ORACIONES PARA EL MES DE MAYO AÑO III MAYO 2010 Nº 7 La Espiritualidad Salesiana, una forma particular de oración La espiritualidad salesiana incorpora también a la Iglesia una forma particular de relacionarse con Dios. La oración salesiana, en sintonía con la vida salesiana, es sencilla y vital. Permite a las personas que se encuentren cara a cara con Dios y compartan con El lo que les pasa en cada momento de su vida, sin necesidad de utilizar métodos extraños y dedicar largas horas a rezar. En la espiritualidad salesiana, la relación con Dios no se circunscribe a los momentos en que se hace oración sino que se extiende a cualquier circunstancia de la vida. En cada momento del día, el discípulo de Don Bosco, hace el bien y así reza; además, es capaz de encontrarse con El y hablarle “cara a cara como un hombre habla con su amigo”(Ex 33,11). La oración que se privilegia en la espiritualidad salesiana centra la atención en Jesucristo. Es el amigo que siempre está presente en cada circunstancia por la que pasamos en la vida. Es también el maestro que, sabiamente, ayuda a crecer en hu4 manidad y gracia. Es el salvador que permite, a quien se fía de Él, superar las situaciones de pecado que quitan la paz interior. Es quien permite a los miembros de la familia de San Juan Bosco apostar por el evangelio con profundidad y gozo. Es la persona que, como el Buen Pastor, sale a nuestro encuentro y nos anima a salir al encuentro de los demás. El encuentro con Jesucristo se realiza, de manera significativa, en la celebración de los sacramentos, de modo especial la Eucaristía y la Reconciliación. Junto a Jesucristo, en la espiritualidad salesiana, la figura de la Virgen ocupa un lugar importante. Ella es la Madre que acompaña a sus hijos y les da estabilidad. Es la Maestra que les ayuda crecer. Es la Auxiliadora que protege a la Iglesia. Don Bosco decía que todo lo ha hecho la Virgen. De esta manera explicaba la continua y amorosa presencia de la Virgen en su vida y como la habían experimentado los que lo rodeaban. Abel Medina Calle Delegado Familia Salesiana 1 APRENDIENDO A REZAR COMO MARÍA: EL MAGNIFICAT NUESTROS JÓVENES «PADRES FUNDADORES» (V) Carlos Ghivarello, 24 años Tenía ya 20 años cuando en Pino Torinese se encontró con Don Bosco y decidió entrar en su Oratorio (1855). Conoció y fue amigo de Domingo Savio durante todo un año. Hizo su primera profesión en 1862. El día de su ordenación sacerdotal, en 1864, Don Bosco le dijo: “Tú tendrás que confesar mucho durante tu vida”. Efectivamente, aunque le admiraron mucho como trabajador, constructor, cultivador, fue sobre todo en el sacramento de la penitencia (al que dedicaba horas todos los días) donde pudo difundir, junto con la gracia de Dios, toda su fe y su bondad paterna. Secretario y Consejero General, en 1876 fue nombrado Ecónomo General. Fue el que construyó la pequeña galería y la capillita junto a la habitación de Don Bosco. Cuatro años después,en 1880, Don Bosco lo mandó a dirigir el orfanato de Saint-Cyr, en Francia. De aquí pasó a Mathi, donde hizo construir los primeros edificios de la fábrica de papel. Pasó los últimos 25 años en San Benigno Canavese, donde dio vida al gran taller de mecánica. En San Benigno (como en todas partes donde estuvo) trasmitió entusiasmo por la agricultura y la fructicultura; murió el 28 de febrero de 1913. Don Albera, segundo sucesor de Don Bosco, dijo de él: “Su extraordinaria actividad recibió alimento y sostén de su espíritu de fe”. Consagración del hogar a María Auxiliadora Santísima Virgen Maria, que has sido constituida como Auxiliadora de los cristianos, te elijo por Señora y Dueña de mi casa, y te pido que te dignes mostrar en ella tu poderoso auxilio, preservándola de todos los peligros y de cuantas calamidades tu conoces. Bendice...protege...defiende y guarda como cosa tuya a las personas que la habitan en ella, presérvalas de todas las desgracias y accidentes y concédeles sobre todo la importantísima gracia de evitar el pecado. ¡OH Maria, Auxiliadora de los Cristianos, ruega por cuantos viven en este hogar, que se te ha consagrado! 2 7. Orar es profetizar descubriendo a los demás la presencia de Dios “Quién reza no tiene miedo; quién reza no está nunca solo; quién reza se salva”. (Benedicto XVI) En la segunda parte (Lc 1,51-55) del Magnificat María revela la presencia de Dios en la historia de su pueblo. Y descubre que Dios se rige con el mismo patrón que ha usado con ella: el Dios de Israel invierte las normas y los valores en uso. Convertida en portavoz de los más pobres, pero más esperanzados, María, rezando, proclama el ‘corazón mismo del evangelio’, al afirmar que su Dios tiene debilidad con los débiles, que se desvela por los desvalidos. Así se convierte María en profeta: la sierva de Dios proclama ahora la ‘revolución de Dios’. María hace una narración de las intervenciones de Dios en las que da por realizado lo que aún se espera: puesto que ella tiene a Dios en su seno, su pueblo tiene ya la salvación asegurada. El Dios que alaba María no ha abandonado a su pueblo; tan comprometido está con su futuro que se puede ya cantar por dado; basta, piensa María, que Dios se acuerde de sus compromisos para que puedan darse por cumplidos. Las convicciones que María expresa en oración son consecuencia de su vivencia interior: ha iniciado a generar el salvador; ello alimenta la esperanza. La actuación histórica de Dios en favor de su pueblo prueba fehacientemente su misericordia perpetua, es el lado visible de su compasión. Y lo primero que Maria canta de Dios es su capacidad de subversión de los poderosos. Recoge así las expectativas de los más humildes entre los piadosos. Y aún más importante, define a Dios por su enemistad con los poderosos, que utilizan su poder como alimento de su soberbia. Más que amenaza su plegaria es expresión de admiración ante ese Dios tan distinto; y es una seria invitación a la conversión para cuantos son distintos de Dios. No ruega María contra nadie, alaba a Dios por preferir a los que no cuentan y haberse recordado de los pequeños. Señor, tu pueblo tiene necesidad de tu evangelio. Haz que, como María, le hablemos de Ti con nuestra oración antes que con nuestros discursos. Conviértenos en buenos orantes para que podamos ser mejores evangelizadores. Juan J. Bartolomé SDB 3