Caleidoscopio COMENTARIO A LA PONENCIA DE RUBEN BONIFAZ NUÑO INTITULADA “EL HUMANISMO PREHISPANICO” Joaquín Sánchez MacGregor Con sus investigaciones del Templo Mayor, en un doble enfoque culturalista y estético de los hallazgos arqueológicos, empezó Rubén Bonifaz Nuño a extender sorpresivamente su obra monumental de latinista y poeta. Sin embargo, la sorpresa se la tenían que haber llevado únicamente los descuidados, porque era comprensible la nueva veta humanística de Rubén Bonifaz a partir de la idea de fundación, capital en sus estudios latinistas. En efecto, ¿por qué debía entregarse a lo prehispánico, tan ávidamente, el máximo recreador en nuestro idioma de los mundos de los padres de la poesía latina? Gracias a la fecundadora y multípara idea de fundación pudo Bonifaz efectuar el tránsito sin mayor esfuerzo, por vía lógica y natural, sin agravio de los agraviados según se tiene el derecho de esperarlo. Los dioses de las religiones y civilizaciones clásicas estatuían el tiempo sagrado, perenne, por y para la eternidad, configurando el orden único de la salvación posible. Los héroes y semidioses trazaban la línea divisoria de la separación entre el caos y el orden al instaurar la ley, la nueva normalidad y normatividad de la urbe, de la civitas redentora, civilizadora, fundada por ellos. Precisamente, el espíritu de los padres fundadores, en el antiguo Lacio o en el México prehispánico, puede conducirnos sin vacilaciones hacia la luz por entre las penumbras subterráneas donde el género humano está sujeto a toda índole de expiaciones, para emerger cual nuevos Orfeos ahora sí, para siempre, con Eurídice. El curso del Colegio Nacional sustentado en julio de 1985 bajo el título de “La imagen de Tláloc. Hipótesis iconográfica y textual” y el bello libro de arte, desgraciadamente fuera del mercado, que se publicara a fines del año pasado; su título El cercado cósmico. De La Venta a Tenochtitlan. Tal es el doble antecedente de esta sapientia in nuce que es la ponencia sobre el humanismo prehispánico. Al exponer magistralmente su hipótesis iconográfica y textual, en la primera conferencia del ciclo memorable en El Colegio Nacional, citaba la Sumaria Relación, de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, que alude a la declaración de un informante indígena sobre cómo engañaba a los españoles con sus testimonios. De ahí la prioridad que Bonifaz le concede, en tal ciclo, a la imagen sobre la palabra, mientras no se compruebe la concordancia de ésta con los materiales arqueológicos. Lo que resultó hará época en los anales de historia de México, así como en las historias del arte y de la cultura. Como si exfoliara una alcachofa a fin de poderle morder su pulposo corazón, Bonifaz fue removiendo pacientemente los obstáculos de las dudosas interpretaciones que impedían el enfrentamiento con la verdad en su pureza originaria. De tal suerte, y en relación con la Coatlicue y la Piedra del Sol, fue analizando y demoliendo las montañas de “autorizadas” interpretaciones que desde el año de 1790, fecha de su hallazgo, hasta la actualidad, bloqueaban el acceso a la verdad de las piezas y de la cultura correspondiente. Así pasaron por el bisturí implacable de este vidente que, casi sin ojos, nos está enseñando a ver y vernos, las teorías de León y Gama, Chavero, Beyer, Seler, Caso, Justino Fernández, Westheim, Soustelle, Krickeberg, Nicholson, Matos, etc. Coatlicue será la piedra calumniada hasta que se decida sólo tener por verdaderos los principios comprobados por conjuntos de piezas arqueológicas. Este enfoque metodológico, claro y persuasivo, permitiría el máximo rendimiento a disciplinas tan desatendidas por la ciencia como son las historias del arte y de la cultura, la filosofía de la historia, todas ellas beneficiadas por la aportación innovadora de Rubén Bonifaz. En el trabajo subsecuente, hecho en colaboración con el fotógrafo especializado Fernando Robles, abunda en la formulación, exacta y poética, del humanismo prehispánico prehispánico que hoy se