“Psique y Eros”: el amor develado

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REV. DE PSICOANÁLISIS, LXV, 3, 2008, PÁGS. 501-523
“Psique y Eros”: el amor develado
* Diana Sahovaler de Litvinoff (Buenos Aires)
¿Los cuentos inspiraron a los mitos o los mitos a los cuentos? La
cualidad narrativa del ser humano cabalga entre el placer lúdico y la
imperiosa necesidad de dar forma y respuesta a sus angustias. Y en la
forma está presente el contenido, en la respuesta subsiste el interrogante que vuelve a lanzarse en cada impacto que provoca el relato en
quien lo escucha por primera vez.
“Psique y Eros” es un relato de la antigüedad que hunde sus raíces
en la vieja mitología helénica y más allá aun, en un cuento folclórico de
argumento similar al de “La Bella y la Bestia”. Se incluye en una novela
del siglo II d. C.: El Asno de oro o Metamorfosis, del escritor platónico de
origen ítalo-africano Apuleyo, y fue conservado a lo largo de los siglos,
aunque olvidando a su autor. Tan es así que adquiere estatus de mito.
El punto más enigmático del cuento se centra en la prohibición que
pesa sobre Psique de ver el rostro de su amado, como condición de felicidad. “Bien sé yo que Psiquis significa el alma; pero no alcanzo a comprender qué se quiere dar a entender con eso de que el Amor está enamorado del alma y menos aun cuando añade que Psiquis sería feliz en
tanto no conociera al que la amaba, que era el Amor, pero que sería muy
desgraciada desde el punto y hora en que llegara a conocerlo: es este un
enigma para mí impenetrable”. Así confesaba Perrault su desconcierto
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Dirección: Avda. del Libertador 5312, 11º, C1426BXO. dianalitvinoff@fibertel.com.ar
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ante esta obra, lo que no le impidió tomarla como fuente de inspiración,
según él mismo lo explicita, para varios de sus cuentos famosos.
Transcribiremos del original la introducción a los capítulos:
Comienza el cuento de Psique: Un rey y una reina tienen tres hijas, las
tres muy hermosas, pero la menor, Psique, es una auténtica encarnación
humana de Venus. Los hombres abandonan los santuarios de Venus
para ir a contemplar a la Venus de carne y hueso. En venganza, la diosa,
celosa, se ensaña contra la doncella; esta, cual estatua, es simplemente admirada, pero no encuentra pretendientes y llora su soledad. El oráculo de
Apolo manda al padre exponer a su hija en un tálamo de muerte, sobre
la elevada cumbre de una montaña. La doncella obedece y acepta el sacrificio. (En realidad se trata de un designio de Venus para librarse de la
joven; la diosa convoca a su hijo, Eros, dios del Amor): “Te lo conjuro”, exclama, “por los lazos del cariño materno, por las dulces heridas de tus flechas, por el delicioso fuego de tu antorcha: venga a tu madre... y castiga
sin compasión a esta terca hermosura; concédeme tan solo una cosa y con
esta sola cosa me doy por enteramente satisfecha: haz que esta joven se
enamore perdidamente del último de los hombres, un maldito de la Fortuna...; en una palabra: un ser abyecto que no pueda hallar en el mundo
entero otro desgraciado comparable a él”.
Eros se enamora de Psique y en alas del viento la baja de la cumbre
solitaria y, sin darse a conocer, se la lleva a su maravilloso palacio para
hacerla su esposa. (Sus encuentros transcurren en la oscuridad de la noche y él no deja que su esposa lo vea). Pasado algún tiempo recibe la visita de sus dos hermanas mayores; Psique las manda cargadas de valiosos regalos. Nace la envidia en el corazón de las dos hermanas, que intentan
acabar con Psique... Logran convencerla de que ha de dar muerte al monstruo que la ama o ha de identificar al menos su personalidad; lo identifica, en efecto, pero entonces Eros se da a la fuga, según dice, para siempre. Psique, irritada ante la maldad de sus hermanas, las engaña a su
vez y las lleva a un precipicio, donde ambas perecen despeñadas.
Psique, en su desgracia, va por todo el mundo en busca del esposo perdido. Invoca a cuanta divinidad encuentra a su paso, pero ninguna la
socorre por no disgustar a Venus. Por último, se presenta a la propia
Venus; esta la somete a duras pruebas para ver si se desespera y pone
fin a sus días. Pero la piedad y la bondad de la joven enternecen al
cielo. Venus acaba perdonándola y el Olimpo celebra con gran solemnidad la boda de Psique y Eros.
Sumándonos a la curiosidad de Psique, nos preguntamos qué es lo
que no debía ver la joven, de qué se defendía Eros y, fundamentalmente,
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qué vio Psique cuando, siguiendo el consejo de sus hermanas, y no sin
antes armarse de una navaja, acercó una lámpara al rostro de su marido. Psique descubrió, en lugar del monstruo contra el cual la advertían, al adolescente más hermoso, dormido con las alas plegadas, ¡y lo
perdió al conocerlo! Su arrebato amoroso la llevó a derramar una gota
de aceite caliente de la lámpara sobre el hombro de su amante, que, al
notar la traición, levantó vuelo.
Esta novela, que habla del encuentro y el desencuentro de dos adolescentes, desde “el hallazgo del objeto” al “no hay relación sexual”, nos
lleva a pensar en los alcances y límites del lazo amoroso, en aquello
que se revela y aquello que debemos resignarnos a que quede oculto en
los misterios de la relación del sujeto con el deseo.
Algunas autoras, defensoras del acceso de las mujeres a los mismos
derechos que el hombre, han denostado la moraleja que muestra a Psique cayendo víctima de su curiosidad. Las mujeres, dicen, deben saber
quién duerme a su lado. Tomando el consejo de no retroceder ante advertencias atemorizantes, intentaremos no obstante otra mirada sobre
la interdicción a conocer “de qué se trata”. Tal vez sea una forma de
arriesgarse a acercar, una vez más, la vela encendida en la imposible
pretensión de conocer el verdadero rostro del Amor.
Del “hallazgo de objeto” al “no hay relación sexual”
Todo conduce al hallazgo del objeto. O no. Todo parece al menos conducir al hallazgo del objeto a través de la maduración sexual con sus
vericuetos, comenzada con la vida misma, postergada luego, retomada
en la pubertad. El desarrollo de la sexualidad humana en dos tiempos
semeja una tragedia, aunque quizá se aproxime más a un relato de
suspenso: cuando la elección de objeto ya se había realizado y las tendencias perversas polimorfas infantiles se habían organizado alrededor
de lo genital como para dar fin a una larga historia de amor todo cae,
revelando ser una falsa ilusión. No solo el protagonista se reconoce como
incapaz, sino que la elección misma es imposible. Pero habrá una segunda oportunidad.
En la adolescencia, el primado de las zonas genitales “remite imperiosamente a la nueva meta sexual [...]. Al mismo tiempo, desde el lado
psíquico, se consuma el hallazgo de objeto preparado desde la más
temprana infancia” (Freud, 1905). “Cuerpo y Psique” (si fuera posible
separarlos) consuman el hallazgo, “Cuerpo” pulsa, “Psique” elige.
