SANTEROS “Marchena está ubicada en el ombligo del mundo, que son los cantillos de mi pueblo, paso obligado de las cofradías…” (Eduardo Ferreras) Marchena, histórica villa de la campiña sevillana, plaza fuerte andalusí y luego cristiana, es un pueblo orgulloso de sus tradiciones y celoso de ellas. Su Semana Santa, única y singular, proviene de su antigüedad, y del hecho de no haberse dejado influenciar por las recurrentes modas procedentes desde Sevilla. Nuestro pueblo celebra con especial entusiasmo su Semana Santa, conservando añejas ceremonias que sumadas al rico patrimonio artístico de sus hermandades, conforma un interesante legado por el que el pueblo siente verdadera devoción. La Semana Santa marchenera no está exenta del fenómeno cultural, folklórico y costumbrista de las expresiones y formas que la religiosidad popular ha ido creando. Además de destacar por su componente religioso y de piedad es una perfecta muestra de la antropología social y cultural propia de los pueblos. Las manifestaciones externas, fuera de las celebraciones litúrgicas, propician por su propio contexto, en cada sitio, un panorama diferente. La tradición define e identifica a los pueblos, y hay quienes afirman que las poblaciones más dadas a manifestaciones externas son las más religiosas. Ejemplo del cual da el carácter de los marcheneros, estando en una elevada proporción marcado por la pertenencia a una hermandad, en la que se participa activa o pasivamente. El habla propia de nuestra localidad, y concretamente el habla que se vincula con la Semana Santa, es una tradición más conservada en el tiempo, propiciando en este marco contextual un perfecto caldo de cultivo para perdurar a lo largo de los siglos buscando la eternidad. El argot peculiar con el que los marcheneros denominan a ciertos elementos cofrades, y otros elementos muy abundantes antaño en otros puntos locales, se conservan gracias al celo de sus hermandades, depositarias de este preciado legado. Este es el caso de nuestros protagonistas, los santeros, personajes a los que la tradición local identifica con aquellos hombres que, a cambio de un jornal, portaban los pasos de las hermandades de nuestra localidad durante las procesiones de Semana Santa. De modo que el propósito de estas líneas parte por dar a conocer y difundir la historia de estos humildes trabajadores que, aún formando parte del legado cultural de Marchena, tradicionalmente, y como claro ejemplo de la hipocresía social, habían sido hasta el día de hoy relegados al anonimato. Ciertamente, los santeros son poco conocidos pese al importante papel que han desempeñado durante mucho tiempo en las estaciones de penitencia de nuestras hermandades y cofradías. Desgraciadamente la tradición oral no puede retroceder en el tiempo cuanto sería de desear, perdiéndose irremisiblemente, al abandonarnos, la última generación de santeros, que aún hoy sobrevive. Por ello se hace necesaria la realización y transmisión de este estudio antropológico, dado que con la desaparición de los últimos santeros, nos quedaremos para siempre sin el recuerdo de estos esforzados de la Semana Santa marchenera. Los santeros formaban parte del sistema tradicional con el que se portaban los pasos en Marchena, desde que se aplicó el procedimiento de carga interior a finales del siglo XVIII, hasta la definitiva llegada de los hermanos costaleros en la década de los años ochenta del pasado siglo XX. Estos hombres, en una inmensa mayoría de nivel social, económico y cultural bajo, denostados a consecuencia de ello por la sociedad del momento, dejaron debajo de los pasos sangre, sudor y esfuerzo. Algunos viven todavía, arrastrando las secuelas de su paso por las trabajaderas, con legítimo orgullo. Por el contrario otros se fueron quedando por el camino. La realidad de los santeros se escribe con personajes anónimos debajo de los pasos de nuestras queridas hermandades. Por novatos maltratados en viernes Santos de muerte, con gente de menos en los palos; por viejos hombres dejando hasta su último aliento en la madrugada del Sábado Santo, para subir a la Soledad por el “Tiro” hasta Santa María; por latillas de vino y aguardiente para aliviar los maltrechos físicos; por cuerpos rotos de santeros dormidos en las trabajaderas para no perder el sitio. Esa era la cruda realidad de estos personajes