4 VIERNES 12 DE LA PALABRA ISRAELITA NOVIEMBRE ACTUALIDAD Un niño en Bergen-Belsen Esta semana Fred Spiegel, sobreviviente de los campos de concentración de Vought y Bergen-Belsen, visitó nuestro país para lanzar su libro «Cuando las acacias florecían». La familia Spiegel, fue expulsada de la ciudad alemana de Dinslaken pocos días después de la noche de los cristales rotos. La madre emigró a Inglaterra mientras que Fred y su hermana quedaron al cuidado de unos familiares en Holanda. Muy pronto todos fueron llevados a Vought, donde Fred a sus diez años conoció el desamparo y los peores padecimientos imaginables. Actualmente, Fred vive en Estados Unidos, pero su relación con Chile es de larga data. Tras la guerra, él y su hermana se reencontraron con su madre en Inglaterra donde terminaron su educación. Pero dado que Fred participó activamente en grupos sionistas, prefirió emigrar a Israel mientras que su madre y hermana lo hicieron a Chile, siguiendo la suerte de sus parientes Hes. En Israel, Fred hizo el servicio militar y trabajó en un kibutz. En 1958 vino de visita a Valparaíso para reencontrarse con su familia, pero se quedó seis años trabajando en una compañía marítima. Previendo una crisis social, y dado que las desigualdades sociales lo perturbaban, como relata en el libro, decidió probar suerte en Estados Unidos. En Nueva Jersey fue contratado por El-Al donde trabajó por casi tres décadas. En un viaje a Israel conoció a su esposa Yael, de origen sabra, con quien tuvo tres hijos, Omri, el mayor, nació en 1972, y la gran prueba de su vida Yuval, tres años menor, quien nació con autismo. La menor de sus hijos, Avital, trabaja con niños con retardo mental. En la presentación de libro, el cientista político Raúl Sohr contó emocionado cómo el libro lo había conmovido, «un relato desgarrador, desde la perspectiva de un niño, que me hizo pensar en mis padres, vieneses, quienes para emigrar a Chile se reunieron con el cónsul en Viena que les preguntó, de repente, si por casualidad eran judíos, y como contestaron que sí, les arrebató sus visas recién pagadas. Entonces tuvieron que viajar a Praga, donde volvieron a pagar esta vez con éxito». Un murmullo acompañado de asentimientos recorrió el salón de la cafetería del Mercaz, con el que los presentes, la mayoría personas mayores casi no había juventud confirmaban lo cierto de la dificultad para entrar a Chile. «Los que tenían se salvaban. Así fueron las cosas», dijo Sohr que le dio la palabra a Spiegel. Fred Spiegel sorprendió a los asistentes aludiendo a la responsabilidad mundial en lo ocurrido. «A pesar de que los aliados sabían desde el principio lo que estaba sucediendo, no hicieron nada, su responsabilidad fue el silencio. Estados Unidos no pensaba en declarar la guerra a Alemania y no lo hizo sino hasta después del ataque a Pearl Habor cuando fue Alemania la que declaró la guerra. Con unas pocas excepciones, el mundo fue un mero espectador». LA RESPONSABILIDAD DE LOS HOLANDESES «Cuando las acacias florecían» es un testimonio invaluable y muy completo, que se lee sin respiro y con angustia, en el que Fred narra la experiencia de cómo un sobreviviente tan pequeño logró vivir por ejemplo como testigo de miles de cadáveres acumulados muy cerca de su barraca en Bergen-Belsen, de cómo presencio con terror las «razzias», en Dinxperlo, Holanda, «en las noches los SS iban departamento por departamento, de casa en casa. Si encontraban personas, les daban veinte minutos para empaquetar unas pocas pertenencias e ir al camión que los esperaba». Pero mientras era testigo de cómo cada uno de sus amigos de colegio y conocidos iban desapareciendo, Fred y su hermana lograron quedarse en Dinxperlo hasta 1943 cuando fueron enviados junto a sus tíos y un primo al campo de Vought: «Cuando dejamos Dinxperlo con rumbo a Vought, la mayor parte de la población de la aldea estaba parada mirándonos ( ) Mi hermana casi estaba feliz de dejar atrás los bombardeos. No sabía lo que nos esperaba». Al inicio de cada capítulo del libro hay una cita. Fred eligió para el capítulo del campo la siguiente «¿Dónde está el niño para llenar esos zapatos? ¿Por qué la novia se ha ido descalza?», Una carretonada de zapatos, Abraham Sutzkever. Separado de su hermana y sus tíos, quedando sólo con su primo Alfred no entendía «¿qué hacían niños en un campo de trabajos forzados? (...) Yo tenía once años; muchos de los niños eran bastante menores ( ), nos dejaban