El desvalimiento extremo del ser humano, su prolongada dependencia, lo condiciona al amor. Cuando la obnubilación narcisista inicial le
deje ver que depende de ser deseado por un otro que lo asiste, aprenderá
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a detectar lo que se espera de él. El deseo del otro será un mapa de ruta
sobre el que armará el fantasma de su destino. El niño amará al todopoderoso a quien necesita para sobrevivir y que le proporciona no solo alimento y amparo sino una serie sorprendente de placeres y angustias.
La generosidad del otro hasta le permitirá fantasear que todo gira a su
alrededor, que no precisa de nada ni de nadie, que él lo es todo. Tan es así,
que en oportunidades, el ideal amoroso tomará el modelo del propio yo, de
acuerdo con una modalidad narcisista: lo que uno mismo fue, o lo que uno
querría ser, o la persona que fue una parte del sí mismo (Freud, 1914).
En otras, el reconocimiento a la mujer nutricia o al hombre protector que sostuvieron al niño en los años infantiles se evidencia en el tipo
de elección “por apuntalamiento”. De todos modos, ambas modalidades
se entrelazan y se enriquece la elección con las huellas dejadas por otros
personajes significativos del devenir edípico, haciendo que las series
en las que se inscriben las posibilidades de elección de pareja se amplíen y brinden una sensación de libertad que, si bien no es total, en el
mejor de los casos ofrece distintas alternativas.
La libertad que permite evadir la atadura a un único objeto posible
es, al mismo tiempo, índice de que el objeto hallado es siempre un sustituto. El “otro prehistórico inolvidable a quien ninguno posterior iguala
ya” (Freud, 1896), al que se liga la nostalgia que motiva la búsqueda,
será el responsable de la insatisfacción; el objeto definitivo de la pulsión
sexual nunca es el originario. Considerar que el objeto resulta esquivo
por una cualidad que posee resultaría injusto; se trata de la complicación del proceso, de las interferencias y, extremando la comprensión, se
trata de la misma inexistencia del objeto añorado, objeto construido a
posteriori no solo sobre la base de recuerdos sino también de expectativas. El “encuentro es reencuentro”, dice Freud refiriéndose al hallazgo
de objeto (1905), pero también dice: “ninguno satisface totalmente” (1912).
Y es esta frustración la que genera el “hambre de estímulos” (Freud,
1912) que generalmente caracteriza la vida amorosa de los adultos.
Hombre y mujer comparten un sueño, el de encontrar finalmente
aquel objeto que restañe un narcisismo herido en la infancia, que corrija la tragedia en la que desembocó la aspiración amorosa temprana
y que proporcione el placer largamente esperado. Pero las razones que
los llevan a acercarse o alejarse de su objeto amoroso no solo son distintas sino opuestas: lo que hizo que el varón abandonara los anhelos
edípicos es lo que precipita a la niña al complejo de Edipo. El varón busca
preservar su posesión más preciada y se aleja, la niña busca obtenerla
y avanza. Ambos se posicionan en forma diversa en relación con el falo
y desde allí definen su sexo.
Si alguien tiene lo que al otro le falta, la solución no parece ser tan
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difícil si se trata de llegar a un acuerdo y lograr un complemento; sin
embargo, la unión anhelada con frecuencia se ve reemplazada por una
“lucha entre los sexos” plena de rivalidades, paradojas y malentendidos. “Uno tiene la impresión de que el amor del hombre y el de la mujer están separados por una diferencia de fase psicológica” (Freud, 1932).
El complejo de castración que lanza a la mujer a la relación con el
hombre en busca de salvación condiciona también la hostilidad de ella
hacia él, tras la nunca del todo resignada envidia del pene, “roca de base”
contra la que chocan las aspiraciones terapéuticas en un análisis. Y contra la que también se estrella el sueño de la complementariedad.
El deseo del hombre pulsa hacia la hembra evocadora de aquel primer otro generador de todos los placeres, pero su intuición percibe el
encono escondido, y desde la premisa fundamental sobre la que estructuró su identidad sexual, la premisa universal del falo, desprecia y teme
a la que considera, desde su inconsciente, víctima de la amenaza que
pesó una vez sobre él, roca de base en el análisis de un sujeto masculino. Y contra la que sucumbe el sueño del amor perfecto.
La condición de la elección de objeto de la mujer la constituye a menudo el ideal narcisista de varón que hubiera deseado ser, o, si ha permanecido fijada dentro de la ligazón-padre, elige de acuerdo con el modelo
paterno. “El marido nunca es más que un varón sustitutivo, por así decir,
nunca es el genuino” (Freud, 1918). La frigidez femenina expresa una
desautorización al que pretende reemplazar al hombre amado cuando la
fijación es muy intensa, amén del enojo por la desfloración que puso en evidencia la “inferioridad”. Muy a menudo el marido hereda el resentimiento
habido en la relación con la madre. O incluso la mujer reproduce un matrimonio desgraciado entre los padres bajo la presión de la identificación
materna a partir de su casamiento o maternidad.
La identificación con la madre derivada del complejo de Edipo supone la rivalidad con ella y el deseo de sustituirla al lado del padre; la
identificación pre-edípica es tierna y toma aquellas cualidades femeninas que actuarán en su función sexual y social. Esta identificación hechizará también al hombre, reviviendo el vínculo con la madre pre-edípica en él. Pero todo lo que espera recibir de ella, es bastante probable
que sea su hijo quien lo reciba. La maternidad brinda a la mujer la
compensación por la dolorosa privación a la que la premisa universal
del falo, a la que ella también suscribe, la había sometido. En la maternidad la mujer podrá realizar plenamente su amor objetal, sobre todo,
en opinión de Freud, si el niño es varón.
El pleno amor de objeto de acuerdo con el tipo de apuntalamiento es
característico del hombre y supone la transferencia del narcisismo infantil sobre el objeto; el hombre se enamora, su yo se empobrece, su
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amada crece. En la mujer, en cambio, con el desarrollo de la pubertad,
el narcisismo originario parece acrecentarse (Freud, 1914). El orgullo
puesto en su cuerpo y su belleza la resarce de postergaciones e inferioridades. Pero se contrapone a la constitución de un objeto de amor. Es
típico, en casos más marcados, que la mujer se satisfaga predominantemente siendo amada y no amando, y se una al hombre que la desea.
Nuevamente nos encontramos con el contrapunto que, si bien produce
la ilusión de complementariedad, borra el anhelo de felicidad: a pesar
de satisfacer a través del objeto elegido, parte del narcisismo resignado, el hombre se queja con la amargura de no sentirse amado y la mujer no termina de reasegurarse y se renueva su angustioso interrogante acerca de su cualidad de existencia. El esfuerzo por salir de su
condición de inexistente en relación con el complejo de castración la deja
especialmente pendiente del amor y el reconocimiento de alguien valorado que le dé consistencia subjetiva. La intensidad de los celos habla
de su reclamo de exclusividad, indispensable para reafirmarse. A partir de la relación con el hombre a quien considera poseedor del falo,
participará de este “tener” y defenderá el falo como de su propiedad (Lacan, 1972). Su reivindicación nunca del todo satisfecha se evidenciará
en su sensibilidad ante la injusticia de la cual puede considerarse víctima. El esfuerzo por constreñir la actividad de su libido a los fines pasivos femeninos la deja vacilante entre la sensación de sometimiento y
pérdida de un placer permitido a otros, y el orgullo de haber encontrado un lugar reconocido por la cultura y por ella misma.
