La locura del veraneo Carlo Goldoni PERSONAJES: Don Felipe, hombre maduro, acomodado y cordial Jacinta, hija de Don Felipe Leonardo, enamorado de Jacinta, de buena familia pero escaso de fondos Victoria, frívola hermana de Leonardo Don Ferdinando, amigo de don Felipe, aprovechador oportunista Guillermo, enamorado de Jacinta Don Fulgencio, amigo entrado en años de Don Felipe Pablo, mucamo de Leonardo Brígida, mucama de Jacinta Quico y Berto, servidores de Leonardo Doña Sabina, señora mayor, tía de Jacinta y cuñada de don Felipe Doña Constanza, vecina de buena posición, de edad madura Rosita, sobrina adolescente de doña Constanza Tonito, jovenzuelo atontado, enamorado de Rosita Tito, servidor de doña Constanza Beltrán, servidor del padre de Tonito Otro servidor del padre de Tonito Don Bernardino, tío avaro de Leonardo Pascual, sirviente de Don Bernardino Una criada de Constanza PRIMERA PARTE PRIMER ACTO Escena I La acción en casa de Leonardo. Pablo, que está colocando ropas y ropa de cama en un baúl, después Leonardo. Después, Quico, Victoria, Don Ferdinando LEONARDO- (a Pablo) ¿Qué estás haciendo en este cuarto? Hay que hacer un montón de cosas y te estás aquí, perdiendo el tiempo... PABLO- Perdón, niño Leonardo. Me parece que preparar los baúles es una cosa necesaria, ¿no? LEONARDO- Tengo otras cosas más importantes para vos. Que el baúl lo preparen las muchachas. PABLO- A las muchachas las tiene ocupadas la niña Victoria, ni soñar en hacerlas venir... LEONARDO- La culpa la tiene mi hermana, que no tiene límites y querría que toda la servidumbre estuviera siempre a su disposición. Para salir de vacaciones no le alcanza ni un mes para prepararse. Dos mujeres para ayudarla, todo un mes. ¡Puf, es algo insoportable! PABLO- ¿Dos mujeres? Como no le bastaban, trajo dos más para que las ayudaran... LEONARDO- ¿Cómo? ¿Para qué? ¿Le están haciendo algún vestido nuevo? PABLO- No, niño Leonardo, el vestido nuevo se lo hizo la modista. Las otras dos mujeres se ocupan de renovar los vestidos de antes de la niña Victoria. Le hacen chales, capas, blusas, faldas, unos lazos para las capelinas de día, unas cofias para dormir a la noche, le pegan encajes, le bordan los puños...Un montón de ropa...para pasar un mes en el campo... Como si en el campo hubiera que cambiarse a cada rato como en la ciudad. LEONARDO- Sí, tenés razón, al que quiera figurar en sociedad, le conviene hacer lo que hacen los demás. Mucha gente de apellido va a pasar el verano en San Isidro o en Adrogué. Uno tiene que darse con la gente bien y yo tengo que hacer todavía muchas cosas antes de viajar. A ver, controlemos lo que hay y lo que falta. Me temo que los cubiertos sean pocos... PABLO- Dos docenas tendrían que alcanzar... LEONARDO- En principio, sí. Pero...¿quién me asegura que no caerán amigos y más amigos? En el campo la mesa tiene que estar siempre lista. Pensá que, además, hay que cambiar los cubiertos, ¿no? PABLO- Perdóneme, niño, por meterme donde no debo. Pero usted no está obligado a hacer todo lo que hacen los señorones que tienen casas quintas enormes, muchos sirvientes y mucho dinero. LEONARDO- No hay ninguna necesidad de que mi mucamo me venga a dar lecciones. PABLO- Discúlpeme, niño, no hablo más. LEONARDO- En la situación en que me encuentro, tengo que hacer todavía mucho más de lo que esté a mi alcance. Mi casa de campo está al lado de la del señor Don Felipe. Mi vecino es un hombre rico, generoso. Recibe espléndidamente y, si me comparan con él, yo no puedo hacer un mal papel... PABLO- Pues, entonces, haga usted como le parezca mejor. LEONARDO- Te vas ya mismo a lo de Monsieur Gurland, y le pedís de parte mía que me preste dos juegos de cubiertos y seis candelabros. De plata. PABLO- Allá voy. LEONARDO- Después, te vas al almacén y que te den cinco kilos de café, veinte kilos de chocolate, diez kilos de azúcar y un surtido completo de especias para la cocina. PABLO- ¿Tengo que pagar? LEONARDO- No, ahora no. Les dirás que pagaré yo cuando vuelva. PABLO- Discúlpeme, pero el otro día me dijeron que tenía que pagar lo que se debe antes de irse de vacaciones. LEONARDO- No me importa. Les pagaré cuando vuelva, ¿entendiste? PABLO- Muy bien. LEONARDO- Conseguí mazos de cartas como para seis o siete mesas. ¡Ah, y que no falten velas y que sean finas! PABLO- Pero el señor que las vende también dijo que hay que pagarle las que se le deben. LEONARDO- Andá al otro negocio. No son tan lindas pero, paciencia. PABLO- Esas...¿las tengo que pagar? LEONARDO- No, que te den la factura, que se la pagaré cuando vuelva del campo. PABLO- Niño Leonardo, cuando vuelva lo estará esperando una tropa de acreedores... LEONARDO- Me molestás vos más que todos ellos juntos. Hace diez años que trabajás para mí y cada día estás más impertinente. ¡Me vas a hacer perder la paciencia! PABLO- Niño, usted me podrá echar pero, si yo hablo así, es por el afecto que le tengo. LEONARDO- Que tu afecto te haga servirme y no fastidiarme. Hacé lo que te digo y mandámelo a Quico. PABLO (partiendo)- Como usted mande. (En muy poquito tiempo, las grandezas de las vacaciones lo van a hundir en la ciudad, ya lo estoy viendo) LEONARDO- (Yo también me doy cuenta de que estoy gastando más que lo que tengo. Pero lo hacen los demás y yo no puedo ser menos. El muy avaro de mi tío Bernardino me podría ayudar, pero el viejo no suelta un centavo. Pero, según el orden de la vida, mi tío se tiene que ir de este mundo antes que yo y, si no quiere ser injusto con su propia sangre, yo seré su único heredero). QUICO (entrando)- Aquí me tiene a sus órdenes, niño Leonardo. LEONARDO- Tenés que ir a la casa del señor Felipe Gutiérrez Campos. Si está, le das mis saludos y le decís que ya tengo pedido el carruaje y que partiremos al atardecer. Después, pedirás ver a la señorita Jacinta, su hija, diciéndole, a ella o a su mucama, que le envío mis saludos, si pasó bien la noche y que, dentro de poco, iré a verla personalmente. Ah, fijate si, por casualidad, está en la casa el señor Guillermo. Preguntá a los sirvientes si estuvo antes, si ya se fue o si saben que va seguido por ahí. Hacé todo lo que te dije y volvé con las respuestas, ¿sí? QUICO- Así se hará, niño. (Sale) LEONARDO- (No puedo soportar que Jacinta lo trate a Guillermo. Ella dice que lo tiene que tratar para darle el gusto al padre, que es un amigo de la casa, que ella no siente nada por él...Pero yo no tengo por qué creer todo lo que me dicen y esa relación no me causa ninguna gracia... Más vale que yo mismo termine con este baúl). VICTORIA (entrando)- Hermanito, hermanito, ¿es verdad que ya pediste el carruaje y que salimos esta tarde? LEONARDO- Claro que sí. ¿No estaba ya decidido desde ayer? VICTORIA- Ayer te dije que creía que estaría lista para viajar hoy, pero ahora te digo que no estoy lista, así que mandá suspender el carruaje porque, te juro, hoy no podremos viajar. LEONARDO- ¿Y por qué no podremos viajar? VICTORIA- Porque la modista no terminó mi "jardinière". LEONARDO- ¿Qué diablos es esa "jardinière"? VICTORIA- Un vestido, el último alarido de la moda para el campo. LEONARDO- Si no lo terminó, que te lo mande a la quinta. VICTORIA- Ni loca. Me lo tengo que probar y quiero verlo terminado. LEONARDO- Pero nos pusimos de acuerdo para ir hoy con don Felipe y su hija Jacinta... VICTORIA- Lo lamento. Jacinta tiene muy buen gusto y no quiero pasar un papelón delante de ella. LEONARDO- Pero si tenés tantos vestidos...nadie te haría sombra... VICTORIA- No tengo más que trapos viejos. LEONARDO- Pero...¿no te hiciste ropa el año pasado? VICTORIA- Seguro, pero de un año al otro la moda cambia. Claro que me los hice modificar a casi todos, pero no se puede no tener un vestido nuevo. Es una necesidad, sí, una necesidad. LEONARDO- Entonces, este año la moda es la "jardinière". VICTORIA- Vos lo has dicho. El modelo lo trajo Madame Granon de París. Por este Río de la Plata no se lo ha visto todavía y yo quiero ser de las primeras en tenerlo. LEONARDO- ¿Se puede saber qué clase de vestido es? ¿Demora tanto tiempo hacerlo? VICTORIA- No, no, no tanto. Es un vestido de seda, de un solo color, con unos vivos en trencilla de dos colores. Lo importante es el buen gusto al elegir los colores, que armonicen bien, pero que resalten y que no provoquen sacudones visuales. LEONARDO- No sé qué pensar... No me agrada contradecirte pero viajamos hoy, y basta. VICTORIA- ¿Ah, sí? Entonces yo no voy. LEONARDO- Vos te quedás, entonces. Y yo voy igual. VICTORIA- ¡¿Cómo?! ¿Sin mí? ¿Serías tan cruel? LEONARDO- Te vengo a buscar más adelante. VICTORIA- No, no te creo. Sólo Dios sabe cuando vendrías y, si me quedo sola, tengo miedo de que el amarrete de nuestro tío Bernardino me obligue a quedarme con él. Y te juro que, si me tengo que quedar acá, me moriré de rabia, de desesperación, pensando en mis conocidas que disfrutan de las vacaciones en las quintas. LEONARDO- Entonces, decidite a venir. VICTORIA- Hermanito, ¿por qué no vas a lo de la modista y la obligás a que deje todo lo que está haciendo y que termine mi "jardinière"? LEONARDO- No puedo perder tiempo en eso: tengo mil cosas que hacer. VICTORIA- ¡Ay, qué desgracia! LEONARDO (irónico)- ¡Ay, sí, una terrible desgracia! Tener un vestido menos es una desgracia tremenda, intolerable, como para llorar tres días seguidos... VICTORIA- Pues sí, señor, el no tener un vestido a la moda puede empañar la reputación de una señorita de buen gusto. Mirá a Jacinta, cómo se viste. Yo no me puedo permitir que me critiquen, que me traten de anticuada. Me extraña que mi propio hermano me quiera someter a esa humillación. LEONARDO- ¿Tanto lío por un vestido? VICTORIA- Antes que no tener ese vestido para viajar o tener que quedarme aquí, prefiero enfermarme... LEONARDO- Dios quiera... VICTORIA (desdeñosa) - ¿Qué me enferme? LEONARDO- No, que te entreguen el vestido y te quedés tranquila. (Se asoma el sirviente Berto) BERTO- Niño Leonardo, está el señor don Ferdinando, que lo quiere saludar... LEONARDO- Pues que pase, hacelo pasar. VICTORIA (a Berto)- Berto, escuchame bien. Te vas a lo de mi modista y le decís que termine ya, ya, ya mi vestido, que lo quiero tener antes de salir de veraneo. Que, si no lo hace, se las tendrá que ver conmigo y ninguna señorita de la sociedad le va a encargar nunca ningún vestido. BERTO- Voy volando, niña . (Parte). LEONARDO- Por favor, calmate y no te hagás notar con don Ferdinando... VICTORIA- ¿Y a mí, qué me importa el señor Ferdinando? No me cae en gracia ese viejo y me imagino que también este año irá a instalarse en nuestra quinta. LEONARDO- Así parece. Se cree que tendríamos que agradecer su presencia allá. Pero, como siempre se mete donde no lo llaman y es un lengua larga, que lleva y trae chismes, más vale ser discretos con él. Ni se te ocurra mentar lo de tu vestido, porque sería capaz de hacerte caer en el ridículo con nuestras amistades. VICTORIA- Entonces, ¿por qué querés que venga con nosotros ese mal bicho, si ya sabés cómo es? LEONARDO- En el campo hay que estar en buena compañía. Y, cuanto más invitados se tiene, tanto más se te considera y se te respeta. Además, don Ferdinando es un tipo que se adapta a todo.. Juega a cualquier juego, está siempre alegre, dice cosas divertidas, come bien, hace honor a la mesa, se aguanta las bromas y nada le parece mal. VICTORIA- Eso es cierto, en el campo se precisa a alguien así . Pero...¿qué hace que no viene? LEONARDO- Aquí llega, de la cocina... VICTORIA- ¿Qué tiene que hacer en la cocina? LEONARDO- Es un meterete, quiere enterarse de todo: qué se hace, qué se come, para después desparramarlo por todas partes. VICTORIA- Menos mal que de nosotros no podrá decir nada malo. (Entra Don Ferdinando) FERDINANDO- Mis queridos amigos...Les presento mis respetos. VICTORIA- El placer de verlo, don Ferdinando. LEONARDO- ¿Tendremos el gusto de tenerlo con nosotros? FERDINANDO- Sí, seré de la partida. Me tuve que librar del molesto Don Anselmo Arias, ese rico comerciante, que insistía en que tenía que ir a su quinta a pasar este mes... VICTORIA- ¿Pero no se está bien en lo de Arias? FERDINANDO- Y...sí, tiene buen trato, se come bien en su casa. Pero la vida en su quinta es demasiado metódica para mi gusto. Se cena demasiado temprano y hay que meterse en la cama demasiado temprano. VICTORIA- Ay, lo que es yo, no haría esa vida por nada del mundo. Si me tuviera que acostar antes de la madrugada, no podría pegar un ojo. LEONARDO- Usted ya sabe cómo es en nuestra quinta. Se juega, se baila, nunca cenamos antes de las nueve y, entretenidos con las cartas, nos quedamos las más de las veces jugando hasta que se asoma el sol. VICTORIA- Eso sí que es vivir, ¿no? FERDINANDO- Por eso prefiero pasarlo con ustedes y no con Don Anselmo. Además, esa vieja anticuada de su mujer es insoportable. VICTORIA- Ah, sí, quiere dárselas de jovencita... FERDINANDO- El año pasado, durante los primeros días, tuve que hacerle de "chevalier servant", hasta que apareció un mozalbete de veintidós años y la señora se le tiró encima y el muchachito ocupó mi lugar, je. VICTORIA- Es de no creer. ¿Con un chico de veintidós años? FERDINANDO- Tengo que decir la verdad: era un rubiecito, con muchos bucles, blanco y sonrosado como una cándida rosa. VICTORIA- Me asombra que un caballerito así haya aceptado esa situación... FERDINANDO- Mi querida, ya se sabe cómo son esas cosas. Es uno de tantos, de esos que no tienen dinero, que se pegotean aquí y allá, a alguna de esas señoras viciosas, con muchos años y buena posición, que algo les pagan y hasta les dan dinero para jugar. VICTORIA- (Si este viejo chismoso se muerde la lengua, cae muerto, envenenado). FERDINANDO- ¿A qué hora partiremos? VICTORIA- Todavía no estamos seguros. FERDINANDO- Supongo que iremos en un carruaje con cuatro asientos... LEONARDO- He pedido una calesa para nosotros dos, mi hermana y yo, y un caballo para mi mucamo. FERDINANDO- Y yo....¿cómo voy? LEONARDO- Como más le agrade. VICTORIA- Ay, por favor, don Ferdinando irá conmigo. (A Leonardo) Leo, irás en el coche con Don Felipe y Jacinta (haré mejor figura yendo con el viejo que con mi hermano). LEONARDO- (A Victoria) ¿Entonces, vas a venir? FERDINANDO- ¿Por qué esa pregunta? ¿Pasó algo? VICTORIA- Bueno...quizás habría un pequeño inconveniente... FERDINANDO- Si no tienen la seguridad de viajar hoy, díganmelo sinceramente. Si no viajo con ustedes, viajaré con otra persona. Todo el mundo como se debe sale de veraneo y no quisiera que se comentara que me tuve que quedar en Buenos Aires. VICTORIA- (Te comprendo, vejete: para mí también sería un suplicio) (Regresa Quico) QUICO- (A Leonardo) Aquí estoy de vuelta, niño Leonardo. LEONARDO- (A Quico) Vení, apartémonos. (A Don Ferdinando) Perdón, un minuto. QUICO- (A Leonardo) El señor Don Felipe le manda sus saludos y dice que confía en que usted se encargue de los carruajes. La señorita Jacinta está bien. Lo espera y dice que a ella no le gusta viajar de noche. LEONARDO- (A Quico) ¿Y qué pasó con el señor Guillermo? QUICO- Me dijeron que no había aparecido por allí. LEONARDO- (Me alegro, una buena noticia) (A Quico) Te vas a avisarle al señor de los carruajes, que tenga listo todo para las siete. VICTORIA- Pero...¿y si el pequeño inconveniente no se hubiera solucionado? LEONARDO- Si se solucionó o no se solucionó, partiremos a la hora señalada. Vengas o no vengas. FERDINANDO- Yo estaré aquí, listo, listo, para esa hora. VICTORIA- (Lo único que me faltaba...) LEONARDO- (A Victoria) Ya me comprometí, y por una tontería tuya no voy a cambiar de planes. Si hubiera una razón de peso, vaya y pase. Pero, por el capricho de un vestidito, ni soñar. (Sale) VICTORIA- (¡Ay, pobre de mí, en qué situación miserable me encuentro! No soy dueña de mis actos porque para todo dependo de mi hermano. No veo la hora de casarme, así podré hacer lo que se me antoje). FERDINANDO- En confianza, dígame, señorita Victoria, si es que me lo puede decir... ¿qué la hace dudar sobre si viaja o no viaja? VICTORIA- Quico... QUICO- Niña Victoria... VICTORIA- ¿Fuiste a casa de la señorita Jacinta? QUICO- Sí, niña. VICTORIA- ¿La viste? QUICO- La vi. VICTORIA- ¿Y qué estaba haciendo? QUICO- Se estaba probando un vestido. VICTORIA- ¿Un vestido nuevo quizás? QUICO- Nuevito, nuevito. VICTORIA- (¡Qué rabia! Si no tengo el mío, no viajo. ¡No, no y no!). FERDINANDO- (Mmmmm...parece que a ella también le gustaría tener un vestido nuevo...¿Tendrá el dinero para pagarlo? Ya todo el mundo dice que estos dos hermanitos son dos loquitos, que gastan más de lo que tienen y dilapidan en el veraneo en un mes lo que gastarían en un año en la ciudad). VICTORIA- Quico... QUICO- Niña... VICTORIA- ¿Y cómo es ese vestido de la señorita Jacinta? QUICO- Para decirle la verdad, no me fijé mucho pero me parece que es un vestido de novia... VICTORIA- ¿De novia? ¿Qué? ¿Alguien te dijo que se está por casar? QUICO- No, pero me dio la impresión...Porque ahora todo es francés y la modista dijo..dijo...algo así como "jardinière"....que no sé que es.... VICTORIA- (Yo sí que sé lo que es: ella también se ha hecho el "dernier cri" Era imposible que no se lo hiciera) ¿Dónde está Berto? Fijate si lo encontrás. Si no, te vas ya mismo a lo de mi modista y le decís que, sí o sí, antes de que pasen tres horas, quiero tener aquí mi "jardinière". QUICO- ¿Usted también, niña? VICTORIA- ¿Yo también qué? No te metás en lo que no te importa y andá inmediatamente adonde te mandé. QUICO- Sí, niña, salgo corriendo.. (Sale). FERDINANDO- Señorita Victoria, ¿no estará usted dudando en partir por la falta de un vestido, supongo? VICTORIA- ¿Y qué? Si es así, ¿usted cree que estoy equivocada? FERDINANDO- No, no, tiene usted toda la razón del mundo. Es una cosa super-necesarísima. Lo hacen todas, hasta las que no se lo podrían permitir. Dígame, ¿conoce a la señora Aspasia de García? VICTORIA- Sí, ¿por qué? FERDINANDO- Ella también se hizo un vestido nuevo y sacó un crédito para pagar la tela, a cinco pesos por mes. ¿Y la señora Constanza de Giménezz? Dicen que, para hacerse un vestido para el veraneo, vendió unas sábanas de hilo y un mantel bordado que eran de la suegra... VICTORIA- ¿Y por qué hicieron eso? FERDINANDO- Para irse de veraneo. VICTORIA- Y bueno... en el veraneo todos te juzgan por la ropa....Yo no sé qué haría si fuera una de esas dos señoras, ¿no? Este....don Ferdinando, ¿le puedo pedir que me acompañe? FERDINANDO- ¿A dónde? VICTORIA- A lo de mi modista, a exigirle con todo rigor que me termine el vestido y me lo entregue ya, ya. FERDINANDO- ¿Pero qué? ¿No se lo puede reclamar usted sola? VICTORIA- Y según usted, ¿cómo tendría que hacerlo? FERDINANDO- Perdóneme, pero es muy simple: se lo paga ahí mismo y ya está. VICTORIA- Se lo pagaré cuando yo vuelva del veraneo. FERDINANDO- Pero si se lo paga enseguida, se lo entregará cuando usted quiera. VICTORIA- Yo lo pago cuando se me antoja y quiero que me lo entregue cuando se me antoja. FERDINANDO- (¡Qué hermosa costumbre! Es un ejemplo esta muchacha...) Señorita Victoria, excúseme, pero tengo que terminar mi equipaje... Hasta lueguito, entonces. (Saluda y se va) Escena II Habitación en casa de Don Felipe Gutiérrez Campos. Se acaban de encontrar Don Felipe y Guillermo. Después, Jacinta, Brígida y Leonardo FELIPE- Oh, joven Guillermo Andrade, qué placer el verlo por aquí.... GUILLERMO- El placer es mío, Don Felipe. Supe que hoy se va al campo y vine a desearle buen viaje y buenas vacaciones. FELIPE- Estimado amigo, muchísimas gracias por su atención. Sí, hoy nos vamos. Antes, cuando era joven, iba al campo sin esperar que llegara el verano y no estaba obligado a pasar allá todo un mes... GUILLERMO- ¿Y por qué no lo hace ahora? FELIPE- Sí, podría hacerlo. Pero a mí me gustan las buenas compañías, me gusta disfrutar de la gente. Si se me ocurriera ir a la quinta en invierno, ni el perro me acompañaría. Mi hija Jacinta, mucho menos. Es lo único que tengo en el mundo y quiero darle los gustos. Entonces, vamos de veraneo cuando van todos los demás. Usted, ¿dónde irá este año? GUILLERMO- No sé, no lo tengo decidido (¡Ay, cómo me gustaría ir con él, con su adorable hijita Jacinta!). FELIPE- Su padre acostumbraba a ir a Córdoba... GUILLERMO- Así es, tenemos campos allá. Pero ahora soy yo solo y estar solo en el campo es morirse de aburrimiento. FELIPE- ¿No le agradaría venir con nosotros? GUILLERMO- Sería un honor, pero...no quisiera abusar de su gentileza... FELIPE- Yo no soy un hombre de hacer cumplidos. Si acepta venir, le ofrezco una cama cómoda, una mesa más o menos y un corazón abierto a los buenos amigos. GUILLERMO- No sé qué decirle...Don Felipe, es usted tan generoso que me parecería una ingratitud no aceptar su invitación. FELIPE- Ni una palabra más, entonces. Venga cuando quiera y quédese con nosotros hasta cuando quiera. GUILLERMO- ¿A que hora piensan salir? FELIPE- No lo sé. Consúlteselo a Leonardo Piedrabuena. GUILLERMO- Ah...¿Leonardo va con ustedes? FELIPE- Sí, nuestras quintas están muy cerca una de la otra. Iremos con él y con su hermana. GUILLERMO- (Esa gente no me gusta para nada. Pero ni siquiera así puedo perder la ocasión de estar con Jacinta). FELIPE- ¿Tiene algún problema? GUILLERMO- Ninguno, don Felipe. Estoy pensando si me conviene más un coche de alquiler o, como estoy solo, ir a caballo. FELIPE- Vamos a hacer así. Nosotros somos tres y vamos en un coche para cuatro. Usted se viene con nosotros. GUILLERMO- Perdón si soy indiscreto pero...¿quién es la cuarta persona? FELIPE- Una cuñada mía, viuda, que viene como "chaperon" para mi hija. No vaya a creer que mi Jacinta precisa que la cuiden, que es una muchacha muy juiciosa, pero es mejor, por lo que puedan decir, que la acompañe una señora mayor. GUILLERMO- Me parece de lo más acertado (ya veré yo cómo me gano el aprecio de la vieja). FELIPE- Entonces, si está decidido a venir, vaya y dígale a Leonardo que no comprometa con nadie ese lugar, que es suyo, mi amigo. GUILLERMO- ¿No podría usted mandar a uno de sus sirvientes? FELIPE- Los tengo ocupados a todos. Perdóneme, pero no creo que sea una tarea tan difícil para usted... GUILLERMO- No, no lo tome a mal...pero tenía que hacer una pequeña diligencia. Pero faltaba más: ya voy yo mismo a avisarle a Leonardo (me importa un pito lo que pueda pensar Leonardo y no tengo por qué explicarle nada) Hasta luego, Don Felipe. (Sale) FELIPE- (Ahora que lo pienso mejor...no quisiera que me criticasen porque invito a un joven para que viaje con nosotros, teniendo una hija en edad de merecer. Pero, si muchos lo hacen, ¿por qué me criticarían a mí solo? Podrían también hablar porque viene Leonardo y porque, aunque soy viejo, viene también su hermana. Pero..t.an, tan viejo no soy y podrían insinuar algo... De todos modos, mi hija es una muchacha muy bien educada y nunca daría motivo para que hablen mal de ella. ¡Ah, aquí llega, angelito del Señor!). JACINTA (entrando)- Ay, papá, necesito que me dé algo más de dinero... FELIPE- ¿Para qué lo necesita, m´hijita? JACINTA- Para pagar el guardapolvo de seda para protegerme del polvo durante el viaje. FELIPE - (¿Será posible? Pagar, pagar y pagar) ¿Tiene que ser de seda? JACINTA- Pero por supuesto, papá. Sería muy mal visto si usara un guardapolvo de percal. Tiene que ser de seda. Ah, y con capucha. FELIPE- ¿Con capucha? JACINTA- Sí, papá. Por si hace frío o está muy húmedo. Con capucha. Así que sea bueno y deme el dinero. BRÍGIDA- Si el señor Don Felipe supiera cuánto gastan las otras.... JACINTA- O sea que tengo que agradecerle a mi hija cuánto me hace ahorrar, ¿no? BRÍGIDA- Le aseguro, señor, que ninguna señorita de la sociedad gasta menos que ella. JACINTA- Papá, me conformo con lo estrictamente necesario. Nada más. FELIPE- Está bien, vamos a mi escritorio que te daré lo que me pedís. Pero sería bueno que pensaras un poco más en tu economía, que, si te casás, va a ser difícil que encontrés un marido con la billetera siempre dispuesta como tu padre. JACINTA- ¿A qué hora salimos? ¿Quién va con nosotros? FELIPE- A eso de las siete. En el coche iremos vos, yo, tu tía, y un caballero que ya conocés, amigo mío. JACINTA- Un viejo, seguro. FELIPE- ¿Te incomodaría que fuera un viejo? JACINTA- Ni me va ni me viene. Basta con que no sea un marmota, un aburrido. FELIPE- No, es un joven. JACINTA- Tanto mejor. FELIPE- ¿Por qué "tanto mejor"? BRÍGIDA- Porque los jóvenes son más divertidos, más alegres... JACINTA- ¿Y quién es ese joven? FELIPE- Guillermo Andrade. JACINTA- Ah, sí, es un muchacho agradable. FELIPE- Supongo que Leonardo irá en calesa con su hermana. BRÍGIDA- Y yo, ¿con quién voy? FELIPE- Irás como de costumbre, en un coche grande y abierto, con el resto de la servidumbre y los sirvientes del señor Leonardo. BRÍGIDA- No me gusta ir amontonada con tanta gente. El año pasado me mareé y casi me caigo del carro. FELIPE- ¿Pretendés que te alquile una calesa? BRÍGIDA- No tanto...