Colegio Parroquial Santa Rosa de Lo Barnechea Departamento de Historia y Ciencias Sociales Profesor: Cindy Lepilaf Bravo Guía de Estudio IIIº Medio : Electivo Ciencias Sociales y Realidad Nacional “Unidad 7 Las Ciencias Sociales: sus objetos, métodos y campos laborales” Historia La Historia es la ciencia que tiene como objeto de estudio el pasado de la humanidad y como método el propio de las ciencias sociales. También se denomina Historia al periodo histórico que transcurre desde la aparición de la escritura hasta la actualidad. También se llama historia al pasado mismo e, incluso, puede hablarse de una historia natural en que la humanidad no estaba presente (término clásico ya en desuso, que se utilizaba para referirse a la geología y la paleontología, pero también a muchas otras ciencias naturales, teniendo fronteras imprecisas con la arqueología). Ese uso del concepto historia lo hace equivalente a cambio en el tiempo y, por tanto, se contrapone al concepto filosofía, equivalente a esencia o permanencia, que permite hablar de una filosofía natural (utilizado en textos clásicos y en la actualidad, sobre todo en medios académicos anglosajones, como equivalente a la física). Para cualquier campo del conocimiento, se puede tener una perspectiva histórica -el cambio- o bien filosófica -su esencia-. De hecho, puede hacerse eso para la misma historia (véase Tiempo histórico). Dentro de la división entre ciencias y humanidades, se tiende a clasificar a la Historia entre las disciplinas humanísticas (con otras ciencias sociales). La ambigüedad de esa división del conocimiento humano ha llevado al llamado debate de las dos culturas. La palabra "historia" deriva del griego ἱστορία ("investigación o información"), del verbo ἱστορεῖν ("investigar"), y de allí pasó al latín historia, que se conservó en castellano. Tres conceptos en las ciencias históricas En el estudio de la historia conviene diferenciar tres conceptos a veces usados laxamente y que pueden llegar a ser confundidos entre sí: 1. La historiografía es el conjunto de técnicas y métodos propuestos para describir los hechos históricos acontecidos y registrados. La correcta praxis de la historiografía requiere el empleo correcto del método histórico y el sometimiento a los requerimientos típicos del método científico. 2. La historiología o «Teoría de la Historia» es el conjunto de explicaciones, métodos y teorías sobre cómo, por qué y en qué medida se dan cierto tipo de hechos históricos y tendencias sociopolíticas en determinados lugares y no en otros. El término fue introducido por José Ortega y Gasset1 y el DRAE lo define como el estudio de la estructura, leyes y condiciones de la realidad histórica (DRAE) 3. La historia en sí misma o conjunto de hechos realmente acontecidos, de alcance geográfico y social lo suficientemente amplios como para servir de base a la comprensión de hechos posteriores. Es imposible ignorar la polisemia y la superposición de estos tres términos, pero simplificando al máximo podemos afirmar que: La historia son los hechos del pasado, la historiografía es la ciencia de la historia y la historiología su epistemología. La historiografía (de historiógrafo, y éste del griego Ιστοριογράφος, de Ιστορία, Historia y -γράφος, de la raíz de γράφειν, escribir: el que escribe, o describe, la Historia1 ) es el registro escrito de la Historia, la memoria fijada por la propia humanidad con la escritura de su propio pasado. Si la Historia es una ciencia (cuyo objeto es el pasado de la humanidad), se tiene que someter, como toda ciencia, al método científico, que aunque no pueda aplicársele en todos los extremos de las ciencias experimentales, sí puede hacerlo a un nivel equiparable a las llamadas Ciencias Sociales (ver metodología y metodología en las ciencias sociales). Un tercer concepto confluyente a la hora de definir la Historia como fuente de conocimiento es la «Teoría de la Historia», que puede llamarse también «historiología» (término acuñado por José Ortega y Gasset).2 Su papel es estudiar la estructura, leyes y condiciones de la realidad histórica (DRAE); mientras que la «historiografía» es el relato mismo de la historia, el arte de escribirla (DRAE). Es imposible acabar con la polisemia y la superposición