El hombre, por su parte, también puede albergar la secreta convicción de que nadie lo amará como su madre, que sin tantas dudas lo erigía en su falo. Olvida que el precio a pagar resultaba muy elevado y
que en un momento con premura debió recurrir a la figura paterna para
librarse de un vínculo que se tornaba exigente y asfixiante. La idealización de la madre la convierte en ocasiones en un ser frágil con la que
está en deuda, imagen desplazada sobre alguna dama caída de baja o
equívoca condición, a la que es preciso rescatar. La cantidad de representaciones contenidas en esta fantasía desiderativa da cuenta de la
complejidad que también reviste el Edipo masculino. El “rescate” termina siendo el deseo de hacerle un hijo a la madre, con lo cual saldaría la deuda por su propio nacimiento (primera situación de riesgo y de
la cual fue rescatado) y daría curso a los deseos incestuosos rechazados. Por añadidura, triunfa sobre el padre, a quien no reconoce gratitud alguna, reemplazándolo y convirtiéndose en su propio padre. La
mujer pura y la prostituta se unen en el inconsciente masculino; es que
ambas corresponden al mismo objeto, antes y después de haber constatado la existencia de las relaciones sexuales entre los padres.
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Para que el varón pueda acceder a satisfacerse con una mujer (Freud,
1910) es preciso que haya superado el respeto a la mujer y admitido la
representación del incesto con la madre. Menuda tarea. El excesivo
respeto es un derivado del horror al incesto que detiene el impulso a tomar una mujer, pero no se trata de recusar la barrera incestuosa sino
de admitir los deseos que son marca de la iniciación amorosa temprana
y guía para el desarrollo amoroso posterior.
La “más generalizada degradación de la vida amorosa del hombre” lo
castiga con la desgracia de amar a la mujer desexualizada y desear a la
despreciada. Otra vez el desencuentro. Sin embargo, todo parece conducir a la búsqueda del objeto, uno de los principales motores del funcionamiento psíquico; uno de los principales motivos de consulta se refiere a
cómo hacer para encontrar el amor en medio de tal desencuentro, de tal
dificultad. La pregunta no cesa, la búsqueda continúa, ¿el hallazgo es
posible? Es que hay algo en la naturaleza de la pulsión...
Psique a la búsqueda de la experiencia
Si algo entendió Psique inmediatamente al abandono de su marido,
era que el universo infantil que la unía en deuda de fidelidad a su familia, colapsaba. Descubre con vergüenza que no había sido capaz de
valorar lo que se le había dado, que había “jugado a las muñecas” sin
reconocer que el hijo que llevaba en ese momento en su vientre tenía
un padre. Aun recuerda las advertencias de su marido: “Psique, adorable y querida esposa... te persigue la Fortuna con acentuada crueldad... Tus hermanas, alarmadas, te creen ya muerta y buscan tu rastro... Si, dado el caso, oyeras sus lamentos, no contestes; más todavía,
no vuelvas la mirada en su dirección; de lo contrario, a mí me acarrearías el más vivo dolor y a ti te esperaría la mayor de las desgracias”.
Lacan (1960) analiza esta historia en su Seminario sobre La transferencia; Psique, dice con humor, participa de una naturaleza distinta
de la divina y muestra deplorables debilidades, entre ellas, sentimientos familiares. Porque Psique había persistido en sus ruegos y sus lágrimas, extrañaba a sus hermanas; en ese castillo donde sus deseos eran
cumplidos sin que los pidiera, su felicidad parecía desvanecerse si no
podía mostrarla a alguien. El marido, irritado, había terminado por acceder. Y finalmente Psique se arrepintió; aferrada con ambas manos
de la pierna de su marido, intentó seguirlo en el vuelo con que huía de
ella, pero luego tuvo que dejarse caer. Él no la abandonó en este estado; sentado sobre un árbol, le habló: “Eres el colmo de la simpleza,
Psique; yo, sin tener en cuenta las órdenes de mi madre, en lugar de
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esclavizarte como ella quería, he preferido ser yo mismo tu amante.
[…] te he convertido en mi esposa y ya ves el resultado: ¡me has tomado por un monstruo! Tu mano ha pretendido cortarme esta cabeza
cuyos ojos te adoran”.
De todas formas, Eros, herido por la quemadura de la lámpara, va a
guardar cama a la habitación de su propia madre, quien no pierde
oportunidad de reprocharle la traición filial y de retenerlo aislado para
evitar la posibilidad de un encuentro con su amada. Mientras tanto, se
dispone a encontrar a su nuera para culminar su venganza.
En un “había una vez” que historiza en una ambigüedad temporal
que facilita la identificación, los cuentos de hadas despliegan su argumento a través del hilo conductor de las relaciones familiares. La familia, que posibilita la supervivencia y la subjetividad de sus hijos, que
los ubica dentro de una genealogía que organiza su mundo simbólico,
que a través de la ley y el afecto aleja al sujeto del caos y la insignificancia, se convierte al mismo tiempo en una trampa, una cárcel. El
hijo deberá encontrar la llave o romper los barrotes para librarse de vínculos asfixiantes que, a fuerza de idealizaciones y culpas, tienden a mantenerlo pequeño y dependiente de por vida.
Psique comienza a correr día y noche buscando a Eros y suplicando
ayuda a los dioses. Pero su posición ante él ha cambiado: en principio,
ya no espera aplacar la cólera del dios con sus caricias, está dispuesta
a “desarmarlo con los ruegos de una esclava”. Pero el cambio fundamental se opera con la paradoja de descubrir lo que tiene cuando lo ha perdido, descubrir que en realidad no había sido dueña de su destino, que
no lo había elegido, que no lo había comprendido. Psique deja de ser una
niña. No se trata de que pase a tener luego el control sobre lo que le sucede, más precisamente podríamos decir que pasa a ser dueña de su
falta, de su deseo. Lacan nos dice: “Si el mito tiene algún sentido, es
que Psique empieza a vivir como Psique –es decir, no simplemente como
provista de un don inicial extraordinario que la convierte en la igual de
Venus, ni tampoco de un favor enmascarado y desconocido que le ofrece
una felicidad infinita e insondable, sino como sujeto de un pathos que
es propiamente hablando el del alma– solo en el momento en que el deseo que la ha colmado se escapa y huye de ella. Desde ese momento
empiezan las aventuras de Psique [...]. Un dios puede nacer y regenerarse cada día, pero el nacimiento del alma es, para todos y cada uno,
un momento histórico”.
El “fin de la infancia” (Freud, 1905) está condicionado al desasimiento
de la autoridad de los padres, pero el neurótico conserva parte de su sexualidad atada a premisas infantiles y sigue temiendo la mirada paterna.
