemente es esto, por tanto yo aplasto… Luego otro me decía: «No debes decirme estas cosas, porque no estoy en la posición justa, debes respetar mi libertad». Sin embargo, esta libertad discreta en el fondo me parecía un poco como una mortificación de mi persona. Entonces fui a retomar el capítulo sobre la libertad de ¿Se puede vivir así? Y ahí decía que se trata de una decisión, que los hechos están y tú debes decidir en cada instante si ceder o no, como dice aquí, a dejar entra al Misterio. Así es. ¿Por qué, entonces, termina diciendo que la libertad no se juega principalmente ante las grandes elecciones? Me parece que la mayor elección es ceder en cada instante a Él. Porque ante las elecciones grandes, como dices, lo que se pone de manifiesto es la actitud que asumimos frente a las elecciones pequeñas, a las decisiones normales. Por eso me habéis escuchado muchas veces citar el pasaje del Evangelio que tanto me gusta: «¿Con quién compararé a esta generación? Se parece a esos niños en la plaza que han decidido no dejarse impactar. Hemos tocado la flauta y no habéis bailado. Hemos cantado una canción triste y no habéis llorado». Sin dar ninguna explicación, y esto es lo que me impresiona. Jesús dice literalmente, con este ejemplo, lo que dice Giussani: «Después vino Juan Bautista y dijisteis que era un endemoniado por la vida que llevaba, por su extraña forma de vestir, le liquidasteis como un problema más, como una provocación. Después vino el Hijo del hombre, es decir Yo, que es lo contrario, que vive una vida normal: come, bebe, le invitan a comer y él acepta. Y decís: “Comilón y bebedor, amigo de los publicanos y de los pecadores”». El sonido de la flauta y el Hijo del hombre: la actitud no es distinta, porque se trata de una actitud ante la realidad. Y esto pone de manifiesto cómo nos ha hecho el Misterio. Como tenemos una necesidad grande que nos constituye, no sabemos de dónde puede venir la respuesta a lo que necesitamos. No conocíais el rostro de la persona amada, no sabíais cuál era el rostro con el que el Misterio había decidido salvaros; Juan y Andrés no lo sabían con anterioridad; nadie lo sabía. La única posibilidad para percibir la modalidad con la que el Misterio nos alcanza es esta actitud abierta ante la realidad. Por eso la verdadera decisión es con respecto a la realidad, a cualquier modalidad con la que la realidad nos alcanza. No es que tengamos una actitud cuando participamos en este gesto y otra cuando estamos delante del sol o las montañas. Es la misma, hasta el punto de que cuando estamos bloqueados nos enfadamos de igual modo con el testigo y con las montañas, con el marido al que queremos y con la lluvia porque nos molesta. La actitud es la misma, porque se trata de una posición ante la realidad. 5 Volviendo sobre la cuestión de la libertad, que esta vez me ha impresionado como tema subyacente a todo el capítulo, se me hace un nudo en la garganta y en el corazón. Pero si el Misterio secunda siempre la opción de la libertad original de nuestro corazón, y si todo se abre porque originalmente está abierto, y todo se cierra para aquellos que, como primer ímpetu, están cerrados, entonces, ¿está todo ya escrito? En mi vida veo que la libertad no se juega de una vez para siempre, sino cada día, casi cada instante, si soy consciente de mi persona. Pero si la posición primitiva está casi instintivamente vuelta sobre mí mismo y no sobre el Misterio, ¿puede la razón, que interviene inmediatamente después, convertirla? ¿Tiene la razón la fuerza necesaria en el tiempo para convertir esta elección original de la libertad, o bien es pura gracia? ¿Es este el nivel en el que el Misterio me espera para hacerme corresponder en verdad a Su amor que me hace? Y si en cambio fuese pura gracia, ¿podría yo amarle verdaderamente, libremente? En este punto hago experiencia de mi “sí”, y de aquí nace el ímpetu que querría que invadiera cada acción. Pero esta manifestación continua de mi egoísmo instintivo me da en la línea de flotación, volviendo a sugerirme casi cotidianamente la duda de que, en el fondo, la interpretación verdadera de lo que dice Giussani es que todo está ya escrito en ese brotar