de nuestra Semana Santa. La carga en el contexto evolutivo formal y estético de la Semana Santa de Marchena. …”la fealdad maldita de todo trabajo –el Génesis no engaña, y el trabajo es un castigo, consistiendo la virtud en cumplirlo y superarlo con buen ánimo”… (Sánchez del Arco) La Semana Santa tal como hoy la conocemos tiene su origen en el Medievo, en la evolución de los viacrucis auspiciados principalmente por las órdenes Franciscana y Dominica, que eran financiados por las diferentes asociaciones gremiales, tan extendidas en aquellos momentos. Durante este periodo las reliquias y cruces arbóreas que se utilizaban en los viacrucis eran portadas directamente a mano, por lo que no existe constancia alguna de ningún tipo de carga. Esta circunstancia experimenta signos de cambio cuando a principios del siglo XVI comienzan a proliferar las denominadas cofradías de sangre, que desarrollaron nuevas formas devocionales, convirtiendo la procesión de imágenes sacras en el eje del ejercicio piadoso. Será a finales del quinientos cuando como consecuencia del aumento de peso y dimensiones de las andas que transportaban estas efigies sagradas, se generalice la contratación de portadores que ayudaban en la carga de las denominadas como “horquillas” u “horquetas” en las paradas. A esta transformación contribuyeron también los postulados emanados por el Concilio de Trento (1545 – 1563), motivando el desarrollo y evolución formal y estético de los pasos de misterio. De la misma forma, surge en estos momentos el paso de palio para sacar en procesión las imágenes de la Virgen. Estas innovaciones motivan un aumento de tamaño y peso de las andas, resultando insuficiente este sistema. Será entonces cuando surja la denominada como carga mixta, es decir, sustentada desde dentro y desde el exterior de forma simultánea para aliviar el peso que los cargadores soportaban ya en esos momentos. Finalmente, a lo largo del siglo XVIII y como consecuencia de la evolución formal barroca de los pasos, se impone el sistema de carga interior, aunque en el caso de nuestra localidad, la carga exterior se mantendrá, sobre todo en los pasos de Cristo hasta comienzos del siglo XX. El transporte de los pasos requería a personas acostumbradas a realizar diariamente tareas esforzadas, de gran desgaste físico. En Marchena se optó por contratar para esta labor a las cuadrillas de trabajadores del campo. Era entonces el medio rural la principal fuente de ingresos de la localidad en aquella época. A estos rudos hombres que se metían debajo de los pasos, se les comenzó a llamar “santeros”, siendo este colectivo homólogo al de los costaleros en Sevilla, tratándose en ambos casos de personas vinculadas a la marginalidad, otorgada por la práctica de trabajos de fuerza y carga. El origen de los santeros. “Cruzan las procesiones, pero debajo de los pasos, tan apuestos de relumbríos hay otro mundo de omóplatos y sudores, donde jadean los fornidos de la Santa galera” (Antonio Núñez de Herrera) Rastreando en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, encontramos cuatro definiciones sobre el término santero, a saber: “persona que fabrica imágenes de santos; sacerdote de la santería; persona encargada de cuidar de un santuario y persona que pide limosna en nombre de un santo, llevando a éste de casa en casa”. De las acepciones citadas, quizás en la que podemos encontrar o distinguir el origen del término marchenero santero, sea en la última de ellas. La función de transportar la imagen del santo para disfrute de los devotos podría estar detrás del mismo. El nombre de santero proviene de la expresión popular “sacar santos”. Se trata por lo tanto de una denominación genérica de santo como cualquier imagen sacra sin diferencia alguna entre distintos modelo. De modo que a tenor de lo argumentado, podemos concluir en que el santero era la persona que sacaba santos. Como ya hemos explicado anteriormente, los santeros procedían en su mayoría del mundo agrícola, si bien es preciso señalar que no era infrecuente que hubiera además arrieros, peones camineros, gente de la construcción, panaderos o trabajadores de los mataderos. Eran pues, gente acostumbrada a los trabajos de fuerza y carga. No obstante, por ser el grupo más numeroso y representativo, nos centraremos en las cuadrillas del campo. La población