La ausencia del agua Quim onzó Todo esto Al final el chico más alto detiene la pelota con el pie, la recoge con las manos y dice me voy para casa, ¿un rato más, no?, propone el otro, más tarde, después de cenar, ¿a ti te dejarán salir?, supongo que sí, ¿te quedas la pelota?, ¿y por qué no tú?, a mí me preguntarán que de dónde la he sacado, diles que la hemos encontrado, no me creerán, creerán que se la he quitado a alguien, bueno va me la quedo luego nos vemos, y cada uno se va por su lado, el alto botando la pelota hasta que llega a la fuente y una vez más repite un gesto inútil porque mil veces lo ha repetido desde que nació y mil veces ha comprobado que no sale ni saldrá agua, pero no obstante pulsa una vez más la manija y evidentemente no sale, a veces le parece imposible que por aquel caño saliese alguna vez agua, y puede que sea por sentir de nuevo esa sensación de imposibilidad que cada día repite el gesto diversas veces y además la fuente, en el centro de la plaza, le queda casi camino de casa, y para llegar a ella apenas se desvía unos metros de su camino. Los viejos siempre explican la historia del día en que dejó de salir agua del caño, una historia que, a su vez, los que ellos denominaban viejos les explicaron a ellos, un día alguien accionó la manija y no salió nada, lo explican con un aire de misterio heredado porque tampoco ellos vivieron aquel momento, pero es un ritual que repiten para que la situación quede clara a los más jóvenes, que no tienen ni idea de a qué mundo llegan, y entiendan que antes las cosas no eran como ahora y que al principio todos pensaron que se trataba de un simple corte de suministro, no podían ni imaginar que aquello fuese para siempre, maldecían el corte de suministro y ojalá hubiese sido tan sólo un corte de suministro y no lo que estaba por llegar, abre la puerta de casa el muchacho y se promete nunca más me desviaré hacia la fuente a probar si sale agua si ya sé que nunca sale, pero esa promesa ya la ha hecho muchas veces, de forma que igual que ahora la hace mañana no la cumplirá, y esconde la pelota bajo la vuelta de la escalera, bien arrinconadita para que no se vea. En el desván de la casa de los ladrillos hay un montón de libros cubiertos de polvo, muchos con los bordes de las páginas roídos por animales, siempre dudo si ratones o lepismas. Son, todos, libros que explican métodos para perforar la tierra, para que cada cual pueda, con pocos elementos, construir pozos, explican cómo Patricio ourt Sin título, noviembre de 2008 écnica mixta (polvo de mármol y aplicaciones sobre yute), 136 × 231 cm montar la estructura, cómo insertar una barrena en un motor simple, a saber de dónde venían esos motores simples y para qué servían en principio un siglo atrás, o quizá más atrás de un siglo porque nunca queda claro cuándo empezó todo, y lo que dicen unos no coincide con lo que dicen otros, no hay forma de ponerle fecha aproximada, quizá si aquí hubiese habido diarios bastaría consultar la hemeroteca para saberlo, pero nunca hubo periódico alguno y los de la capital, bastante preocupados con su propia falta de lluvia, nunca consideraron que tuviese el más mínimo interés que en esta comarca hiciese aún más tiempo que no llovía, pero en cambio sí que informaban cada vez que se sabía que en tal o cual otro país o en tal o cual otra capital del mundo hacía ya tantos años que no llovía, de eso sí informaban porque les confería un toque cosmopolita, un toque cosmopolita que un pueblo no les daba, por eso de nosotros no decían nada y por eso ahora no hay forma de poner una fecha siquiera aproximada al inicio de todo esto. Los libros sobre los métodos para perforar la tierra los compraba quien fuese que viajaba a la ciudad, y cada vez que un nuevo libro llegaba se lo recibía como al remedio milagroso que nos iba a sacar de la sequía definitiva, pero de hecho nunca sirvieron más que para encender disputas sobre dónde era conveniente perforar, porque si tal intuía que era mejor perforar a tres metros de la piedra grande otro avisaba de que ahí no iban a encontrar nada y que sería mucho mejor agujerear en la era, porque ahí seguro que había agua. Tantas disputas y tan continuadas hicieron que los libros sobre los métodos de perforación se demostrasen inútiles si previamente no consultaban