de egoísmo instintivo, hasta ese punto parece dominar. Es una lucha cotidiana, suplicando la gracia y la compañía del Misterio, que se sirve de mis amigos para ponerme de nuevo delante de Él dentro de esta cotidiana y vertiginosa elección de la libertad. ¡Pero cuánta envidia de la claridad del “sí” de María, que se me presenta hoy en el “sí” de tantos testigos! Qué nostalgia tan profunda de una relación con el Misterio tan permeada de la conciencia de sí, tan real y tan sencilla como estos testigos. En la última confesión el sacerdote me dijo: «Resiste, lucha, vive, vuelve a decirle a Jesús: “Me basta Tu gracia”, y yo, feliz, abrazo esta indicación. Pero, ¿es justo pedir un paso más profundo de la libertad que lleve a la paz del hijo pródigo a los pies de su padre? La decisión de la libertad, don inimaginable por nuestra parte por la relación con el Misterio, ¿cómo puede llegar a ser habitus de nuestra conciencia? ¿Es acaso una pretensión? Pero si es una pretensión, entonces, ¿por qué este suscitar el deseo con ejemplos tan evidentes? Depende de cómo se conciba la palabra habitus, que podríamos traducir como familiaridad con respecto a una cierta actitud. Es un deseo humanísimo, que todos tenemos: que esta libertad se vuelva cada vez más familiar. Pero la cuestión es que muchas veces pensamos que tener esta familiaridad significa ausencia de libertad, ausencia de decisión constante. Y este malentendido, en mi opinión, es decisivo, porque como hemos dicho en alguna otra ocasión, ¿te gustaría que esta familiaridad fuese tan mecánica que te exonerara de decirle a tu hijo: «Te quiero»? No, evidentemente. Porque decir: «Te quiero» será siempre algo absolutamente nuevo, absolutamente único, que no es fruto de antecedente alguno, de mecanismo alguno. En caso contrario ya no sería tuyo en este momento, como decías antes. Y esto brota ahora, de tu libertad, con respecto al otro o con respecto a Cristo. El «sí» de la Virgen, como dices, brota constantemente de aquí. Es evidente que podemos educarnos en que esto sea cada vez más familiar, pero sin que esto implique pensar que este “hábito” coincide con eliminar la libertad. De hecho, queremos que nuestra adhesión sea cada vez más estable, ¡no que 6 se elimine! Podemos decir sintéticamente que nuestra adhesión se vuelve más estable cuando se ve exaltada la libertad, no cuando se la elimina. Cuando la Virgen dice que sí no lo hace porque su libertad esté reducida, sino porque se ve exaltada; no lo hace porque elimine su libertad sustituyéndola por una costumbre, sino porque la valora cada vez más. Uno encuentra mayor gozo en responder, en decir a la persona a la que quiere cuánto la quiere; es una exaltación de la libertad, no la desaparición de la libertad para evitar equivocarse. Es una concepción de mi libertad según la cual mi libertad se cumple en este «sí». Por eso don Giussani nos ha dicho siempre que el «sí» no es un problema de valentía o de energía, sino de asombro, de dejarse invadir por esta ternura absoluta del Misterio: «Te he amado con amor eterno y he tenido piedad de tu nada». Desde esta conciencia brota siempre como gratitud el «sí», como el «sí» de Pedro ante la mirada llena de misericordia de Cristo, como nos recordaba el papa Francisco en estos días: un «sí» lleno de la conciencia de la libertad. En mi empresa somos un grupillo de cristianos de distintas procedencias eclesiales, que nos encontramos todos los viernes para ayudarnos, para dar un juicio sobre nuestra presencia cristiana. Con ocasión de las elecciones se ha puesto de manifiesto que, naturalmente, la gente tenía percepciones completamente distintas de la situación, y por tanto también orientaciones políticas distintas. Para mí esto siempre ha supuesto un problema. Pero esta vez ha habido una novedad: la forma de ayudarnos este año a vivir las elecciones ha sido para mí una fuente de educación verdaderamente grandiosa. En un momento dado, nuestros colegas laicistas objetaban: «Todos sois cristianos, pero al final estáis divididos». Sin hacer ningún razonamiento especial, sencillamente contesté: «Si pensáis que estamos divididos por el hecho de que tenemos la libertad de confrontarnos