discute aquí, partiendo del análisis, minucioso y de conjunto, a la vez, de “los cimientos del orden”; de la ciudad de La Venta y el altar número cuatro; de Teotihucán con sus calles, pirámides, palacios, templos, edificios, tumbas y urnas, especialmente la de Xoxocotlán, cerámica admirable con la imagen de Cocijo, “dios que entre los zapotecas equivale al Tláloc azteca o teotihuacano” y que “ofrece con cabal majestad el espectáculo de la doble serpiente”; Palenque, con el descenso a los infiernos o cámara sepulcral, santuario del templo de las inscripciones, donde la matriz sagrada es la de la tierra, cuya culminación lapidaria es el dignatario maya descrito de la manera siguiente por Rubén Bonifaz Nuño: Su cuerpo ha dejado de ser un instrumento de combate o de trabajo para transformarse en el óptimo vehículo de las fuerzas sustentadoras del conocimiento (…) Convertido en dios por el acto supremo del sacrificio a lo que por instante estuvo por encima de él; habiendo hecho de la muerte instantánea la herramienta de la fermente vivificación de sí mismo, herramienta que le permite crecer interiormente como plena renovación de follajes, ha conquistado una suerte de eternidad inatacable y perfecta. (El cercado cósmico, 1969). Concluye con el ejemplo máximo de la cultura mexica: la escultura con la falda de serpientes llamada Coatlicue, confrontando siempre, al fin poderoso elemento metodológico, el texto y la imagen fotográfica de modo a fundirlos en combinación única hasta llegar a no saber dónde termina la palabra y donde comienza el icono. Transcribo con verdadera devoción las cuatro primeras líneas de “El cuerpo femenino” de Coatlicue tal como aparece en la fascinante simbiosis de El cercado cósmico: Protegido por los volúmenes que crean en torno suyo las serpientes, las manos, los corazones, la sangre, las calaveras, hincha el torso femenino la ternura de sus vastos poderes. Carne que aprovecha hasta en sus mínimas cualidades la materia pétrea donde se hace corpórea (…) En seis palabras griegas del siglo VI a. C., Heráclito de Efeso formuló el enigma que el humanismo prehispánico replantea, procediendo ahora Rubén Bonifaz a descifrarlo para infundirnos su vitalidad: ‘O (El camino hacia arriba y hacia abajo, es uno y el mismo). El discurso del mal es principio y fin. Por eso el cercado cósmico es el “cerco-del-mal-sometido-alorden”. Por eso, sigo reinterpretando sin la autorización de Rubén Bonifaz, en el templo teotihuacano de Quetzalcóatl se unen los crótalos de la cola con la cabeza de la serpiente, el Ouroboros de los gnósticos. Por eso se enfrentan las dos cabezas serpentinas en tantos rostros antropomórficos prehispánicos, configurándolos, divinizándolos hasta constituir a Tláloc, dualidad y, a la vez, unidad, tres en uno, misterio trinitario según hermenéutica rubeniana, la unidad vencedora (Ometéotl) en lucha permanente contra el mal doble porque está al principio y al fin, unidad fecunda, como las tetas de Coatlicue, cuyo combate está en los sartales de plumas de Coatlicue, en la serpiente emplumada, Quetzalcóatl o dragón, principio dual, Ying-yang, cuyo elemento maligno es neutralizado en la máscara de Tláloc, en su racionalidad simétrica, presente también en la fábrica de los centros ceremoniales, en los símbolos geometrizantes, vgr el cuadrángulo con el círculo en medio. La comunidad de la serpiente llega a talleres en la roca viva para dar acceso, como en Malinalco, aun en espera del Rubén Bonifaz que lo descifre, al sancta sanctórum de los ritos iniciáticos de caballeros águila y tigre. Esa comunidad ¿es una letanía del mal metido en el alma? Porque en la visión humanística se trata de combatirlo, no de administrarlo tecnocráticamente, ni menos de inducirlo más o menos maquivélicamente. La comunidad entre los dos hombres, el relevado y el exento, del altar número cuatro de La Venta, se establece por la actitud serena de lucha contra el mal. Los anuda el combate común (padre de todo lo que existe, decía el viejo Heráclito: . Porque el mal los