Ángel de la confortación (Lucas 22,43) Señor Jesús, soy un ángel, enviado por tu Padre Celestial para confortarte en esta hora de lucha y de agonía. Dios, en su bondad inmensa, no ha querido dejarte solo esta noche. En tu lucha contra la muerte, has apurado la copa de la amargura y has derramado tu sangre, como gotas que caen en la tierra, como Vencedor del poder de las tinieblas. Tu oración ha sido escuchada, pues Dios no te abandonará en la muerte, te ha de dar la fuerza para vencerla en el día feliz de la resurrección, después de haber redimido a los hombres y mujeres de este mundo. Levántate y sal al encuentro de los que quieren tu muerte Porque de ella brotará la vida. ¡Salve, Hijo de Dios!, ¡Siervo del Señor inocente! María Magdalena (Jn 19,25; Mt 27,36; Mc 15,40) Aquí estoy, Señor Jesús, como tu amiga fiel, y discípula atenta siguiendo tus pasos desde Galilea. ¿Me recuerdas? Fui la mujer que liberaste de mi enfermedad y me hiciste tu seguidora, tu confidente y compañera, que te atendía con mis bienes, junto con las demás mujeres que te han acompañado hasta la cruz. Mueres injustamente por nosotros y soy testigo de tu pasión. Te acompañaré en tu agonía junto a tu Madre María y a Juan tu discípulo amado. Un día nos dijiste, que serías crucificado y que resucitarías. Llena de dolor, pero también de esperanza te acompaño en este viacrucis. Porque el próximo domingo te levantarás de la muerte y yo seré la anunciadora de tu resurrección, la catequista y apóstol de la buena nueva, la que lleve la gran noticia al mundo de tu Pascua, la que te busque con ansias en la tumba, la mujer que tendrá el privilegio de verte resucitado. Y le diré a todos: Jesús está vivo, la vida no ha sido vencida en el sepulcro ¡Pues el Señor vive, Aleluya! El que sube a su Padre y a nuestro Padre, y a su Dios que es nuestro Dios. La Samaritana (Jn 4,1-42) Heme aquí, Señor, Soy la mujer de Samaria, a la que un día, sediento, le pediste agua junto al pozo de Jacob, allá en Sicar. Y en ese día, te manifestaste como un peregrino, como profeta, como el Mesías y el Salvador del mundo, como agua viva que apaga nuestra sed, el agua que brota hasta la vida eterna. Yo fui una mujer sedienta, hasta que te encontré. Y le diste sentido a mi vida y saciaste mi sed, la sed de mi pueblo Israel pues te quedaste unos días con nosotros, enseñándonos tus palabras de vida eterna. Bebe ahora, Señor, del agua de esta fuente, de la que luego sentirás sed, que te dará un pequeño descanso en tu viacrucis por la salvación del mundo. Danos del agua que brotará de tu pecho, de las fuentes de la salvación, para que todos, como yo, anuncien al mundo que tú eres el Agua Viva. Pues un día nos dijiste en Jerusalén: “el que tenga sed, que venga a mí y que beba”, yo soy el que apaga la sed de todo aquel que busca mi palabra y sigue mis caminos. Pues “sacarán aguas con gozo, de las fuentes de la salvación” La Verónica (Isaías 52,13-15; 53,4-5; Salmo 45,3) “¡Miren a mi Siervo, que prosperará y será ensalzado en grande! Ante él muchos se asombraron pues su cara estaba tan desfigurada y su aspecto no parecía el de un hombre así otros muchos se admirarán y los reyes enmudecerán pues verán lo que nadie les había contado y reconocerán lo que nunca habían escuchado. Él llevaba nuestras dolencias y soportaba nuestros dolores, nosotros lo considerábamos castigado por Dios y humillado. Pues ha sido herido por nuestras rebeliones, molido por nuestras culpas, ha soportado el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados...” “¡Eres el más bello de los hombres, de los hijos de Adán, y en tus labios se derrama la gracia!” Primera mujer piadosa. María, madre de Santiago el menor y José, esposa de Cleofás (Mt 27,56; Jn 19,25) Señor, ya me conoces, soy la “otra María”, madre de tus parientes Santiago y José, la mujer de Cleofás, de tu familia allá en Nazareth de Galilea. La que te vio crecer, junto con tu Madre, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres. Tú nos enseñaste que, para Dios, todos somos sus hijos y hermanos, porque Él es nuestro Padre. Nos anunciaste el Reino curaste a los enfermos, resucitaste a los muertos y devolviste la esperanza a los pobres y marginados. Y ahora, Señor, te llevan a la cruz, preparada por los dirigentes de Israel, que te han rechazado y no quieren tu mensaje. Yo, al pie de tu cruz, te quiero acompañar en esta hora difícil, pues tu pasión significa el culmen de tu entrega y de tu amor por nosotros. En el domingo de la Pascua, te buscaremos para ungir tu cuerpo en el sepulcro, pero en especial, para encontrarte resucitado. Y llevar esta gran noticia al mundo entero, de que has vencido a la