de estos tres términos, pero simplificando al máximo: La historia son los hechos del pasado, la historiografía es la ciencia de la historia y la historiología su epistemología. La Filosofía de la Historia es la rama de la filosofía que concierne al significado de la historia humana, si es que lo tiene. Especula un posible fin teleológico de su desarrollo, o sea, se pregunta si hay un diseño, propósito, principio director o finalidad en el proceso de la historia humana. No debe confundirse con los tres conceptos anteriores, de los que se separa claramente. Si su objeto es la verdad o el deber ser, si la historia es cíclica o lineal, o existe la idea de progreso en ella, son materias ajenas a la historia y la historiografía propiamente dichas, que trata esta disciplina. Un enfoque intelectual que tampoco contribuye mucho a entender la ciencia histórica como tal es la subordinación del punto de vista filosófico a la historicidad, considerando toda la realidad como el producto de un devenir histórico: ese sería el lugar del historicismo, corriente filosófica que puede extenderse a otras ciencias, como la Geografía. Una vez despejada la cuestión meramente nominal, queda para la historiografía por tanto el análisis de la historia escrita, las descripciones del pasado; específicamente de los enfoques en la narración, interpretaciones, visiones de mundo, uso de las evidencias o documentación y métodos de presentación por los historiadores; y también el estudio de estos mismos, a la vez sujetos y objetos de la ciencia. La historiografía, más llanamente, es la manera en que la historia se ha escrito. En un amplio sentido, la historiografía se refiere a la metodología y a las prácticas de la escritura de la historia. En un sentido más específico, se refiere a escribir sobre la historia en sí. Fuentes historiográficas y su tratamiento Es importante distinguir la materia prima del trabajo de los historiadores (fuente primaria) de los productos semielaborados o terminados (fuente secundaria e incluso fuente terciaria). Igualmente denotar la diferencia entre fuente y documento y el estudio de las fuentes documentales: su clasificación, prelación y tipología (escritas, orales, arqueológicas); su tratamiento (reunión, crítica, contraste), y el mantener el respeto debido a las fuentes, fundamentalmente con su cita fiel. La originalidad del trabajo de los historiadores es un asunto delicado. Historiografía como producción historiográfica Historiografía es equivalente a cada parte de la producción historiográfica, o sea: al conjunto de escritos de los historiadores acerca de un tema o período histórico concreto. Por ejemplo, la frase: es muy escasa la historiografía sobre la vida cotidiana en el Japón en la era Meiji quiere decir que hay pocos libros escritos sobre tal cuestión porque hasta el momento no ha recibido atención por parte de los historiadores, no porque su objeto de estudio sea poco relevante o porque haya pocas fuentes documentales que proporcionen documentación histórica para hacerlo.3 Con respecto a la difusión y publicidad de la producción historiográfica, sería bueno que cumpliera los mismos requisitos a que se someten las demás publicaciones científicas (ver publicación). También se utiliza el vocablo historiografía para hablar del conjunto de historiadores de una nación, por ejemplo, en frases semejantes a esta: la historiografía española abrió sus brazos y sus archivos desde los años 1930 a los hispanistas franceses y anglosajones, que renovaron su metodología. Es necesario diferenciar los dos términos usados más arriba: producción historiográfica y documentación histórica, aunque en muchos casos coincida que los historiadores utilizan como documentación histórica precisamente la producción historiográfica anterior. La reflexión sobre la posibilidad o imposibilidad de un enfoque objetivo lleva a la necesidad de superar la oposición entre objetividad (la de una inexistente ciencia "pura" que no se contamine con el científico) y subjetividad (implicada en los intereses, ideología y limitaciones de éste) con el concepto de intersubjetividad, que obliga a considerar la tarea del historiador, como la de cualquier científico, como un producto social, inseparable del resto de la