Ladrón, hijo de ladrón, padre de ladrón Escrito por Luis Fernández Moyano Lunes, 02 de Noviembre de 2009 12:39 Asombra que haya quienes, jugando a las célebres travesuras del camaleón – un ratito con el gobierno, otro ratito con la oposición -, reproduzcan sus infundios y le den cabida destacada en sus titulares. Sirviendo así a la siniestra política del régimen. Pues seres de esta catadura debieran estar definitivamente marginados de los espacios de la decencia nacional. Ya en su vejez, perdido el tren de la historia y sumido en su reconcomio, no cesa de difamar desde el andén en que quedaran varadas sus pretensiones de liderazgo político. No llegó a presidente de la república, porque jamás tuvo con qué. Debió conformarse con la vicepresidencia, oliéndole las entrepiernas a un militarote golpista y despótico. Fue su destino desde que lo parieran. Hijo supuesto de un valido de Juan Vicente Gómez, especialista en las mismas faenas, no podía escapar a tan tétrico destino. Lamer un culo uniformado. Nada que ver con sus originales pretensiones. Quiso ser la perfecta representación de la moral criolla, mientras negociaba los adefesios de su mujer a punta de chantajes, para terminar convertido en la máscara de sí mismo: traficante de honras y de armas. Un embajador de Venezuela en serio país europeo tuvo la perspicacia de fotocopiar chequecito que le dirigían por la compra de una de tales “obras de arte”. Le habrá servido para financiar parte de su costosa estadía, que el susodicho no sabrá de moral, pero conoce la diferencia entre un Freixenet y un Dom Perignon. Sibarita, a falta de poder para otros placeres, de los que fue siempre escuálido y menesteroso, como reportan las malas lenguas. No ha llegado más que a jalabolas y a difamador público de decencias ajenas. Lo contrario de lo que quiso construir con paciencia infinita. No el símbolo de la integridad nacional sino la propia bazofia de su indignidad. Una máscara sometida a reiteradas cirugías estéticas, que la vejez ha terminado por desvelar sus más íntimos y siniestros secretos. Hijo de ladrón, padre de ladrón y ladrón él mismo, como es público y notorio. Para culminar tan espléndida carrera como un despreciado bufón de la corte. Como se sabe con una nalga en las poltronas del régimen y la otra en la más absoluta desafección presidencial, sigue haciendo méritos, a ver si los robos, trácalas y estupros de su familia no trascienden a los tribunales. En los que por cierto funge de Mister Peachum, ese gerente de mendigos del Londres del siglo XVI, aunque en su caso gerencie la tribu de los enanos. Razón del asesinato del fiscal Danilo Anderson, que observara con regocijo desde una cómoda poltrona. Y sigue difamando. Lo hace escribiendo bajo seudónimo en el último pasquín del burdel político nacional. Por ello difama a la oposición tanto como le es posible, mientras por bajo cuerda mantiene sus vínculos con lo peorcito de la Cuarta. Espera así postergar tanto como sea posible la caída del régimen y anticipar cierta compasión cuando las aguas bajen turbias. Que ninguno de los suyos podrá evitar terminar como su padre: enjuiciado por ladrón. Si bien en su caso, criminal de alta escuela, suficientemente protegido con dinero a raudales. 1/2 Ladrón, hijo de ladrón, padre de ladrón Escrito por Luis Fernández Moyano Lunes, 02 de Noviembre de 2009 12:39 Multimillonario en dólares, con cuentas en bancos de postín, no como el pobre infeliz que lo pariera, enjuiciado por robarse unos carretones, unas tejas, unos sellos fiscales y unas rejas. Asombra que haya quienes, jugando a las célebres travesuras del camaleón – un ratito con el gobierno, otro ratito con la oposición -, reproduzcan sus infundios y le den cabida destacada en sus titulares. Sirviendo así a la siniestra política del régimen. Seres de esta catadura debieran estar definitivamente marginados de los espacios de la decencia nacional. 2/2