envuelve, aun cuando no se inmuten debido a que han tenido acceso a la sabiduría; lo tienen encima atacando. Se ve la lengua bífida del mal, la ferocidad de las fauces abiertas, los colmillos al aire, vencido al emplumarlo gracias a la sapiencia enteofágica, según se advierte en el templo teotihuacano de Quetzalcóatl o en el Tlalocan donde la montaña de agua es la propia serpiente transformada en bien. Es el retorno de Quetzalcóatl, la fusión del águila y la serpiente. “El bien y el mal es uno”, decía Heráclito: . Esa montaña del Tlalocan, perfectamente descrita en El cercado cósmico, ¿será la misma montaña alquimista del cuerpo/alma donde se obtiene la reducción a la materia prima? Tendríase entonces un acrónimo alquimista como clave para comprender no sólo la tumba de Palenque, sino el humanismo prehispánico en su conjunto, como fuerza actuante, según lo concibe cuerdamente Rubén Bonifaz. El acrónimo es V.I.T.R.I.O.L.: visita interiore térrea: rectificando invenies occultum lapidem (visita el interior de la tierra: si te conduces rectamente encontrarás la piedra oculta). Un v.i.t.r.i.o.l. vitriólico, ciertamente; como lo sería la doble serpiente de la máscara, emblema de la sabiduría en el rostro de Tláloc, si se pone en relación a los dos reptiles del caduceo hermético que le otorgan al dios mensajero e intérprete el doble poder de unir y disolver, o sea, de transitar del caso al cosmos. En la alquimia, una de las serpientes es el sol y el azufre; la otra es la luna y el mercurio. Estas analogías y comparaciones me pertenecen; reclamo sin vergüenza la paternidad. Si se antojaran el fruto de un desvarío, podría deberse a la resistencia de la censura académica contra el incosciente y sus arquetipos. En cambio comprenderán, sin escandalizarse, los familiarizados con los textos clásicos o con las tesis de Jung, Mircea Eliade, Dumézil, Yates e, incluso, Cassirer, el ortodoxo y académico Cassirer. Léase y reléase un pasaje de éste que va a servirnos para enfocar la problemática de dos humanismos inconciliables en apariencia: El verdadero impulso de la liberación lo constituyó la nueva visión del propio valor del hombre y no la nueva concepción de la naturaleza. A la fuerza de la fortuna se opone la virus; al destino, la voluntad consciente de sí y confiada en sí misma. (Individuo y cosmos en la filosofía del Renacimiento.) Precisamente, serán estos elementos pragmáticos, supuestamente utilitarios, los que determinarán la suerte del humanismo occidental, a partir del Renacimiento. Su historia es la otra cara de la verdad, en consecuencia ni completamente mala ni completamente buena, dinámica simplemente y con la posibilidad de que resulten lo bueno y lo malo una y la misma cosa. En efecto, esta historia del humanismo occidental, en su vertiente moderna, principia con la exaltación del hombre por el joven Pico Della Mirandola y Pomponazzi, siguiéndose la categórica declaración de Goethe: En el principio era la acción, acta de nacimiento del hombre fáustico, de la famosa voluntad de poder que desde su formulación nietzscheana ha degenerado en este pobre e infeliz homo consumens que hoy somos, la más depredadora de todas las criaturas. Rubén Bonifaz caracteriza críticamente, cual debe ser, sin inoclastias pero tampoco sin atenuantes, este antropocentrismo contranatural, a fin de contrastarlo con el humanismo prehispánico; escribe en la primera página de su ponencia: Si todo se hizo para servirlo (al hombre del humanismo occidental), él se realiza a sí mismo mediante el aprovechamiento desaforado de las cosas, incluyendo entre éstas no sólo a las demás especies vivientes, sino en muchas ocasiones a otros hombres, con tal que le sean diferentes en color o en estatura o en creencias. La expresión “mata y come” de la Escritura, tomada en su literalidad más grosera, se hace ahora consigna para el hombre. Como si para formar o mantener su puesto natural hubiera de dar muerte y devorar a cuanto no es él mismo. Y mata así y consume y corrompe cosas y criaturas, igual que