cultura humana, en diálogo con los demás historiadores y con la sociedad entera. Historiografía y perspectiva: el objeto de la Historia La historia no tiene más remedio que seguir la tendencia a la especialización que tiene cualquier disciplina científica. El conocimiento de toda la realidad es epistemológicamente imposible, aunque el esfuerzo de un conocimiento transversal, humanístico, de todas las partes de la historia, es exigible a quien verdaderamente quiera tener una visión correcta del pasado. Así pues la historia debe segmentarse no sólo porque el punto de vista del historiador esté contaminado de subjetividad e ideología, como habíamos visto, sino porque necesariamente debe optar por un punto de vista, al igual que un científico, si quiere observar su objeto, debe optar por utilizar un telescopio o un microscopio (o, de forma menos grosera, qué tipo de lente va a aplicar). Con el punto de vista se determina la selección de la parte de la realidad histórica que se toma como objeto, y que sin duda dará tanta información sobre el objeto estudiado como sobre las motivaciones del historiador que estudia. Esa visión sesgada puede ser inconsciente o consciente, asumida con más o menos cinismo por el historiador, y es distinta para cada época, para cada nacionalidad, religión, clase o ámbito en el que el historiador quiera situarse. La inevitable pérdida que supone la segmentación, se compensa con la confianza en que otros historiadores harán otras selecciones, siempre sesgadas, que deben complementarse. La pretensión de conseguir una perspectiva holística, como pretende la Historia total o la Historia de las Civilizaciones, no sustituye la necesidad de todas y cada una de las perspectivas parciales como las que se tratan a continuación: Sesgos temáticos Son los que darían paso a una historia sectorial, presente en la historiografía desde muy antiguo, como ocurre con la Historia política, reducida a historia evenemencial o categorizada en la Historia de las instituciones, la Historia de los sistemas políticos, la Historia del Derecho o la Historia militar; la Historia económica, a veces hermanada con la Historia social, que no obstante, puede también entenderse como Historia del movimiento obrero o una más universal Historia de los movimientos sociales; la Historia de la Iglesia, tan antigua como ella misma, o la Historia de las religiones, nacida por la necesidad de hacer su estudio comparado; la Historia del Arte, nacida en la misma Antigüedad Clásica con la valoración de su producción artística y la de su pasado; más reciente que éstas, pero englobándolas en cierto modo, la Historia de las ideas, que puede incluir las creencias, las ideologías o la Historia de la ciencia y de la técnica y con ellas subdividirse hasta el infinito: la Historia de las doctrinas económicas, la Historia de las doctrinas políticas; Una manera de preguntarse cuál es el objeto de la Historia es elegir qué merece ser conservado en la memoria, cuáles son los hechos memorables. ¿Lo son todos, o lo son sólo los que cada historiador considera trascendentales? En la lista anterior tenemos las respuestas que cada uno puede dar. Algunas de estas denominaciones encierran no una simple parcelación, sino visiones metodológicas opuestas o divergentes, que se han multiplicado en el último medio siglo. La historia es hoy más plural que nunca antes, escindida en multitud de especialidades, tan fragmentada que muchos de sus ramas no se comunican entre ellas, sin ver sujeto ni objeto común: la microhistoria, que se interesa en la especificidad de los fenómenos sociales desde una perspectiva que ha sido comparada con la lupa de aumento; la historia de la vida cotidiana, que desde una selección similar del objeto, abre después el campo de visión buscando la generalización; la historia de las mujeres o los llamados estudios de género, como muchas historias transversales, que a veces pueden englobarse como historia de las minorías, o disgregarse temáticamente como la historia de la sensibilidad, la historia de la sexualidad; modificaciones de la historia económica como la cliometría o la historia de la empresa; la historia cultural, que registra un nuevo impulso tras varios decenios; la historia del tiempo