¿con quién viaja el mucamo del señor Leonardo? JACINTA- Justo. El mucamo de Leonardo viaja siempre en un sulky, acompañando a su patrón. Pobre Brígida... Papá, haga que viaje con él. FELIPE- ¿Con el mucamo? JACINTA- ¿De qué tiene miedo, papá? Brígida es una chica seria y estamos nosotros... BRÍGIDA- Le juro, señor Don Felipe, que subo al coche, me pongo a dormir y ni lo miro a la cara. JACINTA- Me parece justo que mi mucama viaje a la par de nosotros, papá. BRÍGIDA- Por favor, señor Felipe... JACINTA- Papá.... FELIPE- Está bien (No sé decir que no, nunca seré capaz de decir que no). (Sale) JACINTA- ¿Estás contenta? BRÍGIDA- Mil gracias, niña. Pero, digo yo, ¿qué pasará con el señor Leonardo? JACINTA- ¿Respecto a qué? BRÍGIDA- Respecto al señor Guillermo. Usted sabe lo celoso que es el señor Leonardo y, si lo ve en el carruaje con usted... JACINTA- Que se las aguante. BRÍGIDA- Se va a enojar... JACINTA- ¿Con quién? BRÍGIDA- Con usted. JACINTA- ¿Y qué? Le he hecho pasar peores momentos. BRÍGIDA- Perdóneme, niña, pero el pobrecito se desvive por usted. JACINTA- Pero si yo no lo quiero mal... BRÍGIDA- Pero él tiene la ilusión de casarse con usted. JACINTA- ¿Quién te dice que eso no ocurra algún día? BRÍGIDA- Ya que las intenciones de él son buenas, ¿qué le cuesta ser más gentil con él? JACINTA- Precisamente previendo ese matrimonio, quiero acostumbrarlo desde ahora a que no sea celoso, a que no limite mi libertad. No quiero ser esclava de nadie. O me quiere como soy o no me quiere. Si no me quiere, que siga por su camino. BRÍGIDA- Niña, me parece que no está muy enamorada del señor Leonardo. JACINTA- Puede que no sepa si lo amo mucho o más o menos. Creo que nunca quise a nadie como a él. Pero no me voy a casar para llevar una vida desgraciada. BRÍGIDA- Niña, eso no es amor... (pausa) Me parece que viene alguien. JACINTA- Fijate quién es. (Brígida se asoma a la puerta) BRÍGIDA- El señor Leonardo... JACINTA- ¿Y por qué no entra? BRÍGIDA- ¿Y si se enteró del señor Guillermo? JACINTA- Tarde o temprano, lo iba a saber... BRÍGIDA- Me huele mal: no viene....¿Voy a ver qué pasa? JACINTA- Sí, y hacelo venir. BRÍGIDA- (No me importa si este Leonardo viene o no, a mí el que me interesa es su mucamo) (Sale) JACINTA- (Sí, puede ser que lo ame, que lo aprecie, pero los celos me resultan insoportables) (Entra Leonardo) LEONARDO (contenido)- ¿Cómo está, Jacinta? JACINTA (reservada)- Ya me ve, muy bien. LEONARDO- Perdóneme si mi presencia la incomoda.. JACINTA (irónica)- Pero faltaba más, señor ceremonioso... LEONARDO- Vine a desearle buen viaje. JACINTA- ¿Viaje a dónde? LEONARDO- Eh... a la quinta, al campo. JACINTA- ¿Y usted no va a ir? LEONARDO- No. JACINTA- ¿Puedo preguntarle la razón? LEONARDO- Porque no quisiera molestarla con mi presencia. JACINTA (irónica)- No diga eso, usted, que es tan divertido, tan gracioso... LEONARDO- El gracioso no soy yo sino el que la va a acompañar en el coche. JACINTA- Yo no tengo nada que ver con eso. El que manda es mi padre y puede hacer que nos acompañe quien se le ocurra. LEONARDO- Pero la hija de su padre lo acepta de muy buena gana. JACINTA- No sabía que usted sabe leer los pensamientos. LEONARDO- Se lo digo directamente: esa persona no me cae bien. JACINTA- ¿Por qué me lo dice a mí? Dígaselo a papá... LEONARDO- No tengo la confianza con él... Pero usted, Jacinta, si le interesara mi compañía, encontraría la manera de... JACINTA- ¿Ah, sí? ¿Cómo, por ejemplo? LEONARDO- Invente algo que demore la partida...no sé. Algo que demuestre que me tiene algo de la estima que yo le profeso... JACINTA- Claro, y así exponerme al ridículo. LEONARDO- Más vale diga que yo no le importo. JACINTA- No es eso, es que no quiero ponerme en la boca de todo el mundo. LEONARDO- ¿Sería para usted un drama no ir un año de vacaciones? JACINTA- Ay...¿y qué dirían de mí mis amistades en Buenos Aires? ¿Y qué dirían los habitués de las quintas de San Isidro? No podría mirar a nadie a la cara.... LEONARDO- Si es así, haga como le parezca. Vaya, diviértase y que le aproveche. JACINTA- Pero, Leonardo, si usted también vendrá... LEONARDO- No, señorita, se equivoca. JACINTA (amorosa)- Vamos...sí que vendrá. LEONARDO- Pero no con ése. JACINTA- Pero...¿qué le ha hecho Guillermo Andrade? LEONARDO- No lo puedo ver. JACINTA- Entonces, el odio que siente por él es más importante que el amor que usted dice sentir por mí. LEONARDO-No. JACINTA- Tengo que pensar, entonces, que está celoso... LEONARDO- Sí, soy celoso, estoy celoso. JACINTA- Ahí está la razón. Esos celos son para mí una ofensa. Si yo le diera motivo, sería una coqueta, una cabeza hueca, una frívola....Leonardo, yo le tengo afecto, conozco mi deber y no admito celos ni quiero caer en el ridículo. Y no pienso privarme del veraneo. (Sale) LEONARDO- (¡Que el diablo te lleve! No vas a ir de veraneo. Maldito sea el veraneo. A este individuo lo conoció aquí y ahora se va con él de veraneo. Que mi hermana se jorobe. No habrá veraneo para nosotros este año. Está decidido). (Sale) SEGUNDO ACTO Escena I En la habitación de Leonardo. Victoria y Pablo, después Leonardo y Don Ferdinando VICTORIA- Bueno, basta. Que las muchachas terminen lo que están haciendo y yo lo ayudo a terminar con el equipaje de mi hermano. Rápido, así cuando él llegue, estará todo listo. PABLO- ¿La modista le terminó el vestido, niña? VICTORIA- Sí, pero es la última vez que le encargo algo. PABLO- ¿Qué? ¿Se lo hizo mal? VICTORIA- No, está perfecto. Más de una me lo va a envidiar... Pero la modista es una impertinente: pretendía que le pagara enseguida. PABLO- Perdón, pero ella me había dicho que ya le debía mucho dinero... VICTORIA- Se le pagará todo cuando volvamos del veraneo. En el campo se juega mucho y yo tengo mucha suerte en el juego... y seguro que le hubiera pagado con lo que gane, así no hubiera molestado a mi hermano pidiéndole dinero para pagar el vestido. PABLO- Entonces, está todo bien. VICTORIA- No, porque me quedé sin un centavo. ¿Con qué dinero voy a jugar? Ya que usted le maneja las cuentas a mi hermano, ¿no puede encontrar la manera de...de adelantarme algo de lo que él tendría que darme para mi ropa del año que viene? PABLO- Niña Victoria, es cierto que soy mucamo y administrador, todo por el mismo sueldo que, dicho sea de paso, hace seis meses que no cobro. Pero el dinero del que se dispone en esta casa es más bien escaso... VICTORIA- ¿Y entonces? PABLO- Habría que hacer más economías. Si no, su hermano se verá en dificultades. Por ejemplo, olvidarse del veraneo. VICTORIA- Como se ve que usted no es una persona de la sociedad. Haga economía aquí, en lo que se come, en lo que se les paga a los sirvientes, en cualquier cosa. Menos en el veraneo, que para mí es sagrado. PABLO- ¿Entonces? VICTORIA- Entonces terminemos con este baúl, que allí llega mi hermano. (se apresuran ambos a llenar el baúl). LEONARDO (al entrar)- (Ay, si pudiera disfrazar mis sentimientos. Pero...que no se me note que estoy furioso). VICTORIA- ¡Hola, Leo! Te estamos terminando tu baúl. LEONARDO- No hay apuro. Es posible que demoremos la salida. VICTORIA- ¿Cómo? Si yo ya tengo mi "jardinière"... ¿Saldremos mañana temprano? LEONARDO- No lo sé. VICTORIA- ¿Me querés volver loca? ¿A qué se debe todo esto? ¿Jacinta viaja? LEONARDO- Es probable que ella tampoco viaje. VICTORIA- Ah, claro, como ella no va, el noviecito tampoco. Pero yo, ¿qué tengo que ver? LEONARDO- Calma, saldremos cuando yo lo decida. VICTORIA- Es injusto. Si me tengo que quedar en Buenos Aires por culpa de Jacinta, ya me va a oír... LEONARDO- Ese no es un razonamiento de señorita de buena familia. (A Pablo)¿Y vos qué hacés ahí, tieso como una estatua? PABLO- Espero órdenes. ¿Termino de preparar el baúl o deshago el equipaje? VICTORIA- Termínelo. LEONARDO- Podés empezar a vaciarlo. (Pablo empieza la tarea) VICTORIA- Yo tiraría todo por la ventana. LEONARDO- Podés empezar con tu "jardinière". Pablo, el café, el chocolate, el azúcar, las especias, ¿dónde están? ¿Los pagaste? PABLO- En un cajón en la cocina. Pero no están pagados. ¿Con qué los iba a pagar? Casi me matan antes de dármelos al fiado... LEONARDO- Pues vas y los devolvés, y avisá al de la cochería que el viaje queda cancelado. VICTORIA- (Sin veraneo, me caigo muerta, me hago monja) PABLO- Me parece muy bien, niño Leonardo. Hay que hacer economías. LEONARDO- Usted se calla la boca que no es quién para darme consejos, ¿entendiste? PABLO- Usted es el que manda (esto no es economía, aquí hay gato encerrado). (Se retira) VICTORIA- A que te peleaste con Jacinta... LEONARDO- Esa mujer es indigna del amor mío y te ordeno que no la tratés nunca más. VICTORIA- Lo que pensé. Me quedo sin veraneo por culpa de esa desgraciada y todas mis amistades se reirán de mí. Peor todavía si ella va y yo no. LEONARDO- No irá porque ya di la orden para suspender los coches, que me había encomendado don Felipe. VICTORIA- ¿Y don Felipe no puede volver a pedirlos? LEONARDO- No, porque he hecho que le digan cosas que, si no es un burro, harán que su hijita se quede sin veraneo. VICTORIA- Ya me la veo por Palermo con su "jardiniére". Me le reiré en la cara, LEONARDO- Te dije que no le hablaras más. VICTORIA- ¡Bah! Yo sé burlarme de la gente sin abrir la boca. (Entra Don Ferdinando, listo para el viaje) FERDINANDO- Hola, hola, hola. Aquí me tienen, listo para la partida. VICTORIA- ¡Qué suerte! Hizo bien en venir más temprano. LEONARDO- Mi estimado amigo, lo lamento infinitamente pero, por un asunto muy importante, tenemos que postergar el viaje al campo. FERDINANDO- ¡Oh, qué picardía! ¿Saldremos mañana, entonces? LEONARDO- Puede que mis intereses aquí me obliguen, por este año, a no ir de veraneo... FERDINANDO - (Pobre diablo...¿Intereses? ¿No será más bien escasez de dinero?) VICTORIA- (¡Ay, ay! Me corre un sudor frío por todo el cuerpo...) LEONARDO- De todos modos, usted puede ir con Don Anselmo Arias... FERDINANDO- No, Don Anselmo no contará con mi presencia. Iré con don Felipe y su encantadora hija Jacinta. VICTORIA- Pero alguien me dijo que Jacinta tampoco viajaría... FERDINANDO- Acabo de dejarlos y sé que han encargado los coches para las siete. VICTORIA- ¿Qué me dice mi hermanito? LEONARDO- (Don Fulgencio no habrá hablado todavía con Don Felipe...) FERDINANDO- ¡Oh, sí! En casa de Don Felipe no se fijan en gastos... VICTORIA (a Leonardo)- ¿Oyó, señor Leonardo? LEONARDO- Sí, ya oí demasiado. Me doy cuenta de sus ironías, señor. Usted ha estado en mi casa, aquí y en el campo, y no se ha muerto de hambre. Si no voy de veraneo, tengo mis motivos y no tengo por qué rendirle cuentas a nadie. Vaya usted con quien le plazca y no se tome más la molestia de venir a esta casa (viejo insolente, aprovechado, abusador y chismoso). (Sale) FERDINANDO- Pero...¿le agarró un ataque de locura a su hermano? VICTORIA- Me parece que usted insinuó que no viajábamos por falta de dinero... FERDINANDO- ¿Yo? ¿Justamente yo, que me haría descuartizar por mis amigos? ¿Yo, que defendería la reputación de ustedes a pistoletazos? ¡Qué diferencia con ese viejo loco de Don Felipe, que gasta en los caprichos de su hija una fortuna! Ustedes sí que tienen cordura, saben adaptarse a los momentos difíciles... VICTORIA- No sé a qué se refiere....Por casualidad, ¿Jacinta no le mostró el vestido nuevo? FERDINANDO- Por supuesto que sí. ¡Es hermosísimo! VICTORIA- ¿Le pareció más lindo que el mío? FERDINANDO- Bueno...tanto, no. Pero va a dar el golpe en las reuniones en el campo. VICTORIA- ¿Jacinta se va de veraneo? FERDINANDO- ¡Oh, sí! Y este año será más espléndido que nunca, con tantas señoras y señoritas de la sociedad porteña, un torneo de elegancia, seguro. Y mucha juventud, muchos bailes, muchos noviazgos, muchas cenas. Estoy seguro de que nos vamos a divertir como locos. VICTORIA- (Mientras tanto, yo voy a barrer las calles de Buenos Aires con el ruedo de mi "jardinière") FERDINANDO- (Me encanta ver cómo se pone verde de envidia, pobre tontuela, ¡me encanta!) Bueno, entonces parto con Don Felipe y Jacinta. Lástima que no nos veamos en el veraneo. VICTORIA- Puede que sí, nunca se sabe (viejo sarnoso, intrigante) Hasta pronto, Don Ferdinando. FERDINANDO- Hasta pronto si...Dios quiere, mi joven amiga (si esta tilinga no sale de veraneo, se nos muere antes de fin de mes, je, je) (Sale). VICTORIA- (Esto no queda así. Tengo que saber si Jacinta va o no va. Si a mi hermano no le gusta, que se las aguante. Soy joven, soy linda y no voy a cambiar mi manera de ser: quiero salir de dudas por mí misma y me voy a la casa de Don Felipe.) Escena II Sala en casa de Don Felipe. Don Felipe y Brígida. Después, Jacinta, Don Fulgencio, Victoria BRÍGIDA- ¿Así que el señor Leonardo mandó decir que por ahora no viaja? FELIPE- También dio órdenes a la cochería para que no envíen los carruajes. Los de él y los míos. Como si tuviera miedo de tener que pagar los que serían para mí... No esperaba de él semejante muestra de mala educación... BRÍGIDA- ¿Entonces? FELIPE- Entonces, que confirmé mis coches. BRÍGIDA- ¿Y yo? FELIPE- Irás en un coche de línea. BRÍGIDA- ¡Ay! Pero....¿no viaja también el señor don Ferdinando? ¿No puedo ir con él? FELIPE- Si quiere venir, que se alquile un coche y, si te acepta, vas con él. BRÍGIDA- Pero, señor, si usted lo invitó y es como si invitara al jardinero para que le cuide el jardín o al pintor para que le pinte la casa. El señor Ferdinando es divertidísimo, cuenta chistes, y chismes, anima cualquier reunión. FELIPE- Te felicito, Brígida, por tu astucia. Así se hará, entonces....Oigo ruido en la sala. Asomate a ver quién es. BRÍGIDA (va y vuelve inmediatamente)- Es el señor Fulgencio. Voy a ver qué quiere. (¿No querrá también veranear en casa ajena? ) (Sale) JACINTA (entrando)- Papá querido, estas horas no son de recibir visitas. Tengo que cambiarme para el viaje y tenemos que comer algo antes de salir. FELIPE- Pero yo tengo que saber qué quiere de mí mi amigo Don Fulgencio. JACINTA- Ay, papá, es un viejo molesto, no lo tolero. Hacé que se vaya enseguida. Ahí viene. Yo me voy (Carcamán insoportable, siempre dando lecciones de economía o de moral. Me quedaré cerca para saber si ese viejo zoquete tiene que decir algo sobre mí). (Sale) (Entra Don Fulgencio) FULGENCIO- Buenas tardes, Felipe. Un gran gusto el saludarlo. FELIPE- Lo mismo digo. ¿Qué buenos vientos lo traen por aquí? FULGENCIO- Verlo y desearle un buen viaje, un buen veraneo. FELIPE- ¿No se animaría a acompañarnos? FULGENCIO- No lo tome a mal, le agradezco pero yo a mi quinta voy en cualquier época y me gusta ir solo, sin tanta reunión y tanta ceremonia como hay que aguantar durante el verano. FELIPE- A mí, en cambio, me gusta la gente, la compañía, el movimiento. No podría estar solo. FULGENCIO- Me parece muy bien, que cada uno haga lo que le agrada. En su caso, siempre que no se le mezcle en esa compañía alguna persona que después lo haga quedar mal, que provoque habladurías... FELIPE- Me está dando mala espina lo que me dice, estimado amigo... FULGENCIO- Nos conocemos desde hace años y usted sabe cómo lo estimo. Por eso, permítame decirle que, aunque siempre le he prestado el dinero que me ha pedido, y que siempre me ha devuelto, me inquieta que usted me lo pida para hacer frente a sus gastos del veraneo, invitando gente que tal vez no lo merezca y llevando una vida de, perdón, de despilfarro. Gente que es capaz, después de haber pasado un mes a su costa, de sacarle el cuero. FELIPE- ¡No me diga! Pero piense que tengo una buena posición, todavía, solo tengo que casar a mi hija y tengo lo suficiente como para que a ella no le falte nada y para mantenerme dignamente hasta que me vaya de este mundo, Fulgencio. Pero, ¿de dónde saca que hay gente que pueda hablar mal de mí? FULGENCIO- Tiene usted una hija casadera y hay quien la quiere bien, y la quiere por esposa. Pero si en el veraneo la acompaña en el coche y en la quinta cierto tipo de mozalbete de no muy buena reputación....la gente hablará, ¿comprende? FELIPE- ¿Se refiere a Guillermo Andrade? FULGENCIO- Me refiero a cualquiera en esas condiciones. FELIPE- Porque, si de Guillermo se trata, es un muchacho de buena familia, buena persona... Y mi hija.... FULGENCIO- Es una muchacha joven.... FELIPE- Joven, pero reservada, discreta... FULGENCIO- Es mujer... FELIPE- Pero la acompañará mi cuñada Sabina, una señora seria, mayor... FULGENCIO- ¡Ay, sí! Pero hay señoras mayores mucho más locas y necias que las jóvenes... FELIPE- Fulgencio, me pone usted en un aprieto...Y dígame, ¿quién es el hombre que pretende a Jacinta? FULGENCIO- No se lo puedo decir. Por ahora... FELIPE- ¿Por qué? FULGENCIO- Porque no quiere que se sepa. Por ahora... FELIPE- ¿Y qué tendría que hacer yo? FULGENCIO- Suspender el veraneo. FELIPE- ¡Ah, no! Estoy demasiado acostumbrado a pasar un mes en la quinta y, además, mi hija me fulminaría. FULGENCIO- Encuentre la forma para hacer que este muchacho Andrade no vaya...No querrá usted espantar a un buen partido, por culpa de ese hombre y de que usted no sabe imponerse a su hija. FELIPE- Pero Jacinta no tiene nada que ver. Fui yo quien lo invitó a Guillermo. FULGENCIO- Tanto mejor: dígale que no vaya. FELIPE- Tanto peor: no tengo el coraje... FULGENCIO- Hágalo y todo saldrá bien. Me voy, y perdóneme, querido amigo Felipe, por la libertad que me he tomado... FELIPE- No, mi amigo. Le estoy agradecido....Adiós. FULGENCIO (al salir)- (Creo haberle hecho un favor a Leonardo. Pero, sobre todo, pienso que he servido a la verdad, a la razón y al interés y buen nombre de mi amigo Felipe). (Sale) FELIPE- (¿Me conviene, entonces, decirle a Guillermo que no venga? ¿Aun a costa de perderme el veraneo?) (Entra Jacinta) JACINTA- Menos mal, ya se fue el entremetido ése. ¿Vamos a comer? FELIPE- No todavía. Llamame un sirviente, tengo que mandarlo a un sitio... JACINTA- ¿Adónde? FELIPE- Sos demasiado curiosa. Lo mando adonde se me ocurre. JACINTA- ¿Por algo que le chismoseó el señor Fulgencio? FELIPE- Te estás tomando conmigo una libertad que no te conviene. JACINTA- ¿Quién se lo dijo? ¿El señor Fulgencio? FELIPE- Basta, Jacinta y salí de aquí. JACINTA- ¿Eso le dice el papá a su hijita, a su Jacinta? FELIPE- (Ay, no puedo hacerme el padre riguroso. No me sale) JACINTA- (Me juego la cabeza que Leonardo se ha servido del viejo Fulgencio para jugarme una mala pasada. Pero no se saldrá con la suya) FELIPE- ¿Y el sirviente? JACINTA- Ya lo llamo. ¿A dónde era que lo mandaba, papá? FELIPE- ¡Qué curiosidad malsana! A lo de Guillermo. JACINTA- ¿Para qué? ¿Tiene miedo que no venga? Ya vendrá. Y, si no viene, que se embrome. FELIPE- ¿Qué se embrome? JACINTA- Claro, padre, tendremos más libertad y podría venir Brígida en su lugar en el coche... FELIPE- ¿No preferirías una compañía más alegre, más divertida? JACINTA- Por favor, papá, si ni se me ocurre. Si fue usted el que lo invitó... FELIPE- (Esta hija mía tiene más sentido común que yo) ¿Y el muchacho, el sirviente? JACINTA- Lo busco yo. ¿Qué tiene que decirle a Guillermo? FELIPE- Ehhhh....que no se moleste en venir. JACINTA- ¡Qué hermoso mensaje! FELIPE- Bueno, que le diga que tu mucama viene en el coche con nosotros y no hay lugar para él. JACINTA- ¡Bravo, papá! ¡Cada vez mejor! FELIPE- ¿Me está tomando el pelo, señorita? JACINTA- Ay, papá, pero eso es ridículo. ¿Qué va a pensar Guillermo? Y, si lo comenta, ¿qué van a pensar nuestras amistades, eh? FELIPE- Ah, para vos es mejor que venga un joven con nosotros... JACINTA- Yo no tengo nada que ver. Usted lo invitó. FELIPE- Ya que metí la pata, yo mismo le encontraré remedio. JACINTA- Cuidado, padre, que a veces el remedio es peor que la enfermedad. Si Guillermo no viene, no faltará quien diga que éramos novios y nos peleamos o que usted se dio cuenta de algo sospechoso. Mañana estaremos en boca de toda la gente fina de Buenos Aires. FELIPE- ¿Y si no vamos de veraneo? JACINTA- En cierto modo, podría ser la solución. Pero imagínese, papá, lo que dirán de usted, por ejemplo que se ha quedado en la calle, que no tiene con qué pagarse el veraneo, que su hija, pobrecita, dejará de figurar en las reuniones sociales y, si no se la ve, ¿con quién se va a casar? Con algún muerto de hambre como el padre... FELIPE- ¿Qué hacemos? JACINTA- Ya que el mal está hecho, dejemos todo como está. Pero que le sirva de escarmiento, papá, para que no invite así nomás a cualquiera, a pasar el veraneo con nosotros. FELIPE- (¡Qué sensata es esta hija mía!) Tenés razón. A lo hecho, pecho. JACINTA- ¿Vamos a comer, papá querido? FELIPE- Vamos, m´hijita. (Sale) JACINTA- Ya voy, papá. (Me importa un rábano Guillermo. Pero no puedo permitir que Leonardo se salga con la suya. Si me quiere, que me quiera como soy y no como una esclava sometida). (Entra Brígida) BRÍGIDA- Niña Jacinta, tiene una visita: la señorita Victoria. JACINTA- ¿Le dijiste que estaba? BRÍGIDA- ¿Qué? ¿Tenía que decirle que no estaba? JACINTA- Que pase. Es una tilinga insoportable, pero quiero saber si se van o no de veraneo. BRIGIDA- Solamente me enteré de que se hizo un vestido nuevo, hermoso, que la modista no se lo quería entregar si no se lo pagaba y que ella había jurado que, si no tenía ese vestido, no era ella quien se iba de veraneo. Como para que la gente no hable.... (Sale) JACINTA- (Esa chica tiene pajaritos en la cabeza. Como las monas, si alguien tiene algo nuevo, ella la imita. Seguro que se enteró de mi vestido nuevo. Pero lo de la "jardinière" no lo sabe nadie. Ni ella, espero) VICTORIA (entrando)- ¡Mi querida Jacinta! ¿Cómo estás? JACINTA- Bien, corazón, muy bien (se besan). VICTORIA- Perdón por la hora.... JACINTA- Tesoro mío, si casi salto de alegría al saber que estabas aquí. Ni te pregunto cómo estás. Se te ve hermosa, gordita pero muy hermosa. VICTORIA- Ay, si no como nada......Bueno, tampoco se puede decir que vos sos piel y hueso, ¿no? Pero... ¡qué gusto verte! JACINTA- Lo mismo digo, preciosa. Es que salgo tan poco...no como ésas que se la pasan todo el día en la calle, ¿no? VICTORIA- Decime, linda, ¿hace mucho que no lo ves a mi hermano? JACINTA- Estuve con él esta mañana. ¿Por? VICTORIA- Lo noto inquieto, fastidiado por algo....