- Bueno, podría ser peor. -Era una desgracia, pensó Fitz, que en aquellos momentos de enorme peligro para el país, el gobierno estuviera en manos de aquella panda de inde cisos de izquierdas. - Pero rechazaron la propuesta de Grey de un compromiso para defender a Francia dijo Maud. - Entonces, todavía actúan como cobardes -señaló Fitz. Sabía que estaba siendo muy brusco con su hermana, pero se sentía demasiado irritado para contenerse. - No del todo -replicó Maud sin alterarse-. Acordaron impedir el paso de la armada alemana a través del canal de la Manc ha para invadir Francia. A Fitz se le iluminó el rostro. - Bueno, algo es algo… -El gobierno alemán -terció Walter- ha respondido diciendo que no tenemos intención de enviar buques de guerra al canal de la Manc ha. - ¿Ves lo que pasa cuando te mantienes firme? -le dijo Fitz a Maud. - No seas tan engreído, Fitz -le recriminó ella-. Si al final vamos a la guerra será porque personas como tú no habrán puesto suficiente empeño por intentar impedirla. - Ah, conque eso crees, ¿eh? -Estaba ofendido-. Bueno, pues deja que te diga una cosa: anoche hablé con sir Edward Grey, en el club Brooks’s. Les ha pedido tanto a los franceses como a los alemanes que respeten la neutralidad de Bélgica. Los franceses acept aron de inmediato. -Fitz lanzó una mirada desafiante a Walter-. Los alemanes, en cambio, no han respondido. - Es cierto. -Walter se encogió de hombros a modo de disculpa-. Mi querido Fitz, como soldado, entenderás perfectamente que no podíamos responder a esa petición, en un sentido o en otro, sin desvelar nuestros planes. - Lo entiendo, pero teniendo en cuenta eso que dices, me gustaría saber por qué mi her mana opina que soy un belicista mientras que a ti te considera un pacifista. Maud rehuyó la pregunta. - Lloyd George cree que Gran Bretaña debería intervenir únicamente si el ejército alemán viola el territorio belga de forma sustancial. Podría sugerirlo en la reunión del consejo de ministros de esta noche. Fitz sabía lo que eso significaba. - Entonces, ¿vamos a dar permiso a los alemanes para que ataquen Francia a través del extremo sur de Bélgica? -exclamó, enfurecido. - Supongo que eso es exactamente lo que significa. - Lo sabía -dijo Fitz-. Traidores… Están planeando eludir sus responsabilidades. ¡Son capaces de hacer cualquier cosa con tal de evitar la guerra! - Ojalá tengas razón -comentó Maud. VI Maud tenía que ir a la Cámara de los Comunes el lunes por la tarde a escuchar el dis curso de sir Edward Grey ante los miembros del Parlamento. Todos estaban de acuerdo en que aquel discurso iba a suponer un punto de inflexión. Acompañada de tía Herm, Maud se alegró, por una vez en la vida, de contar con la reconfortante compañía de una dama de edad. El destino de Maud iba a decidirse esa tarde, al igual que el de miles de hombres en edad de combatir. De las palabras de Grey y de la reacción del Parlamento dependía que las mujeres de toda Europa fuesen a convertirse en viudas, y sus hijos, en huérfanos. Maud ya no estaba enfadada, quizá había dejado de estarlo por puro agotamiento. Ahora solo estaba asustada: la guerra o la paz, el matrimonio o la soledad, la vida o la muerte… su destino. 191