presente, creada en los años 1980 y que se interesa en las grandes rupturas de nuestra época; la climatología y la genética junto a otras disciplinas, se están dejando notar más recientemente en el debate historiográfico, a través de la historia ambiental o ecohistoria, los cada vez más utilizados estudios de genética poblacional; Historia de la Historia La aparición de la historia es equivalente a la de la escritura, pero la conciencia de estudiar el pasado o de dejar para el futuro un registro de la memoria es una elaboración más compleja que las anotaciones de los templos sumerios.12 Las estelas y relieves conmemorativos de batallas en Mesopotamia y Egipto ya son algo más aproximado. El resto de las civilizaciones asiáticas alcanzan la escritura y la historia a su propio ritmo, compilan sus fuentes teológicas en forma de libros sagrados -en ocasiones con partes históricas (la Biblia hebrea) o sofisticaciones cronológicas (los Vedas hindúes)-, registran sus propios Anales y finalmente su propia historiografía, particularmente la china,13 que tiene su Herodoto en Sima Qian (Memorias históricas, 109 adC - 91 adC) y alcanzó una definición clásica de historia tipificada, oficial, con el Libro de los Han de Ban Gu (siglo I), que fijó un modelo repetido sucesivamente por los historiadores de los periodos siguientes en veinticinco "historias tipificadas", hasta 1928, en que apareció la última de tan monumental serie.14 En América, fuera de la civilización maya, no hay textos de ningún modo comparables. No obstante, el desarrollo y variedad que ha alcanzado la historiografía en la Civilización Occidental es de un nivel distinto a todas ellas.15 Los primeros cronistas griegos, que se interesaron sobre todo en los mitos de origen (los logógrafos), practicaban ya el recitado de acontecimientos. Su narración podía apoyarse en escritos, como era el caso de Hecateo de Mileto (segunda mitad del siglo VI adC.). En el siglo V adC., Herodoto de Halicarnaso se diferencia de ellos por su voluntad de distinguir lo verdadero de lo falso; por ello realiza su "investigación" (etimológicamente: "historia"). Una generación después, con Tucídides, esta preocupación se transforma en espíritu crítico, fundado sobre la confrontación de diversas fuentes orales y escritas. Su Historia de la guerra del Peloponeso puede ser vista como la primera verdadera obra historiográfica. Los continuadores del nuevo género literario de Herodoto y Tucídides fueron muy numerosos en la Grecia Antigua y pueden contarse entre ellos Jenofonte (autor de la Anábasis), Posidonio, Ctesias, Apolodoro de Artemisa, Apolodoro de Atenas, Aristóbulo de Casandrea... (ver literatura griega e historiografía helenística) En el siglo II adC., Polibio, en su Pragmateia (traducido también como "Historia"), tratando quizá de escribir una obra de geografía, aborda la cuestión de la sucesión de los regímenes políticos para explicar cómo su mundo ha entrado en la órbita romana. Es el primero en buscar causas intrínsecas al desarrollo de la historia más que evocar principios externos. En esas alturas del periodo helenístico, la Biblioteca y el Museo de Alejandría representaban la cumbre del afán griego por preservar la memoria del pasado, lo que implica su valoración como herramienta útil para el presente y el futuro. La civilización romana dispone, a semejanza de los griegos Homero y Hesiodo, de mitos de origen que recogió Virgilio poetizados en la Eneida como un elemento del programa ideológico diseñado por Augusto. También al menos desde la República, mantuvo un cuidado especial por la recopilación de hechos en Anales, la legislación escrita y los archivos vinculados al sagrado de los templos. Hasta las guerras púnicas la recopilación de los principales sucesos acaecidos estaba a cargo de los pontífices, en forma de crónicas anuales. La primera obra histórica completa latina es Los Orígenes de Catón (siglo III adC.). El contacto de Roma con el mundo mediterráneo, primero Cartago, y sobre todo Grecia, Egipto y Oriente fue fundamental para ampliar la visión y utilidad de su género histórico. Los historiadores (sean romanos o griegos) acompañarán en las campañas militares a los ejércitos, con el declarado fin de preservar su memoria a la posteridad, recopilar