¿No discutió con vos? JACINTA- Ni en sueños. ¿Por qué tendría que discutir conmigo? (Juro por Dios que a esta pavota me la mandó el hermano) VICTORIA- (Me revuelve las tripas verla tan arrogante) Digo... JACINTA- ¿No te quedas a cenar con nosotros? VICTORIA- Oh, no, mi vida. Mi hermano me está esperando. JACINTA- Le mando avisar...Ya está puesta la mesa... VICTORIA- No, querida, realmente no puedo (linda manera de decirme que me vaya, esta ordinaria). ¿Van a comer tan temprano? JACINTA- Claro, si después me tengo que cambiar y enseguida partimos para la quinta. Para el viaje, me hice un guardapolvo de seda con capucha, para protegerme de la tierra del camino... VICTORIA- Yo también lo tengo, pero desde el año pasado, amor... JACINTA- Querida Victoria, no recuerdo habértelo visto. VICTORIA- Es que el año pasado no había polvo en el camino. En fin, que este año sí que tengo un vestido espléndido, a la moda de Francia. El modelo lo trajo Madame Granon, de París. Nadie lo conoce, nadie lo tiene. Es una "jardiniêre". JACINTA- ¡¿Cómo?! ¡Yo también lo tengo! (Yo la mato a esa francesa traidora. Me ocuparé de que nadie de la sociedad le encargue más nada) VICTORIA- ¿Te molesta que yo estrene mi "jardinière"? (Morite, papanatas) JACINTA- Por el contrario, me da un placer inmenso (Que la tierra te trague con tu "jardinière") Jamás sería envidiosa. Y mucho menos de vos, mi queridísima amiguita. Lástima que no lo podrás lucir en el veraneo... VICTORIA- ¿Quién te ha dicho semejante disparate? JACINTA- Papá me dijo que Leonardo había anulado el pedido de los coches y los caballos. VICTORIA- Eso no quiere decir que yo no vaya. Tengo primas, amistades... JACINTA- ¿Por qué no te venís con nosotros? (Aprendé, idiota) VICTORIA- No, no gracias. (Es una hipócrita, falsa, de lo peor) Casi seguro que iré a lo de mis primas. JACINTA (hacia fuera)- ¡Ya voy! Me llaman a cenar. Entonces, ¿no te quedás, divina? VICTORIA- (No soy sorda y no oí que nadie la llamara. Por lo único que me quedaría es para ver ese vestido de porquería) No, mi amor. Un besito y me voy. JACINTA- Un besito y adiós y nos vemos en el veraneo, ¿sí? (no aguanto a las mujeres envidiosas como ésta). (Salen) TERCER ACTO Escena I Habitación en casa de Leonardo. Leonardo y Don Fulgencio. Después, Quico, Leonardo, Pablo, Victoria y Don Ferdinando LEONARDO- No sabré nunca cómo agradecerle, Don Fulgencio, su intervención. Don Felipe le dio su palabra de que se liberaba del compromiso con Guillermo... FULGENCIO- Así me lo prometió. No puedo dudar de él. LEONARDO- Entonces, Guillermo no irá de veraneo con Jacinta. FULGENCIO- Segurísimo. LEONARDO- Espléndido. Entonces puedo ir yo. FULGENCIO- Creo que ese padre le hace demasiado caso a esa hija. Es una buena chica. Me dijo Felipe que fue él y no ella quien lo invitó a Guillermo... LEONARDO- Me parece estupendo, con lo que nos está pasando... FULGENCIO- ¿Qué les está pasando? LEONARDO- Que estoy enamorado de ella, se lo dije y no le soy indiferente. FULGENCIO- ¿Y el padre no sabe nada? LEONARDO- No, que yo sepa. FULGENCIO- Pero tendría que saberlo... LEONARDO- No es el momento. Nos estamos yendo de vacaciones... FULGENCIO- Entendámonos bien, mi joven amigo. O se le dice a Don Felipe la verdad, o voy yo y le digo con respecto a usted lo mismo que usted me hizo decirle con respecto a Guillermo. No me gusta hacer de entremetido sin merecerlo y quedar mal al divino botón. LEONARDO- ¿Qué tendría yo que hacer, entonces? FULGENCIO- Pedirle ya, ya, honestamente la mano de Jacinta a su padre, o no frecuentar más esa casa. LEONARDO- ¿No podemos esperar al regreso del veraneo? FULGENCIO- No me parece prudente. LEONARDO- Pero tenga en cuenta que hoy nos vamos. Parte Don Felipe con su hija, parto yo, mi hermana, que me tiene loco con el veraneo, se va conmigo. No es posible diferir la partida. FULGENCIO- Se diría que es el fin del mundo si no se va de vacaciones. Iré enseguida a hablar en su nombre con mi amigo Felipe. Y permítame que le diga algo: cásese para sentar juicio y no para seguirse arruinando. Felipe algo le dará a su hija al casarse, pero adminístrense bien, nada de gastar a tontas y a locas en sastres, en modistas, en banquetes y en veraneos. Vale más dormir con la conciencia tranquila que debiéndole a todo el mundo. Siga mis consejos. Yo parto a lo de Don Felipe. (Sale) LEONARDO- (Tiene razón don Fulgencio. Sentaré cabeza) ¡Quico! ¡Quico! QUICO (entrando)- Ordene, niño Leonardo. LEONARDO- Te me vas ya a lo del señor Felipe. Les dirás que ya solucioné mi problema y que viajaré hoy con él y su hija. Que mi hermana irá en calesa, acompañada, y que, si me lo permiten, yo iré con ellos en el carruaje. ¿Entendido? QUICO- Sí, niño. (Sale) LEONARDO- (Si no va Guillermo, voy yo en el carruaje, sobre todo porque Don Felipe me aceptará como novio de Jacinta, después que le haya hablado Don Fulgencio. Que con mi hermana viaje Don Ferdinando, que el viejo, con tal de ir, se olvidará de lo que le dije). (Entra Pablo) PABLO- Aquí me tiene, niño Leonardo, a sus órdenes. LEONARDO- Te vas inmediatamente a la cochería y le decís al dueño que prepare todo para las siete, como le había pedido... PABLO- Pero si antes.... LEONARDO- Silencio. Poné el café, el azúcar y el chocolate, y las especias, más las velas, en una caja. PABLO- Todo eso se lo devolví al almacenero, por orden suya, niño. LEONARDO- No seas insolente. Se lo pedís de nuevo. PABLO- No me va a dar nada. O querrá que le pague. LEONARDO- Sos muy atrevido. Me vas a hacer enojar... PABLO- Si yo no le sirvo, niño, me voy y búsquese otro que lo atienda mejor. LEONARDO- Ay, Pablito. No te enojés... Si yo te aprecio tanto... Mirá, te voy a hacer una confidencia. De amigo, no de patrón. De este viaje depende mi casamiento con la señorita Jacinta y de ese casamiento, de lo que le dé el padre, depende que ponga un poco de orden en mi economía, ¿entendés? PABLO- Entiendo, niño, y ya voy a cumplir sus órdenes, como si fueran asuntos míos. (Sale) (Entra Victoria) VICTORIA (furiosa)- Señor hermano mío, vengo a decirle que en este mes jamás me he quedado en esta ciudad, que no pienso quedarme y que tengo la imperiosa urgencia de irme de veraneo. Si va la señorita Jacinta, si van todos, yo tengo que ir, si o sí. He dicho. LEONARDO-¿Por qué te tenés que exaltar así? VICTORIA- Me exalto por que se me da la gana. Y te participo que me voy de veraneo a lo de nuestra prima Lucrecia y su marido LEONARDO- Entonces, ¿no vendrás conmigo? VICTORIA- ¿A dónde? LEONARDO- A nuestra quinta. VICTORIA- ¿Cuándo? LEONARDO- Hoy, ahora. VICTORIA- ¿En serio? ¿No es una broma? LEONARDO- Palabra de honor, hermanita. ¿No ves que estamos preparando el baúl? VICTORIA- ¡Ay, qué horror! (Sale llamando) Por favor, muchachas, mis vestidos, mi "jardiniére", mi sombrilla, mis guantes, mi guardapolvo de seda! LEONARDO- (¡Qué poco cuesta hacer feliz a una muchacha! Pensar que, por un leve asomo de celos, casi se queda, nos quedamos, sin veraneo...) (Entra Quico) QUICO- Aquí me tiene de vuelta, niño. LEONARDO- Y...¿qué pasó? QUICO- Los encontré a los dos, padre e hija. Que estarán encantados de que usted los acompañe, pero en otro carruaje. Que lo lamentan mucho, pero que el lugar en el coche es para el señor Guillermo. LEONARDO- ¡¿Al señor Guillermo?! ¿Entendiste bien, pedazo de estúpido? QUICO- Claro que sí y vi cómo llegaba el señor Guillermo con su sirviente y su valija. LEONARDO- Traeme agua. QUICO- ¿Para lavarse, niño? LEONARDO- ¡Para tomar, burro! (Sale Quico) (¡Pobre de mí! Ni sé dónde estoy...Don Fulgencio me ha traicionado. Estoy desesperado...(se sienta) ¿Cómo es viejo maldito me pudo engañar así? ¿O será que lo engañaron a él? Pero Don Fulgencio y Don Felipe son amigos de años... ¿Qué hago? ¿Qué pienso? ¡Me voy a volver loco!) (Entra Quico) ¡Loco! QUICO- (Primero "burro". Y ahora "loco". Linda manera de tratar a la servidumbre. ¿Y por casa, cómo andamos?) Niño, el agua. LEONARDO-Cruzate a lo del señor Fulgencio, aquí enfrente. Que venga inmediatamente o yo iré a su casa. QUICO- Será servido, niño. LEONARDO (enfurruñado)- (Viejo gagá, ni merece el respeto a sus canas). (Entra Pablo) PABLO- Arriba el ánimo, niño Leonardo, que ya está todo listo. LEONARDO- Dejame en paz. PABLO- Perdón, pero yo hice lo que tenía que hacer, y más todavía. LEONARDO- Te repito que me dejés en paz. PABLO- ¿Alguna mala noticia? Mire que ya pedí el coche y los caballos.. LEONARDO- Decile al de la cochería que no los preciso. PABLO- ¿De nuevo, niño? LEONARDO- Por amor del cielo, dejame en paz. I (Entra Victoria, con un vestido doblado en los brazos) VICTORIA- Hermanito mío, ¿no querés ver mi "jardinière"? LEONARDO- ¡Salí de acá! VICTORIA- ¿Qué son esos modales de gente pobre? PABLO (a Victoria)- No le diga nada, niña. VICTORIA (a Leonardo)- ¿Qué diablos te pasa? LEONARDO- Sí, el diablo metió la cola. Salí de acá. VICTORIA- ¿Y con tan lindos modos nos vamos de veraneo? LEONARDO- No vamos nada de veraneo. Ni yo ni vos. VICTORIA- ¿Te volviste loco? PABLO (a Victoria)- Niña, por lo que más quiera, no le diga más nada. VICTORIA (a Pablo)- ¡No me fastidiés vos también! (Entra Quico) QUICO (a Leonardo)- El señor Don Fulgencio no está. LEONARDO- ¿Dónde cuernos se ha metido? QUICO- Me dijeron que en lo del señor Don Felipe. LEONARDO (a Palo)- Dame el saco y el sombrero. PABLO- Aquí los tiene, niño. VICTORIA (a Leonardo)- ¿Se puede saber qué te pasa? LEONARDO- Cuando vuelva te lo digo. (Sale) VICTORIA- (Estoy petrificada. Vengo a casa, me dice "Vamos". Salgo dos minutos, vuelvo:"No vamos de veraneo". ¿No estará demente mi hermano?) (Entra Don Ferdinando) FERDINANDO (entra)- Encantadora Victoria, aquí me tiene, listo y perfumado. VICTORIA- ¿Viene usted también a ponerme histérica? FERDINANDO- ¿Señorita, yo vengo por un acto de cortesía y usted me recibe así? Nos vamos de veraneo, ¿sí o no? VICTORIA- Ah, si no fuera porque....me desahogaría con usted de todas mis penas. FERDINANDO- Señorita Victoria, yo soy mandado hacer para recibir confidencias. VICTORIA- Y para contarlas a los cuatro vientos. Lo dicen todos. FERDINANDO- Mala fama, gratuita, inmerecida ¿Alguna vez hablé mal de alguien con usted? VICTORIA- Más de una: de la señora Aspasia, de la señora Francisca, de la señora Flaminia... FERDINANDO- Habrá sido sin querer. ¿No me va a decir lo que le pasa? VICTORIA- A mí nada. Pero me preocupa mi hermano: está nervioso, inquieto... FERDINANDO-No es para menos, con quien se ha metido. Esa señorita Jacinta es una coqueta, frívola, le lleva el apunte a cualquiera, es una ridícula. VICTORIA- Me encanta que usted no hable mal de nadie. FERDINANDO- ¿Dónde está su hermano? VICTORIA- Me parece que fue a lo de esa señorita. FERDINANDO- Me voy yo también. VICTORIA- ¿Para? FERDINANDO- Para asistir al amigo, para aconsejarlo (para tener algún chisme jugoso para comentar en el campo, jé) (Sale) VICTORIA- ( ¿Y yo, qué hago ahora? ¿Espero a mi hermano o me voy a lo de Don Felipe? No me aguanto, me voy a lo de Don Felipe) Escena II Sala en casa de Don Felipe. Don Felipe y Don Fulgencio. Después, Guillermo, Leonardo, Jacinta, Brígida, Pablo, Victoria y Don Ferdinando FELIPE- Por lo que a mí respecta, querido amigo, no tengo ninguna objeción, Leonardo Piedrabuena es un muchacho serio, de buena familia. Aunque se dice que gasta más lo de debido, bueno, eso se cura con el tiempo. FULGENCIO- ¿Entonces? FELIPE- Que no veo ningún inconveniente en concederle la mano de mi hija. Siempre que ella esté de acuerdo... FULGENCIO- Estoy seguro que no se negará. FELIPE- ¿Por qué dice eso? FULGENCIO- Ya le he dicho antes que Jacinta es joven, es mujer. A las mujeres hay que tenerles la rienda corta. A pesar de lo seria y lo prudente que usted dice que es su hjja, algo ha pasado entre ella y Leonardo. FELIPE- ¡Caramba! No lo hubiera pensado... FULGENCIO- Las mujeres no son de piedra, Felipe... Bueno, que me voy a buscar a Leonardo y se lo traigo, para que esto sea más formal. Ya ve lo bien que hice en advertirle que Guillermo no podía acompañarlos en el veraneo. Si hubiera ido, Leonardo se hubiera olvidado de su amor por Jacinta. FELIPE- (¡Ay, Dios mío! Y yo al otro ya lo tengo metido en casa... ¿Cómo salgo de ésta?) Vaya usted nomás, que yo hablaré con mi hija. FULGENCIO- Perfecto. Ya volvemos (está a punto de salir) (Entra Guillermo) GUILLERMO- Don Felipe, ya se acerca la hora. ¿Quiere que vaya a buscar los caballos? FULGENCIO- (¿Qué veo? ¿Guillermo aquí?) FELIPE - (¡Mal rayo te parta! ¿Quién te mandó asomarte?) No, no hay apuro... FULGENCIO- ¿Se está por ir al campo, Guillermo? GUILLERMO- En efecto, señor. FELIPE- (¿Y yo qué digo? ¿Qué hago?) FULGENCIO- ¿Y con quién viaja? GUILLERMO- Pues, con Don Felipe. FULGENCIO- ¿Y con Jacinta? GUILLERMO- Y con Jacinta. FULGENCIO- ¿En el mismo carruaje? GUILLERMO- En el mismo carruaje. FULGENCIO- (¡Una maravilla!) FELIPE (A Guillermo)- Vaya nomás a buscar los caballos. GUILLERMO- Pero si recién me dijo que no hay apuro... No lo entiendo... FELIPE- Vaya, vaya, que después le explico. (Sale Guillermo) (¡Qué alivio! Por fin se fue...) FULGENCIO- Muy bien, Felipe, muy bien. FELIPE- Es que...cuando uno da su palabra... FULGENCIO (serio)- Como me la dio a mí, y como la cumplió. FELIPE- Pero se la había dado primero a él... FULGENCIO- Y, si no quería faltar a su palabra con él, ¿para qué me la dio después a mí? FELIPE- Porque...porque tenía toda la intención de cumplir con su pedido. Pero, hablé con mi hija y...que lo que habrían comentado, lo que habrían criticado, lo que habrían supuesto.... FULGENCIO- Entiendo perfectamente. Eso me pasa con tratarme con gente sin educación. No soy el títere de nadie, Felipe. Le daré mis excusas a Leonardo. Me arrepiento de haber caído en esta ridícula situación. FELIPE- No, por favor, escúcheme. FULGENCIO- Ni una palabra. FELIPE- Querido amigo, ni sé dónde estoy parado. Pero, por favor, ayúdeme a solucionar este lío... FULGENCIO- ¿Solucionarlo cómo? FELIPE- ¿No estoy a tiempo de decirle a Guillermo que no venga? FULGENCIO- Si lo mandó a buscar los caballos... FELIPE- Para sacármelo de encima. ¿Y ahora? FULGENCIO- No vaya de veraneo. Enférmese. FELIPE- ¿De qué? FULGENCIO- No sé. (con disgusto) De un cáncer, por ejemplo. FELIPE- No se enoje conmigo, Fulgencio... (Entra Leonardo) LEONARDO- ¡Qué bueno encontrarlos a los dos juntos! ¿Quién fue de los dos el que se burló de mí? ¿Quién fue el que me insultó? FULGENCIO (A Felipe)- ¿Me hace el favor de responderle? FELIPE (A Fulgencio)- Por favor, respóndale usted. LEONARDO- ¿Así se trata a un hombre de bien? FULGENCIO (A Felipe)- Me hace el favor de responderle... FELIPE (a Fulgencio)- Si al menos supiera qué tengo que decirle... (Entra Jacinta) JACINTA- ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué son esos gritos destemplados? LEONARDO- Los gritos son míos pero el alboroto es culpa de estos dos señores, que mienten, que traicionan... JACINTA (burlona)- ¿Cuál es el mentiroso? ¿Y cuál es el traidor? FULGENCIO (a Felipe)- Explíquele usted. FELIPE (a Fulgencio)- Por favor, empiece usted. FULGENCIO- Caramba, mi buen nombre está en juego. Mi mala pata me metió en este embrollo y, ya que el señor Felipe se calla la boca, seré yo quien hable. Leonardo tiene razón en enojarse. Después de haberle pedido a Don Felipe que Guillermo no fuera de la partida con ustedes, saber que no es así, que Guillermo va con ustedes de veraneo, es una vergüenza, una falta de respeto, propia de gente sin roce. JACINTA- ¿Qué puede decir usted, papá? FELIPE- Don Fulgencio te habló a vos. Respondele vos. JACINTA- Don Fulgencio, discúlpeme pero, ¿con qué derecho el señor Leonardo viene a dar órdenes en casa ajena? LEONARDO- Con el derecho de un pretendiente serio..... JACINTA (a Leonardo)- Perdón, no estoy hablando con usted. (A Don Fulgencio) Don Fulgencio, explíqueme por qué mi padre y yo tenemos que aceptar el atrevimiento del señor Leonardo de indicar a quién invitamos y a quién no. LEONARDO- Jacinta, usted sabe muy bien que.... JACINTA- Usted no hable. Me estoy dirigiendo a Don Fulgencio. FELIPE- (Si Fulgencio dijo que estaban enamorados, ¿por qué esos desplantes?) FULGENCIO- Jacinta, Leonardo no hubiera sugerido nada si no fuera porque tiene la honesta intención de que usted sea su esposa. JACINTA- ¡No me diga! ¿En qué se basa para afirmar eso? LEONARDO- Pero, Jacinta, yo... JACINTA- Ahora hablo yo. Después hablará usted. (A Felipe) ¿Usted, qué opina, padre? FELIPE- ¿Qué opinás vos, Jacinta? JACINTA- Diga lo que piensa usted, después yo digo lo que pienso yo. FELIPE- Yo no veo ningún inconveniente, hijita. LEONARDO- Permítame que yo... JACINTA- Ya le tocará su turno. Ahora hablo yo. ¿Dónde se ha visto que se proponga un casamiento sin que lo sepa la interesada, su familia, sus amistades? Con el tiempo, el señor Leonardo me ha dado muestras de afecto y yo no he sido indiferente del todo. Pero para que un enamorado adquiera derechos sobre quien ha de ser su prometida, tiene que haber una declaración formal, un pedido de mano serio, no por un intermediario. De todos modos, soy una mujer seria y honesta, y no me molestó que mi padre invitara a Guillermo, a quien puedo tratar con la cortesía con que trato a todo el mundo. Pero ya que usted, Leonardo, acaba de expresar públicamente sus pretensiones a mi respecto, y mi padre lo acepta, también lo acepto yo y me siento muy honrada. Mas desde ya le digo que solo le pediré una cosa: quiérame bien y no me atormente con sospechas y celos, que no me merezco. Estamos por irnos de veraneo. ¿Pretendería usted que le dijéramos a Guillermo que no puede venir con nosotros? ¿Qué pensaría él? ¿Qué diría la gente? ¿Qué cosas horribles podrían imaginarse? ¿Qué rumores maliciosos podrían correr en nuestros círculos? Téngame confianza, Leonardo, y así sabré que me ama verdaderamente. Ha pedido mi mano, aquí la tiene. Pero a mi corazón lo tendrá si se lo merece. FELIPE (a Fulgencio) - ¿Qué dice usted ahora? FULGENCIO (a Felipe) - Yo no me casaría con ella aunque me dieran un millón de pesos. FELIPE- (¡Viejo cabeza dura!) LEONARDO- Jacinta...la amo, quiero ganarme su corazón. Haga usted como mejor le parezca. FULGENCIO- (¡Qué calzonudo!) (Entra Brígida) BRÍGIDA (entrando)- Señor Leonardo, están su hermana y su mucamo. LEONARDO- Con permiso de ustedes, que pasen. BRÍGIDA (a Jacinta)- Y...¿nos vamos o no nos vamos? JACINTA (a Brígida)- Nos vamos. BRÍGIDA- (Me moría si no nos íbamos) (Sale) (Entran Victoria y Pablo) VICTORIA (melancólica)- ¿Se puede? JACINTA- Ay, sí, tesoro, vení... VICTORIA- (Sí, tesoro, tesoro...¡falsa!) ¿Cómo te sentís, Leonardo? LEONARDO- Estupendamente, gracias a Dios. Pablito, por favor, que todo esté listo para el viaje, el equipaje, el coche, los caballos, que salimos dentro de poco. VICTORIA (contenta)- ¿Viajamos? JACINTA- Sí, amorosa, viajamos. VICTORIA- ¡Qué bueno, querida! FELIPE (a Fulgencio) - ¡Qué lindo que las cuñadas se quieran, ¿no? FULGENCIO (a Felipe)- Sí, tanto como el perro y el gato. FELIPE- (¡Qué tipo más escéptico! ) PABLO- (Menos mal que mi patrón se serenó...) VICTORIA- ¡Vamos, hermanito, a prepararnos! LEONARDO- No tanto apuro, despedite de tu futura cuñada... VICTORIA- ¿Te vas a casar con Jacinta? ¡Ay, qué alegría! ¡Con mi adorada amiga! (Espero verla lo menos posible por mi casa...) JACINTA- Yo también me siento muy feliz, corazón. (se abrazan y se besan) (¿Esta es tonta o es una víbora? ) BRÍGIDA - (Esos besos son tan sinceros como el de Judas) FELIPE (a Fulgencio)- Vea, vea usted cómo se quieren... FULGENCIO (a Felipe)- Cómo se nota que no conoce usted a las mujeres... VICTORIA- (Ay, hermanito, hermanito, antes de casarte tendrías que haberme conseguido un marido a mí, ¿no?) LEONARDO (mirando hacia fuera)- (¡Qué rabia! Ahí viene Guillermo. Mi Dios, no lo trago, no lo trago...) GUILLERMO (entrando)- El coche ya está listo. FERDINANDO- Hola, todos. Oh, ¿cómo está, Leonardo? ¿Se le pasó la melancolía? LEONARDO- ¿De qué melancolía me está hablando? FERDINANDO- No...algo que me comentó su hermanita Victoria... VICTORIA- Yo no dije nada. FELIPE- Escuchen: antes de partir, tendríamos que fijar la fecha de la boda, ¿no es así, Leonardo? LEONARDO- Fijemos la fecha al volver del veraneo, ¿no les parece? GUILLERMO- (Esta novedad sí que no me la esperaba...) FELIPE- Bueno, que así sea. FERDINANDO- Ya que estoy aquí, ¿por qué no nos apuramos un poquito? ¿Con quién me toca viajar? FELIPE- Este...¿Con quién, Jacinta? JACINTA- Usted, papá, es el que dispone. FELIPE- ¿Y Guillermo? VICTORIA- ¿Me permite, Don Felipe? Si mi hermano es el novio de Jacinta, tendría que ir con ella. FULGENCIO- Es lo que indica la etiqueta, don Felipe. FELIPE- ¿Y, Jacinta? JACINTA- No soy quien para aceptar o rechazar a nadie, padre. LEONARDO- ¿Qué decís, Guillermo? GUILLERMO- Digo que, si soy una molestia, más vale que me quede. VICTORIA- ¡No!¡No! Ya sé: vendrá conmigo en la calesa. GUILLERMO- (Más vale que acepte) Si Leonardo lo permite, acepto el ofrecimiento de Victoria. LEONARDO- Mi estimado amigo, te quedaré muy agradecido. JACINTA- (De todos modos, el que cedió es Leonardo. Y eso es lo que me importa) FERDINANDO- ¿Y yo? ¿Con quién voy? JACINTA- ¿No le importaría viajar con mi mucama? FERDINANDO- ¡Pero no! Será un placer compartir el viaje con tan amable criatura. BRÍGIDA- Para mí será un honor, señor Ferdinando (hubiera preferido mil veces viajar con Pablo, no con este viejo ridículo) FULGENCIO- Muy bien, perfecto. Ya estamos todo de acuerdo. VICTORIA- Entonces, apurémonos y partamos de una buena vez para disfrutar del bendito veraneo. JACINTA- Sí, sí. Por fin nos vamos. ¡Y miren que hemos tenido que dudar si íbamos o no íbamos! Bueno, es parte de las locuras que se hacen cuando se va de vacaciones. Deseémonos buen veraneo los que partimos y deseemos buena permanencia a quienes se tienen que quedar en Buenos Aires. (Aplausos, risas, abrazos y apretones de manos) SEGUNDA PARTE La acción transcurre en el campo, en una quinta de San Isidro o Adrogué, a poca distancia de Buenos Aires PRIMER ACTO Escena I Sala de estar en la residencia campestre de Don Felipe, con mesas de juego, sillas y sillones. Hay en el fondo una gran puerta, que da al jardín. Brígida, Pablo, Tito y Beltrán BRÍGIDA- Vengan, vengan, que todos están durmiendo... PABLO- También allá mis patrones hace poco que se acostaron. TITO- Y mis patronas dormirán como tres horas más. BELTRÁN- También, si se quedan levantados hasta el amanecer, tienen que dormir de día. PABLO- Y usted, Brígida, ¿cómo se levantó tan temprano? BRÍGIDA- Ah, yo dormí muy bien. Cuando empezó la tertulia me fui a dormir. Los señores jugaron, comieron, volvieron a jugar. Y yo dormía como un tronco. Me despertó la señora cuando volvió, ya de día. La ayudé a desvestirse, se acostó y yo me vestí y salí a aprovechar la mañana. PABLO- Usted sí que disfruta del campo. En cambio, ¿qué disfrutan nuestros patrones? BRíGIDA- De nada. Trasnochan como si estuvieran en la ciudad. Vamos, nosotros vamos a tomarnos un rico desayuno: hay café y chocolate. Los traigo. (Sale) PABLO- Mañana, los invito yo. A esta misma hora. TITO- Y otro día será en lo de mi patrona. La señora Constanza descansa, se divierte y gasta acá la plata a montones, mientras el marido se mata trabajando en Buenos Aires. PABLO- Cierto que gasta. Nadie diría que es la mujer de un almacenero. BELTRÁN- ¿Quién es la muchacha que vino con ella? TITO- Una sobrina de dieciséis años, pobre, sin un centavo. Toda la ropa que tiene se la dio mi patrona. PABLO- ¿Y para qué la trajo? TITO- Bueno, la señora Constanza es todavía joven. Donde hay señoritas mucho más jóvenes que ella, se cree que está el gran mundo. La mete a la sobrina y se mete ella. (Entra Brígida con una bandeja con el desayuno) BRÍGIDA- Aquí estoy. Perdón si me demoré un poco. PABLO- No es nada. La estamos pasando muy bien... BRÍGIDA- ¿Haciendo qué? PABLO- Hablando bien del prójimo... BRÍGIDA- ¡Uy, uy, uy! Habría para llenar las páginas de los diarios con todo lo que pasa por aquí. Y tema para unas cuantas comedias en el teatro. Pablo, aquí tiene su chocolate. Que se inspiren en nuestra patrona Sabina: La vieja tiene sesenta y cinco y todavía les hace ojitos a los muchachos jóvenes... Tito, sírvase (les da chocolate y bizcochos a los dos) Y el viejo ridículo de don Ferdinando las va de enamorado ardiente de la vieja y ella, chocha y convencida. Pero el desvergonzado ese lo hace para sacarle algo de plata, juro. Beltrán, sírvase su chocolate. Ah, ¿y qué saben de eso que el señor Guillermo se ha puesto de novio con la señorita Victoria? Pablo, usted tiene que saberlo. PABLO- Dicen que en la calesa algo pasó entre esos dos... BRÍGIDA-Y..sí. Si se deja solos a dos jóvenes en un coche.... ¿Más chocolate? BELTRÁN- Yo no, gracias. Está riquísimo. BRÍGIDA- Por darme el gusto...Un poquito más.. BELTRÁN- Venga, por darle el gusto (Brígida le sirve) BRÍGIDA- Así me gusta, que los hombres sean complacientes... PABLO- Mañana, Brígida, Tito, Beltrán, los espero en casa. TITO- Y pasado mañana en la mía. BELTRÁN- Lo lamento, pero yo nos los puedo invitar. Mi patrón desayuna fuera de la casa, y no tenemos allí ni sombra de café ni de chocolate. PABLO- ¿Tu patrón no es el doctor Morales? TITO- Sí, es médico del pueblo desde hace años, más bien con pocos pacientes y poca plata y jamás consiguió poner consultorio en la ciudad. PABLO- Ayer tomó el desayuno en casa. BRÍGIDA- ¿En lo del señor Leonardo? Pero también se desayunó en nuestra quinta... TITO- ¿Y si les cuento que también en la mía? BRÍGIDA- Buen provecho para el doctor. ¿Y el tonto del hijo, Tonito? TITO- ¿Tonto? ¡Más que tonto! Está enamorado como un loco de la señorita Rosita... la sobrina de la señora Constanza... BELTRÁN- Como el doctor atiende a la señora, el chico le arrastró el ala a la sobrina... BRÍGIDA- ¿En serio? PABLO- Shhhh, que me parece que viene alguien... TITO- ¿Nos vamos? BELTRÁN- Nos vamos (Salen todos) Escena II Ferdinando, en robe de chambre, un sirviente, Don Felipe FERDINANDO (entrando, va elevando la voz)- Pero, ¿cómo? ¿No hay nadie? ¿Será posible que todos estén todavía durmiendo? (llama ) ¿No hay nadie? SIRVIENTE- Buen día, señor. ¿Deseaba? FERDINANDO- Quiero desayunarme. SIRVIENTE- ¡Cómo no, señor! Enseguida (mírenlo, se pone a dar órdenes como si estuviera en su casa o en un hotel, viejo podrido) FERDINANDO- (Don Felipe será una buena persona pero no sabe manejar a la servidumbre. En fin, que aquí estoy mejor que en otra parte: se come bien, las charlas son interesantes... Menos mal que vine con la mucama de aquí, así me libré de ir a lo de Leonardo, que no tiene punto de comparación con cómo se está acá. Encima, anoche me fue muy bien en el juego. (Saca una billetera, cuenta dinero) Veinte, cuarenta, cincuenta....Nada mal) Pero, ¿qué está esperando ese infeliz para traerme el desayuno? (Grita) ¡Eh, movete, muchacho, mi desayuno! FELIPE (entrando)- Mi estimado amigo, le ruego tenga la gentileza de no gritar. FERDINANDO- Pero usted no dice nada y su servidumbre hace lo que quiere... FELIPE- A mí me atienden muy bien, sin necesidad de gritarles. FERDINANDO- No es que a mí me moleste. Pero usted tiene otros invitados y se me han quejado del servicio... FELIPE- Sepa, amigo mío, que a mis sirvientes los pago yo y al que no le guste, pues puede irse sin problemas. FERDINANDO- Este....