Un dandy moderno Era noche cerrada en la finca Calasol, situada a 2Km de Marbella. Hacía ya 2 horas desde que el abrasador y ferviente sol de agosto se había esfumado en el horizonte de la pintoresca cala que se encontraba en el territorio de la finca. La calma era tal que que el único sonido perceptible era la suave muerte de las olas en la orilla. A las diez y media de la noche, empezó a oírse el rugido de un motor a lo lejos. Tras pasar la puerta de entrada a la finca, con su avanzada video vigilancia, el coche se dirigió al garaje, donde el ocupante bajó. Dejando el Mercedes, de un negro impoluto, haciendo compañía a un par más de “caprichitos” de cuatro ruedas. Al invitado se le recibió con un apretón de manos, elegante, pero que no denotaba demasiada cordialidad por ninguna de las dos partes. Allí se encontraban, Juan Tenorio y Luis Mejía, en casa del primero. Ninguno superaba la tercera década de vida, y sin embargo habían vivido las suficientes experiencias, y habían visto amanecer en tantos puntos del globo, que bien podrían contar los noventa. Trajes italianos, zapatos de piel y relojes suizos los acompañaban. Ya hacía un año desde que se conocieron en una fiesta en las tropicales islas de Barbados. Ese fue el lugar en el que tras charlar un rato y presumir y fanfarronear de sus vidas, el ego de ambos subió a las nubes a la velocidad de sus bólidos, haciendo que la conversación terminara en una apuesta entre los dos. ¿Quién sería capaz de lucrarse más en sus negocios y estar con más mujeres en el próximo año. Bueno, de modo que ahora ya sabemos el motivo por el cual estaban dos tipos sentados en dos butacas, en una terraza frente al Mare Nostrum, con caro whiskey escocés en sus copas, y unos semblantes de no poder aguantar más lo que tenían que decirse el uno al otro. Empezó a hablar Luis, y con cara de satisfacción no dijo nada más que: 6, 64. Juan estallo en una espléndida carcajada, y tras recobrar el aliento respondió con un cierto desdén: 8, 73. Y tienes que ser a al fuerza un tipo muy audaz y talentoso si en el breve espacio temporal de un año, has ganado 8 millones de euros y has estado con 73 mujeres diferentes. Luis no se lo acababa de creer. Le tachó de varias cosas en un español no muy característico de un miembro de la RAE precisamente. Para Juan todo era un juego, en el que podía mover sus fichas y las de su contrincante a su antojo. Así que por esto mismo, Juan accedió a hacer una segunda apuesta, ésta ya definitiva, ya que ninguno podía realmente demostrar sus “hazañas”. Juan llevaba un tiempo detrás de una bellísima actriz mallorquina, que le había embelesado en una fiesta en Acapulco. Por su parte, Luis, no paraba de pensar en una joven actriz de una famosa serie televisiva. Casualmente ambas se encontraban en Marbella en una fiesta de una firma de joyas Se podía ver de lejos, que la apuesta iba a consistir en ellas. El que consiguiera estar con las dos en lo que quedaba de noche ganaba, y la derrota supondría la muerte. Tenían que jugar sus cartas de la mejor manera posible, y Juan empezó desde el principio jugando sucio, como bien había aprendido a lo largo de su vida. Hizo que un par de guardaespaldas, con una pareja de sabuesos, capturaron a Mejía y lo encerraron en la bodega del chalet. Una vez en Marbella, Juan tardó dos horas en encandilar a Ana, la actriz. Media hora más tarde, Juan ya tenía la mitad de su apuesta en el bolsillo de seda de su americana. Pero con Inés, su amor, quería que fuera diferente. La llevó a su chalet, porque quería que Luis pudiera comprobar a la mañana siguiente con sus incrédulos ojos, que había perdido la apuesta. Mas para sorpresa de Juan, unos cuantos coches patrulla estaban aparcados en el aparcamiento de su casa en el momento en el que el Rolls Royce de Juan llegó a la finca Calasol. Por lo visto, Luis también había jugado sus cartas con ingenio. Así que la única salida que se le aparecía a Juan, era coger el yate que se encontraba anclado en la pequeña cala y huir. Y así lo hizo, dejando la apuesta sin completar, y lo que era peor aún, abandonando a Inés. Años después, al volver a la ciudad donde habían sucedido los hechos, descubrió que tanto Luis como Inés habían muerto. Nunca supo el por qué. Tuvo, eso sí, el detalle de honrar a Inés con las rosas más preciosas que podían haberse regalado nunca. Realmente, era la única mujer a la que había amado. También honró a Luis, por supuesto. Pero lo hizo de una manera un tanto más picaresca. Dos meses más tarde salía en una revista del corazón, en calidad de primicia y exclusiva total, la noticia de una boda privada en las islas Seychelles, entre Ana de Pantoja, y quién sino que Don Juan Tenorio. Iñigo de la Maza