languidecer, a merced de los guardias, quienes a veces nos golpeaban o abusaban de nosotros». En mayo de 1943 había mil 800 niños en Vought, «todas las mañanas pasaban lista, a la cual todos debían presentarse. Solamente los muy enfermos podían faltar ( ) recibíamos poca comida y a veces estaba podrida». Spiegel cuenta con detalle el momento desgarrador en que todos los niños del campo fueron despiojados para lo cual debieron correr desnudos a las duchas «hacía mucho frío ( ) yo no me había dado cuenta de que las niñas, separadas en la barraca que les correspondía, también tuvieron que desvestirse bajo la mirada de los guardias del campo. De repente, mientras caminábamos a nuestra barraca para recuperar nuestra ropa, vimos a un grupo de niñas desnudas corriendo hacia nosotros. Les dio vergüenza cuando nos vieron y miramos hacia otro lado. Noté que la mayoría estaba llorando y muchas tenían marcas en sus cuerpos. Entonces una de ellas se paró y gritó mi nombre, llorando. Era Jetti Minst, quien con su hermano mayor Isaac era amiga mía de Dinxperlo. Con sus manos extendidas me dijo: mírame, mírame, mira lo que han hecho conmigo ( ) como había sido una muy buena amiga ese incidente y el terror dibujado en su cara se me quedó grabado para siempre». EL RETORCIDO COMANDANTE GEMMEKER Poco después, Fred, su hermana y sus tíos fueron enviados a Westerbork, un campo fundado por holandeses, en 1939, para refugiados judíos alemanes que cruzaron la frontera después de la noche de los cristales rotos. El campo estaba hacinado porque casi todos tenían una prórroga. Las listas de los que irían al este, a Sobibor o Auschwitz, en vagones de ganado, la hacían los propios judíos del campo, la Judenraat. Spiegel cuenta que se salvó por un pelo de ser subido a esos transportes. A la mañana siguiente de llegar fue llamado a los andenes junto a su primo. «Cuando comenzaron a empujar dentro del tren, sentí pánico. Estaba tan lleno. Algunos lloraban, pero la mayoría subió silenciosamente. Grité con todas mis fuerzas: ¡No quiero subirme a este tren! cuando Alfredo me escuchó también comenzó a gritar». El guardia de la SS decidió bajarlos y los dejó en una pequeña pieza aislada hasta que el tren partió. «Los alemanes preferían que los niños viajaran de manera silenciosa y ordenadamente». Cuando el tío Max se enteró, consiguió una exención con la excusa de que él había participado en la Primera Guerra Mundial, pero se dio cuenta de que esa prórroga no iba a servir para los niños Spiegel. Entonces convenció al comandante del campo Albert Gemmeker de que los niños eran súbditos británicos. Esto fue lo que los salvó, porque seis semanas después expiró la prórroga de su tío Máx, la tía y Alfred, y fueron llamados en la lista para ser enviados hacia Sobibor donde murieron en las cámaras de gas. El libro fue escrito recién en 1999 cuando Spiegel fue invitado a un taller de escritura creativa para sobrevivientes organizado por la Universidad de Drew al que asistió durante tres años en sesiones que duraban tres horas. Entre otras cosas fue saliendo por ejemplo una excelente descripción del sádico comandante del campo de Vought, Albert Gemmeker, quien tras salvar a un recién nacido de la muerte, lo envió a las cámaras de gas. Además, organizaba obras de teatro con los internos, les hacía creer que estaba preocupado de su bienestar sólo para enviarlos a la muerte. En el libro Spiegel también acusa a los holandeses de haber permanecido indiferentes a lo que les estaba sucediendo a los judíos. Pero tras su visita el año 2000, 55 años después de la guerra, a la conmemoración de un monumento al campo de Westerbork, sintió que las cosas habían empezado a cambiar, que había conciencia e intención de reparar. Lo mismo en Alemania cuando visitó Dinslaken, al ver que el cementerio donde está enterrado su padre fue totalmente restaurado. Tras enterarse de la cada vez más común negación del Holocausto, Spiegel se ha dedicado a dar conferencias por todo el mundo, de ahí también su generosidad de participar el año 2000 en un proyecto con alumnas de un colegio en Dinslaken para reconstruir la vida de los judíos antes de la guerra. Spiegel siente que con la juventud puede trabajar, que puede ayudar al cambio de mentalidad, «porque no se puede culpar a la tercera y cuarta generación». Por eso desde hace poco ha ido formando vínculos profundos, incluso al adoptar simbólicamente a las empeñosas alumnas alemanas. Joyce Ventura Nudman