si ejerciera un deber monstruoso sin más término que el total acabamiento. En las justas palabras de Bonifaz, está el ecocidio y la amenaza de extinción del género humano adonde se ha desembocado después de siglo de un erradísimo imaginario antropocéntrico. Levanta Bonifaz contra él una filosofía de la historia distinta, una antropología filosófica inspirada en textos de al cultura azteca y de la quiché y en imágenes de la primera. Asimismo, una metodología óptima para el análisis y la hermenéutica del arte y la cultura prehispánicos. Subraya que “si en la noción occidental el universo está hecho para servir al hombre, en la noción prehispánica el hombre se hizo para servir al universo”. Se ha demostrado contranatural buscar la esencia humana en el propio ser humano. Equivale a una declaración de guerra al entorno y al hombre mismo. Mientras que la búsqueda de la esencia humana en la naturaleza y en la comunidad de donde procede bienhechora, un armonioso equilibrio que nada tiene que ver la hybris de la explotación antropocéntrica. El estudio del Popol Vuh y del libro VI del Códice Florentino de Sahagún, entre otros, le permite concluir: (…) se amonesta al gobernante futuro: “Date a la sujeción de todos. Sé sujeto a todos y humilde a todos.” (…) lo que lo consuma en su ideal humano, es la humildad, es el trabajo constante, es la obligación de servir. Servir al dios y a los hombres todos, como individuos y como conjunto social (…) De continuo la misma postura: el hombre no tiene, no posee; sí pertenece. La escultura monumental y la mobiliaria, de las cuales dio tantos ejemplos en sus trabajos anteriores, confirman esta idea del hombre. En la llamada Coatlicue y en la Piedra del Sol, “están, en la cima de una, sobre el toro femenino, las dos serpientes divinas; y las dos serpientes divinas; y las dos serpientes divinas describen entre ambas un círculo y encierran el rostro humano que ilustra el centro de la otra”. ¿Se requiere una prueba mayor del concierto humano con las fuerzas de la naturaleza postulado como ideal o utopía histórica e idea del hombre? De acuerdo con éstas, “nada se crea, nada tiene acción en el mundo sin que el hombre intervenga; sin él, los dioses, el universo, quedan inmóviles o en el riesgo de destruirse mutuamente para, de este modo también, caer en la inmovilidad (…) No existe, por tanto, necesidad trágica, sino acción libre y solidaria, dispuesta incluso al máximo sacrificio para originar y preservar el orden de las cosas; no hay perversidad demoníaca; no puede haberla en el impulso de crear y guardar el mundo; y si no existen perversidad ni destino implacable ni tragedia, no podrá suponerse siquiera la intromisión del pesimismo”. Estamos pues, ante una propuesta histórica, en todos sentidos, para reconquistar paraísos perdidos, paraísos a los cuales no tenían acceso, hay obligación de recordarlo, ni los macehuales ni los pueblos tributarios del Imperio azteca. No es fácil esa reconquista. Lo mejor es no echar marcha atrás con la rueda de la historia, sino contar “con un pasado poderoso”, dice Bonifaz, a fin de ayudarnos a vencer las adversidades, abriéndonos “las posibilidades de un futuro verdaderamente nuestro”. Esto haría el humanismo prehispánico, en al visión de Bonifaz, como elemento regulador y catalizador de la sociedad industrial y posindustrial cuyas fauces se abren para tragarnos. Así se ha dado pábulo a los estudios del mundo prehispánico que Rubén Bonifaz Nuño iniciara hace tres décadas en las clases de Miguel León-Portilla, estudios que está revolucionando con un método que, si bien se ve, procede con exactitud tan atractiva como la de sus versiones rítmicas yuxtalineales, verso por verso y palabra por palabra. A veces hasta idénticas paronomasias. Así en su interpretación de parte por parte de un signario icónico o verbal, sin descuidar el conjunto. Al contrario, los árboles maravillosos no le impiden ver el bosque, resultando éste el posible sentido de la historia, y no sólo de una civilización y horizonte cultural.