¿ya se desayunó? FELIPE- No todavía. FERDINANDO- ¿Y qué espera? FELIPE- Desayunaré cuando tenga ganas. FERDINANDO- Yo sí tengo ganas de desayunarme...pero lo pedí hace como tres horas... (grita) ¿Y? ¿Mi desayuno? FELIPE- Le pedí que no gritara... FERDINANDO- Pero, si no me lo sirven. FELIPE- Tenga un poco de paciencia. Están muy ocupados porque hoy tenemos un almuerzo para once o doce invitados... FERDINANDO- (Por lo que veo, esta mañana me matan de hambre) Bueno, me voy, Don Felipe. FELIPE- ¿Adónde? FERDINANDO- A desayunar en algún otro sitio. No he comido nada desde anoche. FELIPE- Me da la impresión de que anoche, en lo de Leonardo, usted repitió más de una vez los platos... FERDINANDO- Una excepción. Ah, qué suerte, aquí viene mi desayuno. FELIPE- Ya que usted iba a tomarlo en otro sitio, éste me lo tomaré yo. FERDINANDO- ¿Tomó a mal lo que dije antes? Mire que es gracioso, amigo. No quiero que se me enoje, así que este chocolate lo tomo yo. (Se lo sirven) FELIPE (al sirviente) - Que me preparen otro para mí. SIRVIENTE- Hasta que no vuelva Brígida, no hay más. FELIPE- Pero si yo vi anoche que había preparado un montón. ¿Quién se lo tomó, si están todos durmiendo? SIRVIENTE- Y... señor, yo no sé nada. FELIPE- Bueno, por hoy no tomaré chocolate. FERDINANDO- Es una lástima porque está riquísimo. (termina la taza) Bueno, ahora a caminar por el parque... FELIPE- ¿No jugaría dos partiditas de carta conmigo? FERDINANDO- Discúlpeme, pero tengo necesidad de caminar. Jugaremos más tarde, ¿sí? (ni pensar en jugar con este viejo aburrido, que no arriesga más de cincuenta centavos) (Sale) FELIPE- Hasta luego...(¡Lindo veraneo el mío! Gasto una fortuna en atenderlos y ninguno me lleva el apunte. Tenía razón Fulgencio... Bueno, por este año, vaya y pase. Pero, cuando se case mi hija, vendo todo y nunca más veraneo. Claro que, si no veraneo, ¿qué hago? Si no tengo gente a mi alrededor, me siento como la mona. ¿Qué hago, entonces?). (Sale) Escena III Salita en la casa de veraneo de Constanza de Giménez. Constanza y Rosita, Don Ferdinando, Tonito, Tito y Victoria CONSTANZA- Muy bien, sobrinita. Estás muy, pero muy bien arreglada. ROSITA- Me pasé horas hasta que decidí peinarme así... CONSTANZA- Hiciste bien, Rosita, porque hoy en lo de Guillermo estarán todas las niñas bien de las quintas, seguramente con unos peinados lindísimos. ROSITA- ¡Ay, tía! Si son siempre las mismas, unos bichos, esclavas de lo que les dicen los peluqueros de Buenos Aires.... Con tal de estar a la moda, se ponen lo que se usa, y así les va, quedan hechas unos mamarrachos. ROSITA- ¿Qué pasará que Tonito todavía no vino? Iba a almorzar con nosotras... CONSTANZA- Ya vendrá, no tengás miedo. Lo flechaste, Rosita. ROSITA- Si por mí fuera, nos casábamos hoy mismo... CONSTANZA- Primero tiene que recibirse de médico, que ya el padre lo es, y es una hermosa profesión, que es bien mirada en todos los círculos. ROSITA- Ay, pero eso llevará tiempo, tía.. CONSTANZA- No tanto, si estudia más de lo que dicen que estudia y si tiene buenas recomendaciones en la Facultad. Además, el médico se hace con la práctica y no con la Universidad, querida. FERDINANDO (desde fuera)- Buen día, buen día... ¿Se puede? CONSTANZA- Pase nomás, don Ferdinando... ROSITA- ¿A qué viene ese viejo bodoque? CONSTANZA- A buscar chismes, que después reparte en la vecindad... FERDINANDO (entrando) - Dichosos los ojos que las ven, jóvenes y pimpantes. CONSTANZA- ¿Cómo está, Don Ferdinando? ROSITA- Buen día, señor. FERDINANDO- Qué raro, solitas las dos....¿No vino el doctor Morales? ¿Y su hijo? CONSTANZA- El médico está atendiendo en el pueblo y Tonito todavía no vino. FERDINANDO- Ese muchacho es una alhaja. Un poquito lelo, ¿no? Ay, perdón, me han contado que esta linda señorita suspira por él. ROSITA- Tonito no será una lumbrera, pero no es como para tomarle el pelo, señor. FERDINANDO- No, no me malinterprete, que sé que es muy divertido el chico... (Total, una mentirita no le hace mal a nadie...) CONSTANZA- ¿Me acepta una taza de café? FERDINANDO- No, gracias, de mañana me cae mal. Me desayuné con chocolate. Horrible, dicho sea de paso. CONSTANZA- ¿Dónde? FERDINANDO- Donde estoy parando, en lo de Don Felipe Gutiérrez Campos. Parece mentira, gasta lo que tiene y lo que no tiene y es una vergüenza como lo atienden a uno. ROSITA- Nos invitaron a almorzar hoy. FERDINANDO-Ya verán si les miento. Si hay diez invitados, hacen comida para veinte. Pero todo ordinario, sin gusto, sin refinamiento. Comer en esa casa es un sacrificio. CONSTANZA- Anoche cenamos muy bien en lo de Leonardo Piedrabuena. FERDINANDO- ¿Muy bien? Pero nada fuera de lo común, seguro. Y más bien escaso, ¿no? ROSITA- Ay, tía, mire quién viene...Tonito. FERDINANDO (irónico) -Me encanta ese joven, tan despierto. CONSTANZA- Le ruego, Don Ferdinando, que no se burle de él. FERDINANDO- Por Dios, señora Constanza, yo no sería capaz de... ROSITA- Si una fuera a hablar mal, usted, Don Ferdinando, con la anciana señora Sabina... FERDINANDO- Ni mentar a Sabina, (irónicamente) que es la mujer por quien suspiro... CONSTANZA- Si usted lo dice.... TONITO (entrando)- Hola, buen día. FERDINANDO (exagerando) - ¡Qué gusto verlo, gentil caballero! A propósito, ya que lo tengo a mano, ¿qué le recetaría a una persona que ha comido mucho la noche antes y siente pesadez en el estómago? ROSITA- Tonito no se ha recibido todavía de médico, señor. FERDINANDO- Seguramente que sabe lo que le pregunto. No lo tenga a menos, Rosita. Dígame, Tonito, ¿qué le recetaría? TONITO- Un té bien cargado de cedrón, cremor tártaro y un poco de sal inglesa. FERDINANDO- ¿Todo junto, no? ¡Felicitaciones, doctorcito! ROSITA (a Don Ferdinando) - Escúcheme: no se haga el gracioso con Tonito, y mírese al espejo antes de sacarle el cuero a nadie. CONSTANZA (a Tonito)- ¿Tomaste el desayuno? TONITO- No. Pensaba desayunarme con ustedes... ROSITA- Te esperaba para desayunarnos juntos. FERDINANDO- ¡Ah, este Tonito conquistador de mujeres! CONSTANZA (a Ferdinando)- Basta, por favor. ROSITA (a Tonito)- No le llevés el apunte a este viejo chismoso. TONITO (a Rosita)- Cuando nos casemos, no quiero verlo ni pintado, viejo basura. FERDINANDO (a los dos)- ¿Les pasa algo conmigo, que los aprecio tanto? TONITO- Su aprecio me lo paso por ya sabe dónde. FERDINANDO- ¡Qué lindo! Lo dicho, este Tonito es muy, pero muy gracioso. TITO (entrando)- Señora, tiene una visita... CONSTANZA- ¿Quién es? TITO- La señorita Victoria. CONSTANZA- Hacela pasar. TONITO- ¿Y el desayuno? ROSITA- Tía, ¿me permite ir a desayunar con Tonito en el comedor? CONSTANZA- Sí, vayan. (A Tito) Tito, los acompañás y te quedás con ellos, ¿sí? TITO- Sí, señora. FERDINANDO- (Más vale prevenir que curar. No es ninguna estúpida esta Constanza) ¡Adiós, doctorcito! TONITO (contrariado)- (¡Viejo podrido!) (Sale con Rosita, que lo arrastra del brazo, y Tito detrás) CONSTANZA- ¡Pero, don Ferdinando! (Entra Victoria) VICTORIA - Muy buenos días a todos. Perdón, señora Constanza, por no haber venido antes a visitarla... CONSTANZA- ¡Pero qué dice! Venga cuando venga, siempre es una alegría para mí. Siéntese, por favor. FERDINANDO (a Victoria, irónic)- ¿Vio lo bien vestida que está la dueña de casa? VICTORIA (a Ferdinando, )- Bueno, pobre, ¿qué le va a hacer si la elegancia no es su fuerte? CONSTANZA- (Esta pobre infeliz viene a pavonearse con su "jardinière", que le queda como el traste. No tiene figura para ese vestido) (Se miran una a la otra de arriba abajo, sin decirse nada) FERDINANDO- (Algo les pasa a estas dos, que se quedaron mudas) ¡Qué hermosa mañana! ¿No les parece? VICTORIA- Sí, hermosa mañana.... FERDINANDO- Está muy elegante, señorita Victoria. VICTORIA-¡Oh, no! Es solamente un vestidito de campo... CONSTANZA- (Me muerdo la lengua antes que decirle nada del "vestidito de campo") ¿Se piensa quedar muchos días en la quinta, Victoria? VICTORIA- Todo el verano. FERDINANDO- Encuentro hermosísima la armonía de colores de su vestido, señorita Victoria. VICTORIA- Ese es el secreto de este vestido. CONSTANZA- (Secreto tu abuela) Me imagino que la habrá invitado Jacinta para el almuerzo. VICTORIA- Sí. ¿Y a ustedes también? CONSTANZA (irónica)- Sí, pero si le molesta, no vamos nada. VICTORIA- ¡Qué ocurrente, señora Constanza! FERDINANDO- Creo que vamos a ser unos cuantos... Usted, Victoria, va a ser la sensación, con ese vestido... CONSTANZA- (¿Por qué no te callarás la boca, viejo baboso?) Hasta de moda usted opina, Don Ferdinando... (A Victoria) ¿A qué hora irá a lo de Jacinta? VICTORIA- (Estoy chocha de que mi "jardinière" la haya puesto histérica) Tengo que hacer dos visitas más y después voy. Tal vez juguemos una partidita de cartas antes de almorzar. CONSTANZA- ¿Jugar? En esa quinta se juega a cualquier hora. Y las apuestas no suelen ser por moneditas. Todo lo contrario. FERDINANDO- No sé de nadie que se haya arruinado jugando allí a las cartas... VICTORIA- Yo, por ejemplo, perdí bastante dinero. Pero siempre me queda para mis gastos. Me encanta estar siempre a la moda. Vino de Francia la moda del vestido "jardinière" y, ya ven, he sido de las primeras en tenerlo. CONSTANZA- (Esta mujer es insufrible, me dan ganas de vomitar) FERDINANDO- Estar bien vestido es señal de distinción. VICTORIA- (Ahora la destruyo) Señora Constanza, usted que tiene tan buen gusto, ¿qué le parece mi vestido? CONSTANZA- Ay, Victoria, yo no quise decir nada, porque soy sincera y enemiga de la adulación pero, para decir verdad, no me gusta para nada. VICTORIA- ¿No le gusta? CONSTANZA- Tendré mal gusto, pero no me agrada. FERDINANDO- ¡No diga eso, señora! El vestido éste es una obra de arte... CONSTANZA- ¿Arte de qué, señor adulador? No tiene nada de extraordinario, ni en la tela ni en el corte, ni en el estilo... FERDINANDO- Y bueno...gustos son gustos. VICTORIA- Me extraña en usted, señora. Yo nunca le critiqué un vestido suyo... CONSTANZA- Ni yo tampoco (ambas se ponen de pie). FERDINANDO- Me da la impresión de que la señorita Victoria tiene intención de irse. ¿Me permite que la acompañe? VICTORIA- Encantada. Adiós, señora. CONSTANZA- Hasta luego. FERDINANDO- Nos vemos, señora Constanza. VICTORIA- (La culpa es mía, por venir a la casa de esta guaranga, soberbia como ella sola) CONSTANZA- (Muchos humos y muchas deudas, pobre gansa....) FERDINANDO- (Estas dos servirían para un cuadro alegórico: la petulancia y la envidia....) SEGUNDO ACTO Escena I Sala en la casa de campo de Don Felipe Jacinta y Brígida, Doña Sabina, Don Ferdinando, Don Felipe, Jacinta, Guillermo BRÍGIDA- ¿Qué le está pasando, señorita? La noto triste, como preocupada.. JACINTA- Maldita la hora en que vinimos de veraneo. No me preguntés nada. BRÍGIDA- Señorita, usted nunca me ocultó nada....Cuénteme. JACINTA- Reconozco que me he portado como una inconsciente y ahora lo estoy pagando... BRÍGIDA- ¿No estará arrepentida de casarse con el señor Leonardo, no? JACINTA- No, de eso no, porque Leonardo me quiere, es todo un señor. Pero sí me arrepiento de haber hecho que Guillermo haya venido a pasar el veraneo con nosotros, en nuestra casa. BRÍGIDA- ¿El señor Leonardo se quejó por eso? JACINTA- Leonardo no tiene nada que ver. Al contrario, me da vergüenza lo que está pasando... BRÍGIDA- Pero si el señor Guillermo es tan atento, tan gentil.... JACINTA- Justamente por que es tan atento, tan gentil, tan insinuante, tan seductor, ¡ay, Brígida, me he enamorado locamente de él! Estar a cada momento a su lado, oír sus palabras, sus atenciones, sus suspiros cuando me mira... BRÍGIDA- Pero, señorita, usted no tiene la culpa. La tiene su padre, que lo invitó. JACINTA- Yo también le quise echar la culpa a Papá. Pero, por terquedad mía fue que lo invitó y, si yo hubiera actuado de otra forma, Guillermo no estaría aquí ni yo... BRÍGIDA- ¿El señor Leonardo se dio cuenta de algo? JACINTA- No, espero que no. Trato de disimular, de tratarlo como se trata a un novio, pero por dentro tengo sudores de muerte, pensando en el otro. BRÍGIDA- Bueno, señorita, de todos modos todavía no se casó, así que... JACINTA- Entonces, ¿qué? ¿Tengo que faltar a mi palabra y a la palabra que dio mi padre? ¿Y qué dirían nuestras relaciones? Mi reputación estaría en juego y no quiero ni pensarlo. BRÍGIDA- ¡Virgen santa! ¿Pero no era que el señor Guillermo le hacía la corte a la señorita Victoria? JACINTA- No, es una maniobra de él para que no se den cuenta de sus sentimientos por mí. BRÍGIDA- Pero el señor Guillermo sí sabe que a usted él... JACINTA- Traté de esconder este amor, pero él lo descubrió enseguida y, para peor, la loca de mi tía lo apoya, vieja pícara que se ha dado cuenta de todo y que tiene parte de culpa en lo que me pasa. BRÍGIDA- Bastó nombrarla para que aparezca. Ahí la tiene a su tía Sabina. JACINTA- La pobre, con los años, ha vuelto a la infancia y cree que todos tienen que ver la vida con su mismo humor. Por favor, ni le nombremos a Guillermo, que lo único que mi tía sabe es alabar sus virtudes... BRÍGIDA- (Pobre la señorita Jacinta...es como una enferma que se niega a tomar el remedio...) (Entra Doña Sabina) SABINA (entrando)- Aló, sobrinita mía. ¿No lo has visto a Ferdinando? JACINTA- No lo he visto en toda la mañana. SABINA- ¿Y vos, Brígida? BRÍGIDA- Tampoco, señora Sabina. SABINA- ¡Pero, qué cosa! Me había prometido desayunar juntos y seguro que se fue a caminar por ahí. ¡Ay, qué ingratos que son los hombres! BRÍGIDA- (Ay, sí, pobre chiquilina, le falló el galán) SABINA- ¿Ya te desayunaste, Jacinta? ¿Por qué no viniste a buscarme? JACINTA- No me sentía muy bien, tía. SABINA (sonriente)- Pero sí vino Guillermo... BRÍGIDA-(¡Qué vieja entregadora!) SABINA- El mismo me trajo una rica taza de chocolate. ¡Qué lindos modos tiene ese muchacho! Es una alhaja, una alhaja. BRÍGIDA- (Dale, vieja chiflada, echale más leña al fuego) SABINA- ¿Y qué te pasa, Jacinta, que te sentís mal? JACINTA- Me duele un poco la cabeza. SABINA- Por Dios, esta juventud de hoy...Siempre con alguna nana. Yo no me cambiaría jamás por una de ustedes. Yo me divierto, aquí y en Buenos Aires. Eso sí, me molesta que me haya plantado Ferdinando, así que, Brígida, por favor, mandá a alguno de los sirvientes que lo vaya a buscar. JACINTA- Tía, por favor, no se ponga en ridículo SABINA- ¿Qué me querés decir? ¿Yo me pongo en ridículo? ¿No soy acaso viuda? ¿No soy libre? ¿No puede interesarme una persona? JACINTA- No digo que no. Pero... a su edad, tía... SABINA- ¿Qué tiene que ver la edad? Estoy fresca como una rosa y todavía tengo ganas de... JACINTA- Ay, tía, a mí me daría vergüenza decir eso... SABINA- ¿Vergüenza? Vergüenza sería, por ejemplo, tener dos amantes. Y a mí con uno me basta. JACINTA- Me asombra que hable de esa forma, tía. Pero no me meteré más en sus asuntos. Ah, y por favor, usted no se meta en los míos. (Sale) SABINA- ¡Qué insolente! Como si yo no supiera en qué anda ella... BRÍGIDA- Señora Sabina, si usted supiera algo...extraño...de la señorita Jacinta, usted no lo diría, ¿verdad? Por la reputación, ¿no? Si usted viera algo raro en su sobrina, adviértaselo. Y no le dé motivo para no comportarse como una señorita decente... SABINA- (¡Esta quién se cree que es, para darme consejos?) Nadie te pidió tu opinión. Hacé lo que te pedí, que busquen a Don Ferdinando. (Entra Don Ferdinando, muy jovial) FERDINANDO (a Sabina. mimoso)- PST, psssst, aquí estoy, aquí me tiene, rendido a sus pies. SABINA- ¿Se puede saber dónde se había metido? FERDINANDO- Fui hasta el almacén, aquí cerca. Tenía un poco de dolor de estómago y allí tienen unas pildoritas calmantes. SABINA (afectuosa)- ¿Se siente mejor ahora? FERDINANDO- Sí, bastante mejor, gracias. SABINA (zalamera)- ¡Pobrecito! Por eso no vino a buscarme para el desayuno... BRÍGIDA- (¡Qué vieja loca! Ahora se hace la muchachita mimosa...) FERDINANDO- No imagina cuánto lamenté no poder estar a su lado. Pero usted, como me aprecia, me perdonará, ¿verdad? SABINA (a Brígida)- ¿Vos que hacés ahí parada, escuchando lo que no te importa? BRÍGIDA- Perdón, señora, me voy (no tengo ningún interés en oír las frases amorosas de estos dos reblandecidos) (Sale) SABINA- Mi querido Ferdinando... FERDINANDO- Mi queridísima Sabina... SABINA- Venga, sentémonos juntos (se sientan) (¡Ay, qué hombre tan atractivo!) FERDINANDO- (¿Cuánto tiempo tendré que aguantarla?) SABINA- (¡Cómo se ve que me quiere!) Venga, más cerquita (él se acerca) ¡Más cerquita, Ferdi! ¿Sabe? Se tendría que cuidar en las comidas. Me parece que anoche comió un poco de más. Hoy en el almuerzo, lo voy a controlar para que coma menos. FERDINANDO- Falta todavía para el almuerzo y es posible que para entonces tenga hambre, ¿no?¿Qué hora es ahora? SABINA- ¿Cómo? ¿No tiene reloj? Un caballero distinguido no puede andar sin reloj. FERDINANDO- El mío no andaba bien y se lo dejé al relojero para que lo arreglara. SABINA- Diga que el mío no tiene cadena gruesa como los de hombre. Si no, se lo prestaba. FERDINANDO- No se preocupe, querida, puedo ir a buscar el mío a Buenos Aires. SABINA- No se me ofenda, amoroso, tome, se lo presto, mejor dicho, se lo regalo. Como prueba de mi cariño. FERDINANDO- Yo siento lo mismo por usted, porque me gusta, porque usted es sencillamente adorable. SABINA- Ay, en el amor hay que ser desprendido. Todo lo que yo tengo, que es mucho, Ferdi, estará a su disposición. Soy viuda, no tengo hijos. Si nos casamos, todo sería tuyo, tesoro mío. FERDINANDO- ¿Casarnos? SABINA- ¿Y por qué, si no, te trataría como te trato, picarón? FERDINANDO- Y, ya que nos queremos tanto y tenemos intención de casarnos, ¿no sería posible un pequeño adelanto de lo que serán nuestros bienes, Sabina? SABINA- Me entendiste mal, corazón, todo sería tuyo si yo me muero antes. FERDINANDO- Pero una...una donación, antes o después, ¿no es lo mismo? SABINA- ¿Y si tenemos hijos? FERDINANDO- (Esta vieja libidinosa está loca de remate) Dios dirá, Sabina. No me guía el interés sino el amor. Si con algo de dinero tuyo yo pusiera un negocio en Buenos Aires, con lo que sacara viviríamos espléndidamente yo y mi adorada consorte. SABINA (fingiendo sollozos)- Ay, no, desgraciado, ¡vos no me querés! FERDINANDO- Si piensa que no la amo, me volveré loco de la desesperación. SABINA- Ay, no, mi vida, no quiero verte desesperado... FERDINANDO- La quiero tanto, pero tanto, Sabina... SABINA- Yo también, Ferdi, pero no hablemos más de donación. Yo ya te he hecho donación de mi corazón. Tiene que bastarte. FERDINANDO- Sí, tiene razón, Sabinita. (Loca y encima amarreta. Pero ya me llegará el momento oportuno...) (Entra Don Felipe) FELIPE (entrando)- Buen día, cuñada... Salud, Don Ferdinando. ¿Qué tal si jugamos una partidita de cartas? SABINA- No vengás, Felipe, a molestar con tu partidita de cartas. FELIPE- Le pregunté a Don Ferdinando, no a vos. SABINA- Mi querido cuñado, el señor Ferdinando no tiene ganas de jugar a las cartas ahora. FERDINANDO- (No sé cuál es el peor de estos dos hinchazones) FELIPE (a Ferdinando)- ¿Quiere jugar o no? FERDINANDO (se levanta)- Con el permiso de ustedes. (Sale) FELIPE- ¿A dónde va? SABINA- Comió mucho anoche. Tomó un purgante. FELIPE- ¡Claro! Si come como una bestia... SABINA- No es así, es de lo más frugal para comer. FELIPE- ¿De dónde sacó el purgante? SABINA- Unas pastillitas que compró esta mañana en el almacén. FELIPE- Yo estuve toda la mañana jugando a las cartas con el almacenero y no lo vi. Es un mentiroso. SABINA- No, querido: vos sos ciego, no lo viste. Ferdinando es incapaz de mentir. FELIPE- La única verdad que anda repartiendo por ahí es que vos sos una vieja demente. (Sale) SABINA- (Viejo mentiroso es él, y sacacueros. Ya me imagino por qué lo dice. Pero me importa un pito. A mí me gusta Ferdinando, y me casaré con él, aunque el mundo se venga abajo) (Sale) (Entra Jacinta y, tras ella, Guillermo) JACINTA- (Ah, este Guillermo va a ser mi perdición. Me persigue a sol y a sombra...) GUILLERMO (acercándose)- ¿Por qué huye de mí, Jacinta? JACINTA- Yo no huyo de nadie. Voy por mi camino y basta. GUILLERMO- Es cierto. Yo soy un atrevido al seguirla. Pero no me condene: usted sabe cuál es la razón de mi proceder. JACINTA- (¡Ay, Dios! ¿Cómo permanecer insensible ante sus palabras? ) GUILLERMO- Si yo supiera que no le soy simpático, que mi presencia la incomoda, dsaparecería inmediatamente. Pero creo que mi persona no perturba su espíritu, Jacinta. JACINTA- (Si mi espíritu está cada día más perturbado por él...) GUILLERMO- Jacinta, por favor, respóndame a lo que le he dicho. JACINTA- No podemos quejarnos del tiempo. Estos días son hermosos... GUILLERMO- Respóndame, Jacinta. JACINTA- La