libros que permitiesen saber qué métodos usan los zahoríes, ellos saben en qué lugar exacto hay que agujerear, de modo que a partir de ese momento todo el que por un motivo u otro viajaba a la ciudad regresaba con algún libro dedicado a los zahoríes y la rabdomancia, libros que tras fracasar uno tras otro acabaron apilados junto a los que explican cómo perforar la tierra, en el mismo desván de trastos inútiles, olvidada la ilusión que despertaron y que hizo que muchos creyesen que las disputas sobre dónde perforar se habían acabado para siempre porque gracias a esa ciencia milenaria ya no se pasarían el tiempo perforándolo todo, tanto y tanto habían perforado que el pueblo acabó convertido en un queso emmental y al andar por las calles había que Patricio ourt Sin título, julio de 2010 écnica mixta (polvo de mármol, arena y acrílico sobre yute), 165 × 135 cm mirar dónde ponía uno el pie para no caer por uno de los agujeros, porque algunos no se fijaban y caían dentro y se perdían hacia el fondo. A partir de la llegada de los libros de rabdomancia la cosa cambió, ya no se perforaba al buen tuntún, cada día docenas de hombres se paseaban por el pueblo con una rama de avellano en forma de horquilla en la mano, buscando los estímulos electromagnéticos que iban a indicarles el mejor lugar para agujerear. Y, cuando vieron que las ramas de avellano en forma de horquilla no les indicaban nada, hubo quien dijo que lo que pasaba era que las ramas no tenían que ser de avellano sino de sauce, que van mucho mejor, todos corriendo entonces a buscar ramas de sauce en forma de horquilla y vuelta a empezar, y cuando se vio que éstas tampoco indicaban que hubiese agua por ninguna parte salió uno diciendo que las ramas de árbol eran un recurso trasnochado y que para que de verdad las radiaciones del agua se notasen era necesario un péndulo, un péndulo metálico y homologado, que se compró en un viaje a la capital sólo para que, cuando tampoco detectó agua por ningún lado, alguien sugiriese que lo que había que usar eran varillas de metal en forma de y griega o de ele. A estas alturas la gente iba ya bastante perdida y nadie sabía ya a ciencia cierta qué varillas eran las adecuadas, porque podía ser que, como se había visto con las ramas de árbol en forma de horquilla, tampoco las metálicas sirviesen para nada, bien porque el metal no fuese el adecuado o porque no se supiesen usar de la forma apropiada, a veces los instrumentos son ideales pero no lo son las personas que los manejan, conclusión que desembocó en una propuesta aceptada por unanimidad: era necesario buscar un profesional. El profesional llegó al cabo de unas semanas, quedó boquiabierto en el camino hacia el pueblo cuando vio, en lo que antaño fue el fondo de un lago y ahora es una llanura de polvo, cuatro barcas varadas en medio de la tierra, desvencijadas, despintadas, oxidadas, perdidas las maderas laterales de forma que sólo se conserva la estructura por la que aún ahora los niños se meten en las barcas, suben a la cabina, fingen que es una casa y sueñan que algún día lloverá, que es el sueño recurrente de todos. Cuando los niños vieron la alta silueta del zahorí dejaron sus juegos y fueron corriendo hacia el pueblo, de modo que cuando llegó a él los mayores ya 186 187 lo esperaban, con las autoridades al frente, no había sido fácil encontrar un zahorí, quizá no fuese el mejor del mundo, pero malo seguro que no era, por su currículo y por el presupuesto que presentó nada más llegar. No es fácil encontrar zahoríes hoy en día era la frase recurrente en el pueblo las últimas semanas, ahora que todo el mundo se había convertido en experto en ese asunto, en el currículo de éste se leía que era capaz de detectar no sólo corrientes de agua subterráneas sino también lagos, lagos subterráneos, ese enorme que sale en el libro verniano del centro de la Tierra, ¿te imaginas?, además de corrientes de agua y lagos subterráneos también era capaz de detectar vetas de minerales, con lo que más de uno empezó a soñar que además de agua encontrarían como mínimo oro y en un pispás pasarían a la riqueza. Todos miraban al zahorí como al Mesías, era bien plantado y caminaba de forma pausada y metódica, un señor cultivado, cada día se paseaba por los campos con su péndulo en la mano, algo de