información de utilidad y justificar sus acciones. La lengua culta, el griego, se utilizará para este género a la par que la más sobria latina. Salustio, el Tucídides romano, escribe De Coniuratione Catilinae (la Conjuración de Catilina, de la que es contemporáneo, 63 adC.). Realiza un relato extenso de las causas lejanas de la conjuración, así como de la ambiciones de Catilina, retratado como un noble degenerado y sin escrúpulos. En Bellum Ingurthinum (guerra de Yugurta rey de los númidas, 111 adC. a 105 adC.), denuncia un escándalo colonial. Historiae era su obra más ambiciosa y madura, conservada parcialmente, que abarcaba en cinco libros los doce años transcurridos desde la muerte de Sila en el 78 adC. hasta el 67 adC. No es la precisión histórica lo que le interesa, sino la narración de unos hechos con sus causas y consecuencias, así como la posibilidad de esclarecer el desarrollo del proceso de la degeneración en que la República se vio inmersa. Aparte del individuo, el objeto de su observación se centra en las clases sociales y las facciones políticas: idealiza un pasado virtuoso, y detecta un proceso de decadencia que atribuye a los vicios morales, a la discordia social y al abuso del poder por parte de las distintas facciones políticas. Julio César con su Commentarii Rerum Gestarum, acerca de dos de las más grandes acciones bélicas que llevó a cabo: la guerra de las Galias (58 adC.-52 adC.) (De Bello Gallico) y la guerra civil (49 adC.48 adC.) (De Bello Civili). Tito Livio (59 adC.-17 dC.), con los 142 libros de Ab Urbe Condita, divididos en grupos de diez libros que se conocen con el nombre de "décadas", que se han perdido en su mayor parte, escribe una gran historia nacional, cuyo único tema es Roma ("fortuna populi romani") y cuyos únicos actores son el Senado y el pueblo de Roma ("senatus populusque romanus" o SPQR). Su propósito general es ético y didáctico; sus métodos fueron los del griego Isócrates del siglo IV adC.: es el deber de la Historia decir la verdad y ser imparcial, pero la verdad debe presentarse con una forma elaborada y literaria. Utiliza como fuente a los primeros analistas y a Polibio, pero su patriotismo le lleva a deformar la realidad en detrimento de lo exterior y a un escaso espíritu crítico. Es historiador de gabinete, no viaja ni conoce personalmente los escenarios de los hechos que describe. Publio Cornelio Tácito (55-120 dC.), el gran historiador del Imperio bajo los Flavios, es sobre todo un investigador de las causas. La nómina de historiadores de época romana es extensísima, tanto en lengua latina (Plinio el Viejo, Suetonio...) 16 como en griega (Estrabón, Plutarco). En la decadencia de Roma, el cristianismo vendrá a dar un cambio metodológico radical, introduciendo el providencialismo de Agustín de Hipona. Es ejemplo Orosio, presbítero hispano de Braga (Historiae adversum paganus). La historiografía medieval se escribe principalmente por hagiógrafos, cronistas, miembros del clero episcopal cercanos al poder, o por monjes. Se escriben genealogías, anales áridos, listas cronológicas de acontecimientos sucedidos en los reinos de sus soberanos (anales reales) o sucesión de abades (anales monásticos); vidas (biografías de carácter edificante, como las de los santos merovingios, o más tarde de los reyes de Francia), e Historias que cuentan el nacimiento de una nación cristiana, exaltan una dinastía o, al contrario, fustigan a los malvados desde una perspectiva religiosa. Esta historia, de la que son muestra de Beda el Venerable (Historia eclesiástica del pueblo inglés, siglo VIII) o Isidoro de Sevilla (Etimologías e Historia Gothorum), es providencialista, de inspiración agustinista, e inscribe las acciones de los hombres en los designios de Dios. Hay que esperar al siglo XIV para que los cronistas se interesen por el pueblo, gran ausente de la producción de este periodo, por ejemplo la del francés Froissart o el florentino Matteo Villani. Durante el Renacimiento, el humanismo aporta un gusto renovado por el estudio de los textos antiguos, griegos o latinos, pero también por el estudio de nuevos soportes: las inscripciones (epigrafía), las monedas (numismática) o las cartas, diplomas y otros documentos (diplomática). Estas nuevas