de Marchena se concentraba mayoritariamente en el pueblo pero una parte importante de la misma vivía de forma permanente en el campo, en los cortijos, casillas y chozas, dedicada a la realización de las tareas agrarias. Estos hombres vivían en el campo con sus familias durante toda su vida, sólo venían a Marchena apenas un par de días al año, en Navidad o Feria, o en el caso de tener que visitar a algún familiar enfermo. Analizar este grupo poblacional nos hace reflexionar sobre la difícil realidad económica y social, amén de cultural que estas personas vivían. Básicamente las circunstancias en las que su vida se desarrollaba eran simplemente lamentables, asimilables a la situación en la que hoy día en pleno siglo XXI, vive la población de lo que denominamos Tercer Mundo. Este colectivo social había estado desatendido desde siempre, de hecho las autoridades competentes conocían los problemas que lo aquejaban, sin tomar ningún tipo de medidas. En el oficio de santero se dan dos hechos muy importantes y significativos tanto en el plano social como en lo religioso. Por un lado nos encontramos con el deseo del santero de llevar sobre sus hombros lo sagrado, que contrasta con la realidad sociológica de un oficio propio de gente negativamente considerada. Siempre hubo personas que se metían debajo del paso por promesa. Entonces ser santero penitente era algo anónimo y carente de protagonismo, sin otra razón que la promesa que obligaba a compartir la trabajadera con gentes de otra condición social y con una actitud religiosa diferente. Es lo que algunos llaman la experiencia suprema de encontrarse con uno mismo, con sus tradiciones y con su fe en un instante maravilloso. Pero en conclusión, la mayoría de los santeros de Marchena se metían debajo de los pasos por profesión - era un trabajo pagado -, aunque había otros que lo hacían por vocación - sus padres habían sido igualmente santeros -, y otros, por qué no decirlo, por afición. Aunque evidentemente en todos los casos el hombre recibía el jornal correspondiente que le permitía sobrellevar la dura vida que el medio rural le procuraba. La cuadrilla de santeros. “Al frente de las cuadrillas que se forman en el país para el trabajo en los campos, va un jefe que se llama manijero…” Al frente de la cuadrilla de santeros se situaba la figura del manijero, que era la persona encargada de seleccionar, colocar debajo del paso y dirigir a los santeros. Nadie como él era sabedor de la fuerza y las características de la gente de la cuadrilla, a la que conocía perfectamente por las tareas del campo desempeñadas durante el resto del año. Cuando llegaba la Cuaresma el manijero comenzaba a buscar a los componentes de la cuadrilla del año anterior y en el caso de haber alguna baja, esta se cubría. Nunca la edad del santero era inferior a los 18 años, situándose la media en los 35 años. La cuadrilla solía estar formada por unos cincuenta o sesenta hombres, que habitualmente solían sacar todas las hermandades de Marchena, llegando en algunas ocasiones a dividirse en dos cuadrillas, como ocurría habitualmente el jueves Santo y el viernes Santo. El manijero se encargaba de fijar el correspondiente acuerdo económico con las hermandades. El contrato entre la hermandad y el manijero solía ser de carácter verbal, aunque la mayoría de las hermandades lo solían reflejar en los libros de cuentas. Después de las diferentes negociaciones se establecía un precio o tarifa que se cobraba por igual a todas las hermandades. Solamente al final se estableció un costo por horas de permanencia de la hermandad en la calle. El manijero cobraba el doble que cada santero, dado el ajetreo de tener que organizar la cuadrilla y de reunirse con las diferentes hermandades para negociar. Era responsabilidad del manijero cuidar de que durante el recorrido de cada hermandad, los santeros no cometieran desperfecto alguno, bien por indisciplina, bien por desconocimiento de su cometido. Igualmente era el responsable de cualquier accidente que pudiese ocurrirle al personal durante la estación de penitencia. El manijero cuadraba la cuadrilla a ojo, buscaba los hombres más parejos y los iba alineando de forma decreciente conforme avanzaba de trabajadera, partiendo desde la primera que se situaba en la delantera. Es importante señalar que no realizaba funciones