sacerdotal había, de día se dedicaba sólo a ir de aquí para allá con su péndulo y hablaba poco con la gente pero al anochecer reposaba en uno de los bancos de la plaza y un día una mujer, viéndolo tan sabio, se atrevió a pedirle consejo sobre un problema de falta de memoria que tenía, había llegado a la conclusión de que, si era capaz de algo tan formidable como detectar agua subterránea, del resto de las cosas del mundo, más banales y cotidianas, aún debía de saber más, y al día siguiente ya eran dos o tres las mujeres que acudieron a aconsejarse con él, los hombres no iban, son más descreídos en general y el zahorí les interesaba para saber dónde encontrar el agua que necesitaban y nada más, las mujeres en cambio creían que al estar basada en razones psicológicas su técnica para detectar aguas subterráneas y vetas minerales bien podría aplicarse a otros problemas más personales, o sea que tras la jornada el zahorí atendía preguntas en el banco del pueblo, tanto médicas como de índole personal e incluso sentimental, y cuando el invierno llegó y en la calle, banco incluido, el frío se hizo glacial, en la casa donde se alojaba. La noche en la que en un brillante segundo de lucidez el zahorí llegó a la convicción de que una vez fue un pez y luego un pescado que acabó en un horno, rodeado de patatas, cebolleta y pimiento verde, decidió que había llegado el momento Patricio ourt Sin título, febrero de 2011 écnica mixta (polvo de mármol, arena y acrílico sobre yute), 160 × 162 cm de marcharse, durante mucho más tiempo del que al llegar había creído necesario, había recorrido el municipio de cabo a rabo, no había dejado ni un palmo por buscar y se dio por vencido. Ni una sola vez el péndulo se había movido, explicó a los habitantes que nunca en la vida se había encontrado en una situación así, que siempre, en todos los lugares donde había ido, en algún rincón había encontrado agua, en este pueblo no, en ningún lado, tan pasmado estaba que no quiso cobrar lo presupuestado, se marchó echando una última mirada a las barcas varadas en medio de la llanura y la gente volvió a sus obsesiones de siempre, a recordar cuando organizaban misas para pedir que lloviese, y luego peregrinaciones a la ermita, si la rabdomancia había fracasado quizá habría que recurrir a chamanes, o a danzas de indios americanos, que ésos sí conseguían que lloviese, y vuelta con lo de quién fue el último que vio caer agua del cielo y quién fue el último que bebió de la fuente, cuando yo era pequeño el abuelo me contaba que el padre del padre de su padre ya no había visto manar agua, pero luego papá me contó que el abuelo era ya muy mayor y mezclaba recuerdos propios con historias que sus padres le habían explicado, pero que a él le parecía que el abuelo ya no había visto llover, aunque intuía que el padre del abuelo sí, otros chicos explicaban cómo, en la época en que el carromato del cine aún viajaba de pueblo en pueblo, cuando plantaban la pantalla en medio de la plaza y todos sacaban las sillas de sus casas para sentarse frente a ella, en alguna película aparecía a veces la lluvia, explicaba el abuelo qué cosa extraña era ver las gotas impactando en el suelo, qué maravilla los paraguas desplegándose, las parejas compartiendo uno antes de besarse, por esas películas aprendíamos cómo debía de ser la lluvia, y cuando el cine empezó a tener sonido entonces supimos que las gotas sonaban al tocar el suelo, sonaban diferente sobre los tejados y diferente si los tejados eran de tejas o de zinc, y sonaban diferente sobre los toldos de los carromatos, ¿y aquel bailarín danzando bajo la lluvia por las calles con un paraguas abierto? Supimos también que a veces la lluvia se transforma en tempestad y que entonces puede ser terrible, pero nada puede ser más terrible que su ausencia. Al cabo de pocos meses de la marcha del zahorí hubo ocho partos, uno tras otro, eso es una barbaridad habida cuenta de que lo habitual era que como mucho nacie- sen ocho niños en un año entero, la opinión generalizada fue que esos partos eran a todas luces un buen indicio tras la decepción que había supuesto saber que no había ni una gota de agua subterránea, el nacimiento de niños es siempre anuncio de una época de felicidad, dicen, el párroco no recordaba haber tenido nunca, ni él ni sus