El antisistema educativo JORGE JUAN EIROA/ La verdad de Albacete Un reciente informe de la UNESCO sitúa los resultados del sistema educativo español en los últimos lugares de Europa, junto con el de Hungría. Según este informe, que ha caído muy mal en algunos ambientes educativos y que ha sido comprendido en otros, los resultados son comparables a los de Guinea Conakry, una antigua colonia francesa, con unos seis millones de habitantes, independiente desde 1958. La noticia, que apenas ha tenido eco en los medios de difusión, es, sin embargo, alarmante, porque ha venido a ratificar lo que muchos sospechábamos desde hace tiempo: el rotundo fracaso de nuestro sistema educativo, después de más de dos décadas de ensayos en las que hemos estado dando palos de ciego y probando fórmulas docentes en las que ni siquiera los docentes creían. El resultado es el que nos acaba de decir la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura que, de forma bastante descarnada, ha revelado que nos hemos equivocado todos, especialmente los gobiernos de un lado y los del otro, convirtiendo nuestros centros docentes en laboratorios humanos en los que se han ido ensayando métodos que, en la mayoría de los casos, estaban concebidos por la propia UNESCO para países muy alejados de nuestras circunstancias sociales y económicas. El resultado ha sido un desconcierto total, con el que no han estado de acuerdo ni los docentes, ni los padres, ni los responsables políticos. Los únicos que han callado, aceptando en silencio ser los conejitos de indias de estos ensayos de laboratorio, han sido nuestros hijos, agentes receptores de las nefastas consecuencias que han tenido. ¿Y ahora qué? ¿Va a preguntarse alguien cómo hemos llegado a esto? ¿Van a hacer algo los responsables políticos para rectificar, o vamos a hacer todos como si no nos hubiéramos enterado de la noticia? Se impone, en primer lugar, un profundo análisis de la situación y un reconocimiento autocrítico de las circunstancias. Ha faltado, desde el principio, un pacto de Estado que soslayase los vaivenes en las directrices educativas y evitase las continuadas rectificaciones legislativas a las que se ha visto sometido el sistema. EGB, LOGSE, ESO, LOCE han sido experimentos que pasaron de una inicial reforma en los 70, revolucionaria en muchos aspectos, hasta una reacción actual en sentido contrario. La LOCE, por ejemplo, ni siquiera se ha aplicado por completo en todas las comunidades autónomas. Las consecuencias han sido: profesores descontentos que se han visto obligados a asumir responsabilidades para las que no han tenido una adaptación pedagógica previa, alumnos desorientados que han experimentado una general bajada de su nivel de aprendizaje y padres que parecen haberse preocupado más de que sus hijos pasen sin problemas de un curso a otro que de su asimilación de conocimientos. Añádase a esto los actuales problemas de disciplina en los centros, la problemática asimilación de las nuevas tecnologías, no del todo comprendidas por unos y otros, y la actual potenciación de los centros privados y concertados, en detrimento de los públicos, así como otros problemas colaterales que afectan a docentes y discentes, tales como, el estrés, la indisciplina, la ausencia de alicientes o el acoso en las aulas. Sin embargo, se potencian intensos debates nacionales por cuestiones que parecen el chocolate del loro, como la forma de incorporar la enseñanza del Islam en nuestros centros, o si la religión va a ser optativa o no, o si debemos incorporar también la enseñanza del judaísmo, el animismo, el bahaísmo, el brahmaísmo, el hinduísmo, el sivaísmo, etcétera. Prefiero un profesional mediocre a un aficionado brillante. Quizás debamos invertir más en educación y con más lucidez. Las inversiones en educación nunca son inútiles. Decía Derek Boc: «Si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia». Pero quizás haya que empezar por dejar que los planes de estudio los diseñen quienes saben hacerlo y por conseguir su estabilidad, evitando inútiles y traumáticos cambios de rumbo. Uno de los maestros más universales sigue siendo el error. A ver si aprendemos de él. (Y los experimentos, con gaseosa, si es posible).