cena de anoche fue todo un éxito, ¿no? GUILLERMO- Eso no tiene nada que ver con lo que yo le pido. Perdóneme, pero ¿le puedo decir algo? JACINTA- Si no ha hecho más que hablar desde que entró... GUILLERMO- No se enoje. Mejor me callo. JACINTA- (Por Dios, ¿qué querría decirme?) No, ya que insiste, hable. GUILLERMO- Pues bien. No temo ofenderla, Jacinta, si le confieso que la amo. Y sepa que ese amor, si es rechazado, hará que me aparte para siempre de su lado. JACINTA- (¡Oh, cómo responder a una proposición tan noble!) GUILLERMO- ¿Lo que le he expresado es tan desagradable que no merece una respuesta suya? JACINTA- Una señorita de buena familia, si está comprometida, no puede responder a un razonamiento como el suyo. GUILLERMO- Al contrario, con mayor razón debería decirme lo que siente. JACINTA- Me parece que viene gente... GUILLERMO- Dígamelo en dos palabras. JACINTA- Son Constanza y Rosita. GUILLERMO- La perseguiré hasta que me diga lo que piensa JACINTA- (Estoy tan nerviosa que no sé con qué cara voy a recibir a estas dos, para que no se den cuenta) (Guillermo se aparta) (Llegan Constanza y Rosita) CONSTANZA- Encantadora mañana, Jacinta. Buen día. JACINTA- ¿Cómo está, señora? ROSITA- Buen día, Jacinta. TONITO- Tenga usted muy buenos días, Jacinta. CONSTANZA- Oh, me parece que hemos venido a incomodar, a esta hora. JACINTA- Todo lo contrario. Me encanta que vengan a mi casa. (A Guillermo) ¿Por qué no alcanza una silla y se une a nosotros, Guillermo? GUiLLERMO- (Estoy mortificado, no estoy para tertulias) JACINTA- No, mejor siéntese aquí. GUILLERMO (A Jacinta)- Esa silla tiene dueño legítimo. Que se siente Leonardo en ella. JACINTA (a Guilermo)- Si pretende ponerme en aprietos, le daré esa respuesta que tanto me pide. GUILLERMO (a Jacinta)- Usted manda y yo obedezco. CONSTANZA ( a Rosita)- ¡Caramba! También ésta tiene la"jardinière" a la moda... JACINTA- ¿Cómo está el doctor, su padre, Tonito? TONITO- Bien, pero muy ocupado con sus enfermos, ¿no? Es su profesión, ¿no? JACINTA- (a Guillermo)- ¡Qué muchacho más bobo!) GUILLERMO (a Jacinta)- Pero afortunado en amores... CONSTANZA- Veo, Jacinta, que usted también lleva el vestido de moda... JACINTA- Ah, sí, pero es una cosita simple, que no es cara. CONSTANZA- Eso se nota. Me encanta que lo diga, porque Victoria tiene uno parecido y se vanagloria como si fuera una toilette de lujo para lucir en la ópera. Y, sinceramente, el vestido de ella es peor que éste. JACINTA- ¿Qué les parece si jugamos a las cartas? TONITO- Lo único que sé jugar es a la escoba. JACINTA- Pues entonces los otros jugamos y usted mira, y aprende. ¿Y cómo nos distribuimos? Oh, justamente aquí llegan, me parece, Victoria y Leonardo. (A Guillermo) ¿Saldría usted a recibirlos? GUILLERMO- Cómo no. Así la silla es usada por quien le corresponde. JACINTA- Si no quiere ir, voy yo. GUILLERMO- Iré, porque soy una persona educada (Sale). JACINTA- (¡Ay! Tengo el pálpito de que este día va a ser fatal para mí) CONSTANZA- ¿Es cierto lo que me han contado, que Victoria se compromete con Guillermo? JACINTA- Así dicen... CONSTANZA- Pero usted, querida, que va a ser la cuñada, tendría que saberlo, me parece. Tampoco sabrá la fecha de la boda, imagino. JACINTA- No, no lo sé. ¿Y su sobrina Rosita, cuándo se casa? ROSITA- ¿Con quién? Si nadie me quiere.. TONITO (empujándola torpemente)- ¿Y yo, quién soy? ROSITA (a Tonito)- ¡Callate, descarado! JACINTA (mirándolos a los dos)- Ah, pero si no me engaño... ROSITA- A veces las apariencias engañan... JACINTA- No me parece que Tonito sea capaz de engañar a nadie. TONITO- ¿Ah, sí? (hace un gesto cómico a Rosita y se pasea payasescamente) JACINTA- (a Constanza) Es un buen muchacho... CONSTANZA (a Jacinta)- Pero algo corto de genio. JACINTA (a Constanza)- Basta con que tenga con qué mantenerla. COSTANZA- Por supuesto que sí. Es hijo único de padre con una buena posición. Escena II La misma sala en casa de Don Felipe Los mismos, más Leonardo y Victoria, que llega del brazo de Guillermo. Todos se ponen de pie. Después, Doña Sabina y Don Ferdinando, Don Felipe y un servidor. JACINTA y VICTORIA- ¡Querida! (Se besan) LEONARDO- Jacinta, perdóneme por no haber venido más temprano, pero tuve que hacer algunas visitas y arreglar unos asuntos. No tome a mal mi tardanza. JACINTA- Leonardo, me encanta que usted venga y, si no viene, no tengo por qué echárselo en cara. LEONARDO- (¿Lo dice por discreción o porque le importo poco?) JACINTA- Bueno, sentémonos. Usted, Guillermo, al lado de Victoria. GUILLERMO- Como usted ordene. (Se sientan Guillermo junto a Victoria, Jacinta junto a Guillermo y Leonardo junto a Jacinta). VICTORIA (señalando a Guillermo)- Hoy este caballero no se ha dignado ir a verme. GUILLERMO- De verdad, me fue imposible. Estuve toda la mañana escribiendo cartas. De negocios. VICTORIA- Pero en casa también tenemos tinta y lapiceras... GUILLERMO-Me hubiera parecido un atrevimiento. VICTORIA (desdeñosa)- Sí, sí, le creo. LEONARDO (a Victoria)- Aprendé de Jacinta que no es tan quisquillosa y no se queja si no la visitan. JACINTA- Es falta de clase eso de quejarse. LEONARDO- Pero hay veces en que una queja es una demostración de amor. JACINTA- No todo el mundo piensa igual y yo detesto los cumplidos. CONSTANZA (a Rosita)- Si esto va a ser un matrimonio de amor, yo soy Cleopatra. (Entra Doña Sabina, del brazo de Don Ferdinando) TONITO (a Rosina)- ¡Zas! Ahí cayó la vieja. ROSINA (a Constanza)- Tía, la vieja. CONSTANZA (a Rosina)- Sí, con su enamorado adolescente.. VICTORIA- Buen día, señora Sabina. CONSTANZA- Buen día, señora. ROSITA- ¿Cómo le va, señora Sabina? SABINA- Me va muy bien y estoy espléndida. (señalando a Tonito) ¿Y este joven, quién es? TONITO- Su seguro servidor, señora. Soy el hijo del doctor Morales. SABINA- ¿Es médico su papá? JACINTA- El que nos atiende a todos aquí. SABINA- Mire usted. Muy linda apostura el muchacho. ¿Casado? ROSITA- No, no es casado. SABINA- ¿Cuántos años tiene, Tonito? TONITO- Veintiuno para veintidós... SABINA- ¿Y por qué nunca ha venido a visitarnos? ROSITA- Tiene mucho que hacer. COSTANZA- Tiene que estudiar. ROSITA-No sale a ningún lado. SABINA- Sí, ya me doy cuenta..No vayan a pensar que soy una de ésas que...Ferdi, dame el pañuelo (se lo entrega) ¿Por qué ponés esa cara? ¿No estarás con celos de ese mocoso? FERDINANDO- No, mi querida, no (lo que me revienta es que me haga pasar papelones delante de la gente) SABINA- Vida mía, te juro que no miraré más a nadie. FERDINANDO- (Por mí, que mire a quién se le ocurra, vieja impúdica) SABINA- (¿Le tendré que dar algún dinerito a Ferdinando?) JACINTA- ¿Qué les parece si jugamos a las cartas? VICTORIA- Me pliego a la mayoría. SABINA- Yo quiero jugar a la escoba con Ferdinando. FERDINANDO-Sus deseos son órdenes para mí (¡Ay, con quién me fui a meter!) JACINTA- Muy bien. Para un tresillo, jugarán en esta mesita Victoria, Constanza y Guillermo. CONSTANZA- (Justo me pone con la ridícula de la "jardiniêre") VICTORIA- ( Ni idea tiene de quién es quién: Justo me pone con esta ordinaria) GUILLERMO (a Jacinta)- ¿No me cree digno de sentarme junto a usted? JACINTA (a Guillermo)- ¿Todavía tiene el coraje de dirigirme la palabra? Y en esta otra mesita jugaremos otro tresillo Rosita, Leonardo y yo. ¿Está bien, Leonardo? LEONARDO- Tanto me da. JACINTA- Si prefiere cambiar de mesa... LEONARDO- Hago lo que usted me pida. VICTORIA (a Guillermo)- Lo veo medio tristón, Guillermo. GUILLERMO- Soy más bien reservado. VICTORIA- No se lo nota muy demostrativo en el amor. GUILLERMO- Mi amor puede ser mucho más intenso de lo que usted piensa. VICTORIA- (Menos mal, eso huele a promesa de futuro) JACINTA (a Guillermo)- Ah, Guillermo, no sabe cómo me agrada que se haya puesto de novio con Victoria... .GUILLERMO- Interprételo como quiera. LEONARDO (a Jacinta)- ¿Qué le dijo en voz baja a Guillermo? JACINTA (a Leonardo)- ¿Tengo que rendirle cuenta de todo lo que digo? No tolero las sospechas infundadas. LEONARDO (a Jacinta)- ¿Infundadas? JACINTA (al grupo)- Bueno, bueno, vamos a jugar, antes de que llegue la hora de la comida. SABINA (a Ferdinando)- Sentémonos, Ferdi. ROSITA (a Tonito)- Tonito, traé otra silla y sentate cerca de mí. TONITO- (No me gusta nada tener que esperar, con el hambre que tengo) (Se sientan en sus respectivos lugares y comienzan a jugar) (Llega Don Felipe) FELIPE- Buenas, buenas, ¿cómo están todos? (todos lo saludan sin moverse de su sitio) Y digo: ¿yo no podría jugar también? JACINTA- ¿Quiere jugar, papá? FELIPE- Más bien que sí, m´hija. JACINTA- Entonces, siéntese en aquella mesa con Tonito y jueguen a la escoba. No me mire así, es a lo único que sabe jugar Tonito. FELIPE (resignado)- Venga, Tonito. (A un sirviente) Avisale al cocinero que apure el expediente, así comemos temprano (No tengo el aguante para estar jugando una hora con este papanatas) (Se sienta con Tonito y empiezan a jugar) VICTORIA (a Guillermo)- Me parece que un saludito esta mañana podría haber venido a dármelo... GUILLERMO- Ya le dije, Victoria, que estuve encerrado toda la mañana en esta casa. VICTORIA- Me da la impresión de que está demasiado a gusto en esta casa. GUILLERMO- No sé de dónde saca eso. CONSTANZA (a los dos)- ¿Se juega o se conversa? VICTORIA- (Le voy a tirar las cartas en la cara, vieja bruja) JACINTA- (Me parece que Victoria va a hacer una escena de celos) LEONARDO- ¿Por qué no juega, Jacinta? Es su turno. ROSITA- Jacinta está en las nubes. JACINTA- Cuando una es dueña de casa, tiene que atender a todo. VICTORIA (a Guillermo)- Jacinta no nos quita los ojos de encima, ¿por qué será? GUILLERMO- Querrá ver si todo está en orden. CONSTANZA (a los dos)- Esta no es manera de jugar. JACINTA (a Constanza)- ¿Ocurre algo? CONSTANZA- Pasa que... VICTORIA (a Jacinta)- ¿Por qué no te ocupás de tu juego, Jacinta? JACINTA (a Victoria)- Perdón, pero me pareció que... TONITO (a Don Felipe)- Escoba, hice otra escoba, Don Felipe. FELIPE (a Tonito)- Ya lo veo, no soy ciego. JACINTA ( A Leonardo) - No le caigo muy bien a su hermana, ¿no? LEONARDO- No creo, de todos modos, Victoria se casará y tendrá su casa. JACINTA- ¿Cuándo? LEONARDO- Puede que dentro de poco. Y si no llegara a casarse con ella, Guillermo no pondría más loe pies en esta casa. VICTORIA- ( Juraría que están hablando de mí9 ROSITA- ¡Ay, no conversen! Jacinta, es tu turno (Entra un sirviente) SIRVIENTE- Señores, la mesa está servida. CONSTANZA- (Gracias al Cielo...) SABINA- Yo quiero terminar mi partida. FELIPE- Terminala. Nosotros vamos a comer. FERDINANDO- Se me ha abierto el apetito. SABINA (a Ferdinando)- Se ve que las píldoras te hicieron bien. TONITO (a Don Felipe)- Le hice como diez escobas, Don Felipe. FELIPE- Sí, en efecto (¡tonto de capirote!) ¡Bueno, vamos al comedor! SABINA- ¿Me das el brazo, Ferdi? FERDINANDO- A sus pies, encanto (le da el brazo) (Salen) VICTORIA (tendiéndole el brazo)- ¿Y, Guillermo? GUILLERMO- Encantado (la toma del brazo) (Salen) JACINTA- Vamos, señora Constanza, Rosita... ROSITA- ¿Vamos, Tonito? TONITO- Sí, sí, vamos (¡Ah, qué atracón me voy a dar!) (Salen) FELIPE (a Constanza, ofreciéndole el brazo)- ¿Me permite, señora? CONSTANZA- ¡Pero cómo no, Don Felipe! (lo toma del brazo y salen) LEONARDO (a Jacinta, ofreciéndole el brazo)- ¿Vamos? JACINTA- Si cree que no lo merezco, no me ofrezca su brazo. LEONARDO- ¿Cómo puede ser tan cruel? JACINTA- Por favor, nada de escenas. LEONARDO- La quiero demasiado. JACINTA- ¿Demasiado, por mis pocos méritos? LEONARDO- Y usted me quiere poquísimo. JACINTA- Lo quiero como soy y todo lo que puedo. LEONARDO- No me enloquezca. JACINTA- Ya le dije que no quiero escenas (¡Maldito veraneo!) (lo toma violentamente del brazo y salen) TERCER ACTO Escena I En el jardín de Don Felipe, un bosquecillo con bancos Brígida y Pablo, después Jacinta, Guillermo y Leonardo BRÍGIDA- Aquí, Pablo, así disfrutamos un poco del fresco... PABLO- ¿Y si el patrón viene y me busca? BRÍGIDA- Están todos tomando el café y después se pondrán a jugar a las cartas, como de costumbre. A menos que, Pablito, no te interese mi compañía... PABLO- ¡Ah, eso no! Me gusta mucho estar con usted....eh, con vos. Y acá, en el campo, es más fácil encontrarse solos, escondiditos... BRÍGIDA- Si los patrones aprovechan estos rinconcitos, ¿por qué no los podemos usar nosotros? PABLO- Aquí y en la ciudad pasan algunas cosas... BRÍGIDA- Como a mi patrona. PABLO- ¿Qué le pasó a la señorita Jacinta? BRÍGIDA- Ay, no. No me hagás hablar porque no puedo. Ay, pobre... PABLO- Algo pasa: mi patrón está muy nervioso y la señorita Jacinta parece estar en Babia. Yo estuve detrás de ellos, en la mesa, y ni tocaron la comida. Al lado estaba el señor Guillermo, muy serio, como empacado. BRÍGIDA- ¡Ay, ese hombre va a ser la ruina de esta casa! PABLO- No me vas a decir que está teniendo un romance con ella... BRÍGIDA- No, ni soñarlo. ¿Y la señorita Victoria dónde estaba sentada? PABLO- Del otro lado del señor Guillermo. BRÍGIDA- ¡Qué desfachatado, sentarse entre las dos! PABLO- De cuando en cuando le hablaba bajito a la señorita Jacinta. BRÍGIDA- ¿El señor Leonardo se dio cuenta? PABLO- Por el gesto de rabia que hizo una vez, me parece que sí. Te juego lo que quieras que el señor Guillermo la anda pretendiendo de amores a la señorita Jacinta. BRÍGIDA- ¡Estás loco! Si él está de novio con la señorita Victoria y el señor Leonardo con mi patrona. PABLO- ¿Cómo, novia? Si se pasó la comida retándolo y él le respondía con gruñidos. BRÍGIDA- ¿Y decís que con mi patrona sí hablaba? PABLO- A veces despacito, como te dije y, si no, con el codo o con los pies por debajo de la mesa. BRIGIDA- ¡Si estaba yo ahí, agarraba un plato y se lo rompía en la cabeza! PABLO- ¿Ves que hay algo entre los dos? Si no, ¿por qué te enojás tanto? BRÍGIDA- Mejor hablemos de otra cosa: ¿cómo se portó la vieja Sabina? PABLO- No dejó de decirle palabras de amor ridículas al bruto de Don Ferdinando, que ni la oía, ocupado en comer como una bestia todo lo que se le ponía adelante. BRÍGIDA- ¿Y la señora Constanza y su sobrina? PABLO- Estuvieron muy bien. Pero el que estuvo de rechupete fue el joven Tonito. BRÍGIDA- ¿Estaba sentado al lado de la señorita Rosita? PABLO- Claro. Y se la pasaron diciéndose cositas y haciéndose arrumacos. ¿Son novios? BRÍGIDA- Sí y se casarán cuando él se reciba de médico. O antes. ¿Sabés una cosa? Se conocieron aquí, en el veraneo. Tuvo suerte la señorita Rosita. En cambio, yo... PABLO- ¿Te gustaría casarte, Brígida? BRÍGIDA- Es el deseo de cualquier mujer. No soy fea, soy joven, tengo mi dinerito ahorrado. Pero sigo sin encontrar novio... PABLO- El que busca, encuentra... Ya no tengo más tiempo, pero yo te diría... BRÍGIDA- ¿Qué? No me dejarás con la intriga.. PABLO- No sé si te caigo bien, Brígida. Pero mejor hablemos esta noche. En este lugar, ¿sí? (Sale) BRÍGIDA- (No sé por qué, pero me parece que este veraneo va a ser muy bueno para mí) (Sale) (Aparece Jacinta sola, preocupada) JACINTA- Ah, por fin sola un momento....¡Qué veraneo éste! Ay de mí, yo me reía de las mujeres que se trastornaban cuando se enamoraban, no me reconozco. ¿Por qué? ¿Por qué tuve que aceptar mi noviazgo con Leonardo? ¿De dónde saqué que estaba enamorada de Leonardo como para aceptarlo? ¿Por casarme nomás? De todo modos, ya di mi palabra y no puedo ahora volverme atrás. Cuando regresemos a Buenos Aires, no lo veré más a Guillermo... Pero, ¿y mientras tanto? ¿Cómo hago para esquivarlo aquí? Todos están pendientes de mí. Leonardo algo sospecha. Victoria me tiene entre ojos. La tía Sabina es una imprudente y me cuesta horrores estar siempre fingiendo... (Aparece Guillermo) GUILLERMO- Jacinta...por fin la encuentro. JACINTA (mirando a su alrededor)- Por favor, Guillermo...¿qué quiere de mí? GUILLERMO- Una respuesta. JACINTA- No me acuerdo de nada que deba responderle. GUILLERMO- ¿Se lo digo de nuevo?.... JACINTA- No, por favor. Le ruego que me deje en paz. GUILLERMO- ¿Entonces, se acuerda? JACINTA- (¿Cómo consigue turbarme?) ¿Usted pretende que yo lo deje a Leonardo y que me ponga en la boca de todo el mundo? GUILLERMO- Yo no pretendo nada. Yo le suplico, Jacinta... JACINTA- Le pido, por Dios, que no hable más. GUILLERMO- No me pida que me calle, antes de tener una respuesta suya. JACINTA- Hablaré yo entonces. Usted y yo estamos viviendo un momento doloroso. Sean lo que fueren nuestros sentimientos, están en juego el honor, el buen nombre, la palabra empeñada. No quiero ni debo faltarle el respeto a mi padre. Ni a Leonardo tampoco... ¿Y usted? ¿No era usted amigo de Leonardo? ¿No es huésped de mi padre? ¿No se ha puesto de novio con Victoria? Con sus pretensiones, ¿no traiciona a la amistad, a la hospitalidad, a la confianza de una mujer? ¿Qué diría de nosotros la gente? Piense en usted y piense en mí. Si es cierto que me ama, que ese amor no sea mi ruina. En cuanto a mí, aunque me destroce confesarlo, sí, Guillermo, yo también lo amo. Pero con la misma sinceridad le digo que haré todo cuanto esté en mis manos para librarme de ese sentimiento. Si usted insiste, será peor para los dos porque, le repito, lo nuestro es imposible. Usted quiso que yo le diera una respuesta. Se la he dado. No me persiga más, se lo ruego. GUILLERMO- (Estoy transtornado, ni sé dónde estoy. Ni siquiera sé qué responderle...) JACINTA- (¿De dónde saqué fuerzas para decirle lo que le he dicho? No me puedo sentir peor...) (Aparece Leonardo) LEONARDO- ¡Qué sorpresa! ¿Usted aquí, Jacinta? JACINTA- (¡Virgen santa, ayudame!) LEONARDO- ¿Qué secreto estaban tratando con Guillermo? GUILLERMO- (El desastre es inevitable) JACINTA- (Tengo que defender mi honor) Lo que estábamos tratando, en realidad, le interesa más a usted, Leonardo, que a mí. Pero, siendo novia suya, y estando en juego la felicidad y el buen nombre de su hermana Victoria, creí que era natural que me interesara por el próximo matrimonio de Guillermo con ella. Se sabe cómo la gente suele criticar sin motivo...Y bueno, eso: quise saber del propio Guillermo qué pensaba y...me ha asegurado la total, absoluta seriedad de su relación con Victoria. GUILLERMO- (¡Pobre de mí!) LEONARDO- Podría haber hablado yo con Guillermo... JACINTA- No le digo que no. Pero mi afecto por Victoria y mi vínculo con usted, me autorizaban, creo, a tocar este asunto con él. GUILLERMO- Sí, y entonces, mi estimado Leonardo, permití que te pida formalmente la mano de tu hermana .. LEONARDO- Perfecto. Guillermo, esta noche te daré la respuesta. JACINTA (a Leonardo)- ¿Por que no ahora? LEONARDO- Mi querida, me parece que lo correcto es consultar a mi hermana... (Pausa) Nos están esperando para dar un paseo. ¿Vamos, Jacinta? JACINTA (dándole el brazo)- Sí, Leonardo, vamos. Hasta luego, Guillermo. (Mi Dios, cuánto sufrimiento...) LEONARDO- (Me carcome la sospecha de que Jacinta miente) Hasta luego, Guillermo. GUILLERMO- Hasta luego (Tengo el corazón destrozado...) Escena II Sala en la casa-quinta de Don Felipe. Don Felipe, Victoria, Leonardo, Brígida VICTORIA- Don Felipe, ¿ya que estamos solos, le puedo decir dos palabras? FELIPE- Claro que sí. En la sala grande están jugando a un juego que no conozco... VICTORIA- Dígame...¿dónde está Jacinta? FELIPE- Ni idea. No ando detrás de ella para saberlo. VICTORIA- ¿Y Guillermo? FELIPE- Victoria...¿usted cree que yo sé dónde anda toda la gente que está en esta casa? Guillermo estará en un sitio y mi hija en otro... VICTORIA- ¿Y si estuvieran juntos? FELIPE- ¿Qué quiere insinuar, Victoria? Mi hija no es una frívola, una cabeza hueca... VICTORIA- Yo no estoy insinuando nada. Pero, durante la comida, hubo algún comentario por la forma en que se comportaron ellos en la mesa...Y ahora, los dos han desaparecido... FELIPE- ¿Desaparecido? VICTORIA- Salieron los dos, uno después de la otra, y mi hermano Leonardo los ha ido a buscar... FELIPE- Pero...no puede ser. Si me entero de algo...Pero, justamente aquí llega Leonardo. LEONARDO (entrando)- Don Felipe, necesitaría papel y pluma para escribir una carta.. VICTORIA- (Lo noto agitado. Seguro que algo pasó) FELIPE- Allí, en esa mesita, los tiene. Y...dígame, ¿no ha visto a mi hija? LEONARDO- (sentándose)- Sí, estaba en lo de la casera, que anoche se sentía mal. FELIPE- ¿Con quién fue? LEONARDO- Sola. FELIPE- ¿No estaba Guillermo con ella? LEONARDO- No. ¿Por qué iba a estar Guillermo con ella? ¿No podría haber ido conmigo? FELIPE- ¿Oyó, Victoria? VICTORIA- Pero hubo ciertos rumores y....(a Leonardo) vos mismo saliste furioso... LEONARDO- La gente chismosa ve cosas donde no las hay. Fui a buscarla y se vino conmigo. (Por nuestro buen nombre tengo que decir esto, pero ni yo estoy convencido de la inocencia de ese encuentro en el jardín) (Se pone a escribir) FELIPE- Ya ve, Victoria... VICTORIA- ¿Guillermo ya volvió? LEONARDO- Sí. VICTORIA (irónica, a Leonardo)- ¿Habrá ido a visitar al casero? LEONARDO (impaciente)- ¿Me dejás terminar esta carta? VICTORIA- ¿Una cartita para Buenos Aires? LEONARDO- No te importa. (A Don Felipe) Don Felipe, ¿Por favor, uno de sus servidores podría buscar a mi mucamo y decirle que venga para aquí? DON FELIPE- Sí, Leonardo. (Mirando a Victoria)(¡Señorita Victoria, piénselo dos veces antes de poner en tela de juicio la reputación de esta casa, de mi familia!) (Sale) VICTORIA- Sinceramente, Leonardo, ¿te parece bien lo que hizo Jacinta? Mirá que las apariencias...