de capataz, ya que esta tarea era realizada por personas de la propia hermandad, generalmente por el Rector o el Mayordomo, que vestían la túnica de la hermandad. Se podría decir que la labor que el manijero desempeñaba estaba más próxima a la de un fiscal propio para los santeros que de otra cosa. Éste no disimulaba a la hora de realizar alardes de malos tratos con el personal: varetazos, blasfemias y patadas estaban a la orden del día. De esta forma reafirmaba su autoridad sobre la cuadrilla de santeros frente a la hermandad. El manijero tenía asegurada, aunque a veces esto no fuera literalmente así, la salida procesional en cuanto a la organización de la cuadrilla de santeros, así como la brega con unos hombres hechos a los trabajos duros de carga y fuerza. El único patrimonio de estos porteadores era su fuerza muscular y por su correcta optimización tenía que velar el manijero a lo largo de toda la Semana Santa. El trabajo del santero. “En la mayoría de las ocasiones se metían debajo de los pasos sin tiempo para poder cambiarse ni tan siquiera poder lavarse la cara”. Los santeros se metían debajo de los pasos después de venir de faenar del campo, sin tan siquiera poder lavarse la cara, pues no tenía tiempo para ello. La falta de higiene unido al penetrante olor a vino, sudor y orín hacían de la atmósfera que se vivía debajo de los pasos de nuestras hermandades algo que lamentablemente llamaba demasiado la atención de la gente. De hecho, actualmente a la mayoría de las personas a las cuales que se les hace referencia a los santeros, lo primero a lo que aluden es a ello. El elemento o herramienta fundamental para que el santero realizara su trabajo debajo del paso era la “cabecera”. Consistía como su propio nombre indica en una especie de almohada rellena de lana o guate que se amarraba con cuerdas a la trabajadera, que estaba situada de forma vertical. La “cabecera” además de amortiguar y fijar el peso impedía el roce de la piel con la trabajadera. Era trabajada por el santero metiendo el cuello y los hombros. Se tiene constancia de la utilización de esta tipología de carga en la localidad gaditana de San Fernando, donde se denomina “almohadón”, siendo utilizada todavía en la actualidad. También en la localidad sevillana de Guadalcanal se utilizaba esta modalidad. La “cabecera” se utilizó por última vez en Marchena la mañana del viernes Santo del año 2008, por la cuadrilla de promesa del paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El andar de los santeros no guardaba ningún ritmo, ni siquiera una compostura mínima. Se avanzaba como se podía intentando optimizar máximamente los esfuerzos que se realizaban. Estos hombres eran en su mayoría analfabetos, pero como coloquialmente suele decirse, de tontos no tenían ni un pelo. Cuando llegaba el momento de mecer los pasos al compás de la música existían dos estilos diferenciados. Estos estilos o ritmos a falta de nombre podríamos denominarlos en términos musicales como compás de 2 X 2 y compás de 2 X 4, pero popularmente eran conocidos como estilo moderno y estilo antiguo o de costero a costero. El primero de ellos, el que en la actualidad se emplea habitualmente, consistía en que los hombres efectuasen las dos maniobras (izquierdo y derecho) al mismo tiempo de dos sones de la música, compases o golpes de tambor. En el segundo de ellos, eran cuatro los tiempos empleados en el mismo movimiento anteriormente referido. Dicho de otra manera, mientras que en el denominado como estilo antiguo, durante un compás de la música, el paso se inclinaba a un costero, en el estilo moderno se inclinaba hacia los dos costeros del paso. En definitiva era el denominado estilo antiguo o de costero a costero el que adoptaron habitualmente los santeros. El mito de la taberna “Las tabernas eran improvisadas oficinas de empleo”. Los santeros se reunían tradicionalmente en las tabernas durante todo el año. En España, los bares son un popular fenómeno social que ha marcado la cultura y las costumbres de numerosas generaciones. Tradicionalmente, estos espacios han sido lugares de encuentro y reunión informal, frecuentados a diario, generalmente por un público masculino. De hecho, es común que todo pueblo, barrio o incluso cada calle importante de una ciudad tenga uno o más bares que son visitados de forma habitual por