El filósofo Agamben (1978, citado por Castillo, 2003) hace un con-
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trapunto entre infancia e historia: no hay modo de definir al hombre
separándolo del lenguaje y que el hombre no sea desde siempre hablante,
que haya sido y sea todavía infante, eso da lugar a la dimensión de la
experiencia; la infancia es la experiencia por la cual el niño se apropia
del lenguaje, “la infancia es la máquina que transforma la pura lengua
prebabélica en discurso humano, la naturaleza en historia”. En su ensayo Infancia e historia aborda el tema de los misterios y las fábulas en
la Antigüedad: la esencia de la experiencia mística, afirma, tiene que
ver con el padecer, con un no-poder-decir; y esta experiencia es cercana
a la infancia. A partir del siglo iv a. C., los misterios son un “saber-hacer”, una técnica para influir sobre los dioses. En la fábula que se puede
contar, el hombre enmudece pero los animales hablan, se intercalan
hombre, naturaleza, pura lengua e infancia buscando cada uno su propio sitio en la historia. La experiencia tiene que ver con el misterio que
todo hombre guarda por el hecho de tener una infancia, de que exista
una escisión entre lengua y habla. Pero la imposibilidad de decirlo
todo, podríamos agregar, hace que parte de lo ignoto siempre subsista.
Psique se acerca a las diosas que guardan los misterios y pide ser
iniciada en ellos, conocer, salir de la infancia donde no existía un lugar
claro para un hombre que no fuera el de un dios incógnito y proveedor,
donde no concebía un hombre en falta, sufriendo porque le faltaba una
mujer, ella misma, y generando así su deseo. Pero la negativa de los dioses de ayudarla le hace intuir que aún existen otras fuerzas que se oponen a su búsqueda y cuyo sentido debe desentrañar. Esas fuerzas no
dependen de ella; al decir de Lacan, ella no era culpable y debía soportar, como castigo injusto del destino, la furia de una rival celosa que trababa su camino. A Psique le era imprescindible develar este obstáculo,
disponer de la palabra iniciática que la liberara del sometimiento a
una lengua balbuceante, para avanzar hacia su amado. Este camino
toca también la experiencia del análisis, en tanto apunta a que el paciente “esté advertido” de los mandatos que lo detienen como objeto, en
el campo de goces ajenos.
Viñeta clínica
La paciente relata: “Tengo miedo que todo se derrumbe, antes de ir
a la entrevista fui a almorzar a lo de mamá y empezó: ‘Tengo que dar
de comer a un ejército por día’. Y yo le digo: ‘Vos no me ayudás en nada,
sos una egoísta’, cerré la puerta y me fui, se me caían las lágrimas, no
le veo como una reacción de madre hacia una hija que está pasando por
una situación de miércoles, ella sabe de los sacrificios, que no me la paso
limándome las uñas y eso me produce un dolor... Caminaba por la ave-
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nida y miraba la gente, todos bien vestidos, y yo siempre fuera de la
fiesta, siempre la fiesta en otra parte y yo con postergaciones y angustias y sin saber si me voy a poder insertar laboralmente de nuevo. De
ahí fui a buscar el auto y fui a la entrevista; era cerca de San Pedro, me
tocó de todo, lluvia, calor, el camino no estaba señalizado, yo decía: ‘Todo
junto y ¿por qué a mí?’. Cuando llego, resulta que era una casa, llega el
gerente y me dice: ‘¿Cómo era que se llamaba?’, estaba con el mate en
la mano, me dice: ‘Mirá, estoy requeteapurado’, me lleva a la cocina, a
la mesa de la cocina, no se sienta ni me hace sentar, me tiene esperando 20 minutos, y yo me sentía la Cenicienta, y pensaba: ‘¿Por qué
tengo que estar en esto? Qué guachos los de la compañía, ¿por qué me
despidieron?’ Pero, ¿qué me creía yo, que nunca me iban a despedir,
que nunca me iba a pasar una injusticia?”
Y a la analista se le hace vívida la imagen de su paciente en la cocina cual Cenicienta abandonada por la suerte, sintiéndose muy lejos
de la fiesta donde otros disfrutan el lugar del que ella ha sido despojada. Y reclamando porque su madre se asemeja más a la madrastra
que a un hada madrina que le señale el camino del palacio.
El emblema de la Cenicienta parece augurar que llegará finalmente
el momento del reconocimiento. ¿Permanecerá allí esperando el toque
de la varita?, ¿se detendrá la escena en esa posición de víctima sufriente
de la iniquidad?, ¿cruzará ese umbral para ataviarse nuevamente con
los vestidos que la devuelvan a la circulación libidinal? El final del cuento
está por escribirse.
El verdadero rostro del amor
“Antes morir mil veces que perder la felicidad de nuestra unión; pues
estoy locamente enamorada de ti y, seas quien seas, te quiero tanto como
a mi propia vida.... Ya no quiero saber nada más de tu rostro; ya no hay
sombras para mí; en las mismas tinieblas de la noche te tengo a ti para
iluminarme”. Con estas palabras, Psique había respondido, en sus días
felices, a las recomendaciones y amenazas de su marido para que no
cediera a los perniciosos consejos de sus hermanas.
La temática de “Psique y Eros” no es la de la pareja, dice Lacan, se
trata de las relaciones del alma con el deseo.1 “Existen paradojas en la
1 “La Bella y la Bestia” simplifica la trama; en “Psique y Eros” asistimos no solo al
“milagro amoroso” sino a lo evanescente del enamoramiento y el proceso que lo transforma en amor. Vencer el miedo que inspira la mujer elevada a la categoría de falo
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situación del niño con la sexualidad, se trata de un deseo aún frágil, prematuro, anticipado, pero esto, agrega, enmascara la realidad del deseo
sexual a la cual no está adaptada la organización psíquica en tanto que
es psíquica”. Esta puntuación, a nuestro entender, intenta evitar la tentación de reducir el conflicto a una lucha entre los sexos.2
La intención de Psique de cortar la cabeza de su marido desplaza la
de castrarlo en aquello que representa todo lo deseable: el falo. Pero
nuevamente, sustrayéndonos a la escena de la rivalidad entre los sexos, podemos ver en este acto la alegoría de que el órgano se transforma en significante (Lacan, 1960), que es la única manera para el ser
humano de abordarlo, transformarlo en algo deseable incluyéndolo en
el lenguaje. La fuga de Eros aludiría a un significante que remite al infinito, lo que condiciona la fuga del sentido. El ser huye del significante
que nunca tiene efectos de significado, lo que se fuga es la posibilidad
de coagular al ser. El corte simbólico deja un resto no metaforizable
que sigue impulsando al hallazgo del objeto perdido. Esto es lo que
hace que Psique vuelva a caer en la tentación cuando abre el cofre prohibido que supuestamente contiene “el secreto” de la belleza eterna, en
la última prueba tramposa a la que la somete su suegra.
