Ceutaldia.com- Diario Digital La insoportable levedad del ser Autor Administrator sábado, 04 de julio de 2009 A decir verdad y para mi vergüenza, no he leído a Milán Kundera y el libro que le reservó un hueco en la posteridad. Pero si puedo decir una cosa: me he preguntado mucho, que es eso de la insoportable levedad del ser. En mi opinión, y cuando acabe esto juro aunque sea pecado que me voy a buscar el librito de marras, la insoportable levedad del ser no son más que nuestros propios complejos, la viga en el ojo propio que siempre nos negamos a ver, la envidia del coche, mujer o casa del hombre que lee el periódico en la cafetería en la que desayunamos, la sensación de vacío y de estar incomprendidos por tirios y troyanos, las penas cubiertas y las heridas supuradas bajo un instintivo y continuo recurso de supervivencia en el día a día. El ser insoportable, por leve, es aquel que siempre acaba creyendo que el mundo gira alrededor suya, y por lo general suele pensar que, a toque de rebato, los demás nos debemos cuadrar ante el. El ser leve, por insoportable, es el que no se da cuenta de que sus problemas y virtudes no son más que los del resto, y que la humanidad lleva millones de años danzando sobre este planeta, mientras que cualquiera de nosotros como mucho alcanza los noventa. En mi profesión, me encuentro a diario con seres tan leves como insoportables; a ellos les podría aplicar algunos de los calificativos anteriores: son esos semidioses de medio pelo, a los que la coma mal puesta, las fuentes anónimas no desveladas o la existencia de plumas que aún se rebelan contra este mundo de mercaderes en el templo, fenicios y pelotas, les parece el mayor de los insultos. Son esos seres, vulgares como las moscas de Machado, que se levantan cada día despellejando al mensajero en vez de preocuparse por el contenido del mensaje. Son aquellos imbéciles que, cuando el dedo señala a la luna, se fijan en el anillo. Alberto Cortés dijo: “Pobre mi patrón, piensa que el pobre soy yo”. Pobres, pues, y pobres de nosotros, gentes de la calle, que tenemos que soportar, diariamente, a estos virreyes de andar por casa que nos regala el sistema, a estos seres sin oficio pero con beneficio, cuya levedad se vuelve grave para el resto y acaban siendo, cada vez, más insoportables. A decir verdad y para mi vergüenza, no he leído a Milán Kundera y el libro que le reservó un hueco en la posteridad. Pero si puedo decir una cosa: me he preguntado mucho, que es eso de la insoportable levedad del ser. En mi opinión, y cuando acabe esto juro aunque sea pecado que me voy a buscar el librito de marras, la insoportable levedad del ser no son más que nuestros propios complejos, la viga en el ojo propio que siempre nos negamos a ver, la envidia del coche, mujer o casa del hombre que lee el periódico en la cafetería en la que desayunamos, la sensación de vacío y de estar incomprendidos por tirios y troyanos, las penas cubiertas y las heridas supuradas bajo un instintivo y continuo recurso de supervivencia en el día a día. El ser insoportable, por leve, es aquel que siempre acaba creyendo que el mundo gira alrededor suya, y por lo general suele pensar que, a toque de rebato, los demás nos debemos cuadrar ante el. El ser leve, por insoportable, es el que no se da cuenta de que sus problemas y virtudes no son más que los del resto, y que la humanidad lleva millones de años danzando sobre este planeta, mientras que cualquiera de nosotros como mucho alcanza los noventa. En mi profesión, me encuentro a diario con seres tan leves como insoportables; a ellos les podría aplicar algunos de los calificativos anteriores: son esos semidioses de medio pelo, a los que la coma mal puesta, las fuentes anónimas no desveladas o la existencia de plumas que aún se rebelan contra este mundo de mercaderes en el templo, fenicios y pelotas, les parece el mayor de los insultos. Son esos seres, vulgares como las moscas de Machado, que se levantan cada día despellejando al mensajero en vez de preocuparse por el contenido del mensaje. Son aquellos imbéciles que, cuando el dedo señala a la luna, se fijan en el anillo. Alberto Cortés dijo: “Pobre mi patrón, piensa que el pobre soy yo”. Pobres, pues, y pobres de nosotros, gentes de la calle, que tenemos que soportar, diariamente, a estos virreyes de andar por casa que nos regala el sistema, a estos seres sin oficio pero con beneficio, cuya levedad se vuelve grave para el resto y acaban siendo, cada vez, más insoportables. Posted originally: 2009-07-04 11:34:00Read Full Article http://www.ceutaldia.com Potenciado por Joomla! Generado: 19 November, 2016, 19:00