muchos de los vecinos. Se podría decir que la taberna ha venido desempeñando diversas funciones sociales en la cultura popular urbana como centro de sociabilidad y de contestación pública. Precisamente los lugares de reunión de estos santeros eran las tabernas. Eran puntos de encuentro durante todo el año, dado que como hemos comentado con anterioridad, las cuadrillas estaban formadas mayoritariamente por la gente que trabajaba en el campo, utilizando el espacio que el local les ofrecía para todo: desde reunir a las cuadrillas para pagarles, como por supuesto para beber hasta la embriaguez después de terminar la faena. Las tabernas eran pues improvisadas oficinas de empleo y además se convertían en centros de esa cultura soterrada por la sociedad, ajena a la realidad, que permitió el trabajo de estos hombres en condiciones infrahumanas, a la vez que los criticó con extrema dureza. Tabernas como la del “Cáceres” que estaba situada en los Cantillos justo en el centro de la población, lugar por donde pasaban y siguen pasando todas las hermandades de Marchena. O las tabernas del “Xania” y el “Achazo” en la plaza Vieja. También en la calle Sevilla estaban las tabernas del “Pollo” y el “Biri biri”. Visión antropológica del santero. “Los abuelos no querían ver a sus hijos sufriendo como santeros, las esposas se quedaban en casa sin salir durante la Semana Santa y los niños salían solos”. El trabajo que debajo de los pasos de nuestras hermandades realizaban los santeros estaba generalmente mal visto por la sociedad marchenera, era despreciado y era además infinitamente mal pagado. Hay que tener en cuenta que hasta bien entrado el siglo XX no existía un jornal oficialmente estipulado, lo que permitía a las hermandades y a los propios manijeros cometer continuos atropellos con los santeros. Muestra de ello es como las familias de estos se oponían fuertemente a la realización de dicho trabajo hasta el punto de preferir pasar penurias económicas, antes que ver al marido con los hombros hinchados y ensangrentados al final de la semana. Los abuelos no querían ver a sus hijos sufriendo como santeros, las esposas se quedaban en casa sin salir durante la Semana Santa y los niños salían solos. Atendiendo a su consideración histórico-sociológica, el oficio de santero nace como una actividad marginal propia de gente dedicada a los trabajos de fuerza, como eran las tareas agrícolas. Siguiendo al filósofo Max Weber, este colectivo social podría incluirse dentro de las ocupaciones negativamente privilegiadas, estando sujeto a la categoría de oficio, al libre mercado y a la dependencia económica de un salario. Desafortunadamente el santero no era propiamente un profesional dotado con libertad de acción y con derecho a unos honorarios reconocidos oficialmente. Los testimonios de viejos santeros nos hablan de personas que sacaban de forma ininterrumpida cuatro o cinco pasos: (…después de la Humildad sacábamos al Dulce Nombre y cuando se encerraba la Virgen de la Piedad íbamos a buscar a nuestros compañeros que sacaban la Vera Cruz. Cuando terminábamos cada uno se marchaba a su casa a mojarse los pies y comer algo. A las dos horas sacábamos a Nuestro Padre Jesús hasta las cinco de la tarde. Después nos daba tiempo a mojarnos otra vez los pies y a sacar al Cristo de San Pedro. Ya sólo quedaba el Santo Entierro, ¡cómo pesaba ese paso!, y la Virgen de la Soledad con las “molederas” que duraban hasta la amanecía…) Y es que hay que contar con que en Marchena existía una sola cuadrilla de santeros que sacaba la totalidad de los pasos, estando compuesta por unos 50 ó 60 hombres. Tanto esfuerzo físico requería un aporte energético que rara vez se cubría. Durante muchos años era costumbre introducir debajo de los pasos una bebida hecha con yemas de huevo batidas con vino negro. Esta mezcla proporcionaba las calorías necesarias con que poder soportar las duras carreras de las hermandades marcheneras. Igualmente, existía entorno a los santeros la leyenda negra que hablaba del consumo de vino debajo de los pasos, aconsejando los manijeros a los miembros de las hermandades que no les proporcionasen grandes cantidades de esta bebida a los hombres, porque a las pocas horas tenían que meterse debajo de los pasos de otra hermandad. Hay que tener presente que muchos de estos santeros prácticamente