entre nosotros en este tema, os perdéis lo único que nos mantiene verdaderamente unidos, que es Cristo y la potencia del Espíritu Santo. Y si seguís leyendo lo que sucede dentro de la Iglesia prescindiendo de esto, os perdéis fundamentalmente los criterios correctos para juzgar nuestra presencia». Cuando vi la cara que ponía un colega que pertenece a otro movimiento – nunca había escuchado decir nada semejante −, redescubrí una unidad con él grandísima, un gusto completamente nuevo por reconocer que esta unidad existe y que Cristo la renueva continuamente. No sé cómo se me ocurrió decir esto, pero lo que sí tengo claro es que si el movimiento no me hubiese dado esta posibilidad en el juicio sobre la situación política, nunca habría dicho algo así. Puedo decir que el resultado es un gusto grandísimo que te convence de que “arriesgar” a Cristo en todo es cada vez más convincente, cada vez más atractivo; y a la siguiente oportunidad el ímpetu nace de forma todavía más natural, más sencilla, si se quiere. La libertad se educa cada vez arriesgándola y poniéndola en juego. Gracias. Quisiera expresar toda la gratitud de la que soy capaz por todo lo que está madurando en mí en estos meses gracias a un trabajo personal constante sobre lo que estás indicando a través de escritos, artículos y entrevistas. Después del último encuentro 7 con mi grupo de Fraternidad sentí la exigencia de confrontarme con algunos amigos sobre algunas cuestiones. Me suele pasar que vuelvo a casa con un sentido de insatisfacción, a veces de fastidio, del que hablaba sólo con mi marido, y que en resumen dejaba pasar sin darle demasiada importancia. La impresión es que con frecuencia se nos indica hacer un trabajo sobre un texto que luego tiene poco que ver con las intervenciones que se hacen. Me explico: no ponía en tela de juicio que se leyeran los textos indicados, sino que al contar las experiencias no se partiese realmente de ahí. Se podían hacer exactamente las mismas intervenciones aunque no estuviera el texto. Percibo en mucha gente, y me incluyo, la dificultad de un parangón entre la experiencia y el texto, como en cambio nos invitas desde hace meses a hacer, y que el mismo Giussani indicaba el camino a recorrer. He encontrado un texto en un Litterae Communionis de 1992 en donde decía: «¿Cómo puede convertirse la Escuela de comunidad en un punto con el que compararse? En primer lugar, hay que leerla aclarando juntos el significado de las palabras. No con una interpretación, sino siguiendo literalmente. […] En segundo lugar, es necesario dar espacio a ejemplos que permitan comparar lo que se vive con lo que se ha leído. Hay que preguntarse cómo lo que se ha leído y tratado de comprender literalmente enjuicia la vida». Después del último encuentro, en vez de guardarme para mí estas consideraciones, se las escribí a algunos pidiendo un juicio y eventualmente una corrección. Me quedé verdaderamente impresionada por todo lo que generó mi mail: algunos compartían mis palabras, otros subrayaban la necesidad y el deseo de ayudarse sobre todo en un juicio para crecer en el trabajo y en la amistad, alguno incluso subrayaba el riesgo de juzgar con presunción. En cualquier caso, lo más interesante, algo de lo que tal vez es la primera vez que hago experiencia, ha sido ver cómo, si se va al fondo de un deseo que nace de algo que falta, de una sensación de vacío – que para mí es una compañía constante desde que tengo uso de razón –, esto mueve y, al mover, hace nacer cosas. Con algunos nos hemos visto cenando, con otros hemos hablado. Con tres viejos amigos (nos conocemos desde que somos chavales) ha nacido la exigencia de ayudarnos encontrando momentos en los que leer juntos en concreto lo que de vez en cuando se nos indica. Una última cosa. Otra experiencia que he hecho, gracias sobre todo al trabajo que nos propusiste con motivo de las elecciones, fue sentirme valorada totalmente como persona, y como persona pensante, no como alguien que recibe indicaciones preconfeccionadas sobre el voto. Después de un primer momento de confusión, me vi obligada a verificar personalmente el escenario, y empecé a prestar más atención a los