¿Te parece bien cómo actúa Guillermo? LEONARDO- Me parece que todo está bien, Victoria. Y te pido por favor, que me dejes terminar lo que estoy escribiendo. VICTORIA- Te digo algo y no te molesto más. ¿No era que Guillermo se interesaba por mí? LEONARDO- Así es. VICTORIA - Y entonces, ¿cómo se entiende que...con Jacinta....? LEONARDO- El mismo me ha dado a entender que desearía casarse con vos. VICTORIA- ¿En serio? ¿Y por qué no me dijo nada a mí? LEONARDO- Me dejás terminar la carta y te explico. VICTORIA- Bueno, terminala (¿A quién tengo que creer? ¿O los celos me enceguecen?) ¿Cuándo te habló Guillermo? LEONARDO- Tranquilizate, callate. (Esta carta es difícil de esribir, y ésta me atormenta) BRÍGIDA (entra) - Señor, señorita, ya terminaron de jugar y quieren saber si los acompañan a dar un paseíto. LEONARDO- Sí, vamos. (Se incorpora) VICTORIA (a Leonardo)- ¿No me vas a decir nada? LEONARDO- Esta tarde hablamos. VICTORIA- Pero...adelantame algo... LEONARDO- No es el lugar ni el momento. VICTORIA- Pero yo ya no aguanto... LEONARDO- Sos una caprichosa. (Sale) VICTORIA (a Brígida)- Decime, Brígida, ¿adónde fue tu patrona después de comer? BRÍGIDA- ¿Cómo quiere que lo sepa? VICTORIA- ¿Cómo está la casera? BRÍGIDA- ¿La casera? Bien, que yo sepa. VICTORIA- ¿No estaba con fiebre anoche? BRÍGIDA-¿Qué fiebre? Si hasta nos ayudó en la cocina. VICTORIA- (¡Qué desgracia! Todos me mienten, me engañan, hasta el tonto de mi hermano) ¿El señor Guillermo y la señorita Victoria volvieron juntos? BRÍGIDA- Ah, yo no sé nada. Esas cosas no se me preguntan. Mi señorita es una persona decente y, si hay jóvenes atrevidos, no es suya la culpa....Y usted, ¿va a pasear con los otros señores o no? Que yo vine nada más que para preguntarle eso. (Sale) VICTORIA- (Sospechas y más sospechas. Veré qué me dirá Leonardo. Por ahora me callo, pero ya me van a oír) (Sale) Escena III Un rincón del parque. Puede ser una glorieta con bancos de jardín para los personajes Llegan, en pareja, Sabina y Ferdinando, Jacinta y Leonardo, Victoria y Guillermo, Rosita y Tonito, Constanza y Don Felipe. Como convenga al director, se sientan todos o algunos permanecen de pie. Después, llega Pablo CONSTANZA- ¡Qué agradable paseo! DON FELIPE- Sí, una linda caminata. VICTORIA (a Guillermo)- ¿No me puede adelantar algo de lo que mi hermano tiene que decirme? GUILLERMO (a Victoria)- El se lo va a decir. Sería una falta de educación anticiparme. VICTORIA (a Guillermo)- Si me quisiera un poquito, me lo tendría que decir... JACINTA- (Puedo aguantar cualquier cosa pero esto de verlo con mis propios ojos...) LEONARDO (a Jacinta)- ¿Le pasa algo? JACINTA (a Leonardo)- Nada. FELIPE (a Constanza)- ¿Qué me dice de nuevo, señora Constanza? ¿Así que su sobrina está noviando con ese zoquete de Tonito? CONSTANZA (a Don Felipe)- Para decir la verdad, ni me va ni me viene. Al fin de cuentas, es mi sobrina, no mi hija. SABINA (a Ferdinando)- Ay, Ferdi, me parece que está un poco húmedo el viento. ¿Sabés? Tengo miedo de resfriarme. FERDINANDO (a Sabina)- Preciosa mía, cubrite con el chal. SABINA (a Ferdinando)- No. ¿Te molestaría tenerme abierta la sombrilla (le entrega una sombrilla) FERDINANDO- (Lo último que me faltaba. Quedarme paralítico sosteniendo esta sombrilla de porquería) (Abre la sombrilla y la pone en contra de la dirección del viento) (a Sabina) Cuando se quiere de veras, es un placer un servicio así. SABINA (a Ferdinando)- Yo también te quiero. FERDINANDO (a Sabina)- Nadie lo diría, si eres incapaz de hacerme un regalito de unos pocos pesos... SABINA (a Ferdinando) - ¿Seguís con eso? FERDINANDO (a Sabina)- O pesitos o se acabó el romance. SABINA (a Ferdinando)- Ingratón... (solloza y se enjuga las lágrimas) PABLO (desde un lado, se hace ver por Leonardo). LEONARDO (a Pablo)- Ya voy (se levanta) (A los demás) Perdón, tengo que decirle algo a mi mucamo. JACINTA (a Leonardo)- Vaya nomás (Pagaría lo que no tengo por saber de qué hablan Victoria y Guillermo) FERDINANDO (a Sabina)- Con permiso... (se levanta) SABINA (a Ferdinando)- ¿Adónde vas? FERDINANDO (a Sabina)- Enseguidita vuelvo (va a sentarse en el lugar que dejó Leonardo) SABINA -(¡Infame! Otro desaire...) FERDINANDO (a Jacinta)- ¡Mi Dios! No aguantaba más... JACINTA- Me asombra su comportamiento, que se burle de mi tía. Es una mujer con sus años pero es una bellísima persona. FERDINANDO (a Jacinta)- Pero mis intenciones, señorita Jacinta... JACINTA (a Ferdinando)- Más vale que se calle la boca. FERDINANDO (a Rosita)-¿Y, Rosita? ¿La está pasando bien? ROSITA- Ni me hable, que su conversación no me interesa. FERDINANDO- (Más vale que me vuelva a dónde estaba) (Regresa al lado de Sabina). (A Sabina) Aquí estoy de vuelta, tesoro. SABINA (a Ferdinando)- Sinvergüenza, no tendría ni que mirarte. LEONARDO (a Pablo)- Sí, encontrá alguno que copie esta carta o copiala vos, con tu escritura. Hacela dirigida a mí, en el sobre también. Después, cuando la tengás lista, venite a lo de Don Felipe y me la entregás, como si te la hubiera dado alguien que vino de Buenos Aires. Hacé bien lo que te digo y apurate. PABLO- Sí, niño Leonardo. (Sale) JACINTA- (No doy más, no puedo ver a esos dos juntos) (Se levanta) GUILLERMO- (Jacinta está nerviosa y se le nota. ¡Si supiera cómo me siento yo!) LEONARDO (a Jacinta)- Ya está. La noto pálida, Jacinta. JACINTA- Este airecito me molesta... LEONARDO- Volvamos, entonces. VICTORIA- ¡Ay, sí, volvamos! (se levanta y se levantan todos) (No veo la hora que mi hermano me hable) SABINA- Nosotros iremos adelante (así nadie está con la oreja parada para saber qué hablamos) FERDINANDO (a Sabina)- Sí, querida. Así podremos hablar de tu regalito, ¿eh? SABINA (le clava con desdén la mirada y le da el brazo) (¡Que el diablo te lleve, cachafaz, desvergonzado!) JACINTA - ¿Vamos entonces? (Sale del brazo de Leonardo) VICTORIA (a Guillermo)- No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento... Lo noto muy sombrío, Guillermo. GUILLERMO (a Victoria)- Es mi temperamento. (Salen los dos) CONSTANZA (con un gesto de complicidad, a Rosita)- Y...¿qué me decis? ROSITA (a Costanza)- Le digo, tía, que me parece que viene tormenta. (A Tonito) Vamos, Tonito, alma mía...(Salen los dos) CONSTANZA- ¿Don Felipe) FELIPE (tomándola del brazo)-Sí, vamos, señora Constanza. Yo, para no perder la costumbre, siempre último. (Salen los dos) Escena IV Sala en casa de Don Felipe Brígida y servidores. Después, los mismos de la escena anterior BRÍGIDA- Rápido, rápido, a terminar de encender las arañas y los candelabros, que ya están llegando los señores. (Dios quiera que también venga Pablo que, en los días que nos quedan de veraneo, quiero que se concrete lo nuestro. Ya que habrá tantos casamientos, por qué no también el mío?) Muchachos, si viene Pablo, no dejen de avisarme. Ah, bueno, bueno, ya están aquí... (Entran todos en el mismo orden en que salieron de la glorieta, las señoras entregan chales, sombreros y sombrilla a Brígida y los hombres entregan sus sombreros a un sirviente) SABINA- ¡Uf! Estoy un poco cansadita...(A Ferdinando) Vení acá, vos. FERDINANDO (a Sabina)- Aquí estoy (Esto se alarga demasiado. Mañana, o negro o blanco). (Se sienta al lado de Sabina) JACINTA- Tomen asiento, que hay lugar para todos (todos ocupan una silla, menos Don Felipe, porque no alcanzan) FELIPE- Y yo, ¿dónde me siento? BRÍGIDA- Ya va, señor, ya le traigo una silla (se la trae). Sírvase. FELIPE (sentándose)- (¡Ah, sí, el año que viene quiero volver a ser el dueño de mi casa!) VICTORIA (a Leonardo)- Leonardo, vení aquí, que te quiero decir una cosa (se levanta y va aparte del grupo) LEONARDO (a Victoria, incorporándose)- Voy. (Yendo hacia ella)(La comprendo: la curiosidad la atormenta) VICTORIA- ¿Y? LEONARDO- Te lo digo en pocas palabras: Guillermo me ha pedido tu mano. VICTORIA- ¿De verdad? (Dirige sonriente la mirada hacia Guillermo, quien desvía los ojos) LEONARDO- Sos vos la que tiene que decidir. VICTORIA- Si a vos te parece bien, yo estoy contentísima. LEONARDO (a Guillermo)- Guillermo, por favor (con un esto le indica que se aproxime). GUILLERMO- Aquí estoy (listo para el sacrificio...) (Jacinta se muestra agitada) LEONARDO-Mi hermana acepta complacida ser su esposa. GUILLERMO- Muy bien, entonces. VICTORIA- Oh, Guillermo, ¿no puede decir otra cosa que "muy bien"? GUILLERMO- ¿Qué debería decir? VICTORIA- Mire que es raro, Guillermo. No se sabe nunca si está contento o no. GUILLERMO- Tiene que aceptarme como soy, Victoria. VICTORIA- (Puede ser que, cuando sea mi marido, se avispe un poco) LEONARDO- Don Felipe, Don Ferdinando, si me hacen el favor. (Ambos se acercan) LEONARDO- Quiero que los dos sean testigos de la promesa de matrimonio entre mi hermana Victoria y Guillermo. JACINTA- (Ay, me siento morir...) FELIPE y FERDINANDO- Felicitaciones, felicitaciones. SABINA (a Ferdinando)- ¿Viste? Así se hace. FERDINANDO- Esos pocos pesitos y se hace. SABINA- Malditos sean esos "pesitos". VICTORIA (a Guillermo)- ¿Está contento? Con esa cara, van a pensar que lo hace por obligación, no por amor. GUILLERMO- Lo hago por amor, y no sabe cuánto. VICTORIA- (Bueno, por lo menos una vez dice que me quiere) (Al grupo) Bueno, ahora sentémonos de nuevo. CONSTANZA y ROSITA- Felicitaciones, Victoria. VICTORIA- Gracias, muchas gracias. ROSITA (a Tonito) - ¿Viste qué lindo, Tonito? TONITO- Ya nos va a tocar a nosotros, Rosita (Entra Pablo). PABLO (a Leonardo)- Niño Leonardo... LEONARDO- ¿Qué sucede? PABLO- Un comisionista de Buenos Aires me dio esta carta para usted... LEONARDO-Dámela. (se levanta de su silla y abre la carta) Ah, es de Don Fulgencio. FELIPE- Ah, sí, nuestro amigazo. ¿Qué dice? LEONARDO- ¡Caramba! No son buenas noticias...(Lee) "Estimado amigo: Le escribo de prisa para avisarle que su tío Bernardino tuvo un ataque y los médicos le dan poco tiempo de vida. Ha mandado llamar al escribano y me parece que, por tratarse de sus intereses, es más que conveniente que usted baje a Buenos Aires lo antes posible"... FELIPE- ¡Qué barbaridad! Lo lamento pero yo también creo que no debe perder un minuto. Está en juego una herencia de varios millones... VICTORIA- Ay, sí, Leonardo, yo voy con vos. LEONARDO (a todos)- Lamento tener que partir así... VICTORIA- Imagino que Guillermo vendrá con nosotros. GUILLERMO- (Todo se combina para hacerme más desgraciado) Por supuesto. JACINTA- (Me siento morir, pero más vale así, que todo termine pronto) LEONARDO- Pablo, que preparen el carruaje. Iremos los cuatro: Victoria, Guillermo, vos y yo. Dejen el equipaje. PABLO- Como usted mande, niño Leonardo. BRÍGIDA (a Pablo)- Pablo, Pablito... ¿Te vas? PABLO- Sí, pero tengo que volver para buscar las cosas BRÍGIDA- ¿No te vas a olvidar de mí? PABLO- Ni loco, te doy mi palabra. (Sale) FELIPE- Manden noticias. Si vuelven, los esperamos. Si no, nos vemos en Buenos Aires. VICTORIA (a Jacinta)- Jacinta, muchas gracias por todo y no veremos en Buenos Aires. JACINTA- Sí, mi querida, hasta prontito (se besan) GUILLERMO- (¿Por qué no me tragará la tierra?) LEONARDO (a Jacinta)- Adiós, amor. Venga lo más pronto que pueda a Buenos Aires (le besa la mano). Adiós, don Felipe (lo abraza). Adiós a todos. COSTAN ZA- Que tengan buen viaje. ROSITA- ¡Buen viaje! JACINTA (emocionada)- Buen viaje... VICTORIA (a Guillermo)- Pero, ¿qué le pasa? Se diría que está por llorar... GUILLERMO (resuelto)- No me pasa nada. Vámonos. (la toma del brazo y salen los dos) FERDINANDO (a Sabina)- Señora Sabina... SABINA- ¿Qué quiere usted? FERDINANDO- ¿Y nosotros? SABINA- Nosotros, nada. Usted ya me hartó, Ferdinando. Es un insolente, un interesado, que no tiene vergüenza ni decencia. (Sale) FERDINANDO- (La vieja se puso brava. Adiós pesitos, adiós negocio. La commedia é finita). CONSTANZA- Querida Jacinta, Don Felipe, nosotros también nos vamos. FELIPE- ¿No se quedan para una partidita? CONSTANZA- Le agradezco, pero tenemos mucho que hacer en casa. Vamos, Rosita, Tonito... Adiós, Jacinta. Don Felipe... FELIPE- Los acompaño hasta su quinta. (Por lo menos, jugaré a la escoba con este palurdo) Hasta luego, hija. (Salen) JACINTA- Adiós... Gracias a Dios, me he quedado sola. Puedo desahogar mi rabia, maldecir mi debilidad. ¿Cuál es el destino de la mujer dividida entre el honor y el amor? ¿Clavarse los puñales por no haber defendido sus sentimientos? ¿Echarle la culpa a la mala suerte o al respeto, que la obliga a casarse con quien no ama? O, (irónicamente) peor todavía, ¿echarle la culpa a las tentaciones del veraneo?...) TERCERA PARTE PRIMER ACTO Escena I Habitación en casa de Leonardo. Leonardo y Quico, después Victoria, Don Fulgencio y Don Ferdinando LEONARDO- (Ya hace tres días que volví a Buenos Aires y no tengo noticias ni de Jacinta ni de su padre. No han vuelto aquí, no me han escrito. Yo les escribí ayer pero no he tenido respuesta. ¿Estarán por venir?) QUICO- Niño Leonardo... LEONARDO- ¿Qué pasa? QUICO- Lo busca un muchacho, el del almacén, con una factura en la mano... LEONARDO- ¿Por qué no le dijiste que no estoy? QUICO- Niño, ya se lo dije ayer y anteayer, pero este pobre ya vino tres veces hoy, y no sé qué decirle. LEONARDO- Decile que le encargué a Pablo que le pagara, que Pablo está en San Isidro y que, en cuanto vuelva, le pagará. QUICO- Como usted diga, niño. (Sale) LEONARDO- (Todo me está yendo de mal en peor. Este año el veraneo me ha costado una fortuna...) QUICO- Niño, está el muchacho de las velas... Ah, y estuvo el empleado del sastre y el de la zapatería... LEONARDO- No estoy. Deciles lo mismo: que les pagará Pablo cuando venga de San Isidro. QUICO. Como usted mande... LEONARDO- (¡Malditas sean las cuentas!) Quico, por favor, andate de una corrida a lo de Don Felipe y averiguá si ya volvieron. QUICO- Voy, niño. (Sale) LEONARDO- (Facturas, cuentas...¡Qué impertinentes son los acreedores! No sé por qué me acosan, si algún día les pagaré) (Vuelve Quico) QUICO- Niño, niño...En la puerta me lo encontré al sirviente de Don Felipe, que venía a avisarle que ya han vuelto. No vino hasta aquí porque me mostró una lista como de treinta personas a las que tiene que llevar el mismo mensaje. LEONARDO- Dame mi sombrero. QUICO- Sí, niño (Sale) LEONARDO- (Estoy ansioso por ver a Jacinta. ¿Cómo estará? ¿Y Guillermo, que apenas aparece? Y yo aquí, teniendo que hacer frente a los acreedores...) QUICO (entrando) - Su sombrero. LEONARDO- Gracias. Fijate si no hay algún otro en la puerta esperando que se le pague... QUICO (asomándose, desde la puerta)- No, no se ve a nadie. LEONARDO- No importa. Saldré por la puerta de servicio. (Sale) VICTORIA (entrando)- ¿Quico, dónde está mi hermano? QUICO- Salió. VICTORIA- ¿Por dónde que no lo vi? QUICO- Por la puerta de servicio, para no encontrarse con algunos sujetos que quieren cobrar lo que se les debe... VICTORIA - (Pobres de nosotros...) Quico, por favor, ni se te ocurra comentar eso fuera de esta casa. No sé por qué mi hermano se niega a pagar cuando hay que pagar... QUICO- (¡Mirá quién habla! Como si ella no gastara también a troche y moche...) VICTORIA- ¿Y adónde fue ahora? QUICO- A la casa de la señorita Jacinta. VICTORIA- ¿Cuándo volvieron? QUICO- Hoy de mañana. VICTORIA (ofendida)- ¿Cómo a mí no me avisaron? QUICO- Sí, niña, le avisaron al niño Leonardo y a usted. Yo recibí el mensaje y se me pasó decírselo. Perdón, pero no sabe la mañana que hemos tenido.... Creo que golpean... (Sale) VICTORIA- (Me conviene hacerle una visita a Jacinta. Aunque vaya de mala gana, porque no la puedo aguantar. Cuando me acuerdo de las cosas que pasaron en el veraneo, me hierve la sangre. Y Guillermo, que viene poco y nada...) QUICO (entrando)- Niña Victoria, es el señor Don Fulgencio. Preguntó por el niño Leonardo, le dije que no estaba, dijo que lo iba a esperar y yo le pregunto si no lo quiere recibir usted... VICTORIA- Que pase...(Me va a distraer un poco charlar con este viejito...) FULGENCIO (entrando, mira a su alrededor)- (¡Pobre casa! Se ve que conoció tiempos mejores...) ¡Señorita Victoria! VICTORIA- Dichosos los ojos que lo ven, Don Fulgencio. Dígame, ¿cómo se enteró de que nuestro tío se estaba muriendo y le avisó a Leonardo para que nos volviéramos? FULGENCIO- ¿Cómo? Si ni una línea le he escrito a su hermano y su tío está lo más bien, así que no entiendo nada de lo que me dice... VICTORIA- Don Fulgencio...yo vi su carta con mis propios ojos. FULGENCIO- Querida Victoria, lo tiene que haber soñado... VICTORIA- Juro que la vi y la leí y por eso vinimos corriendo a Buenos Aires, antes de que el tío se nos muriera... FULGENCIO (irritado)- Eso es una bestialidad. Le repito que jamás escribí esa carta. VICTORIA (dubitativa)- ¿Y entonces? FULGENCIO- Se lo digo yo, Victoria: es una trampa, un engaño, una matufia. VICTORIA- ¿Pero de quién? FULGENCIO- De su hermanito. VICTORIA- ¿De Leonardo? FUGENCIO- De Leonardo, que lleva una vida loca, dispendiosa, desordenada. Me habían dicho que su situación económica era difícil, pero nunca imaginé que llegara a este punto. Me arrepiento de haberme metido en sus planes de casamiento, de haber hablado en su favor al padre de Jacinta, cuando Leonardo no la merece... VICTORIA- Don Fulgencio, usted es una persona de respeto. Y le agradezco, por lo que veo, su intención de arruinarle la vida a mi hermano. FULGENCIO- Su hermano ya se la arruinó solo, señorita Victoria. Además de ser deshonesto y no pagar a sus proveedores, encima los humilla, los rebaja, los insulta con sus mentiras y sus desplantes. VICTORIA- Don Fulgencio, ya soy bastante grande para que usted me sermonee. FULGENCIO- Ya me he dado cuenta, pierda cuidado. Es como hablarle a un sordo. VICTORIA- Todo lo que me dijo, ¿por qué no se lo dice a mi hermano? FULGENCIO- ¿Dónde está? VICTORIA- Fue a visitar a su novia Jacinta. FULGENCIO- Ah, ya volvieron... Fantástico. VICTORIA- Ni se le ocurra ir allá a hacer escándalo. FULGENCIO- Yo voy a hacer lo que me parezca justo. VICTORIA- No se meta a querer deshacer matrimonios, Don Fulgencio. Eso no se hace. FULGENCIO- Lo que no se hace, señorita, es gastar más de lo que se tiene, endeudarse para divertirse y degradar a los acreedores a los que no se les paga lo que se les debe. (Sale) VICTORIA- (No se puede decir que no tenga razón el viejo. Pero la verdad a veces duele, ¿no?) FERDINANDO (desde adentro)- ¡Holá! ¡Holá! ¿Se puede? ¿No hay nadie? VICTORIA- Pase, pase, Don Ferdinando, que estoy yo. FERDINANDO (entra, ceremonioso)- A sus pies, su devoto servidor, señorita Victoria. VICTORIA- ¿Cómo está? Ya de regreso, ¿no? ¿Volvió con Don Felipe y Jacinta? FERDINANDO (irónico)-¡Oh, sí! Un viaje sereno, bellísimo. Si duraba media hora más me venía fiebre. VICTORIA- ¿Por? FERDINANDO- Jacinta que suspiraba y suspiraba, Don Felipe que durmió todo el tiempo y la mucama que estaba perdida en sus pensamientos. VICTORIA- ¿Por qué suspiraba Jacinta? FERDINANDO- Mejor hablemos de otra cosa: ¿se enteró de lo de Tonito? VICTORIA- No, ¿qué le pasó? FERDINANDO- Que tuvo la feliz idea de decirle al padre que quiere casarse con Rosita... VICTORIA- ¿Y? FERDINANDO- Dicen que el doctor su padre le dio una patada en salva sea la parte y lo echó de la casa. Doña Constanza primero no quiso saber nada pero terminó alojándolo en su casa, donde comparte un cuarto con un sirviente y come como un desaforado. Linda carga para la señora Constanza. Ahora piensan hacerle un juicio por alimentos al doctor y pedir licencia al juez para que Tonito se case con Rosita, y después terminará sus estudios de medicina en la universidad de los inservibles. VICTORIA- La historia es divertida, pero me interesa saber más sobre Jacinta. FERDINANDO- Ah, querida, yo no acostumbro a meterme en la vida ajena. VICTORIA- Sospecho que usted me oculta algo. Algo que ya sospechaba en San Isidro. FERDINANDO- Ni idea. VICTORIA- Jacinta suspiraba por algo,¿no? FERDINANDO- Siempre se suspira por algo. VICTORIA- No creo que sea por culpa de mi hermano. FERDINANDO- No. (riéndose) ¿No sería por mí? Ah, hablando de amores, la digna señora Sabina me ha plantado. Pero ella es la que pierde, no puede volver a Buenos Aires, porque la historia de este romance trunco la ha puesto en ridículo y en boca de todos. VICTORIA (irónica)- Verdaderamente, Don Ferdinando, se ha comportado usted como un caballero. FERDINANDO-Yo mantuve una relación con una mujer, nada más. No como otros, que fingen amar a una mujer cuando en realidad aman a otra. VICTORIA- ¿A qué viene eso? FERDINANDO- Son palabras que el aire lleva hasta los oídos que deberían oírlas... VICTORIA- Son palabras que destilan veneno, señor, palabras que me hacen sufrir. FERDINANDO- No las dije por usted. Usted, ¿qué tiene que ver? VICTORIA- ¿Y por qué suspiraba Jacinta? FERDINANDO- Pregúnteselo a ella. VICTORIA- ¿Y quién es el que tiene dos amores? FERDINANDO- Pregúnteselo a él. Señorita Victoria, me parece que se ha levantado usted de mal humor esta mañana, así que mejor me despido, porque todavía me quedan muchas amistades que visitar y enterarme de lo que ha pasado en nuestro gran mundo durante mi ausencia. Quiero divertirme y divertir a mis amistades con los nuevos acontecimientos sociales. A sus pies, Victoria. (Sale) VICTORIA (enojada)- (¡Ah, viejo, lengua de víbora! Ha terminado de confundirme. Todo sale mal, estamos sin dinero en casa, tengo el corazón hecho pedazos. ¡Y todo por culpa de este maldito veraneo!) (Sale) Escena II Sala en casa de Don Felipe Jacinta y Brígida, un sirviente, Guillermo, Leonardo BRÍGIDA- ¡Arriba el ánimo, niña! No se sienta triste...¡alégrese! JACINTA- No estoy triste. Para nada. Al contrario, desde que no veo a ese señor, creo que estoy mejor que nunca. BRÍGIDA- ¿Quién vendría a ser ese "señor"? JACINTA- Me refiero al señor Guillermo. ¿A quién, si no? BRÍGIDA- (Me dio miedo que el "señor" fuera su novio) JACINTA- ¿No merece desprecio por la forma en que se comportó? ¿Enamorarme como lo hizo? Por su culpa, he padecido horrores. Cómo me persiguió, cómo me encandiló con palabras amorosas, con ademanes tiernos, con atenciones constantes, con una labia irresistible... BRÍGIDA (irónica)- (Sí, sí, ¡cómo se nota que lo odia!) JACINTA- Pero, gracias a Dios, ya todo pasó. Fue como una enfermedad y ahora estoy curada. BRÍGIDA- Perdóneme, niña, más que curada, me parece que está convaleciente... JACINTA- No, te engañás, estoy sana, sanísima. Ahora mis pensamientos están dedicados a mi casamiento, el ajuar, la fiesta, las invitaciones. El vestido de novia...No quiero que se meta mi futura cuñada, que la pobre se viste como la mona y tiene un gusto pésimo... BRÍGIDA-¿Y entre tantos pensamientos, no hay alguno de amor, dedicado a su futuro esposo? JACINTA- Claro que sí. Espero, con el tiempo, llegar a quererlo mucho. ¿Cuántos matrimonios hay que se casaron enamoradísimos y a los pocos meses andaban como perro y gato? Y otros, que se casaron casi sin conocerse, después fueron felicísimos... Así que yo cumpliré la voluntad de mi padre, respetaré a mi marido y, en cuanto al amor, ya vendrá, Brígida. Ah, y mi marido me tendrá que respetar como yo a él. BRÍGIDA- (Ya la veo venir. Hará lo que a ella se le antoje, a pesar del marido) JACINTA- ¿Has visto? El descarado de Guillermo ni siquiera ha venido a saludarme. BRÍGIDA- Claro que, si viene, usted no lo va a recibir. JACINTA- ¿Por qué no? Si no le tengo miedo...Si alguna vez fui débil, ahora es otro gallo el que canta. Además, será el marido de mi cuñada, así que más vale que me acostumbre a verlo. ¿Qué inventarían nuestras amistades si yo evitara encontrarme con él? BRÍGIDA- ¿Y si su novio se lo pidiera? JACINTA- Sería absurdo. Siendo su cuñado... BRÍGIDA- ¡Ay! ¿Y los celos, niña? JACINTA- Mi novio sabe muy bien que a mí los celos me disgustan profundamente. Y todo se ha arreglado. Y Guillermo se casará con Victoria. Es un hombre honesto y formal. Y yo soy una mujer que cuida su reputación. BRÍGIDA (irónica)- (Podrá decir lo que quiera. Pero aquí, donde hubo fuego, cenizas quedan. ¡Y qué cenizas!) SIRVIENTE (entra y anuncia)- Niña Jacinta, está el señor Guillermo que desea saludarla. BRÍGIDA- (¡Ahora te quiero ver!) JACINTA- (¡Ay, siento que me he puesto colorada de vergüenza!) (al sirviente)- Que pase. (Sale el sirviente) BRÍGIDA- Tenga valor, niña. JACINTA (a Brígida, desdeñosa)- ¿Cómo "valor"? ¿De qué puedo tener miedo? (¡Ay, Virgen de los Remedios! Estoy temblando como una hoja y temo que me traicionen mis sentimientos....) Brígida, de repente me siento mal, me duele el estómago. Atendelo vos al señor Guillermo y decile que me disculpe (¡Ay, juro que me mataría!) (Sale) BRÍGIDA- (Mucho hablar de virtud, de valor... Pero, pobre, si es de carne y hueso, como todas) GUILLERMO (entra)- Buen día...¿Y la señorita Jacinta? BRÍGIDA- Estaba acá, pero la llamó el señor Felipe (si le digo que le dolía el estómago, no me lo cree). GUILLERMO- La espero, entonces. BRÍGIDA- Perdón, señor, ¿qué deseaba? GUILLERMO- No creo que tenga que rendirle cuentas a usted, pero sepa que he venido simplemente a saludarla. BRÍGIDA- Muy bien, señor, pierda cuidado que yo le transmitiré sus saludos. GUILLERMO- Pero....