no comían, o hacían de forma precaria una pequeña colación en proporción al desgaste que tenían. Por todo ello, bebían mucho llegando algunos incluso a sufrir lipotimias debajo de los pasos. El suministro de alcohol en estas circunstancias estaba justificado por la extendida creencia de que la ingesta de vino les servía a los santeros como analgésico, ya que el esfuerzo que estos hombres realizaban debajo de los pasos llegaba a ser sobrehumano. En conclusión, el trabajo de los santeros tenía negativas connotaciones sociales. Nadie quería ejercer esa labor y verse obligado a acometerla, era poco menos que una deshonra. La visión a grandes rasgos que en Marchena se tenía del santero, pasaba por considerarlos personajes rudos y sin cultura, que atiborrados de vino sacaban los pasos durante la Semana Santa por dinero. Con el paso de los años y la llegada de los mal denominados como hermanos costaleros, muchos de los antiguos santeros llegaron a meterse bajo las trabajaderas junto a los jóvenes, aunque, eso sí, ahora sin cobrar. Unos lo hicieron por devoción, otros por afición y otros simplemente por inercia y rutina. Los santeros constituyen una parte esencial del legado de nuestra Semana Santa. Eran hombres a los que les tocó soportar la peor parte de la sociedad de la época, y cuyos esfuerzos debajo de los pasos de nuestras queridas hermandades nunca ha llegado a serles reconocido en su justa medida. Nombres como los de José Lobato Pérez “Mangote”, Requena, José Gavira Ramírez “El Cordonero” o Antonio Celada Pérez “Titi”, formaron parte de una época de nuestra Semana Santa que duró prácticamente dos siglos. La desaparición de los santeros. “Las mejoras sociales y económicas determinaron la desaparición de los santeros” A día de hoy parece bastante claro que la desaparición de los santeros de la Semana Santa de Marchena fue por causas económicas principalmente, aunque es cierto que se dieron otros condicionantes para la desaparición de este colectivo. Está claro que cuando en el año 1974 aparecen los hermanos costaleros, sustitutos potenciales de los santeros, en la hermandad de la Borriquita, fueron incorporados por una necesidad puramente económica como es sabido por todos. Esta iniciativa despertó el interés de las maltrechas mayordomías de las hermandades marcheneras que, adoptando esta nueva modalidad, verían aliviadas sus arcas. En relación con esto, se hace necesario referir que últimamente los sueldos de los santeros se estaban dispararon como consecuencia de la falta de disponibilidad de los mismos debido a su gradual desaparición, cuyas causas a continuación abordaremos. Tras la llegada de los hermanos costaleros a la hermandad de la Borriquita, en la referida Semana Santa de 1974, le seguirán al año siguiente las hermandades de la Vera Cruz - paso de Cristo - y de la Soledad - paso de palio - , quedándose estancado el proceso de sustitución de los santeros momentáneamente. Será al finalizar la década de los setenta y en el comienzo de la década de los años ochenta, cuando definitivamente se produzca el trasvase real entre ambas formas en la manera de llevar los pasos en Marchena. Hay que tener muy presentes a la hora de comprender la desaparición del colectivo de santeros, las transformaciones desarrolladas en el medio rural – medio vital y de subsistencia de éstos – a partir de la década de los años sesenta y hasta principios de los ochenta. La introducción de las nuevas tecnologías en las labores tradicionales del campo, fruto de la modernización, hace que la demanda de mano de obra y de los trabajos denominados de fuerza, sea mucho menor cada vez. Como consecuencia de la disminución de la gente que tradicionalmente se venía dedicando a las tareas agrícolas, del que el gremio de los santeros que se nutría principalmente, el número de estos comenzó a menguar de forma alarmante, activando las alarmas en las mayordomías de las hermandades marcheneras. Fue entonces cuando se hizo necesaria la sustitución parcial de estos por otras personas procedentes de otros sectores, siendo el resultado poco satisfactorio. Principalmente se trataba de personas desempleadas, faltas de consideración, con muy poca educación y cultura. Fruto de su comportamiento lamentable, consiguieron durante los últimos años de vigencia de los santeros, borrar de la memoria