A MANUEL MERCADO [Nueva York, 22 de marzo de 1886]. Mi hermano querido:— Escribo a V. mientras espero a Pablo Macedo, que me ha prometido pasar a verme un instante antes de irse. Tengo ocupado el espíritu, como un niño que jugase con un rayo de sol, con ciertos pensamientos de resurrección; de que Pablo Macedo tiene la culpa. A él le ha ocurrido espontáneamente la idea de ponerme en camino de empezar una serie de publicaciones útiles americanas, cosa en que pienso desde hace muchos años con la insistencia de quien madura lo que le es natural,— y objeto único grato de mi vida, perdida como tengo la esperanza de ser por ahora, y por siempre acaso, útil a mi patria. Estoy regocijadísimo con esta idea, no solo porque con la alegría que me trae, y la nobleza de la ocupación, me salvaría lo poco que me queda de salud y de espíritu, sino porque como sin que yo lo haya buscado se me viene a la mano lo que por tantos años preparo y tanto deseo, deduzco que es natural y posible que suceda, y ya lo doy por hecho, y a mí por sacado de la inactividad y la tristeza que me comen. Porque trabajar, con la hiel al cuello, entre hombres que parecen pezuñas, por el mero pan del día, sin una mano de amigo, sin un retazo de Alameda, sin nadie en quien verterse ni hacer bien, —hasta indigno de hombre es, y cosa que me tiene medio muerto y avergonzado.—Luego, me llena de contento poder reunir en un mismo quehacer la labor y el gran gusto de ser útil. Tengo muy meditado lo que ha de hacerse en este género de empresas, y con poco que me ayuden la fortuna y los amigos de la educación en México, dentro de poco tendré establecida una noble y extensa empresa americana, en que vaciaré todo lo que tengo de previsor en el juicio y de amante en el alma: y ayudaré a hacer los hombres conforme a los tiempos. México, sobre todo, habrá de aprovecharlo, porque, fuera de las manos de editores rapaces, podrá esparcir periódicamente libros vivos y útiles, que funden carácter y preparen a la faena práctica, a muy bajo precio. En fin ¿no les dije ya que estoy con este pensamiento como un niño que juega en la cuna con un rayo de luz? Y luego, ¡si V. me viera el alma! ¡si V. me viera cómo me ha quedado, de coceada y de desmenuzada, en mi choque incesante con las gentes, que en esta tierra se endurecen y corrompen, de modo que todo pudor y entereza, como que ya no lo tienen, les parecen un crimen! A Vd. puedo decírselo, que me cree: muchas penas tengo en mi vida, muchas, tantas que ya para mí no hay posibilidad de cura completa; pero esta pena es la que acentúa las demás, y la mayor de todas. Ya estoy, mire que así me siento, como una cierva acorralada por los cazadores en el último hueco de la caverna. Si no caen sobre mi alma algún gran quehacer que me la ocupe y redima, y alguna gran lluvia de amor, yo me veo por dentro, y sé que muero.— Ahora, a otra cosa, también egoísta. Hace ya como un año que le hablé de ella, de un modo general; pero esta vez, ha de ir de veras. —De tal manera tengo hoy dispuestos mis quehaceres, tiempo y obligaciones, que me es absolutamente imprescindible, si no me quiero ver en una agonía que mi carácter hace mayor—crearme una pequeña ayuda mensual de $50, a cambio, naturalmente, de un trabajo que valga mucho más. Esto sí se lo indiqué yo a Pablo Macedo, y en la forma práctica en que lo propongo, lo creyó él muy hacedero, como yo lo creo también sinceramente. Ya V. sabe que yo tengo la mano muy hecha a escribir sobre cosas de este país para diarios de afuera; que en la América del Sur me han hecho casi popular, en cinco años de esta labor, mis estudios y análisis sobre las cosas de esta tierra, y su carácter, elementos y tendencias; y que con tan buena fortuna he andado en esto que, no solo he puesto en su lugar ciertas aficiones excesivas que en nuestros países se sienten por este, sin entrar jamás en denuncias ni censuras concretas, sino que—y esto me halaga más—mis simples correspondencias me han atraído el cariño y la comunicación espontánea de los hombres de mente más alta y mejor corazón en la América que habla castellano. —Méjico necesita constante y sereno irremisiblemente sobre los un origen elementos, de información acontecimientos y tendencias de los E. Unidos. Es incomprensible que no lo tenga ya; y el periódico que lo inaugure, responderá a una necesidad práctica y generalmente sentida, y ganará fama de útil y prudente, más los provechos que recibe el que da al público lo que el público desea.— Pues ese servicio; bien en cuatro correspondencias al mes,—bien en dos, que permitirían acaso estudiar mejor los problemas, es el que propongo hacer, por $50 oro americano al mes. Firmemente creo que los repondría en interés y en utilidad el periódico que los pagase. La Nación de Montevideo, me paga $25 por cada correspondencia: La Opinión Nacional hasta que me pareció bien separarme de ella, me pagaba $100 por dos.—Pero para Méjico, sobre tener más gusto en escribir y en volver a mi público, tengo en cuenta el estado actual de las finanzas, y el deseo de hacer el plan posible. Excusado es advertirle, pues me conoce, que allá irán cuartillas sin reparo, ni relación con el sueldo. Macedo me habla de dos diarios en que yo mismo había pensado antes de verlo. El Partido Liberal en el que me sería muy grato escribir, por andar en él, según entiendo, Villada a quien quiero, y D. Manuel Romero Rubio, que me sirvió una vez de prudente evitafrascas,—y El Nacional que parece también emprendedor.—Nada más le digo. De mí para V. le confieso que con esto me salva, aunque no lo parezca, de verdadera angustia; y me atrevo a urgirle con empeño a que me ayude, como Pablo Macedo de acuerdo con V. me ofrece,—porque lo que ofrezco es mercancía útil, y superior por su importancia,—salvo en cuanto tendría mío,—a lo que pido por ella.—Pónganse, pues, mis dos amigos el sombrero, y no vuelvan a casa sin dejarme el alma contenta. No me regañe por haberle hablado tanto de mí. ¡Cuando la oveja bala, el lobo anda cerca! Esto de los periódicos es aparte de los libros, y cabe dentro de ellos, y sin ellos.—Lo de los libros es la cosa magna, y hoy, de pensarlo hacedero, he cantado y me he puesto a arreglar mis papeles.—Deme un estribo para echar a andar otra vez sobre la vida: porque el que nació conmigo, se me lo han comido.— Bese a Lola la mano, y salúdeme a don Manuel e hijos menores. Quiérame bien, y ayúdeme. Pablo Macedo me deja el alma acariciada. Con estos planes, pronto podría ir a verlo: allá me iría a ver nacer el año nuevo. Su hermano J. MARTÍ [Nueva York] Mzo. 22 [de 1886] Pablo Macedo me escribe a última hora que ya no le queda tiempo para verme, y pongo en el correo esta carta que iba a llevarla él. Un ruego: ¿por qué no me deja leer, que aquí no puedo hallarlo, el Romancero de Guillermo Prieto? [Ms. en CEM]