N?:91, JULIO. 1841. LAS C R U Z A D A S . M I E N T R A S que los califas de Bagdad, y después tíe ellos lo5 r a t i m i d a s de Egipto poseyeron lu Palestina, n o fueron molestados los cristianos en el ejercicio de su prikitica religiosa de visitar el Banto Sepulcro, Ift cual se hnliaba en harmonia con Jas opiniones de tiquella época. El califa Aarun-alRascliid (como yadigitnos en otraocaaiou) llevó su política al punto de enviar á Carlomagno las llaves del Sonto Sepulcro eti calidad de presente, Mas cuando los turcos efectuaron IÍL conquista de la Palestina, la hospitalidad de los árabes fué reemplazada por lu brutniidad de los nuevos poseedores. Los cristianos se vieron expuestas á tantas vejaciones y violencias, que la E u r o p a entera se llenó de indignación, excitada y enardecida con las continuas quejas de los peregrinos, quienes en lugar de volver á sus hogares cargados de santas reliquias, traian solo lamentaljlea relatos de GUS padecimientos ó insultoa. Ya en otro número digimos cómo un peregrino llamado P e d r o de Ámiens ó el Hermitaño (quien en su visita á Jemealen liabia experimentado también los malos tratamientos y violencias de los turcos) inflamado de un celo religioso que apenas ha conocido igual, se constituyó en apóstol de los oprimidos cristianos, y recorriendo la Europa inflamó con sus fogosas exhortaciones el ardor d e loa principes, nobles y plebeyos d e todas las naciones, quienes en la vehemencia de su celo determinaron desde luego invadir la Palestina y arrancar el Santo Sepulcro de manos de los infieles. E l celo y exhortacipnes de P e d r o el H e r m i t a ñ o hallaron bien preparado el espíritu de los pueblos en favor de su proyecto. Yu el p a p a Silvestre I I (quQ nmrió en 10Ü3) hubia empezado á predicar una cruzada eoutrtí los turcos de Scljú TüBi. V I I I , con el mismo objeto, y el incendio que se ]ireparaba estubo y a pronto á estallar cuando sécenla años después volvieron á Alemania solo dos mil peregrinos de los siete mil enviados á la Tierra. S a n t a por sus obispos; y los que regresaron pintaban con t a n vivos colorea los padecimieiitos que experimentántn, que la indignación genera] llegó á su colmo. U n a sola chispa bastaba para inflamar á la Europa occidental, y los discursos de Pedro el Hermitaño consiguieron este resultado. P r i m e r o en el concilio de Plasencia en Marzo de lü9o y definitivamente en el d e Glermont en N o viembre del mismo año, decretó el p a p a Urbano I I l a primera cruzada. Aijoyado por el einbajuilor del emperador de Constantiuoplü, y un crecido número de poderosos principes y nobles cristianos, proclamó la sagrada guerra y señaló el 16 de Agosto de 1090 (día de la Asunción) para la salida del ejército. E l concilio de Ctermont fué u n a d e las reuniones mas brillantes de su clase que recuerda la historia. Ademas del papa, au concilio de cardenales, y su espléndida corte romana, había presentes trece arzobispos y doscientos veinte y cinco obispos. E l numero de prelados mitrados que osisticron á este concilio pasó de cuatrocientos, y los padres dü la Iglesia eran bendecidos por los santos y auxiliados por las luces de los doctores de la época. D e los reinos adyacentes asi como de Francia acudió mi lucidísimo y numeroso concurso de principes, magnates y caballeros de gran valor y nombradla, llenos de ansiedad por el resultado de las deliberaciones : y_era t a l el ardor, el celo y la curiosidad, que la ciudad se llenó completamente y muchos millares de personas dnroate el mes d e Noviembre tavieron que erigir tiendas i'.e campona ó chozas á campo raso. £1 papa Q.rtiir¿6 á la multitud y uianii'estó ser un deber imperioso Í3 C