muerte. Segunda mujer piadosa. Salomé, la madre de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan (Mt 4,21-22; 13,35; 20,20-23; 26,56; Mc 15,40; 16,1) Señor, soy la madre de los hijos de Zebedeo, de Santiago y de Juan, tus primeros discípulos y tus compañeros preferidos en los momentos más importantes de tu vida. Tu nos enseñaste que en el Reino, lo más importante es servir y no ser servido, pues tú viniste a servir, como Servidor de Dios y a dar la vida en rescate por todos. Queremos seguir tu ejemplo, y tu entrega por nosotros hasta la muerte, queremos ser tus testigos, de tu vida llevada hasta el extremo, pues nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Al pie de tu cruz, en silencio y con dolor, estaremos tus fieles amigas y compañeras, junto con tu Madre y Juan, tu fiel amigo, esperando que la vida venza a la muerte, esperando el gran domingo de tu resurrección para anunciarla a nuestros hermanos. El ángel de la Dolorosa (Soledad) Esta declamación se hacía en el templo parroquial de San Miguel de Escazú, Sábado Santo por la tarde, ante la imagen de Nuestra Señora de La Soledad Dios te salve, María, Hija de Sión, Madre Dolorosa del Crucificado, de tu Hijo muerto y sepultado que ha descendido al lugar de la muerte. Llena eres de gracia, el Señor es contigo, tú la más bendita de las mujeres, que has dado a luz, al fruto bendito de tu vientre, a Jesús, muerto por nuestros pecados. En medio de tu dolor y de tu soledad, asociada a la pasión de tu Hijo por los hombres y mujeres de este mundo, redimidos con su sangre, te anunciamos la vida que brotará de la muerte. Pues Cristo no se quedará en el sepulcro para siempre, ni la muerte podrá con Él. La vencerá esta noche, surgiendo triunfante del sepulcro. Alégrate, pues, Virgen María. porque pasaste por la cruz y por el dolor, para entrar con tu Hijo, Asunta, en la gloria de su resurrección. La tarde de este sábado, es ya de gloria, pues creemos que tu Hijo vive para siempre, Dios y los ángeles se alegran en el cielo, pues la Vida es más fuerte que el mal y el infierno, el bien y el amor nunca serán vencidos. Ruega por nosotros, Virgen Dolorosa, Madre del Resucitado, mujer de la Pascua. Para que seamos dignos de las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén. Versos para el encuentro de Jesús con María, su madre- Viernes Santo María Aquí me tienes, Señor, como Madre solidaria acompañándote en esta calle de la amargura, en el camino de la cruz, que los hombres han querido cargarte. Un día, el Ángel Gabriel me dijo que yo sería tu madre, la Madre excelsa del que sería Rey de Israel por los siglos de los siglos. Pero hoy te veo coronado de espinas, convertido en un hombre de dolores, conocedor de sufrimientos y quebrantos ante quien todos vuelven su rostro, escupido y humillado por estas calles que muchas veces fueron testigos de tus enseñanzas y de tus milagros. Yo soy aquella madre, herida por la espada del dolor anunciada por Simeón de Jerusalén, que llora junto con el resto de las hijas de Sión, que hoy se compadecen de ti. Hoy me llaman “La Dolorosa” y no María, me dicen “Mara”, es decir, “mujer de amargura” (Rt 1,20) que ha conocido el dolor, el mío y el tuyo, que sufres inocentemente en tu pasión y tu muerte redentoras.. Quiero estar contigo, en tus últimos momentos al pie de tu cruz, uniéndome al sacrificio de la redención para hacer fecunda tu muerte. Y que Dios se apiade de aquellos que tramaron tu muerte para que ésta sea semilla de liberación, el anuncio de resurrección y de vida nueva. Jesús Madre, no llores, pues ha llegado mi Hora, la hora de la cruz y de la glorificación, la hora de mi muerte por el mundo. No mires la crueldad humana, ni de aquellos que me han convertido en gusano y no hombre, en piltrafa humana que se burlan de mí y me pisotean. (Sal 35,15-16). Yo moriré por ellos, por ellos daré mi vida por el mundo que me odiado sin motivo; mi muerte será la vida, el comienzo de un mundo nuevo, donde no habrá ni muerte, ni dolor, ni gritos, pues todo ya habrá pasado. Deja tu llanto, pues vendrá la Pascua, el día de mi resurrección, en que nos encontraremos, para darnos el abrazo pascual, para celebrar juntos la Vida. Y, un día, en el cielo, conmigo serás ensalzada, como fruto de tu maternidad divina, pues eres la más bendita de las mujeres, que has dado a luz a la Vida, una vida que la muerte no puede destruir. Camina conmigo, Madre, y acompáñame no por la calle de la amargura o del dolor, sino por el camino de la ilusión y de la esperanza, donde al final, la cruz y el sufrimiento, se tornarán en vida, en alegría y en salud, en favor de todos los hombres y mujeres de este mundo.