¿no puedo verla? BRÍGIDA- No faltará ocasión, señor. Pero ahora está cansada del viaje... GUILLERMO- Esto me parece una ofensa. BRÍGIDA- Tómelo como quiera (Sería bueno que yo rompiera esta relación). GUILLERMO- Dígale a la señorita que he venido como novio de su futura cuñada. Si no. no la hubiera molestado. BRÍGIDA- Eso ya lo sabe ella. Tendrán tiempo de sobra para verse más adelante. GUILLERMO- ¿O sea que usted no le va a decir nada? BRÍGIDA- Así es. Nada. GUILLERMO- ¿Está Don Felipe? BRÍGIDA- No lo sé. GUILLERMO- ¿Qué es eso de "no lo sé", si hace dos minutos usted me dijo que él la había llamado a su hija? BRÍGIDA- ¿Y si lo le dije que la había llamado, para qué me pregunta si está? GUILLERMO- Verdaderamente, es usted una persona muy rara, Brígida. BRÍGIDA (conciliadora)- Perdóneme, señor, pero yo también tengo mis problemas. LEONARDO (a punto de entrar)- (¿Cómo? ¿Jacinta acaba de llegar y ya está Guillermo aquí?) BRÍGIDA- (Estamos fritos. El señor Leonardo aquí y el demonio de este Guillermo que no se ha ido) LEONARDO (a Brígida)- ¿La señorita Jacinta? BRÍGIDA- Está con el señor Felipe. GUILLERMO- Buenos días, Leonardo. LEONARDO (a Guillermo)- Buenos días, Guillermo. (A Brígida) Dígale, por favor, que he venido a verla. BRÍGIDA- Voy enseguida. Ah, señor, ¿Pablo ha vuelto? LEONARDO- No, todavía no. BRÍGIDA- Discúlpeme, pero ¿se sabe cuándo estará en Buenos Aires) LEONARDO- ¿Va o no va a decirle a la señorita lo que le dije? BRÍGIDA- Sí, sí, voy (como si los pobres no pudieran tener problemas de corazón...) (Sale) LEONARDO (a Guillermo)- Has venido temprano a saludar a Jacinta. GUILLERMO- Hago lo que considero mi deber social. LEONARDO- No tenés las mismas atenciones con tu novia, Guillermo. GUILLERMO- Decime qué he hecho mal. LEONARDO- No me hagás hablar... ¿Ya estuviste con Jacinta? GUILLERMO- No. Quería saludarla personalmente, pero puedo hacerlo por tu intermedio. LEONARDO- Perfecto....Decime, Guillermo, ¿cuándo fijarás la fecha de tu casamiento con Victoria? GUILLERMO- Basta con ir a la iglesia y pedir que se hagan las amonestaciones... Y el turno en el Registro Civil. LEONARDO- ¿Pensás hacerlo pronto? GUILLERMO- Podría ser hoy mismo.... Tengo que hacer, así que me voy. Presentale mis respetos a tu prometida. Adiós. LEONARDO- Hasta pronto y teneme al tanto. GUILLERMO- Sí, adiós (No estaré contento hasta que no la vea una vez más). LEONARDO- (La actitud de este hombre me provoca serias dudas: ese apuro por ver a Jacinta, por un lado. Por el otro, no me hablaría como me habla y no respondería positivamente a mis preguntas sobre su casamiento con mi hermana). BRÍGIDA (entra)- Señor Leonardo, la señorita le agradece su visita pero me pide que le diga que no se siente nada bien, que la perdone, que necesita descansar. LEONARDO- ¿Está acostada? BRÍGIDA- No. Está en su sofá, le duele mucho la cabeza y no puede ni oír hablar. LEONARDO- ¿Eso quiere decir que no puedo verla? BRÍGIDA- Es que, en el estado en que está... LEONARDO (con despecho)- Pues dígale entonces que lamento que esté así, pero creo saber de dónde viene su malestar y que, por mi parte, trataré de contribuir a su salud. Vaya y dígaselo. BRÍGIDA- Sí, señor. (Sale) LEONARDO- (Esto me pasa por ciego, por no haber querido ver que ella no me quiere. Pobre de mí si me caso con ella. ¿Qué hago? ¿La libero del compromiso, que se case con Guillermo y que medio mundo nos saque el cuero? ¿Y que ese sinvergüenza la plante a mi hermana? No, no, ya encontraré la manera de vengarme. ¡Ella y é! me las van a pagar!) UN SIRVIENTE (entra)- Señor Leonardo, un mensajero, sabiendo que usted estaba aquí, le dejó este sobre. LEONARDO- Démelo y retírese nomás. (Rasga el sobre y lee la carta) (Ah, sobre llovido mojado...Pablo me dice que han embargado mi quinta, junto con todas las cosas que pedí prestadas, como la vajilla, la platería...Es la ruina, mi reputación por el suelo. Lo de Jacinta y Guillermo y esto me pondrán en boca de todos. Pero la culpa la tengo yo, por imprevisor, por gastador, por pretencioso. ¿Qué puedo hacer, Dios mío?) SEGUNDO ACTO Escena I Primero, Leonardo solo, en su habitación. Después Don Fulgencio, Victoria, Guillermo y Don Ferdinando LEONARDO- (No tengo ni los medios ni la posibilidad de irme de Buenos Aires. ¿Cómo puedo pretender que Don Felipe acepte ahora que me case con su hija? ¿Y ella, qué pensará? Ah, aquí llega Don Fulgencio. Ahora ya es tarde pero, ¿por qué no seguí sus consejos?) Don Fulgencio, lo saludo con todo respeto. FULGENCIO- Buenos días (Pobre infeliz, vanidoso). ¿La pasó bien en San Isidro? LEONARDO (triste)- Ni me lo mencione. No quiero saber más nada de veraneo por el resto de mi vida. FULGENCIO- La idea es buena. Lástima que se le ocurrió un poco tarde. LEONARDO (amargo)- Mejor tarde que nunca... FULGENCIO- No se engañe, Leonardo. Me asombra que haya tenido el coraje de enviarme como emisario para pedir la mano de Jacinta a mi amigo Felipe, sabiendo usted el estado calamitoso de sus finanzas. Pero yo tengo la obligación de decirle a mi amigo la verdad, y abrirme de este lamentable asunto. LEONARDO- ¡Ay, Don Fulgencio, no aumente mi desgracia! A pesar de todo lo que he hecho, le pido de rodillas que me ayude. FULGENCIO- Si usted fuera hijo mío, lo molía a palos. Merecería usted que lo abandonara a su suerte, porque usted se la buscó. Pero soy humano y no lo abandonaré. LEONARDO- Ah, Don Fulgencio, que el cielo lo bendiga. Salvará a un hombre, a una familia, de la ignominia, del descrédito.... FULGENCIO- Un momentito....¿Piensa que, por ventura, yo voy a pagar sus deudas, para que usted pueda seguir gastando? LEONARDO- Le juro que no contraeré más deudas. FULGENCIO- No le creo. LEONARDO- Entonces, ¿cómo piensa ayudarme? FULGENCIO- Puedo darle una mano hablando con su tío Bernardino. Y ya es mucho, ¿eh? LEONARDO- Le agradezco de todo corazón, Don Fulgencio, pero de mi tío no sacará ni veinte centavos. FULGENCIO- ¿Por qué? LEONARDO- Porque es un avaro, sin sentimientos. FULGENCIO- Con probar no se pierde nada. Si no lo ayuda su tío, ¿quién? LEONARDO- Ojalá se produzca el milagro. FULGENCIO- Venga conmigo, entonces. LEONARDO- Sí, de mala gana, pero iré con usted. (Están por salir cuando aparece Victoria, vestida elegantemente) VICTORIA- Leonardo, ¿no querés venir conmigo a lo de Jacinta? LEONARDO- Ahora no puedo, pero andá vos y fijate cómo está, para después contarme, ¿sí? VICTORIA- ¿No la viste todavía? Mirá que es tan sensible que, si no vas... ¿Qué le digo si me pregunta por vos? Acordate de la visita a la casera... FULGENCIO (a Leonardo)- ¿Vamos? O no hay nada de lo dicho. LEONARDO (a Don Fulgencio)- Un segundo, por favor. (A Victoria) Decile lo que te parezca mejor. (A Don Fulgencio) Vamos nomás, Don Fulgencio. (Salen ambos) VICTORIA- (Es un insolente este viejo. Pero, por lo que presiento, le debe estar prestando un buen servicio a Leonardo. Hay que aguantarlo, entonces. Oh, aquí viene Guillermo. Pero el infame viene con el otro viejo asqueroso de Don Ferdinando. Es para no verme a solas, seguro. Cada vez tengo más sospechas...) FERDINANDO (al entrar, a Guillermo)- Recuerde que no dispongo de mucho tiempo, querido amigo...) (A Victoria) ¿Cómo está hoy, mi estimada Victoria? VICTORIA (a Ferdinando)- ¿A qué se debe tanta cortesía? FERDINANDO- Vengo con un amigo..... VICTORIA- Entiendo. Guillermo no puede venir solo. GUILLERMO- Buen día, Victoria. Creo que, hasta que no estemos casados, el buen tono exige que la visite acompañado. FERDINANDO- ¿Para cuándo la boda? VICTORIA- Para cuando lo decida Guillermo. GUILLERMO- Victoria, sabe muy bien que un casamiento no se hace de la noche a la mañana... FERDINANDO- Pero si solamente es cuestión, de ir a la iglesia y al Registro Civil. VICTORIA (irónica)- Se ve que Guillermo no ha tenido tiempo todavía... FERDINANDO (a Victoria)- Se la ve muy elegante. ¿Adónde va? VICTORIA- A visitar a Jacinta. GUILLERMO- Si le parece bien, la puedo acompañar. VICTORIA (irónica)- Ah, no imagina cuánto se lo agradezco. Por primera vez, se muestra usted tan gentil conmigo...Pero no, no quiero causarle ninguna molestia. Iré sola. FERDINANDO- (¡Qué diálogo delicioso para comentarlo en sociedad!) GUILLERMO- Pero, ya que yo también debo saludar a Don Felipe y a su hija, ¿qué mejor que ir juntos? VICTORIA (irónica)- Oh, no, ya ha dicho usted que no conviene que se nos vea juntos hasta que nos casemos. FERDINANDO- ¿La puedo acompañar yo? VICTORIA- Cómo no. GUILLERMO- ¿Con él sí y conmigo no? Claro, Don Ferdinando es divertido, brillante, y yo soy aburrido y opaco. Hablemos claro, Victoria: si yo no soy el marido que usted pretende, estamos a tiempo de deshacer nuestro noviazgo. VICTORIA- Guillermo, si yo no sintiera nada por usted, no me quejaría de su frialdad... GUILLERMO-Si usted me quisiera, no me suplantaría por otro... FERDINANDO- ¡Epa, epa! No me diga que ahora está celoso de mí... GUILLERMO- Victoria, sea sincera conmigo. Esto es un desaire que usted me hace y no creo merecerlo. VICTORIA- (Por lo que dice, ¿me querrá más de lo que yo suponía?) FERDINANDO- Perdón, pero si mi presencia los incomoda, más vale me voy. GUILLERMO- No, acompañe a Victoria. VICTORIA- No, Guillermo. Lo quiero y seré su esposa, y lamento esta situación. Así que le pido que me acompañe a lo de Jacinta. Y si a usted le parece mejor que no vaya, no voy. GUILLERMO- Por favor, la visita es un acto de buena educación.... VICTORIA- Vamos entonces. (A Ferdinando) Le agradezco igual su gesto. GUILLERMO- Por lo que le dije antes, Victoria, es más correcto que Don Ferdinando nos acompañe. FERDINANDO- A sus órdenes. GUILLERMO- Pues entonces tome del brazo a Victoria y vamos. VICTORIA (a Guillermo)- Pero, ¿no tendría que llevarme usted del brazo? GUILLERMO- Las conveniencias indican que no. VICTORIA- Obedezco (se toma del brazo de Don Ferdinando). (Me siento más contenta). GUILLERMO- (Todo lo que he tenido que fingir y mentir para poder ver a Jacinta...) Escena II Sala en casa de Don Bernardino Don Bernardino, con saco "fumoir", el sirviente Pascual. Después, Fulgencio y Leonardo PASCUAL- Señor, lo busca el señor Don Fulgencio. BERNARDINO- Hacelo pasar, hacelo pasar. (Entra Don Fulgencio) FULGENCIO- Mi querido amigo... BERNARDINO- Buen día. Qué bueno que se haya acordado de mí: hace tiempo que no nos vemos. ¿Cómo está? FULGENCIO- A Dios gracias, muy bien, aunque los años no vienen solos... BERNARDINO- Haga como yo: no le lleve el apunte al almanaque. Para los achaques, lo mejor es no darles importancia. Es verdad, así se sienten menos. Yo como cuando tengo apetito, duermo cuando tengo sueño y me divierto cuando tengo ganas de divertirme. Y no me preocupo por nada. Esa es mi receta. FULGENCIO- Sinceramente, lo felicito. Ahora bien, he venido a molestarlo por cierto asunto... BERNARDINO- Usted es dueño y señor en esta casa, querido amigo. Dígame. FULGENCIO- Es por su sobrino Leonardo... BERNARDINO- Ah, el caballerito elegante de los salones porteños. ¿Cómo está ese "gentleman"? FULGENCIO- No muy bien, con problemas...por falta de juicio. BERNARDINO- ¿Falta de juicio? Si es mucho más vivo que nosotros: anda vestido con elegancia, lleva una agitada vida social, se va de veraneo y gasta la plata como si nada. FULGENCIO- Comprendo que a usted no le agrade eso. Lo peor es que ahora su sobrino está realmente en la ruina, lleno de deudas. BERNARDINO- Bueno, ahí los que tienen que preocuparse son sus acreedores, no él. FULGENCIO- Pero no solo no tiene dinero: le han embargado sus propiedades. BERNARDINO- Y bueno, que cada día vaya a comer a la casa de cada uno de esos vivos a los que él ha dado tantas veces de comer opíparamente... FULGENCIO- No sea irónico, Don Fulgencio. Leonardo tiene la posibilidad de zafar de esta situación, casándose. BERNARDINO- Ah, qué lindo, felicitaciones para el caballerito. FULGENCIO- (Tenía razón Leonardo. Este hombre es un mal bicho) (enérgico) Pero le repito que su sobrino está arruinado. BERNARDINO (gravemente)- Si usted lo dice, así será. FULGENCIO- Pero eso se podría remediar con su ayuda. BERNARDINO- No se imagina cuánto lo lamento. Pero no. Imposible. FULGENCIO- Yo quisiera que usted lo recibiera para que él... BERNARDINO- ¡Pero cómo no! Si es mi pariente, si le tengo afecto...Dígale que venga cuando quiera. FULGENCIO- Puede venir ahora. Está esperando en el vestíbulo. BERNARDINO (asombrado)- Entonces, que venga, vaya a buscarlo. FULGENCIO (saliendo)- Gracias. BERNARDINO- (¡Ah, pobre viejo iluso! Querer sacarle las castañas del fuego a un cabeza hueca como Leonardo...) FULGENCIO (entra con Leonardo)- Aquí estamos. LEONARDO- Querido tío... BERNARDINO- ¿Cómo estás, sobrino? ¿Se divirtieron en el veraneo vos y tu hermanita?¿Qué hace mi queridísima sobrinita? ¡Cómo me alegra ver cómo disfrutan de la vida! LEONARDO- Ay, tío, usted me recibe con tanto cariño, en lugar de retarme por algunas cosas que sé que usted no aprueba. BERNARDINO (a Don Fulgencio)- ¡Oígalo lo bien que habla! ¡Qué manejo del lenguaje! FULGENCIO- Vamos al grano, a lo que le conté, Don Bernardino. Leonardo apela a su bondad, a su generosidad para salir de este trance. LEONARDO- Tío, si usted no me ayuda... BERNARDINO (a Don Fulgencio)- ¿Qué hora será? FULGENCIO- Escuche a su sobrino... LEONARDO- Tío, no se me niegue... BERNARDINO- ¿Qué tal el veraneo? ¿Invitaste a mucha gente? ¿La pasaron bien? LEONARDO- Tío, yo quisiera... BERNARDINO- ¿Así que te vas a casar? No sabés cuánto me alegro. FULGENCIO- La novia es hija de Don Felipe Gutiérrez Campos, lo conoce usted. BERNARDINO- Un gran señor, muy buena posición. Una linda familia. Te felicito, Leonardo. LEONARDO- Pero si no soluciono mi problema económico, aunque sea en parte... BERNARDINO- Te encargo que le digas a Don Felipe cuánto me alegra la noticia de tu casamiento... LEONARDO- ¿No me va a ayudar, tío? BERNARDINO- ¿Cómo se llama tu novia? LEONARDO-¿No me tiene un poco de compasión? BERNARDINO- Verás qué feliz vas a ser cuando te cases. LEONARDO- Tío, me esperaba esto de usted. Le agradezco el haberme recibido y le aseguro que nunca más lo molestaré. Adiós. BERNARDINO- No dejés de venir a verme, querido sobrino. Adiós. Adiós, Don Fulgencio. FULGENCIO- Usted es peor que una hiena, Don Bernardino. BERNARDINO- Muy gentil de su parte. (Salen Leonardo y Don Fulgencio) BERNARDINO (gritando)- ¡Pascual! ¡Serví nomás la mesa! (Sale o telón) Escena III Sala en casa de Don Felipe Jacinta, Brígida, un sirviente, Victoria, Guillermo, Don Ferdinando BRÍGIDA- Ay, niña, no vale la pena decir "voy a hacer así y así" porque después una no tiene fuerzas para hacer lo que se propuso... JACINTA- Estoy segura de que, en otro encuentro, esto no me vuelve a pasar. BRÍGIDA- Ojalá que fuera así, pero lo dudo. JACINTA- ¿Por qué? Si hasta diría que Dios me quiere ayudar. Fijate: nerviosa como estaba, tomé al azar un libro: "Remedios para las enfermedades del espíritu". Lo abrí al tuntún y decía: "Cuando te asedie un pensamiento negativo, piensa con fuerza en lo contrario". La voluntad es lo que guía nuestra conducta. En mi caso, si mi mente divaga con Guillermo, mi fuerza de voluntad es la que me hará pensar en el honor, en el buen nombre, en el deber, y así se borrará la imagen de Guillermo. Y, si eso no funciona del todo, dedicarse enteramente a cosas agradables como los vestidos, los paseos, los espectáculos, los bailes. Y si no lo conseguís con eso, te sacudís, corrés, te mordés los labios, saltás, te cansás... BRÍGIDA- ¿Después me lo presta al libro? JACINTA- ¿Para qué? BRÍGIDA- Yo también tengo mis problemas, niña, que no me dejan dormir. Me enamoré de Pablo, ¿sabe? Quisiera casarme con él pero no ha vuelto todavía de San Isidro, no tengo noticias, no sé qué pensar... JACINTA- Eso no es un pensamiento negativo, al contrario. Es una esperanza, Brígida. SIRVIENTE (entrando)- Señorita Jacinta, están la señorita Victoria, el señor Guillermo y el señor Ferdinando. JACINTA- (¡Que Dios me asista!) Que pasen. (Sale el sirviente) BRÍGIDA- Ahora tiene la oportunidad de practicar lo del libro, niña Jacinta. JACINTA- Por supuesto. En vez de pensar en Guillermo, estoy pensando en Don Ferdinando, tan chismoso y divertido. BRÍGIDA- Eso: ríase, diviértase y sacúdase. (Entran los tres visitantes) VICTORIA- Feliz retorno, querida amiga. JACINTA (muy alegre)- ¡Qué divina, que viniste a verme! (se besan) Por favor, siéntense. FERDINANDO- ¿Cómo está, señorita Jacinta? JACINTA- Espléndida. Jamás estuve mejor que ahora. GUILLERMO- Buen día. Me alegro que esté tan bien. JACINTA (tomando con fuerza una silla)- Asiento, asiento... BRÍGIDA- (¡Cómo se está sacudiendo!) JACINTA (sonriente)- ¿Y qué novedades hay en Buenos Aires? Seguro que usted, Don Ferdinando, tendrá un montón de noticias para comentar... FERDINANDO- Jacinta, si vine hoy con usted de San Isidro...no he recogido ni medio rumor. GUILLERMO- Yo tengo una noticia, pero no la puedo decir. JACINTA (a Don Ferdinando, sacudiéndole el brazo)- ¡Ay, Don Ferdinando, usted que es tan chistoso, cuente algo divertido! BRÍGIDA- (Sigue sacudiéndose) FERDINANDO- No sé qué. Señorita, cuidado, que me va a romper el brazo. VICTORIA- ¿Y por qué Guillermo no nos cuenta al menos un poquito de esa noticia? JACINTA (riéndose, a Don Ferdinando)- Pero no lo lastimé, ¿no? (A todos) Ah, qué gracioso que es este hombre, ¿no es cierto? Me hace morir de la risa, ja, ja, ja. VICTORIA (a Jacinta)- ¿Qué te pasa, tesoro, que estás tan contenta hoy? JACINTA- Ni yo misma lo sé, pero me siento como nunca. GUILLERMO- ¿No será acaso la proximidad de su casamiento? JACINTA- (Que la lengua se te caiga a pedazos) (A Victoria) ¡Qué lindo vestido, Victoria! VICTORIA- Bah, un vestidito así nomás. JACINTA- ¿Te lo hiciste este año? VICTORIA- No, es del año pasado. JACINTA- Sin embargo, está muy a la moda... VICTORIA- Mi modista le hizo unas reformas. FERDINANDO- Hablando de vestidos ¿y el ajuar? ¿Para cuándo el casamiento? JACINTA (dándole un codazo)- ¡Ufa, Don Ferdinando! ¿Por qué tiene siempre que interrumpir la conversación de los demás? FERDINANDO- Esta mañana a usted le ha dado por golpearme... JACINTA- En realidad se lo merecería, por lo que le hizo a mi tía Sabina. FERDINANDO- ¿Yo? JACINTA (esto lo dice mirando fijamente a Guillermo)- Sí,. señor. Siendo una débil mujer, usted la engatusó, la convenció con palabras amorosas. Un caballero no hace esas cosas. No se puede cortejar a una mujer, joven o vieja, cuando el amor no puede concretarse honestamente. No se puede insistir si la mujer tiene otro compromiso ni perseguir la ni atormentarla con súplicas o promesas... (Don Ferdinando se da vuelta para mirarlo a Guillermo) JACINTA (a Don Ferdinando)- ¿Para qué se da vuelta si le estoy hablando a usted? FERDINANDO- (Esta mujer se está pasando de la raya, es una insolente) VICTORIA- (Jacinta está furiosa. Pero parte de razón tiene...) GUILLERMO- (Pobre viejo, recibe los palos sin comerla ni beberla) FERDINANDO- (No voy a seguir tolerando esto) Señorita Jacinta, lo lamento, pero tengo que retirarme. Con el permiso de todos (se levanta) JACINTA- ¿Adónde va? FERDINANDO- No quiero ser una molestia. JACINTA (divertida)- Ay, por favor, no exagere y quédese. (Lo vuelve a sentar a la fuerza) Era una broma. No lo tomó a mal, ¿no? FERDINANDO- Hay ciertas bromas que pasan los límites... JACINTA (alegre)- Bueno, bueno, ya pasó. Y miren, ahí viene papá, que es cien veces más divertido que yo. GUILLERMO- (Jacinta finge, lo juraría. Pero, si yo estoy sufriendo lo que sufro, que ella también sufra) FELIPE (entrando)- Buenos días. ¡Qué lindo grupo! ¿Vinieron a almorzar con nosotros? VICTORIA- No, Don Felipe. Vinimos nomás a saludarlos, como es debido. JACINTA- (Esta tonta podría haber venido sin Guillermo) FELIPE- ¿No quieren quedarse a almorzar? VICTORIA- Mil gracias, pero tengo que hacer en casa. FELIPE (a Victoria)- Y su hermano, ¿en qué anda que todavía no lo hemos visto? ¿Y el tío Bernardino, está vivo o muerto? VICTORIA- Decidió no morirse. FELIPE- Una buena noticia. ¿No sabe si Leonardo ya fue al Registro Civil? JACINTA- (Mi Dios, ¿no se puede hablar de otra cosa que no sea casamiento?) VICTORIA- Creo que en eso anda. GUILLERMO- Yo diría que Leonardo no es tan atento con su novia como ella se merece... JACINTA- (¡Ah, lengua de víbora! Estoy sudando de indignación) (se pasa un pañuelo por el rostro) Me enteré que ya volvieron la señora Constanza, Rosita y Tonito (con alegría forzada) ¿Vamos a saludarlos ahora, Victoria? FELIPE (a Jacinta)- Tenemos que almorzar, hija. VICTORIA- Ahora no te podría acompañar, querida. Ya es hora de que nos vayamos. Hasta pronto (se besan con Jacinta). Adiós, Don Felipe. GUILLERMO- Hasta la próxima, Jacinta, Don Felipe. FERDINANDO- Nos vemos... JACINTA- Adiós, entonces. FELIPE- Gracias por la visita. (Salen Victoria, Guillermo y Ferdinando) FELIPE- No te demorés, Jacinta, que la mesa ya está puesta. (Sale) (Entra Brígida) BRÍGIDA- Y, ¿cómo le fue, niña? JACINTA- Mal, mal, Brígida...La pasé horriblemente mal. BRÍGIDA- Yo le diría una cosa pero... si usted se tranquiliza. JACINTA- Estoy tranquila. Hablá. BRÍGIDA (desconfiada)- Cuando bajaba la escalera la señorita Victoria, del brazo del señor Ferdinando... JACINTA- ¿Cómo? ¿No iba del brazo de Guillermo? BRÍGIDA- No, niña. JACINTA- (Lo que siempre pensé. No la puede ni ver). BRÍGIDA- Cuando bajaban la escalera, el señor Guillermo se quedó atrás. Me hizo una seña y me dijo... JACINTA- ¿Qué te dijo ese atrevido? BRÍGIDA- Si usted se enoja, me callo la boca. JACINTA- No, no me enojo. Seguí. BRÍGIDA- Tenía una carta en la mano y me dijo: "Para tu señorita". JACINTA- ¡No la habrás aceptado! BRÍGIDA- No, niña, no. (Si le digo que sí, me arranca los ojos) JACINTA- (Es un infame pero me hubiera gustado leerla) ¿Por qué no la recibiste? BRÍGIDA- Porque ese señor es un impertinente, que la molesta, que la pone nerviosa. JACINTA- No tenés seso, Brígida. Daría lo que no tengo por saber lo que decía esa carta y vos la rechazaste. Te querés hacer la importante, la jueza de los demás... BRÍGIDA- Ay, niña, me está haciendo ese juego para saber si la recibí o no la recibí. JACINTA (dulcemente)- Brigidita, ¿aceptaste la carta? BRÍGIDA- Si la hubiera aceptado, ¿se enojaría usted conmigo? JACINTA- No, te lo agradecería, te haría un regalo... BRÍGIDA- (¿Me podré fiar?) Bueno, de miedo que esa carta cayera en otras manos, la agarré. JACINTA- ¡Ay, dámela, dámela, por amor del cielo! BRÍGIDA (le entrega la carta)- Tómela, pero no la lea. Quémela, niña. JACINTA. No. Dejame, dejame sola, por favor. BRÍGIDA- Como usted mande, niña. (Se retira) Escena IV Jacinta, sola JACINTA- No le basta con atormentarme con su presencia: ahora tiene la insolencia de escribirme. Pero le responderé de forma tal de avergonzarlo, de hacerlo desistir de sus intentos...A ver qué dice este audaz (se sienta, abre el sobre, toma la carta y lee): "Señorita Jacinta: Vine hoy temprano a saludarla. No lo pude hacer y su mucama me trató pésimamente"...Ay, sí, a veces esta Brígida se toma unas atribuciones... "Llegó su futuro esposo, el que tendrá la felicidad de poseer su mano y su corazón".... Ah, mi corazón no tanto, no tanto... "También él me trató de manera insultante y tuve que irme"...¡Ajá! ¿En mi casa? Ya empieza Leonardo a sentirse dueño de lo que no es suyo? Pero hay que entenderlo: Leonardo me ama locamente y, si ve en Guillermo un rival, ¿cómo no va a enfurecerse? "No sé cuándo tendré la felicidad de volverla a ver"....Ojalá que nunca. "Me he tomado la libertad de escribirle por dos razones. La primera es que no he faltado a mi palabra"...Tengo que reconocer que es cierto. "Quiero asegurarle que, de mi parte, no recibirá ninguna molestia, prometiéndole que, aunque me sienta morir, no la importunaré jamás"....Hermosas palabras, esa resignación resulta conmovedora. Ay, si yo hubiese sabido antes... "La segunda es, y se la expongo con la mejor de las intenciones, que Leonardo está en la ruina, información segura ésta, y que no podrá hacer frente a los gastos que representa un matrimonio, cosa que a su padre, Jacinta, le resultará tremenda, perturbadora"....