predecesores, tantos niños que bautizar, y digo bautizar porque ése es el verbo que seguíamos usando, aunque desde que el agua desapareció hubo que prescindir de ella, de forma que en los bautizos todos se encuentran a la puerta de la iglesia, sí, y el sacerdote le pregunta al padrino si juzga ante Dios que el niño es digno de ser admitido a los sacramentos de la iniciación cristiana y el padrino dice sí, lo juzgo digno y, ya dentro del templo, vienen las renuncias a la maldad, el sí creo en Dios Padre, que hizo el mundo tal como es para que lo disfrutemos como hermanos, el sí creo en Dios Hijo, el sí creo en Dios Espíritu Santo, que es la presencia de Dios en el corazón, la madrina sitúa al bebé que lleva en brazos sobre la pila, el padrino justo al lado, con el cirio bautismal, el sacerdote pide que esta criatura sea aceptada en el reino de los cielos y que sus padrinos sean tutores de su fe y entonces, cuando toma la concha bautismal y hace como que vierte el agua, de hecho no la vierte porque en la concha no hay agua, el sacerdote hace el gesto pero sin agua ninguna, hace el gesto como los niños cuando fingen que tocan la guitarra y sitúan los brazos como si tuviesen una guitarra en las manos, e incluso fruncen el ceño como los guitarristas cuando se concentran, pero no hay guitarra, no existe, y dice el sacerdote yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y luego dibuja la señal de la cruz sobre la cabeza del bebé, a la altura del hueso frontal. Con el paso de las décadas quedó claro que el hecho de que hubiesen nacido ocho niños meses después de la marcha del zahorí no fue buen indicio de nada, porque los niños crecieron, se hicieron mayores, envejecieron y murieron sin que en el cielo apareciese ni el más leve asomo de lluvia. Y a pesar de eso los niños en la escuela siguen dando las lecciones de siempre, ¿dónde se encuentra el agua?, tienen que escoger una de las respuestas, en el río, en el mar, en los océanos, en la piscina, en el grifo, en la fuente, en el lago, en los charcos, ¿sabéis qué sucede cuando llueve?, que nos mojamos, que se forman charcos, que hay que coger el paraguas, ¿de dónde cae el agua?, del cielo, de las nubes, y el agua que cae de las nubes ¿dónde va a parar?, al suelo, a la alcantarilla, al mar, ¿con qué nos protegemos cuando llueve?, con los paraguas, aún quedan paraguas en el fondo de algunos armarios, son paraguas antiguos, de cuando aún los usaban quienesquiera que los usasen, con la tela rasgada de puro vieja muchas veces, a veces los enseñan a los niños para impresionarlos, igual que les enseñan los gramófonos con manivela, y hay que detallarles cómo funcionaban, cómo se abrían, cómo protegían del agua, cómo se cerraban. La alcantarilla que la lección da como opción de respuesta tampoco tiene ya mucho sentido, y aunque todavía hay un par en las calles están todas repletas de tierra, por eso un día deciden olvidarse para siempre de la lección de la lluvia, igual que, en clase de historia sagrada, decidieron un día omitir el diluvio universal porque nadie es ya capaz de concebir un diluvio a pesar de que a veces algunos se esfuercen en imaginar que un día, de repente, empiezan a caer gotas que manchan la tierra como en las películas, cada vez son más abundantes hasta que la lluvia inicial se convierte en tormenta, llueve sin parar durante días, semanas, meses, un tiempo incalculable, tan copiosamente que hasta el lago renace, las barcas vuelven a tener dónde flotar, navegan incluso por las calles del pueblo, que se inunda con rapidez, el agua entra y sale de las casas y se lleva flotando las sillas, las mesas, los juguetes de los niños, el mapamundi de la escuela, las cajas de fotos, los sofás, todo flota primero hacia la plaza y luego hacia las afueras, pero a esta hora, a punto de cerrar las clases, los chicos ya no fantasean sino que recogen sus cosas y salen corriendo, dos de ellos hacia el descampado, porque antes de entrar a clase han encontrado en la calle una pelota de plástico grande, blanda y brillante, a rayas de colores amarillo, verde, azul, rojo, blanco, nunca habían visto ninguna igual, y se van a jugar un rato. Patricio ourt Sin título, abril de 2012 écnica mixta (polvo de mármol, madera, arena y acrílico sobre yute), 180 × 160 cm 194 195 Patricio ourt Quim onzó