Al desprender el significante de la cosa se admite como perdido el mítico cuerpo de la necesidad, que no conoce insatisfacciones (aunque tampoco obtiene tal cualidad de placeres diferenciales). Es necesario castrar al Otro para “saber”, en el sentido de separarse de él, constituirse
en sujeto y descubrirlo, fuera de idealizaciones, en alguien deseante y,
por lo tanto, deseable. La herida que la joven le inflige al dios con la
lámpara es el paso necesario para reducir su categoría divina y así poder vincularse de una manera viable. Cuando la joven ilumina la escena sabemos que no se encuentra con el monstruo poderoso y feroz; el
cuento pone en lugar de ese personaje a otro cuya vulnerabilidad se
manifiesta en el hecho de estar dormido confiadamente. La reacción de
(condición de valoración que puede convertirse en barrera), requiere de un “dios”; todo
hombre que se atreve con la mujer que desea, se convierte en Eros que se anima a hacer descender a Psique de las alturas de su soledad, al lecho de su casa.
2 “Hay algo en la naturaleza de la pulsión sexual misma que es desfavorable al logro de la satisfacción plena”, conjetura Freud, algo que hace que el objeto definitivo de
la pulsión sexual nunca sea el originario y se extienda una serie interminable de objetos sustitutivos que ninguno satisface totalmente. Y eso da cuenta del “hambre de estímulo” que caracteriza la vida amorosa de los adultos.
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Eros, el dolor de su herida, su reclamo y su fuga la colocan ante otra escena: se trata de su pareja, de su par, castrado como ella, dormido en
la ilusión de completarse con su mujer. Al alma se le cae el Otro omnipotente que la sostenía en un goce inquietante o idílico.
El resplandor de la belleza de Eros en la novela es una representación que oculta el verdadero descubrimiento: que la luz de la vela
iluminó... nada, la nada, la falta en ser que era la propia esencia de
Psique y la del joven dormido, que pulverizó la idea de que detrás de
las apariencias habría un ser verdadero y puso al descubierto que el
ser es de semblante y detrás de la máscara hay otra máscara. El secreto de la imago es cubrir la nada, el objeto petit “a”; el secreto de la
imago es la castración.
Frente a la angustia se levantará el fantasma como prótesis defensiva, que obtura pero que también se convierte en causa, proponiendo
deseos. Por eso en el mismo momento del descubrimiento Psique apela
al recurso milagroso del amor, que tapa y construye una ilusión fascinante: extasiada ante la hermosa visión y “sin poder saciar los deseos
de su excesiva curiosidad, examina, maneja y admira las armas de su
marido. Saca una flecha del carcaj y se arriesga a probar su aguda
punta apoyándola en el dedo pulgar”. Así, sin enterarse y por propio
impulso, se enamora del Amor. Con la lámpara en la mano, cual varita que ilumina un teatro maravilloso, Psique se deslumbra ante la
imagen ideal, el dios del Amor, a la que se precipita para llenarla de
besos, fascinada por haberse librado del monstruo que la despedazaría. Ha hallado una imagen encantadora de la que se quiere apoderar
y busca fundirse en ella. “Haya luz”, parece decir Psique, inmersa en
un proceso que remeda la constitución del yo en “la fase del espejo”,
momento en el que vuela, como Eros, aquello de ajeno que nos estructura, el hecho de estar hechos “a imagen y semejanza” de otro. El descubrimiento de Psique rememora su constitución como sujeto, el alma
a través de Eros obtiene una imagen, toma consistencia en el espejo a
través del amor del otro, dando lugar al “nuevo acto psíquico” que la
maravilla y que consiste en una identificación.
La imagen lleva el signo de su inadecuación al lenguaje que es también el de su alianza. En la sorpresa de Psique observamos la falta de
correspondencia entre el fantasma y la imagen: cuando lo ve, lo pierde.
Parece una manera de expresar esta imposibilidad de la imagen de dar
cuenta del lenguaje.
El júbilo dará lugar a la tensión y el odio cuando no se pueda hacer
coincidir al yo amado con la imagen ideal, siempre igual a sí misma.
Trasladada a la identificación con el ideal del yo en el enamoramiento,
este desembocará luego inevitablemente en una debacle narcisista. Al
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descubrirse separada y diferente del dios, al recortarse de Eros, Psique
se vuelve vulnerable, puede perder y pierde, pero adquiere la dimensión de lo que quiere. El título complementario de la novela es “Metamorfosis”, y justamente se trata del cambio, de una transformación necesaria para lograr la satisfacción: el pasaje de ser símbolo del falo
para otro (yo ideal), a poder constituir un símbolo del deseo fuera de sí
mismo (ideal del yo), que la ponga en movimiento.
Psique descubre a Eros a costa de un dolor narcisista, así como el
sujeto constituye un ideal fuera de él mismo y se identifica con él según la dinámica del enamoramiento (Freud, 1921) buscando recuperar
la pérdida. Y pasa de la complacencia al amor, se transforma de amada
en amante creando la situación que da lugar al “milagro amoroso” (Lacan, 1960). En su huida, Eros le muestra a Psique la imposibilidad de
coincidir con el ideal, pero se genera una posición nueva: ya no estará
pasiva, recibiendo los regalos de su amante, ahora partirá en su busca.
Psique ha cometido la traición en el medio de dudas: “Aunque es firme
su decisión [...] titubea y, sin saber qué hacer, se siente arrastrada entre los sentimientos opuestos que provoca su desastrosa situación: impaciencia, indecisión, audacia, inquietud, desconfianza, cólera; y, lo que
es ya el colmo, odia al monstruo y ama al marido aunque constituyen
la misma unidad física”. Pero luego “la debilidad de su sexo se transforma en audacia” y echa mano a la lámpara y la navaja. La envidia de
sus hermanas da forma a su propia envidia fálica y necesita destruirlo.
La percepción de la diferencia horroriza al varón y decepciona a la mujer, condenándola a la envidia fálica; el consejo de abstenerse de ver intentaría evitar estos males;3 pero es solo a partir de aceptar la diferencia
que ambos se sexúan, viviendo desde entonces con la amenaza y el deseo.
El enojo de Eros, por su parte, nos muestra a un ser sorprendido en
su falta, ante la evidencia de la diferencia sexual. Eros huye no solo porque la luz lo muestra como un Dios que ha sucumbido al deseo, sino
porque se le ha descubierto poseyendo aquello que la mujer necesita y
no puede evitar el temor a ser despojado. Mientras Eros intente seguir
siendo el falo de su madre, ocultándose en la oscuridad de una doble lealtad, no terminará de poner en juego su virilidad y conquistar a su
mujer. Podrá volver a acercarse a Psique solo después de ver que ella
es capaz de castrarse por él y se arriesgue él mismo a perderlo todo en-
3 ¿Por qué no corroboran lo que ven?, Freud, en el caso Juanito (1909) se pregunta acerca
del motivo que lleva a los pequeños investigadores infantiles a desmentir la evidencia de
la falta de pene en la mujer, encontrando respuesta en la amenaza de castración.
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caminándose al padre para identificarse como hombre. El enamoramiento de Psique la deja en una posición sacrificial, buscando orientar
su camino en los mandatos humillantes de su suegra; de esta posición
caída la rescatará el marido, poniéndola a la par de él.