¡Mi Dios, qué golpe! ¡Qué noticia terrible! "Siga amando a quién será su esposo. Pero, si tal no fuese su destino y, sin su culpa, ese vínculo se deshiciese, permítame decirle que yo soy todavía libre, no me he comprometido a nada y que sólo me casaré cuando la vea a usted casada. Más no me atrevo a decirle. Tenga compasión de quien firma, su resignado y humilde servidor"....Ah, todo cuanto me dice no hace sino hundirme en la más negra desolación.... ¿Será cierto que Leonardo está arruinado? ¿Y por eso yo tendría que dejarlo? ¿Qué haría mi padre? ¿Aceptaría un casamiento así? ¿Y si yo quedara libre, podría casarme sin problemas con Guillermo? ¿Qué me dice el corazón? ¿Qué me dice la razón? ¿Qué me ha impedido de elegir al que amo verdaderamente? El decoro, lo que puedan pensar los demás, mi reputación. Lo que le pasa al pobre Leonardo no podría ocultar mi debilidad...Si yo misma apoyé la unión de Victoria y Guillermo, ¿cómo podría ahora tener el coraje de ser yo la causante de la ruptura de ese noviazgo? Con esta carta, Guillermo pretende atacar a mi honra. Puedo dejar a Leonardo, si Leonardo no me merece. Pero no puedo quitarle el novio a su hermana... Tendré que seguir sufriendo, tendré que seguir padeciendo, ay de mí... Pero, de alguna manera, tengo que salir triunfante de todo esto. (Sale) ACTO TERCERO Escena I Sala en casa de Don Felipe Don Fulgencio, Leonardo, un sirviente, Don Felipe FULGENCIO (al sirviente)- ¿Hace mucho que Don Felipe fue a almorzar? SIRVIENTE- Hace bastante, señor. Ahora están comiendo el postre, así que no ha de tardar. ¿No quiere que le avise que está usted? FULGENCIO- No, no le diga nada. Cuando haya terminado de comer, entonces sí, le avisa que lo estoy esperando aquí. SIRVIENTE- Muy bien, señor. (Se retira) LEONARDO- Con tal de que Don Felipe no se haya enterado de mi desgracia... FULGENCIO- Es poco probable: hace unas horas que volvió a la Capital. LEONARDO- Me siento mal, confundido, con vergüenza. Y el cretino de mi tío ha terminado por tirarme abajo del todo. FULGENCIO- Ojalá le viniera un cáncer, avaro insensible. LEONARDO- Gracias, Don Fulgencio, por sus buenas intenciones...para conmigo. FULGENCIO- Lo ayudaré en todo lo que pueda, Leonardo. Vamos a ver qué pasa con Don Felipe y, si tampoco resulta, pierda cuidado, que no lo voy a abandonar. LEONARDO- Puede que él acepte ayudarme pero dudo que Jacinta se avenga a irse a vivir conmigo lejos de Buenos Aires... FULGENCIO- Si se casan, ella tendrá, o por amor o a la fuerza, que irse con usted a donde usted pueda rehacer su vida... Bueno, aquí viene Don Felipe. Mejor que me deje solo con él, así yo doy los primeros pasos. LEONARDO- Ojalá todo salga bien... (Sale) FULGENCI0- (Y pensar que odio las complicaciones...¿Quién me mandó meterme en esto? Pero espero llegar a buen puerto. Dios quiera....) (Entra Don Felipe) FELIPE- ¡Qué bueno verlo por aquí, Fulgencio! FULGENCIO- Mi querido amigo... ¿Lo pasó lindo en el veraneo? FELIPE- Lo más bien, buena compañía, buena mesa, buen tiempo, el loco de Don Ferdinando nos ha hecho reír un montón... Mire si será chiflado que ha querido conquistarse a la trasnochada de mi cuñada Sabina... FULGENCIO- Don Felipe, me lo contará después, porque ahora tengo que hablarle de un asunto muy importante, que no admite demora. FELIPE- Muy bien. ¿Lo conoce al médico de San Isidro? Tiene un hijo tontísimo que... Las cosas que hizo este chico allá... Resulta que... FULGENCIO- Sí, lo conozco al médico pero no al hijo tonto. Usted me contará todo eso después, ¿sí? FELIPE- Y a mí me tocó jugar a la escoba con ese cabeza de chorlo. FULGENCIO- Felipe, si no me quiere escuchar, me lo dice y me voy. FELIPE- Perdóneme. Ahora sí, soy todo oídos. FULGENCIO- Seré breve. ¿Piensa concertar pronto el casamiento de su hija con Leonardo? FELIPE- Claro que pienso hacerlo. FULGENCIO-¿Ya estuvo con Leonardo? FELIPE- No lo he visto todavía. Sé que estuvo por casa pero, como de costumbre, yo soy el último en enterarme de todo., FULGENCIO- (Está claro que no sabe nada de lo que le pasa a Leonardo) Esto que voy a decirle, usted será el primero en saberlo. FELIPE- Ya me lo imagino. Querrá saber qué le voy a dar a Jacinta como regalo de bodas... FULGENCIO- ¿Y? FELIPE- Bueno, algo de capital tengo. Y algunas propiedades... No quisiera que mi hija llegue al matrimonio con las manos vacías... FULGENCIO- Eso. Muy bien. ¿Usted no tenía una chacra en Santa Fe? FELIPE- Sí, en San Justo, con una hermosa casa en el pueblo... Pero, ¿quién sabe si mi hija aceptará irse a vivir allá? FULGENCIO- Usted podría convencerla... FELIPE- No será fácil: Jacinta tiene su genio... ¿No le podría hablar usted? FULGENCIO- ¿Yo? FELIPE- Está bien, la hago venir y se lo decimos. (Se retira) (Entra Leonardo) LEONARDO- ¿Qué pasó? FULGENCIO- Hasta ahora todo bien. Vamos a ver qué dice la señorita... LEONARDO- Ojalá que acepte. FULGENCIO- ¿Usted estuvo parando la oreja? LEONARDO- Perdón. Sí. Pero sigo preocupado: ¿cómo soluciono las deudas que tengo aquí? ¿Tendré que estar en boca de todos? ¿Pasar un papelón tras otro? FULGENCIO- No se apresure, joven amigo. Usted me firma un poder absoluto y ya veré yo cómo pongo en orden sus asuntos, pago sus deudas y le rendiré cuentas a su debido momento. LEONARDO- Ah, señor, ¿cómo podré agradecerle? FULGENCIO- Más vale agradezca a su tío Bernardino. LEONARDO- ¿A ese infame? FULGENCIO- Porque siempre le tuve aprecio a usted, Leonardo, y porque el vil amarretismo de su tío me ha impulsado todavía más a ayudarlo a salir de este trance. LEONARDO- No es así, don Fulgencio: usted lo hace porque tiene un corazón de oro. (Regresa Don Felipe) FELIPE- ¡Ay, ay, ay! (A Leonardo) Encantado de verlo, muchacho. Bueno, Jacinta se ha ido de visita a lo de la señora Constanza. LEONARDO- ¡Qué lástima! FELIPE (a Leonardo)- ¿Le dijo algo el amigo Fulgencio? LEONARDO- Sí, algo me contó. Y estoy contentísimo. Pero, ¿y Jacinta? FELIPE- Podríamos irnos los tres a lo de Constanza, así cumplimos con ella también. LEONARDO- Mi hermana pensaba ir. Quizás estén allá las dos. FULGENCIO- Claro que, en casa ajena, no se puede hablar libremente... FELIPE- Bueno, si no se puede hablar, la traemos para acá y listo. LEONARDO- ¿Vamos, Don Fulgencio) FULGENCIO (A Leonardo)- No me parece lo más adecuado, pero... Y sí, vamos entonces. FELIPE- Yo tengo experiencia en estas cosas de mundo, ¿eh? Vamos. (Salen los tres) Escena II Sala en casa de Constanza de Giménez Constanza, Rosita, Tonito, una criada, después Jacinta, Victoria y Guillermo CONSTANZA- Rosita, terminá de arreglarte que vamos a hacer estas visitas. ROSITA- ¿Adónde vamos, si acabamos de llegar del veraneo? CONSTANZA- A la casa de Jacinta y a lo de Victoria. ROSITA- Pero si ellas se volvieron primero, a ellas les corresponde venir a visitarnos. CONSTANZA- Justamente por eso. Esta casa está hecha un asco y me sacarían el cuero a tiras si vinieran aquí. ROSITA- Realmente, esta casa no tiene nada que ver con la quinta de San Isidro. CONSTANZA- Porque la quinta de San Isidro la amueblé y decorè yo a mi gusto, y aquí se impuso el gusto pueblerino de mi marido. ROSITA- Ah, pero el tío solo se trata con otros comerciantes como él y no se preocupa por el buen gusto de la gente fina. CONSTANZA- Por eso, Rosita, me encantaría pasarme en la quinta doce meses todos los años... ROSITA- Así lo vería al doctor Morales todos los días... CONSTANZA- Realmente, lamento no poder frecuentar su amistad aquí. Pero, ya ves, si no lo hubiera tratado, no te hubieras puesto de novia con Tonito, ni casado con él... Vos, tan luego, que no tenés ni un peso... ROSITA- ¡Ay, qué casamiento! Sin fiesta, ni vestido de novia... Ni un anillito tengo siquiera... ¿Qué puede pensar la gente? CONSTANZA- Con el tiempo todo se va a arreglar. Por ahora no hay que decir que se han casado. Cuando hayamos obligado al señor doctor a mantener a su hijo, lo daremos a conocer. ROSITA- Con tal que a Tonito no se le ocurra andarlo desparramando... CONSTANZA- Basta con advertirle que no lo haga. ¿Dónde está? ROSITA- Se está poniendo elegante. Como ahora vive en Buenos Aires... CONSTANZA- ¿Elegante con qué? Si ni trajo ropa... ROSITA- Le sacó un traje al padre. CONSTANZA- Pero si el doctor es un palmo más alto que él. ROSITA- Ay, tía, Tonito no es tan petiso... CONSTANZA- Petiso o no petiso, ya tendría que haberse ido a la Facultad. ROSITA- Ahí lo tiene. Mire si no está precioso, mi Tonito. (Tonito entra, con un traje que le queda ridículamente grande) TONITO- ¿Y, qué tal? ¿Cómo me veo? ROSITA- Divino. CONSTANZA- Una caricatura. ROSITA- Te lo tendrían que ajustar un poco en la cintura. TONITO- ¿Se encargaría usted, tía, de dárselo a algún sastre de confianza? CONSTANZA- Sos un caradura y, por favor, no me digas "tía" delante de nadie. No tiene por qué saberse que están casados. TONITO- Yo soy una tumba. ROSITA- Y tenés que empezar a sentar cabeza. TONITO- ¿Y eso, qué quiere decir? ROSITA- Quiere decir que te dejés de pavear y empecés a ir a la Facultad y a estudiar como es debido para recibirte de médico TONITO- Perdé cuidado, Rosita. Pero para poder consagrarme al estudio tengo que estar muy bien alimentado, bien vestido, y me tienen que sacar a pasear. CONSTANZA- ¡Ay, pobre bobo! TONITO- Ojo, señora, que no me gusta que me maltraten... (Entra una criada) CRIADA (a Constanza)- Señora... TONITO- Soy un hombre casado y no voy a tolerar que me reten. CONSTANZA y ROSITA- Callate la boca. CRIADA- ¿Está casado el joven Tonito? CONSTANZA (a la muchacha)- Es un chiste. El joven Tonito es muy ocurrente. Y vos, no te metás donde no te llaman. CRIADA- Perdón, pero la señorita Jacinta está esperando que usted la reciba. CONSTANZA (a Rosita)- ¡Qué desgracia! ROSITA (a Constanza)- Paciencia, tía, hay que recibirla. CONSTANZA (a la criada)- ¿Le dijiste que yo estaba? CRIADA- Claro, señora. CONSTANZA (a la criada) - Bueno, decile que pase. Pero, como si fuera cosa tuya, decile que la casa está revuelta porque recién llegamos esta mañana... Ah, y si llega a venir mi marido, que no venga aquí si no se cambia de ropa o que se quede en el dormitorio y no se haga ver. CRIADA- Bueno, señora (¡Qué "dementa" la patrona que tengo!) CONSTANZA (a Tonito)- Y usted, m´hijito, salga de acá con esa facha. TONITO- Seguro, me echa para que no tome el café con las visitas. CONSTANZA- Andate de una vez, atrevido, si no querés que te ponga de patitas en la calle. TONITO- ¿A mí? ¿A un hombre casado? CONSTANZA (a Rosita)- No lo aguanto más...¡que salga de aquí! ROSITA- Vaya, mi amor, que el café se lo llevo yo después. TONITO- ¡Soy un hombre casado! (se retira, pero desde la puerta, Tonito mira hacia Constanza) TONITO- ¡Soy un hombre casado! (Salen) CONSTANZA- Rosita, si Tonito sigue así, no sé dónde vamos a parar. ROSITA- Es tan joven, tía, que hay que tenerle paciencia. CONSTANZA- Ah, sí, justificalo vos. Oh, aquí esta Jacinta. JACINTA (entrando)- Buen día, un placer volver a verlas. CONSTANZA y ROSITA- Lo mismo, lo mismo. CONSTANZA- Ay, Jacinta, lamento que hay tal desorden en casa, pero... JACINTA- Por favor, conmigo no tiene que hacer cumplidos. (La quinta parece un palacio, comparada con este chiquero) ¿La vieron a mi tía? ¿Cómo quedó allá en San Isidro? ROSITA- Estaba medio tristona cuando nos fuimos a despedir. Ah, me dio una carta para el señor Ferdinando... JACINTA- ¡Ah, me encantaría saber qué le escribe! ROSITA- Tal vez Don Ferdinando la muestre, ¿no? JACINTA- (Quisiera mostrarme alegre, pero tengo una espina clavada en el corazón) CONSTANZA- ¿Cómo está su novio? ¿Y Victoria? JACINTA- Muy bien los dos. CONSTANZA- ¿Y Guillermo? JACINTA- ¿Es cierto que Tonito vino con ustedes? CONSTANZA- Sí, vino a pasar unos días en casa. Está buscando alojamiento porque tiene que empezar las clases en la Facultad. JACINTA- ¿Sabe que una mala lengua me dijo que se había casado con Rosita? Por supuesto, yo estaba segura de que Rosita no iba a cometer semejante barbaridad... ROSITA- ¿Una barbaridad? CONSTANZA- ¿Para cuándo su casamiento, Jacinta? JACINTA- No sé todavía. Depende de mi padre. CONSTANZA- ¿Y el de Victoria y Guillermo? JACINTA- ¡Qué raro que este año hayan vuelto ustedes antes del veraneo que el año pasado! CONSTANZA- Ya no quedaba casi nadie en las quintas. Además, sin Leonardo y Victoria no era tan divertido. ROSITA (a Jacinta)- ¿Cuándo, dijiste que se casan Victoria y Guillermo? JACINTA (a Rosita)- Ni idea. Preguntáselo a ella. ROSITA- Por lo que veo, también el casamiento de ellos dos debe parecerte una barbaridad... JACINTA (levantándose)- Con permiso. Me retiro, así les evito la molestia. CONSTANZA- ¡Pero no! Espere, que vamos a tomar un café. JACINTA- Se lo agradezco pero... (Entra la criada con el café) CONSTANZA- Ya está aquí. Hágame la fineza, por favor. JACINTA- Ya que insiste...(vuelve a sentarse). (Parecería que todo lo hacen para atormentarme ) (Constanza sirve el café. Rosita toma una taza y está por llevársela a Tonito, pero, desde la puerta, se la entrega a la criada) ROSITA (a la criada)- Por favor, llevala adentro. (A Constanza) Tía, tenemos más visitas. Me dijo la chica que están Victoria, Guillermo y Don Ferdinando... JACINTA- (¡Ay, pobre de mí!) ROSITA- Cuidado, Jacinta, que se te volcó el café... JACINTA (se limpia la falda)- (¿Por qué diablos no me habré ido hace un rato?) ROSITA- ¿Querés un poco de agua? JACINTA (desdeñosa)- No, no vale la pena que te molestes. (Entran Victoria, Guillermo y Don Ferdinando) ROSITA- ¡Ya están aquí! ¿Bienvenidos! VICTORIA- Buen día, ¡Qué gusto verlas! CONSTANZA- Buen día, ¡qué alegría que vinieron! ROSITA- Buenos días. GUILLERMO- ¿Cómo están? VICTORIA (amable)- ¿Vos también de visita por aquí? JACINTA- No podía dejar de venir a saludarlas. (¿Por qué no me habré roto una pierna antes de venir? CONSTANZA (desenvuelta)- Como le decía recién a Jacinta, disculpen cómo está mi casa, todavía no hemos tenido tiempo de arreglar un poco... GUILLERMO (a Constanza)- Discúlpeme, señora, mi presencia no anunciada, pero Victoria venía hacia aquí y me pareció oportuno acompañarla. JACINTA- (¡Es una perversa maniobra suya!) ROSINA- Su presencia aquí nos es muy grata, Guillermo. JACINTA (a Victoria)- ¿No venía con ustedes el señor Ferdinando? VICTORIA- Sí, estuvo almorzando con nosotros. Como Guillermo es medio arisco, le pedí a Don Ferdinando que me acompañara. JACINTA- Entonces, ¿por qué viniste sola hasta aquí con Guillermo? GUILLERMO (a Jacinta)- Don Ferdinando está en la otra habitación. VICTORIA (a Guillermo)- Jacinta estaba hablando conmigo y no con usted. Y, perdón, ¿ por qué te interesa si vino o no vino Don Ferdinando? JACINTA- Me interesa porque Rosita tiene que entregarle una carta de mi tía Sabina. ROSITA- Sí, aquí la tengo. CONSTANZA- ¿Pero dónde se ha metido ese hombre? (Estará metiendo la nariz en lo que no le importa para después cuerearnos a gusto) ROSITA- Debe estar por algún lado... CONSTANZA- (Con tal que no lo encuentre a Tonito y se quiera divertir burlándose de ese retardado) GUILLERMO (a Rosita)- ¿Así que la señora Sabina le escribió una carta a Don Ferdinando? ROSITA- Sí. GUILLERMO- Entonces, él tendrá que responderla. ROSITA- La responderá si tiene ganas, ¿no? GUILLERMO (a Rosita pero mirando a Jacinta)- Es de buena educación responder a las cartas que uno recibe. JACINTA- Habría que ver si la carta merece una respuesta. GUILLERMO- Si es una carta escrita con amor, con interés, sincera, hay que contestarla. JACINTA- Hay amores que no son honestos, y muchas veces se confunde la honestidad con el interés. VICTORIA- Cualquiera diría que ustedes dos han leído ya esa carta. GUILLERMO- ¡Por favor! Todo el mundo sabía que Doña Sabina estaba enamorada de Don Ferdinando... JACINTA- Y todo el mundo sabía que era un sentimiento que no era correspondido como se debe. VICTORIA- Ay, a mí también me encantaría saber qué dice la carta. ¡Qué suerte, aquí llega el señor Ferdinando! (Entran Don Ferdinando y Tonito) FERDINANDO- ¡Bon jour, mes amis! Heme aquí con este prodigio de muchacho, con el brillante Tonito.... VICTORIA- (¡Mi Dios!) CONSTANZA- (Ya me lo veía venir...) ROSITA- (¡Este Ferdinando es un viejo podrido!) TONITO (sonriente)- Buenos días a todos, contento, contentísimo de verlos. CONSTANZA (a Tonito)- ¿Por què no te vas a hacer lo que tenías que hacer? TONITO (desconcertado)- ¿Hacer qué? FERDINANDO (a Constanza)- A un hombre casado no se lo mandonea, señora. CONSTANZA- ¿Casado? ¿Quién se lo ha dicho? FERDINANDO- El mismo. CONSTANZA- No es cierto, es una broma. FERDINANDO (a Tonito)- ¿No es cierto? TONITO (a Ferdinando)- No es cierto. FERDINANDO. Ah, bueno. Entonces, si no es cierto, puedo pretender yo a la mano de la señorita Rosita.... TONITO (burlón, a Don Ferdinando, haciéndole cuernos)- ¡Cu, cu, cu , cu! FERDINANDO- ¿Qué eso de "cu, cu, cu , cu"? ROSITA (a Tonito)- No digas nada, Tonito. O mejor decile a Don Ferdinando que se case con Doña Sabina, que le manda esta carta. (Entrega la carta a Don Ferdinando) FERDINANDO (toma la carta, la huele, la besa)- ¡Ah, mon amour, mi adorado tormento! ¡Con qué fervor voy a leerte! VICTORIA- Nos gustaría que nos la leyera, Don Ferdinando... GUILLERMO (a Don Ferdinando)- Recuerde que a las cartas hay que contestarlas. JACINTA (ídem)- Si merecen que se las conteste. (Don Ferdinando abre el sobre. Saca la carta y se apresta a leer) VICTORIA- Lea bien alto, para que no perdamos nada de lo que dice. FERDINANDO- Les leeré hasta las comas. (Entra la criada) CRIADA (a Constanza)- Señora, acaban de llegar el señor Felipe, el señor Fulgencio y el señor Leonardo. CONSTANZA- Hacelos pasar y traé sillas. CRIADA- (¿De dónde? Si no tiene más...) Voy, señora. (Sale) VICTORIA- Justo ahora vienen a interrumpir...(a Don Ferdinando, arrancándole la carta) Démela. No la va a leer sin que nosotros la oigamos. (Entra Don Felipe, Don Fulgencio y Leonardo. Todos se levantan) FELIPE- Un muy buen día tengan todos. FULGENCIO y LEONARDO- Buenos días. FELIPE- Estás muy elegante, Tonito. TONITO- Mil gracias, Don Felipe, ¿quiere que juguemos a la escoba? FELIPE- No por el momento. (a Jacinta) Hija mía, con el permiso de la dueña de casa, tendría que decirte dos palabras... CONSTANZA- Esta es su casa, Don Felipe. LEONARDO (a Don Felipe)- Perdón, señor, pero vinimos para saludar a la señora y creo que no faltará ocasión para hablar con Jacinta. FELIPE- Pero yo...cuando se me pone algo en la cabeza, tengo que hacerlo sí o sí. JACINTA- (Estoy nerviosa, ¿qué me tiene que decir mi padre?) FELIPE- Vamos a otra habitación, hablamos y después volvemos para disfrutar de la amable compañía de todos ustedes. CONSTANZA- Está todo desarreglado pero creo que pueden pasar al comedor... FELIPE- Sí, vamos. Don Fulgencio, Leonardo, Jacinta... (Se retiran los cuatro) TONITO- (Yo esto no me lo pierdo. Me voy a la cocina, que de ahí se oye todo) (Sale) FERDINANDO- Espero que no se demoren. Ardo de ganas de leer esa carta. VICTORIA- Si está tan impaciente, léala. Después le contamos a Jacinta. (le da la carta) CONSTANZA- Tengo que confesar que a mí también me gustaría oírla. ROSITA-¡Pobre doña Sabina! Lloraba cuando me la entregó. GUILLERMO (como ausente)- (¡Qué suspenso! ¿En el comedor se estará decidiendo mi futuro?) VICTORIA (a Guillermo)- ¡Guillermo! ¿Se quedó dormido? GUILLERMO- No, Victoria, no duermo. VICTORIA- (Ni sé cómo tratarlo. Yo soy puro fuego y él, siempre apagado) FERDINANDO (carraspea y empieza a leer)- Parece escrita en árabe... "Alma cruel: (todos se ríen discretamente) me has atravesado el corazón. Eres el primero que me ha hecho llorar por amor. Desde que te fuiste de mi lado, no he comido, no he bebido, no he dormido. Me miro en el espejo y no soy la misma, con mis ojos hinchados por el llanto. ¡Ay, Ferdinando, corazón mío, mi esperanza, hermosura..." (todos se ríen) ¿Qué, se ríen porque me dice "hermosura"? VICTORIA- Pobre Sabina, es un poco corta de vista... FERDINANDO- Ella me ve como me ve, y basta. VICTORIA (a Guillermo)- ¿Está dormido? GUILLERMO (brusco)- Ya le dije que no. FERDINANDO- Sigo: mmmm....."mi esperanza, hermosura, por piedad te lo pido, ven a consolarme. Ven, vida mía. Si me amas, no seré ingrata y te daré...." ¡Qué letra! Aquí no se entiende lo que escribe. A ver...sigue así: "te prometo que tendrás lo que me pediste, que todo lo que tengo, tesoro mío, te pertenece tanto como mi apasionado corazón" Y firma "Tu tierna enamorada y futura esposa. Sabina" VICTORIA- ¡Maravilloso! ROSITA- Conmovedor, Don Ferdinando. CONSTANZA- Es como para felicitarlo. ¿Qué va a hacer? FERDINANDO- Seré heroico: iré al lado de mi adorada Sabina, a consolarla, en el primer coche que salga para allá. Con el permiso de ustedes, parto en alas del amor. (Sale) VICTORIA- En alas del dinero que le va a sacar...pobre vieja. CONSTANZA- Vieja y loca. VICTORIA (a Guillermo)- ¿No le causa gracia todo esto, Guillermo? GUILLERMO- No estoy con ganas de reírme. VICTORIA- (¡Caramba, qué hombre más aburrido!) (Entran Don Felipe, Don Fulgencio, Leonardo y Jacinta) ROSITA- Ah, ya están de vuelta. ¿Terminó el congreso? FELIPE- Sí, aquí estamos. Perdón por la molestia, señora Constanza. CONSTANZA- Ninguna molestia, Don Felipe. VICTORIA (haciéndose la graciosa, a Leonardo) - ¿Qué novedades tenemos, hermanito? LEONARDO- Que pasado mañana viajo a Santa Fe. VICTORIA- ¿A Santa Fe? ¿Solo o acompañado? LEONARDO- Con Jacinta. VICTORIA- Supongo que se casarán primero. LEONARDO- Por supuesto. VICTORIA- Qué bien...(a Guillermo) ¿Y nosotros? GUILLERMO (a Jacinta)- ¿Así que se van a vivir a Santa Fe? JACINTA- Sí, a San Justo, un pueblo pequeño, sin las pretensiones, la vanidad, las ambiciones inútiles y las exigencias de una gran ciudad. Lamentaré dejar a mi padre, a quien quiero más que a mí misma, pero exigen mi partida mi honor, mi respeto por mi persona. Espero (mirando a Guillermo) que se me comprenda. Cuento con el total apoyo de mi futuro esposo, que el destino y mi padre me han concedido. Leonardo, delante de estos amigos te doy mi mano y tomo la tuya, como prenda de fidelidad y felicidad futura. (Se dan la mano) FELIPE (a Don Fulgencio)- Esta muchacha me va a hacer llorar... LEONARDO- Mi adorada Jacinta... JACINTA (temblando)- (Ay, se me nubla la vista. No puedo mantenerme de pie) LEONARDO- Jacinta, amor mío. ¿qué pasa? JACINTA- La emoción, Leonardo, la emoción de este momento y el solo pensamiento de tener que separarme de mi padre me embargan... LEONARDO- Comprendo, querida... (Entra Tonito a los saltos) TONITO- ¡Vivan los novios! ¡Vivan los novios! CONSTANZA- ¡Tonto! ¡Payaso! ROSITA- Pero, tía, ¿por qué tiene que mortificarlo? LEONARDO (A Guillermo)- Espero que se concrete pronto su casamiento con Victoria... VICTORIA- ¿Está dormido, Guillermo? GUILLERMO (reprimiendo su impaciencia)- No, Victoria, no. Estoy bien despierto y (mirando a Jacinta) he entendido plenamente el mensaje que nos ha dado Jacinta. (A Leonardo) Soy una persona de honor, he dado mi palabra y la cumpliré casándome con Victoria. (A Victoria) Le prometo que seré un esposo fiel, respetuoso... VICTORIA- (Sí, y un amante pésimo) TONITO- Otros que se casan. ¡Vivan los novios! ¡Vivan los novios! FELIPE- ¿Y tu casamiento, Tonito? TONITO- Ya está cocinado. CONSTANZA (A Tonito)- Inconsciente, no tenés juicio. ROSITA- Pero, tía, ¿para qué seguir escondiéndolo? (a todos) Sí, nos hemos casado. JACINTA- Señora Constanza, espero que este matrimonio no le traiga dolores de cabeza. Este veraneo ha sido el escenario y el causante de todo lo que nos ha pasado. Yo me voy a San Justo, con quien será mi marido y con la satisfacción de cumplir con mi deber. Deseo que mi padre me siga queriendo como hasta ahora y le aconsejo que cuide los gastos cuando se vaya de veraneo, porque hay que saber manejar el dinero con prudencia. Agradezco a Don Fulgencio su afectuosa, incondicional ayuda. Les auguro a (reprime su emoción) Guillermo y a Victoria un futuro venturoso...(Al público) Y a quien quiera escucharme, le digo que la moderación, la prudencia, el tacto y la honestidad son las armas mejores para hacerles frente a las tentaciones de todo tipo que nos propone la frivolidad del veraneo. Ese veraneo que nos imponen las reglas sociales, para no dejar de estar a la moda, para que no nos critiquen si no salimos de vacaciones, aunque el campo nos aburra y añoremos la agitada vida social que se vive en Buenos Aires. Pero, como no se puede ir contra la corriente....¡Viva el veraneo! TODOS- ¡Viva el veraneo! F I N