DECLARACIÓN DE PAZ INFINITA María Luisa Parias “En nombre de Dios, todas las personas sensatas del Planeta, declaramos hoy una PAZ INFINITA, universal, como solución a la violencia global. Declaramos la tolerancia frente al fanatismo; la solidaridad frente a la pobreza; el diálogo frente a la intransigencia; la compasión frente al odio y la violencia; el perdón frente a la venganza. Con la Pacem in Terris de Juan XXIII decimos “No es posible pensar que en nuestra era atómica, la guerra sea un medio apto para encontrar satisfacción a los derechos violados”. Pasajeros, como somos, de la misma nave espacial: planeta Tierra, nos une un único destino; pertenecemos a la misma especie; sabemos que las ideologías no valen más que la vida y no existe oriente y occidente, sino seres llamados a realizar una travesía común conviviendo en paz en la diversidad para el bien de todos. Necesitamos un mundo en paz en el que crezcan nuestros hijos en concordia y tolerancia. Desde aquí afirmamos que no existe acto de terrorismo, de violencia o de injusticia, justificables: Ninguna religión lo permite y sólo tergiversando las creencias, se cometen actos de muerte. No es bueno pagar con la misma moneda, moneda que puede esconder otros intereses que, tal vez, hayan servido para desequilibrar la justicia en el mundo. Coincidiendo con el protagonista de la película “Pena muerte” afirmamos: “Matar es malo, lo haga quien lo haga.” La justicia que implica venganza, lleva a una espiral de violencia. Y siempre son los pobres, el pueblo llano y sencillo, los ciudadanos que viven pacíficamente, quienes pagan los gastos mortales del terror y de la violencia. Ellos son los objetivos de las bombas y de los actos salvajes; a ellos se les destruyen sus viviendas; ellos son los que huyen, los que mueren bajo los escombros; ellos los que pisan los campos sembrados de minas quedando muertos o mutilados para siempre. ¿Qué ganamos con la muerte violenta, sino sembrar la tierra de terror, lágrimas y dolor? Imaginamos el sufrimiento de las víctimas, de sus familiares y amigos, no importa de qué país, raza o religión sean, pues todos son seres humanos que sufren y viven atemorizados y aterrorizados, bien bajo la burka o bajo los vaqueros. La violencia engendra violencia y cada muerte se vuelve contra los que la hacen y la sangre inocente corre como río de lava abrasando las flores de la paz. ¿Dónde está la sensatez? ¿Dónde la cordura? ¿Dónde la humanidad? En cierta manera todos somos cómplices al no impedir la violencia solapada; la pobreza cercana; las zonas de marginación. Somos cómplices por haber entrado sin escrúpulo en el río del bienestar y el materialismo a toda costa; por estar consintiendo la pérdida de los amplios horizontes morales de la humanidad Tal vez la fecha 11 de septiembre de 2001, la estudien nuestros nietos como el día en que se inició una nueva era de terror que cambió la historia de la humanidad. Mas, “no queremos que la historia de los hombres sea la de sus guerras”, proclamamos con el Príncipe Felipe en la concesión de los premios Príncipe de Asturias. Defendemos la vida, el derecho y la justicia, que son el pedestal de la paz, para que nuestros sucesores nos recuerden como las generaciones que sembraron la vida de luz, arte, ciencia, belleza, igualdad, ternura y compasión. Serán dichosos los hombres y mujeres que promuevan la paz; que hagan la revolución desarmada y callada del desarrollo integral de los pueblos; que promuevan la cultura y la integración de razas, culturas y religiones; aquellos que vean en cada ser humano a un hermano y, olvidando lo que les separa, cultiven todo lo que les une. La paz es posible porque creemos que en el corazón del hombre hay una hoguera de amor que, si somos capaces de ponerla al servicio de los demás, hará que toda la tierra arda en la paz solidaria de los pueblos y de los hombres de buena voluntad, porque somos muchísimos más los que queremos la paz y la tolerancia, que los que hacen la guerra, aunque seamos considerados unos ilusos. Forcemos a los violentos, a los gobiernos, a los intransigentes, a los integristas de cualquier clase, a buscar soluciones justas que traigan consigo, automáticamente, la paz y concordia humanas. Nunca podremos entender que, unos en nombre de Dios y otros, que se declaran un pueblo pacífico, maten indiscriminadamente. En este mundo de balanzas desequilibradas, la excesiva libertad de unos oprime a otros; si hay quienes son muy ricos es porque existen los verdaderamente pobres; la paz de algunos es a costa de mantener la guerra a distancia. ¿Para cuándo esperamos hacer de las lanzas podaderas, de los misiles fuego de artificio, de las bombas globos de feria? De nada sirve el progreso y la tecnología sofisticada, si no los utilizamos para la concordia y la unión de todos los seres humanos. Hemos degradando la especie. El mundo se ha vuelto loco y, paradójicamente, cuando estamos abusando del nombre de Dios y rezando en todos los idiomas y con todos los libros sagrados de todas las religiones, es cuando más echamos en falta el amor que Dios es y quiere que seamos los unos para con los otros, porque la verdadera plegaria implica amor, humildad, compasión y perdón. Y, sólo así, habrá paz. Desde las cumbres de la cultura y del arte, hasta los valles de la gente sencilla, surge el clamor angustioso contra la universalidad de la violencia, por si acaso se devuelve la cordura a gobiernos, fundamentalismos e intransigencias. No más llanto y dolor evitables. De la historia aprendamos que con tanques y bombas el ser humano no se hace más bueno, ni se arregla nada. Que no haya nunca más naciones que busquen sus intereses económicos explotando a otros pueblos, ni pueblos que pretendan ajustar el mundo con la violencia y tomando la justicia por su mano. Luchemos por la justicia infinita, pero no la que lleva consigo la venganza sin límites, sino la justicia que equilibra las enormes desigualdades de la humanidad. La justicia que evita el hambre y las enfermedades; la justicia que crea cultura y escuelas; la que no consiente que ningún niño muera violentamente, ni llore herido de metralla.; la justicia que devuelve a la mujer sus derechos y libertades; la que abre las cárceles injustas; la que protege y defiende los derechos de los más desheredados del planeta. Ante el panorama del mundo, ante el hambre, la guerra, el dolor y la pobreza, el abatimiento se puede apoderar de nosotros y con el pesimismo de Larra decir: “aquí yace la esperanza”. Mas, aunque hayamos tomado el camino equivocado, aunque el mal parece que domina el corazón humano y cuando ver la vida con ilusión y esperanza, sea utópico y extraterrestre, nosotros, con todos los seres sensatos y de buena voluntad, acompañando la melodía angélica que trajo paz a los hombres, declaramos por decreto, la paz infinita, la globalización del amor y el perdón, la tolerancia y el respeto a toda cultura, lengua, pueblo y religión y confiamos en la sensatez de los poderosos, para conducir el mundo por caminos de paz; porque creemos que ésta es posible, así como la concordia entre todos los seres humanos y, porque la esperanza no puede morir, declaramos la PAZ INFINITA.