ciencias auxiliares de la época moderna contribuyen a enriquecer los métodos de los historiadores: en 1681 Dom Mabillon indica los criterios que permiten determinar la autenticidad de un acta por la comparación de fuentes diferentes en De Re Diplomática. En Nápoles, más de doscientos años antes, Lorenzo Valla al servicio de Alfonso V de Aragón había conseguido demostrar la falsedad de la pseudo-Donación de Constantino. Giorgio Vasari con sus Vidas de artistas nos ofrece a la vez una fuente y un método historiográfico para la Historia del Arte. En esta época la historia no se diferencia de la geografía ni siquiera de las ciencias naturales. Se dividía en dos partes: la historia general (la que hoy llamaríamos historia) y la historia natural (ciencias naturales y geografía). Este sentido amplio de historia se explica por la etimología del término (ver Historia). En el siglo XVIII, tuvo lugar un cambio fundamental: los planteamientos intelectuales de la Ilustración de una parte, y de otra el descubrimiento de la alteridad en otras culturas ajenas a la europea (el exotismo, el mito del buen salvaje), suscita un nuevo espíritu crítico (aunque de hecho, son parecidas circunstancias a las que se podían ver en Herodoto). Se ponen en cuestión los prejuicios culturales y el universalismo clásico. El descubrimiento de Pompeya renueva el interés por la Antigüedad clásica (Neoclasicismo) y proporciona materiales que inauguran una naciente ciencia de la arqueología. Las naciones europeas alejadas del Mediterráneo buscan sus orígenes históricos en mitos y leyendas que a veces se inventan (el Ossian de James Macpherson, que simuló haber encontrado al Homero celta). También se interesan en las costumbres nacionales los franceses Fenelon, Voltaire (Historia del imperio de Rusia bajo Pedro el Grande y El siglo de Luis XIV, 1751) y Montesquieu, que teoriza sobre ello en El espíritu de las leyes. En Inglaterra, Edward Gibbon escribe su monumental Historia del Declive y Caída del Imperio Romano (1776-1788), donde hace de la precisión un aspecto esencial del trabajo del historiador. Los límites de la historiografía del siglo XVIII son la sumisión a la moral y la inclusión de juicios de parte, con lo que su objeto permanece limitado. En España destaca la España Sagrada del padre agustino Enrique Flórez, recopilación de documentos de historia eclesiástica, expuesta con criterio ultraconservador (1747 y continuada tras su muerte hasta el siglo XX) y la Historia crítica de España del jesuita desterrado Juan Francisco Masdeu; desde una perspectiva más ilustrada tendríamos al regalista Melchor Rafael de Macanaz, al crítico Gregorio Mayans y Siscar (uno de sus discípulos, Francisco Cerdá y Rico, intentó emular a Lorenzo Valla discutiendo la veracidad del medieval voto de Santiago), y más avanzado el siglo al propio Gaspar Melchor de Jovellanos, Juan Sempere y Guarinos, Eugenio Larruga y Boneta (Memorias políticas y económicas), y el espléndido documento recopilatorio que es el Viaje de España de Antonio Ponz. Intermedio entre ambas tendencias se encuentra el caso de Juan Pablo Forner, casticista en su famosa Oración apologética por España y su mérito literiario (1786) y reformista en otras obras, publicadas después de su muerte. Siglo XIX: la historia, ciencia erudita Es un periodo rico en cambios, tanto en la manera de concebir la historia como en la de escribirla. En Francia se la considera como una disciplina intelectual distinta de otros géneros literarios desde el comienzo del siglo, cuando los historiadores se profesionalizan y fundan los archivos nacionales franceses (1808). En 1821 se crea la Ecole nationale des Chartes, primera gran institución para la enseñanza de la historia. En Alemania, esta evolución se había producido antes, y estaba presente en las universidades de la Edad Moderna. La institucionalización de la disciplina da lugar a vastos corpus que reúnen y transcriben sistemáticamente las fuentes. El más conocido es Monumenta Germaniae Historica, desde 1819. La Historia gana una dimensión de erudición, pero también de actualidad. Pretende rivalizar con las demás ciencias, sobre todo con el gran desarrollo que están teniendo éstas. Theodor Mommsen contribuye a dar a la erudición las bases