Psique sería feliz, según la prevención de su amante, mientras no
fuera sujeto; ser sujeto es sufrir, es desear, es haber perdido el objeto.
Que el Amor se enamora del Alma4 nos habla de que el sujeto es constituido y tomado por el deseo. El verdadero rostro del amor nos muestra que nos enamoramos de una ilusión. Pero esta no es toda la verdad,
porque esta ilusión que se revela imagen y es evanescente, al mismo
tiempo contribuye a darnos consistencia y nos mueve.
Suele suceder que mientras se sueña con encontrar al verdadero
amor, el amor transcurre con el ser que duerme al lado, y muchas veces solo se lo advierte en el momento de perderlo; en otras ocasiones,
más afortunadas, puede acontecer, tal como lo advierte la inolvidable
Lily del film homónimo,5 cuando de pronto descubre la figura del oscuro titiritero sosteniéndola en el vuelo de sus sueños de amor con
otro, pudiendo reparar en que “estaba enamorada de él y no lo sabía”.
Ese “ver más allá”, el de Psique cuando descubre al Amor en el monstruo, el de la Bella hacia la Bestia, el del príncipe hacia la porqueriza,
es en realidad un “ver más acá”; es la mirada del niño embelesado con
su imagen fulgurando en el espejo que de pronto gira, vuelve la cabeza
hacia el que lo tiene en brazos y repara en el soporte que permite su
fascinación. Es el momento de pasaje del enamoramiento y la pasión,
hacia el develamiento de aquel que con su deseo provee la matriz merced a la cual la imagen en el espejo se torna significante. Y si se tolera
el desencanto de no ser uno con el ideal, tal vez se haga posible abrirse
al vínculo con el otro, al amor.
Oscuridades
El método que más satisfizo a Freud para llevar a cabo la terapia
analítica fue el que sustraía al terapeuta de la visión del paciente. Motivos ligados a una mayor comodidad para el analista fatigado por miradas demandantes, la conveniencia de evitar la búsqueda por parte del
4 El alma como parte del cuerpo que se pierde, se escapa, puede tomarse como una
de las formas del “a”; de lo real (Karothy, 2004).
5 Filme norteamericano candidato a 6 Oscares en 1950, con Leslie Caron, dirigida
por Charles Walters.
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paciente de aprobación o censura a un discurso en el que debía predominar la asociación libre, ubicaron el sillón del analista atrás del diván
donde el paciente se recuesta. “No debes verme”, “habla que eres escuchado aunque no veas a nadie”; el analista, cual Eros, se presta, al sustraerse como sujeto, para que surja otro sujeto, el paciente, y muchas
veces termina “apareciendo” como distinto del esperado.
Pero no queremos extremar las comparaciones. Simplemente señalar que algo que concierne al objeto del psicoanálisis y al objetivo de la
cura puede estar contenido en esa voz que surge de alguien que no se
da a ver, como una manera de alertar acerca de la fascinación que ejerce
la imagen, que es inconsistente y engañosa, privilegiando la necesidad
de buscar un anclaje simbólico. La abstinencia de ver parece también
escenificar que algo de lo incognoscible, algo de la imposibilidad de la
imagen de dar cuenta de lo simbólico, y de la imposibilidad de lo simbólico de dar cuenta de lo real, está allí en acto.
En el palacio en el que se encuentra Psique, es atendida y entretenida por voces, música, presencias que la guían pero invisibles, al igual
que su marido. La precedencia de lo auditivo nos parece remedar la concepción bíblica de la creación del mundo, época mítica donde el Verbo
preparaba lo que después se daría a ver.6 Así como el hijo recibe sonidos e imágenes oníricas heredadas en su vida intrauterina y también
su constitución como falo de la madre antes de saberlo, Psique había
sido sostenida por las voces que la asistían en la casa, sumadas a la voz
y al amor de su marido, sin tomar conciencia de ello.
Freud le otorga importancia al sonido como signo de cualidad, capaz
de dar a una representación carácter de realidad. Las ondas sonoras
pueden desplazarse solo a través de un medio material; los sonidos son
señal de vida, movimiento, presión, presencia del objeto real. Posiblemente no sea casual que se usen sonidos para hablar, para demandar
al objeto, tal vez sea una manera de “conjurar” al objeto real a través
de una cualidad que le es intrínseca. Pero el sonido puede significar no
solo la seguridad de una presencia, sino también la existencia de una
realidad de la que no se puede escapar. Psique intenta transformar la
voz, que por momentos se torna imperativa y semeja un superyó descarnado,7 en un cuerpo con el cual realizar los interjuegos deseantes. Y
6 “El verbo es la luz verdadera que alumbra a todo ser humano que viene a este
mundo”, dice el Evangelio según Juan; “en efecto, el lenguaje representa al Eros y es
el Eros, el logro del encuentro en la comunicación verbal (Bordelois, 2003).
7 La voz como un objeto que impone el deseo del Otro pretendiendo obturar su falta.
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trata de reemplazar las silenciosas imágenes de los sueños y el fantaseo por otras que “den a luz” un nuevo conocimiento. Psique, en su búsqueda, quiere ser iniciada en los misterios órficos.8 Orfeo, el creador de
la música, presidía una religión hermética que excluía a las mujeres;
era el escuchable, nunca el escuchante.9
No podemos soslayar la reflexión de Freud en relación con que solo
es posible ser feliz si se es ignorante o estúpido. Psique pierde la felicidad cuando abre los ojos, el deseo de conocer la llevó a perder el paraíso, así es que encuentra conjuntamente al Amor y al sufrimiento (y a
pesar de todo, creemos que no elegiría volver atrás). Esta interpretación, asociada con el pecado, asimila el deseo al goce, la falta al “estar
en falta”, y el pecador paga su inconformismo y su transgresión con la
pérdida. Edipo hirió sus ojos al descubrir que el goce del cual había
querido escapar retornaba inexorablemente. Pero Psique, cuando abre
los ojos, descubre que el goce en el que se consideraba involucrada era
deseo. Que la búsqueda de revelar el enigma encubría que aquello que
buscaba ya lo tenía, que “estaba enamorada y no lo sabía”, que no había nada “más allá”, que el juego se jugaba en esa cama, con ese hombre y con su miedo y su dificultad de amar.10
En una versión germánica, el esposo que no debe ser reconocido “se
levanta por la mañana, saciado de sueño, buscando la piel de asno con
la que acostumbra envolverse (Lefévre, 1986); el asno, enérgico reproductor, aparece desde la antigüedad asociado con la virilidad y el sol,
contrastando con su poco grácil apariencia exterior. El asno de oro es
el título de la novela que incluye la fábula de Psique. Eros, dios del amor,
símbolo del falo, podríamos agregar, que mueve el alma desde la oscuridad, debe quedar disimulado y protegido por pieles. La prevención de
querer su rostro nos habla de las consecuencias de querer objetalizar
el falo, detener su deslizamiento significante, obturar con un “objeto
8 Desamparo y abandono son experimentados por el individuo como pecado, y llevan a la necesidad de redención; la plegaria deriva de las fórmulas mágicas y los ritos
de iniciación que tienen carácter purificador. Iniciar es admitir a la participación de
ciertos misterios de las religiones antiguas. La iniciación es la vía de ingreso a una
nueva sociedad y se relaciona con el festín totémico (Paz, 1996). Podríamos inferir, siguiendo Tótem y tabú (Freud, 1910), que el iniciado es informado del “misterio”, el asesinato del padre, y se hace cargo de él, a partir de lo cual es admitido en el clan de hermanos, con la promesa de salvación. Es posible admitir la castración con la condición
de esta promesa de restablecer, en otra dimensión, el goce perdido. El culto a Orfeo
surge después de la dispersión del mundo griego; la necesidad de rehacer los antiguos
vínculos dio origen a cultos secretos de seres desarraigados que soñaban con reconstruir una organización de la que no pudieran separarse. Muestra el tránsito de una so-
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recuperado” el vacío que genera angustias y anhelos; el precio que se
paga es la psicosis, las adicciones, la pornografía perversa, la pérdida
de la metáfora y la creatividad. En este contexto resuena el consejo que
nos dice que no busquemos el amor a través del sexo sino el sexo a través del amor.
