- ¿Qué cree Von Falkenhayn? -Erich von Falkenhayn había sido jefe del Estado Mayor durante casi dos años. Su padre sonrió. - Cree lo que yo le diga. III Mientras servían el café al final de la comida, lady Maud preguntó a lady Hermia: - En caso de emergencia, tía, ¿sabrías cómo ponerte en contacto con el abogado de Fitz? Tía Herm se quedó un tanto sorprendida. - Querida, ¿qué puedo tener yo que ver con los abogados? - Nunca se sabe. -Maud se volvió hacia el mayordomo mientras este posaba la cafetera sobre un salvamanteles plateado-. Grout, ¿serías tan amable de traerme una hoja de papel y un lápiz? Grout se marchó y regresó con los utensilios de escritura. Maud escribió el nombre y dirección del abogado de la familia. - ¿Para qué quiero esto? -preguntó tía Herm. - Esta misma tarde podrían detenerme -dijo Maud de forma despreocupada-. De ser así, por favor, pídele que venga a sacarme de la cárcel. - ¡Oh! -exclamó tía Herm-. ¡No puedes estar hablando en serio! - No, estoy segura de que no ocurrirá -afirmó Maud-. Pero, bueno, ya sabes, es solo por si acaso… -Besó a su tía y salió de la sala. La actitud de tía Herm enfureció a Maud, aunque la mayoría de las mujeres se comport aba igual. No era nada apropiado para una dama conocer siquiera el nombre de su propio abogado, ni mucho menos entender qué derechos tenía ante la ley. No era de extrañar que se explotase sin piedad a las mujeres. Maud se puso el sombrero y los guantes y un fino abrigo de entretiempo. Salió a la calle y tomó el autobús a Aldgate. Estaba sola. Las normas sobre el acompañamiento a las damas se habían relajado desde el estallido de la guerra. Ya no se consideraba escandaloso que una mujer soltera saliera sin acompañante durante el día. Tía Herm desaprobaba el cambio, pero no podía encerrar bajo llave a Maud, ni tampoco podía recurrir a Fitz, que estaba en Francia, así que no le quedaba más que aceptar la situación, si bien es cierto que lo hacía de mala gana. Maud era directora de la publicación The Soldier’s Wife, un rotativo de pequeña tirada que hacía campaña para conseguir un mejor trato para las personas que dependían de los hombres en el frente. Un diputado conservador del Parlamento británico había descrito el periódico como «un cargante fastidio para el gobierno», frase que, desde ese instante, apareció en las cabeceras de todas las ediciones. La fuerza que Maud tenía para hacer campaña por esa causa estaba alimentada por su indignación contra la subyugación de las mujeres combinada con el horror de la carnicería sinsentido que era la guerra. Maud subven cionaba el periódico con su humilde herencia. De todas formas, no necesitaba el dinero: Fitz siempre pagaba todo cuanto ella necesitaba. Ethel Williams era la directora editorial del periódico. Había dejado con mucho gusto el taller de costura donde la explotaban y lo había cambiado por un sueldo más cuantioso y el papel que desempeñaba en la campaña por la causa. Ethel compartía el furor de Maud, pero tenía una serie de habilidades distintas. Maud entendía la política de alto nivel: había cono cido en acontecimientos de sociedad a los ministros del gabinete británico y hablaba con el los sobre las cuestiones de actualidad. Ethel conocía 295