críticas, en su Römische Geschischte (Historia de Roma) 1845-1846, además de colaborar en el citado Monumenta Germania Histórica y Corpus Inscriptionum Latinarum. En Francia, desde los años 1860, el historiador Fustel de Coulanges escribe la historia no es un arte, es una ciencia pura, como la física o la geología. Sin embargo la historia se implica en el debate de su época y está influida por las grandes ideologías, como el liberalismo de Alexis de Tocqueville y François Guizot. Sobre todo se deja influir por el nacionalismo e incluso el racismo. Coulanges y Mommsen trasladan al debate historiográfico el enfrentamiento de la guerra francoprusiana de 1870. Cada historiador tiende a encontrar las cualidades de su pueblo (el "genio"). Se fundan las grandes historias nacionales. Los historiadores románticos, como Augustin Thierry y Jules Michelet, manteniendo la calidad de la reflexión y la explotación crítica de las fuentes, no recelan de explayarse en el estilo y la mantienen como un arte. Los progresos metodológicos no impiden contribuir a las ideas políticas de su tiempo. Michelet, en su Historia de la Revolución Francesa (1847-1853), contribuye igualmente a la definición de la nación francesa contra la dictadura de los Bonaparte, así como al revanchismo antiprusiano (murió poco después de la batalla de Sedán). Con la III República, la enseñanza de la historia se conforma como un instrumento de propaganda al servicio de la formación de los ciudadanos, y continuará siéndolo durante el siglo XX. Otro de los fundadores de la historiografía en el siglo XIX fue Leopold Von Ranke, que era muy crítico con las fuentes usadas en historia. Estaba en contra de los análisis y las racionalizaciones. Su adagio era escribir la Historia tal como fue. Quería relatos de testigos visuales, enfatizando sobre su punto de vista. Hegel y Marx introducen el cambio social en la historia. Los historiadores anteriores se habían centrado en los ciclos de auge y decadencia de gobernantes y naciones. Una nueva disciplina emergente aporta el análisis y la comparación a gran escala: la sociología. Desde la Historia del Arte, estudios como el de Jacob Burckhardt sobre el Renacimiento se convierten en la referencia para entender los fenómenos culturales. La Arqueología pone en contacto el mito con la realidad histórica, tanto en Egipto como en Mesopotamia y Grecia (Heinrich Schliemann en Troya, Micenas y Tirinto, y más tarde Arthur Evans en Creta); todo ello en un ambiente romántico y aventurero que se va depurando para hacerse científico, aunque no desaparece, como prueba la tardía aportación de Howard Carter (Tutankamon) y la imagen popular de los arqueólogos que perpetúa el cine (Indiana Jones). La Antropología aplicada a la explicación de los mitos produjo el monumental trabajo de James George Frazer (La rama dorada), a partir del cual la historiadores pudieron replantearse su punto de vista sobre la relación de las sociedades humanas de todas las épocas con la magia, la religión e incluso la ciencia. Durante el siglo XIX, España mantiene al menos su patrimonio documental con la creación de la Biblioteca Nacional y el Archivo Histórico Nacional, pero no se distingue por una gran renovación de su historiografía que, aparte del arabismo de Pascual de Gayangos o de la historia económica de Manuel Colmeiro, aparece escindida entre una corriente liberal (Modesto Lafuente y Zamalloa, Juan Valera), y otra reaccionaria, cuya cumbre, el erudito y polígrafo Marcelino Menéndez y Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles), es una digna continuación de la tradición que nace con San Isidoro y pasa por la Historia del Padre Mariana y por la España Sagrada del Padre Flórez. Siglo XX La historia va asentándose como una ciencia social, una disciplina científica implicada en la sociedad. A principios del siglo XX, la historia había adquirido una dimensión científica incontestable. La historia, entre el positivismo y el ensayismo Instalada en el mundo de la esnseñanza, erudita, la disciplina se influencia por una versión empobrecida del positivismo de Auguste Comte. Pretendiendo objetividad, la historia limita su objeto: el hecho o acontecimiento aislado, en el centro del trabajo del historiador, se considera