Pero algunos elementos de la novela nos permiten explorar el otro
camino, el del goce; es posible también conjeturar que Psique anhela
más aun: conocer la verdad del amor, ver todo, completar la mirada,
corporizar lo que es un sustento simbólico, la abstracta voz de la conciencia, en un superyó gozador; implica un intento de recuperar la
cosa en sí. En este sentido, su marido le está advirtiendo que ella no
debe querer saber todo sobre el goce, que el intento es riesgoso, y la simultaneidad del descubrimiento y la pérdida del objeto indican que,
además, no es posible.
Lo oculto es un modo de nombrar a lo real, aquello que el significado
no puede recubrir (Karothy, 2004); mientras se permanezca en tinieblas, es posible soñar con la verdad a descubrir. Dice Pommier: “Porque el goce es oscuro, problemático, las primeras evocaciones que le conciernen recurren al mito. Sus ficciones cubren una ignorancia de la
relación sexual, e incluso si esta última es percibida, aparece como una
violencia oscura, cuyo sentido se revelará más tardíamente [...]. Su
axioma aparece como falta de axioma y será en el lugar mismo de esa
falta que la imagen del cuerpo es requerida. Tal cuerpo es extraño porque tiene inicialmente una función de suplencia, palia la inconsistencia de las palabras y ocupa el lugar que ellas no pueden nombrar. La
imposibilidad de saber continúa siendo así la marca esencial de la relación con lo corporal... En relación con este cuerpo fantasmal, la imagen del espejo o una foto serán siempre sorprendentes, si no insidiosamente inadecuadas. Falta algo en la imagen que sin embargo ha sido
ciedad cerrada a una abierta; la conciencia de culpa, soledad y expiación desempeña el
mismo papel que en la vida individual.
9 Orfeo pierde a su mujer, Eurídice, por darse vuelta para mirarla antes de tiempo.
Ella le dice: “Si pudieras escucharme en vez de verme”; el regreso al infierno es la amenaza para la pareja ante la imposibilidad de que el varón escuche a la mujer, que es
para él ante todo presencia visible, física o sexual, antes que palabra portadora de sentido (Bordelois, 2003). “Eurídice dos veces perdida es la imagen más palpable que puede
darse en el mito de la relación del Orfeo analista con el insconsciente”, que está siempre dispuesto a escabullirse (Lacan, 1964).
10 Para Zizek (1989), cuando se trata de la revelación final de un “secreto” se
suele esperar con ansiedad el final de la historia, pero el “secreto” real ya está en la
propia narración.
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llamada a ese lugar […]. La imagen lleva así ese signo de su inadecuación al lenguaje que es también el de su alianza”.
Entendemos la sorpresa de Psique cuando descubre la falta de correspondencia entre el fantasma y la imagen que se le presenta delante de sus ojos: cuando ve a su marido, aun tratándose del ser más
bello, se le escurre. La oscuridad que esconde al marido tal vez aluda a
que el otro siempre resulta un desconocido, evidencia más sorprendente
cuanto más cercano es el vínculo; nunca se conoce del todo a la propia
pareja, ni nos conocemos a nosotros mismos. Tampoco sabemos a ciencia cierta a quién amamos, ni qué es lo que amamos del objeto elegido.
El mismo que a Psique le regala y la convierte en señora de la casa es
el que la ha raptado y el que ostenta un poder del que ella carece y la
llena de furia. A pesar de las apariencias resulta tan difícil o tan posible enamorarse de la Bestia como del bello Eros. A menudo el objeto es
soporte de las propias proyecciones y, sin dejar de lado las cualidades
reales del objeto que propiciarán o harán obstáculo, es el sujeto el que
tiene el don de plasmar en su pareja a un príncipe o a un monstruo.
Otro ángulo de esta escena nos mostraría a Eros cayendo preso de la
mirada de Psique, descubriendo un voyeurismo que lo ubica en lugar
pasivo, siendo visto por ella sin su consentimiento, en un deseo de apropiarse del misterio de su falo. Se descubre convertido en objeto y debe
entonces sustraerse de la escena para rescatarse. En esta perspectiva
salta a la vista la pretensión perversa de detener la imagen en el afán
de poseer el secreto de la seducción, de la atracción, en el afán de conocer la verdad del amor con el fin de hacerlo propio, de poseerlo todo sin
pérdida alguna, pérdida que se efectiviza cuando el otro se mueve, abre
los ojos, se revela y se rebela como sujeto. Cuando Psique se prepara para
cortar el miembro del misterioso amante y ser dueña de él lo pierde, lo
pierde como sujeto. La vela y la navaja en manos de Psique aluden probablemente a dos registros diferentes en relación con el corte. Psique
quiere saber sobre el deseo, y en el camino, se tienta con saber sobre el
goce. El corte simbólico sugerido por la vela y asociado con el conocimiento, toma dimensión amenazante con la navaja.
El fantasma es una estrategia para localizar un objeto apto para la
satisfacción, que podrá ser alcanzado si se renuncia a un goce absoluto.
La “solución” neurótica no termina de aceptar ni renunciar; reprime el
deseo, lo posterga, lo evita, lo ahoga en la insatisfacción, gira en torno a
una ilusión sin satisfacerse nunca. El psicótico no tiene más remedio que
estar con los ojos siempre abiertos a lo real, girando en torno a un agujero que se obtura con apariciones no fantasiosas sino fantásticas, y en
el que a veces no puede evitar arrojarse. La mirada dirigida hacia lo real
deja al desnudo una apariencia de “realidad” asociada con la caída de los
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emblemas, que no deja de ser parcial, mutilada. El intento perverso, por
su parte, busca adueñarse, mirar atrás de la escena para conocer “la verdad”, efectuar un corte que es un remedo fallido de castración.
