‘Mi Cáncer Fue un Don’ por el Rabino David Wolpe Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Moment Magazine Mi cáncer validó mi compasión y me ayudó a mostrarles a otros que la muerte es una oportunidad para enseñar nuestras más grandes lecciones. Estaba parado al lado de la cama de un amigo que se estaba muriendo de cáncer. Quería saber por qué estaba enfermo, por qué debía morir, por qué tenía que dejar a sus hijos y nietos. Como su rabino, estaba armado con muy pocas respuestas. Podía decirle que era parte del plan de Dios o podía confesarle que no lo sabía. Ninguna des las dos respuestas me parecía la indicada. De modo que lo que hicimos fue intercambiar historias acerca de la quimioterapia. Mi cabello estaba recién empezando a crecer otra vez después de una ronda con mi linfoma; el suyo, poco para empezar, había desaparecido debido a las drogas que se habían concentrado en todas las células de rápido crecimiento en su cuerpo. Habían hecho un trabajo perfecto en su pelo pero no en su cáncer. Hablamos acerca de la extraña gratitud que sentíamos por el veneno medicinal a medida que corría por nuestras venas. Hubo un momento de solidaridad, después la tristeza volvió. Las historias de combates no son nostálgicas cuando terminan en la muerte. “Pero lo menos tú entiendes,” dijo. Me recordó nuevamente que mi cáncer fue un don; como rabino validaba mi compasión. La gente sabía que yo realmente comprendía, que mi familia y yo no estábamos ilesos. Me parecía que siempre había agujas colgando de mi brazo y que estaba siempre siendo empujado dentro de tubos de metal para resonancias y fotos y pruebas. Soportar la elaborada tecnología de la supervivencia crea una clase de solidaridad tribal. “¿Y,” me preguntó, “por qué te pasó a ti?” ¿Contraje cáncer por alguna razón? Cuatro años antes de mi linfoma había sido operado de un tumor cerebral, gracias a Dios, benigno. Cinco años antes de esto, después del nacimiento de nuestra hija, mi esposa tuvo cáncer y una operación que la dejó imposibilitada de tener más hijos. Después de cada experiencia, la gente me preguntaba que significaba. Ahora alguien me estaba preguntando no por curiosidad o ni siquiera por hambre espiritual, sino que lo hacía por urgencia espiritual. Nos miramos por un buen rato. Sé lo que no significa, le dije. No era un castigo. El cálculo de recompensa y castigo en este mundo es sin duda más complejo que el pecado es igual a cáncer. Una cosa está clara: el cáncer no es sólo acerca de ti. Aquellos que te quieren también sufren. Las ondas expansivas no terminan. Enfrentándonos a nuestra propia mortalidad, los roles tradicionales habían desaparecido. Ya no éramos rabino y congregante, hombre joven y hombre mayor, recordé ahora el primer versículo del Libro de Reyes, Capítulo 2, ya no se refiere al Rey David por su titulo cuando se estaba aproximando a la muerte:: “Empero se acercaban los días en que debía morir David…” Cuando nos acercamos a la muerte ya no podemos ocultarnos atrás de títulos y estatus. El hombre y yo éramos dos personas que habíamos pasado por enfermedades similares. Uno de nosotros, por ahora, estaba en remisión, y el otro moriría primero. Y ninguno sabía por que. Me dijo que no era por su propia vida que temía, sino por lo que le pasaría a su familia. ¿Cómo los afectaría su pérdida? Recordé la sorpresa que sentí, cuando me entraron en camilla a la sala de cirugía, porque sentía tan poco miedo a la muerte; en cambio tenía miedo de las consecuencias de mi muerte. No temía por mí sino por mi esposa y mi hija. ¿Creía en otro mundo? No estaba seguro, pero tenía esperanzas. Me aventuré a decirle que todo lo que un ser humano era – sus esperanzas y sueños, el amor y los dones – no podían desaparecer completamente. La vieja analogía era correcta: Existe un nacimiento en este mundo que nunca nos hubiéramos imaginado. ¿No podría existir un nuevo nacimiento en otro mundo, igualmente fuera del alcance de la imaginación humana? La vida, como dijo una vez el escritor Vladimir Nabokov, fue una sorpresa tan increíble ¿por qué debería ser menos sorprendente e increíble la muerte? Sonrió y compartimos un momento de esperanza. Quizás toda la terapia, todas las tomografías, resonancias e inyecciones, solamente habían pospuesto la consumación de una imaginable vida futura. Pero pronto volvimos al presente. Morir es perder todo lo que conocemos, todas las maravillas de este mundo y su gente. Morir es dejar tantas historias sin terminar y perderse el próximo acto de las historias de otros, aquellos a quienes conocemos y amamos. Sí tuve una reflexión que podría ofrecerle un tenue consuelo. Cuando estuve enfermo me resultó evidente lo cuidadosamente que otros miraban mi reacción – ¿me ayudaría en algo mi fe se preguntaban? ¿Ofrece una práctica profesional del judaísmo algo de fuerza? El sentir sus ojos sobre mí me ayudó a darme cuenta que en la enfermedad no estamos impotentes – todavía tenemos la habilidad de enseñar. Le dije a este hombre, mi amigo, mi prójimo, que sus hijos y nietos lo estaban mirando. Que tenía la oportunidad de enseñar su mejor lección. Iban a recordar mucho sobre él, sin duda, pero nunca olvidarían como murió. Su aceptación, su dignidad, hasta su esperanza podían cambiar sus vidas. Le conté que todas las semanas estudiaba Torá con un hombre que acababa de cumplir 90 años. Muchas veces me había relatado lo que su madre le había dicho cuado se estaba muriendo: “Hijo mío, notemas. Es sólo la muerte, y le pasado a todo aquél que jamás haya vivido.” En la habitación del hospital nos tomamos de la mano, y estuvimos de acuerdo que dejaríamos esta vida con palabras de amor y de esperanzo en un despertar por venir. Poco después falleció. Sus hijos hablan de él con veneración por su vida y por la forma en que enfrentó a la muerte. Como sucede con todos los encuentros espirituales, no hubo que dio y uno que tomó; hubo dos que estuvieron de pie juntos y delante de Dios, y aún en su tristeza se sintieron bendecidos. Traducido por Ría Okret