colectiva a aquellos primeros y sufridos hombres que con toda humildad y durante tanto tiempo habían estado sacando nuestros pasos. La degeneración de los santeros había llegado a tal extremo, que el único objetivo era el de sacar de la forma que fuera, la mayor cantidad de dinero posible. Entonces comenzaron a ser demasiado habituales los desplantes pidiendo más dinero, las borracheras y los insultos desmedidos debajo de los pasos. La situación se fue viciando hasta llegar a la desaparición de los santeros. Es curioso como en pocos años, nos referimos quizás a la última década o poco más de vigencia de los santeros, ante su decadencia descontrolada, consiguieron con ella manchar la memoria sus antecesores, como consecuencia de esa leyenda negra que en los últimos años se ganaron a pulso con su lamentable comportamiento. Ante estas cada vez más penosas circunstancias, las hermandades que en Marchena restaban por implantar el modelo de los hermanos costaleros decidieron adoptarlo al comenzar la década de los ochenta, quedando finalmente el palio de la Virgen de la hermandad de la Vera Cruz, Nuestra Señora de la Esperanza Coronada, del cual curiosamente era capataz Pepe Carmona Ramos, que venía trabajando con los santeros desde el año 1947, siendo la persona que año tras año con los correspondiente manijeros organizaba las cuadrillas para todas las hermandades de Marchena. Los santeros dejaron el testigo definitivamente a los hermanos costaleros después de la Semana Santa del año 1983. Evidentemente habrá gente que discrepe respecto a este planteamiento, pero las evidencias ahí están para el que las quiera tomar e interpretar, y bastante sospechoso es que a día de hoy para poder investigar algo acerca de estos hombres, el único recurso existente sea la tradición oral, ya que nadie hasta estos momentos se ha preocupado de ello y por supuesto menos aún por dejar testimonio documental. Hagan la siguiente prueba: pregunten a una persona de edad razonable por los santeros, y podrán comprobar cómo entre las primeras tres palabras de su respuesta incluirán: degenerado, borracho y maloliente. Conclusiones Como epílogo a este trabajo de investigación, dos son las conclusiones principales a las que hemos podido llegar. En primer lugar debemos dejar suficientemente claro que el santero trabajaba las cofradías y hermandades por una cuestión puramente económica, aunque también se hubiesen dado otros condicionantes, ya abordados anteriormente. Y por otro lado, que este colectivo estuvo tradicionalmente mal visto por la sociedad. Se asociaba la figura del santero con la de un degenerado y un borracho que prácticamente cometía blasfemia debajo de los pasos. Esta realidad no debe de hacernos perder de vista las condiciones infrahumanas en la que estos hombres realizaban su trabajo, aunque no queremos pensar que esto pudiera servir de excusa para comportamientos indecentes debajo de los pasos, que también los había y que por desgracia en la última época fueron demasiados habituales. Su desaparición estuvo vinculada a un cambio de modelo socio-económico, motivado por la sucesión de mejoras que en todos los ámbitos fueron sucediéndose a lo largo de más una década. Ya no existía la necesidad de trabajar en condiciones infrahumanas por un insuficiente estipendio. La gente que siguió dedicándose a sacar los pasos como santero, llegada de los más bajos fondos de la sociedad, no fue por tanto de la misma calidad humana que los anteriores. Los escándalos y peleas económicas con las hermandades se generalizaron hasta tal punto que la situación se tornó insostenible. Si añadimos a ello la aparición de un modelo más económico para las hermandades como era el de los hermanos costaleros, que además estaba mejor visto por la sociedad, el final de los santeros estaba más que asegurado. Cuando en la madrugada del viernes Santo del año 1983 la Virgen de la Esperanza Coronada al mando del recordado Pepe Carmona ponía sus cuatro “zancos” en el suelo de la capilla de la calle San Francisco, se rubricaba definitivamente la historia de estos hombres, a los que el pueblo bautizó como santeros y que durante mucho tiempo fueron una parte elemental para nuestra Semana Santa. A todos aquellos hombres anónimos que con su esfuerzo bajo las trabajaderas hicieron aun más grande nuestra Semana Santa…