Ante la fatalidad y la necesidad, el hombre ha recurrido a un ardid:
suponer que en realidad se trata de una elección. Esta es la interpretación que da Freud al motivo, tan frecuente en los cuentos maravillosos, de la elección entre tres alternativas, por lo general tres cofres o
tres jóvenes; el cofre más austero, la joven más modesta y silenciosa
resulta la elección correcta. Esta austeridad, esta mudez, son símbolos
de la muerte. Nos dice Freud (1913): “También la Psique de Apuleyo
ha conservado bastantes rasgos que recuerdan su vínculo con la muerte.
Sus bodas se improvisan como un funeral, tiene que descender al mundo
subterráneo y luego cae en un dormir que parece de muerta [...], se encuentra, como en Cenicienta, la alternancia de figura bella y figura fea
de la tercera hermana, en la que es lícito ver una indicación de su doble naturaleza –antes y después de la sustitución–”. “Elegir” la muerte,
podríamos decir, es la solución adecuada en tanto puede implicar la
aceptación de la dimensión de la pérdida como constitutiva del ser humano; aunque esta “elección”, como modo de encarar la castración, puede
virar hacia lo perverso.
Cuando el neurótico saca los velos, se angustia y trata de oponer
otra imagen que dé un sentido, el psicótico vive desvelado, se paraliza
de horror o directamente “no ve”. El perverso, en cambio, busca erotizar lo horripilante, ostenta que “elige” en lugar de padecer. Ante una
calesita que gira cual retorno de los mismos contenidos, de lo igual, intenta, como cualquier otro, obtener la diferencia y sacar la sortija. Pero
al no poder dar otra respuesta que la de recusar la castración, busca
hurtar la sortija, no devolverla para que se vuelva a poner en juego el
tapar y descubrir la falta; en su afán de ser dueño de la felicidad, detiene el juego y la aventura se transforma en delito; el amor se va y en
su lugar surgen la pasión desesperada y el sufrimiento a manos de otro
gozador. Tal vez de lo que se trate es de jugar el juego, la felicidad dura
una vuelta en calesita y trataremos de obtener la sortija; luego hay que
devolverla para que se renueve la apuesta de ilusiones y desilusiones.
El proceso que lleva a la satisfacción requiere que la elección y el azar
confluyan en alguien deseado por alguien deseante; la renuncia y el
encuentro harán el resto.
Resumen
“Psique y Eros” es un relato de la antigüedad que hunde sus raíces en la
vieja mitología helénica y más allá aun, en un cuento folclórico de argumento
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similar al de “La Bella y la Bestia”. Se incluye en una novela del siglo ii d. C.:
El Asno de oro o Metamorfosis, del escritor platónico de origen ítalo-africano
Apuleyo, y fue conservado a lo largo de los siglos, aunque olvidando a su autor. Tan es así que adquiere estatus de mito. El punto más enigmático del cuento
se centra en la prohibición que pesa sobre Psique de ver el rostro de su amado,
como condición de felicidad. Psique corrió el velo y se enfrentó con la angustia, el objeto perdido, intentó revestirlo alucinatoriamente, pero tuvo que utilizar otros recursos para ponerse en movimiento y hallar el objeto posible.
Hizo experiencia en la realidad, pero construyendo la ilusión, necesaria para
sostener el amor que guió su proyecto. Estos elementos de la trama tal vez expliquen que haya sido fuente de inspiración para numerosos y perdurables
cuentos de hadas. A modo de puntuación, y asumiendo en este intento la pérdida inevitable de Eros, propondremos:
Qué es lo que Psique no debe “ver”:
El goce, la prohibición de ver el rostro es una representación de la imposibilidad de conocer sobre el goce, una advertencia acerca de intentar hallar el objeto perdido, de completar la mirada, de anular el resto y buscar la complementariedad sexual, lo cual llevaría a lo mortífero de la anulación de la tensión.
El falo, en tanto cree que el otro lo posee, es una prevención acerca del deseo
del sujeto de tomar al otro como objeto, o del anhelo de la mujer de apoderarse
del falo del hombre que envidia.
Al Otro castrado, el Amo defiende su posición como omnipotente, pura Voz superyoica.
Su propia castración: el tomar conciencia de la falta provoca sufrimiento.
La irrupción de lo real: que destruye o hace vacilar lo imaginario.
Qué “ve” Psique:
La fuga del sentido, la imposibilidad de coagular al ser.
La diferencia de sexos.
Una alucinación, el objeto recuperado, el falo materno del que quiere adueñarse.
El amor, que puede tener un lugar a partir de separarse del objeto omnipotente, sufrir la herida narcisista que abre la propia dimensión deseante y
lleva a buscar completarse con el ideal que ha quedado fuera del yo.
Un par, castrado y en falta como ella.
La caída de la dimensión enigmática, que encubre lo imposible de lo real.
DESCRIPTORES: AUTOEROTISMO / ALOEROTISMO / AMOR / EROTISMO / INFANCIA / MITOLOGÍA / PSIQUE
Summary
“PSYCHE AND EROS”: LOVE REVEALED
“Psyche and Eros” is an ancient story rooted in old Hellenic mythology and
even older, in a folk tale whose plot is similar to “Beauty and the Beast”. It is
part of a second century A. D. novel, The Golden Ass or Metamorphosis by the
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Italo-African Platonic author Apuleius, which was preserved over the centuries
although its author was forgotten. Thus, it acquired mythical status. The
most enigmatic point in the story centers on the prohibition imposed on Psyche against seeing her lover’s face, as a condition of happiness. Psyche drew
aside the veil and was faced with anxiety, the lost object, which she attempted
to restore hallucinatorily, but needed to use other resources in order to prod
herself into action and find the possible object. She gained experience in reality but constructed an illusion which was necessary to uphold the love guiding her project. These elements of the plot may perhaps explain why it has
been the source of inspiration for many enduring fairy tales. As a question of
punctuation and accepting in this attempt the inevitable loss of Eros, the author proposes:
What it is that Psyche must not “see”:
Jouissance: prohibition against seeing the face represents the impossible knowledge of jouissance, a warning against any attempt to find the lost object, complete the gaze, cancel out the rest and seek sexual complementarity, which
would lead to the deadliness of canceling tension.
The phallus, believing that the other possesses it, is a warning in regard to
the subject’s desire to use the other as an object or the woman’s longing to
take possession of the phallus of the man she envies.
The castrated Other, the Master, defends his position as omnipotent, a Voice
of pure superego.
Her own castration: becoming aware of her lack provokes suffering.
The break-in of the real, which destroys or makes the imaginary hesitate.
What Psyche “sees”:
The flight of meaning, the impossibility of coagulating being.
The difference between the sexes.
A hallucination, the recovered object, the maternal phallus which she wants
to appropriate.
Love, which may find a place following separation from the omnipotent object,
suffering the narcissistic wound which opens her own desiring dimension and
leads her to seek completeness in an ideal that is now outside the ego.
A peer, castrated and lacking as she is.
The downfall of the enigmatic dimension, which screens the impossibility of
the real.
KEYWORDS:
AUTO-EROTICISM
/
ALLO-EROTICISM
/
LOVE
/
CHILDHOOD
/
MYTHOLOGY
/
PSYCHE
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(Este trabajo fue seleccionado para su publicación el 7 de marzo de 2006)
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