como la única referencia que responde correctamente al imperativo de objetividad. Tampoco se ocupa de establecer relaciones de causalidad, sustituyendo por retórica el discurso que se pretendía científico. Simultáneamente y en contraste, se desarrollan disciplinas anejas que tienden a la generalización, como historia cultural o la historia de las ideas, con Johan Huizinga (El otoño de la Edad Media) o Paul Hazard (La crisis de la conciencia europea) entre sus iniciadores. Ensayistas como Oswald Spengler (La decadencia de Occidente) y Arnold J. Toynbee (Un estudio de la Historia) en famosa controversia, publican profundas reflexiones sobre el concepto mismo de civilización que junto con la Rebelión de las Masas o España invertebrada de José Ortega y Gasset se divulgaron extraordinariamente, al ser el reflejo del pesimismo intelectual de entreguerras. Más cercano al método del historiador, y no menos profundo, es el trabajo de sus contemporáneos el belga Henri Pirenne (Mahoma y Carlomagno), o el australiano Vere Gordon Childe (padre del concepto Revolución Neolítica). No obstante, la principal transformación de la historia de los acontecimientos viene de aportes exteriores: Por un lado el materialismo histórico de inspiración marxista, que introduce la economía en las preocupaciones del historiador. Por otro lado, la perturbación causada en la historiografía por los desarrollos políticos, técnicos, económicos o sociales que conoce el mundo, sin olvidar los conflictos mundiales. Nuevas ciencias auxiliares aparecen o se desarrollan considerablemente: arqueología, demografía, sociología y antropología, bajo la influencia del estructuralismo. La Escuela de Annales Una corriente de pensamiento llamada Escuela de Annales en torno a la revista Annales d’histoire économique et sociale, fundada por Lucien Febvre y Marc Bloch en 1928, agranda el campo de la disciplina, solicita la confluencia de otras ciencias, en particular la sociología, y más generalmente transforma la historia ampliando su objeto más allá del acontecimiento e inscribiéndola en la larga duración (longue durée). Tras el paréntesis de la segunda guerra mundial, Fernand Braudel continúa la revista y recurre por primera vez a la geografía, la economía política y la sociología para elaborar su tesis de economía-mundo (ejemplo clásico es El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempo de Felipe II). El papel del testimonio histórico cambia: permanece en el centro de las preocupaciones del historiador, pero ya no es el objeto, sino que se le considera como un útil para construir la historia, útil que puede ser obtenido en cualquier dominio del conocimiento. Una constelación de autores más o menos próximos a Annales participan de esa renovación metodológica que llena las décadas centrales del siglo XX (Georges Lefebvre, Ernest Labrousse) La visión de la Edad Media cambia completamente tras una relectura crítica de las fuentes, que tienen su mejor parte justo en lo que no mencionan (Georges Duby) . Privilegiando la larga duración al tiempo corto de la historia de los acontecimientos, muchos historiadores proponen repensar el campo de la historia desde Annales, entre ellos Emmanuel Le Roy Ladurie o Pierre Goubert. La Nueva historia es la denominación, popularizada por Pierre Nora y Jacques Le Goff (Hacer la Historia, 1973), que designa la corriente historiográfica que anima la tercera generación de Annales. La nueva historia trata de establecer una historia serial de las mentalidades, es decir, de las representaciones colectivas y de las estructuras mentales de las sociedades. Otros historiadores franceses, fuera de Annales, Philippe Ariès, Jean Delumeau y Michel Foucault, este último en las fronteras de la filosofía, describen la historia de los temas de la vida diaria, como la muerte, el miedo y la sexualidad. Quieren que la historia escriba sobre todos los temas, y que todas las preguntas se respondan. Desde una orientación completamente opuesta (la derecha católica), Roland Mousnier realizó una aportación decisiva a la Historia Social del Antiguo Régimen, negando la existencia de lucha de clases e incluso de estas mismas, en beneficio de lo que describe como una sociedad de órdenes y relaciones clientelares.21