periódicos, leí los programas de los partidos, hablé de ello con amigos y colegas, y creció en mí una mayor conciencia sobre la decisión de a quién votar. En definitiva, he tratado de hacer el camino que nos sugerías; y he de reconocer que ha sido muy interesante, que me ha obligado a usar la razón según ese método sobre el que se insiste tanto, y que descubro que es válido cada día en cada circunstancia (porque cada día estamos llamados a tomar decisiones, por pequeñas o grandes que sean). En conclusión, no es que haya cambiado algo en mi vida de todos los días: voy a trabajar, llevo a los niños al colegio, los recojo, hago con ellos los deberes. Pero está cambiando totalmente la forma de vivir todas las circunstancias. Y 8 esto hace renacer, por ejemplo, relaciones y amistades de siempre, afianza cada día más la relación con mi marido, con una profundidad que siempre he deseado, y que esperaba que llegara por que otros se movieran, en vez de moverme yo. Me parece muy significativo cómo has terminado, y lo utilizo para terminar yo también: «No es que haya cambiado nada en mi vida de todos los días […]. Pero está cambiando totalmente la forma de vivir todas las circunstancias». He aquí la verificación de la fe: uno ve que, haciendo un camino, aprende a vivir; uno se da cuenta de que vivir la vida así es más razonable; uno hace la experiencia real de lo que nos hemos dicho en estos últimos tiempos, es decir, percibe la fe como pertinente a las exigencias de la vida. Cuando nos tomamos en serio la propuesta que nos hacemos, crece constantemente en nosotros una forma de estar en la realidad mucho más verdadera, mucho más intensa, mucho más adecuada. Has dicho que están renaciendo relaciones y amistades de siempre − ¡todo se hace nuevo! −, con una profundidad que siempre has deseado y que «esperaba que llegara por que otros se movieran, en vez de moverme yo». La promesa que Jesús hace, ese «ciento por uno donado por Cristo a quien le acoge en la propia existencia», como dijo el papa Francisco en la audiencia a todos los cardenales después de su elección, es esto: experimentar que al vivir la fe se multiplica todo lo que se toca, todo lo que se vive, no porque cambien exteriormente las cosas (los desafíos son los mismos de siempre, la cotidianidad es la misma de siempre), sino porque – al ser cada circunstancia una posibilidad educativa, al aceptar la problematicidad de la realidad, al seguir con curiosidad lo que sucede – se genera un sujeto distinto, un “yo” distinto. Y se ve perfectamente en la forma que tiene uno de estar en la realidad. Este cambio, esta diferencia que percibimos en nosotros, es la contribución que podemos ofrecer a los demás testimoniando qué es la fe dentro de la cotidianidad, cuál es su pertinencia a las exigencias de la vida. En abril tendrán lugar los Ejercicios de la Fraternidad, y por ello la próxima Escuela de comunidad en conexión tendrá lugar el miércoles 29 de mayo a las 21.30. Retomaremos juntos la primera parte de los Ejercicios de la Fraternidad. Durante la Semana Santa la Iglesia nos propone gestos para poner ante nuestros ojos lo que vivió Jesús. Me parece que el resto del capítulo séptimo tiene que ver bastante con lo que vamos a celebrar estos días. La lucha que se desencadena ante la pretensión de Jesús, ante la evidencia de Su pretensión, no es algo que les suceda sólo a los demás, sino también a nosotros, y nos lleva constantemente a ser conscientes de qué es la pasión de Cristo por nuestros pecados y por nuestro rechazo, a ser conscientes de la posibilidad que Él ha abierto con la entrega de Su vida y con Su resurrección. Por eso, seguir trabajando este capítulo teniendo ante nosotros lo que vamos a celebrar en Semana Santa, nos muestra que no se trata de algo del pasado, que podemos comprender, entrar en el Misterio precisamente viviendo el drama que vivimos hoy, el drama que ha llevado a Jesús a dar la vida por nosotros. Por tanto, queremos celebrar estos días con gratitud, con toda nuestra persona, para agradecerle a Cristo Su fidelidad y para pedirle que venza nuestra testarudez. 9 Pidamos por el nuevo papa Francisco: Veni Sancte Spiritus ¡Feliz Pascua a todos! 10